BREVE HISTORIA DE ROMA Situación geográfica de Roma Historia hasta Augusto Según la leyenda, el príncipe troyano Eneas, tras escapar de la destrucción de su ciudad y después de andar errando largo tiempo por el Mediterráneo, acaba por desembarcar en la costa del Lacio, donde reina el rey Latino, con el que forma alianza. Ascanio, hijo de Eneas, venido de Troya en su compañía, funda la ciudad de Alba, donde reina después de él una serie de reyes, descendientes suyos. El último, Procas, deja dos hijos, Numítor y Amulio. Numítor, el mayor y heredero legítimo, es derribado por Amulio, que relega a la hija de aquél, Rea Silvia, entre las Vestales. A pesar de esta precaución, Rea Silvia, fecundada por Marte, tiene dos gemelos, Rómulo y Remo. Amulio manda abandonarlos en las aguas del Tíber. Amamantados por una loba, los gemelos sobreviven y, cuando son mayores, matan a Amulio y devuelven el poder a Numítor, que les concede, para establecer allí una ciudad, el lugar mismo en que habían sido recogidos del río, la colina del Palatino. Así, según esta leyenda, los romanos conectaban su origen con el más prestigioso mito griego, la guerra de Troya, por lo que, en ocasiones, los poetas llaman a Roma la Nueva Troya. Tras matar a su hermano, Rómulo se ocupa en edificar la ciudad. La leyenda dice que la fundación tuvo lugar el 21 de abril del 753 a. C. La fundación de Roma, en la forma que le concede la tradición, representa una verdad simplificada y esquematizada; a la luz de la historia, tal fundación se revela más compleja. Cronología

De la fundación de Roma a la conquista de Italia (753-264 a. C.). En sus orígenes, Roma era solo una aldea de pastores situada en lo alto del Palatino, una de las colinas próximas al vado que permitía pasar el río Tíber. El control de este paso y la compraventa de ganado hizo prosperar a estas gentes, asentadas allí al menos desde el siglo X antes de nuestra era. Ciertos restos de cabañas, además de alguna que otra tumba, han permitido situar en estas fechas el origen de la Urbs. Entre el 753 y el año 509 a. C. (el periodo monárquico), Roma estuvo gobernada por reyes, cuatro de origen latino y otros tres de origen etrusco, cuyos hechos conocemos sólo difusamente. Establecida ya sobre las siete colinas Capitolio, Palatino, Aventino, Celio, Esquilino, Viminal y Quirinal-, Roma aglutinó a la población dispersa de las aldeas vecinas, estableciendo el control del territorio. A principios del siglo VI a. C. era ya una ciudad con casas construidas en mampostería, protegida por una muralla y con un canal de drenaje que permitiría desecar el pantanoso valle intermedio, donde se instalaron las primeras construcciones del futuro foro. Tras las despóticas acciones de Tarquino el Soberbio, los romanos destituyeron en el 509 a. C. a su último rey e instituyeron la República (1, 2): una sociedad elitista presidida por dos cónsules que se elegían anualmente entre los miembros del Senado que, a su vez, reunía a los más ciudadanos más ricos e influyentes, dejando fuera del gobierno a los plebeyos. Una reacción de éstos permitió en el año 494 a. C. que los tribunos de la plebe se incorporaran al ejercicio del poder. La fuerza demográfica y expansionista de la ciudad aprovechó el vacío de poder que ocasionó la expulsión de su último rey, así como la derrota de los etruscos en la batalla naval de Cumas a manos de los griegos de Siracusa (474 a. C.), para emprender la conquista de las fértiles tierras del Lacio, enfrentándose sucesivamente con los diversos pueblos vecinos (latinos, sabinos, ecuos, hérnicos, volscos, auruncos...). La lucha fue larga y duró casi todo el siglo V a. C. A comienzos del IV a. C., Roma se enfrentó con su peor enemiga y competidora, la ciudad etrusca de Veyes, que cayó tras diez años de asedio. La conquista de Etruria estaba servida, pero hubo de ser interrumpida ante la invasión de unos 30.000 galos, que llegaron a saquear Roma. Hacia el año 400 a.C., los galos senónicos llegaron al norte de Italia, instalándose en la llanura del Po. Poco después, en el 387 a. C., infligieron una severa derrota a los romanos en la batalla de Alia. Al año siguiente se hallaban arrasando la ciudad de Roma, refugiándose algunos romanos tras las murallas del Capitolio. Después de un largo asedio y a punto de ser derrotados por el hambre, los romanos consiguieron del jefe galo, Brenno, el fin de la guerra a cambio de un rescate de 1000 libras de oro. Cuando varios senadores romanos protestaron por las pesas empleadas para medir la cantidad del preciado metal (evidentemente trucadas por los galos), Brenno arrojó su espada sobre la balanza, añadiendo el peso de su arma a la cantidad exigida y exclamando ¡Vae victis!. La reconstrucción de la ciudad y sus murallas se realizó rápidamente, y el conflicto con sus vecinos, especialmente los samnitas del sur, llevó a Roma a la conquista del centro de Italia (tres guerras samnitas), del norte (Etruria) y del extremo sur (Tarento). Por fin, en el año 275 a. C., Roma extiende su jurisdicción sobre toda la Península. Pero este dominio no está exento de problemas, pues diversos pueblos itálicos, descontentos del fuerte control romano, se sublevan. La expansión llevó a la Urbs, hasta entonces una potencia sólo terrestre, a tomar contacto con los asuntos marítimos, donde Cartago mantiene el control y con cuyos intereses entrará en conflicto.

Hispania y el Mediterráneo, nuevo teatro de operaciones (264-59 a. C.). El avance de Roma por Italia chocó enseguida con los intereses comerciales de Cartago, aliada de muchos de los pueblos itálicos que sufrieron la conquista romana. Ya en el año 348 a. C., las dos ciudades establecieron un tratado de no agresión y de reparto de las áreas de influencia. A pesar de ello, las últimas campañas de Roma por el control de la península Itálica llevaron al enfrentamiento directo con los poeni o fenicios de Cartago en unas guerras llamadas púnicas. La primera de ellas estalló en Sicilia y, para combatir a los cartagineses, los romanos debieron primero ampliar su exigua flota; tras una larga y costosa guerra de 23 años de duración (264-241 a. C.), los peninsulares vencieron en la batalla naval de las islas Égadas, frente a la costa occidental de Sicilia, a cuyo control hubieron de renunciar los cartagineses, como al de Córcega y Cerdeña, además de pagar una gravosa indemnización. Para hacer frente a ese desembolso y ampliar su área de influencia, los cartagineses emprendieron la expansión por la península Ibérica. En una de esas campañas, el general púnico Aníbal conquistó Sagunto, ciudad aliada de Roma, lo que sirvió de excusa a los romanos para iniciar la Segunda Guerra Púnica en el año 219 a. C. De ella son conocidas las campañas de Aníbal y sus elefantes por Italia y las resonantes victorias de Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas, en las que diezmó a los ejércitos romanos. A pesar de estos reveses, los romanos siguieron contando con sus aliados itálicos y pasaron a la ofensiva emprendiendo la conquista de Hispania (con el desembarco de los Escipiones en Ampurias en el año 218 a. C.), para cortar los suministros de Aníbal. Éste fue derrotado definitivamente en Zama (202 a. C.), y Cartago hubo de hacer frente de nuevo a altas indemnizaciones de guerra, deshacerse de su flota y renunciar a sus territorios no africanos, que pasaron a manos de Roma. Marco Porcio Catón el Censor (232-149 a. C.) veía con preocupación el auge de Cartago, recuperada tras la derrota de la Segunda Guerra Púnica y cuya actividad comercial suponía una fuerte competencia en los mercados del Mediterráneo central. Catón acababa todos sus discursos en el senado, hablara sobre el tema que hablara, pronunciando la frase “Delenda est Cartago”. No vio cumplido su deseo ya que la destrucción definitiva de la ciudad de Cartago tuvo lugar al final de la Tercera Guerra Púnica (149-146 a. C.), cuando fue integrada en la provincia romana de África. A finales del siglo III a. C., Roma inició su expansión hacia oriente. Lo que empezó siendo una limpieza de piratas del mar Adriático, se convirtió en una guerra (229 a. C.) contra Macedonia, aliada de los piratas. Después de tres guerras macedónicas, esta región pasó a poder de Roma en el 148 a. C. Desde un tiempo antes (191 a. C.), el resto de Grecia formaba ya parte del territorio romano. Por si fuera poco, el reino helenístico de Pérgamo fue entregado a Roma por su último rey, Atalo III. De este modo se formó el núcleo de la provincia romana de Asia. A lo largo del siglo II a. C., y paralelamente a los éxitos en política exterior, la República romana sufrió una grave crisis social, al empeorar las condiciones de las clases humildes. Los hermanos Graco pusieron en marcha la reforma agraria, lo cual les atrajo la enemistad de los terratenientes, quienes les mataron a ellos y a unos 3.000 simpatizantes. Este hecho provocó la llegada al poder de los militares, también enfrentados en bandos; así, la etapa final de la República se caracteriza por los enfrentamientos entre los ricos propietarios y sus seguidores, los optimates, y los defensores de una política de concesión de tierras a los campesinos empobrecidos, los populares. Ello permite entender los éxitos del general popular Cayo Mario en la reforma del ejército y las victorias sobre los númidas norteafricanos, así como sobre los germanos teutones y cimbrios, éxitos que le valieron ser elegido cónsul siete veces. La política agraria, la concesión de tierras a los veteranos y el creciente poder de los jefes militares explican la última etapa de guerras civiles en la República, entre Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila primero, y en los triunviratos después. En estos problemas descansa la razón última del fin de la República en favor de un nuevo sistema político de corte monárquico: el Imperio. Cronología de la República (1 - 2)

César y Augusto: la formación del Imperio (1, 2). En tiempos de la dictadura de Sila empezó a destacar la figura de un militar, Cneo Pompeyo, llamado Magno en recuerdo de Alejandro por sus éxitos militares en Hispania luchando contra Sertorio; en Italia, aplastando la rebelión de Espartaco; en el Mediterráneo oriental, acabando con la piratería marítima; y en el este, contra Mitrídates del Ponto. Mientras tanto, en Roma afianzaban sus posiciones Marco Licinio Craso y Julio César. Al regreso de Pompeyo, y con el fin de no entorpecerse mutuamente, los tres dirigentes pactaron repartirse el poder; nació así en el año 60 el primer triunvirato. Con esta alianza, César llegó al consulado en el año 59 y obtuvo el mando absoluto del ejército en las Galias romanas durante cinco años, margen de tiempo que aprovechó para conquistar las Galias ( ) céltica y belga (derrotando a Vercingetórix ( ), llegando incluso a poner el pie en Britania. Craso se encargó del oriente, pero fue derrotado y muerto por los partos en la batalla de Carras (53 a. C.). Pompeyo, mientras, pacificaba Italia, afectada por revueltas sociales. Pero su pacto con César, que además era su suegro, se fue debilitando, especialmente tras la muerte de Craso. Recelando del poder que le conferían sus éxitos en la Galia, el Senado, influido por Pompeyo, exigió de César la entrega de su mando militar; y como ello suponía quedar al margen del poder político, César marchó con su ejército sobre Roma ( ). Así comenzó la guerra civil ( 1 -2 ), en el año 49 a. C. Tras la derrota y muerte de Pompeyo ( ), César se alzó con el poder en calidad de dictador vitalicio ( )y comenzó sus reformas sociales (entrega de tierras a los veteranos) y de infraestructuras (reparación de viejos edificios y construcción de otros nuevos). Sin embargo, antes de llegar a ejecutar todos sus planes, fue asesinado en el 44 a. C. por conspiradores contrarios a su política ( ). Como herederos oficiales de César quedaron Marco Antonio y Marco Emilio Lépido, dos militares formados bajo su mando. A ellos se sumó el heredero personal de César, su sobrino-nieto e hijo adoptivo Octavio, por entonces un joven de 19 años con grandes ambiciones políticas. Para evitar enfrentamientos entre sí, los tres decidieron formar el segundo triunvirato. A pesar de ello, el choque político era inevitable y acabó con la derrota de Antonio en Actium y su muerte en Egipto junto con la de Cleopatra (año 30 a. C.). Desde entonces, Octavio gobernó en solitario hasta que murió en el 14 d. C. Durante estos 44 años en el poder, supo mantener las formas de la República y convertirla poco a poco en un poder personal, el llamado Principado, llegando a convertir su puesto en hereditario. Para ello fue concentrando todos los poderes en su persona haciendo que el Senado le concediera cada uno de sus títulos: Augusto, emperador, tribuno de la plebe vitalicio (tribunitia potestas), padre de la patria, pontífice máximo, abastecedor de los romanos (cura annonae), ciudadano ejemplar... Conocido ya simplemente como Augusto, Octavio emprendió un vasto programa de reformas militares (apartó al ejército de la vida política y reorganizó sus unidades), administrativas (nueva división provincial y elección de los principales cargos de la burocracia), políticas (nombramiento de nuevos senadores y ampliación de su número), religiosas (recuperación de los cultos tradicionales, divinización de César) y sociales (vuelta a las antiguas costumbres, además de un ambicioso plan de obras públicas). La época de Augusto coincidió también con el apogeo de las letras y la helenización del arte romano. Por todo ello, este periodo fue considerado por los propios romanos como su Edad de Oro y, en adelante, todos los emperadores intentarán imitarle, añadiendo su nombre, César Augusto, a sus propios títulos.

Historia desde Augusto Roma alcanza su máximo esplendor. La reorganización de los principales aspectos de la vida pública emprendida por Augusto (dinastía julio-claudia) permitió el establecimiento de una paz generalizada: la pax Augusta. La solidez de las estructuras administrativas, las ventajas de la paz custodiada por un eficaz ejército y el auge económico general hicieron posible que el Imperio sobreviviera a reinados de emperadores poco aptos o incluso entregados al despotismo y a la locura. Así, el terror de los últimos años de Tiberio empañó la brillantez de su reinado (14-37), y los actos desequilibrados de Calígula tiñeron de sangre sus cuatro años en el gobierno. Sin embargo, cuando los soldados de la guardia pretoriana asesinaron a Calígula y proclamaron emperador a su tío Claudio, sentaron un peligroso precedente: la injerencia del ejército en los asuntos de la cúpula del poder político. Lo cierto es que nunca dejó de interferir, pues Augusto y Tiberio, como después los restantes emperadores, se mantuvieron en el poder sobre todo gracias a su imperium, es decir, a su calidad de máximos jefes militares. Ello se pudo ver bien el año 69, cuando tras el suicidio de Nerón acabó la dinastía de los Julio Claudios sin herederos directos, y los generales más prestigiosos del Imperio se enfrentaron entre sí: acabó por vencer Vespasiano, quien encabezó la dinastía de los Flavios y abrió una nueva etapa de estabilidad. La administración instaurada por Octavio Augusto seguía funcionando bien en todo el Imperio, aunque bajo el gobierno de Domiciano se produjo una quiebra religiosa con las persecuciones contra judíos y cristianos. Aunque no era la primera vez que eran reprimidos por el poder (ya en el año 64 Nerón les acusó del incendio de Roma, lo que les supuso una gran impopularidad), esta vez sufrieron castigos ejemplares por su negativa a reconocer el culto imperial y a aceptar a los restantes dioses del panteón, lo que les convertía en peligrosos integristas religiosos ante los ojos del emperador. Cuando Domiciano murió asesinado, el sucesor fue elegido directamente por el Senado, accediendo al poder Nerva. Como tampoco éste tenía herederos, estableció un nuevo mecanismo de sucesión: asociar al futuro emperador a las tareas de gobierno. Y eso es lo que hizo con otro general, Trajano, de origen hispano. Con Trajano comienza otra etapa de esplendor, llegando el imperio a adquirir la máxima extensión. Sus principales campañas militares estuvieron destinadas a consolidar las fronteras del Rin contra los germanos, del Danubio contra los dacios y del Tigris, en Mesopotamia, contra los partos. Bajo los siguientes emperadores (la dinastía de los Antoninos: Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio y Cómodo), la mayor parte de los esfuerzos de Roma consistieron en la salvaguarda de esas fronteras. El mismo Adriano reforzó los dominios fronterizos con la construcción de muros protectores en Britania y Germania. A la muerte de Cómodo, un nuevo periodo de anarquía se desató en el Imperio. Con su asesinato, varios candidatos al poder se enzarzaron en una guerra civil. Al final consiguió imponerse Septimio Severo, general de origen africano que dio origen a otra familia dinástica, la de los Severos. Con su sucesor, Caracalla, la ciudadanía romana se extendió a todos los hombres libres del Imperio; medida tomada principalmente por razones económicas, ya que el Tesoro público se sostenía con los tributos individuales de los ciudadanos.

Los bárbaros se reparten los restos del Imperio. La organización y el mantenimiento de un ejército cada vez más numeroso, establecido en campamentos fijos a lo largo de los límites del Imperio, se convirtió en una carga también cada vez más pesada para el Tesoro público. Además, su eficacia disminuyó enormemente al extenderse la práctica de reclutar como soldados a los campesinos de las tierras fronterizas, lo que desprofesionalizaba al estamento militar. El paso siguiente fue incluir entre sus efectivos a los bárbaros del otro lado de la frontera, con lo que el carácter romano del ejército se iba diluyendo progresivamente. Sin embargo, los diferentes destacamentos militares, conscientes de su importancia, acabaron por imponer a sus generales como emperadores, lo que convirtió el gobierno del Imperio Romano en una autocracia militar, sin ningún tipo de respeto a las tradicionales instituciones políticas. Por si estos males fueran pocos, la peste se extendió en varias oleadas por numerosas provincias y aumentó la presión de los pueblos limítrofes sobre las fronteras. Maximino, en sus tres años de gobierno, nunca llegó a estar en Roma, ocupado en campañas para defender las tierras del Rin y el Danubio. Decio murió combatiendo a los godos, pueblos germanos que habían llegado a la Europa oriental y avanzaban hacia el oeste. En las fronteras de Asia surgió otra potencia, Persia, donde los sasánidas habían sustituido a los partos, viejos enemigos de Roma que ya habían sido derrotados por Septimio Severo. Pero los tiempos habían cambiado; la debilidad del Imperio era tal que incluso Valeriano cayó prisionero del sasánida Sapor I en el año 259, provocando una enorme conmoción en Roma. Otros movimientos de pueblos bárbaros en los Balcanes obligaron a Aureliano a levantar una nueva muralla que protegiera la capital. La situación del Imperio llegó a ser crítica a finales del siglo III, pero la acción enérgica y reformadora de Diocleciano salvó la situación, dando un nuevo impulso a Roma, al menos el suficiente para aplazar su final. La reorganización del aparato administrativo fue completa y el acto más llamativo de Diocleciano fue la creación de la Tetrarquía.

Este mecanismo de gobierno a cuatro permitió alejar durante cierto tiempo la influencia del ejército, aunque no evitó las pugnas entre los mismos miembros de la Tetrarquía. La labor de consolidación de Diocleciano incluyó también un regreso a los cultos tradicionales y a las antiguas virtudes romanas, lo que le llevó a desencadenar la más violenta de las persecuciones contra los cristianos, por entonces muy extendidos y bien organizados, con una creciente influencia en la sociedad romana. Tanta que pocos años después, tras el enfrentamiento con su colega Majencio y la derrota de éste en la batalla del puente Milvio (año 312), Constantino decidió incorporar la religión cristiana al aparato estatal, declarándose protector de la Iglesia e interviniendo en sus asuntos teológicos y organizativos. La construcción de grandes basílicas patrocinadas por este emperador para acoger los actos de culto cristianos dieron un impulso final a las obras públicas. Así comenzó la última etapa del Imperio Romano, caracterizada por el apoyo a la nueva fe religiosa y por la división administrativa del territorio en dos partes, con sendas capitales en Roma, Imperio Occidental, y Constantinopla, Imperio Oriental, refundada por Constantino en el año 330 sobre la antigua ciudad de Bizancio. A fines del siglo IV , se agudizaron los problemas en los límites septentrionales del Imperio Occidental: diversos pueblos germanos (alanos, vándalos, visigodos, ostrogodos, lombardos...) y asiáticos (hunos) se pusieron en movimiento en busca de nuevas tierras. Con la derrota de los romanos en Adrianópolis (año 378) comenzó el calvario final para el Imperio de Occidente: Roma fue saqueada por los visigodos de Alarico en el 410; y en el 476 los ostrogodos ponen fin a la administración imperial. Las provincias del oeste se repartieron entre los diferentes pueblos invasores, mientras el Imperio de Oriente sobreviviría un millar de años aún bajo el nombre de Imperio Bizantino.

Caída del Imperio Romano

Cronología del Imperio Romano.

Vídeo-resumen de la Historia de Roma