Cuadernos Interculturales ISSN: Universidad de Playa Ancha Chile

Cuadernos Interculturales ISSN: 0718-0586 [email protected] Universidad de Playa Ancha Chile Gundermann, Hans; Vergara, Jorge Iván; ...
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Cuadernos Interculturales ISSN: 0718-0586 [email protected] Universidad de Playa Ancha Chile

Gundermann, Hans; Vergara, Jorge Iván; González, Héctor El proceso de desplazamiento de la lengua aymara en Chile Cuadernos Interculturales, vol. 7, núm. 12, 2009, pp. 47-77 Universidad de Playa Ancha Viña del Mar, Chile

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=55211259004

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Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 12. Primer Semestre 2009, pp. 47-77

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El proceso de desplazamiento de la lengua aymara en Chile1* The displacement process of the Aymara language in Chile Hans Gundermann2** Jorge Iván Vergara3*** Héctor González4****

Resumen

El artículo examina la situación de la lengua aymara en las regiones de Tarapacá y Arica-Parinacota. A partir de la información obtenida mediante la aplicación de una encuesta sociolingüística, se describen los actuales niveles y condiciones de competencia, uso y aprendizaje del aymara y del castellano. A continuación, se busca caracterizar y analizar las principales dinámicas de continuidad y cambio sociolingüístico de esa lengua, particularmente la tendencia a su desplazamiento a favor del castellano, para, finalmente, intentar relacionarlas con las transformaciones sociales, culturales y políticas experimentadas por la población aymara de la Región.



Palabras clave: lengua aymara, vitalidad lingüística, desplazamiento, norte de Chile

*1 Recibido: enero 2009. Aceptado: junio 2009.

Este artículo fue elaborado en el marco del proyecto Fondecyt Nº1085332: “Integración y diferencia entre identidades étnicas y regionales. Un análisis comparativo de aymaras y mapuches en cuatro regiones (Parinacota-Tarapacá y Los Ríos-Los Lagos)”, a cargo de Jorge Iván Vergara y Hans Gundermann. La presente es una versión ampliada y corregida de un trabajo previo (Gundermann, González y Vergara, 2007).

**2 Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R.P. Gustavo Le Paige S.J., Universidad Católica del Norte, San Pedro de Atacama, Chile. Correo electrónico: [email protected] ***3 Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad de Antofagasta, Antofagasta, Chile. Correo electrónico: [email protected] ****4Departamento de Antropología, Universidad de Tarapacá, Arica, Chile. Correo electrónico: [email protected]

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Abstract

This paper examines the actual situation of the Aymara language in Tarapacá and Arica-Parinacota, the traditional territory inhabited by this indigenous people in Chile. Its aims is to analyse the usage, knowledge and the characteristics of the gradual displacement of the Aymara language by Spanish, the dominant local language. To do so, the current levels of competence, conditions and contexts of usage and learning, both of the Aymara and Spanish languages are described. Finally, the sociolinguistic dynamics of continuity and change are to be discussed.



Key words: aymara language, linguistic vitality, displacement, north of Chile

1. Introducción “La mejor defensa de la lengua es hablar la lengua” (Abram, 2006: 119) La temática lingüística ha sido una preocupación secundaria en los estudios y políticas públicas relativos a los pueblos indígenas en Chile. Esto es doblemente cierto en el caso del aymara, que ha recibido una mucha menor atención que el mapuzugun, la lengua nativa del pueblo mapuche, el más importante en población y relevancia política1. Esta condición subordinada se explica en buena medida por el tardío reconocimiento gubernamental de los aymaras chilenos como etnia o cultura indígena, que se remonta recién a inicios de la década anterior. Hasta entonces, los aymaras de Tarapacá habían sido tratados como un grupo social indiferenciado del resto de la sociedad población regional y nacional. Por su parte, las investigaciones sobre el aymara hablado en Chile se han abocado preferentemente a la descripción de su fonología y gramática, pero en las últimas dos décadas se ha venido otorgando mayor interés a las dimensiones sociolingüística e histórica (Salas, 1992 y 1996)2. En efecto, desde mediados de la década de 1980 se han realizado varias encuestas sociolingüísticas en la población aymara regional3 y la encuesta de Caracterización Socio Económica Nacional (CASEN) incluye, desde el año

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Comparativamente, Chile ocupa el último lugar en cantidad de estudios del aymara respecto de los tres países donde se habla dicha lengua (Cerrón-Palomino, 2000: 52). El trabajo de Vasiliadis sobre la fonología del aymara hablado en la Región de Tarapacá, de 1976 inicia los estudios en Chile. Para la distribución de los dialectos aymaras entre Perú, Bolivia y Chile: véase: Briggs (1993: 2-6) y Cerrón-Palomino (2000: cap. III, 57-70, especialmente 66-69)

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Para caracterizar la situación del aymara, Salas se apoya en los trabajos de Grebe (1986), Gundermann (1986a y 1986b) y Harmelink (1985).

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Al igual que en la investigación que da origen a este trabajo, ahora con cobertura nacional e incluyendo a población no-indígena.

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2000, una sub- muestra especial para indígenas y una pregunta sobre sus lenguas (Encuesta CASEN, 2000, 2003 y 2006). Todo lo anterior ha permitido generar valiosa información respecto a temas de gran importancia como la vitalidad lingüística y el uso de su lengua por parte de los aymaras de la zona4. Sin embargo, dicha información es discontinua en el tiempo. Los dos primeros estudios sociolingüísticos sobre el aymara en Chile se realizaron en 1986 y 1990, respectivamente; dos nuevas investigaciones de este tipo se llevaron a cabo más de una década después, en los años 2002 y 2005. También existen dificultades para la comparación de los datos debido a que se han abarcado distintas áreas geográficas y sociales. Lo que es más importante, en estos trabajos no se otorga suficiente atención a los factores históricos y contextuales, en parte por la metodología empleada (encuestas sociales), pero también debido al predominio de una visión teórica marcadamente sincrónica e internalista del fenómeno del lenguaje. Este trabajo pretende ser una pequeña contribución al desarrollo de un análisis sociolingüístico que supere estas dos limitaciones, asumiendo la historicidad de la lengua y la importancia de los factores sociales o, en dichas transformaciones. Como sugerimos al inicio, la relevancia del tema tratado no se limita al ámbito académico; tiene implicancias políticas, educativas y culturales. Dentro de la actual política estatal de reconocimiento étnico, las lenguas indígenas habladas en nuestro país han dejado de ser consideradas como elementos de atraso y un obstáculo para la integración de los pueblos originarios a la nación chilena. Se las valora como una expresión de enriquecimiento de nuestro acervo cultural y lingüístico, implementándose, desde mediados de los noventa, una política educativa tendiente a su aprendizaje y conservación a nivel escolar, la Educación Intercultural Bilingüe (EIB). No obstante ello, sin un conocimiento básico del estado de las lenguas vernáculas y de sus tendencias de cambio no es posible diseñar e implementar medidas efectivas de protección cultural y revitalización de dichas lenguas. De ahí la importancia de establecer de un modo fidedigno la situación actual de la lengua aymara y sus tendencias de cambio. La incorporación de la EIB tiene lugar después que las lenguas nativas han estado sometidas a una prolongada e intensa presión para su abandono, en particular a través de la escolarización y una política monolingüística a favor del español. El impacto de estos procesos sobre las lenguas indígenas ha sido muy profundo; inclusive, ha llevado a muchos indígenas y no-indígenas a creer en su posible desaparición en un futuro no muy lejano. En muchos casos, estamos ante una postura que, a partir de una afirmación pretendidamente empírica o relativa a una situación de hecho, pretende sustentar la necesidad o inevitabilidad del abandono definitivo por los aymaras (u otros pueblos indígenas, según el caso) de su lengua y cultura a favor de su real progreso e integración nacionales5. Los datos aquí presentados no avalan una tesis tan radical, pero muestran la existencia de una fuerte tendencia al abandono del aymara en favor del castellano.

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Gundermann (1986b, 1994 y 1997); Grebe (1986); S. González (1990); Instituto de Estudios Andinos (2002); Mamani (2003) y Gundermann et. al. (2005).

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Ilustrativo es el comentario realizado a propósito del aymara hablado en Bolivia por el Capitán Abel Peña y Lillo en su Síntesis geográfica de Bolivia (1947: 39): “Ya una mayoría de la población aymara utiliza el castellano, siendo este hecho sistemático de un indudable índice de evolución”.

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Permiten, sobre todo, contar con un diagnóstico de la intensidad y extensión del desplazamiento de la lengua originaria. Considerando la amplitud de la temática, hemos centrado nuestra descripción en cuatro aspectos centrales: los niveles de competencia en aymara y el castellano; el aprendizaje y las frecuencias de uso de ambas lenguas y el grado de desplazamiento por el castellano. Aunque los antecedentes y análisis aquí presentados se refieren únicamente a Chile y, específicamente, a las Regiones de Tarapacá Arica-Parinacota, donde se concentra el grueso de los aymaras chilenos, se debe recordar que el aymara es hablado en tres países fronterizos y entre los cuales existe mucho flujo de migrantes y población flotante: Bolivia, Perú y Chile. Las dinámicas regionales y nacionales de dicha lengua están condicionadas por los desplazamientos e intercambios entre los hablantes de estos tres países, especialmente de Bolivia a la zona andina chilena6, cuyas características e importancia no es posible establecer dada la falta de estudios comparativos. Lo que, probablemente, distinga el caso de Chile sería la mayor intensidad del desplazamiento del aymara por el castellano y, en consecuencia, el retroceso del bilingüismo y el crecimiento del monolingüismo castellano.

2. Perspectiva teórica Nuestro análisis se basa en tres premisas teóricas fundamentales. En primer lugar, y en oposición al supuesto predominante en la teoría lingüística, consideramos que la dimensión histórica es tan importante para el análisis de una lengua como el conocimiento de su estructura interna en un momento dado. Como se recordará, el padre de la lingüística moderna, Ferdinand de Saussure, propuso un análisis sincrónico de la lengua en tanto “sistema de signos que expresan ideas”, mientras consideró secundario el estudio histórico de la misma ya que “los sucesos diacrónicos siempre tienen carácter accidental y particular” (Saussure, 1965 [1915]: 60 y 165)7. Esta tendencia continuó prevaleciendo en las diferentes escuelas lingüísticas, especialmente en el estructuralismo, pese a las tempranas críticas de Roman Jakobson y el Círculo de Praga8. Este fue también el caso de la filosofía del lenguaje del siglo XX y, específicamente, de sus dos más importantes representantes : Wittgenstein y Heidegger9. Si bien

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Principalmente, a zonas de agricultura para el mercado (Azapa y Lluta) o directamente a la ciudad de Arica, en la actual región de Arica-Parinacota.

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Ya en un texto temprano, Saussure había subrayado la necesidad de estudiar los sistemas de signos, especialmente la lengua, “fuera de toda preocupación histórica” (cit. en Jakobson, 1996 [1980]: 18).

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Roman Jakobson afirmó al respecto: “No es lógico suponer que los cambios lingüísticos no sean más que golpes destructivos dados al azar y heterogéneos respecto del sistema. Los cambios lingüísticos apuntan con frecuencia al sistema, a su estabilización, a su reconstrucción” (Travaux du Cercle Linguistique de Prague, Tomo I, Praga, p. 7-8 cit. por Alonso, 1965: 16, n. 1).

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Para una comparación entre estos autores, véase, entre otros: Apel (1989) y Taylor (1995). De acuerdo a Martin Jay (1988: 34).

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Wittgenstein subrayó la relación entre usos lingüísticos, reglas y formas de vida, lo hizo desde una perspectiva marcadamente sincrónica. Al mismo tiempo, bosquejó una teoría pragmática de los juegos de lenguaje y de la significación, de acuerdo a la cual “el significado de una palabra es la forma en que se la utiliza” (Wittgenstein, 2003 [19491951]: 10, § 61; también 1953: 61, § 43; 267, § 340); mientras que, por el contrario, desde la perspectiva saussiriana, “el sentido es inmanente a la forma lingüística” (Greimas, 1971 [1956]: 25)10. Heidegger comparte el rechazo de Wittgenstein a la idea tradicional del lenguaje como un instrumento de expresión de ideas. El lenguaje existe en tanto el hombre esté presente, como una actividad (Betätigung) suya, que se manifiesta en “el hablar” (das Sprechen), o sea como una relación activa entre el hablante y la lengua (Heidegger, 1991 [1934]: 6 y 2003 [1959]). Al mismo tiempo, Heidegger ontologiza radicalmente el lenguaje al considerarlo como el “acontecer originario” (Urgeschehnis) a través del cual el ser queda expuesto ante la totalidad del ente, el mundo (Heidegger, 1991 [1934]: 124). De allí que sostenga que “el lenguaje es la casa del ser” y el hombre su pastor (Heidegger, [1934] 1991: 6 y 2004a [1946]: 313). Esta relación fundante se ha roto por el predominio de la técnica y la ciencia modernas, lo que hace necesario recuperar la lengua originaria (Ursprache) en que dicho ser se-hace-presente, posibilidad que radica ante todo en el lenguaje poético. El lenguaje se convierte, así, en una entidad con vida propia por sobre la acción humana. En efecto, Heidegger afirma que el hombre actúa como si fuera el creador y el maestro del lenguaje pero que, en realidad el lenguaje es el “dominador” del hombre11. La idea no es original, tiene claros precedentes en la tradición alemana12. Fue retomada por los estructuralistas franceses, para quienes no es el hombre el que habla el lenguaje, sino el lenguaje el que habla a través del hombre13. De acuerdo a Lévi-Strauss, el fundador de esta corriente, el lenguaje conforma un sistema o estructura regidos por leyes inconscientes, cuyo posible conocimiento por parte del hablante no modifica sus efectos (Lévi-Strauss, 1995 [1958]: 98). Aún más enfático es en su polémica con Sartre,

10 De manera similar, “Voloshinov rechaza la expulsión de los sujetos que realizó Saussure para constituir el sistema de la lengua: el lenguaje no existe independientemente de sus usuarios, y los usuarios sólo utilizan el lenguaje en situaciones históricas concretas. Como consecuencia de esto, el valor no es una propiedad del signo en tanto unidad del sistema de la lengua sino en tanto unidad de la comunicación” (Raiter, 1999: 19). 11 “Der Mensch gebärdet sich, al sei er Bildner und Meister der Sprache, während sie doch die Herrin des Menschen bleibet .... Unter allen Zusprüchen, die wir Menschen von uns her mit zum Sprechen bringen können, ist die Sprache der höchste und der überall erste” (Heidegger, 2004b [1952]: 140). 12 En sus Aforismos (1909), Karl Kraus hace observaciones muy similares: “Yo no domino el lenguaje, el lenguaje me domina a mí completamente. No es el servidor de mis pensamientos…es el dominador de mis pensamientos” (Sitio web: Textlog.de; http://www.textlog.de/39296/html. Visitado el 22.3.2008). 13 En relación a las coincidencias teóricas entre la filosofía de Heidegger y el estructuralismo francés, véase: Rockmore (2000: 112-116). En el caso de Althusser, éste reconoció la influencia heideggeriana, especialmente de su Carta sobre el humanismo, en su interpretación anti-humanista del marxismo (Althusser, 1993: 235).

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donde reafirma la soberanía del lenguaje sobre el hombre al sostener que «la lingüística nos pone en presencia de un ser dialéctico y totalizante, pero exterior (o inferior) a la conciencia y a la voluntad. Totalización no reflexiva, la lengua es una razón humana que tiene sus razones, y que el hombre no conoce» (Lévi-Strauss, 1964 [1962]: 365)14. En segundo lugar, y en contraposición a lo sostenido por Heidegger y LéviStrauss, nos interesa subrayar el papel reflexivo y activo de los hablantes en relación con la o las lenguas que hablan; por ende, como sujetos capaces de tomar decisiones respecto de su uso, transmisión o enseñanza aunque siempre bajo circunstancias sociales e históricas que las condicionan15. Este es un aspecto muy importante en el caso de las lenguas indígenas, ya que es usual que los hablantes de una lengua amenazada o en condición minorizada culpen a la sociedad mayor y sus instituciones de haber generado la situación negativa de su lengua. Con ello no sólo niegan el papel que les cupo en el pasado en dicho retroceso, sino también el que tienen actualmente en su conservación o revitalización. Desde las ciencias sociales, el surgimiento de la sociolingüística (y otras disciplinas relacionadas como la antropología lingüística, la sociología del lenguaje y psicolingüística social), desde la década de 1950, puede verse como una respuesta a la poca preocupación por las lenguas en tanto que producción de comunicación en contextos sociales (Fishman, 1988, quien prefiere la denominación de sociología del lenguaje). En lo sucesivo se dispondrá de un repertorio de categorías y conceptos, a veces objeto de revisiones, desarrollos y crítica desde el cual tematizar los fenómenos originados en la relación entre lengua y sociedad, su dinámica y cambios16. En esta perspectiva, las transformaciones que experimenta una lengua, sobre todo en un contexto plurilingüe, no pueden ser comprendidas adecuadamente solo en función de factores internos, sino que también en relación con las condiciones sociales que afectan al grupo en su conjunto y, muy especialmente, a la comunidad de hablantes. Como afirman Gumperz y Bennett (1980: 130): “la diversidad lingüística está en estrecha relación con la vida política de la comunidad en que se manifiesta”. Esto es especialmente cierto en el caso de lenguas minorizadas como el aymara, que “están definitivamente condicionadas en su uso por circunstancias sociales (sociopolíticas y sociopsicológicas)” (Sichra, 2003 [1986]: 29)17. Este condicionamiento debe ser entendido como un fenómeno complejo, en el

14 Una tesis que el autor extiende al conjunto de la acción humana, pues “la historia es algo que le sucede al hombre…lo que acaece es siempre muy distinto de lo que los hombres hubiesen querido hacer si hubiese dependido de ellos” (Lévi-Strauss, 1987: 82). 15 “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen libremente, bajo condiciones elegidas por ellos mismos, sino bajo condiciones inmediatas, generales y transmitidas desde el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Karl Marx, 1965 [1852]: 9). 16 Una presentación del campo de la sociolingüística y de sus figuras señeras: Hymes, Gumperz, Fishman, Lavob y otros, puede verse en Lastra (1992) y Coupland y Jaworski (1997). 17 Entendemos por minorización un proceso histórico según el cual una lengua (o un dialecto), por relación a otra u otras lenguas o variantes en una región o en un Estado, no ha llegado a adquirir el estatus de lengua oficial, no es empleada ni su uso es autorizado para fines institucionales o bu-

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que ciertos elementos tienen mayor impacto que otros y donde el tiempo es un factor muy relevante: determinadas consecuencias pueden hacerse efectivas de forma más o menos inmediata; otras se presentarán a mediano plazo y algunas se harán efectivas en un período más largo. El impacto de las condiciones sociales sobre la lengua no es directo sino que está mediado por las acciones y decisiones de sus hablantes, que son las que le dan vida a una lengua y le permiten reproducirse en el tiempo o llegar a desaparecer18. Así, para el aymara hablado en Chile buscaremos mostrar cómo ciertos fenómenos de orden social y cultural (sin ir más lejos, la instalación de la escuela pública en las comunidades indígenas), contribuyeron a generar un cambio en la actitud de los padres en relación con la transmisión de su lengua, favoreciendo su reemplazo por el castellano.

3.

Técnicas de recolección y análisis de la información

Los antecedentes fueron obtenidos a través de una investigación llevada a cabo entre los años 2002 y 2003 para el Programa de Educación Intercultural Bilingüe (PEIB) del Ministerio de Educación, la que incluyó a los pueblos aymara, atacameño y mapuche19. La interpretación aquí presentada es nueva y de exclusiva responsabilidad de los autores de este trabajo. Trataremos sólo lo relativo a la población aymara de las comunas de General Lagos y Putre, en la provincia de Parinacota; y de Huara, Camiña, Colchane, Pica y Pozo Almonte, en la de Iquique. Debido a los requerimientos del estudio, no se incluyeron la comuna de Camarones ni los valles de Lluta y Azapa de la comuna de Arica, donde también residen personas de origen aymara. Los requerimientos del estudio incluían el aplicar una encuesta sociolingüística a una muestra representativa de la población rural existente en las siete comunas mencionadas de acuerdo al Censo del año 200220. No fue

rocráticos, no constituye o lo es en una medida muy limitada un medio de enseñanza, no ha sido objeto de un proceso de normalización o estandarización, su reproducción es básicamente oral y su adquisición se lleva a efecto esencialmente en el medio familiar, el acceso a, y su empleo en, los medios de comunicación de masas es inexistente o limitado, su valor como capital cultural para quien la aprende es bajo y sus funciones comunicativas son vernaculares y emblemáticas (Kasbarian, 1997:185-188). El perfil corresponde bastante bien con la posición de las lenguas amerindias u originarias en Chile respecto de la promoción y el sustento oficial del castellano. 18 “El lenguaje no existe independientemente de sus usuarios, y los usuarios sólo utilizan el lenguaje en situaciones históricas concretas. Como consecuencia de esto, el valor no es una propiedad del signo en tanto unidad del sistema de la lengua sino en tanto unidad de la comunicación” (Raiter, 1999: 19). 19 El estudio fue realizado por un consorcio conformado por el Instituto de Estudios Andinos de la Universidad Arturo Prat, el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad Católica de Temuco y el PROEIB-Andes de Cochabamba de Bolivia. Los resultados concernientes al total de pueblos y regiones comprendidos pueden verse en: Gundermann, Vergara et al (2005). 20 Estas comunas son enteramente rurales, por lo que la muestra es coextensiva con la población comunal. También se incluyeron las localidades de Putre y Pica, consideradas como centros urbanos en la clasificación censal, pero que era necesario incorporar por encontrarse allí una considerable

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posible, por escasez de recursos y tiempo, corroborar o enriquecer la información a través de entrevistas o aplicación de instrumentos con hablantes. La encuesta incluyó la población total, indígena y no indígena, puesto que, por tratarse de una muestra aleatoria, ambos segmentos deberían tener la misma probabilidad de ser seleccionados al momento del sorteo y en relación a sus parámetros. Se consideró solamente a los individuos de 18 y más años de edad por cuanto podían dar mejor cuenta de su acervo sociolingüístico, determinar con mayor precisión su competencia lingüística y entregar, en general, información de mejor calidad. Asimismo, dado que el sistema de entrevistas en base al sujeto del hogar sorteado que recibiera al encuestador o tuviese la disposición de contestar no aseguraba una proporción de casos por sexo acorde con los parámetros, se establecieron cuotas para hombres y mujeres, utilizando el índice de masculinidad existente en cada comuna y considerando solamente las viviendas particulares. Se trabajó con un margen de error muestral de un 5%, hipótesis de varianzas del 50% y un nivel de confianza de 2 sigmas; esto es, del 95,5%. Para el cálculo de las muestras se utilizó una fórmula de uso corriente para universos finitos. Aunque el total de la muestra se distribuyó de manera proporcional entre las comunas de acuerdo a su peso poblacional, se aumentaron a 30 las unidades en todas aquellas en que, al aplicar este procedimiento, resultase una cuota menor a esta cantidad, de manera que hubiera un mínimo suficiente de casos por comuna. Para la ubicación geográfica de la base muestral y la localización específica de las entidades consideradas en la muestra, se utilizó la información censal y cartográfica del Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Para ello se numeraron los individuos existentes en cada comuna, ubicándolos en el agregado mínimo censal correspondiente al sector, o sea, a una mitad de manzana en sectores urbanos o nucleados y viviendas o grupo de viviendas aisladas en sectores de residencia dispersa. Puesto que el Censo 2002 aún no estaba disponible con estos niveles de desagregación, el procedimiento se realizó a través de la base censal del Censo 1992 de cada región, utilizando el sistema REDATAM. Se tuvo en consideración, además, que en los sectores rurales las variaciones de población son generalmente menores y pueden ser corregidas en terreno, agregando nuevos sectores y viviendas. El sorteo se realizó mediante un programa especial de selección de números aleatorios. Aparte de los casos correspondientes por muestra, se sortearon también los reemplazos. Para identificarlos en terreno se establecieron hojas de ruta con el orden de encuestaje, acompañadas de la cartografía correspondiente para ubicar y sortear viviendas (agregando las variaciones que pudiese haber desde el Censo de 1992 a la fecha) y de acuerdo a las unidades correspondientes al sector con individuos sorteados. La información obtenida fue codificada y traspasada a una base de datos para su análisis mediante el programa SPSS (Statistical Package for Social Sciences). En la elaboración de la información se privilegió una dimensión geográfica relativa a los pisos ecológicos existentes en el sector rural regional: altiplano, valles altos o precordilleranos y valles bajos y oasis. Estos sectores geográficos determinan distintas especializaciones productivas agropecuarias, diferentes conexiones con la sociedad regional y procesos lingüísticos divergentes.

población aymara y establecimientos escolares ejecutando un programa de EIB.

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Mapa: Regiones de Tarapacá y Arica- Parinacota con las principales localidades andinas y segmentación de áreas sociolingüísticas

Mapa elaborado por los autores

4.

Distribución de hablantes, competencia, aprendizaje y uso del aymara

4.1. Población, adscripción étnica y hablantes de lenguas indígenas en las localidades estudiadas Las comunidades estudiadas corresponden a zonas de la precordillera y altiplano, en que los aymaras son mayoría, y áreas de valles bajos u oasis, donde la proporción de no-indígenas aumenta. Como veremos más adelante, la distribución de las prácticas culturales indígenas, entre ellas el aprendizaje y uso de la lengua, está vinculado al sector de asentamiento. Según la información reunida, la población aymara se distribuye en toda el

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área, aunque con importantes variaciones de acuerdo al sector geográfico. En general, la identificación étnica aymara decrece en un eje longitudinal a medida que se desciende de los sectores más altos a los más bajos. Es claramente mayoritaria en el altiplano (89,9%), que corresponde las comunas de General Lagos y Colchane, en su totalidad, y parte de las de Putre y Pica. En la zona de precordillera, que comprende toda la comuna de Camiña y un sector de las de Putre, Huara y Pozo Almonte, dicha identificación experimenta una importante baja pero sigue siendo mayoritaria dentro del conjunto (un 58,5%). En la zona de valles bajos y oasis que abarca toda la comuna de Pica y otro sector de la de Huara, se reduce a un 29,1%, mientras que en el sector de la pampa, que incluye parte de las comunas de Huara y Pozo Almonte, alcanza su nivel más bajo: un 16,4%21. Por las características del estudio y el tamaño de la muestra, se consideraron únicamente las autodeclaraciones de competencia, no siendo posible hacer mediciones directas a través de un instrumento de evaluación aplicado por hablantes entrenados. Pese a ello, los datos obtenidos muestran una alta consistencia interna y son, en lo fundamental, coherentes con los estudios previos realizados dentro de la misma zona (Gundermann, 1987, 1994, 1997; González, S., 1990; Instituto de Estudios Andinos, 2002; Gundermann et. al., 2005). La mayoría de la población del área estudiada (un 64,5%) declara carecer de competencia lingüística en alguna lengua indígena. Como se recordará, la noción de competencia lingüística es más restringida que la de competencia comunicativa, acuñada por Hymes (1988). Convergen en ella dos componentes. El primero es el conocimiento de un léxico y de reglas y convenciones (fonológicas, sintácticas y gramaticales) indispensables para la comunicación. En situaciones sociohistóricas de pérdida acelerada de una lengua o de re-aprendizaje elemental, como ocurre hoy con las lenguas indígenas de Chile, la variación de este conocimiento puede ser muy alta. El otro componente es la producción lingüística, la capacidad de emplear la lengua, iniciando o incorporándose a actos comunicativos. Nuevamente aquí encontramos una alta diversidad de situaciones al interior de la comunidad aymara hablante. A su vez, comunidad lingüística es un término difícil de definir. Lo empleamos, latu sensu, para designar una colectividad de hablantes que mantiene especificidad lingüística; por ejemplo, un bilingüismo como el que analizamos. Si se considera solamente al grupo de 181 personas que se autodefinen como aymaras, un 65,7% (119 casos) señala poseer competencia (en grados variables) en su lengua. Como es predecible, estos porcentajes experimentan importantes variaciones en relación con los sectores geográficos: mientras en el altiplano la competencia se eleva a un 95,2%, en

21 En cuanto a algunas personas que se autoidentifican como quechuas, en la gran mayoría de los casos no se trata de migrantes o miembros originarios de esta etnia, sino de habitantes de algunas localidades precordilleranas (como Mamiña, en Pozo Almonte) y de valles bajos (como Miñe-Miñe en Huara, y Pica, en la comuna homónima) que se autoadscriben como tales para diferenciarse de los inmigrantes aymaras instalados en sus localidades y, mediante esa vía, lograr una posición de autonomía en la relación con las agencias públicas que implementan la política indígena. Los casos de representantes de otros pueblos originarios son muy pocos y corresponden a inmigrantes mapuches, autoadscripciones sin base biográfica e identificaciones de solidaridad o de “tribalidad” cuya extracción es más bien urbana (Gundermann, Foerster y Vergara, 2005). Cabe precisar también que la ausencia de autoadscripción étnica no siempre se corresponde con la ausencia de antecedentes familiares indígenas.

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la precordillera baja a un 61,2% y en la zona de valles bajos, oasis y pampa alcanza sólo a un 38,6%. Lo mismo que la autoadscripción, la competencia en lengua aymara desciende en dirección a los sectores más bajos, tema sobre el que volveremos más adelante (Tabla Nº1). Tabla N°1: Declaraciones de competencia en lengua indígena por parte de personas autoadscritas como aymaras, según sector geográfico

Fuente: Encuesta Contexto Sociolingüístico de Comunidades Escolares Indígenas, 2003 Conocer el nivel de competencia activa permitirá apreciar mejor la información recién presentada. De las personas que declaran tener competencia en la lengua aymara22, poco menos de un tercio (un 30,9%) declara tener alta capacidad de producción lingüística; un 20,6%, en tanto, afirma tener una competencia media o incluso suficiente; i.e, no se consideran hablantes conspicuos, pero tampoco creen poseer limitaciones severas en su desempeño. Unos y otros suman algo más de la mitad de los casos (un 51,5%). Los restantes son hablantes que afirman poder desenvolverse activamente, aunque con importantes dificultades y limitaciones, las que llegarían en algunos casos a ser severas, hasta el extremo de una capacidad de emisión sólo muy elemental (algún léxico, saludos, frases de circunstancia, etc.). Estos últimos representarían algo más de la mitad en este nivel de competencia, si se considera que un 26,5% del total estima que dispone sólo de una comprensión limitada (entienden poco, logran solo una comprensión reducida) de la lengua indígena en los eventos comunicativos en que toman parte (Tabla Nº2). Tabla N°2: Competencia activa en la lengua aymara, según sector geográfico

Fuente: Encuesta Contexto Sociolingüístico de Comunidades Escolares Indígenas, 2003

22 Además de las 119 que consignaron competencia, incluimos aquí 17 personas que no se auto adscriben como aymaras, pero sí aseguran poseer conocimientos y capacidades en ese idioma. El caso es indicativo de las complejidades y paradojas de las identificaciones étnicas en Chile (cf. Gundermann, Foerster y Vergara, 2005).

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Atendiendo a las características de la muestra, las proporciones encontradas23 permiten situar algunos hitos de referencia. Primero, son representativas de la situación de vigencia del aymara en las comunas estudiadas ya que la muestra es proporcional, con pequeños ajustes, a la población de dichas comunas. En segundo lugar, por tratarse de zonas con una prolongada e ininterrumpida residencia indígena (Gundermann, 2003) y en donde se reconoce una mayor permanencia de la cultura y la lengua aymaras, es en ellas donde podemos encontrar los más altos porcentajes de hablantes. Tercero, dado que los centros urbanos concentran la mayor parte de la población indígena regional (los indígenas urbanos alcanzan a un 78,5%), pudiera ser que allí haya una mayor cantidad de hablantes, pero difícilmente de hablantes competentes. Volveremos sobre este tema en las conclusiones del trabajo. Por otra parte, un porcentaje bastante alto (87,2%) de los que declaran competencia en lengua aymara señala una competencia solvente en castellano, mientras que los casos de baja competencia representan sólo un 12,8% (asimilables entonces a bilingües en que el castellano está en posición subordinada). Esta alta competencia se contrapone visiblemente con el 48,5% de competencia baja que se declara para el aymara. En el mismo sentido, el amplio dominio del castellano contrasta con la mucho menor proporción (30,9%) de personas que aseguran tener un manejo comparable en jaqui aru. Lo indicado se confirma y acentúa si se considera que, aproximadamente, un tercio del total de quienes se identifican como aymaras son monolingües del castellano, mientras que habría desaparecido completamente el monolingüismo aymara. Los entrevistados también convergen en señalar que los niños bilingües son hoy una rareza. Casos de bilingüismo aymara-castellano entre niños y escolares se presentan sólo en los sectores geográficos más altos, como el altiplano. Estamos entonces en presencia de contextos sociales en que dicho bilingüismo está presente en poco más de un tercio del total de los casos (un 35,5%)24; o sea, donde prevalece claramente el monolingüismo castellano.

4.2. El aprendizaje del aymara y del castellano Entre aquellos que declaran competencia en lengua aymara se da una situación bastante heterogénea respecto al aprendizaje de la primera lengua, que puede ser el castellano, el aymara o las dos lenguas a la vez. La mayor parte (un 44,8%) ha aprendido simultáneamente ambas lenguas; un 31,3% aprendió primero castellano y después aymara; la situación inversa (aprendizaje del aymara y luego del castellano) sólo se presenta en un 23,9% de los casos y corresponde, principalmente, a adultos mayores. Siguiendo la tendencia a la permanencia de la lengua en los sectores ubicados a más altitud, el mayor número de personas que declaran tener al aymara como prime23 Cabe recordar que los entrevistados fueron hombres y mujeres de 18 años de edad y más. Atendiendo a la distribución por edad del conocimiento de la lengua, si se hubiese considerado adolescentes y niños, los resultados habrían sido todavía más desfavorables. 24 Desestimamos por improbables dos declaraciones de competencia nula en castellano por corresponder, seguramente, a un grado avanzado de bilingüismo subordinado del castellano.

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ra lengua reside en el altiplano (83,9%), porcentaje que también incluye a quienes lo aprenden simultáneamente con el castellano. Lo inverso ocurre en las zonas bajas. La distribución del aprendizaje de la primera lengua es indicativa de un rápido proceso de reemplazo por el castellano, que está aprendiéndose de manera masiva y temprana en todos los hogares indígenas de la zona rural de la región. En la práctica ya no se presenta el caso de que se estén comunicando primero en aymara y más tarde en castellano. A diferencia de lo señalado por Grebe (1986) y Salas (1996) hace dos décadas, el aymara, cuando llega a adquirirse, lo hace junto o con posterioridad al castellano. La lengua andina no parece ser objeto de un esfuerzo consciente de aprendizaje equivalente al del castellano, más bien al contrario: los padres voluntaria o involuntariamente tienden a limitar su empleo y, por hábito o decisión, se comunican en castellano con sus hijos y otras personas de la localidad. El aymara se adquiere únicamente si hay condiciones favorables y constituye un medio de comunicación usual en la red social inmediata. Su transmisión inter-generacional se ve reforzada por la pertenencia a familias con hablantes activos, por vivir o estar en contacto continuo con localidades altoandinas, donde históricamente dicha lengua ha sufrido una menor presión del castellano, o por tener posibilidades de interacción frecuente con adultos mayores que la emplean regularmente en el hogar y localidad. La intervención de los padres y miembros del hogar es determinante: la gran mayoría de los encuestados que domina el aymara lo aprendió de sus padres. La red parental y la localidad pueden tener una influencia favorable para la mantención y, eventualmente, la ampliación de los conocimientos lingüísticos, pero es indispensable la acción de la familia, donde se aprende realmente la lengua. En contraposición, la translocalización de la población andina por las migraciones, su redistribución en la región y el aumento de la residencia urbana producen una fragmentación de las redes de familiares y de crianza de los niños. La familia nuclear se encuentra con frecuencia fuera de las localidades rurales, en tanto las formas de agrupación familiar más amplias están residencialmente dispersas en la región. En efecto, mientras los adultos mayores, aymara hablantes, residen, en un importante número, en las localidades rurales, la mayor parte de los niños y jóvenes estudia y vive en sectores urbanos, salvo durante los breves periodos del año en que pueden retornar a sus comunidades de origen. Por ende, dejan de presentarse o disminuyen las condiciones favorables para el uso del aymara y, sobre todo, su aprendizaje por las nuevas generaciones. Como consecuencia, el castellano domina hoy ampliamente en las interacciones sociales dentro del hogar, las redes familiares y la localidad de residencia. El uso diferenciado del aymara y el castellano según el contexto de que se trate ha llevado a pensar que existiría entre las dos lenguas una diglosia institucionalizada. Los resultados aquí expuestos indican que esto no es efectivo. El bilingüismo ha ido retrocediendo y los usos y funciones de cada lengua no están separados entre sí en forma equilibrada o complementaria. Incluso en los espacios de interacción intraétnica, como la comunicación al interior de los hogares o en la educación de los hijos, se está empleando extensivamente el castellano o se lo alterna con el aymara. Como se recordará, en su sentido original, propuesto por Ferguson (1959), este concepto designa las situaciones de bilingüismo o de variación dialectal en que hay especialización, relativamente estable, de funciones de esas lenguas o variedades. La diglosia en su formulación clásica es la de

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una lengua “culta” con funciones distintas a las de una “baja” o popular empleada para otros fines. Las situaciones de diglosia suelen estar asociadas a condiciones de dominación social y política, pero no siempre se da esta relación25. En esta medida, el estudio de la subordinación o minorización, económica y sociopolítica del grupo poseedor de una lengua nativa y la relación de todo ello con las lenguas o variedades concurrentes debe analizarse de manera más general, representando los estados de diglosia sólo un resultado posible. A nuestro entender, el caso de las lenguas indígenas de Chile ejemplifica bien situaciones en que tiene lugar una minorización económica, social y lingüística de las lenguas indígenas sin que haya diglosia. En la terminología de Fishman (1988), hay bilingüismo pero no diglosia: una situación característica de procesos de cambio y reemplazo lingüístico en rápida progresión. La lengua aymara sería hoy prescindible o reemplazable por el castellano prácticamente en todos los ámbitos comunicativos.

4.3. Los usos del aymara y del castellano Los antecedentes presentados ponen en evidencia una situación crítica de la lengua aymara. Este diagnóstico puede ser confirmado considerando las condiciones y características del uso de la lengua indígena y del castellano. Un primer aspecto a tratar es la segmentación geográfica y social del uso del aymara. Empecemos señalando que un importante grupo de personas -la mayoría con indudable ancestro indígena- no sólo no habla el aymara sino que, además, lo escucha con muy poca frecuencia. En concordancia con lo ya visto, este fenómeno se pronuncia en dirección a los sectores geográficos más bajos. En estas áreas, la lengua originaria se emplea poco y, además, presenta segmentaciones internas que conllevan un uso del aymara socialmente diferenciado. En efecto, si focalizamos la atención en los pueblos de precordillera, valles bajos y oasis, advertiremos que existe una notoria distancia social entre los inmigrantes con mayor dominio del aymara y los residentes originarios sin competencia en esta lengua. Estos agregados de personas suelen interactuar intensamente, pero lo hacen en castellano, la lengua conocida por todos y claramente prevaleciente en la comunicación. El empleo del aymara en tanto, se circunscribe a los espacios de interacción entre los inmigrantes, únicos que pueden hablarlo (ver también: Van Kessel, 1987). Cuando estos interlocutores están más dispersos, como en los pueblos del desierto o en las ciudades de la costa, el uso del aymara se limita al hogar (si existen internamente las condiciones y hábitos para ello), o a instancias comunicativas con integrantes de redes parentales y de la comunidad de origen. En el altiplano y la frontera con Bolivia, en cambio, se emplea en una variedad de interacciones, no obstante el peso del castellano también se hace sentir en cuanto lengua de dominio común y en las relaciones externas con agentes escolares o autoridades. No es suficiente señalar atributos de la organización social del uso del aymara. Como segundo aspecto se debe también determinar la periodicidad en su utilización. De acuerdo a la información obtenida, las frecuencias de uso del aymara son general-

25 Una rediscusión y desarrollo del concepto se encuentra en: Fishman (1988: 120-133); su reelaboración y ampliación en: Fasold (1996: 71-108).

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mente bajas. Nuevamente son notorias las variaciones según pisos altitudinales. Sólo poco más de un tercio de quienes la hablan (un 37,3%) lo hace diariamente, en su gran mayoría residentes en el altiplano, en tanto que el resto la emplea ocasionalmente (un 30,5%) y rara vez o casi nunca (un 32,2%)26. La distribución de los casos se ajusta a la tendencia ya mencionada de descenso en vitalidad de la lengua a lo largo de la gradiente altitudinal andina. En el altiplano es usada de manera más frecuente, dado que existen condiciones favorables; en el otro extremo, valles bajos, oasis y pampa menos personas la conocen y es empleada muy poco u ocasionalmente. En las zonas de precordillera, si bien hay más hablantes que en los sectores bajos, su empleo es también ocasional o poco frecuente. Se recordará que, tanto en los valles precordilleranos como en los sectores más bajos, el uso del aymara está circunscrito a los inmigrantes bolivianos y chilenos del altiplano y no existe un núcleo de hablantes originarios. La estructuración del uso del aymara adquiere así una fisonomía característica: en las comunas altoandinas tiende a darse una concordancia entre agregados sociales y lingüísticos; en cambio, en las zonas de precordillera, valles bajos y oasis del desierto, se produce una segmentación étnica y social entre quienes han emigrado desde el altiplano y tienen competencia en aymara y quienes son oriundos de estos sectores y ya no la comprenden ni la hablan. Hay una frontera simbólica entre los dos grupos que define y refuerza estereotipos sociales27. Los “originarios” identifican a los inmigrantes como un grupo claramente distinto y separado de ellos, a los que aplican denominaciones devaluadoras: “paisanos” o “indios”. En el mismo acto niegan para sí mismos dicha condición de indígenas y, con ello, la asociación con la lengua aymara; en ocasiones incluso al nivel de la memoria histórica. Pese a ello, en los últimos años se ha producido en este grupo un fenómeno de reidentificación étnica (especialmente inducido por las agencias estatales como CONADI) que, aparentemente, no ha eliminado, pero sí disminuido la distancia social con el otro sector, lo que podría conllevar un cambio de actitud favorable hacia la lengua aymara. El empleo del aymara se organizaría entonces según dos principios: la menor o mayor amplitud del círculo de interacción social y el carácter intra o extra étnico del mismo. Puede esperarse que la lengua vernácula se hable mayormente en interacciones sociales entre indígenas y personas socialmente cercanas; o sea, ámbitos intraétnicos y socialmente restringidos. A la inversa, su uso disminuye exponencialmente a medida que nos introducimos en espacios de relación interétnica y/o donde confluyen un mayor número de participantes que no guardan entre sí relaciones familiares o de comunalidad y en que resulta común la presencia de monolingües del castellano. Así, 26 Si se observa lo que ocurre con las personas que no la conocen, la mayor parte (un 71,3%) declara que no ha escuchado hablarla en más de un mes previo a la realización de la encuesta. Esto es indicativo tanto de la segmentación social del uso del aymara, recién comentada, como del patrón de uso recesivo de dicha lengua. 27 Al respecto, afirman Gumpertz y Bennet (1981: 133): “Los juicios de los hablantes sobre el significado social y cognitivo de determinadas diferencias lingüísticas concretas tienden a reflejar estereotipos antes que hechos concretos. El resultado de esto es que la existencia misma de diferencias entre sistemas lingüísticos, sean éstos códigos o estilos, se convierte en vehículo de transmisión y mantenimiento de los estereotipos sociales”.

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mientras mayor cercanía se dé en la interacción comunicativa, más plausible es que los actores involucrados opten por el aymara. Por el contrario, mientras más público y externo sea el ambiente, habrá una mayor utilización del castellano (Tabla Nº3). Tabla N°3: Empleo de la lengua aymara en la interacción lingüística entre hablantes activos en esa lengua según contextos de interacción social en la Región de Tarapacá

Fuente: Encuesta Contexto Sociolingüístico de Comunidades Escolares Indígenas, 2003 Según la tabla precedente, los espacios de interacción social más asociados con el uso del aymara son los hogares, las relaciones con familiares o las actividades agrarias entre campesinos indígenas. En cambio, las reuniones comunitarias, la comunicación en el ámbito escolar y, se podría agregar, muchas de las relaciones con el mercado, tienden a realizarse en castellano. Desde una perspectiva etnográfica, se observa un importante grado de flexibilidad en la organización social del uso del aymara. Un ejemplo significativo son las situaciones de interacción en las localidades fronterizas. Quienes participan en ellas son conscientes de su condición de “aymaristas” (hablantes del jaqui aru), pero usualmente no son parientes ni integrantes de un mismo grupo social particular (localidad, comunidad, sector). Así, en la feria tripartita de la localidad de Visviri en la provincia de Parinacota, donde convergen aymaras peruanos, bolivianos y chilenos; y en la de Colchane, en la provincia de Iquique, entre aymaras bolivianos y chilenos, es común que la compra y venta de productos se lleve a cabo en lengua aymara, especialmente si el comprador y el vendedor se conocen desde hace cierto tiempo, no obstante que ambos son bilingües y puedan hablar en castellano. Contrapartes peruanas y bolivianas son reconocidas como hablantes competentes del aymara y, si los interlocutores chilenos también lo son, la comunicación puede darse en la lengua vernácula porque los interactuantes y la situación social en la que se encuentran implicados lo estimula o lo permite: lugar de frontera, hablantes indígenas peruanos o bolivianos con un patrón de cambio de código diferente a los chilenos, conocimiento y confianza recíprocos, sentimiento de familiaridad lingüística. Si consideramos los contextos formales de interacción, la tendencia se extrema y el empleo del aymara se hace muy bajo o inexistente. Por ejemplo, el 78,2% de los

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respondentes señalan que la lengua vernácula no es empleada (no se le escucha o no se usa) en la escuela correspondiente a su comunidad28. Lo mismo ocurre en otros espacios locales, sobre todo cuando intervienen agentes estatales que, salvo algunos funcionarios aymaras, ignoran del todo dicha lengua: la escuela, los gobiernos locales y las instituciones públicas, en todas las cuales no existe otro código de comunicación que el castellano. Mientras más nos alejamos desde las tierras altas en dirección a la costa pacífica y los centros urbanos, las posibilidades de uso del aymara van disminuyendo proporcionalmente. No se trata de que su uso sea impensable fuera de los espacios étnicos o de que vaya a ser necesariamente objeto de represión explícita, sino de que, ante la presencia de personas no-aymaras y monolingües del castellano, el cambio de código ocurre casi automáticamente. El paso al castellano se produce también en las interacciones entre aymaras en las que participa un no-hablante o cuando las personas consideran que tienen un mejor desempeño en español. Puede incluso emplearse el aymara para informar, concordar o comentar asuntos respecto de los cuales no se quiere que uno o más presentes se enteren, pero ello es algo circunstancial, breve y normalmente discreto. En estos casos, la alternancia de códigos es usual, ocupando el aymara una situación doblemente desventajosa respecto del castellano: su alternancia es más frecuente que en el sentido inverso y el castellano es la lengua conocida por todos y no presenta rechazo social alguno. Por ende, en el plano de las interacciones el empleo del aymara depende de varios factores: a) quiénes entablan el diálogo; b) certidumbre acerca de las capacidades lingüísticas de los interactuantes, c) una expectativa recíproca o disposición al diálogo en ella y, d) el contexto o situación comunicativa. Si ellos no se presentan favorablemente, se recurre al castellano. De esta manera, si no hay una competencia y un empleo extendidos de la lengua indígena; si los procesos de aprendizaje son tendencialmente y en progresión ascendente realizados en castellano; si los contextos de comunicación están dominados por él, no son identificables dominios y funciones exclusivas o donde regularmente prevalezca el aymara y, por último, si la tendencia en todos estos ámbitos es a su reemplazo por el castellano, entonces, muy difícilmente puede sostenerse la existencia de diglosia. No se nos escapa la posible conveniencia para la defensa de la lengua propia el que pudiera justificarse un estado de diglosia. Significaría que, aunque históricamente ha cedido terreno al castellano, de todos modos conserva dominios y funciones en que su empleo es exclusivo o mayoritario y que ello se sostiene en el tiempo.

28 No debe olvidarse que la escuela pública ha sido, desde su llegada a la región andina, un exitoso instrumento de castellanización y chilenización (en el sentido de generar la identificación con Chile). No es seguro que pueda ahora cumplir la tarea contraria: la mantención y enseñanza del aymara, más aún cuando muchos padres creen que el bilingüismo supone un bajo dominio del castellano y prefieren que sus hijos sean monolingües en esta última lengua y eviten, así, exponerse a actos de discriminación por el resto de los chilenos (Grebe, 1986; Gundermann, 1986a). No es raro tampoco que los hablantes actúen motivados por la convicción de que su lengua está condenada a desaparecer y, aunque puedan lamentar su pérdida, decidan favorecer el aprendizaje del castellano por parte de sus hijos e, incluso, dejen de hablarla delante de ellos y la utilicen exclusivamente en compañía del cónyuge o de personas mayores.

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No obstante, las situaciones de interacción entre aymaras y chilenos no-indígenas toleran hoy una relación de ausencia/presencia más compleja que la simple exclusión de antaño. Tomemos como ejemplo los ritos practicados por oficiantes aymaras al inicio de una reunión con autoridades de gobierno, que han recibido la denominación de “rogativa” o pawa (en aymara) y que, actualmente, son parte del protocolo oficial de las instituciones públicas chilenas. Estas ceremonias tienen un doble carácter, político y religioso, y en ellas se conjugan elementos muy heterogéneos tanto a nivel de la actuación (performance) como de los símbolos utilizados (Maluenda y Valenzuela, 2004: cap. 4, 77-117)29. Los rituales se llevan a cabo preferentemente en español, aunque se recurre a ciertas expresiones o frases breves en lengua indígena, cuyo empleo responde a una doble función: expresiva y simbólica; la lengua misma se transforma en símbolo en desmedro de su capacidad comunicativa (ver al respecto: Salvador, 1993: 97). Los oficiantes consideran que la ejecución correcta de los ritos debería hacerse en aymara, pero aceptan o justifican el uso del español ante el “olvido” de dicha lengua. En el caso de un hablante bilingüe, estaríamos ante una forma de interferencia lingüística (Siguán, 2001: 175-187), pero los aymaras monolingües del español recurren a estas sustituciones lingüísticas como una forma de trazar una frontera étnica respecto a los chilenos noindígenas y como un medio de mostrar su fidelidad y competencia en su cultura30. Este uso simbólico del aymara no se acompaña de un interés por aprender la lengua, de manera similar al uso cada vez más frecuente de términos en inglés entre hablantes de español en Chile, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, que no está relacionado generalmente con una necesidad funcional ni con una competencia dicha lengua (Sáez-Godoy, 2005). Una dificultad adicional lo representa el hecho de que, por diversas razones, el léxico del aymara se ha ido confinando a las representaciones y prácticas culturales tradicionales, mientras que los objetos y experiencias “modernas” son dominio exclusivo del español, lo que correspondería a un empobrecimiento lexical (Chiodi y Loncón, 1995: 24-25, en referencia a la lengua mapuche). La existencia de fenómenos como el recién analizado (el uso de la lengua como recurso simbólico en rituales políticos), o que desde el Estado y la dirigencia e intelectualidad indígena andina se den señales en sentido contrario, nos muestra que estamos no sólo frente a un fenómeno objetivo de disminución relativa del uso del aymara respecto de las esferas funcionales donde puede ser empleado exitosamente como medio de comunicación, sino también ante la continuidad del estatus cultural disminuido de dicha lengua para sus hablantes, que tienden a considerarla como “atrasada” e intrínsecamente limitada respecto del castellano. Obviamente, no existe tal limitación: 29 Este doble carácter está bien subrayado por Schroedl (2008: 21): “No existe una separación estricta entre los rituales en general y los rituales políticos en particular. Más bien se puede decir que los rituales políticos se encuentran justamente entre el ámbito de la política y de la religión”. Al mismo tiempo, señala su carácter mediador entre dos partes (en este caso, la aymara y la del Estado chileno): “los actores de los rituales políticos colectivos constan por una parte de la sociedad o cualquier grupo social, y por otra del Estado o de una autoridad política. Después de todo, el negociar la relación entre estos dos partidos es justamente lo que se puede considerar como función principal de los rituales políticos” (Schroedl, 2008: 21). Véase también: Gareis (2008). 30 Algo muy semejante se presenta entre los mapuches del centro sur de Chile.

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se trata de un problema de desarrollo lingüístico del aymara, que no cuenta con los recursos de apoyo de lenguas como el castellano, escritas y codificadas desde hace varios siglos, lo que permite que sirva como medio de comunicación y enseñanza en ámbitos sometidos a cambios muy dinámicos como la ciencia, la tecnología y la economía. Esto no ocurre con las lenguas indígenas, que han sido hasta hace muy recientemente lenguas de tradición oral y que, con excepción de las gramáticas coloniales y textos escolares de EIB actuales, no han sido codificadas para su enseñanza y uso en ámbitos formales. Es notorio el hecho de que, en los programas de educación intercultural bilingüe, dichas lenguas sean incorporadas sólo como materia de estudio en sí mismas, y no como herramientas de enseñanza de matemáticas, ciencias u otras materias, lo que termina por reafirmar su posición subordinada frente al castellano31.

5.

El desplazamiento de la lengua aymara por el castellano

Los actuales habitantes del área de comunidades aymaras de Tarapacá y Arica-Parinacota son principalmente castellano-hablantes. Sólo un 35,5% de total de entrevistados declaró tener competencia en lenguas indígenas y, entre aquellos que se reconocen como aymaras, un poco más de la mitad (un 51,5%) indica niveles de competencia activa alta o media en su lengua. Esto significa que poco menos de un quinto (17,4%) de los residentes, indígenas y no indígenas tendría un manejo fluido del jaqui aru. Estos datos corresponden, además, a la población rural (salvo Pica y Putre), el área que se podría esperar fuese la menos afectada por el desplazamiento lingüístico. Se entiende por desplazamiento lingüístico al proceso mediante el cual una lengua o variedad lingüística va siendo reemplazada por otra. Las causas pueden ser múltiples: políticas lingüísticas, cambios religiosos, opresión cultural, migraciones, etc. Su duración puede también ser muy disímil de caso en caso. La inestabilidad en el bilingüismo, la competencia entre lenguas y los fenómenos de desplazamiento son muy comunes en la dinámica de las lenguas en cualquier parte del mundo. La tendencia general durante el siglo XIX y, sobre todo en el XX, es a la expansión de lenguas y variedades constituidas en nacionales y oficiales. En las últimas décadas tiene lugar la consolidación de lenguas globales en grandes regiones del planeta. Es común en la dinámica de las lenguas indígenas en Chile y Latinoamérica una transición desde el monolingüismo indígena, pasando por un bilingüismo sin diglosia con competencia por dominios, a la desaparición de la lengua vernácula en favor del castellano.

31 En esto se hace visible una continuidad con la lógica colonial hispana, no obstante las muchas diferencias en términos de implementación práctica. Como se recordará, en su Gramática Castellana de 1492, la primera de esta y cualquier otra lengua europea moderna, Nebrija afirmaba la convicción de que su obra debía servir como “instrumento” o “compañera del Imperio”, pues “después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas: y con el vencimiento aquellos tenían necessidad de recebir las leies: quel vencedor pone al vencido y con ellas nuestra lengua” (Nebrija, 1492).

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La vigencia del aymara dentro del espacio andino es históricamente muy variable. El altiplano y la alta cordillera -y, junto con esta zona, las regiones limítrofes bolivianas- han sido los grandes reservorios de conservación de esta lengua, a pesar de los rápidos cambios que han tenido lugar en ellos, particularmente en las últimas décadas. En los valles bajos, los oasis y la pampa, al igual que en los centros urbanos regionales, predomina ampliamente el castellano. El área de valles altos o precordillera presenta una situación intermedia. En esta zona se mantuvieron algunos hablantes hasta hace unas décadas atrás y es también el destino de migraciones desde el altiplano y regiones aymaras bolivianas aledañas a la frontera. La tabla Nº4 muestra el empleo declarado del aymara y del castellano (como lengua de uso exclusivo o prevaleciente según el conocimiento de los declarantes) por parte de los antecesores de los entrevistados que declaran competencia en la lengua originaria. Entre los progenitores, un 57,2% habría hablado con similar destreza ambas lenguas (se entiende, la lengua originaria y un “castellano andino”, Salas 1996: 261), en tanto que un 25,5% habría usado de manera predominante la lengua vernácula. Estos últimos no necesariamente son monolingües aymaras: se trata más bien de bilingües en que el castellano ocupa una posición subordinada. Tabla N°4: Lengua empleada exclusiva o predominantemente por los progenitores y abuelos directos según sector de nacimiento del entrevistado

Fuente: Encuesta Contexto Sociolingüístico de Comunidades Escolares Indígenas, 2003 (a) (b) (c)

Todos los progenitores habrían nacido en Bolivia En 14 de los casos, los progenitores se declaran nacidos en Bolivia Abuelos directos de los entrevistados nacidos en Bolivia

(d) En 12 de los casos, se trata de abuelos directos nacidos en Bolivia Los valores en favor del aymara son ligeramente mejores si se considera a las mujeres (las madres de los entrevistados), lo que concuerda con el antecedente de que es entre las mujeres donde hay mayor competencia en aymara (Harmelink, 1985; Grebe, 1986; Gundermann, 1986a). Los resultados también confirman la importancia de la proveniencia altoandina chilena y boliviana en la vigencia de esta lengua. En efecto, un 63,7% de

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los progenitores informados habría nacido en el altiplano y, si agregamos aquellos provenientes de Bolivia, el porcentaje sube a un 82,4%. Ellos concentran la competencia en la lengua indígena: el 90,3% de los casos en que se declara uso prevaleciente del aymara entre los progenitores; y el 79,1% de aquellos acerca de los que se declara un empleo equivalente de las dos lenguas. Si se indagara con más detalle en los casos de progenitores con dominio del aymara por parte de sujetos nacidos fuera de las tierras altas, probablemente la mayoría de ellos tendría antecedentes familiares altoandinos. A su vez, la información respecto de los abuelos de los entrevistados32 pone en evidencia resultados congruentes con los observados para los progenitores en cuanto a la situación y tendencias del bilingüismo. Como era esperable, aumenta considerablemente el porcentaje de aquellos que emplean predominantemente el aymara (51,2%) y disminuye el de quienes emplean ambas lenguas (33,7%), manteniéndose aproximadamente en el mismo orden de magnitud los que usan exclusiva o prevalecientemente el castellano (15,1%). Este grupo muestra, así, un alto grado de vigencia del aymara y una menor frecuencia del castellano, aun cuando este se encuentra sólidamente instalado en algunas zonas. La diferencia en las competencias y usos de la lengua cuando se pasa de la generación de los abuelos al de los progenitores radica en el aumento de quienes emplean ambas lenguas y la disminución de quienes hablan exclusiva o principalmente aymara. Se confirma, asimismo, el peso de la proveniencia altoandina y boliviana en estos predecesores: un 32,2% es de origen altoandino chileno, lo que, sumado a los aportes aymaras de Bolivia, representa un 51,2% de los casos33. La vigencia de la lengua aymara en las zonas bajas se explica por la inmigración reciente de individuos y familias de localidades aymarófonas, puesto que allí habían sido desplazada tempranamente por el castellano, un proceso en curso desde hace más de un siglo (Gundermann, 1997). La nueva distribución espacial no se puede asociar, entonces, con una permanencia estable de hablantes bilingües en estas áreas. Actualmente se presenta la paradojal y, a la vez, problemática situación de que hay una proporción cada vez menor de hablantes respecto del total de la población indígena, que están, además, distribuidos a lo largo de toda la región, inclusive en sectores urbanos. El aymara perdió su carácter de lengua concentrada en la alta geografía andina para dispersarse, a la par que sus hablantes, por toda la región, pero con ello queda más expuesta a las presiones provenientes de la lengua dominante, lo que confirma la relevancia de los procesos migratorios en la dinámica sociolingüística del aymara, cuya irradiación se corresponde con la redefinición de las fronteras étnicas. 32 Reconociendo que entre éstos encontramos edades muy disímiles, de 18 años en adelante y que, por lo tanto, los abuelos difícilmente constituyen una generación, sino que sólo un grupo constituido a partir de un nexo parental y genealógico. Pero, de todos modos, la de los abuelos corresponde, en promedio, a situaciones anteriores en dos o tres décadas a la de los progenitores y el de éstos a un tiempo equivalente previo al de los entrevistados en este estudio, lo que nos entrega un panorama de los cambios en el bilingüismo. En cualquier caso, los resultados son bastante indicativos. 33 El relativamente mayor porcentaje de orígenes altoandinos y bolivianos en el grupo de los progenitores en relación al de los abuelos se explica por la envergadura de la inmigración hacia la precordillera y valles bajos que desde esas áreas se produce durante las últimas décadas.

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Según la información histórica disponible, hasta la primera mitad del siglo XIX, la lengua aymara se extendía a lo largo de todo el espacio andino, incluidas las comunidades de “indios” ubicadas en los valles bajos y los centros mineros cercanos a Iquique donde laboraban peones aymaras (Gundermann, 1997). El aymara era la lengua que presentaba la más amplia distribución y el mayor contingente de hablantes en toda la región, dado que los indígenas conformaban el grueso de la población. A partir de entonces se inicia un proceso de profundos cambios asociados a la conformación de un ciclo minero exportador de salitre en el desierto, el desarrollo de la burocracia estatal peruana y el arribo de población mestiza a la zona, incluso a los valles andinos. La participación aymara en la minería y las actividades asociadas condujo a que numerosos habitantes de los valles bajos y medios empezaran a definirse como no-indígenas dentro de un proceso mayor de diferenciación social interna, redefinición de las identidades sociales y abandono de la lengua originaria. Complementariamente, la relación con contingentes de inmigrantes monolingües del castellano en los campamentos mineros y sectores como los valles, sujetos a la influencia directa de la industria salitrera, la acción de las escuelas de enseñanza elemental y el propio interés de los pobladores andinos por castellanizarse ayudó al sostenido retroceso de la lengua amerindia. La disminución del número de hablantes por el avance del castellano en la población de los sectores bajos llevó a que su espacio de vigencia se fuera limitando paulatinamente a las tierras altas. Una vez que la región se anexara a Chile (Tarapacá en 1881; Arica y Parinacota en 1929), la lengua aymara siguió siendo usada extensivamente sólo en la precordillera alta y en el altiplano. Se refuerza la definición de las tierras altas como un área de indígenas o “indios” (según el énfasis más neutro o despectivo que se le quisiera dar), condición que se vincula al conocimiento y uso de la lengua aymara (Gundermann, 1997 y 2001). Cabe recordar que, por lo menos desde finales del siglo XIX, la denominación de “indio” es expresiva de una categoría social y cultural inferior (“atrasado”, “incivilizado”), lo que termina por facilitar al abandono de la lengua con la cual está asociada. Los efectos de esta valoración negativa siguen estando presentes hoy, pese a la existencia de una política indigenista multicultural que reconoce y valora la diversidad étnica y a que ha ido surgiendo en algunos sectores de la sociedad chilena una actitud favorable hacia las culturas y las lenguas indígenas. Durante el siglo XX, la apertura de caminos y el mejoramiento general de la infraestructura aceleraron la integración económica y política de las zonas interiores a los centros regionales. Allí donde su dominio todavía no se generalizaba, la escuela pública difundió la identificación nacional y el uso del castellano, además de contenidos instrumentales. El servicio militar incentivó la adhesión a los valores nacionales (y también castellanizó junto con capacitar en lectoescritura) entre los jóvenes varones aymaras. La acción del mercado sobre las comunidades aymaras complementó la del Estado, llevando a los campesinos a profundizar la mercantilización y monetarización de sus economías. Con ello, incrementó su dependencia de fuentes de trabajo y abastecimiento externos (los valles bajos o Bolivia), lo que también supuso el establecimiento de relaciones fluidas con agentes mercantiles monolingües del castellano. Desde la década de 1930 en las zonas aymarófonas tienen lugar dificultades de sostenibilidad agraria, fenómeno que precipita la salida de numerosas personas desde los valles y la cordillera. El desmantelamiento progresivo de las empresas salitreras con salida de su

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población obrera limitó las opciones de ingresos y colocación de productos a los agricultores de los valles. A su vez, el aumento de población no pudo ser sostenido por la economía ganadera tradicional de las tierras altas. Se produjeron entonces migraciones a zonas andinas y no andinas del desierto y la costa (Arica e Iquique, Pozo Almonte), una redistribución de la población aymara en la región y un incremento de la movilidad espacial. En años recientes, la demanda por educación y acceso a servicios urbanos ha sido también un poderoso estímulo a las migraciones desde las áreas indígenas tradicionales (Gundermann, 2001). Estos procesos tuvieron un efecto de conjunto en favor de la asimilación cultural, el desplazamiento lingüístico del aymara y el aumento del monolingüismo castellano. Resulta entonces limitado el modelo de descripción del desplazamiento de la lengua aymara según el criterio ecológico de aislamiento (mayor o menor distancia desde centros urbanos, accesibilidad, presencia o no de escuelas y servicios públicos en poblados primados, etc.) propuesto por Harmelink (1985: 18-29) y retomado por Salas (1996: 260262). No es adecuado para entender el pasado ni aclarar el presente. Las dimensiones geográficas y espaciales no son factores explicativos en sí mismos, sino únicamente en cuanto se asocian con determinadas configuraciones de las relaciones sociales y con distintas situaciones históricas. Asimismo, se trata de una representación muy esquemática de hechos y tendencias complejos. Desde este modelo no podría entenderse el fenómeno de la conscripción militar de los jóvenes aymaras -incluidos los de las zonas aisladas- y su impacto castellanizador, efectivo desde la primera mitad del siglo XX. Tampoco el que en zonas donde no se había expandido aún el sistema escolar nacional como Isluga y Cariquima hacia 1940 y 1950, comunidades consideradas conservadoras en materias culturales y lingüísticas, se contrataran profesores particulares de los valles y Bolivia para la enseñanza de primeras letras en castellano, que obviamente contribuyeron a difundirlo (González, 2002); en tanto que, al mismo tiempo, en el poblado de Chapiquiña, vecino a la central hidroeléctrica del mismo nombre y donde, por ende, se daban relaciones frecuentes con personal monolingüe del castellano, existieran todavía en 1986 varios ancianos hablantes del aymara cuyas familias eran originarias de allí. De manera más decisiva, este modelo no ofrece hipótesis que permitan interpretar histórica y sociológicamente las consecuencias lingüísticas de la división social, étnica y cultural vigente, ya hacia finales del siglo XIX, al interior del espacio andino entre los valles occidentales y las tierras altas. Unos agricultores, otros ganaderos; unos no se consideran “indios”, adjetivación que restringen a los del altiplano, mientras los otros, de aceptarla, lo hacían a regañadientes; aquéllos eran ya castellano hablantes o aumentaron su contingente terminando por completar la castellanizaron, mientras los de las tierras altas mantuvieron una actitud lingüística más conservadora. Por lo demás, el aislamiento de algunos valles era tan severo como el del altiplano, cuya economía ganadera estuvo muy conectada a la minería del desierto, de los valles bajos o de los puertos. Las diferencias lingüísticas que en el largo plazo se fueron creando llegaron a ser bastante reales y con consecuencias sociales prácticas. Los nexos de los pastores de las comunidades altoandinas con las tierras bajas, los valles, la minería del desierto y la costa fueron durante el último siglo y medio mediados por los agricultores, arrieros, comerciantes, pequeños funcionarios y autoridades de o asentados en los valles y precordillera andina. Las relaciones de que se nutrió esta mediación (intercambios asimé-

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tricos, peonaje, diferencias de prestigio y autoridad, etc.), dieron origen a una forma de dominación estamentaria no institucionalizada. Constituyeron un modo de contención social y cultural de unos (que contribuye a su conservadurismo cultural y lingüístico), a la vez que un medio para la proyección hacia afuera de los otros (hacia los centros económicos y de poder en la minería del desierto y de la costa) (Gundermann, 2001). Por otra parte, se debe reconocer que estos cambios lingüísticos no habrían tenido lugar si no hubiera existido una decisión de los propios hablantes aymaras de dejar de enseñar y hablar su lengua en el seno de sus hogares y comunidades. Por el contrario, la visión predominante entre los dirigentes y educadores aymaras de hoy atribuye a los factores externos la responsabilidad exclusiva o casi exclusiva en la pérdida del aymara. Ello significa considerarse víctimas pasivas de las acciones realizadas sobre ellos, pero por desigual que haya sido (y sea) la relación con la sociedad chilena, ella no anula la reflexividad y la capacidad de acción de parte de los indígenas andinos. Subyace a esta mirada una representación errónea del fenómeno del poder, que consiste siempre en una relación entre sujetos (individuales o colectivos) y, por ende, donde una parte no puede anular la capacidad de oposición o resistencia de la otra parte sino a condición de eliminar al otro sujeto en tanto tal; esto es, dando fin a la relación y, por tanto, a la condición de posibilidad del poder (Jonas, 1987: 34-36). De ello puede desprenderse que el poder (o, mejor dicho, el polo dominante en la relación de poder) se hace más fuerte cuando logra concitar el apoyo del dominado34. En el caso que tratamos, los aymaras fueron más allá de la mera aceptación al proceso de integración conducido por el Estado chileno y sus autoridades regionales. Durante todo el siglo XX solicitaron a ellos la instalación de escuelas públicas en sus localidades e, inclusive, cuando éstas aún no existían, procediendo a la creación de escuelas con recursos propios (González, S., 2002). Y, si bien es cierto que la escuela ejerció un rol decisivo en la introducción del castellano y en el retroceso del aymara, también es efectivo que esto tuvo lugar al interior del espacio escolar y no fuera de éste, no al menos de modo sistemático o constante35. Por lo tanto, el abandono del aymara al interior de los hogares no puede ser explicado como consecuencia directa de la acción de la escuela sino, en primer término, como resultado de las decisiones de los hablantes. Las motivaciones que concurrieron a ello son, por cierto, de signo diverso: adecuación a los aires de cambio dominantes, afanes genuinos de integración, búsqueda de salida a la denigración de la condición de “indio”, mecanismo de defensa ante prejuicios y actos discriminatorios, etc. 34 Como señala acertadamente Godelier (1982: 88), precisamente a propósito de las relaciones entre poder y lenguaje: “la fuerza más fuerte de un poder de opresión, de dominación, no es ciertamente la fuerza violenta, sino por el contrario, un consentimiento de los dominados frente a su dominación”. 35 Tal es el caso Evo Morales, actual presidente de Bolivia, quien tiene al aymara como su lengua materna e inició el aprendizaje de español en la escuela pública, conservando la lengua andina en la comunicación en el hogar y la comunidad, donde también se hablaba castellano y quechua (Subercaseaux y Sierra, 2007: 23). Pero, “con el correr de los años, optó por el español ya que, en sus palabras, le permitía centralizar la comunicación. Ciertos rivales campesinos y originarios criticarían su incapacidad para dar discursos en aymara o quechua” (Sivak, 2008: 56).

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También debe destacarse el papel activo de las comunidades en solicitar al gobierno la construcción de caminos o la provisión de servicios (como luz eléctrica), o en migrar hacia los centros urbanos para que sus hijos pudieran completar una escolaridad más avanzada y de mejor calidad. Dichas demandas se formularon, además, desde una autodefinición como agricultores, pobladores del interior o habitantes de zonas fronterizas, entre otras, pero no desde una identidad como aymaras36. Así, no sólo en su contenido, también en su forma las reivindicaciones aymaras se ajustaron a un patrón integracionista e invisibilizaron la condición indígena que, hasta una década y media atrás, poco más o menos, siguió siendo un elemento de identificación comunitario local o en las relaciones entre comunidades, pero no dentro de un espacio público interétnico. En ese contexto de rápidos e intensos cambios, los conocimientos, instrumentos y códigos de comunicación fueron siendo cada vez más los provistos por la cultura nacional y la lengua castellana.

6. Conclusiones Los resultados del estudio muestran que la mayor parte (un 66,3%) de los habitantes de las comunas rurales (incluidos los pueblos de Pica y Putre) pertenecientes a las regiones de Arica Parinacota y Tarapacá son castellano-hablantes. Si se considera solamente a las personas que se autodefinen como aymaras (181 casos), un 65,7% (119 casos) señala poseer algún grado de competencia en su lengua. Si se agregan los casos de personas que no se autoadscriben como aymaras pero sí tienen algún conocimiento de la lengua (198 casos), los hablantes eficientes de la lengua representarían un 35,2% del grupo bilingüe; o sea que algo menos de un quinto (un 17,4%) del total tendría un manejo fluido del aymara. La distribución del conocimiento y uso del aymara dentro del espacio regional no es homogénea, presentando importantes variaciones entre sectores socio-geográficos. La cantidad de aymara hablantes y la frecuencia de uso de esta lengua disminuyen siguiendo una gradiente altitudinal. En el altiplano es hablada con mayor frecuencia porque allí concurren condiciones sociales y lingüísticas más favorables. En el otro extremo se ubican los valles bajos, los oasis y la pampa, donde existen menos personas que la conocen y es empleada muy poco u ocasionalmente. En las zonas de precordillera encontramos una situación intermedia ya que, si bien existen más hablantes que en los sectores más bajos, su empleo es también ocasional o poco frecuente. También se presentan diferencias en el manejo de la lengua según los contextos de uso. El aymara mantiene su vigencia en ámbitos privados e intraétnicos, mientras que en los espacios públicos e interétnicos prevalece casi exclusivamente el castellano. Se sigue usando al interior de los hogares, en las relaciones con familiares o en las actividades económicas y religiosas tradicionales, pero incluso mucha de la interacción comunicativa interna, en el medio escolar o en las relaciones con los funcionarios

36 Ya que la etnificación aymara, i.e., su conformación como personas y grupos que adoptan tomas de posición étnica, es posterior y, en parte, uno de los resultados de estos procesos.

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públicos, así como la mayor parte de los vínculos con la sociedad regional se realiza en castellano. Por lo demás, este perfil es válido solo para los sectores de altura, ya en las zonas bajas el aymara se mantiene vigente solamente en segmentos de personas provenientes del altiplano chileno o boliviano, en donde el empleo de la lengua es todavía más circunscrito. Los habitantes originarios, en cambio, dejaron de hablarla hace muchas décadas e incluso varias generaciones. El avance del castellano y el retroceso del aymara no pueden explicarse únicamente por las posibilidades y frecuencias de la interacción social con hablantes de la lengua dominante. Desde una perspectiva histórica, son el resultado de las relaciones sociales establecidas entre segmentos indígenas que han experimentado procesos de cambio cultural y social muy diferentes. Los habitantes de los sectores más bajos iniciaron en el siglo XIX un proceso de asimilación y relativo abandono de la cultura y lengua originarias, dejando de considerarse “indios”. Dicha condición la reservaron para los habitantes de los sectores más altos. De esta manera, la distinción “peruano” o “chileno” en oposición a “indio”, fue reincorporada como esquema de categorización social al interior del mismo mundo aymara, produciendo su división en dos agregados opuestos por relación con su identificación colectiva. Junto con ello, entre los propios aymaras históricos se abre una brecha social y étnica a partir de la cual se producen relaciones de desigualdad -y dominación- fundadas en la pertenencia a una u otra categoría sociocultural. De aquí que las diferencias según estratos sociogeográficos resulten muy importantes para comprender la distribución y los cambios de la lengua aymara en la región. En los sectores más bajos, el aymara fue desplazado tempranamente por el castellano, por lo que la presencia actual de esta lengua en ellos se explica por la presencia de individuos y familias que han emigrado desde zonas aymarófonas. En la actualidad, las fronteras lingüísticas se han redefinido de forma contradictoria: si bien los aymaras se han dispersado por toda la región y han disminuido las presiones para el ocultamiento y abandono de la lengua nativa, las condiciones sociales dominantes no favorecen tampoco su mantención y recuperación. Su cultura y su lengua son apreciadas por muchos aymaras como algo del pasado o como una tradición a conservar sólo en la medida que no obstaculice su integración a la sociedad mayor. La lengua aymara puede persistir en ámbitos internos a la vida social familiar y comunitaria, pero no es funcional a la regionalización de la comunidad aymara en el modo en que ella se ha dado hasta ahora. Por todo ello, se debe enfatizar que no nos encontramos ante una situación de disglosia en el sentido que lo entiende Ferguson (1959), el creador del concepto. La lengua aymara puede ser reemplazada por el español, y lo está siendo, en todos los ámbitos de interacción de los hablantes de dicha lengua. Una cuestión fundamental que no ha sido objeto de investigación es la situación de la lengua aymara en las ciudades, donde hoy reside la mayor parte de esta población indígena. A falta de estudios sobre la materia, sólo pueden plantearse algunas conjeturas. El primer elemento a tomar en cuenta son las migraciones. Al interior del contingente de aymaras urbanos provenientes de los sectores y poblados rurales encontramos hablantes de la lengua vernácula. Sin embargo, los espacios sociales y lingüísticos a los que se han incorporado proporcionan oportunidades limitadas y con-

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diciones restrictivas para su uso, que se reduciría básicamente a los contextos étnicos de interacción o al ámbito del hogar. Aunque los emigrantes desde zonas aymarófonas, incluidas las bolivianas de la frontera, se dirigen en una proporción alta a los valles bajos (Azapa y Lluta en particular) y a las ciudades costeras, encuentran una comunidad residente que en su gran mayoría desconoce, le es indiferente o desprecia la lengua indígena. Por ende, el uso del aymara por parte de las generaciones mayores tendería a disminuir o minimizarse, siendo sus hijos y nietos probablemente hablantes pasivos o bien monolingües del castellano. Al mismo tiempo, sería importante considerar las relaciones que los migrantes de estas zonas mantienen con sus localidades y, en el caso de Bolivia, desde ellas hacia Chile, donde encuentran trabajo y apoyo de sus “paisanos”. Junto con la emigración definitiva, encontramos una movilidad espacial cada vez mayor de población aymara desde ese país, facilitada por los cada vez más expeditos medios de transporte y comunicación con que cuenta la región. Los migrantes oriundos de zonas aymarófonas están expuestos a la influencia que genera su permanencia y contacto con una población que mayoritariamente es hablante exclusiva del castellano. Pero también influyen los retornos temporales de los emigrantes a sus comunidades de origen, con frecuencia ostentando logros materiales y un capital cultural más diverso y prestigiado. Por esto mismo, es de importancia incorporar un elemento subjetivo al análisis del desplazamiento lingüístico: los emigrantes aymaras bolivianos en Chile son apreciados como personas comparativamente más exitosas y la región a la que llegan es vista como parte de un país que ofrece más posibilidades, es más desarrollado, con mayor progreso y “civilización”. El castellano formaría parte de este cualitativamente distinto y mejor estado de cosas por diferencia con la minorización en que permanece el aymara, materias todas ellas que deberían ser objeto de futuras investigaciones.

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