DICCIONARIO RAZONADO DEL OCCIDENTE MEDIEVAL

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EDAD MEDIA

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a Edad Media no existe. Este periodo de casi mil años, que abarca desde la conquista de la Galia por Clodoveo hasta el final de la Guerra de los Cien Años, es una fabricación, una construcción, un mito, es decir, un conjunto de representaciones y de imágenes en perpetuo movimiento, ampliamente difundidas por la sociedad, de generación en generación, en particular, en el caso de Francia, por los maestros, los «Húsares negros» de la República, para dar a la comunidad nacional una identidad cultural, social y política fuerte. Hemos intentado seguir la trama de este mito, desde finales de la Edad Media tradicional hasta el final del segundo milenio. Para no alejarnos de un punto de vista coherente, nos hemos dedicado con preferencia al caso francés, repasando únicamente de un modo general el resto de situaciones europeas, incluso planetarias. En concreto, Francia es probablemente el único país occidental cuya memoria medieval ha estado muy profundamente y durante tanto tiempo dividida en la época contemporánea, en el plano cultural, político y religioso, y en donde la Edad Media constituye todavía hoy un excelente revelador de las Passions françaises. Por lo demás, esto se ha podido verificar en 1996, durante los acalorados debates en torno a los orígenes nacionales suscitados por el «Año Clodoveo», como contrapunto del bicentenario de la Revolución. DEL HUMANISMO AL NEOCLASICISMO La aparición del concepto peyorativo de «edad media», es decir, literalmente hablando, «época intermedia», es la consecuencia de un doble fenómeno cultural y religioso. Dicha consecuencia es el resultado de la voluntad manifestada por los humanistas italianos, desde el siglo XIV, de recuperar las fuentes de la Antigüedad clásica en su pureza y su autenticidad filológicas, limpia de escorias y de alteraciones lingüísticas provocadas por las glosas que realizaron los «Sorbonardos», es decir, los maestros de la universidad de París. Como observa Jean-Marie Goulemot, la scienza nuova de Petrarca constituye ante todo «un esfuerzo por echar a un lado las arenas del tiempo, percibir bajo las arrugas de la edad el frescor de las primeras sonrisas del mundo». Esta impronta filológica favoreció también el intento de la Reforma protestante por retornar al texto sagrado, encontrar de nuevo el cristianismo de los orígenes y denunciar una Iglesia embarrancada en la ciudad terrestre y que se había vuelto indiferente a los ideales evangélicos de la ciudad de Dios. Situada entre dos cumbres de la civilización (la Antigüedad clásica y el Renacimiento), la transición medieval es desde entonces mirada con desprecio durante varios siglos, considerada como un periodo de profunda decadencia en el dominio cultural, intelectual y artístico (el arte «gótico» denigrado por Miguel Ángel), y como una interminable noche que las luces del siglo XVI comenzaban por fin a disipar. La terminología inventada por Petrarca y por los humanistas italianos del siglo XIV –medium tempus o media tempora– se desarrolla en la segunda mitad del siglo XVII bajo la pluma de los eruditos alemanes y franceses. En 1676, Cristóbal Cellarius (o Keller), profesor en

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Halle, publicó en Jena la primera verdadera historia medieval en latín. En 1681, Carlos du Cange edita su famoso Glossarium ad scriptores mediae et infimae latinitatis (Glosario de la latinidad medieval y tardía). El siglo XVIII recuperó por su cuenta, perfeccionándola (las lenguas europeas habían tomado el relevo del latín), esta división ternaria de la historia (Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna) para celebrar mejor, como había hecho Voltaire en el Ensayo sobre las costumbres (1756), la victoria de la Ilustración sobre el oscurantismo clerical y el triunfo de una civilización refinada sobre la vulgaridad y la barbarie de esos lejanos siglos de hierro. Sin embargo, inmediatamente después de la Revolución Francesa, el término «Edad Media» comienza a ser considerado por los eruditos europeos como un término técnico más neutro, desprovisto de connotaciones peyorativas, un término cómodo con que designar un periodo cronológico alejado en el tiempo. Por otra parte, contrariamente a lo que suele decirse, no hubo que esperar en Francia a la época romántica para que cundiera el interés por la Edad Media, tomando prestados a esta época motivos de inspiración literaria y musical. Voltaire mismo, ese acusador cáustico de las tinieblas medievales, es el autor de Adélaïde Duguesclin, escrita en 1734, obra cuya acción se desarrolla bajo el reinado de Carlos VII. Poco después, la mayor parte de los dramaturgos del siglo XVIII se dedicaron a sacar a escena figuras representativas de las hazañas o acontecimientos de la Edad Media: Dormont de Belloy, El sitio de Calais (1765); La Harpe, Faramundo (1765); Louis Sébastien Mercier, Childerico (1774), La muerte de Luis XI (1784), Juana de Arco (1789); Sedaine, Maillard o París liberado (1782). En 1782, Sedaine, asociado con el compositor Grétry, estrena su ópera Ricardo Corazón de León, cuyo famoso recitativo «¡Oh Ricardo, oh rey mío, el universo te abandona!», se convertirá durante la Revolución Francesa en una consigna monárquica. En 1791, Jean-François Ducis representó en el Teatro Francés Juan sin Tierra, o la muerte de Arturo. Rouget de Lisle, inmortalizado por La Marsellesa, es también el autor de otra canción de guerra: Roldán en Roncesvalles. El triunfo de Los Templarios de Raynouard en 1805 constituye el punto final de toda una corriente neoclásica. En cuanto a la división implícita de los temas frecuentemente propuesta a partir de 1820 en la literatura (para el drama clásico los atavíos antiguos, para las comedias románticas la inspiración medieval), se trata más bien de una visión reductora que no se corresponde con la realidad. El conocido adversario del teatro romántico, Ponsard, representó en 1846 un drama de inspiración medieval, Agnès de Méranie. Finalmente, por una ironía de la historia, «Hugoth», Víctor Hugo, es elegido en 1841 en la Academia francesa para el sillón de un «vejestorio», Népomucène Lemercier, que escribió buena parte de su obra dramática mezclando una apariencia medieval sobre una arquitectura rigurosamente clásica. Conviene, por tanto, buscar por todas partes las características de la visión romántica de la Edad Media... LA EDAD DE ORO DE LA EDAD MEDIA ROMÁNTICA EN EL SIGLO XIX El siglo XVIII detestaba esa Edad Media que el romanticismo veneraba. Probablemente fue el traumatismo revolucionario y su vandalismo, que golpeó a un tiempo a la arquitectura y al patrimonio escrito (como reconocía Michelet, los archivos tuvieron también su Tribunal revolucionario) los que revelaron a los creadores románticos, que la desconocían, la Edad Media en fragmentos, la Edad Media caída en ultraje: los románticos «reencontraron la Edad Media de la misma forma que los primeros humanistas habían reencontrado la Antigüedad; ellos la reencontraron, es cierto, pero como algo definitivamente perdido» (Ch. O. Carbonell). Y el choque que la mayoría de los románticos experimentó en su infancia en el Museo de los Monumentos Franceses (abierto por Alexandre Lenoir en 1795 y cerrado en 1816 por la Restauración) tuvo profundas consecuencias: suscitó una nueva relación con el tiempo, desembocando en la proclamación revolucionaria de que el Pueblo es el actor privilegiado de la historia, encarnación viva de la Nación francesa. Contribuyó, pues, a la consagración del Héroe. A la universalidad de la razón y de la naturaleza humana afirmada por los clásicos, los románticos opusieron la sensación de que cada momento de la historia es único, imposible de reducir a un mero intervalo siguiente o precedente a otra época, y que es preciso restituir ese tiempo histórico con su propio color, respetando su tempo particular, tal y como hizo

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con inmenso éxito Augustin Thierry, en 1840, en sus famosos Relatos de la época merovingia. Los románticos son igualmente unos apasionados de los periodos de transición y de ruptura en donde el tiempo se tambalea. Se puede así leer Notre-Dame de París de Víctor Hugo (1831) como la crónica de una revolución anunciada, la de 1789, preparada por el impulso de la imprenta bajo Luis XI y el ascenso al poder de la burguesía que, a largo plazo, amenazarían la hegemonía cultural y política de la Iglesia. El «Libro» acabará con el catolicismo que simboliza la catedral gótica. A este interés apasionado por las fracturas temporales se añade la búsqueda obsesiva de los orígenes. En Michelet, esta búsqueda toma incluso un giro casi biológico y carnal. En esta indagación de orientación antropológica Michelet asimila la Edad Media con la infancia del pueblo, una etapa capital de su desarrollo físico y moral. Con el taller de Historia de Francia abierto por Michelet desde 1833, siguiendo una perspectiva de resurrección integral del pasado, la aventura común de la Nación francesa, desde el año 1000 a la epopeya de Juana de Arco, es sustituida por la sucesión monótona y repetitiva de los reinados, puestos uno detrás de otro, desde Faramundo hasta Luis XI. El largo combate de la Libertad contra la Fatalidad sustituye a la crónica anecdótica de las cabezas coronadas. Del pasado medieval más lejano, surgen así héroes trágicos que encarnan las virtudes eternas de Francia (bravura, sentido del deber y del sacrificio, generosidad, combate por la libertad, etc.): Roldán, Étienne Marcel, Beltrán du Guesclin y, por supuesto, Juana de Arco. La sacralización de las figuras de las gestas de los tiempos medievales se expresa igualmente con el pincel de artistas visionarios como Eugène Delacroix: con Dante y Virgilio en La Barca de Dante (1822), Juan el Bueno en la Batalla de Poitiers (1830), Carlos el Temerario en la Batalla de Nancy (1831), San Luis en la Batalla de Taillebourg o La entrada de los cruzados en Constantinopla (1840), Delacroix resucita, en una mezcla confusa de caballos engualdrapados, de lanzas y oriflamas, la Gran Hueste de los caballeros de la Edad Media. El redescubrimiento de la historia medieval se manifiesta, finalmente, por la protección y la rehabilitación del patrimonio monumental en la segunda mitad del siglo XIX, tareas asumidas por el Estado, que confía a Viollet-le-Duc la dirección de los talleres de restauración de Vézelay, Carcasona, Toulouse, Pierrefonds. Aunque las audacias arquitectónicas de Violletle-Duc susciten la rabia de los especialistas, encantan, sin embargo, al gran público. Como observa irónicamente Marcel Proust, en Sodoma y Gomorra, «para el pequeño comerciante que visita a veces en día de domingo los edificios del «tiempo de antaño», aquellos edificios cuyas piedras pertenecen a nuestra época [...] son los que más les producen la sensación de la Edad Media». Más allá del Rin, este fenómeno monumental y patrimonial se reviste de una dimensión nacionalista. La conclusión de la catedral de Colonia en 1880 y el desarrollo del Museo Nacional Germánico de Nuremberg simbolizaban la unificación de Alemania, una Alemania victoriosa frente a Francia en 1870, y el establecimiento de un nuevo Sacro Imperio Romano Germánico. EL CULTO NACIONAL DE JUANA DE ARCO En Francia, la Edad Media invade la plaza pública, la escuela y el hogar familiar para responder a las exigencias de la Revancha y, sobre todo, para legitimar los combates políticos y religiosos que marcaron la vida de la III República. La aspereza de esas «batallas por la memoria» medieval está, por otra parte, muy bien sintetizada en las controversias en torno al destino de Juana la Doncella. Para la izquierda, Juana Darc (esta ortografía resalta el origen popular que tuvo la hermana de Jacques Bonhomme) es la hija del pueblo, la encarnación viva de la nación, la mártir de la independencia de ésta, la fundadora de la unidad nacional, y, con toda seguridad, la víctima simbólica de la Iglesia, constituyendo su muerte en la hoguera la prueba más palpable de la impostura de esta institución criminal y bárbara. Por el contrario, los católicos recogen de la epopeya de Juana d’Arc (la más grande de los franceses, la mejor cristiana, la mayor de las santas, según los predicadores) el testimonio más claro del apoyo evidente con que la divina Providencia sostiene a la «hija primogénita de la Iglesia», promotora de las cruzadas, esas Gesta Dei per Francos («hazañas que Dios realiza por mediación de los francos»). Desde esta perspectiva casi sobrenatural, providencialista, los católicos confieren a Juana una dimensión cuasi cristológica: del mismo modo que Jesús

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murió en la cruz para redimir los pecados de los seres humanos, Juana fue quemada en Rouen para redimir los sacrilegios y crímenes de Felipe el Hermoso (el atentado de Anagni contra Bonifacio VIII en 1303) y de Isabeau de Baviera: el «vergonzoso» tratado de Troyes de 1420. La impotencia del parlamentario republicano Joseph Fabre en sus intentos de conseguir que adoptara la Cámara de los diputados primero (en 1884) y luego el Senado (en 1894) como fiesta nacional el día 8 de mayo, ilustra hasta lo caricaturesco las divisiones que la heroína de Lorena suscitaba en la sociedad francesa entre 1880 y 1914. Por su pare, la Iglesia proclamaba en 1894 a Juana, Venerable y Bienaventurada, en 1909. Es cierto que el Parlamento francés consagró el 8 de mayo como recuerdo nacional de la heroína en 1920, el mismo año en que Roma la elevó a los altares, pero esta ley es obra de la Cámara elegida en 1919 y dominada por el Bloque nacional, coalición de derechas moderadas. Los manuales escolares de los dos modelos de enseñanza rivales, el de los «Húsares negros de la República» y el de los «frères»1 contribuyeron a difundir en la Francia profunda dos interpretaciones conflictivas de la Edad Media. Las escuelas confesionales concedieron un valor especial a los tiempos fuertes de la cristiandad: el bautismo de Francia con Clodoveo en 496, la coronación imperial de Carlomagno en Roma en el año 800, la toma de Jerusalén por los cruzados en 1099, el siglo XIII, considerado en su globalidad como el momento de apogeo de la civilización cristiana, merced a la vida ejemplar de San Luis, que floreció en esa época, del prestigio intelectual de los doctores de la Universidad de París y de la irradiación artística del arte gótico por toda Europa. Las escuelas laicas exhumaron del pasado medieval todos los acontecimientos que anunciaban la gran Revolución Francesa, el movimiento municipal del siglo XII, los Estados generales y las revoluciones parisienses del siglo XIV; según esta lectura progresista, Étienne Marcel es considerado como una especie de Danton medieval, ¡que intentó que el reloj de la historia marcara 1789 en 1358! Sin embargo, a pesar de las querellas de familia, existía también bajo la III República, una Edad Media patriótica y nacional susceptible de reconciliar las «dos Francias»: si los laicos miraban con condescendencia la devoción monacal de San Luis y con severidad su participación en la cruzada, celebraban en cambio la victoria de Luis XI sobre los ingleses en Taillebourg y en Saintes, y la incorporación al dominio regio del Languedoc, con «sangre, sudor y lágrimas» vertidas en la cruzada contra los albigenses. En los dos modelos, Felipe Augusto, el vencedor de los alemanes en Bouvines, y Luis XI, que sometió a Carlos el Temerario, son considerados como infatigables artesanos de la unidad nacional y, por ello, orgullos de la patria. Al margen de las controversias sobre el pasado medieval, en particular, los manuales de las dos escuelas han legado a los pequeños franceses del siglo XX una colección de imágenes mitológicas que constituye lo que Gaston Bonheur calificó en 1963 como el «álbum de familia de todos los franceses» y que pueblan todavía hoy el inconsciente colectivo: el episodio del vaso de Soissons2, Roldán haciendo sonar el cuerno en Roncesvalles, Carlomagno felicitando a los alumnos aplicados y reprendiendo a los perezosos, San Luis, accesible a sus súbditos, impartiendo justicia bajo el roble de Vincennes, Carlos VI con su locura por el bosque de Mans, Juana de Arco reconociendo a Carlos VII en Chinon, Luis XI visitando en Plessislès-Tours a sus «chiquillas» o aterrorizado ante la muerte que se le aproximaba. Si, inmediatamente después de la Gran Guerra, durante la prolongación de la «Unión sagrada», en Francia las polémicas políticas y religiosas en torno a la Edad Media se difuminaron, encontraron en cambio un nuevo vigor en el contexto de una Europa totalitaria, que buscaba en una Edad Media reinterpretada de forma partidista inquietantes apoyos históricos, legitimadores de la construcción de un orden nuevo aterrador.

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1 «Frères» alusión a los Frères des Écoles chrétiennes, congregación religiosa dedicada a la educación. [N. de la T.] 2 Vase de Soisson. Gregorio de Tour cuenta esta anécdota fechada en 486, tras la batalla de Soisson. Remi, obispo de Reims pidió a Clodoveo que le devolviera un cáliz que habían obtenido sus soldados como botín. El soldado que lo tenía lo rompió ante Clodoveo cuando éste se lo reclamó. Al año siguiente, durante una inspección de las tropas, Clodoveo le partió el cráneo al soldado, tal y como éste había hecho con el cáliz. [N. de la T.]

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DICCIONARIO RAZONADO DEL OCCIDENTE MEDIEVAL –––––––––––––€€€€––––––––––––– LOS USOS DE LA EDAD MEDIA DE 1920 A 1945

Los viejos mitos que exaltaban la memoria del Sacro Imperio Romano Germánico fueron hábilmente actualizados y explotados por Hitler para servir a sus oscuros designios. Con objeto de reforzar el lazo entre el Führer y los antiguos soberanos germánicos y presentar al fundador del III.er Reich como su heredero natural, la propaganda nazi no se contentó con organizar en la ciudad medieval de Nuremberg, toda engalanada, el congreso del partido nacionalsocialista. Su propaganda no tuvo igualmente ningún reparo en utilizar la monumental biografía que el historiador Ernst Kantorowicz había consagrado al emperador Federico II de Hohenstaufen en 1927, fascinado por la poderosa figura de los héroes medievales. En el emperador Federico II, constructor de un Estado absoluto fuertemente centralizado, los nazis vieron la matriz del «Reich de los mil años» prometido por el guía carismático de la Alemania eterna. En 1939, el propio Kantorowicz, decepcionado y refugiado por entonces en los Estados Unidos, denunció la recuperación totalitaria del pasado, subrayando, en una nota de sus Laudes regiae, cómo la aclamación con que se recibió a Hitler, después del Anschluss en marzo de 1938, durante las paradas militares que realizó ante las masas exaltadas –ein Reich, ein Volk, ein Führer («un Imperio, un Pueblo, un Guía»)– es un siniestro eco de la divisa del emperador Federico Barbarroja: unus Deus, unus Papa, unus imperator («un único Dios, un único Papa, un único Emperador»). Para denunciar los crímenes nazis con mayor eficacia, los artistas antifascistas reinterpretaron, igualmente, la Edad Media. En 1934, el comunista alemán John Heartfield denunció la barbarie mediante un fotomontaje impresionante compuesto por dos tablas horizontales superpuestas. En el registro superior, la fotografía de un altorrelieve medieval muestra a un hombre sometido a tortura en una rueda, en el nivel inferior, un cadáver desnudo está enganchado a una cruz gamada, en una posición similar a la del primer cuerpo torturado. La leyenda reza sin más: «Como en la Edad Media». Sin embargo, Stalin mismo, ante el conflicto inevitable que se avecinaba con el III.er Reich, no dudó en exhumar del pasado ruso mitos fundadores susceptibles de cimentar el patriotismo nacional: la masacre de los caballeros Teutónicos en la «batalla del Hielo» en Livonia, en 1242, reconstruida por Eisenstein en una escena de Alexander Nevski (1938), parece prefigurar la heroica resistencia de los combatientes rusos a la invasión extranjera. En Occidente, en esas mismas fechas, la Edad Media constituyó una inagotable reserva de imágenes dramáticas, cuya explotación llevada a cabo, concretamente, por la industria cinematográfica americana, contribuiría a crear un imaginario universal. LA EDAD MEDIA DE LA CULTURA DE MASAS Después de 1920, los nuevos medios de comunicación de masas perpetuaron la visión romántica de la Edad Media. Durante más de cuarenta años, las superproducciones medievales realizadas por Hollywood, esa máquina de fabricar sueños para el mundo entero, presentaron características comunes, desde el Robín de los Bosques de Allan Dwan con Douglas Fairbanks, en 1922, hasta El Cid de Anthony Mann, en 1960: las dimensiones colosales del decorado, la abundancia de figurantes, la belleza y el lujo de los trajes y, sobre todo, ¡la indiferencia absoluta a la «adecuación histórica»! Cuando Hollywood se apodera de la herencia cultural europea, derrocha soberbia al ignorar la verosimilitud histórica y no duda en manejar abiertamente el anacronismo. En 1935, Las cruzadas de Cecil B. DeMille celebran sin ningún complejo el imperialismo americano; en 1950, El halcón y la flecha de Jacques Tourner, utilizaba el relato de una lucha por la liberación nacional en el siglo XII para referirse claramente a la resistencia ante la ocupación alemana de Europa. Las aventuras de Robín de los Bosques, de Michael Curtiz (1938), con Errol Flynn, y, sobre todo, la trilogía memorable de Richard Thorpe (Ivanhoe, 1952, Los Caballeros de la Tabla Redonda, 1954 y Quentin Durward, 1955) exaltan, en plena Guerra Fría, los valores de una América dominadora y segura de sí misma frente al Imperio soviético: el individualismo creador, la fraternidad viril, el empuje conquistador de una nación joven y dinámica, la defensa de la libertad oprimida, el espíritu de empresa, la tolerancia religiosa, etc. Sin embargo, Hollywood no contó con el

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monopolio del sueño medieval, puesto que dos de las más sublimes obras maestras que tratan de la Edad Media son creaciones escandinavas: la inolvidable La pasión de Juana de Arco de Dreyer, de 1928, y El Séptimo Sello de Ingmar Bergman, de 1956, visión amarga y desencantada de la cruzada, en donde se trasluce la obsesión de la peste contemporánea, el apocalipsis nuclear. Desde hace unos veinte años aproximadamente, nuestra relación con el pasado medieval ha cambiado tan profundamente que se ha llegado a comparar esta vuelta de la Edad Media con el regreso propugnado por la generación de 1830. De hecho, al igual que la monumental Notre-Dame de París de Víctor Hugo dominó los románticos años treinta del siglo XIX, la pantagruélica obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa, novela policíaca-metafísica medieval, domina sobre una marea de novelas históricas, que con frecuencia son en realidad novelas rosas, como las que desde 1979 se acumulan en La cámara de las damas... NUEVAS IMÁGENES, NUEVOS RELATOS A más de ciento cincuenta años de distancia, los dos periodos que acabamos de evocar presentan curiosas analogías. Como en la época romántica, la Edad Media suscita una colección de imágenes frescas. Así, el triunfo de la traducción francesa de El nombre de la rosa en 1982, lejos de ser un fenómeno aislado, prolongó el éxito de las nuevas producciones culturales originales, aparecidas a mediados de los años setenta, en concreto en el cine, en las tiras cómicas, la novela, incluso en la música y en la ópera... Desde hace una veintena de años, cine y televisión han girado deliberadamente las espaldas a la superproducción medieval. Con Lanzarote del Lago (1974) y Perceval el Galo (1978), por ejemplo, Robert Bresson y Éric Rohmer propusieron una nueva lectura a vez muy personal, muy sobria y muy rigurosa de la leyenda artúrica. Como prolongación de estas obras «minimalistas», de las cuales lo espectacular ha sido voluntariamente desterrado, el decenio de los ochenta está dominado por ambiciosos proyectos. Jean-Dominique de La Rouchefoucauld realizó para la televisión en 1987 El año mil, Serge Moati, La cruzada de los niños en 1988, Philippe Monnier, El niño de los lobos en 1990, después de La revuelta de las monjas, de Régine Deforges. En el cine, el estilo austero de Suzanne Schiffman en El fraile y la bruja en 1986, o, incluso, el estilo crepuscular de La pasión de Beatriz, de Bertrand Tavernier, en 1987 (visión desesperante pero inspirada y apasionada del «otoño de la Edad Media»), probablemente decepcionaron al gran público, que apoyó, en cambio, la adaptación de Jean-Jacques Annaud en 1986 de El nombre de la rosa, adaptación coloreada, pero vacía de su sustancia medular. El gran público aprobó, sobre todo, al bonachón presentado por Jean-Marie Poiré en Les Visiteurs, desprovisto de toda pretensión histórica, ¡que hizo reír a más de trece millones de personas en 1993! No obstante, en 1994 Jacques Rivette demostró con Juana, la Doncella (película dividida en dos partes, Las batallas y Las prisiones) que con medios relativamente limitados y sin efectos especiales se podía tratar de forma sensible, a la vez alejada de los clichés escolares y de las imágenes estereotipadas, una Edad Media concreta y poética. Sandrine Bonnaire encarna en esta película, de un modo muy convincente, a una Juana «en carne, voz, gestos y estremecimientos» (Jean-Michel Frodon, Le Monde, 10 febrero 1994, p. VI), síntesis viva del mito y de lo cotidiano, de lo popular y de lo legendario, de lo real y de lo sagrado. Incluso, cuando los cineastas americanos (como Kevin Reynolds con Robín de los Bosques, príncipe de los ladrones, en 1990), recuperan el gran espectáculo «hollywoodiense», el tono adoptado se acerca más al estilo paródico de la tira cómica... Una Edad Media humorística irrumpió con éxito desde Los Caballeros de la Mesa Cuadrada de Monty Python (1974). La tira cómica sigue esta evolución. Alejado del estilo clásico de la «línea clara» desarrollada por los maestros de la escuela francobelga, Jacques Martin3, en las aventuras de Jhen, reencarnación medieval de Alix en la época del inquietante Gilles de Rais, François Bourgeon

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3 Algunos cómics de Jacques Martin han sido publicados en España por las editoriales Junior y Norma, de Barcelona. [N. de la T.]

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sumerge al lector de Compañeros del crepúsculo (fascinante trilogía4 compuesta por El sortilegio del bosque de las brumas [1984], Los ojos de estaño de la villa glauca [1986] y El último cántico de los Malaterre [1990]) en una visión turbia de la Edad Media, a medio camino entre el sueño y la realidad, para la cual el gran público ha reservado una acogida halagüeña: se han vendido más de trescientos mil ejemplares del tercer álbum... Con todo, este éxito ha sido eclipsado por la moda de las novelas «medievalizantes» de Jeanne Bourin. De La cámara de las damas, en 1979, a Los compañeros de eternidad, en 1992, pasando por El juego de la tentación, en 1981, Jeanne Bourin, hábil novelista, ha explotado un auténtico filón medieval, siguiendo sistemáticamente el rastro de la visión de pesadilla difundida por los epígonos de Victor Hugo, celebrando una Edad Media idealizada, vestida de cándida probidad y de blancos tocados. Su cuadro optimista de la condición de La mujer en los tiempos de las catedrales (Régine Pernaud), vigorosamente contestada por los especialistas del Mâle Moyen Âge 5 (Georges Duby), no ha hecho llorar poco a las mujeres que viven en los barrios de aluvión y en los HLM6. En 1985, la crónica de la familia Brunel, orfebres parisienses del siglo XIII, evocada en La cámara de las damas, superó, con más de un millón seiscientos cincuenta mil ejemplares vendidos (sin contar las ediciones de bolsillo) las cifras vertiginosas de los best-seller de verano. En cuanto a El juego de la tentación, sobrepasó los dos millones de ejemplares... También en la actualidad la música se ha renovado con la inspiración medieval. En el siglo XIX, los compositores de ópera ambientaron los materiales de sus creaciones líricas en una Edad Media atormentada, sobre la cual proyectaban el reflejo de sus dramas contemporáneos (guerras civiles, revoluciones, complots, sangrientos golpes de Estado, etc.). en Guillermo Tell (1829) y en Rienzi (1840) –transposición del destino trágico del tribuno romano Cola di Rienzo–, Rossini y Wagner, respectivamente, celebraron el combate solitario, a menudo incomprendido y vano, del héroe romántico por la libertad del pueblo. En Atila (1846) y en Las Vísperas Sicilianas (1855) de Verdi resuenan inflamados llamamientos patrióticos por la independencia y la unidad italianas. En 1879, a comienzos de la III República, con Étienne Marcel, Saint-Saëns celebra a un desgraciado precursor de la Democracia. Ahora bien, a finales del siglo XX, Olivier Messiaen y Marcel Landowski actualizaron nuevamente esas raíces medievales, el primero en 1983 con San Francisco de Asís, el segundo en 1985 con Montségur, que, partiendo de la novela del duque de Lévis-Mirepoix, traspone el trágico destino de Romeo y Julieta al país cátaro. Paralelamente se manifiesta un auténtico entusiasmo por el canto gregoriano y la música medieval interpretada con instrumentos antiguos. Prueba de ello es el éxito internacional, en 1994, de Canto gregoriano, una recopilación de treinta y dos cantos gregorianos entonados por los monjes benedictinos de Santo Domingo de Silos, en España. Sin embargo, a pesar de las apariencias, esta notable vuelta a la Edad Media detectada en la escena contemporánea se distingue radicalmente de la resurrección romántica anterior, por dos razones importantes. En primer lugar, los románticos y sus epígonos de la IIIa República, espantados por el destello siniestro de las hogueras prendidas en Languedoc por los inquisidores fanáticos, se metamorfosearon con mucha frecuencia en «justicieros», para condenar retrospectivamente esta época maldita. Nosotros mantenemos en la actualidad una relación más serena con nuestro pasado. Tendemos, en efecto, a percibir esa «barbarie» medieval, no en nosotros, sino fuera de nosotros, proyectándola sobre países fundamentalistas como Bangladesh, entre otros países islámicos, en donde las mujeres «son conducidas a la hoguera y quemadas vivas, como las brujas en Europa, en la Edad Media», tal y como afirma la escritora Taslima Nasrin (Le Monde, 8 de marzo de 1996, p. 15). Por otra parte, los románticos eran más bien indiferentes a la investigación histórica, contentándose, como Alejandro Dumas, con plagiar sin ningún ápice de vergüenza las crónicas medievales publicadas, considerando la Edad Media como un espacio de extrañamiento casi

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Publicados en la editorial Norma, Barcelona. [N. de la T.] Mâle Moyen Âge. De l’amour et autres essais, París, 1988, literalmente, «La Edad Media viril» o varonil, obra colectiva traducida al castellano simplemente como El amor en la Edad Media y otros ensayos, Madrid, Alianza, 1990. [N. de la T.] 6 «HLM»: abreviatura de Habitation à Loyer Modéré, viviendas financiadas con fondos públicos, reservadas a personas con bajos ingresos, citado también en el artículo «Centro/periferia». [N. de la T.]

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infinito. Los autores contemporáneos hacen alarde, en cambio, de un respeto escrupuloso, casi maniático, por el contexto histórico, fundado en el dominio de una documentación irreprochable. En la época romántica, el novelista apenas se preocupaba por la verdad histórica y se burlaba del erudito rata de biblioteca. Actualmente, el autor, para evitar el pecado de anacronismo, se ha hecho erudito, y la caracterización de los héroes y figurantes de las obras de ficción, sean novelescas o cinematográficas, es la réplica exacta de la imagen de los personajes de las miniaturas medievales. LA «NUEVA EDAD MEDIA» DE LOS HISTORIADORES Los creadores contemporáneos se encuentran atentos incluso a la nueva manera de «hacer historia»7 que simbolizan tres obras capitales8: El domingo de Bouvines de Georges Duby, escrito en 1973, Montaillou, aldea occitana, de Enmanuel Le Roy Ladurie, de 1975 y El nacimiento del purgatorio de Jacques Le Goff, aparecido en 1981. Estas tres obras perfilaron la perspectiva de «otra Edad Media»9, una Edad Media profunda, estudiada en sus fundamentos y estructuras, tal y como la ha venido resucitando Jacques Le Goff en La civilización del Occidente medieval 10. Esta «Nueva Historia» se prolonga y profundiza en las brillantes intuiciones formuladas ya por Michelet en 1860 en su obra La bruja 11, referidas a la historia de los cuerpos, de los marginados, de las mujeres, de las sensibilidades colectivas. Es una historia que amplía, sobre todo, la renovación de la historia social promovida por Marc Bloch, fundada, a su vez, en metodologías inspiradas en las de las jóvenes ciencias sociales y que culminó en 1924 en la obra de Bloch Los reyes taumaturgos. Esta obra supuso un esbozo y una primera aproximación a la historia de las mentalidades y a la antropología histórica. La «revolución cultural» que supuso la fundación por Lucien Febvre y Marc Bloch de la revista Annales en Estrasburgo, en 1929, al aplicarse a la historia, trajo como consecuencia la aparición de nuevas problemáticas y nuevos objetos de investigación, la destrucción de viejos mitos románticos y, finalmente, una nueva visión de la cronología medieval inspirada en la «longue durée» de F. Braudel. Entre las grandes líneas de investigación abiertas por la escuela de los Annales, tres de ellas son particularmente innovadoras: 1) la que estudia los sistemas de parentesco, en la cual se observa la influencia de la Antropología estructural de Claude Lévi-Strauss, y la historia de las mujeres, todo un mundo injustamente ignorado al que Gerges Duby ha consagrado sus últimas publicaciones; 2) la historia de los cuerpos, cuyas principales orientaciones se articulan en torno a los comportamientos alimentarios y de vestimenta, las relaciones amorosas, las actitudes ante la enfermedad, el sufrimiento y la muerte; 3) por último, los sistemas de representaciones, que constituyen el corazón, el «núcleo duro» de la historia de las mentalidades, de ese imaginario medieval que fue explorado por primera vez por Jacques Le Goff, en tanto que Jean-Claude Schmitt proponía una Edad Media de los gestos y de las imágenes. Por su parte, Georges Duby ha pasado del estudio de los campos del Occidente medieval a sumergirse en las profundidades de las mentalidades expresadas por medio de las producciones artísticas y estéticas de La época de las catedrales (1976)12.

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7 «Nouvelle manière de faire de l’histoire»; alusión a «Faire de l’histoire», bajo la dirección de Jacques Le Goff, París, Gallimard, 1974, traducida al castellano como Hacer la Historia, Barcelona, Laia, 1985; obra de renovación metodológica en dos volúmenes, v. 1: Nuevos problemas; v. 2: Nuevos enfoques. [N. de la T.] 8 Las tres traducidas al castellano: Georges DUBY, El domingo de Bouvines, Madrid, Alianza Editorial, 1988; E. LE ROY LADURIE, Montaillou, aldea occitana: de 1294 a 1324, Madrid, Taurus, 1981; Jacques LE GOFF, El nacimiento del purgatorio, Madrid, Taurus, 1985. [N. de la T.] 9 «le visage d’une autre Moyen Âge »; alusión a la visión de renovación metodológica contenida en obras como la de Jacques LE GOFF, Pour un autre Moyen Âge, París, Gallimard, 1977, reeditada en París, Gallimard, 1999 con el título Un autre Moyen Âge junto con otros trabajos de Le Goff. La edición de 1977 fue traducida al castellano como Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval: dieciocho ensayos, Madrid, Taurus, 1983. [N. de la T.] 10 Título de LE GOFF editado en París, 1964, traducido al castellano poco después y nuevamente editado y ampliado en la actualidad, con nueva traducción al castellano, La civilización del Occidente medieval, Barcelona, Paidós Ibérica, 1999. [N. de la T.] 11 Traducida al castellano, J. MICHELET, La Bruja, una biografía de mil años fundamentada en las actas judiciales de la Inquisición, Madrid, Akal, 1987. [N. de la T.] 12 Obra de Duby, traducida al castellano: G. DUBY, La época de las catedrales: arte y sociedad, 980-1420, Barcelona, Círculo de Lectores, 1999. [N. de la T.]

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Los autores de la Nueva Historia, al «revisitar» la Edad Media, la limpiaron de toda la escoria, de todos los estereotipos folclóricos que la habían desfigurado. En su obra Le Droit de cuissage [El derecho de pernada] por ejemplo, Alain Boureau, liquidó en 1995 uno de los mitos románticos más célebres. En el plano cronológico, los románticos habían valorado desde todos los puntos de vista posibles dos rupturas aterradoras: el hundimiento de la Antigüedad romana bajo la irrupción de hordas de bárbaros procedentes de las estepas de Asia central, y las tinieblas de la noche medieval disipadas por la aparición del Renacimiento. Ahora bien, la historiografía más reciente ha sustituido la noción de ruptura brutal por las nociones de evolución y de transición lenta, al mismo tiempo que la reflexión política repudiaba la voluntad de tabla rasa revolucionaria, nacida de la fascinación ciega de los intelectuales hacia «este gran resplandor en el Este». A partir del concepto de «Antigüedad tardía» o de «Bajo Imperio», preferido por Henri-Irénee Marrou y Peter Brown, Jacques Le Gof llegó a proponer incluso una cronología medieval provocadora, basada en el concepto braudeliano de longue durée. Le Goff veía una larga Edad Media, surgida de una Antigüedad tardía», que se prolongaría hasta el siglo X, dividida en tres secuencias temporales: la primera, la Edad Media central que se inicia en el año 1000, un año desprovisto, por otra parte, de sus pretendidos terrores, y que llega hasta 1348; la segunda sería la Edad Media tardía que abarcaría la Guerra de los Cien Años, hasta la Reforma protestante; por último, nos encontraríamos con un significativamente largo Otoño de la Edad Media (Huizinga), que terminaría con la Revolución Francesa, en el plano de las estructuras políticas, y con la Revolución Industrial del siglo XIX, en el plano de las mentalidades... En 1982, un autor de excepcional talla intelectual, Umberto Eco, medievalista, semiólogo y novelista (que sedujo a más de once millones de lectores de todo el mundo con una inteligente y sutil novela, a medio camino entre Rabelais y sir Arthur Conan Doyle) realizó con El nombre de la rosa la síntesis entre la resurrección romántica de la Edad Media, tal y como Víctor Hugo había intentado hacer antes de él con Notre-Dame de París, y el intento de aprehensión total de la sociedad medieval promovido por la escuela de los Anales, desde hace treinta años. Hay un último fenómeno gracias al cual se distingue la Francia de «fin del siglo» XX de la época romántica en su aproximación a la Edad Media. Hace más de ciento cincuenta años, el redescubrimiento de este lejano «planeta» que es la Edad Media, no interesaba más que a la elite cultivada y adinerada de la sociedad francesa. Actualmente, es prácticamente al conjunto de la población a quien se dirige, si no la renovación de los estudios medievales, al menos el gran regreso de la Edad Media bajo la doble forma de turismo cultural y de pseudo-fiesta «medievalizante» recreada, una moda que desde hace quince años se ha extendido como la pólvora en la Francia profunda. En un principio, esta situación fue quizá el resultado de una concurrencia de varias circunstancias. En 1975, el éxito inesperado de Montaillou, aldea occitana, obra de un sabio profesor del Collège de France, publicada en la editorial Gallimard en la austera colección dirigida por Pierre Nora «Bibliothèque des Histoires», se vio afectado por el impacto de la ola del regionalismo occitano y bretón (el triunfo de Montaillou es contemporáneo de la obra Cheval d’orgueil de Pierre-Jakez Hélias) en un momento en el que la crítica de los efectos negativos del crecimiento (contaminación desastrosa, éxodo rural, desertización del campo, desaparición de las especies animales vegetales, etc.) implicaba de un modo retrospectivo el redescubrimiento un tanto idealizado de las raíces rurales y medievales de la civilización moderna, de «ese mundo que hemos perdido», y la protesta ante el papel centralizador del Estado jacobino, en concreto sobre la llanura de Larzac y en el Midi languedociano. Desde esta perspectiva, Montaillou prolongaba y acompañaba el éxito editorial del bello fresco que Michel Roquebert consagró, desde 1970 a 1996, en la editorial Privat, de Toulouse, a L’Épopeé cathare y a ese lieu de mémoire 13, fundador de la identidad occitana, que constituye Montségur, convertido desde hace treinta años en una especie de lugar de peregrinación paradigmático... Por otra parte, para hacer accesible al mayor número de lectores los avances de la investigación científica, los representantes de la Nueva Historia han recuperado felizmente un gé-

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Alusión a la obra Les lieux de mémoire. T. II, La Nation, París, 1986. [N. de la T.]

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nero histórico que los fundadores de la revista Annales ponían en la picota, pero que, fuera de Francia, los historiadores, en concreto en los países anglosajones, siempre practicaron de manera fecunda: la biografía. Dejando ya a un lado las anécdotas pintorescas y los hechos diversos, la biografía se ha convertido hoy en un marco cronológico útil para aprehender el pasado en su totalidad, una especie de «cajón de sastre» (Vovelle)14 de un momento concreto al que asomarse. Por último, hay que decir que los clásicos de la literatura medieval son ya accesibles al gran público, en ediciones de bolsillo bilingües. Estas ediciones se codean en los estantes de las librerías con una selección de los clásicos de la literatura romántica, inspirados en la época medieval, que continúan siendo para los apasionados de la historia una eterna fuente de emociones. En 1981, Claude Mauriac, en Le Temps immobile, refiriéndose a la publicación de un volumen de Michelet en la colección «Bouquin», anotaba: «Yo leo justamente a Michelet, el de la Edad Media, con éxtasis, entendido en el sentido mismo del término como “transporte”, “encantamiento”, “exaltación”». Sin embargo, lo más importante no es esto. En los albores del tercer milenio, Europa, con la ampliación de su espacio comunitario y la aceleración de su construcción ¿no estaría recreando la apariencia de la cristiandad medieval, con lo peor (epidemias de peste, hambres, guerras civiles, cruzadas religiosas) y también con lo mejor, en especial la intensidad de los intercambios comerciales, artísticos, culturales e intelectuales?... Christian AMALVI ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA AMALVI, Christian, Le Goût du Moyen Âge, París, 1996. Apprendre le Moyen Âge aujourd’hui, número especial de Médiévales 13 (otoño, 1987). BRANCA, Vittore (ed.), Concetto, storia, miti e immagini del Medio Evo, Florencia, 1973. CAPITANI, Ovidio, Medioevo passato prossimo. Appunti storiografici tra due guerre e molte crisi, Bolonia, 1979. CLARK, Kenneth, The Gothic Revival. A Study in the History of Taste, Londres, 1928. Dire le Moyen Âge hier et aujoud’hui, Actas del coloquio de Laon (1987), Michel Perrin (ed.), Amiens, 1990. ECO, Umberto, «Dieci modi di Sognare il medioevo», en Sugli spechi e altri Saggi, Milán, 1985, pp. 79-89. —, «Le nouveau Moyen Âge», en La Guerre du faux, París, 1985, pp. 87-116. FUHRMANN, Horst, Überall ist Mittelalter. Von der Gegenwart einer vergangenen Zeit, Munich, 1996. GENTRY, Francis G. y KLEINHENZ, Christopher (eds.), Medieval Studies in North America: Past, Present and Future, Kalamazoo, 1982. GOSSMAN, Lionel, Medievalism ant the Ideologies of the Enlightment. The World and Work of la Curne de Sainte Palaye, Baltimore, 1968. La Gothique retrouvé ant Viollet-le-Duc, París, 1979. HARTMANN, Wilfried (ed.), Mittelalter. Annäherungen an eine fremde Zeit, Regensburg, 1993. L’Histoire médiévale en France: bilan et perspectives, París, 1991. KAHL, Hans Dietrich, «Was bedeutet Mittelalter?», Saeculum 40 (1989), pp. 15-38. LA BRETÈQUE, Françoise de, «Le regard du cinéma sur le Moyen Âge», en Jacques Le Goff y Guy Lobrichon (eds.), Le Moyen Âge aujourd’hui. Trois regards sur le Moyen Âge: histoire, théologie, cinéma (Cerisy-la-Salle, 1991), París, 1998, pp. 283-326. LE GOFF, Jacques, «Le Moyen Âge de Michelet», Pour un autre Moyen Âge, París, 1977 [ed. cast.: Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, Madrid, Taurus, 1983]. —, «Pour un long Moyen Âge», Europe, número especial, Le Moyen Âge maintenant, octubre, 1983.

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14 Cave au grenier, expresión que sugiere un lugar en donde se guardan todo tipo de aperos de labranza, utensilios de trabajo y cachivaches que emplea Vovelle de forma metafórica. La expresión más cercana a la idea que se quiere transmitir es «cajón de sastre». [N. de la T.]

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Lire le Moyen Âge, número especial de la revista Équinoxes 16 (otoño 1996). Marc Bloch aujourd’hui: Histoire comparée et sciences sociales, textos reunidos y presentados por Hartmut Atsma y André Burguière, París, 1990. Le Moyen Âge au cinéma, número especial de los Cahiers de la cinémathèque, pp. 42-43 (1985). Moyen Âge et XIXe siècle: le mirage des origines, Actas del coloquio de mayo 1998, F. Baumgartner y J.-P. Leduc-Adine (eds.), Nanterre, Littérales 6 (1990). Moyen Âge, mode d’emploi, número especial de Médiévales 7 (otoño 1984). NEDDERMEYER, Uwe, Das Mittelalter in der deutschen Historiographie vom 15. Bis zum 18. Jahrhundert: Geschichtsgliederung und Epochenverständnis in der frühen Neuzeit, 1998. VOSS, Jurgen, Das Mittelalter im historischen Denken Frankreichs. Untersuchungen zur Geschichte des Mittelalterbegriffes von der zweiten Hälfte des 16. bis zur Mitte des 19. Jahrhunderts, Munich, 1972. WARD, Patricia A., The Medievalism of Victor Hugo, Pennsylvania State University Press, 1975. WORKMAN, Leslie J. (ed.), Medievalism in Europe (Germany, Italy, France), Cambridge, 1994.