EL CUERPO SECRETO Mariana Torres

©Ático 26

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En este libro la inocencia, la crueldad y el dolor conviven juntos en un solo cuerpo. Mariana Torres nos invita, con este sorprendente estreno, a adentrarnos en un mundo híbrido, donde los protagonistas de los cuentos son niños dolientes, que se mueven entre cajas, cascarones y algún que otro ataúd. ¿Cuánto queda de nosotros en estos niños que sienten? La invitación es clara: leer y soltar, volver convertido en otra cosa. Si pudieran contarse serían treinta y cuatro relatos, escritos por una nueva voz. Corren de uno a otro de manera casi milimétrica, medidos para ir dibujando en la mente –o más bien en el cuerpo– del lector una emoción concreta, que no tiene un solo nombre. Y es que todo aquello que nos crece dentro puede crecer en forma de planta.

El libro se presenta el viernes 18 de septiembre (20 h) en la librería madrileña Tipos Infames.

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De Mariana Torres se ha dicho: «Los cuentos de El cuerpo secreto están atravesados por una inocencia sabia, arquetípica, y hablan desde ese bosque de la infancia que permanece en nosotros, como un lugar de extrañamiento, de extravío y de revelación», Ángel Zapata; «Vivaces y claustrofóbicas, lúdicas y maravillosas. Como esos sueños donde alguien entra en casa a buscar la llave de entrar a casa. Así son las historias de Mariana Torres: una puerta por donde se entra y se sale al mismo tiempo», Isabel González; «Un libro valioso, simbólico e insólitamente maduro. Mariana Torres se incorpora con él, por derecho propio, a la nómina de los más capacitados cuentistas», Ignacio Ferrando.

Biografía

© Isabel Wagemann

Mariana Torres nació en Angra dos Reis (Brasil) en 1981. Ha vivido en casi treinta casas repartidas en más de diez ciudades. Escribe desde siempre, pero sobre todo a partir del Taller de Escritura de Madrid al que llegó en 2001. Estudió guion en la Escuela de Cine de Madrid, tras lo cual dirigió un cortometraje, Rascacielos (2009). Algunos cuentos de este libro han sido antologados en Segunda parábola de los talentos (2011). Empezó a impartir clases de escritura en 2004 y continúa haciéndolo en la actualidad en Escuela de Escritores, de la que es parte desde su fundación. Se puede acceder a los blogs en los que escribe habitualmente desde su web marianatorres.com. El cuerpo secreto es su primer libro de cuentos.

ENTREVISTA a MARIANA TORRES 1. ¿Qué supone un primer libro tras una larga entrega a la escritura y la lectura? Supone un primer paso muy importante, un primer paso real. Es como si llevara media vida haciendo las maletas y marcando rutas en un mapa para, por fin, empezar el viaje. Y llegados a cierto punto es necesario, al menos para mí, porque sin la publicación del libro hubiera seguido trazando rutas nuevas y comprando navajas multiusos. He tenido que cerrar la maleta y salir de casa, con las cosas que me han cabido en la maleta y nada más. También tengo la seguridad, después de tanto tiempo, de que en la maleta, aunque es pequeña, llevo justo lo que necesito, que no falta nada. Al menos llevo lo que necesito ahora para el primer viaje, ya la iré vaciando y llenando de otras cosas. Este primer libro supone, por tanto, una enorme ilusión y curiosidad por cómo será el viaje, por cómo se leerá el libro, qué pasará ahora que hemos empezado a caminar. 2. En su libro conviven una inocencia con tinte, en ocasiones, infantil, y un mundo lleno de dolor y adversidad. ¿Qué le produce esta literatura híbrida? Supongo que está producido por mi manera de percibir el mundo. O más bien está relacionado con el lugar desde lo percibo, que es desde el cuerpo. El dolor que trata el libro está relacionado con el sentimiento de lo físico, del dolor intrínseco asociado a la vida. Si algo duele es porque el cuerpo está vivo. No es un acercamiento al dolor desde otro lugar, es más bien parecido a eso que dicen de los sueños de “pellízcame para comprobar que estoy soñando”. Si el cuerpo duele es porque existe. Las zonas que rodean las cicatrices en la piel no duelen de la misma manera porque ahí se ha cortado una conexión. Y normalmente donde hay dolor hay una historia, en la aceptación o el rechazo de esa circunstancia no deseada, en el manejo de la misma. Y por otro lado están los niños, el libro está poblado de personajes infantiles. El niño vive en un mundo mucho más desnudo que el adulto, mucho menos domesticado y manipulado. Para mí es natural contar este tipo de historias con niños, muchas no hubieran funcionado desde un adulto, que es siempre más racional, más cerebral. De hecho los pocos adultos que aparecen en el libro tienen comportamientos infantiles. Los niños tienen una mejor conexión con su cuerpo, con todo lo que significa eso, viven tanto el dolor como lo contrario (el éxtasis, la alegría). Y no son exagerados, no sacan de quicio, por ejemplo, una herida o un golpe hasta que viene un adulto detrás asustadísimo porque se ha podido hacer daño. También son temerarios, porque no controlan aún hasta que punto su cuerpo es capaz o no de saltar esa escalera. Es una zona de permanente aprendizaje, de prueba y error, es una zona que siempre me ha interesado explorar. 3. Hay cierto margen a la ensoñación, a lo onírico, ¿hasta qué punto los sueños determinan su literatura?

Para mí los sueños son una forma de trabajo, un baúl lleno de imágenes potentes que utilizo para escribir. Hasta el punto es así que 11 de los 34 cuentos del libro, al menos conscientemente, proceden de un sueño que tuve. Y digo conscientemente porque estoy segura de que muchas otras imágenes nacen también de fragmentos de sueños. Desde hace años acostumbro a tomar nota de los sueños que recuerdo, y tengo comprobado que cuanto más me esfuerzo en recordarlos, más tengo (y más escribo). Me fascinan como herramienta creativa porque es algo que hago “sin querer”. Es muy sencillo. Es como si alguien que no fuera yo estuviera creando, es realmente cómodo. Sé que soy yo quién los ha soñado porque es innegable que me despierto en mi cama y los recuerdo yo, pero la sensación de que otra parte de mí ha estado trabajando es fantástica. Como dice Fogwill, “obra del sueño u obra del dueño, el sueño siempre será más original que cualquier intento de ficción”. Además funcionan como disparadores de otras ideas, es como una tapadera que se tiene puesta en la cabeza y que está tapando (o más bien conectando) a otras imágenes que se han visto a lo largo del día o se han imaginado; al recordarlos y tomar nota de los sueños se deja espacio libre para que aparezcan historias, es como despejar la mesa de un manotazo. Por otra parte los sueños trabajan desde el punto de vista de lo simbólico, de las metáforas. Es como si nos dedicáramos a pintarnos a nosotros mismos, a traducirnos en imágenes, sensaciones y acción. O como dice Julio Monteverde, en el sueño “el mundo entero es nosotros”. Desde luego es mucho más fácil dejar que el sueño exprese los sentimientos propios que intentar expresarlos desde el escritor cerebral despierto, que está en un lugar donde juzga y bloquea, no es tan libre como lo es cuando sueña. Para mí no aprovechar los sueños como herramienta creativa sería parecido a tirar a la basura páginas y páginas de buenos borradores. 4. El libro está cargado de bellas imágenes, algunas muy sinestésicas, otras plenas de imaginación cercana al surrealismo. ¿Qué poética hay detrás de todo ello? Mi poética está muy en relación con el título del libro, la expresión del cuerpo secreto o el cuerpo sutil, esa parte de uno mismo que uno no conoce de manera directa. Que no entiende o comprende. Y una de las vías para llegar ahí son los sueños, de hecho es la vía más inmediata, la más sencilla y la menos contaminada. Los sueños son una puerta de acceso que me permite explorar ese mundo, las historias que nacen de ahí. Que mis sueños tengan imágenes surrealistas no significa necesariamente que sea el objetivo, no considero mis cuentos surrealistas. De hecho creo que incumplo la norma surrealista de respetar el sueño tal cual fue, del sueño original al cuento que sale del sueño hay un camino, están muy trabajados. Por esto también utilizo la mirada del niño, porque es una mirada mucho más juguetona y no racional sobre el mundo, es un punto de vista relacionado con el aspecto simbólico y arquetípico de las historias, con el aspecto menos manipulado, más físico, y por tanto más sinestésico. 5. La literatura como metamorfosis, ¿dónde se sitúa esa interacción de sus personajes y de sus historias? Esa interacción está relacionada con el límite y las fronteras. En todos los cuentos del libro hay una zona límite, una línea hasta la cual los personajes se estiran, algunos

llegan a atravesarla y, en ese paso, aparece el dolor o la muerte. Las fronteras del cuerpo físico y humano pueden de la misma manera desenfocarse, hasta mezclarse con el mundo que rodea a los personajes; que suele ser un mundo natural —hay un niño al que le crece un árbol dentro, otro niño con una piedra en lugar del corazón, madres que son tierra y son barro además de piel, cuerpos que son ceniza o brasas—. El cuerpo está muy identificado con la tierra, como generadora y tumba, como parte de un proceso natural. Y como eso que nos sostiene y nos permite estar en el mundo, accionar, sentir dentro lo que nos rodea (y por tanto nos produce dolor). También abundan los personajes cáscara, que se protegen del mundo gracias a una especie de armadura o cascarón o antifaz; también este tipo de personajes son parte de esa metamorfosis, es una integración con el mundo que está justo al otro lado del cuerpo, y a la vez todos los mecanismos que utilizamos para apartarnos de ese mundo, para protegernos. 6. Se lee, y hay un guiño en el colofón, a Ana María Matute. No esconde esa filiación, por ejemplo, con un libro como Los niños tontos. ¿Cómo se lee ahora este libro y cómo se escribe desde su juventud teniéndolo cerca? Sí, ese colofón es un homenaje a un libro del que este ha bebido muchísimo. Más que en el sentido directo o técnico —porque en efecto hay un punto muy distendido, desde el lenguaje, en los cuentos de Los niños tontos que me gusta imitar, esas palabras tan de antaño que utiliza Matute para acercar al lector a sus historias, como quién no quiere la cosa—, en el sentido de la emoción. Cuando leo estos cuentos de Matute rebotan en un lugar dentro de mí que es pura emoción y dolor, no es algo que pueda explicar fácilmente, pero es un lugar que reconozco, una manera de acercarse a una emoción concreta pero con un respeto muy grande. Sin sentimentalismos, sobre todo. La parte emotiva o sentimental la aporta el lector, Matute se limita a exponer una situación dejando espacio para sentir esa libertad, la propia de cada uno. Algunos de mis cuentos pretenden operar de esa manera, buscando ese espacio propio que rebote en la emoción del lector, que es lo interesante. Respecto a ese libro en concreto puede que no se lea igual ahora que cuando ella lo escribió, en el 56, yo no siquiera había nacido. Hemos vivido mucha literatura desde entonces, mucho desgarro vital y muchísimo cine —que siempre es más descarado a la hora de disparar imágenes para que conecten con emociones—. Tal vez por eso mis cuentos, algunos, son algo más largos y están hilando un ambiente perturbador. Creo que están rozando con algo más que el lirismo desnudo de la infancia. Son también extraños, igual de incómodos, sí, pero algunos yo diría que descaradamente crueles. Y cómo no hacerlo así años después, con todo lo que ha vivido el mundo y hemos percibido desde entonces, las consecuencias, la desesperación real, más patente. Cómo no verlo. 7. Para concluir, ¿cómo se equilibra la escritura y la enseñanza de la escritura? Creo que es una sinergia perfecta, al menos para mí lo es porque me encanta escribir y me encanta enseñar, creo que no podría ser feliz si tuviera que prescindir de una de las dos cosas. He encontrado muchos escritores, gracias a mi trabajo en Escuela de

Escritores, que son capaces de enseñar (muchos otros que no, ser un buen escritor no es sinónimo de ser un buen profesor). Pero no he encontrado a ningún buen profesor que no escriba. Tendría algo falso dedicarse a enseñar a escribir cuando uno mismo no escribe con todas sus consecuencias, es cómo intentar explicar a qué sabe una manzana sin haber comido una antes. Para mí la enseñanza es una necesidad, disfruto muchísimo cuando mis alumnos escriben, y sobre todo cuando llegan a ese lugar personal del que nacen sus historias (que en cada persona es diferente). Vivir ese proceso como testigo, en primera persona, y ayudar a que florezca y se respete y se trabaje es todo un lujo. Además rebota en la propia escritura, por supuesto, mis alumnos me han enseñado muchísimo a lo largo de estos años. También ayuda a depurar y mirar los textos propios, un profesor de escritura está muy acostumbrado a analizar textos, aprovechar los puntos fuertes y pulir los puntos débiles, es más sencillo leerse a uno mismo cuando uno está acostumbrado a impartir clases y analizar textos de otros. Facilita ese camino tan necesario que debe hacer el escritor para diferenciarse con el texto, una cosa es el texto y otra cosa es uno mismo (sin dejar de ser la misma cosa en el cuerpo secreto). Pero esa distancia es necesaria para trabajar, corregir y llegar incluso a entender lo que el cuerpo secreto ha querido expresar o está intentando contar a veces a gritos. Sin mis alumnos hubiera tardado muchísimo más años en llegar a este libro, y de hecho no sé si hubiera llegado, porque es algo así como la otra pierna que me ayuda a caminar —y empezar un viaje con a la pata coja es bastante difícil, sobre todo cuando hay que cargar con la otra pierna, que pertenece también a tu cuerpo, no se puede uno desprender de ella así como así—.