BREVE HISTORIA DE LOS CASTILLOS Rafael Santiago Bermón INTRODUCCIÓN El término castillo proviene del latín, castellum, diminutivo de castrum, que era como los antiguos romanos denominaban a los campamentos fortificados de los nativos de otras tierras (muy buenos ejemplos quedan de ellos en la Península Ibérica). Por lo tanto, el origen de la palabra es «pequeño campamento fortificado». Sin embargo, con el paso de los siglos se ha aplicado el término castillo a una gran cantidad de edificaciones diferentes, llenándose el concepto de cierta ambigüedad. El concepto de castillo se suele emplear básicamente de dos formas, una reducida y otra extensiva. En el primer caso se trata de un edificio de función militar destinado en la Edad Media a controlar el territorio, y en donde se alojaba el poder, ya fuesen señores feudales o el mismo monarca. El castillo estaba compuesto por un recinto amurallado en cuyo interior se disponía la torre del homenaje, cobertizos para los hombres de armas, establos, silos y otras estructuras defensivas. Sin embargo, dicha estructura es en realidad un paso más en el proceso evolutivo del castillo, que nació en época romana y que se fue transformando hasta llegar al siglo XIX. Si empleamos la acepción amplia, castillo es un lugar fuerte, una construcción defensiva que puede presentar una amplia tipología dependiendo de su función específica: defensa estratégica del territorio, protección de la población, posición de vigía, residencia de representación de la aristocracia… En función de esta variedad de edificaciones el castillo presentará algún elemento concreto de defensa, como por ejemplo una muralla, foso, puente levadizo, torre del homenaje, empalizadas, torres angulares, etc. De esta forma se considera castillo una torre exenta como un burgo fortificado. Este concepto de castillo es el que seguiremos en el presente artículo. LA ALTA EDAD MEDIA O EDAD OSCURA (SIGLOS VI-X) La palabra castillo continuó empleándose tras la caída del Imperio Romano de Occidente, cuando pueblos de origen germano se apoderaron del antiguo solar del Imperio para fundar sus propios reinos. Durante los siglos de las invasiones bárbaras Europa entró en una profunda crisis política, pues sin un poder hegemónico los distintos reinos entraron en una guerra continua por el control del territorio. En esta época los ejércitos eran bandas mal organizadas, pequeños, sin máquinas de asedio, cuya principal táctica era la razzia o rápida incursión sobre territorio enemigo. Los castillos de entonces, sobre todo en el norte de Europa, consistían en una torre, muchas veces realizada de madera, sobre una colina artificial llamada «mota», rodeada por una empalizada. En ellos residía el líder militar y, en caso de ataque enemigo, la población ingresaba dentro de su estacada y se preparaba para la lucha. Fue un sistema eficaz y barato de defensa hasta que se desarrolló la organización militar y las tácticas de guerra a lo largo de la Edad Media, demostrando que las torres de madera no ofrecían una protección eficaz. Valga a modo de ejemplo la mota de Chichester, ilustrada idealmente a la derecha.

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LA PLENA EDAD MEDIA: ORIGEN DEL CASTILLO CLÁSICO (SIGLOS XI-XIII) Los más antiguos castillos medievales conservados provienen de la plena Edad Media. Con anterioridad quedan algunos vestigios, como es el caso de la muralla del castillo de los Mouros en Sintra, Portugal, pero la mayor parte de las estructuras defensivas anteriores al año 1000 han desaparecido. Durante este periodo los castillos se ubicaban en zonas estratégicas del territorio para su protección, generalmente en lugares fácilmente defendibles como en lo alto de una colina. Además, constituían el lugar de residencia de los distintos señores feudales, así como del rey, que no dejaba de ser un señor más. El feudalismo se había impuesto en la plena Edad Media en Francia, Alemania e Inglaterra como sistema de organización política, de tal forma que el poder centralizado del Estado prácticamente desapareció a favor de pequeños núcleos, autosuficientes desde el punto de vista económico (agricultura autárquica), y militar (pequeños ejércitos feudales cobijados bajo castillos). Encontramos diferentes tipologías de castillo, aunque en todas ellas se extiende el empleo de la piedra como material de construcción en detrimento de la madera. El castillo más simple lo constituye la torre vigía para el control del territorio; se trata de una torre exenta, sin muralla, de diferentes plantas, algunas para guardar el grano y los víveres, otras para alojar a la guarnición. Similar a la anterior, aunque de mayores proporciones, es el castillo-casa del señor feudal, un edificio fortificado que suele aparecer sin muralla, articulado en plantas, con puerta en altura a la que se accedía mediante una escalera retráctil. Sin embargo, el tipo de castillo de mayor éxito consistía en una muralla, generalmente cuadrangular, con torres en sus vértices, en cuyo interior se extendía el patio de armas rodeado con edificios destinados al establo, acuartelamiento de tropa, capilla, etc., así como un fortín para la defensa extrema, conocido como la torre del homenaje. Esta última podía estar en el centro del castillo o anexa a la muralla, de mayor altura que el resto de las torres, y solía ser la residencia del señor feudal. Junto a los castillos se congregaban las aldeas de los campesinos, que buscaban su amparo en caso de guerra, fruto de lo cual los castillos se convirtieron en la génesis de muchas ciudades a lo largo de la Edad Media. Desgraciadamente, debido a las acciones militares y al tiempo transcurrido, son pocos los castillos bien conservados de esta época que han llegado hasta nuestros días. La mayor parte de ellos han sobrevivido en un estado ruinoso, o bien fueron remozados posteriormente, guardando poco parecido con el castillo original. Algunos ejemplos destacables son el castillo de Pemboke en Gran Bretaña, o el de Loarre en España (en la fotografía derecha) LA BAJA EDAD MEDIA: LA EDAD DORADA DE LOS CASTILLOS (SIGLOS XIV-XV) Durante los siglos XIV y XV se produjo la génesis del Estado moderno, con la centralización de la administración del reino por parte de los monarcas, en contra de los poderes feudales, lo que provocó frecuentes guerras civiles contra la nobleza y, por consiguiente, la proliferación de los castillos. Pero las principales necesidades bélicas no provenían del interior, sino del extranjero; en esta época se producen grandes conflictos entre reinos y regiones independientes por el control del territorio, caso de la Guerra de los Cien Años (1337-1453), guerras entre Inglaterra y Escocia, los frecuentes Isagogé, 3 (2006)

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enfrentamientos entre Castilla y Aragón, o las fortificaciones fronterizas mandadas realizar por el rey portugués Dionisio I (1279- 1325) para protegerse de los castellanos. Los ejércitos se hicieron más numerosos, y las máquinas de asedio se desarrollaron notablemente. Estos cambios tuvieron como consecuencia que los castillos ampliaran su tamaño, para poder alojar en ellos mayores ejércitos; y para contrarrestar artefactos de asedio, como catapultas y escalas, las murallas y torres se desarrollan en potencia y altura. También se populariza la ubicación del castillo en lagunas artificiales o lagos, de más fácil defensa, así como el levantamiento de fosos rodeando la muralla para evitar la eficacia del asalto al castillo. Otra circunstancia relevante es el engalanamiento del castillo, residencia de nobleza y realeza, para convertirlo además de en una estructura defensiva en un edificio de representación de su poder, naciendo un interés por la decoración, el ornato y la armonía de las formas. Se trata, en definitiva, de hacer más habitables y lujosos los castillos con salas separadas para comedor, cocina, habitaciones, etc. El gótico, estilo artístico imperante en estos siglos en catedrales e iglesias, fue el lenguaje adoptado, con la búsqueda de altura, mayor luminosidad gracias a la profusión de vanos, el empleo de arcos apuntados y bóvedas de crucería. Existen muchos ejemplos de castillos bajomedievales, con características regionales particulares. Podemos destacar en Francia el castillo de Pierrefonds, en Suiza el de Chillon, en Alemania el de Eltz, y en España, por su belleza y estado de conservación, el castillo de la Mota (Valladolid), Olite en Navarra (ilustración derecha), Belmonte en Cuenca, o el alcázar de Segovia. En la baja Edad Media se produjo otro hecho de gran relevancia para la civilización occidental: el auge del comercio y de las ciudades. Muchas urbes crecieron bajo la sombra de un castillo, dotándose de murallas, y otras, celosas de su independencia y seguridad, levantaron murallas de piedra y una fortaleza interior que las protegiese del enemigo y un castillo urbano como último bastión defensivo. Dentro de este capítulo destacan el palaciocastillo de los papas de Avignon, en Francia, o el castillo y doble anillo de murallas de Carcasona (en la imagen). En España tenemos elocuentes ejemplos de fortalezas urbanas: en el reino nazarí, en Granada, dentro del recinto de la Alhambra, se levantó un fastuoso castillo-palacio de ornato extremo, emulado por el alcázar de Sevilla. EL CASTILLO RENACENTISTA. EL TRIUNFO DEL CASTILLO-PALACIO (SIGLO XVI) Durante el siglo XVI el castillo continuó evolucionando en dos direcciones opuestas, atendiendo a su doble funcionalidad. Por un lado, como residencia suntuosa de la monarquía autoritaria o de la nobleza, que toma como alojamiento palacios urbanos, villas y castillos, estos últimos con un importante significado de

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representación, carentes ya de toda función militar y más parecidos, por elegancia y ornamentación, a un palacio. Y por otro el castillo con una finalidad defensiva y militar. El castillo-fortaleza se ve obligado a evolucionar debido al poder de destrucción de las nuevas armas de asedio: fundamentalmente los cañones. Para minimizar el daño provocado por las balas de cañón los ingenieros militares descubren que las formas cilíndricas o en talud son más resistentes que las murallas rectas convencionales. De esta forma, los nuevos castillos se caracterizan por tratarse de estructuras cerradas plegadas sobre sí mismas, con potentes torres cilíndricas adosadas al cuerpo principal. Este tipo de estructura podemos verlo en la fortaleza costera del puerto de La Rochelle, en Francia, Torre Angevina en Nápoles, o el castillo de Villaviciosa de Odón, en Madrid, obra del arquitecto Juan de Herrera. Otro tipo de castillo, que a la postre será el empleado como fortaleza a lo largo de toda la Edad Moderna (siglos XVI- XVIII) es el baluarte, consistente en un poderoso y grueso lienzo de muralla en talud, capaz de resistir la fuerza destructiva de los cañones. Muchas veces esta fortificación tiene planta poligonal, con lienzos de muralla con salientes en forma de cuña. Los baluartes también contaban con baterías de cañones para hacer frente a la artillería o a los navíos de guerra enemigos. Podemos apreciar un ejemplo de baluarte en Colliure (siglo XVI), Francia, el más cercano de la Guardia, siglo XVI, o San Fernando en Figueras, ya del siglo XVIII. Respecto al castillo-palacio, era centro de fiestas y lugar de esparcimiento de la aristocracia, donde podía practicar su afición favorita, la caza, por lo que se ubicaban en zonas boscosas y de sublime belleza natural. Los castillos estaban tan asociados a la idea de residencia de la nobleza que ésta no quiso deshacerse de ellos, transformándolos en bellas mansiones, aunque en muchas regiones europeas, caso de Italia, tuvo que competir con las villas suburbanas, con formas más elegantes y clásicas, propias del Renacimiento. Las características de los castillos-palacio del siglo XVI, y de la Edad Moderna en general, son: el menor empleo de la muralla/foso e incluso su desaparición; paulatinamente el patio de armas se fue transformando en un jardín de recreo; la torre del homenaje se suprimió para convertir la estructura en una mole arquitectónica exenta, de grandes proporciones, con la finalidad de servir de lujosos aposentos a sus ocupantes, por lo que se multiplicaron vanos y ventanas, desapareciendo el coronamiento almenado. El único elemento de arquitectura militar que pervivió fue la torre, casi siempre anexa a las esquinas del edificio, alta y de planta circular. Los mejores ejemplos de castillo-palacios renacentistas se encuentran en Francia, en la región del Loira, como el castillo Chambord o Blois, de bellas y elegantes formas.

La Rochelle

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Baluarte

Castillo del Loira

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EL OCASO DE LOS CASTILLOS: LOS PALACIOS BARROCOS (SIGLOS XVII-XVIII) El siglo XVI marcó el punto de inflexión en la construcción de nuevos castillos que sirvieran de residencia del poder. A partir del siglo XVII los nuevos castillos tendrán una función eminentemente militar, construyéndose baluartes. La monarquía y la aristocracia se alojaron preferentemente en palacios barrocos siguiendo la moda italiana de villas y palacios urbanos. Así, cuando en el siglo XVIII se incendió el alcázar de Madrid, lugar de residencia de la monarquía española, se mandó construir un palacio barroco en vez de rehacer el castillo. EL CASTILLO ROMÁNTICO. EL HISTORICISMO DEL SIGLO XIX El siglo XIX fue una época desastrosa para los castillos. A la dejadez provocada por la marcha de sus ocupantes a majestuosas mansiones, se unieron las revoluciones liberales, que provocaron el ataque y destrucción por parte de los campesinos de los castillos de su región, símbolo del poder inamovible de la aristocracia. Será a finales del siglo XIX, y sobre todo del XX, cuando la sociedad recupere la fascinación por los castillos y se reformen buena parte de ellos, presentando su actual aspecto. El interés por recuperar los castillos nace en la segunda mitad del siglo XIX. Gran parte de la alta sociedad y del mundo artístico, influidos por el las consecuencias negativas del mundo industrial y movidos por un espíritu romántico, volvieron la vista atrás, al evocador recuerdo de los castillos medievales en medio de frondosos bosques, al placer de contemplar la naturaleza más evocadora. Buena parte de los artistas quisieron recuperar las formas medievales, rechazando el neoclasicismo y la nueva arquitectura del hierro. De nuevo se puso de moda el estilo gótico, sobre todo en regiones como Gran Bretaña, Francia y Alemania, y con ello los castillos. Proliferaron los estudios sobre el gótico, como los de Viollet le-Duc, quien restauró Carcasona o el castillo de Pierrefonds, y se levantaron de nuevo edificios en este estilo, sobre todo templos. Por su parte, algunos mecenas decidieron construirse mansiones que simulasen las formas de un castillo. Evidentemente su función no era militar, pero se pueden consideran castillos al seguir las pautas del castillo-palacio renacentista, aunque con decoración típicamente medieval. Existen dos castillos románticos paradigmáticos: el Palacio da Pena de Sintra y el Castillo de Neuschwanstein (en la imagen de la derecha). Por último, en la actualidad los castillos de nueva construcción siguen las pautas del historicismo decimonónico. Se trata de casas que añaden algún elemento estructural propio de los castillos, con una finalidad más plástica que arquitectónica, como son altas y esbeltas torres. Un ejemplo interesante español es la casa modernista de Terrades, de Joseph Puig i Cadafalch, en Barcelona (en la imagen) donde un bloque de viviendas ha adquirido algunos elementos visuales del castillo centroeuropeo, como las torres cilíndricas de tejado picudo*. *

Remitimos también a los curiosos a nuestro trabajo «10 Castillos Pintorescos de Europa», Noseolvida, 33 (2006),

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