Comprendiendo a mi pareja Al estudiar el desarrollo de las sociedades antiguas y modernas, se observa un denominador común: las diferencias y discrepancias entre grupos e individuos. En la relación de pareja, la cercanía cotidiana maximiza estas diferencias, aumentando las posibilidades de fricción. Los roces se producen a partir de las particularidades de cada individuo, tanto en cuanto a sus atributos innatos, como a las actitudes y comportamientos aprendidos de su entorno social. Como ejemplo de estos roces, podemos citar aquellos que surgen de la diferencia de género, siendo esta una característica innata, y los que surgen por el modo distinto de interpretar una misma situación, lo que corresponde al trasfondo social y psicológico de cada persona. Es así que, frecuentemente, los cónyuges encuentran diferencias en numerosas áreas de su vida compartida, aún en aquellas que son fundamentales a su relación: las formas de divertirse, los estilos de comunicación, las estrategias para solucionar problemas, las formas de satisfacción, la definición de derechos y deberes, el manejo de espacio individual y espacio de pareja, cómo y cuándo establecer los límites necesarios para las relaciones con las familias de ambos, hasta donde permitir las influencias de otros, qué comprar, qué vender, cómo amar, cómo valorarse y cómo reconocerse, y aun el concepto de pareja que maneja cada uno. También es cierto que, habitualmente, existen puntos de semejanza. Frente a este accionar de la vida, es necesario encontrar un equilibrio que potencie una relación armoniosamente balanceada, fortaleciendo los puntos de concordancia y, poniendo especial énfasis en comprender y

aceptar las diferencias que existan. Así, los cónyuges encuentran estabilidad en sus similitudes, pues estas le otorgan a la pareja una base para “ser”, y en las diferencias, un constante redescubrimiento de sí mismos y de su compañera/o para “hacer”. Lo que deteriora a las parejas no son las diferencias, es la actitud que cada uno de sus integrantes asume ante ellas. Una actitud comprensiva, de tolerancia y respeto es vital para superar los conflictos. Pero ¿cómo lograr asumir esta actitud conciliadora cuando somos tan diferentes? Tomarnos el tiempo y el esfuerzo diario para conocer a nuestra pareja, reconociendo que mi forma de pensar y actuar no son absolutas ni definitivas, es la respuesta a esta interrogante. No podemos comprender a nuestra pareja si no le conocemos, no podemos llegar a acuerdos si pensamos que tenemos la exclusividad de la razón. Una actitud arbitraria conduce al enfrentamiento, una actitud conciliadora nos da la oportunidad de crecer a partir de nuestras diferencias, aprendiendo el uno del otro y reinventando nuestra relación continuamente. Según Marx, dando amor nos hacemos seres amados, o lo que es lo mismo, procurando la felicidad del tu, hacemos simultáneamente feliz al yo. cedan y ganen al mismo tiempo.

El secreto está en que ambos

Para recordar: 1. Hable de sus diferencias, negocie y junto a su pareja encuentre un punto de equilibrio que beneficie a ambos. 2. Cuando dialoga con su pareja para resolver sus conflictos, elija las palabras que usa, nunca ofenda ni use términos groseros. 3. No vea las diferencias como amenazas, sino más bien como elementos de crecimiento y aprendizaje.

4. En nuestro vivir diario como miembros de una sociedad, frecuentemente debemos ajustarnos a situaciones o personas con las que no estamos totalmente de acuerdo, en beneficio de una colectividad. Utilice este mismo principio con su pareja. 5. Las parejas sanas no son las que no tienen conflictos, son las que resuelven conflictos. 6. A diferencia de todas las otras relaciones familiares, la relación de pareja es la única que se establece por decisión propia, por lo tanto, decidamos también actuar de forma conciliadora. 7. Es necesario encontrar un equilibrio entre diferencias y semejanzas que potencie una relación armoniosamente balanceada. 8. Los cónyuges encuentran estabilidad es sus similitudes, pues estas le otorgan a la pareja una base para “ser”, y en las diferencias, un constante redescubrimiento de sí mismos y de su compañera/o para “hacer”. 9. Lo que deteriora a las parejas no son las diferencias, es la actitud que cada uno de sus integrantes asume ante ellas. 10. Una actitud comprensiva, de tolerancia y respeto es vital para superar los conflictos. Pastor Daniel Catarisano Enfoque a la Familia U.S.A.

El amor se agotó

Llegar a este punto es un trago bien amargo. ¿Es posible encontrar una salida para tal compleja situación? Parece que nuestro Maestro nos dice que sí la hay. Cuando las crisis han debilitado nuestro matrimonio.

Durante el primer siglo, cuando Israel estaba bajo la ocupación romana había pocas razones para celebrar. Una boda creaba una excepción en esa atmósfera opresora. Después de la ceremonia de boda, los invitados escoltaban al novio y a la novia, y los transportaban a su nuevo hogar bajo un dosel portátil, con antorchas que iluminaban el camino. Mientras la procesión atravesaba las calles de la aldea por el camino más largo, los amigos, vecinos y transeúntes llenaban a los recién casados de bendiciones y felicitaciones. Cuando al fin llegaban, en vez de irse de luna de miel, mantenían su casa abierta durante varios días de festividades alegres. La novia y el novio recibían agasajos y eran tratados como reyes. Fue a esa clase de celebración en Caná que Jesús, sus discípulos y su madre fueron invitados. Y fue durante esa ocasión que ocurrió una crisis: “Ya no tienen vino” (Juan 2:3). Al parecer, los jóvenes recién casados tenían recursos modestos, tal vez hasta eran pobres. Es obvio que tenían un mínimo de provisiones para sus invitados y esperaban que fuera suficiente. O es posible que asistieran más personas a las fiestas. Cualquiera que sea el caso, el novio era responsable de la comida y el vino para sus invitados, aunque fueran muchos y permanecieran por mucho tiempo. He tenido que planificar y organizar dos bodas como madre de la novia, así que conozco las suposiciones calculadas que se hacen para determinar los números con el servicio de alimentos

para la recepción. Hacia el final, ¡esperaba en suspenso con los ojos cerrados y oraba para que todo saliera lo mejor posible! Sin embargo, en aquel caso, que el vino se acabara significaba mucho más que quedarse sin una sección de alimentos. En esa cultura y esa época, que el vino se acabara se consideraba la falta de cortesía más grande. Hubiera sido tan humillante para los recién casados que no habrían sido capaces de levantar la cabeza en público otra vez. Aun el novio corría el riesgo de una demanda por parte de la familia de la novia. Y por lo menos, ocasionaría un comienzo inestable y lleno de tensión para la relación, pues el novio perdería respeto a los ojos de la novia. Este era un matrimonio con problemas casi desde su comienzo. ¿Por cuánto tiempo ha tenido problemas en su matrimonio? Si hace una evaluación, ¿qué es lo que se ha agotado y ha precipitado la crisis? Si da una mirada retrospectiva, ¿encuentra que la escasez estaba presente casi desde el primer día? ¿Es escasez de paciencia, de entendimiento, de bondad, de consideración, de respeto o de tiempo? ¿Es escasez de algo práctico como dinero, espacio físico o amigos mutuos? Como resultado, el vino, ese líquido espirituoso, espumoso y aromático que simboliza el amor apasionado, cariñoso y enérgico, ¿se ha agotado en su matrimonio? La pérdida del amor puede ser esa clase de crisis silenciosa y gradual similar a la del vino que se agotó en la boda de Caná. Buscar la solución Cuando María, la madre de Jesús, supo de la crisis, no se desesperó ni trató de solucionarlo ella misma. No se llenó de pánico ni corrió a los vecinos a suplicarles que le dieran de su vino. No solicitó un préstamo al gobierno. Lo que hizo fue ir a Jesús enseguida y decirle lo que sucedía. ¿Se ha agotado el vino, no en su matrimonio, sino en el de uno de sus hijos? ¿Hay una crisis en el matrimonio de alguien que

ama? ¿Ha estado el problema presente casi desde que la pareja compartió sus votos? Qué responsabilidad y qué privilegio tan precioso es acudir al Señor a favor del matrimonio de alguien que amamos. No importa cuál sea el problema o por cuánto tiempo haya existido, Él puede solucionarlo. Tal vez la crisis inesperada no sea el matrimonio, sino el hogar. ¿Es una pequeña crisis? ¿Un conflicto de personalidad con un colega? ¿Una crisis con un adolescente rebelde? ¿La pérdida del trabajo? ¿El diagnóstico de una enfermedad grave? María, conociendo por experiencia la naturaleza compasiva de su hijo, informó a Jesús: “Ya no tienen vino” (Juan 2:3). Declaró la crisis con sencillez. No hubo detalles exhaustivos de cuánto vino se había consumido, ni una larga explicación del cálculo incorrecto de las necesidades, ni siquiera la más mínima sugerencia de cómo debía solucionar el problema. Cuando usted ora por su matrimonio, ¿cómo ora? ¿Se siente impulsado no solo a dar todos los detalles sino también a decirle a Dios cómo solucionar el problema? ¿Piensa que tiene que utilizar su santa imaginación y crear un plan para poder orar con precisión? Tal vez tiene la actitud inconsciente de que “Dios ayuda a los que se ayudan”. Si es así, ¿trata usted con frenesí de darle vida a su matrimonio con películas, viajes, fiestas, dinero, vestidos o música? Pero, ¿ha descubierto que a pesar de todas sus ideas creativas y de todas sus oraciones ingeniosas no puede volver a crear el vino? Se agotó por completo. ¿Podría hacer lo que hizo María? Con claridad y sencillez declaró el problema. Tal vez en su caso la oración sea sencilla: “El amor se agotó” o “Ya no hay entusiasmo, gozo o vida verdadera en la familia”. Jesús le respondió a María con ternura: “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? (…) Todavía no ha llegado mi hora” (Juan 2:4). Su respuesta parece un poco distante, casi indiferente e

insensible. Y da la impresión de que no tiene la intención de hacer nada para resolver el problema. Si usted ha orado por su matrimonio o por el de un hijo o amigo, ¿le ha parecido confusa la respuesta de Jesús? ¿Siente que nada va a cambiar? ¿Le ha parecido que es indiferente o que no está dispuesto a actuar? A veces su respuesta no se dirige a la necesidad específica que hemos traído a su atención, sino a algo más profundo. La fe de María fue evidente en el hecho de que pidió ayuda a Jesús. Es posible que no entendiera el cuadro completo de tiempo de Dios, pero entendió la potencial destrucción del matrimonio de la joven pareja si la falta de vino llegaba al conocimiento público. Sabía que Jesús haría algo, aunque no fuera lo que ella esperaba. ¿Cómo lo sabía? Porque lo conocía bien y sabía que Él se preocupa por los más mínimos detalles de nuestra vida, así como por los grandes acontecimientos en el mundo. Lo conocía bien como para saber que se preocupa, no solo por las cosas espirituales sino también por las cuestiones prácticas de la vida diaria, como las cuestiones de emociones intensas, cuestiones íntimas y personales. María no sabía ni entendía las cosas, pero sabía que Jesús se preocupaba. Y sabía que para que tuviera la libertad de influir en la situación tenía que dejar todo el control en las manos de Él. Plena autoridad Después de hablar con Jesús, María llamó a los sirvientes y les dio instrucciones: “Hagan lo que él les ordene” (Juan 2:5). Tenía tanta confianza en que Jesús tendría influencia en la crisis que con todo conocimiento y a propósito colocó la situación, el hogar y el matrimonio bajo su autoridad absoluta. ¿Ha colocado a su hogar, a su familia, a su matrimonio y su situación bajo la autoridad de Jesús? Mientras no lo haga, Él

no tendrá la libertad que requiere para hacer los cambios que son necesarios. El mismo Dios que hizo el milagro en la boda de Caná es nuestro Dios hoy. Pero tenemos que darle autoridad absoluta y libertad para actuar. ¿Tendrá usted que quedarse sin vino antes de entregar el control de su hogar y de su matrimonio a Cristo? Quizá una de las razones por las que Él ha permitido que se encuentre en la crisis actual es para llevarlo a una actitud de completa sumisión a su voluntad. Anne Graham Lotz – Tomado del libro: Solo dame Jesús de Portavoz

Sanidad tras la infidelidad LA HISTORIA DE GARY Recorrer el pasillo de la casa aquella noche fue una de las cosas más difíciles que he hecho en toda mi vida. Yo sabía que esto podía ser el final de todo lo que me importaba: familia, amigos, trabajo, iglesia. Me senté en la cama al lado de mi esposa. Levantó la vista, y me dijo: “¿Cómo estuvo tu reunión?” No pude evitarlo —me puse a llorar— otra vez. Acababa de pasar las dos últimas horas en la oficina de nuestro pastor, confesando un secreto que había ocultado durante los últimos años. “Me estás asustando”, dijo Mona. Me cubrió con sus brazos tratando de consolarme, pero finalmente susurré mi terrible confesión: “Te he traicionado; te he sido infiel”.

Sabía que nuestras vidas acababan de cambiar, pero no tenía idea de lo que sucedería después. Sentí cómo mi esposa se ponía rígida y se alejaba de mí. Se encogió ante mis ojos, y pensé que se desmayaría. ¿Por qué nos pasó esto? Teníamos un buen matrimonio y tres hijos que amábamos profundamente. Pero el ajetreo de la vida nos alejó poco a poco. Fue así como la amistad con una compañera de trabajo se salió de control. Un toque inocente llevó tramposamente a otros más. Comenzó un romance extramarital, y un día se convirtió en una semana, después en un mes y posteriormente en tres años. Lo único que yo sabía era que no podía seguir así. Tenía que arreglar mi situación con Dios y, de ser posible, con mi esposa. Por dentro me estaba muriendo. Dios mío, ¿qué he hecho? Sabía que había desgarrado el corazón de la mujer que amaba, que había estado conmigo durante 20 años. LA HISTORIA DE MONA Miré el rostro de Gary, y vi que algo trágico había sucedido. Mientras me confesaba su traición, sentí como si estuviera viendo desde lejos a unos desconocidos sentados en nuestra cama. Lo que sí sabía yo era que la vida nunca sería igual. Yo jamás volvería a ser la misma. El miedo y el dolor me envolvieron. Me costaba respirar. Una tragedia había ocurrido —y me había sucedido a mí. Le pregunté a Gary si él quería el divorcio. El quería ver si podíamos sanarnos, si yo estaba dispuesta a intentarlo. ¿Sanar? Ni siquiera estaba segura de si podría sobrevivir. Había vivido completamente engañada. Gary había estado teniendo durante los últimos años un romance con mi mejor amiga, y yo nunca lo había sospechado. No tenía idea de que nuestro matrimonio fuera vulnerable. Gary no era bueno para mentir; siempre pensé que lo sabría si lo hacía. Mis amigos pensaban que él era maravilloso: lavaba los platos y la ropa;

cambiaba los pañales. Éramos amigos; podíamos hablar de cualquier cosa. Por supuesto, habíamos tenido nuestros malos momentos en dos décadas de matrimonio, pero nada que no pudiéramos superar. ¿Acaso había sido tan mala esposa? Sentí indicios de cólera. Tuve náuseas. Pasé el resto de esa noche llorando, sintiendo que el dolor penetraba cada centímetro de mi ser. Me sentí más sola que nunca. A partir de esa noche, hubo un nuevo calendario en mi vida: antes, durante y después de su infidelidad. Mientras que la carga de Gary empezaba a aliviarse, la mía estaba comenzando a derrotarme bajo su peso aplastante. UNA HISTORIA DE RESTAURACIÓN GARY Cuando nos casamos, sabíamos que nuestro matrimonio funcionaría. Éramos unos buenos amigos que se amaban y respetaban mutuamente. Cinco años después, Mona se graduó de enfermera, yo inicié mi propia empresa, y tuvimos nuestro primer hijo. Unos años más tarde ambos nos hicimos cristianos Ahora teníamos un vínculo más que nos mantendría firmemente unidos. Al cumplir 20 años de casados, ambos estábamos muy activos en el trabajo de la iglesia. Pero, aparte de nuestras apretadas agendas, teníamos que criar a tres varones, lo cual estaba resultando mucho más difícil de lo que habíamos imaginado, y rara vez teníamos tiempo o energías para nosotros. Nos repetíamos una y otra vez que “nuestro tiempo” vendría después, cuando en verdad tuviéramos tiempo. Pero lo cierto es que estábamos atrapados en una vida que nos estaba llevando por caminos separados. Esas primeras semanas después de mi confesión fueron un tiempo borroso. Más tarde supimos que era normal, ya que la

revelación de infidelidad es como una muerte repentina. Mona, que antes había sido un modelo de fortaleza, a duras penas podía salir a rastras de la cama. Apenas tenía la energía suficiente para cumplir con su turno en el hospital. Pero, con excepción de mi sentimiento de culpa y del dolor de ver sufrir a mi esposa, yo estaba experimentando libertad por primera vez en mucho tiempo. De inmediato dejé de trabajar con aquella otra mujer, y corté todo contacto. Al no seguir viviendo una mentira, podía de nuevo pasar tiempo con Dios y disfrutar de su presencia. Hacía todo lo que podía para dejar que Mona pasara tiempo a solas para pensar y llorar. Pero mi mayor desafío era agotador: sabía que tenía que responder sus continuas preguntas lo más honestamente posible. A diferencia de mí, Mona no sabía nada de lo que había sucedido durante los últimos años. Necesitaba poder llenar los espacios en vacíos como un rompecabezas, y yo necesitaba unir pacientemente las piezas —una y otra vez, cada vez que hiciera falta, hasta que ella pudiera entender mejor su vida. Las palabras de cólera no eran raras, ya que la verdad no era agradable. MONA Pocos en la iglesia me habrían criticado si hubiera dejado a Gary (Mt 19.9), pero yo sabía que divorciarme no haría desaparecer el dolor; yo tendría que pasar por el proceso de llanto y sanidad, con o sin él. Esa noche de la revelación hace 17 años fue terriblemente dolorosa, pero también marcó el comienzo de nuestra recuperación. No porque alguno de nosotros creyera que podíamos sanarnos, sino porque sentíamos que no teníamos nada más que perder. Lo único que sabíamos era que queríamos obedecer a Dios, no importa adonde nos llevara eso. Así que empezamos a ver a un consejero cristiano que confiaba en que nuestro matrimonio podía sanarse. Aunque nos aterrorizaba pensar que tal vez no pudiera. Lo que realmente

necesitábamos era hablar con otra pareja que hubiera sido devastada por el adulterio y logrado la restauración. Queríamos ver a personas reales que pudieran decirnos honestamente que el dolor de luchar con este profundo trauma emocional valía la pena. Pero nuestro consejero no podía encontrar a nadie que tuviera la experiencia o las cualidades que se necesitaban en estos casos. Por tanto, dábamos un paso a la vez en un camino cuesta arriba que ni siquiera sabíamos que existía. Hablamos mucho sobre la infidelidad de mi esposo y sobre nuestro matrimonio, y pronto nos dimos cuenta de que, si bien estaban relacionados, se trataba de dos asuntos distintos. La infidelidad había sido una decisión unilateral de Gary, pero los dos éramos responsables de nuestro matrimonio, y necesitábamos comprender por qué había fallado. También teníamos que volver a aprender a ser sinceros y a escucharnos —caímos en cuenta de que nunca habíamos sido verdaderamente honestos el uno con el otro, y que teníamos cosas que no eran compatibles con un matrimonio saludable. Por supuesto, estas no eran excusas para el adulterio; Gary podía haber decidido hablar de estos problemas con honestidad en vez de buscar consuelo en otra parte. Pero ahora era nuestra oportunidad de abordar cosas de las que no nos habíamos ocupado por mucho tiempo. Pero después de diez meses de haber comenzado nuestra restauración yo sentía que el proceso de “recuperación” me estaba matando poco a poco. En una sesión de emergencia, nuestro consejero nos ayudó a aclarar un problema ocasionado por una respuesta de Gary. Por alguna razón, escuchar esta voz imparcial más allá del caos emocional nos permitió ver el verdadero problema de manera clara y ocuparnos de él. Salimos de su consultorio con esperanzas renovadas; aunque la lucha no había terminado, yo sabía que podía seguir adelante con el poder de Dios. GARY

Con el tiempo, y perseverando día tras día, comenzamos a ver los progresos que habíamos hecho. Sentimos por fin que la restauración era posible. Nuestro consejero nos llamó dos años más tarde, y nos dijo: “¿Recuerdan que una vez me preguntaron si sabía de alguna pareja con la cual pudieran reunirse?” Siguió diciendo: “¿Están ustedes listos para ser esa pareja para otras personas?” Eso nunca nos había pasado por la cabeza. Hacer esto significaría reconocer ante otros el dolor de nuestro pasado sufrimiento. ¿Se repetirían nuestros peores recuerdos y emociones? Al hablar y orar por la idea, recordamos lo necesitados que habíamos estado nosotros. Por tanto dijimos que sí. Nuestro primer encuentro con una pareja determinó el rumbo de un ministerio con el que nunca habíamos soñado cuando iniciamos este camino. Después de que todos vimos el enorme impacto de este apoyo en la recuperación de ese matrimonio, fundamos Hope & Healing Ministries (Ministerio de Esperanza y Restauración) junto con ellos. Doce años después, seguimos viendo a Dios actuando de manera poderosa al aconsejar a parejas que enfrentan la misma situación que vivimos nosotros, que se preguntan si habrá esperanza para ellos. La noche en que Gary hizo su confesión, ninguno de nosotros esperaba que hubiera una restauración. Dudábamos de que el dolor se marcharía. Pero ahora sabemos que el adulterio, por más destructivo que sea, no significa automáticamente una sentencia de muerte para un matrimonio. Encontrar el camino fue lo más difícil que hemos hecho, pero hoy tenemos un matrimonio fuerte y feliz basado en amor, respeto, intimidad y confianza. Y hemos visto una y otra vez que la restauración se ha vuelto una realidad en otras parejas antes desdichadas. La recuperación es un trabajo difícil que requiere de dos corazones dispuestos. El mismo Salvador que permite a los

pecadores estar puros delante de un Dios santo, puede restaurar lo que está en ruinas, convirtiéndolo en algo hermoso y deleitable. por Gary y Mona Shriver

Los 12 matrimonio

asesinos

del

Mi consejo a las parejas jóvenes es simplemente éste: No permitan que la posibilidad del divorcio entre en sus pensamientos. Incluso en momentos de gran conflicto y desaliento, el divorcio no es la solución. Sólo sustituye una nueva serie de sufrimientos por los que quedan atrás. Guarden su relación de la erosión como si estuvieran defendiendo sus propias vidas. Sí, ustedes pueden lograrlo juntos. No sólo pueden sobrevivir, sino que pueden mantener su amor vivo si le dan prioridad en su sistema de valores. Cualquiera de los siguientes males puede destruir su relación si les dan lugar en sus vidas: 1. El exceso de trabajo o compromisos y el agotamiento físico Cuidado con este peligro. Es especialmente insidioso en las parejas jóvenes que están tratando de comenzar en una

profesión o todavía están estudiando. No traten de estudiar, de trabajar a tiempo completo, de tener un bebé, de manejar a un niño pequeño, de hacer reparaciones en la casa, y de comenzar un negocio, todo al mismo tiempo. Suena ridículo, pero muchas parejas jóvenes hacen exactamente eso y luego se sorprenden cuando su matrimonio se viene abajo. ¿Por qué no habría de ser así? ¡El único momento en que se ven es cuando están agotados! Es especialmente peligroso cuando el esposo es el que tiene demasiados compromisos o trabajo, y la esposa está todo el día en casa con un hijo en edad preescolar. La profunda soledad de ella da lugar al descontento y a la depresión, y todos sabemos a dónde lleva eso. Deben reservar tiempo el uno para el otro si quieren mantener su amor vivo. 2. Las deudas muy grandes y el conflicto en cuanto a cómo se gastará el dinero Paguen en efectivo por los artículos de consumo, o no los compren. No gasten más de lo que pueden por una casa o por un automóvil, dejando muy pocos recursos para salir juntos, para viajes cortos, para personas que cuiden a los niños, etc. Distribuya sus fondos con la sabiduría de Salomón. 3. El egoísmo Existen dos tipos de personas en el mundo, los que dan y los que toman. Un matrimonio entre dos personas que dan puede ser algo bello. Sin embargo, la fricción está a la orden del día entre una persona que da y otra que toma. Pero dos personas que toman pueden darse zarpazos la una a la otra hasta hacerse trizas dentro de un período de seis semanas. En resumen, el egoísmo siempre devastará un matrimonio. 4. La interferencia de los suegros Si el esposo o la esposa no se ha emancipado totalmente de los padres, lo mejor es no vivir cerca de ellos. La autonomía es algo difícil de conceder para algunas madres (y padres), y el estar muy cerca será causa de problemas.

5. Las expectativas poco realistas Algunas parejas llegan al matrimonio esperando cabañas cubiertas de rosas, una vida sin preocupaciones ni responsabilidades y un gozo ininterrumpido. La consejera Jean Lush cree, y yo estoy de acuerdo con ella, que esta ilusión romántica es particularmente característica de las mujeres norteamericanas que esperan más de sus esposos de lo que ellos son capaces de dar. La decepción consiguiente es una trampa emocional. Pongan sus expectativas en línea con la realidad.

6. Los invasores del espacio No me refiero a extraterrestres de Marte. Más bien, mi preocupación es por las personas que violan el espacio para funcionar que su cónyuge necesita, sofocándolo rápidamente y destruyendo la atracción entre ellos. Los celos son una manera en que este fenómeno se manifiesta. Otra es la baja autoestima, la cual lleva a que el cónyuge inseguro se inmiscuya en el territorio del otro. El amor debe ser libre y confiado. 7. El abuso del alcohol y de otras sustancias químicas Éstos son asesinos, no sólo de los matrimonios, sino también de las personas. Evítenlos como a la plaga. 8. La pornografía, los juegos de azar y otras adicciones Debe ser obvio para todos que la personalidad humana tiene imperfecciones. Tiene la tendencia a quedar atrapada en comportamientos destructivos, especialmente cuando se es joven. Durante una etapa inicial, las personas creen que pueden jugar con tentaciones tales como la pornografía o los juegos de azar sin salir dañadas. De hecho, muchos se alejan casi sin haber sido afectados. Sin embargo, para algunos existe una debilidad y una vulnerabilidad que se desconoce

hasta que es demasiado tarde. Entonces se vuelven adictos a algo que rasga la fibra de la familia. Tal vez esta advertencia les parezca tonta e incluso mojigata a mis lectores, pero he hecho un estudio de veinticinco años de duración sobre personas que arruinaron sus vidas. Sus problemas a menudo comienzan con la experimentación con un mal conocido y finalmente terminan en la muerte física o la muerte del matrimonio. Las restricciones y los mandamientos de las Escrituras se han diseñado para protegernos del mal, aunque es algo difícil de creer cuando somos jóvenes. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Si mantenemos nuestras vidas limpias y no nos permitimos jugar con el mal, las adicciones que han hecho estragos en la humanidad nunca nos podrán tocar. 9. La frustración sexual, la soledad, la baja autoestima y la quimera de la infidelidad ¡Una combinación mortal! 10. El fracaso en los negocios En especial, el fracaso en los negocios afecta adversamente a los hombres. Su inquietud por los reveses financieros algunas veces se muestra en ira dentro de la familia. 11. El éxito en los negocios Es casi tan peligroso tener mucho éxito en los negocios, como lo es fracasar rotundamente en ellos. El autor de Proverbios dijo: “No me des pobreza ni riquezas; manténme del pan necesario” (30:8). 12. Casarse demasiado jóvenes Las chicas que se casan entre los catorce y los diecisiete años de edad tienen el doble de probabilidades de divorciarse que las que se casan a los dieciocho y diecinueve años. Las que se casan entre los dieciocho y los diecinueve años tienen una vez y media más de probabilidades de divorciarse que las

que se casan entre los veinte y los treinta años. Las presiones de la adolescencia y las tensiones de los primeros años de vida matrimonial no hacen un buen dúo. Terminen lo primero antes de emprender lo segundo. Éstos son los asesinos del matrimonio que he visto más a menudo. Pero, en verdad, la lista es prácticamente interminable. Todo lo que se necesita para que crezcan las malas hierbas más fuertes es una pequeña grieta en la vereda. Si van a vencer la ley de las probabilidades en relación al divorcio y mantener una unión matrimonial estrecha a largo plazo, deben emprender la tarea con seriedad. El orden natural de las cosas los alejará el uno del otro, no los unirá. ¿Cómo vencerán la ley de las probabilidades? ¿Cómo formarán una relación sólida que dure hasta que la muerte los haga emprender el último viaje? ¿Cómo se incluirán ustedes entre el número cada vez más reducido de parejas de mayor edad que han cosechado toda una vida de recuerdos y experiencias felices? Aun después de cincuenta o sesenta años de casados, todavía se buscan mutuamente para darse aliento y comprensión. Sus hijos han crecido dentro de un ambiente estable y amoroso, y no tienen cicatrices emocionales o recuerdos amargos que borrar. A sus nietos no se les tiene que explicar con delicadeza por qué “los abuelos ya no viven juntos”. Sólo el amor prevalece. Así es como Dios quería que fuera, y todavía sigue siendo algo posible que ustedes pueden alcanzar. Pero no hay tiempo que perder. Refuercen las riberas del río. Defiendan el fuerte. Traigan las dragas y hagan más profundo el lecho del río. Mantengan las poderosas corrientes en sus propios cauces. Sólo esa medida de determinación mantendrá el amor con el que comenzaron, y hay muy poco en la vida que compita con esa prioridad. Por el Dr. James C. Dobson, Ph.D.

Un hogar libre de deudas ¿Se imagina usted lo que es estar libre de deudas, y haber pagado la hipoteca de su casa a los 25 años de edad?

“¡Si usted vive como nadie más ahora, entonces vivirá como nadie más mañana!” Esta es una frase que Jack y Christie Trace aprendieron del experto financiero, Dave Ramsey, en su curso “Paz Financiera”, y es lo que se mantenían recordándose a sí mismos mientras se proponían alcanzar una meta que pocos matrimonios intentan. “Ahorrar dinero para pagar al contado una casa no fue fácil”, dice Christie, quien siendo una adolescente gastaba en ropa todo el dinero que recibía de sus padres. “Esta es una de las cosas más difíciles que hemos hecho. Sin embargo, el saber el impacto que tendría sobre el resto de nuestras vidas, hizo que valiera la pena el gran esfuerzo”. Jack y Christie se casaron seis meses después de conocerse. Fueron los primeros de sus amigos en casarse, pero los últimos en comprar una casa. Mientras que sus amigos compraban autos, muebles y casas, y salían a comer fuera, los Trace alquilaron un apartamento barato y cenaban con sándwiches de mermelada y mantequilla de maní. “¡Mientras viva, no quiero volver a comer otra vez un sándwich de mermelada y mantequilla de maní!”, dice Jack riéndose.

Aunque tuvieron muchas peleas en cuanto al dinero mientras aprendían a ponerse de acuerdo, los dos fueron fieles al estilo de vida libre de deudas. De hecho, Jack tuvo dos trabajos mientras estudiaba, y compró en efectivo el anillo de compromiso de Christie. SALIR DE LA ESCLAVITUD “Durante este proceso, nos enteramos de que Proverbios 22.7 (NVI) dice: ‘Los deudores son esclavos de sus acreedores’, y no hay excepción si uno está pagando una casa”, dice Christie. “La esclavitud no nos sonaba nada atractiva”. Así que ahorraron y ahorraron —hasta el último centavo. “Eso no quiere decir que no tuvimos reveses”, añade Jack. A veces tuvieron que pagar multas por algún descuido, e hicieron varias reparaciones a los autos que resultaron caras. Ocasionalmente sentían el “gusanillo” de endeudarse comprando a crédito una casa, e iban a ver algunas, pero nunca se sentían en paz con la idea de abandonar su objetivo. “Nunca ganamos muchísimo dinero”, dice Jack. “Sobre todo al principio. Nuestros ingresos eran más bajos que los de la mayoría de nuestros amigos”. Sin embargo, gracias a una sólida planificación desde el principio, ambos egresaron de la universidad con algunos miles de dólares ahorrados, y sin tener que pagar ningún préstamo, lo cual les dio una ventaja inicial. Vivir con un presupuesto bajo durante cuatro años y medio les permitió acumular $150.000 en ahorros. Pudieron ahorrar unos $30.000 por año viviendo frugalmente con un solo ingreso y ahorrando el otro. Una pareja que tuviera $60.000 de deuda, podría hacer lo mismo si ahorra durante dos años la misma cantidad. HOGAR, DULCE HOGAR Después de varios meses de búsqueda, los Trace comenzaron a hacer ofertas bajas sobre viviendas. Finalmente pudieron hacer

un acuerdo que se ajustaba a su presupuesto, sin tener que tocar sus ahorros para emergencias. “Recuerdo que cuando me dirigía al trabajo le pedía a Dios que nos presentara una casa para la que no tuviéramos que pedir un préstamo, y Él lo hizo en su momento perfecto”, dice Christie. Mientras se dirigían al cierre de la compra con el cheque de $139.000 en mano, todo parecía un sueño. Pero por más emocionante que fuera el cierre, ellos dicen que eso no se compara con el hecho de entrar cada día en su casa, y saber que es realmente de ellos, no del banco. SI ELLOS PUDIERON HACERLO… ¿Pensaron algunos que ellos estaban locos por vivir con un presupuesto más ajustado de lo necesario? Claro que sí. ¿Les importaba eso? En realidad, no. Ellos sabían que para muchos ser “normal” significa estar “endeudado”. Lo siguiente fue lo que esta pareja evitó: Digamos que hubieran dado una inicial del diez por ciento, y pedido prestado el resto del valor de la casa, con una hipoteca de 25 años a una tasa fija del cinco por ciento. Durante la vida del préstamo, habrían pagado $94.296 solo en intereses —¡por lo que el costo final de la casa habría sido de más de $233.000! Además de evitar pagar $94.000 extras, no tuvieron tampoco que estar haciendo todos esos años un pago mensual de $730 por la casa. Hace cinco años, un sabio asesor financiero los retó a considerar Romanos 12.2 a la hora de tomar decisiones monetarias. “No os conforméis a este mundo”. Los Trace decidieron tomar este desafío en serio, y ustedes también pueden hacerlo —no hay nada de “especial” en la situación de ellos. Son personas normales con ingresos regulares que se fijaron una meta que cambió sus vidas. Imaginen lo que serían las suyas si hicieran lo mismo. “El ser fieles a nuestro plan nos puso en condiciones de disfrutar de tranquilidad financiera por el resto de nuestras vidas. Fue difícil, pero sabíamos que eso sería temporal”,

dice Jack. Ahora que estamos viviendo en una casa libre de deudas, nuestro mayor ‘gasto’ mensual es nuestro diezmo al Señor, y eso es algo increíblemente maravilloso”.

Por Blair Moore

¿Es correcto peleemos?

que

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En una sola palabra: no. No es correcto pelear. Eso supone que “pelearse” no es solamente estar en desacuerdo y expresar emociones negativas. Esas cosas son inevitables en un matrimonio; pero si pelearse es tratar de resolver esos sentimientos y problemas por medio de la conducta abusiva, no es sano. Los conflictos ocurren cuando dos personas tienen una diferencia de opinión que no se ha resuelto. Eso puede suceder cuando usted y su esposa están en desacuerdo sobre dónde ir a cenar, con qué familiares pasar las vacaciones, o cuáles fueron las tareas de cada persona en la semana. Todos esos son conflictos matrimoniales normales que pueden solucionarse. Cuando las discusiones se convierten en un abuso verbal o físico; sin embargo, no es sano para ningún matrimonio. Si usted regularmente ataca a su cónyuge con afirmaciones como: “Lamento haberme casado contigo”, “eres estúpida”, y “te

odio”, ha pasado de una discusión al abuso. Si le lanza usted cosas a su cónyuge –almohadas, cubiertos, cuadros, jarrones–, eso solo conduce a más conflicto y daño. Eso es abuso físico. No solo es inmoral e ilegal, sino que también causa un enorme daño a su relación. Si esta es la forma en que usted maneja el conflicto, necesita buscar consejería para aprender maneras apropiadas de reconciliarse. Esas maneras apropiadas no incluyen simplemente sumergir sus diferencias en lugar de tratarlas sinceramente. Muchas parejas intentan hacerse a un lado o esconder su conflicto, porque los desacuerdos pueden ser dolorosos. Eso conduce a algunos cónyuges a pensar que sus propios argumentos son anormales. –Yo nunca veo pelearse a otras parejas –le dijo Gary a un amigo –, y eso me hace sentir que Kati y yo tenemos un mal matrimonio. Gary no comprende que algunas parejas hablan de sus conflictos abiertamente, mientras que otras son más reservadas. Algunas parejas parecen no tener conflictos pero, con el tiempo, con frecuencia tienen angustia en su matrimonio debido a que solo han interiorizado el conflicto y han permitido que el dolor y el resentimiento aumentaran. Su enojo puede ser que explote, haciendo un daño increíble a la relación. Un esposo al que llamaré Pablo intentó suprimir el conflicto porque tenía temor a pelearse. –Me enamoré de Lucy porque nunca nos peleábamos antes de casarnos –le dijo a su grupo de apoyo– tengo mucho miedo al divorcio debido a mis padres. Ellos se peleaban todo el tiempo, y miren dónde los condujo. Si Lucy y yo seguimos peleándonos, me temo que terminaremos como mis padres. Contrariamente a lo que creía Pablo, el divorcio es más común cuando el conflicto se oculta o no se resuelve, y no cuando se trata abiertamente. El conflicto en sí mismo no conduce al

divorcio. La falta de resolución ha causado divorcio, en el peor de los casos, y matrimonios infelices, en el mejor. La resolución de conflictos puede sonar complicada, pero es posible. Es una capacidad que requiere el compromiso de ambos cónyuges, y puede ser refinada con la práctica. Los siguientes son diez puntos a recordar acerca de resolver conflictos sin pelearse. Tratar el desacuerdo lo antes posible: confronte los problemas a medida que surjan. Cuanto más tiempo se cueza el conflicto, más grande se hace el problema; el tiempo tienden a agrandar una herida. Como dice La Biblia: “Si se enojan, no pequen. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados” (Efesios 4:26). Ser concreto: comunique claramente cuál es el problema. No generalice con palabras como “nunca” o “siempre”. Cuando se expresa con vaguedad, su cónyuge tiene que imaginar cuál es el problema. Pruebe algo como: “Me frustra cuando no sacas la basura los lunes”, en lugar de: “Nunca haces lo que dices que vas a hacer”. Atacar el problema, no a la persona: arremeter contra su cónyuge lo deja herido y a la defensiva. Eso es contraproducente para resolver el conflicto. Su objetivo es la reconciliación y la sanidad en su relación. Deje que su pareja oiga cuál es el problema desde su punto de vista. Diga algo como: “Me siento frustrado de que las facturas no se pagaran a tiempo” en lugar de: “Eres una irresponsable y una vaga. Nunca pagas nada en término”. Expresar sentimientos: utilice frases en primera persona para explicar su entendimiento del conflicto: “Me siento herido cuando no eres consecuente”; “Me hace enojar cuando te burlas de mí delante de tu amiga”. Evite frases en segunda persona, como: “Eres muy insensible y mandona”.

No desviarse del tema que se quiere tratar: la mayoría de las personas pueden tratar solamente un problema a la vez. Desgraciadamente, muchos cónyuges sacan dos o tres problemas en una discusión, intentando reforzar su argumento. Eso confunde la confrontación y no permite que haya entendimiento y resolución. Es mejor decir: “Hirió mis sentimientos cuando no me incluiste en tu conversación durante la cena con nuestros amigos”, en lugar de decir: “Tú nunca me incluyes con nadie, siempre piensas en ti misma. Siempre que estamos con otras personas, me ignoras. Todo el mundo piensa que eres egoísta”. Confrontar en privado: hacerlo en público podría humillar –o al menos avergonzar– a su cónyuge. Eso inmediatamente lo pondrá a la defensiva y le cerrará cualquier deseo de reconciliación. Buscar entender el punto de vista de la otra persona: intente ponerse en el lugar de su cónyuge, un ejercicio que puede conducir al entendimiento y la restauración. Eso es lo que hacía Mía cuando le dijo a su hermana: “Jerry tuvo un día difícil en la oficina hoy. Su jefe lo retó, y por eso está más callado de lo normal, así que no me lo tomé personalmente. Sé que cuando yo he tenido un día difícil, también necesito tiempo para mí misma”. Establecer un plan de resolución: después de que los dos hayan expresado sus puntos de vista y hayan llegado a un entendimiento, hablen de sus necesidades y decidan qué hacer desde allí. Eso podría significar decir algo como: “En el futuro, ayudaría dialogar conmigo sobre cómo gastaremos nuestros ahorros, en lugar de decírmelo después de haberlos gastado”. Estar dispuesto a admitirlo cuando se está equivocado: a veces un conflicto ocurre porque la conducta de una persona fue inapropiada. Esté dispuesto a confesar y pedir perdón a su cónyuge, si lo ha ofendido. Ese proceso puede ayudar a sanar

el daño de su relación. Pruebe algo como: “Siento haber sido desagradable contigo. ¿Me perdonas, por favor?” Si es usted el ofendido, sea lo bastante misericordioso para aceptar la disculpa de su cónyuge. Recordar que mantener la relación es más importante que ganar la discusión: ganar una discusión a expensas de perder la relación, es una derrota para los dos. Encontrar una solución que beneficie a ambos cónyuges hace que todos salgan ganando. ¿Y si ninguno de los dos parece encontrar esa solución? Cuando no pueda solucionar un conflicto concreto, busque la ayuda de un consejero. Pelearse no es sano, pero el conflicto no siempre es malo; de hecho, puede ser una herramienta para fortalecer relaciones. Cuando usted trata el conflicto de forma amable y positiva, el resultado puede ser una relación más profunda, y mayor intimidad. “Si se enojan, no pequen” (Efesios 4:26). Dios sabía que tendríamos enojo y conflicto en nuestras relaciones; pero el enojo no es un pecado mientras busquemos resolver el conflicto. “Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos” (Romanos 12:18). En lugar de pelearse, ¿hace usted su parte para reconciliar y restaurar la relación con su pareja? Tomado del libro: Guía para el novio inteligente de Editorial Casa Creación