Carta de madre Rafaela a sus hijos

Carta de madre Rafaela a sus hijos J.H.S Hijos míos muy amados: A pesar de que ya en otra ocasión no muy lejana, me dirigí a vosotros hijos queri...
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Carta de madre Rafaela a sus hijos

J.H.S



Hijos míos muy amados: A pesar de que ya en otra ocasión no muy lejana, me dirigí a vosotros hijos queridos, y os di mi bendición, por si no tengo el consuelo de podérosla dar en mis últimos momentos; a pesar de esto hijos de mi alma es tanta la dicha que experimenta mi corazón de madre al hablaros, pues lo que hago no es otra cosa que hablaras para cuando mis labios hayan perdido el uso de la palabra, ya que el Señor en su infinita misericordia me ha concedido un año más de vida; pero permitidme que al recordar este nuevo beneficio del Todopoderoso, muestre mi profunda gratitud a la Divina Providencia, pues e ha dignado como digo, concederme un año más de vida; a pesar de haberme encontrado en grave peligro de perderla; justo es pues que la consagre enteramente a su servicio; y que todas mis obras vayan dirigidas a su Mayor honra y gloria. Yo soy vuestra madre hijos míos, el Criador de Cielos y tierra me dio este título tan tierno, y no puedo menos en este momento, de dedicar un doloroso recuerdo, a la que fue madre mía y madre vuestra también, pues como tal os quería. Ella es la que ha dejado de existir en este período de tiempo, transcurrido desde que me dirigí a vosotros por primera vez, para después de mi muerte. ¡Madre de mi alma! que el Señor te tenga en su gloria, donde muy pronto, porque muy pronto será siempre, tengamos la dicha de encontrarnos, todos los seres que tan estrechamente hemos estado unidos en este valle de lágrimas para cantar alabanzas al Altísimo por todos los siglos de los siglos Voy pues hijos muy amados; quisiera que al daros este titulo de hijos, tan tierno y significativo, os comprendáis en él todos, hijos míos; pues también hablo, con los Que si en realidad no lo fueron míos, lo fueron en el corazón, habiendo recogido las últimas palabras de aquella hermana mía tan querida, que tanto, tanto nos lo recomendó en aquellos momentos tan solemnes, y cuyo recuerdo, nunca se borra de la imaginación. Hijos míos sois todos. Y como conozco la nobleza de vuestros corazones, espero sí, con gran confianza, que el cariño que ahora os profesáis unos a otros; aumentará si cabe después de mis días. Vamos pues hijos de mi alma, a ocuparnos contando siempre con el auxilio divino, del asunto que mueve mi corazón a dirigiros de nuevo estas palabras. Solo uno, hijos míos, es el pensamiento que embarga por completo mi imaginación y este no es otro, que la salvación de vuestras almas; mucho, muchísimo deseo y se lo pido al Señor, y vuestra felicidad temporal no lo dudaréis, pues soy vuestra madre; pero la idea de vuestra eterna felicidad, os lo aseguro, es para mí el colmo de mis deseos. Todo pasa hijos míos,

lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, todo, todo tiene un fin próximo en este mundo; poned pues, queridos míos vuestro corazón en aquella felicidad que no tendrá fin. Cuando el Señor me separe de vosotros hasta la eternidad, cuando vuestros ojos derramen copiosas lágrimas, por la falta de la que tanto os ha amado en esta vida; os ruego hijos de mi alma, con toda la ternura de mi corazón; haced que vuestras lágrimas no sean estériles; pedid al Autor de la vida y de la muerte, que las convierta en santos deseos de santificación; de esta manera, es como honrareis la memoria de vuestra madre; pedid al Todopoderoso, por la intercesión de (la) Virgen Santísima un anhelo grande por aspirar a la perfección, y un desprendimiento completo de las cosas de la tierra. Esto no quiere decir hijos míos que hayáis de renunciar a vuestras más caras afecciones, y que tengáis que retiraros del mundo, no, ciertamente que no. En todos los estados de la vida, podemos santificarnos; purificad siempre vuestra intención; dirigid vuestras obras al Señor y ÉL os acompañará todos los momentos de vuestra vida; y os dará acierto para escoger el estado de vida, para el que os ha colocado en este mundo, o la gracia necesaria, para cumplir debidamente con el que habéis abrazado ya. Si os ha llamado al estado del matrimonio mucho podéis merecer en él; pero mirad bien hijos míos, que el Señor ha de pediros un día cuenta de toda vuestra casa. Si os ha dado fruto de bendición mirad que en el tribunal de la Divina Justicia, habéis de responder de esas almas preciosas, que el Criador ha depositado en vuestras manos; el padre y la madre son responsables de todas sus acciones, pues generalmente hablando, salvo muy ligeras excepciones, los hijos son el reflejo de los padres; sed pues santos, si queréis que vuestros hijos sean santos; educadlos desde los primeros años en el santo temor de Dios; predicadles sobre todo con el ejemplo hijos míos, este es el resorte que mejor mueve los corazones. No entreguéis la educación de vuestros hijos a seres extraños, si la necesidad no os lo obliga, y aun llegado este caso, es vuestro deber, conocer bien a fondo a las personas, a quienes confiáis tan precioso tesoro; considerad hijos míos atentamente, que con los corazones tiernos, sucede como con la cera; el artífice hace de ella, lo que quiere; pero luego que la fuerza de las pasiones los ha dominado será tarde ya, para que podáis inculcar en sus corazones las creencias y máximas que habéis recibido de vuestros padres. No me cansaré pues de repetiros hijos de mi alma; dad una gran importancia a la primera educación de vuestros hijos, si los cimientos son buenos rara vez peligra el edificio. Mirad también con cariño y aprecio a vuestro criados; antiguamente eran considerados como parte de la familia. Compadeceos de ellos, que son más desgraciados que vosotros; tratadlos con dulzura y reprendedlos con caridad; si así lo hacéis además de ganar mucho para la vida eterna, tendréis servidores fieles y siempre solícitos por ayudaras en cuantas ocasiones se os presenten.

No puedo menos hijos queridos, ya que tanto os hablo de 1as obligaciones del matrimonio, de deciros dos palabras, sobre la base fundamental, puede decirse, de la santificación de la familia; ésta es la unión conyugal. El matrimonio hijos míos, ha sido elevado por Ntro. Señor Jesucristo a la dignidad de Sacramento, como lo oiréis decir, de boca del ministro Sagrado, al daros la bendición nupcial; todo pues en él ha de ser santo. La lectura que escucharéis en aquel momento solemne, os instruirá de todos vuestros deberes. No la olvidéis hijos míos, tenedla siempre grabada en vuestros corazones; que la paz conyugal, base importantísima de vuestra mutua felicidad, reine en vuestro hogar; que el amor de Jesús se refleje en vuestros corazones; frecuentad los Santos Sacramentos y nada temáis, que por más que el enemigo de nuestras almas, quiere alguna vez oscurecer esa felicidad celestial que disfrutáis, no lo conseguirá. Acudiendo en todo a nuestro amoroso Jesús y a su Madre amantísima, saldréis victoriosos, y después de haber vivido felices aquí en la tierra; llevando unido la cruz, que el Señor en sus altos designios os depare, gozaréis después unidos también en el Cielo, de une eterna felicidad. He hablado yo para los que el Señor al estado de matrimonio; todo lo que el Divino Corazón de Jesús en su divina misericordia ha inspirado al de esta pobre sierva. Ahora pues hijos de mi corazón, si entre vosotros hay alguno o algunos, a quienes llame para estado más perfecto, no os canséis de dar gracias al Todopoderoso por el incomparable beneficio que os ha dispensado; llamándoos entre la porción Más escogida de su rebaño; sed pues fieles a su llamamiento; pero tampoco os precipitéis, con alguna ráfaga momentánea que pase por vuestro corazón; en particular cuando ésta ha sido ocasionada, por algún contratiempo temporal, o alguna prueba triste a que el Señor os haya sometido; no hijos míos, reflexionadlo bien y sobre todo consultadlo con un Director docto y prudente; él os estudiará, y con la gracia Divina, que para estos casos, y todos los de su ministerio, recibe del Espíritu Santo; verá si vuestra vocación es sólida y verdadera, y si realmente a q u é L, es el estado a que Dios os llama. Si después de todas estas pruebas, tenéis la felicidad de pertenecer al estado eclesiástico, o a alguna de sus numerosas religiones; poco podré yo deciros, perteneciendo a un estado mucho más imperfecto; pero me permitiré sin embargo deciros, puesto que para vosotros hijos muy amados, ocupo siempre un puesto de autoridad, no por mi miserable criatura, sino por el derecho que sobre vosotros me ha dado la Divina Providencia; os diré con toda la ternura de mi corazón; que al abrazar el estado religioso, no habéis aliviado vuestra carga, antes estaréis obligados a santificaros más y más; observar las reglas que os imponga la religión que hayáis abrazado, con la mayor exactitud posible; distinguiros muy particularmente en la obediencia y humildad; estas dos virtudes han poblado el cielo de santos.

Termino ya hijos míos; pero no sin tener también presentes a aquéllos de entre vosotros, que no abracen ni uno ni otro estado, de los que acabo de ocuparme. También vosotros podéis santificaros, muchos medios encontraréis en medio del mundo que vivís, de ser útiles a vuestros semejantes en honra y gloria de Dios. Numerosas asociaciones piadosas de todo género tendréis a vuestro alcance, en qué podréis ejercer l caridad en lo temporal y en lo espiritual; consultad también en este caso, y dejaos dirigir por un celoso y santo Director, podréis alcanzar en medio del bullicio del siglo con vuestra vida ejemplar, corona tan brillante quizá, como si estuvierais en un estado más perfecto. Puesto que sin haberlo buscado; coinciden las circunstancias que nos rodean que son bien alarmantes por cierto, por la terrible epidemia que nos amenaza, con estas letras que os dirijo, hijos de mi alma no puedo menos de hacer algunas reflexiones sobre ellas. Sabe Dios si seré yo una de las víctimas de este terrible azote o si tendré que llorar a uno o más de los hijos de mi corazón, a quienes dirijo estas palabras: Bendita sea siempre la Santísima Voluntad de Dios. Pronunciad con frecuencia estas palabras; pero pronunciadlas más con el corazón que con la boca; pues en esta santa resignación, está comprendida, la más alta perfección; sea cuales fueren, los sacrificios que el Señor pida de vosotros. Sed generosos con tan Amoroso Padre entregadle cuanto poseéis de más querido en este mundo; Que no dejará sin recompensa vuestro heroico desprendimiento. Parece que el sufrimiento se resiste a nuestra flaca y miserable naturaleza; ciertamente que sí hijos míos, si contáramos con nuestras propias fuerzas, pronto nos veríamos postrados y humillados; pero en los momentos más angustiosos de nuestra vida, levantad vuestros corazones al Cielo, y de allí recibiréis toda la fuerza que necesitéis para conformaros con la Voluntad Divina. Si en el transcurso de vuestra vida volvéis a encontraros amenazados como ahora, de una calamidad que ponga en riesgo vuestra existencia; purificad vuestras almas hijos míos, con una sincera confesión, de los pecados de toda vuestra vida y poniéndoos después en manos del Todopoderoso, podréis tomar con más tranquilidad las medidas que creáis más convenientes, para preservar vuestra existencia y la de los seres queridos que os rodean. Adiós hijos míos, adiós, en día grande termino mi escrito: El triunfo de la Sta. Cruz y Ntra. Sra. Del Carmen; dos festividades de grande consuelo para los corazones cristianos. Que la primera sea la norma de toda vuestra vida, pues siguiendo a Jesús crucificado, os hará triunfar de todos vuestros trabajos en esta penosa peregrinación; y con la protección de la segunda nada tendréis que temer, pues esa Madre amorosa cubre con su manto a todos los que de corazón la invocan.

Os ruego hijos muy amados como lo hice en mi primer escrito, que cada uno de vosotros copie estas letras mías, si os es posible, con vuestro propio puño, pues así penetrarán mejor en vuestros Corazones; como veréis hijos míos, son la viva expresión de mis sentimientos, tales como han brotado de mi corazón de madre pero inspirados por la Divina Providencia a quien humildemente he invocado. Por el Santísimo Corazón de Jesús y de su Madre Santísima os suplico las leáis con la mayor frecuencia posible, hijos de mi alma; mirad que es la última voluntad de vuestra madre; y cuando vayáis a regar con vuestras lágrimas, la losa fría que cubra mi miserable cuerpo; como yo riego con frecuencia, la de mi amantísima y querida madre; repasad en vuestro corazón hijos míos, todo lo que acabo de deciros, con el mío traspasado de dolor; pero con la dulce esperanza, de que estos hijos tan amados, no olvidarán nunca las palabras, de esta madre, que de nuevo los bendice en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Rafaela Baños de Alzola, 16 de Julio de 1884