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Franc ia ? Maestranda: Lic. Cora Yrene Fernández Pineda. Buenos Aires, se presenta bajo un velo citadino cuya apariencia cosmopolita al mejor estilo europeo, deja entrever una arquitectura más parisina que local. Edificios y calles dan cuenta de un imaginario que se une con el delgado hilo de una identidad forjada al calor de incipiente siglo XX. El contraste entre la cultura europea y la aproximación pragmática que tienden a desplegar los argentinos es impactante, tanto por las diferencias, como por lo parecida que puedan llegar a verse ciudades como Buenos Aires y Paris. Dos caras de una misma moneda, pero con valores y formas muy análogas, matizadas cada una de ellas por el clima, el humor y la misma pasión de sus habitantes. Una y muchas culturas convergen aquí. Muchas voces se funden en una sola identidad. Esa identidad y diversidad que le imprime un aire especial a la ciudad, donde confluyen en extraña armonía elementos iberoamericanos y europeos, que en la mayoría de los casos escapa al simple espectador. Una fuente, un parque, una fachada, un palacio, una galería, una calle y hasta un barrio, se arremolinan en una reproducción del viejo continente. Toda esta diversidad, sin duda hace de cualquier ciudad un sitio especial. No obstante, este calificativo puede o no hacer de una ciudad un espacio hermoso, pues para 1864, según señala Carretero (1970) Buenos Aires no se caracteriza por su riqueza o pobreza, sino por su fealdad. Entre 1880 y 1887, en una acción impulsada por la clase alta y la gestión del intendente Torcuato de Alvear, surge la transformación de la Ciudad, para ponerla a la par de las ciudades europeas.

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Así, hablar de una identidad de país, cuando su formación es producto de la mezcla de diversas culturas, en consonancia con una propia, le imprime un rasgo característico desde su emergencia hasta la configuración actual. Desde una óptica dialéctica, la identidad converge entre lo “cambiante” y lo “permanente”, entre lo “diverso” y lo “homogéneo”, (Ramos, 1988) y estas concepciones reaparecen a lo largo de la historia de las ideas y de los pueblos en búsqueda de identidad. Las identidades, según Ramos (1988), se construyen en el relacionamiento del “yo” con el “otro”, del “nosotros” con “los otros”, y es de esta interrelación que surge una identidad colectiva, presente en el mundo con personalidad propia, capaz de “dar, recibir y participar” de otras identidades diversas y plurales. Diversidad y pluralidad que permite compartir lo propio y recibir lo ajeno, haciendo factible el enriquecimiento mutuo. Partiendo de aquí, la concepción de la identidad se concibe como la imagen del “nosotros”, la “singularidad” del mundo y de las cosas, de las prácticas de “todos” en función de unos intereses propios y diferentes. Por tanto, su conceptualización alega más que a un asunto histórico y ancestral, a un fenómeno de movilidad social, pues su fundamento no responde a partes o elementos estáticos, sino tiene que ver más con el individuo y su pluralidad. Diversidad, que si bien es cierto, puede observarse al llegar a Buenos Aires, y apreciar su arquitectura, con marcados elementos identificados con la época dorada de Europa, también es cierto que cada espacio le imprime su toque de latinoamericanidad. Argentina, igual que el resto de los países conquistados por el viejo continente, son la suma procedente de lo indígena, lo negro y lo español, que mezclado con el fenómeno inmigrante ocurrido en los Siglos XIX y XX (Preciado y Rocha, 1997), ofrece como resultado una identidad propia y característica. Esta es una realidad que afecta no sólo a Buenos Aires, sino a muchos otros países de los llamados latinoamericanos. Su entorno arquitectónico, tal vez

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más parisino que otros, se presenta como un flujo turbulento de toda clase de tradiciones, corrientes culturales, modos de vida e ideas, que convergen en un carácter si se quiere nacional, que identifica a Buenos Aires. A los argentinos. No resulta relevante, si la arquitectura procede o no de Paris, si se parece o no a Francia, si es copia al carbón o un intento por acercarse al continente europeo. Lo notable acá parte de la construcción de una identidad, como se afirmaba al inicio, formada del “nosotros”, con una cultura, unas tradiciones, con cierta idiosincrasia, con innegable ideología, con bastante historia, con mucha esperanza y grandes expectativas para alcanzar la modernidad. No obstante, lo esencial de toda identidad cultural, parece estar en la mezcla. En ese mestizaje cultural que se hace por flujo aluvional y por lento acomodamiento a través de los siglos. (Uslar, 1996) En la arquitectura de Buenos Aires, se combinan reminiscencias y rasgos del gótico, del románico y del plateresco, dentro de la gran capacidad de absorción del barroco. La ciudad encuentra su más adecuada expresión arquitectónica y crea tipos de poderosa originalidad y singular belleza, que no solamente superan a lo europeo contemporáneo, sino que a veces se proyectan sobre ello para reavivar la tradición fatigada y enriquecerla con nuevas aportaciones. (De Contreras, 1949) Como consecuencia de este proceso de hibridación y amalgama cultural, ya en el Siglo XVIII la América Hispana inicia su propio proceso de concepción arquitectónica, aunque para ello deba comprar planos, obras y materiales que llegan a la Argentina procedentes de la misma Francia. Esa particular visión de entender el arte y la vida, la sociedad, la cultura y las relaciones, permitió que a finales del Siglo XIX se levantaran magnificas edificaciones que no sólo encarnaban la opulencia, la elite y el poder, también daban cuenta del particular mestizaje al que los pueblos estaban sometidos. Estas construcciones “reflejan el ambiente total de una época y se extiende a todas las formas de la vida, a la religiosidad, a las costumbres, al vestido, a la música, a la literatura… y sin percibirse se vincula a las manifestaciones artísticas” (Arellano, 1988)

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Una muestra de ello lo encarna el Palacio Paz. Construcción nacida al calor de la burguesía, y al mejor estilo francés. Edificado a finales del Siglo XIX y primera década del XX, ésta residencia particular presenta características únicas por su variedad y calidad. Diseñado por el Arquitecto Louis Marie Henri Sortais (1860 - 1911), a solicitud del doctor José Paz, conocedor y amante de la cultura francesa, seleccionó el proyecto de Sortais, como su casa de residencia en Buenos Aires, aunque la mayoría del tiempo se encontraba en Paris. Pese a que sus planos fueron comprados en Paris, al propio Sortais, una imprecisa tradición oral da cuenta que el desarrollo del proyecto surgió a partir de un diseño de los frentes expuesto en la sección de Arquitectura de uno de los prestigiosos salones artísticos parisinos de entonces. (Louvre y Chantilly) Sortais concibió un espectacular edificio, el cual daría albergue a José C. Paz y cada uno de sus hijos; un jardín interior de complejo trazado y un estupendo pabellón de cocheras. Su fachada principal, da cuenta de los castillos franceses flanqueados por torreones, particularmente en el sector central, emulando al Palacio de Louvre. Aunque su composición general responde a las pautas marcadas por el Castillo de Chantilly. Ubicado sobre un terreno trapezoidal, el Palacio Paz posee frentes hacia las calles Marcelo T. de Alvear, Maipú y Avenida Santa Fe. Exteriormente, la continuidad de la edificación produce un efecto de majestuosidad. No obstante, una torreta circular sirve de nexo para darle unidad al edificio. Estas tendencias europeas consiguen una afirmada hegemonía en la Argentina. Provenientes en la mayoría de los casos de una elite, cuyos ojos estaban puestos en Paris como paradigma de nuevas modalidades del hábitat, aceptando las afectaciones de la École de Beaux Arts como jerarquización de la edilicia institucional o como expresión de distinción en la edilicia privada. Sus principios básicos de orden clásico, simetría y proporción, todas estas tipologías derivadas del clasicismo francés, generalmente con hibridaciones italianizantes, se difunden a partir de 1880. Corayfe. – Abril, 2007. [email protected]

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Por lo general son casas de mucha complejidad en su estructura de usos, como el Palacio Retiro de José C. Paz. Residencias muy bien organizadas, con una marcada diferenciación entre las zonas sociales destinadas a recibir, donde todo empieza con el mensaje de una fachada ostentosa con techos de fuerte pendiente con pizarras y óculos, chimeneas y remates. El tratamiento de almohadillado que se aprecia en el frente, tiene un carácter más delicado, aunque arquitectónicamente superficial. Su función es meramente decorativa, para ir cubriendo muros, pilastras y columnas. En las aberturas predominan los arcos y las simetrías versallescas en sus formas, los muros son macizos y almohadillados. En su parte más alta, el detalle de un Chapitel piramidal con su aguja pararrayos sirve de remate de los cuerpos laterales del palacio. Sencillos óculos rematados por una máscara rompe la continuidad de las franjas horizontales de la decoración, cuya distorsión es totalmente artificial y si se quiere innecesaria. No obstante la profunda cesura creada en la superficie ayuda a dar un mayor volumen circular a la torre de esquina. Los elementos decorativos y ornamentales que conforman el Palacio Paz (Retiro), constituyen un sistema lógico y visualmente armónico. Más sin embargo, puede llegar a carecer de cierta rigurosidad estilística. (Tomado de Martini y Peña. 1966) Así, el eclecticismo que caracteriza todo el edificio es demarcado por la variedad de elementos utilizados en la organización del tramo central. Lo arquitectónico y lo escultórico constituyen un sistema que no pierde su estructura lógica ornamental. Entre cada par de pilastras, una cabeza de león sostiene entre sus dientes una cartela oval orlada por una guirnalda de laureles; y sobre cada arco, una ménsula decorada ubicada por debajo del cornisamiento rompe lo cánones estructurales clásicos, al separar la planta noble del basamento.

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Para el primer piso, las pilastras son reemplazadas por columnas de orden jónico; el capitel se incluye dentro de un pequeño festón, y entre ellas se repite el motivo de la cartela orlada por guirnaldas, pero son el león. Los grupos escultóricos ubicados en la parte superior destacan por su carácter más cercano al “Art nouveau”. Seguidas de dos lucarnas que vienen a iluminar las buhardillas, decoradas estas con pequeños grupos esculturales, usados en el periodo gótico. Como elemento que aparece casi fuera de contexto arquitectónico, la presencia de dos cariátides estípites, conocidas también con el nombre de Hermes-Mercurio, contribuyen a realzar un cuerpo cilíndrico correspondiente a la ventana central. En su interior, luego de franquear la imponente puerta de roble, se entra en un hall principal muy amplio que conecta con el escritorio del señor, la sala de recibo, el comedor y con un jardín de invierno en el fondo. Una amplia escalera, lo más trabajada posible, marca el centro del salón, grandes ventanales de hierro repartido con vidrios de colores vivos, grandes vitroux con motivos de gobelinos o tapices franceses. Pisos de roble de Eslavonia y en las paredes se encuentran boiseries talladas en roble y cielorrasos muy decorados. En el Proyecto de Palacio construido para el Señor Paz, si bien constituía la residencia de toda la familia, los espacio para cada uno de los miembros esta claramente diferenciada, casi independientes y completas para responder a las necesidades de cada grupo familiar, pero capaz de garantizar total privacidad. Incluyendo las áreas sociales marcan fuertes contrastes entre su razón funcional y uso específico. Un salón de baile, un comedor, un gabinete, pasillos que permiten verse y ser visto, y una sala de música con acústica perfecta para conservatorio, le imprime al Palacio la particularidad de una vida social cuya principal característica era exponer a la admiración de los demás los bienes aculados en estas viviendas. Así, el sentido “promenade” fue casi la constante que enlazaba los grupos sociales, asociado íntimamente a una progresión en el Corayfe. – Abril, 2007. [email protected]

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tratamiento arquitectónico. En boca de Le Corbusier, “promenade” hace referencia la espacialidad desplegada mediante el recorrido. Más allá de la mera visita, es un desplazamiento compositivo, una experiencia de la mirada. La arquitectura se articula así como una secuencia de acontecimientos plásticos, que se usa primero en la génesis del espacio y luego indica el modo en que debe ser experimentado. (Circulo de Bellas Artes de Madrid, 2005) En palabras de Bourdieu (2003) estas residencias bien pueden inscribirse como "....templos cívicos en donde la sociedad burguesa deposita lo más sagrado que posee, es decir, las reliquias heredadas de un pasado que no es suyo, en esos lugares sagrados del arte, donde algunos elegidos acuden a alimentar una fe de virtuosos mientras que conformistas y falsos devotos van a cumplimentar un ritual de clase, palacios antiguos o grandes mansiones históricas a los que el siglo XIX ha agregado edificios imponentes".... No obstante, con toda la influencia ejercida desde fuera, se ha logrado conservar una identidad, escala y personalidad hasta el presente siglo, que a pesar de las exigencias funcionales, económicas y sociales y los diferentes orígenes culturales, moldearon la particularidad del hábitat, siempre sobre la base de un denominador común, la identidad. Se percibe cierta complementación entre arquitectura y decoración, entre ciudadano y nación. Ciudades de tiempos lentos,

como Buenos Aires

valorizan los espacios de vida social, el ámbito del peatón, la calidad de sus edificios. Calles y plazas constituyen el marco cotidiano. Es la atmósfera densa y significativa de la ciudad concebida como un artefacto cultural para el goce y usufructo de sus habitantes. No se comparte la opinión de algunos estudiosos, quienes consideran que el Neoclasicismo y el Eclecticismo, rompieron la continuidad y coherencia de la ciudad. Aunque cabe reconocer que fueron demolidos infinidad de edificios para crear las alamedas, avenidas y ejes monumentales escenográficos, la superposición de la Academia con la tradición colonial, mantuvo el principio de la significación cultural del espacio urbano, sumando un lenguaje renovado, al pobrismo y ascetismo de las construcciones heredadas.

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El Palacio Paz, así como otras estructuras aun en pie, constituye un ejemplo trascendente de la identidad arquitectónica de Buenos Aires, aunque proceda de otros espacios. Más sin embargo, si se considera la identidad como el conjunto de elementos que forman parte de la riqueza cultural de la especie humana, que hacen que una cultura se distinga de otra. Es muy probable que ni el Palacio Paz, ni ningún otro, representen realmente la identidad latinoamericana, pues ninguno de sus elementos es propio. Su estructura no se identifica con el País, si no con una nación foránea. Su formación arquitectónica puede pertenecer a cualquier país, todo esta en quien tenga la posibilidad de comprar unos planos; como hiciera el Señor Paz al arquitecto Sortais. En Buenos Aires, quizá no exista aun una arquitectura que defina al país, lo que sin duda lleva a copiar edificios de otros países, y nada más agregar algo, que según la pasión, personalidad, disponibilidad económica y roce social , representa la cultura, las costumbres, formas de pensar, idiosincrasia de los argentinos. En consideración, se puede afirmar que la arquitectura se torna significativa a la hora de describir una cultura; sus obras se hacen eco de una realidad política, social, histórica ya que se crean en un contexto y espacio específicos. Así como en la arquitectura, la identidad se presenta como una construcción que se inventa en cada momento histórico y cambia; que es dinámica. En consecuencia, probablemente el concepto de identidad tenga que ser inventado y renovado por lo menos una vez, por cada generación. En este sentido se puede tener una visión pluralista de la arquitectura bonaerense, que si bien no ofrece una identidad de cuño regional o nacional, si apuesta a la posibilidad de que sus elementos, como el Palacio Paz, sea referencia cultural de la ciudad, de los ciudadanos y de sus imaginarios. Sería improductivo e insustentable negar o minimizar la importancia de la contribución de la arquitectura francesa y de sus autores y obras en la formulación de los paradigmas formales y conceptuales de la identidad

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arquitectónica de Buenos Aires, sea o no referencial por su parecido con palacios y castillos parisinos. La identidad bonaerense se plasma en características arquitectónicas como la integración entre interior y exterior, la permeabilidad entre estos dos espacios, el color, la manera colorida con que las personas se relacionan con la ciudad, pero que también está condicionada por las miradas y el proceso de construcción. En consecuencia, sólo puede afirmarse reconociendo, y no negando ese juego permanente de cambios e intercambios, que en cuanto a la identidad arquitectónica de Buenos Aires, particularmente en lo que respecta al Palacio Paz, ya no le pertenece al estilo francés, ni al parisino, al argentino o al latinoamericano; lo que hay son miles de posibilidades, de opciones. En tanto actualmente, podemos mirar al lado, no sólo a Europa, sino a otros países con los cuales se tiene no solo un estilo arquitectónico común, sino muchas otras cosas.

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