EL CABALLO Y EL JINETE

EL CABALLO Y EL JINETE DE LA NATURALEZA A LA CULTURA FREUD Y EL PRINCIPIO DE LA REALIDAD Para Freud el hombre es habitante perpetuo del reino de la ...
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EL CABALLO Y EL JINETE

DE LA NATURALEZA A LA CULTURA FREUD Y EL PRINCIPIO DE LA REALIDAD

Para Freud el hombre es habitante perpetuo del reino de la necesidad, la Anankè preferiría llamarla siguiendo su inclinación por la matriz griega de lo humano occidental; pero un gran pensador no es esclavo de sus conceptos y así la Ananké se convierte a lo largo de sus textos en una deidad de múltiple faz. Inicialmente parece sinonimia de una realidad que se confunde con la naturaleza y obliga a sacrificar la ilusión en pos de la supervivencia; en tal momento de su pensamiento Freud nos presenta una versión darwiniana de la realidad social humana; tal realidad premiaría con la supervivencia al que se adapte a sus principios, organizados como un exterior opuesto a lo interior, que a su turno estaría guiado por principios centrados en el placer derivado de las descargas de la pulsión sexual en sus diversas variantes. Lo interior pulsional tendría que fabricar mediante la alucinación un exterior favorable al placer al que aspira; el principio de realidad constataría la falsedad de tal construcción imaginaria confrontándola con las sólidas construcciones de las instituciones humanas cimentadas en el lenguaje y sus leyes.

Este es un Freud que piensa al hombre en conflicto con la civilización que lo rodea, pero muy pronto se dará un Freud que piensa al hombre en conflicto consigo mismo, porque el hombre no está separado de la civilización sino dividido por la pulsión de muerte que lo separa del placer, es dentro de él que más allá del placer encuentra el malestar, lo interior y lo exterior no están radicalmente separados. Sí “el universo entero busca querella” a ese principio del placer es porque esa querella se ha iniciado en el principio mismo del hombre que es simbólico o no es; el niño y el universo son culturales y si se presentan como opuestos es porque lo que llamamos universo no es otra cosa que el espacio donde el niño será debidamente educado, vale decir, neurotizado, si le va bien, reproducido y finalmente muerto. Por supuesto Freud no habla sino en muy contadas ocasiones y al comienzo de su obra, de la realidad como lo físicamente exterior o como lo socialmente útil al ser humano. De la realidad que él habla, sobre todo a partir de Más allá del principio del placer, es de la realidad del dolor no evitable, del sufrimiento inherente a la vida, porque la vida es también enfermedad y muerte; realidad que introduce la contradicción y el conflicto antes y no después del paraíso perdido. El hecho de que cuando el hombre busca placer se topa con el dolor lleva a Freud a “sospechar que aquí se disimula alguna ley de la naturaleza invencible y que se trata esta vez, de nuestra propia constitución psíquica” 1

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Malaise dans la civilisation PUF, p. 33.

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Freud se pregunta una y otra vez por un equilibrio posible entre la pulsión y la cultura, entendida como “totalidad de las obras y de las organizaciones cuya institución nos aleja del estado animal” 2, y siempre se ve forzado a reconocer que no hay tal posibilidad porque Eros y Ananké no son potencias extranjeras frente a frente sino dos realidades que al oponerse dentro del deseo del hombre hacen necesaria la cultura. Freud llegó a este radicalismo desarrollando y refinado su concepción de la realidad, tanto como se lo permitía el desarrollo de las llamadas ciencias humanas en su tiempo; afortunadamente el pensamiento de Freud no tiene la pretensión al monolitismo; seguir todo su desarrollo es la única manera de evitar calumniarlo atribuyéndole teorizaciones que apenas son cortes de un momento de su discurso. Sólo en la fase que podríamos considerar pionera de un pensamiento propiamente psicoanalítico, momento de descubrimiento de la etiología sexual de las neurosis, se formulan proporciones profiláctico–pedagógicas que colocan a la cultura en el papel de enemiga de la felicidad sexual de los humanos; Freud además lo pensaba como un problema de la cultura contemporánea del fin del siglo XIX, erigida como realidad adversa al deseo y a una sexualidad sanamente libre. Afirmaciones que recogidas por los ideólogos de la liberación hicieron pensar en una equivalencia automática de libertad sexual y salud mental, lo cual ha sido refutado por la realidad actual del mundo, que no solamente ha puesto en cuestión el hecho de que la actividad genital por sí misma sea una especie de higiene mental, sino que también ha puesto en cuestión cualquier otra pretendida profilaxis pedagógica de la neurosis. Cuando Freud se ve precisado a profundizar en el estudio de las por él llamadas psiconeurosis de defensa, en otras palabras histeria y neurosis obsesiva, y nos dice que las llama así porque serían la expresión de una defensa contra una representación de carácter sexual, surgida en la infancia del sujeto, que estaría en contradicción con la idea que tal sujeto tiene de sí y de su historia, nos está introduciendo en otra dimensión del conflicto entre sexualidad y realidad. No es la realidad cultural el obstáculo a la sexualidad de un sujeto dado sino principalmente, la imagen que de éste tiene de sí; dicha imagen es en última instancia una forma de narcisismo, que prohíbe la satisfacción y se convierte en un avatar de la hipocresía inconsciente que constituye al sujeto. Con el psicoanálisis más que una ética de la liberación la que queda fundada es una ética de la verdad; lo que hay que liberar no es la genitalidad del adulto sino su palabra que en curso de su infancia perdió la cualidad de portadora de la verdad y se convirtió en portadora de la prohibición. Es en el lugar de esa palabra perdida donde se instala el síntoma, representando lo prohibido, todo lo que se trate de hacer retornar la representación expulsada al discurso del sujeto será causa del displacer, de angustia. El caso de Juanito, el primer niño psicoanalizado nos muestra eso de una manera evidente y por lo tanto demuestra que el psicoanálisis más que una cura es un desbloqueo del pensamiento. 2

Ibid p. 37.

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Cuando Freud supera la teoría de la seducción precoz como origen de la neurosis y se pregunta consecuentemente por aquello que hace traumático y patógeno a posteriori, lo que inicialmente no tenía ese carácter, en el curso de la actividad y de las fantasías sexuales infantiles, encuentra algo verdaderamente subversivo: no es la moral cultural el origen de la represión, en el sentido de mecanismos inconsciente de defensa del Yo, sino que la represión se constituye en el origen de la moral. Pensamiento de amplio alcance que todavía hoy nos sacude, nos conmina a pensar, a poner en dudas las ideas recibidas; la moral no sería sino una racionalización del terror que el hombre siente por la sexualidad, tal como se le manifiesta al niño: aspiración de las pulsiones parciales a un gozo imposible, un gozo mortal donde el Yo perdería todas sus conquistas; sexualmente hablando la moral es un escudo del hombre contra su propia infancia, está es una idea que guía la investigación de Freud y culmina con el penetrante análisis de El Malestar en la cultura. Freud multiplica las hipótesis, inventa mitos, recurre a la comparación de la filogénesis con la ontogénisis, nos habla del paso de la posición horizontal a la vertical y todo esto se va configurando como un nuevo concepto de la realidad, de la Ananké que produce al hombre, la necesidad de la desnaturalización. También se obsesiona con la bisexualidad que le aporta el delirio teórico de su amigo Fliess; pero Freud convierte la bisexualidad en un concepto psicológico responsable de la imposibilidad del goce, siempre quedaría el otro goce faltando; pero esto obedece a la misma preocupación invariable: la relación entre el sexo y la cultura, entre el individuo y la humanidad; relación subvertida sin remedio por su descubrimiento de la sexualidad infantil, doblado por el descubrimiento del carácter polimorfo de dicha sexualidad. El alcance es tal, de dicho descubrimiento, que Freud ya no puede pensar la cultura como una oposición a la sexualidad infantil sino como su desarrollo: “el hombre invento el fuego resistiéndose a la tentación de apagarlo con su orina”; Prometeo es resultado de la superación de una tentación infantil, la cultura es el sistema que mantiene a raya dicha tentación y al mismo tiempo la eterniza en el mito: Prometeo es castigado por apoderarse del fuego para los hombres, su castigo es la eternización de la tentación: el águila que devora su cuerpo, la pulsión. El ser del hombre se daría pues en el infantilismo de su sexualidad que escapa a los requerimientos de la genitalidad reproductiva; si la neurosis es el negativo de sexualidad polimorfa perversa del niño, entonces la neurosis es inseparable de la humanidad civilizada, no hay profilaxis que no implique la desaparición de la civilización, el retorno al estado animal, al que aspiraría en última instancia el naturalismo de todas las épocas y de todos los pelajes. Desde el primer dualismo Freudiano que escinde al ser entre las pulsiones sexuales infantiles y las pulsiones conservadoras del Yo, hasta el dualismo final entre Eros y Tanatos, surge lo paradójico por todas partes, lo impensable para la lógica; lo inaudito del conflicto entre la biología humana y la sexualidad humana es que no se expresa simplemente en la cultura sino que la genera; el conflicto implica que en el hombre la sexualidad en su esencia infantil, se opone a la reproducción e incluso a la 22

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misma supervivencia de su ser, pues sería incompatible con el Yo que lo define y lo soporta. Esta paradoja que Freud trabaja hasta el infinito, le hace pensar en términos de no sobrepasabilidad que se han considerado pesimistas. Sin embargo si se hace el debido énfasis en el papel del lenguaje y de lo simbólico se encuentran salidas; una de ellas es la de un origen no biológico del hombre paralelo al origen biológico; hay una matriz simbólica que lo espera, al hombre, incluso, antes de su concepción biológica y la cual deforma todo su desarrollo, desde lo animal hacia lo humano quedando así la sexualidad atrapada en la red de significantes que marcan el cuerpo y cada una de sus funciones; así todo queda convertido en lenguaje. Otra salida es la teoría de la sublimación que afirma la conversión de la pulsión directamente en goce de creación, simulacro del instinto de producción. En las diferentes escuelas surgidas después de Freud también hay soluciones teóricas a las teorías planteadas por la escisión radical del hombre entre lo que es como lenguaje y lo que es como naturaleza; son diferentes salidas a las paradojas planteadas por lo inconsciente, y se seguirán encontrando porque no se ha dicho la última palabra. En todo caso siempre las soluciones nos remiten al gran paso que dio Freud al establecer la estructura psíquica como basada en el complejo de Edipo; este complejo nodal sería el verdadero organizador del sujeto y punto de partida de la antinomia cultura/naturaleza, si lo situamos, como lo hacen Melanie Klein y Lacan, en los comienzos mismos del drama y no como un episodio anecdótico más o menos tardío de la relación del niño con sus progenitores. Sobra decir que Edipo es el nombre de toda la trama y no sólo de uno de los personajes de la tragedia, es el nombre de las posiciones que toman unos personajes frente a otros; el escenario es el psiquismo mismo de cada uno; podemos decir que Edipo es el juego de nuestras identidades posibles, juego regido por una última instancia que Freud denominó Superyo. El hallazgo del Superyó cambia todas la perspectivas de la critica de la moral sexual cultura; tales críticas quedan limitadas a los excesos de la labor moralizante y represora y de ahí que también queden limitadas las esperanzas en una reforma de los sistemas educativos como las que se plantean en los primeros escritos de Freud. Ya en un texto justamente apreciado por los investigadores de la cultura: La moral sexual cultura y la nerviosidad moderna, Freud proclama que si bien es necesario reformar la moral por los excesos a que puede llegar, no hay que esperar que dicha reforma implique la posibilidad de prescindir de la represión; sólo se puede llegar a evitar que la represión represente una amenaza para el pensamiento. A partir de 1920 Freud no ha hecho otra cosa que confirmar dicho descubrimiento y los atisbos que ya en sus primeras obras lo anunciaban; por ejemplo: en 1912 hablando de la “degradación de la vida erótica” afirma que la impotencia psíquica no es un hecho clínico casual, sino una tendencia universal de la sexualidad civilizada que procede no tanto de la represión cultural implícita en la abstención forzada de la adolescencia y en el condicionamiento de la sexualidad a factores económico sociales, como de la fijación incestuosa al objeto 23

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materno, fijación aterrorizada por una imaginada posibilidad de acceso a dicho objeto, y entonces “es necesario un obstáculo”; dice textualmente Freud “....ahí donde las resistencias naturales a la satisfacción no bastan, los hombres en todo tiempo han introducido las convencionales para poder gozar del amor”, intuición anticipada de que la interdicción no es la muerte del deseo sino su causa, que en eso se diferencia de la necesidad. Es una intuición que señala un campo donde plantarán sus tiendas las teorías postfreudianas que desarrollan una estructura psíquica articulada en lo imaginario, lo simbólico y lo real. La realidad en este momento se identifica con la cultura y ésta se piensa como lo que separa lo humano de lo animal (posición erecta, prohibición del incesto, normal y rituales), un desfiladero donde la pulsión se convierte en deseo, el cual no tiene más soporte que la ley que hace del hombre un hablente 3, la ley que intercepta toda satisfacción inmediata o sea el incesto. Freud vislumbra que el goce es imposible como satisfacción absoluta del deseo porque quedaría aniquilado el psiquismo; la cultura por lo tanto no es lo que impide tal goce sino que ella se ha construido sobre su imposibilidad. Repetimos con Freud : para que exista el fuego es necesario que el hombre se abstenga de orinarse en él. Lejos estamos pues del evolucionismo de tipo biológico en el que algunos seguidores insisten en situar la obra de Freud; su obra es más subversiva que la pretendida revolución sexual que se dice inspirada por ella, pero que sólo encuentra algún asidero en los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad y en las Conferencias de introducción al psicoanálisis; pero no es válido quedarse ahí, con Freud hay que ir “más allá del principio del placer” y de la concepción simplista de la realidad como la suma de intereses sociales. Por eso también destacamos en el pensamiento de Freud en vez de las críticas a la educación, siempre sustentadas en algunas esperanzas de reforma profiláctica, el valor que tiene el esclarecimiento de los nexos existentes entre los procesos intelectuales y la sexualidad infantil; nexos que hacen depender la facultad de pensar del destino de las pulsiones parciales y de la curiosidad sexual infantil; la suerte que corran las precoces investigaciones sobre el cuerpo propio y el de otros niños, sobre la relación de los padres, sobre la las diferencias de los sexos y el origen de los niños, es decisiva en el desarrollo de la capacidad teórica del infante y se constituye en factor de éxito o de fracaso de especulaciones posteriores sobre todos los temas que pueden acuciar al hombre. En Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci, Freud fija las tres salidas posibles ante el fracaso de dichas investigaciones originarias. Dichas tres salidas son: 1) inhibición neurótica del pensamiento, una especie de debilidad mental adquirida, 2) erotización de las funciones intelectuales, las cuales toman un carácter obsesivo al verse condenadas al repetir el primer fracaso, 3) una parte de la pulsión logra escapar de la represión y obtener satisfacción en los procesos intelectuales y artísticos, algo desgraciadamente todavía no programable por medio de la formación especifica pues depende de múltiples factores todavía no bien conocidos. Solamente podemos formular hipótesis de que la inscripción del 3

Forma en que traduce Néstor Braunstei el parletre de Lacan

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niño y del adolescente en una ética que privilegie la verdad sobre la conservación de las idealizaciones que sostienen los intercambios familiares tal vez sea muy favorable a la emergencia del proceso, que Freud engloba dentro del término un poco ambiguo de sublimación, conducente al deseo de crear y saber. Una de las verdades que ya no debemos abandonar en toda consideración sobre lo humano es la de alteridad de sujeto, particularmente de aquello que denominamos el Yo, frente a lo que lo precede y lo constituye, particularmente las pulsiones sexuales y sus vicisitudes orales, anales y fálicas. Es una alteridad que Freud metaforiza con la alegoría del oso blanco y la ballena: viven en universos totalmente distintos. En los sucesivos textos de Freud a partir de la interpretación de los sueños pueden cambiar los términos de lo que es escindido dentro del sujeto y qué produce la separación: instintos sexuales opuestos a los instintos del Yo, consciente e inconsciente, proceso primario y proceso secundario, instintos de vida y de muerte; pero no deja de acentuarse la escisión hasta llegar al radicalismo que se aprecia en El malestar en la cultura. Es en estudio continuado de ese abismo dentro del sujeto que aparece como una necesidad teórica el concepto de principio de realidad; sucede en 1911 en el ensayo sobre El doble principio del suceder psíquico; el principio de realidad no es aquí más que el modo de funcionamiento del proceso secundario, ya descrito en la interpretación de los sueños; fijación de la energía libre, elevación de la cantidad de excitación tolerada en el sistema, surgimiento de la atención, de la memoria y del pensamiento debido a la necesidad de reencontrar por una acción apropiada en la realidad el objeto de satisfacción. Dentro de este proceso, guiado por la necesidad, se presenta como ineludible obligación la información sobre el mundo externo, presentándose entonces al espíritu, no lo que es agradable sino lo que es real, aunque sea desagradable. Ahora bien, la pulsiones del Yo, que también hacen en este texto su primera aparición, están mejor dispuestas a dicho sometimiento a la realidad, pues, por definición, su fin no es el placer de la descarga sino la supervivencia del individuo; en cambio, las pulsiones sexuales, de tipo infantil, liberadas de la necesidad de la supervivencia y de reproducción, se liberan también de todo objeto exterior y campean victoriosas en el autoerotismo, escapando a las limitaciones que impone el proceso secundario, permaneciendo para siempre dentro del principio del placer y manifestándose en el proceso primario que se rige por una gramática distinta de la del lenguaje (proceso secundario) : la gramática que impera en los sueños, y por otra lógica, la que rige lo inconsciente. Sólo cuando las pulsiones sexuales infantiles (parciales y anobjetales) quedan sepultadas por la represión, y después del período de latencia, la sexualidad toma una orientación objetal compatible con el Yo y al servicio de la supervivencia de la especie; es una sexualidad situada en una realidad no edípica y sometida a un largo retardo, en el cual encuentra Freud el espacio donde reintroducir lo traumático sexual, que ya no sería referido a hechos acaecidos en la infancia sino a la reaparición o, mejor, a la posibilidad de reaparición de representaciones de lo sexual infantil, polimorfo perverso, dentro de las representaciones conscientes de la sexualidad dirigida hacia el objeto a partir de la pubertad. 25

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Para Freud, una parte esencial de la predisposición psíquica a la neurosis residiría en está especie de educación retardada de las pulsiones sexuales respecto de la realidad y en las condiciones específicamente humanas, vale decir culturales o simbólicas, de dicho retardo. Esto lo obliga a descubrir la educación, como aquello que favorece el sojuzgamiento del principio del placer y su reemplazo por el principio de realidad; para lograrlo la educación, en el sentido de culturización y socialización o, si se prefiere, en el sentido de inscripción progresiva en sistemas simbólicos desde el nacimiento, se valdría del amor como recompensa real que recibe el infante a cambio del placer al cual renuncia; es explicable por consiguiente que educar al niño mimado sea muy difícil, pues éste da por descontado que no puede perder el amor de los padres haga lo que haga. Igualmente en la Introducción al psicoanálisis Freud dice que las tendencias sexuales y el instinto de conservación no se comportan de la misma manera respecto de la necesidad real, porque los instintos (pulsiones) que tienen por fin la conservación son más accesibles a la educación, puesto que no pueden procurarse por fuera de la realidad los objetos necesarios y sin los cuales el individuo perecería, en cambio las pulsiones sexuales infantiles que no tienen necesidad del objeto son reacias a la educación pues tiene el recurso del propio cuerpo y sus zonas erógenas para obtener el placer en forma autónoma; lo que de ellas permanece en el hombre le da a lo humano ese rasgo rebelde a la cultura, ese carácter arbitrario, caprichoso, refractario que se manifiesta con tanta frecuencia en sus deseos, en sus actos, en sus relaciones con el otro, es probablemente el secreto de lo enigmático de la sexualidad humana. La obligatoriedad del proceso que conduce de la naturaleza (la pulsion sexual infantil) a la cultura (renuncia a la autonomía pulsional) es el principio de realidad y no, como lo han pensado algunos analistas, el contenido social específico de una época dada; es un paso forzado, un paso más allá de la omnipotencia alucinatoria de la pulsion hacia el reconocimiento de la carencia del objeto, vale decir de instinto en el sentido biológico; es un paso hacia el malestar en la cultura y no hacia la adaptación simple y llana; es un reconocimiento de la imposibilidad del hombre como ser natural. Pero los que fuerzan ese paso en el niño, los padres o sus representantes, no pueden dejar de expresar ahí también su propio sistema inconsciente, sus deseos, lo imaginario de su estructura como sujeto, las represiones que han coartado sus pulsiones parciales; podemos decir por lo tanto que en tal paso hacia la realidad cultural dado en el campo de la palabra los deseos del niño se tejen con los deseos del otro que lo ha puesto en el mundo o que lo introduce en el mundo. Dirá Freud en El malestar en la cultura que la realidad exterior es concebida por el adulto según el modelo de su propia relación de niño con los respectivos padres; y en Reflexiones sobre la guerra y la muerte, identifica explícitamente la presión de la realidad con la presión educativa que ejercen unas generaciones sobre las subsiguientes en el devenir de las series genealógicas. La sociedad es como una instancia paterna del adulto que se coloca frente a ella como un niño

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frente a sus padres; la educación en la realidad no es por consiguiente una tarea finita sino infinita, tan interminable como el análisis. La amnesia infantil de los padres y educadores los lleva a oponerse a todo lo que en los niños les recuerda la propia infancia reprimida, convirtiendo, la moral que tratan de transmitir un una simple versión negativa de sus deseos inconscientes, lo cual no es bueno para las relaciones que se debieran desarrollar con la verdad dentro del proceso de culturización. El educador, padre o maestro, no debe olvidar que su acción sólo es posible porque la represión de las pulsiones se inicia y se desarrolla fundamentalmente dentro del sujeto infantil y que por lo tanto su papel no es otro que el de procurar que no se lesionen las posibilidades del pensamiento y tampoco debe olvidar que su límite es el de la imposibilidad de conquistar una realidad que sacrifique los sueños; sin ese lapso cotidiano de realización alucinatoria del deseo que son los sueños, la realidad sería una pesadilla, pero ellos no bastan para agotar los requerimientos de lo imaginario que nos habita, también éste se proyecta en la percepciones aparentemente más reales y en los pensamientos más científicos; en todos los momentos de nuestra vida está presente el sueño de alguna manera, imperceptible, y a través de él el deseo se apodera de todos los objetos, físicos o mentales; su frontera no es otra que la de lo simbólico que nos rodea, que nos constituye como seres hablantes (o “hablentes” según Lacan)) y le da sentido a la percepción. El educador gasta demasiada energía tratando de evitar satisfacciones sexuales que el Yo previamente ha archivado en la categoría de ilusiones o remitido al inconsciente en calidad de fantasías; si eso no fuera así no existiría el Yo, que no solamente es el represor sino el primer producto de la represión, el educador no tendría sobre quien actuar, es más, tampoco existiría el educador por consiguiente. Debido a lo que acabamos de exponer la sexualidad humana tendrá siempre dos registros en el campo de lo inconsciente: uno en el límite de lo biológico y es el registro pulsional, otro en el límite de lo preconsciente, es el registro fantasmagórico; en la vida sexual consciente, genital y reproductiva, o simplemente placentera, no dejarán de estar presente esos dos registros y por eso Freud aspiraba a una educación que reconociera esa verdad y evitara el daño de tratar de excluirla de la realidad; ningún educador debería ignorar que sin su mediación existe en el ser una antinomia entre el goce y la supervivencia del Yo; basada en la angustia de castración esta antinomia que predica la no supervivencia del Yo ante el goce, es una forma de la realidad para el Yo, la realidad mortal del goce. En el pensamiento de Freud esta antinomia precede la antinomia entre el sexo y la cultura. En este sentido la cultura sería una barrera contra los riesgos mortales que le hace correr al sujeto su sexualidad. 4 Como lo menciona ampliamente Catherine Millot 5, la explicación de dicha antinomia obsesiona el pensamiento de Freud y lo lleva incluso a inventar mitos o alegorías que en cierta forma den cuenta de ella. 4

Cf. Totem y Tabú y el malestar en la cultura.

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Freud Anti - pedagogue - Navarín Editeur

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La insistencia de Freud en la tesis de la ontogénesis que repite la filogénesis, para la autora citada más que un error es una alegoría de la repetición en cada individuo de la imposibilidad genérica que subyace en la sexualidad humana, de su carácter inadaptable a la pura reproducción de la especie; esto constituye una realidad que no puede se desconocida ni por la moral ni por la educación. Parece ser la queja fundamental de Freud contra la moral: ignorar la realidad del deseo humano y proponerse fines imposibles que incrementan peligrosamente el malestar cultural. El contra sentido de pretender ignorar la verdad lo plantea en Totem y Tabú así: “no hay proceso psíquico más o menos importante que una generación pueda ocultar a la siguiente”. El inconsciente de cada uno procedería en línea directa del inconsciente de sus antecesores, constituyéndose en un patrimonio de representaciones, intacto precisamente en cuanto inconsciente. Esto nos plantea la importancia del concepto de transferencia en los procesos que conducen el niño al saber cultural; según este concepto el inconsciente del educador tendría un mayor poder sobre el educando que el método que emplee o la doctrina que lo inspira, lo esencial del proceso escaparía a la conciencia de los participantes del mismo; de ahí que Freud llegará a pensar en la necesidad del psicoanálisis para padre y maestros más que en una necesidad de la reforma de la educación; dicha necesidad se fundamenta en el descubrimiento de que el superyo del niño no se forma tomando como modelo a los padres sino al superyo de los padres, que es naturalmente inconsciente y lo cual refuta toda la ideología del buen ejemplo; también se refuta así la idea del mismo Freud de una posible transmisión de caracteres adquiridos por medio de la herencia, más absurda aún cuando se trata de la transmisión de valores éticos, transmisión que sólo por este concepto revolucionario de transferencia inconsciente queda suficientemente explicada. El superyo es el vehículo de la tradición, y si le podemos aceptar a Freud la hipótesis de que es el heredero del complejo de Edipo, no le podemos aceptar la de que dicho complejo proviene o está inscrito en esquemas filogénicos que el niño porta al nacer, “precipitados de la historia de la civilización humana” (El hombre de los lobos) a no ser que lo pensemos como Catherine Millot en el orden de metáforas de categorías filosóficas provenientes de la filosofía Kantiana, en el orden de los a priori que preceden y hacen posible el concepto, para el caso el de complejo de Edipo. Pero todo esto queda más claro en lo que Lacan denominará orden simbólico, constituido por el lenguaje: “se puede decir que insistiendo para que el análisis de la neurosis fuera conducido al nudo del Edipo, Freud no aspiraba a otra cosa que asegurar lo imaginario en su concatenación simbólica, pues el orden simbólico exige por lo menos tres términos”; igualmente, el mito del asesinato del padre, que pretende explicar la incapacidad del hombre para gozar de la existencia, señala el lugar de un vacío, o mejor de un doble espacio: el de la imposibilidad de pagar la culpa (deuda) y el de la imposibilidad del goce de la madre, que sólo es comprensible dentro del orden simbólico, e implica el concepto de castración simbólica, vale decir: renuncia a la omnipotencia simbolizada en el falo. La referencia mítica es inevitable para dar cuenta del proceso cultural (Totem y Tabú); entender el complejo de Edipo es entender que el hombre debe pagar un 28

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precio por su integración al orden simbólico, ese precio es el que queda preso en él, tal como lo explica Lacan 6; el complejo de Edipo sintetiza la crianza, su triunfo y su fracaso. Es lo se aprecia en textos que van desde la Introducción al narcisismo (1914) hasta El malestar en la cultura, en los cuales la represión es concebida como el efecto de la formación de un ideal narcisista del Yo, que para proteger al Yo en su autoestima excluye las representaciones incompatibles con ella; el verdadero objeto del amor es el Yo, y sólo podrían compartir ese amor las personas sobre las cuales se pudiera proyectar el ideal del Yo. La “imagen del Yo” sría pues el prototipo de una nueva realidad que se opondría a la libido en cuanto esta hiciera elecciones de objeto que amenazaran dicha imagen; por ejemplo: a través del investimiento que pone en juego partes aisladas del cuerpo, lo cual disolvería la unidad imaginaria del Yo corporal, atrayendo fantasías de fragmentación, uno de los grandes enemigos del amor y el deseo. Teniendo en cuenta los aportes de Lacan, de Abraham y de Melanie Klein, entendemos la represión como una renuncia al deseo por amor a la imagen de sí, que es también la de la madre, última instancia del narcisismo del sujeto. El gran educador o culturizador sería pues el Ideal del Yo. Estamos ante la realidad del narcisismo como soporte de toda estructura psíquica humana: el educador no es otra cosa que un proponente de modelos para el narcisismo; si el modelo es aceptado hace que el Yo sea parte de su Ideal; pero todo este proceso es también inconsciente y por lo tanto no depende de la buena voluntad de padres y maestros ser los focos de proyección de Ideal; mas que la buena voluntad es su propio Ideal inconsciente el que entra en juego; y también las relaciones que tenga con la imagen materna originaria. Por esto dijo Freud que educar, gobernar, y psicoanalizar, eran tareas imposibles; no depende de los buenos propósitos sino del intercambio de identificaciones inconscientes, lo cual también esta incluido en lo que denominamos transferencia en psicoanálisis. Por todo esto Freud llega ratificar en 1914 en La psicología del colegial que “el camino que conduce a la ciencia pasa por el maestro” y por consiguiente la tecnología pedagógica cuenta menos que los restos del complejo de Edipo; por lo tanto el psicoanálisis sólo puede aportar el pedagogo el conocimiento de los límites de su poder y la comprensión de las reacciones de los niños y adolescentes, advirtiéndoles de paso sobre los riesgos de tratar de realizar su propio Ideal del Yo a través del educando, o mejor, de una identificación inconsciente con su educando. Esta dialéctica de mutua identificaciones alienantes son para F. Roustang en Un destin si funeste una de las condiciones propicias de la psicosis. Otra consecuencia de la realidad narcisística del ser humano desentrañada por Freud es la de no poder seguir considerando que padre y maestro son seres angelicales que renuncian a sus propios intereses en beneficio del infante; por el contrario, casi todo su labor está guiada por sus deseos e intereses inconscientes, los cuales sólo puede hacerlos suyos el niño por un proceso de alienación; eso es inevitable y debemos saberlo, para saber diferenciar en la realidad lo que es del césar y lo que es... del Ideal del Yo. 6

Escrits p. 414 p. 822

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Tanto en Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte como en El porvenir de una ilusión Freud expresa la necesidad de que la culturización renuncie a la ilusión y se sostenga en la realidad. ¿En cuál realidad? en la realidad de la sexualidad infantil, de la fantasía inconsciente, de la transferencia, de la alienación; en otras palabras; que se apoye en una ética de la verdad. La pasión por la verdad saca a Freud del principio del placer y lo vuelca sobre la verdad de Sileno, el compañero de Dionisos: tal vez el gran placer sería dejar de existir. Freud se topa con esto cuando intenta encontrar una explicación coherente al hecho de que el hombre durante su existencia no deja de buscar la repetición de experiencias displacenteras; las pruebas de ello se encuentran en cualquier lado que se mire: el juego de los niños, el trabajo de los adultos, la guerra de las naciones, la vida de los santos, los vicios de los hombres, los amores de las mujeres y los hombres; mejor dicho: casi toda la historia universal no es otra cosa que repetición incesantes de los dramas suscitados por la autodestructividad del hombre. Freud se vio conducido a postular una pulsión de muerte que paradójicamente regiría la vida humana. Pero Freud tropieza con un problema al formular tal pulsión: la muerte no existe de por sí, es algo que se da sólo en lo que está vivo; por lo tanto Tánatos no puede ser otra cosa que un aliado de Eros, el cual tendría que soportar la carga de tal alianza para ser lo que es. Esto queda precisado en El problema económico del masoquismo. (1924) donde se nos dice el significado de éste último reordenamiento de las pulsiones, o nueva matapsicología. Se trata de una paradoja, o una pulsión contraría a la vida, que Freud no logra resolver completamente; sólo se comprende recurriendo a la Lacan y gracias a su insistencia en el lenguaje, pues éste puede soportar el concepto de una pulsión de muerte porque es el más allá de la vida y no sólo el mas allá del placer, es autónomo frente a lo biológico del ser y puede cambiar el destino de la anatomía; es la red simbólica que espera a cada nuevo ser y lo determina desde antes su nacimiento constituyéndose también en un más allá del sujeto, separado del ser viviente por una escisión radical alrededor de la cual se organiza aquello que define lo simbólico y lo define como castración que no puede negar el ser humano sino con el riesgo de hacerla real, porque perdería la posibilidad de pensar. Es lo que Freud explica en texto como El porvenir de una ilusión: el ingreso a la cultura priva al ser humano de la omnipotencia pulsional; para poder seguir gozando de la omnipotencia hay que acudir a un vinculo (religión) con la divinidad, lo cual permite ser el Yo ideal de la madre; esto no es simplemente un error, sino el desmentido de la realidad, la realización del deseo por medio de ideas. Sin embargo, hacer soportable la vida aceptando la realidad de la muerte, vale decir de lo simbólico que concomitantemente nos hace sentir existentes y mortales, no es una tarea que se pueda programar mediante pasos y etapas de algún plan académico; sólo se puede como un sobrepasamiento del narcisismo y la aceptación del displacer de ahí derivado; la renuncia narcisística, he ahí lo que se juega en la fantasía inconsciente de la castración, donde puede salir derrotada la verdad y aún el psicoanálisis. Pero debemos recordar a los partidarios del refuerzo del Yo como terapia que si la salud es igual a la tontería entonces es una 30

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salud más costosa que la enfermedad. Tener, a cambio de una pulsión no satisfecha, un deseo que se realiza en el logos, es el único programa posible para viajar a través del malestar cultural; convencernos de la verdad implícita en la divisa de la liga Hanseática: “Vivir no es necesario; navegar sí”.

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