El futuro en los ojos

El futuro en los ojos - He escuchado tus preguntas con atención, y ahora creo que mereces una respuesta acorde a tus cuestiones. Te daré algo más que ...
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El futuro en los ojos - He escuchado tus preguntas con atención, y ahora creo que mereces una respuesta acorde a tus cuestiones. Te daré algo más que meras palabras. Te haré saber mis secretos, mi sabiduría y mis inquietudes, tanto las que tiempo atrás me recorrieron la mente como las que ahora se asientan en mi alma. >>Me preguntas por nuestro porvenir, nuestra conveniencia de aliarnos o no con humanos y confiar aún en otras razas. Quieres que te diga quién es de fiar y quién merece tu desprecio. No puedo responder a eso. No me mires con cara de incredulidad y no pongas en tela de juicio mi experiencia y mi conocimiento. Las razones de lo que he dicho te serán reveladas en su justo momento. Antes de ello, déjame contarte algo. Todo en esta tierra que moramos tiene su cometido, así lo sabes tan bien tú como yo, pues si no fuera así nada en este mundo tendría un sentido y ni siquiera la vida estaría justificada frente a la destrucción. Valles, torrentes, océanos, montañas, simas, el infinito firmamento... todo ello es parte de aquel que lo habita. Ese es el error que han cometido muchos. Tanto entre los nuestros como entre los miembros de otras de las razas de la Tierra Media. En un momento u otro han creído en su prepotencia, la han aceptado como verdadera y han muerto por intentar demostrarla, causando innumerables ruinas y muertes. ¿Quién es leal?¿Quién merece tu confianza?¿Quién mereció entonces la confianza de aquellos que compartían un mismo momento de existencia?. Si hay alguien que pueda responder a eso, entonces debe de ser aún superior al mismo Ilúvatar. Se nos creó, a nosotros y al resto de las criaturas, con el fin de vivir unos tiempos y unos momentos de maneras totalmente diferentes y azarosas. No había un guión escrito para nadie. Quienes dicen ver su futuro simplemente lo ven por que creen que es inevitable, y están convencidos de que su existencia entre los suyos sólo obedece a ese fin. Te digo ahora que están equivocados y lo seguirán estando aquellos que sigan sus pasos. >>Espero que vayas entendiendo la calidad de mis palabras y la clase de sentimientos y vivencias que las han motivado. Tú eres una de esas vivencias y tú también eres el sentimiento más importante, hijo mío. Déjame que te hable de tu alma. En ocasiones habrás oído algo así como tenerle confianza ciega a alguien. Eso es falso, la confianza no existe, es algo en lo que se escudan los cobardes que temen las consecuencias de aceptar responsabilidades de mayor calado a las que están dispuestos. Para que me entiendas, sólo aquellos que alguna vez han traicionado pueden hablar de tener o no confianza. Sin embargo existen la verdad, la lealtad y el amor. Son valores diferentes pero comunes, son hermanos y cuando uno falla, los demás desaparecen como si jamás hubieran existido. Su morada es un lugar que todos tenemos, y en eso ninguna raza se diferencia de la otra. El alma, en lo más profundo de la mirada de cada uno de nosotros. Los ojos son su ventana, y son una ventana que no puede ser adornada con los inútiles pertrechos de la soberbia o los engañosos aderezos de la mentira. ¿Quieres una respuesta a la pregunta que no te atreves a formularme? Si la quieres oír, tendrás que superar la timidez que te subyuga al mando de tu padre. No me mires como tal, mírame como tu igual, pues es lo que soy, aunque son un matiz de amor más grande que el que cualquier otro pueda darte. Habla pues, y no te reprimas. - ¿Cómo sabré...?¿Cómo podemos saber quién nos es leal?

- ¿Cómo?¿Sólo eso te preocupa? Me decepcionas, hijo. Pensaba que empezabas a entender la manera en que funcionaba la cabeza de tu padre. La lealtad... la lealtad como tú la entiendes no se diferencia en nada de la confianza. Has de mirar a los ojos, has de mirar directamente al alma de quién tienes frente a ti. Tienes que encontrar en su mirada toda la verdad sobre esa persona. Hallarás, si sabes buscar, el verdadero amor, la verdadera lealtad que nace del amor y de la sinceridad para que ambos perduren. - No puedes pretender que ame a todo aquel que quiera ser digno de mi lealtad. - Sí, eso es exactamente lo que quiero decir, pero de nuevo tu inexperta mente ha entendido sólo en parte mis palabras. Tu juicio no es capaz de asimilar todo lo que ellas encierran. Te ayudaré a entender. ¿Qué es para ti un amigo, un aliado? ¿Quién es para ti la persona amada?. Cada cual tiene su propia concepción, pero sólo una verdad subyace en lo más profundo. Piensa en un rey o una reina. En un reino de escaso tamaño e importancia, en el que la riqueza está totalmente en manos del poder. El poderoso se siente rodeado de lealtad, de falsa lealtad y aprecio, que pudren su alma y que él también da en la misma medida. No es culpa de los que se la profesan, ni tampoco suya. Es de su concepción conjunta. El sirviente quiere a su señor porque le da comida a él y su familia, pero sabe que de la misma manera que se la otorga se la puede negar, inundando su determinación de una impotencia tan grande que acaba por consumirlo. De esta manera, de ese temor nace el rencor. Quisiera no tener que depender de alguien así, quisiera ser él el que dictara donde o como se administra tal riqueza. El odio es patente, pero permanece oculto y se alimenta del falso aprecio que da y recibe. Lo mismo pasa con el poderoso. Se sabe rodeado de gente que le sirve, pero sabe que no es apreciado. Únicamente de sí mismo es de donde saca el apoyo. Gracias a los cielos puede dar si cuenta con una pareja sincera, pues será esta la única vía de escape de sus más hondos sentimientos. Pero suele ocurrir que no es así, y que la pareja es tan fría y falsa como los súbditos. Por lo tanto, su vida es temor y recelos de los que cree inferiores a él. Y eso genera rencor. Rencor hacia quién le sirve, aunque enmascarado y escondido hasta encontrar un momento, una mínima razón para expiarlo. Entonces el súbdito refleja en sus ojos el miedo y el odio, lo mismo que su señor. Rencor contra rencor, odio contra odio, y una vida que se extingue, seguida por un pedazo del alma que lo ordenó. - Padre, no veo a donde quieres llegar. Temo estar perdiendo el ritmo de tus pensamientos. - Tranquilo, sé paciente. Ahora entenderás. Lo que se encierra detrás de esta sórdida historia, es la verdad inherente a toda forma de vida. Suele ser la propia conservación. Pero entre las personas suele haberlas que consiguen sobreponerse a esto. En su mirada podrás leer sincera amistad, el amor que mana de ella y la lealtad que conlleva. Quién no las tiene, puede bien sentirse sólo en medio de un abarrotado mercado, porque realmente lo está. Busca entre la gente, de una u otra procedencia. Sus ojos y no sus palabras te dirán su verdad, te mostrarán su alma. Sé que es imposible escrutar las miradas de todo un ejército. Nunca has de creer en la lealtad de contingentes tan grandes. Son portadores de una destrucción aterradora, y una persona de buen talante se convierte en un asesino frío y despiadado que arrebata la vida como si le hubiese sido concedido el derecho de hacerlo.

- Pero, ¿creéis que podemos siquiera soñar con la victoria sobre el enemigo oscuro si únicamente depositamos la responsabilidad en unos pocos? ¿No son acaso miles los que engrosan las filas del destructor maldito?¿De verdad creéis, padre, que esas ideas que me comunicáis de manera tan arrebatada conducirán a los pueblos de la Tierra Media hacia la paz?. - ¿Qué es lo que crees tú? - Mis sinceros sentimientos comulgan con muchas de tus palabras y las ideas que sugieres, pero al mismo tiempo soy consciente de la imposibilidad de ellas. Creo que sería de necios no hacerlo así. - Hablas de necedad, y ni siquiera sabes lo necia que es la destrucción para el que la produce. No por tener más numerosas huestes derrotarás a ningún enemigo, a no ser que él deposite toda la responsabilidad y su “confianza” en la fuerza de su número y en su arrogancia. Está muy claro que son necesarias muchas personas ante tamaño ejército, pero no pienses en él como ataque , sino como disuasión de tal. Piensa que el tiempo de tu victoria depende del que aquel que desea nuestra destrucción emplea para armarse. Alguien rodeado de gentes en cuyas almas ha mirado no debe temer por su vida si esta viene guiada por la inteligencia. Si tu número es pequeño, tu ventaja es grande, si sus ojos son muchos, su visión es inferior, pues esta no se concentra donde debiera. Piensa en aquellos que, mediando únicamente como arma común su profunda y sincera mirada, desafiaron a un enemigo mayor ante su misma presencia y salieron victoriosos en aquello que ejércitos de innumerables vidas fracasaron. Sabes de quienes te hablo. No es necesario que los nombres. Parece ser que hoy su recuerdo es sólo símbolo de temeridad y desesperación. Las mentes gangrenadas por la necedad de la que antes hablabas son las que han extendido este sentimiento. - Padre, ¿qué ...? - Lo que has de hacer... ¿es eso lo que ibas a preguntar?. Te lo diré. Puesto que eres hijo mío, es seguro que tu intuición es mayor que la mía. Quizá eso te revele algo antes de juzgar el alma de una persona. Tienes más ventaja que yo. Guíate a ti mismo, aprende de tus equivocaciones. Estoy seguro de que en breve habrás reunido la gente necesaria para emprender la misión que ahora atisbo en tu mente. - No era eso lo que te iba a preguntar inmediatamente, pero sí lo pensaba hacer después. Ahora eres tú el sorprendido, y creo que lo estarás más cuando te formule mi pregunta. Padre, ¿qué has visto en mis ojos?. - Debo reconocer que me has sorprendido. No era esta una cuestión creyera posible saliera de tus labios. Pero no me es posible responder, hijo. Como padre, también tengo parte de necio, y por desgracia no aplico a mi vida todo lo que sé y debiera hacerlo. No he mirado en tu alma, nunca lo hice. Sí he mirado tus ojos, pero apartaba la mirada en cuanto veía que algo se me iba a revelar, temiendo que esto fuera algo que te condenara como persona. Creo que no es así, pero no me atrevo a mirarte, pues el temor aún continúa anidado en mi interior, creado por el mismo amor sincero que te profeso.

- Pero, eso no tiene sentido. - Es cierto, no lo tiene. Voy a decirte algo que me suena vulgar y repetido, pero apropiado. Lo entenderás cuando seas padre. Está a tu libre elección el imitarme o seguir tu impulso paterno propio. Puesto que el descendiente es algo que se atesora y se aprecia por encima de la vida propia, es normal que surjan esos sentimientos de temor ante el mal que le pueda acaecer. Pero también es señal de la sinceridad y cariño perpetuos e inalterables. - Tárië... - Es el nombre de tu prometida, ¿cierto?. - Así es. Mañana llegará aquí. Viene desde las tierras de la Comarca, de las que dice amar cada palmo de terreno. El dolor y la violencia han pasado por alto de momento ese rincón del mundo. - Me alegro de no ser ella y saber lo que sé. - ¿Cómo?¡Padre, esas palabras son hirientes! Te ruego que no las pronuncies nunca delante de ella... ni las repitas mientras esté yo. - Lo siento, hijo. No pretendía decir lo que he dicho. Pero se han unido en mi mente dos ideas bellas y ha surgido, para mi sorpresa, un temor aún mayor. He pensado en los sentimientos de ella hacia ti como los que yo tenía hacia tu madre, y que aún conservo dentro de mí. Y se ha unido a ello la belleza de tus ojos grises, que estoy seguro que también serán un tesoro para ella. La fugaz centella del terror que he vislumbrado une el temor del que antes te hablé con el rechazo. - He vuelto a perderte. - ¿Cómo conocerías tu propia alma? Sin duda no sería delante de un espejo, con la mirada clavada en ti mismo. A menudo sucede que el conocimiento más profundo pasa como trivial por la permanente presencia de este. Cada cual se conoce a sí mismo hasta el último rincón, por más que lo niegue. Puede en ocasiones sorprenderse de sus acciones, pero en el fondo era conocedor de ellas. No puedes ocultar tu alma a tu corazón y a tu mente. Si así lo haces, para con los demás harás otro tanto. En consecuencia, te pido que respondas a mi interrogante sobre la profundidad de tu mirada pero para tí mismo. Cuestiónate y respóndete. Si lo que hayas te reconforta, ofrécele tus ojos a Tárië y mira en su interior. Entonces, si su amor es tan reconfortante como el tuyo, alégrate pero también teme. Teme porque quizá tu alma muera si pierde a su compañera, teme porque el corazón en el que has depositado el tuyo no deje de latir. Sabes que sé de que hablo, porque ahora puedes empezar a imaginarte lo que sentí al perder a tu madre. - No me pidas que no ame. - No te lo pido. De hecho te exijo que la ames y la quieras, si te ves capaz de ello. Pero que vuestros corazones se protejan el uno al otro para siempre.

- Padre, he de partir... - Lo sé. El tiempo ha sido el apropiado, y creo que también las palabras. Pero permíteme sólo unos minutos más. Has de prometerme que pese a lo que veas en el mundo, piensa que el mal puede engendrarse aún entre los que crees hermanos, y la vida puede hallar refugio en aquellos en los que no lo hubieras creído posible. Busca la verdad, sé leal a ella y ámala por encima de la victoria, la apariencia o el orgullo. Sólo esto te pido que me prometas. Busca la mirada apropiada allá donde estés, aun en tierras extrañas, pues así pueden convertirse para ti en lo más parecido al hogar fuera de casa. - Entiendo lo que me pides. Tienes mi firme promesa de que lo haré. - Hijo, ahora he de pedirte una cosa más. - Pídeme lo que quieras. - Déjame mirarte a los ojos...

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