Domingo XXV - Tiempo Ordinario C

Domingo XXV - Tiempo Ordinario C Lo único que codicia el creyente es la salvación Preparado por el P. Behitman A. Céspedes De los Ríos (Diócesis de Pe...
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Domingo XXV - Tiempo Ordinario C Lo único que codicia el creyente es la salvación Preparado por el P. Behitman A. Céspedes De los Ríos (Diócesis de Pereira), con el apoyo del P. Emilio Betancur M. (Arquidiócesis de Medellín). Cf. Servicio Bíblico Latinoamericano.

Am 8,4-7: Contra los que “compran por dinero al pobre” Salmo 112: Alaben al Señor que ensalza al pobre 1Tim 2,1-8: Pidan por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven Lc 16:1-13: No se puede servir a Dios y al dinero

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No pueden servir a Dios y al dinero

n aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de que malgastaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque quedas despedido”. Entonces el administrador se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer ahora que se me quita el trabajo? Ya no tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan”. Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo, y dijo al primero:

“¿Cuánto debes a mi amo?” El hombre respondió: “Cien barriles de aceite”. El administrador le dijo: “Toma tu recibo; date prisa y haz otro por cincuenta”. Luego preguntó al siguiente: “Y tú, ¿cuánto debes?” Este respondió: “Cien sacos de trigo”. Él le dijo: “Toma tu recibo; escribe otro por ochenta”. Y el amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Y es que los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.

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Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. El que es de fiar en lo pequeño, también es de fiar en lo importante; el que no es honrado en lo pequeño, tampoco en lo importante es honrado. Si no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido de fiar administrando bienes ajenos, ¿quién les confiará lo que es de ustedes? No hay criado que pueda servir a dos amos: pues, odiará a uno y amará al otro, o bien será fiel a uno y despreciará al otro. En resumen, no pueden servir a Dios y al dinero». Palabra del Señor

El amor al dinero es una idolatría

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l profeta Amós nos ubica en el contexto de la cuarta visión y su interpretación, que va contra los defraudadores y explotadores. El profeta, en todo su libro, nos presenta cinco visiones sobre el destino del pueblo de Israel (7,1– 9,10). El mensaje de Amós estaba dirigido principalmente al reino del norte, Israel, pero también menciona a Judá (el reino del sur) y a las naciones vecinas de Israel (sus enemigas): Siria, Filistea, Tiro, Edom, Amón, Moab. La razón del juicio: la codicia de los ricos. Amós grita y denuncia: Escuchen esto los que pisotean al pobre y quieren arruinar a los humildes de la tierra (v. 4). El profeta, al hacer sus juicios y lanzar sus amenazas, da los motivos y hace las denuncias por las cuales serán castigados y corregidos. Denuncias contra las casas ostentosas, fruto de la opresión a los pobres y débiles. Y esto por no cumplir con la justicia en el trabajo y en el comercio. Engañan y roban en las balanzas fraudulentas, en los precios y salarios. También hay juicios contra un culto exterior que quiere encubrir toda esa injusticia con sacrificios, ofrendas y cantos, que así no son gratos a Dios. Al tema del fraude, tan presente en esta cuarta visión, le sigue el juramento divino y el castigo En el siglo XXI, esta invectiva profética de Amós contra la explotación humana necesitamos ampliarla a la explotación de la naturaleza. Hace casi 3000 años, metidos ya como estaban en plena época de la agricultura y de la explotación de la tierra, y una vez que, a partir del IVº-Vº milenios, tras la invasiones indoeuropeas, ya la divinidad había sido separada de la naturaleza (desacralización de la Pachamama), no podían percibir la perspectiva ecológica. Casi sólo prestaron oídos a la explotación interhumana. También es verdad que entonces no se escuchaba tan fuerte como hoy «el grito de la Tierra», los síntomas de la crisis ecológica, y se pensaba que el grito sólo era de los pobres... Hoy necesitamos ampliar esa queja profética; queremos abarcar en ella no sólo la explotación de los pobres, sino también la explotación de la naturaleza, las selvas mutiladas, los bosques calcinados, los ríos contaminados, las montañas horadadas, los animales acorralados en su hábitat invadido, la Pachamama profanada... No es una ampliación indebida; prolonga simplemente los mismos argumentos de justicia y de utopía del profeta. Hoy Amós se sumaría al reconocimiento del grito de la Tierra, desde su misma conciencia profética.

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an Pablo exhorta a que se ore por todo el mundo y de manera especial por los encargados de dirigir política y religiosamente al pueblo, porque la intención de Dios es salvar a todo el ser humano, y que estos lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Esa verdad se nos fue revelada por su Hijo Jesús, donde Él mismo se presentó como el Camino, la Verdad y la Vida. Es la verdad que nos hará libre. Pablo coloca a Jesús como el único mediador entre Dios y el ser humano: porque hay un solo Dios y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Es la universalidad de Cristo en el acontecimiento salvífico de la humanidad, que con su muerte se entregó a sí mismo como rescate por todos.

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sta parábola –no siempre bien interpretada– va dirigida a los fariseos que son amigos del dinero, su verdadero Dios. Representa, como tantas otras, un caso extremo: un hombre que está a punto de ser despedido de su trabajo y que necesita actuar urgentemente para garantizarse el futuro, antes de quedarse sin empleo. Para ello plantea una estrategia. Acusado de derrochar los bienes de su amo (16,1), causa por la que se va a quedar sin trabajo, decide rebajar la cantidad de la deuda de cada uno de los acreedores de su amo, renunciando a la comisión que le pertenece como administrador. Es sabido que los administradores no recibían en Palestina un sueldo por su gestión, sino que vivían de la comisión que cobraban, poniendo con frecuencia intereses desorbitados a los acreedores. La actuación de administrador debe entenderse así: el que debía cien barriles de aceite había recibido prestados cincuenta nada más, los otros cincuenta eran la comisión correspondiente a la que el administrador renuncia con tal de granjearse amigos para el futuro. Renunciando a su comisión, el administrador no lesiona en nada los intereses de su amo. De ahí que el amo lo felicite por saber garantizarse el futuro dando el “injusto dinero” a sus acreedores. El amo alaba la estrategia de aquel “administrador de lo injusto”, calificativo que se da en el evangelio de Lucas al dinero, pues, en cuanto acumulado, procede de injusticia o lleva a ella. Para Lucas, todo dinero es injusto. Ahora bien: si uno lo usa –desprendiéndose de él– para "ganarse amigos", hace una buena inversión no en términos bursátiles, ni bancarios, sino en términos humanos cristianos. El injusto dinero, como encarnación de la escala de valores de la sociedad civil, sirve de piedra de toque para ensayar la disponibilidad del discípulo a poner al servicio de los demás lo que de hecho no es suyo, sino que se lo ha apropiado en detrimento de los desposeídos y marginados. El “injusto dinero” es calificado en la conclusión de la parábola como "lo de nada" y "lo ajeno", en cuanto opuesto a "lo que vale de veras, lo importante, lo vuestro”. Y “lo que vale de veras” no es el don del dinero, sino el del Espíritu de Dios que comunica vida a los suyos (“cuánto más el Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden”, cf. Lc 11,13). Eso sí, para recibir el Espíritu (que es comunicación de la vida de Dios que potencia al hombre) se requiere el desprendimiento y la generosidad hacia los demás (11,34-36). La parábola termina con esta frase lapidaria: “No pueden servir a Dios y al dinero”. La piedra de toque de nuestro amor a Dios es la renuncia al dinero. El amor al dinero es una idolatría. Hay que optar entre dos señores: no hay término medio. El campo de

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entrenamiento de esta opción es el mundo, la sociedad, donde los discípulos de Jesús tienen que compartir lo que poseen con los que no lo tienen, con los oprimidos y desposeídos, los desheredados de la tierra. El afán de dinero es la frontera que divide el mundo en dos; es la barrera que nos separa de los otros y hace que el mundo esté organizado en clases antagónicas: ricos y pobres, opresores y oprimidos; el ansia de dinero es el enemigo número uno que imposibilita que el mundo sea una familia unida donde todos se sienten a la mesa de la vida. Por eso el discípulo, para garantizarse el futuro, debe estar dispuesto en el presente a renunciar al dinero que lleva a la injusticia y hace imposible la fraternidad.

La transparencia con lo ajeno

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a mayoría de las familias ricas de Palestina eran extranjeros que entregaban sus propiedades a administradores de toda su confianza. Uno de ellos malgastó los bienes de su patrón, razón para perder su trabajo. Ante el inminente despido no es capaz de buscar trabajo por su edad, ni pedir limosna por vergüenza. Una de las cosas más difíciles para la condición humana es bajar de nivel social, en buena parte porque se afecta totalmente el “ego” y la imagen personal de la familia: “No tengo fuerzas para trabajar y me da pena pedir limosna” (evangelio). Entonces el administrador convoca a los deudores del dueño y en lugar de cobrarles lo que deben, así se quede sin las ganancias que le corresponden, pero con tal que lo tengan en cuenta cuando deje su trabajo: “Ya sé lo que voy a hacer para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan” (evangelio). El administrador, en Palestina, tenía derecho a autorizar préstamos de lo propio de su amo; y como no percibía sueldo aumentaba en el recibo la cantidad prestada para beneficiarse de la diferencia. El despido fue por la mala administración más que por las rebajas hechas a los deudores. “Es cierto lo que me han dicho de ti que has malgastado todos mis bienes. Dame cuenta de tu trabajo porque en adelante no serás administrador” (evangelio). En Lucas hay otros personajes no menos ejemplares como el amigo inoportuno (11,5-8) o el juez inicuo (18,1-8).

Limosnas o fraternidad

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uien elogió lo hecho por el administrador fue el patrón y no Jesús. Lo elogiable no es la falta de ética, sino la habilidad para salir de una situación crucial previendo su futuro. “El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad.” “Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles, en sus negocios, que los que pertenecen a la luz” (evangelio). La parábola no trata de la ayuda a necesitados con dineros mal habidos, como las equivocadas experiencias pastorales en la época del narcotráfico. Jesús se está dirigiendo a la comunidad de discípulos que lo siguen hacia la cruz, por lo tanto, no es un problema de limosnas blanqueadas, sino de acciones de fraternidad y comunión que fortalezcan la comunidad cristiana con la memoria viva de las primeras comunidades cristianas: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno… partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez del corazón” (Hechos 2,44-46). “Escuchen esto los que buscan al pobre solo para

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arruinarlo y andan disminuyendo las medidas, aumentando los precios, alterando las balanzas, obligando a los pobres a venderse, por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo. El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: No olvidaré jamás ninguna de estas acciones” (Segunda lectura). “El levanta del polvo al desvalido y saca al indigente del estiércol para hacerlo sentar entre los grandes, los jefes de su pueblo” (Sal 112). Los bienes que Dios entrega al creyente son para servir a los demás, pero no se puede servir a Dios y al dinero, pues se odiará a uno y se amará al otro, o se apegará al primero y se despreciará al segundo (Evangelio). “Lo que se le exige a un administrador es que sea fiel (transparente)” (1Cor 4,2).

El futuro de la honradez

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uien sirve al dinero organiza su vida con valores opuestos al evangelio, perdiendo la posibilidad de ser más humano. Quien tiene la experiencia de Jesús por la acción del Espíritu Santo en su corazón sabe más de humanidad por su fraternidad, solidaridad y sensatez frente al dinero. La vida diaria, según el evangelio, consiste en una serie de posibilidades aparentemente pequeñas donde se juega la fidelidad en las cosas pequeñas para serlo en las grandes; el que es injusto en lo insignificante, también lo es en lo importante. “Si no fuisteis fieles en el dinero injusto ¿Quién os confiará el verdadero? Si no fuisteis fieles con lo ajeno ¿quién os dará lo vuestro? Gánense amigos que cuando ustedes mueran los reciban en el cielo” (evangelio). Para esto, dice Pablo, “yo he sido constituido, digo la verdad y no miento, pregonero y apóstol para enseñar la fe verdadera” (segunda lectura). Pablo termina con una petición: “Hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y demás autoridades para que podemos llevar una vida en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido” (segunda lectura)

Infieles en lo poco…

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os bienes que Dios entrega al creyente son para servir a los demás, pero no se puede servir a Dios y al dinero, pues se odiará a uno y se amará al otro, o se apegará al primero y se despreciará al segundo (Evangelio) No estamos interesados en saber que la crisis social, política e incluso religiosa de hoy tiene como raíz el poder seductor del dinero que termina separándonos de Dios, o teniendo dos vidas paralelas: Una con prácticas religiosas, aparentemente piadosas, y otra con el corazón inundado de la ambición por tener más. Eso puede ocurrir en la religión, pero no en la fe. Al mal administrador no se le pueden confiar los bienes que son para crear fraternidad y comunidad, máxime cuando algunos de ellos son bienes de la Comunidad. Pablo diría: “lo que se le exige a un administrador es que sea fiel (transparente)” (1Cor 4,2). Cuando esto no se cumple, la iglesia, por una misericordia mal entendida, ronda los límites de la impunidad, haciendo honor al dicho de “caer parado”.

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Opción entre la lógica del lucro o la lógica de la solidaridad Homilía de Benedicto XVI, en la plaza delante de la catedral de Velletri, septiembre 23 de 2007

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ueridos hermanos y hermanas: Os saludo a todos con afecto

(…) El amor es la esencia del cristianismo; hace que el creyente y la comunidad cristiana sean fermento de esperanza y de paz en todas partes, prestando atención en especial a las necesidades de los pobres y los desamparados. Esta es nuestra misión común: ser fermento de esperanza y de paz porque creemos en el amor. El amor hace vivir a la Iglesia, y puesto que es eterno, la hace vivir siempre, hasta el final de los tiempos. En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos. También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16,1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: "El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido" (Lc 16,8). Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante. En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: "Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo". En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero —"mammona"— es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona. Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y "mammona"; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del

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lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos. En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz. Así pues, parafraseando una reflexión de san Agustín, podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra! (cf. Discursos 359,10). Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: "El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho" (Lc 16,10). De esa opción fundamental, que es preciso realizar cada día, también habla hoy el profeta Amós en la primera lectura. Con palabras fuertes critica un estilo de vida típico de quienes se dejan absorber por una búsqueda egoísta del lucro de todas las maneras posibles y que se traduce en afán de ganancias, en desprecio a los pobres y en explotación de su situación en beneficio propio (cf. Am 4,5). El cristiano debe rechazar con energía todo esto, abriendo el corazón, por el contrario, a sentimientos de auténtica generosidad. Una generosidad que, como exhorta el apóstol san Pablo en la segunda lectura, se manifiesta en un amor sincero a todos y en la oración. En realidad, orar por los demás es un gran gesto de caridad. El Apóstol invita, en primer lugar, a orar por los que tienen cargos de responsabilidad en la comunidad civil, porque —explica— de sus decisiones, si se encaminan a realizar el bien, derivan consecuencias positivas, asegurando la paz y "una vida tranquila y apacible, con toda piedad y dignidad" para todos (1Tm 2,2). Por consiguiente, no debe faltar nunca nuestra oración, que es nuestra aportación espiritual a la edificación de una comunidad eclesial fiel a Cristo y a la construcción de una sociedad más justa y solidaria. (…) Que María nos libre de la codicia de las riquezas, y haga que, elevando al cielo manos libres y puras, demos gloria a Dios con toda nuestra vida (cf. Colecta). Amén.

Ganar amigos con el dinero injusto

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José Antonio Pagola

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a sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Sólo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia. En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de Profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos. Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce "dinero limpio". La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos. ¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. «Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas». Jesús viene a decir así a los ricos: "Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre". Dicho con otras palabras: la mejor forma de "blanquear" el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres. Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos sólo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida. Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida. Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.

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