XVII JORNADAS DE GEOGRAFÍA FÍSICA

XVII JORNADAS DE GEOGRAFÍA FÍSICA León (1) 2 al 5 (6) de julio de 2002

J. Mª Redondo Vega, A. Gómez Villar, R.B. González Gutiérrez y P. Carrera Gómez (Coordinadores)

AUTORES Pedro Carrera Gómez Alipio García de Celis Amelia Gómez Villar Rosa Blanca González Gutiérrez Luis Herrero Cembranos Miguel Ángel Luengo Ugidos Ángel Penas Merino Augusto Pérez Alberti Francisco Purroy Iraizoz José María Redondo Vega Eduardo Santamaría Medel Marcos Valcárcel Díaz

UNIVERSIDAD DE LEÓN Secretariado de Publicaciones y Medioas Audiovisuales 2002

JORNADAS DE GEOGRAFÍA FÍSICA (17ª. 2002. León) XVII Jornadas de Geografía Física : León (1) 2 al 5 (6) de julio de 2002 / J.Mª Redondo Vega... [et al.] (coordinadores) ; autores, Pedro Carrera Gómez... [et al.]. – León : Universidad, Secretariado de Publicaciones y Medios Audiovisuales, 2002 177 p. : il., mapas ; 24 cm. Variante del nombre de la reunión: Jornadas de Campo de Geografía Física. – Bibliogr. ISBN 84-7719-806-3 1. Geografía física—León(Provincia)—Congresos. I. Redondo Vega, José María. II. Carrera Gómez, Pedro. III Universidad de León. Secretariado de Publicaciones y Medios Audiovisuales. IV. Título 911.2(460.181)(063) 914.601.81(063)

Cubierta: Glaciar rocoso de Lengua de Peña Rebeza Contracubierta: Cono aluvial de Lugueros

© by Univesidad de León Secretariado de Publicaciones y Medios Audiovisiales ISBN: 84-7719-806-3 Depósito legal: LE-999-02 Imprime: Universidad de León. Servicio de Imprenta

Presentación Estimados colegas: Sólo unas líneas iniciales para saludaros y daros la bienvenida a León. Durante las Jornadas del Pirineo adquirimos el compromiso con la AGE de la organización de estas XVII Jornadas de Campo de Geografía Física, con las que intentaremos mostraros los principales rasgos del relieve leonés. Las características que mejor definen el medio físico de nuestra provincia son la complejidad y la diversidad de formas, apoyadas en una rica gama de condiciones litológicas, tectónicas y procesos de modelado, cuya máxima expresión se muestra en las áreas de montaña y en la depresión intramontañosa de El Bierzo. Estos lugares reflejan, además, una rica gradación de condiciones ecológicas, formaciones vegetales y usos del suelo, que alternan con espacios naturales de carácter singular. La impronta de la intervención secular del hombre se aprecia en muchos de estos paisajes. Esta guía que os entregamos contiene información sobre cada uno de los espacios que vamos a visitar; con ella pretendemos exponer, de forma resumida y sencilla, los aspectos más relevantes así como el dinamismo y las interrelaciones de los ambientes geomorfológicos y ecológicos que recorreremos a lo largo de estos cuatro días. Somos conscientes de que son pocos días para todo lo que quisiéramos mostraros, pero esperamos que estas Jornadas sirvan para que conozcáis un poco mejor un ámbito más de nuestro país. Finalmente el comité organizador de estas jornadas quiere expresar su agradecimiento a todas las personas que desinteresadamente han participado en su redacción. También a los organismos e instituciones que han colaborado y permitido su realización, especialmente a la Universidad de León, Junta de Castilla y León, Diputación Provincial de León y Asociación Cuatro Valles. Y a vosotros, desde el Departamento de Geografía, os agradecemos sinceramente el interés que habéis mostrado al haberos inscrito en estas Jornadas; deseamos que todo salga bien y esperamos que os llevéis un grato recuerdo de León. Gracias a todos. José María Redondo Vega Amelia Gómez Villar Rosa Blanca González Gutiérrez Pedro Carrera Gómez

1ª JORNADA LA MONTAÑA CANTÁBRICA CENTRAL LEONESA

Itinerario: León, La Robla, Matallana de Torío, Hoces de Vegacervera, Valporquero, Valdelugueros, León. Resumen: Durante esta jornada se expondrán los rasgos morfoestructurales y del relieve de la Montaña Cantábrica Central Leonesa, valles del Torío y Curueño. Se discutirán también la distribución y características de los conos aluviales de este sector de la Cordillera Cantábrica. En Valporquero se visitará la cueva homónima y se explicará la morfología cárstica del Macizo de Valporquero-Correcillas. A continuación nos dirigiremos hacia Valdelugueros, donde se tratarán el glaciarismo pleistoceno y las formas a él asociadas del valle alto del Curueño. La vegetación del itinerario se irá explicando a lo largo del mismo.

La Montaña Cantábrica Central Leonesa

CARACTERES GENERALES DE LA VEGETACIÓN DE LA MONTAÑA CANTÁBRICA CENTRAL LEONESA Luis Herrero Cembranos Dpto. de Biología Vegetal. Universidad de León

Cuando salimos de León en dirección a Asturias y una vez abandonado el casco urbano comenzaremos a observar, además de algunos pinares de repoblación, una vegetación de brezales de carqueixa (Genistella tridentata) y brezo de Aragón (Erica australis subsp. aragonensis), como consecuencia de una alta degradación del suelo causada por el antiguo uso de estos terrenos como cultivos de cereales. También pueden observarse piornales dominados por escobas (Cytisus scoparius) y piornos (Genista florida subsp. polygaliphylla) y claros de pastizales vivaces naturales de Festuca ampla y Agrostis castellana. De vez en cuando todavía se pueden observar algunos retazos de la vegetación potencial que corresponderían con bosques dominados por el roble melojo (Quercus pyrenaica). En suelos más duros el bosque estaría dominado por la encina (Quercus rotundifolia), acompañada del enebro común (Juniperus oxycedrus). También se podrán observar algunas comunidades antrópicas características como los cardales y pastizales primocolonizadores. Pasada La Robla y en dirección a Matallana de Torío a ambos lados se observan las laderas, en general repobladas con pinos, donde debía dominar el melojo. En el fondo de valle se puede observar otro tipo de vegetación relacionada con el nivel freático, que suele estar representada por comunidades arbustivas dominadas por sauces (Salix salvifolia, Salix angustifolia) en el mismo borde de los arroyos, y un poco más alejados del mismo se encuentran, aunque de forma muy puntual, las formaciones arbóreas dominadas por chopos (Populus nigra), fresnos (Fraxinus angustifolia) y olmos (Ulmus minor). Sin embargo el paisaje está dominado por prados de siega y diente. Como lindes de las fincas se encuentran retazos del prebosque sucesional de estas comunidades arboreas riparias, que corresponde a formaciones arbustivas espinosas dominadas por escaramujos (Rosa sp.pl.), zarzamoras (Rubus sp.pl.) o espinos albares (Crataegus monogyna), entre otras. Una vez tomada la cuenca del río Torío, y al llegar al pueblo de Vegacervera el paisaje vegetal se modifica drásticamente, debido al cambio que se produce en el sustrato. En ese momento aparecen las calizas, donde la vegetación potencial, en exposiciones meridionales, correspondería con bosques abiertos de encina (Quercus rotundifolia), pero en realidad la mayor parte de estas peñas estan dominadas por aulagas (Genista occidentalis) y carrasquillas (Lithodora diffusa), formando los característicos aulagares que corresponderían con la etapa más degradada de estos encinares. También son frecuentes en las vaguadas, donde la humedad es un poco mayor, pastizales dominados por pequeñas hierbas como Arenaria grandiflora subsp. incrassata o Festuca hystrix. En las laderas orientadas al norte la vegetación potencial correspondería a bosques dominados por hayas (Fagus sylvatica) a las que suelen acompañar otros árboles como mostajos (Sorbus aucuparia). En algunas zonas todavía se pueden observar manchas de cierta extensión, si bien la mayoría han sido taladas y quemadas, por lo que han sido sustituidos por sus etapas sucesionales como los espinares dominados por el agracejo (Berberis vulgaris) y el endrino (Prunus spinosa) y pastizales de gramíneas vivaces. 6

XVII Jornadas de Geografía Física

En las cumbres de roca calcárea, generalmente por encima de los 1.700 m.s.n.m., la vegetación que observamos son pastizales de pequeñas plantas vivaces como Festuca burnatii o Saxifraga conifera, además de la comunidad potencial dominada por la gayuba (Arctostaphylos uva-ursi) y el enebro rastrero (Juniperus communis subsp. alpina). En las zonas de gleras se pueden observar comunidades características de este tipos de suelos, formadas principalmente por helechos como Cystopteris fragilis subsp. pseudoregia y Dryopteris submontana. En las zonas altas de sustrato ácido, la vegetación climatófila se corresponde con enebrales rastreros dominados por el arandano (Vaccinium myrtillus) y el enebro rastrero (Juniperus communis subsp. nana) entre los que se intercalan pastizales dominados por el cervuno (Nardus stricta) o pastizales de carácter psicroxerófilo, con plantas como Teesdaliopsis conferta y Festuca eskia. En los valles angostos de las Hoces de Vegacervera comienzan a observarse saucedas dominadas por un sauce endémico (Salix cantabrica) y cuando el valle se ensancha se pueden ver algunos retazos del bosque ripario originario, que estaría formado principalmente por el fresno excelso (Fraxinus excelsior) y un árbol semejante al cerezo, el Prunus padus, a los que acompañan en el sotobosque, formando su etapa de sustitución, arbustos generalmente de carácter espinoso, como los groselleros (Ribes petraeum), zarzarmoras (Rubus sp. pl.) y otros. En estas zonas más amplias es donde el hombre ha aprovechado la riqueza del suelo y ha desarrollado las praderas de siega o dalla, dominadas por la malva (Malva moschata) y un sinfín de especies de gramíneas (Arrhenatherum elatius subsp. bulbosum, Trisetum flavescens, Cynosurus cristatus, etc).

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LA MONTAÑA CANTÁBRICA CENTRAL LEONESA: VALLES DEL TORÍO Y CURUEÑO José Mª Redondo Vega, Amelia Gómez Villar, R. Blanca González Gutiérrez y Pedro Carrera Gómez Dpto. de Geografía. Universidad de León

LOCALIZACIÓN Y MARCO GEOGRÁFICO La Montaña Cantábrica Leonesa ocupa todo el sector septentrional de la provincia de León, desde el extremo occidental, con la Sierra de Ancares, hasta el límite oriental en los Picos de Europa, coincidiendo buena parte de su nivel de cumbres (salvo estos extremos mencionados) con el límite provincial y con la divisoria de aguas entre las cuencas que vierten al Atlántico (Duero y Miño) y la cuenca cantábrica (Nalón). Este espigón montañoso que cierra la provincia por el Norte se ha dividido tradicionalmente en tres sectores a partir de la red de avenamiento: la Montaña Occidental, drenada por los ríos Sil y Luna; la Montaña Oriental, recorrida por el río Esla; y, por último, la Montaña Central, organizada en torno a los principales afluentes de este último río (Bernesga, Torío, Curueño y Porma) (Fig. 1). Dentro de este marco general, los valles del Torío y Curueño organizan la parte más interna de la Montaña Central, o lo que históricamente se ha venido denominando como La Mediana y Val de Lugueros. Ambos ejes sobrepasan la orla montañosa, drenando el sector más septentrional de la depresión del Duero, también llamado tierras altas de León, Páramos detríticos (Cabero Diéguez, 1988) o lombas y Riberas de la cuenca terciaria (González Gutiérrez, 2001). Las dos arterias forman, pues, parte de la cuenca del Duero, constituyendo los principales tributarios del Bernesga (Torío) y del Porma (Curueño), los cuales a su vez desembocan al Esla, uno de los principales afluentes del Duero por su margen derecha. Tanto el Torío como el Curueño se caracterizan por cuencas vertientes estrechas (12-13 km) y alargadas (40-60 km), adaptadas al recorrido de los dos colectores mayores. La marcada dirección N-S y su longitud contrasta de manera acusada con el escaso recorrido que tienen sus afluentes, de unos 10 km (ríos Canseco y Labias, arroyos de Valdeteja, Valporquero, Cacabillo, Yargas, Valdecésar, etc.), y sus direcciones transversales (O-E y E-O) a la del escurrimiento general. LOS ELEMENTOS FISIOGRÁFICOS DOMINANTES Estos rasgos son claves en la articulación de los elementos fisiográficos que organizan el relieve de esta parte de la Montaña Central Leonesa, y en definitiva, para comprender su organización geomorfológica. El sistema fluvial articula dos unidades bien diferenciadas: La Montaña Cantábrica o macizo paleozoico y su Piedemonte o cuenca sedimentaria terciaria. Las dos se traban mediante un pasillo estrecho y deprimido que se denomina la Depresión de contacto. A su vez, La Montaña se articula en una serie de cordales y sierras que alternan con depresiones, cuencas y valles, cuya disposición predominante es O-E (Fig. 2). Desde el límite con la vertiente cantábrica, situado en el borde septentrional de las dos cuencas, distinguimos tres grupos de alineaciones: los macizos de la divisoria (sierras de Riaño, Fuentes del Invierno, Macizos de La Laguna-Majao, Morala-Huevo, 8

La Espina y Mullerinas), que presentan las cotas altitudinales más elevadas (Braña Caballo, 2.189 m; Pico Huevo, 2.155; Morala, 2.144 m; Agujas del Cuerna, 2.142 m; Alto de Aguazones, 2.101 m, etc.) y caracteres más o menos homogéneos entre sí; los cordales intermedios, con altitudes que pocas veces alcanzan los 2.000 m (Correcillas, 2.011 m; Bodón, 1.960 m; Fontún, 1.960; Valdorria, 1.927 m; Sáncenas, 1.921 m) pero con fuertes pendientes y contrastes acusados; y, por último, la alineación del borde sur de cotas entre los 1.600-1.700 m (sierras de Corbera, Cueto Salón-Peña Galicia).

Fig. 1: Encuadre regional de los valles del Torío y Curueño La separación de esta serie de cordales se efectúa a través de cuencas intramontanas y estrechos valles que siguen muchas veces líneas de falla. Las cuencas intramontanas (Cármenes-Valdeteja, Gete) constituyen uno de los elementos fisiográficos más característicos que se extienden a toda la vertiente 9

meridional de la Cordillera Cantábrica (Laciana, Babia, La Tercia, Vegamián, etc.) de O a E. Se presentan como amplias artesas de fondos planos o ligeramente ondulados enmarcadas por escarpados relieves (crestas calcáreas y/o cuarcíticas). En cambio, los valles principales que canalizan la escorrentía presentan un rumbo opuesto, N-S que rompe la marcada continuidad O-E de cordales y cuencas. Su trazado es una sucesión continua de tramos angostos y tramos abiertos, según los rasgos litológicos de los materiales que dilaceren. Dentro del Piedemonte, distinguimos también dos unidades: las lombas de los páramos y las riberas de los valles. Los primeros arman los interfluvios, caracterizándose por su extensión abierta y plana, que disminuye suave y paulatinamente hacia el S y hacia el E (Valleiglesia, 1.169 m; Tres Pandos, 1.318 m y Forcada, 1.308 m). Forman la espina dorsal de las tierras altas a partir de la cual se produce el descenso hasta alcanzar los fondos de valle. Este descenso es brusco hacia occidente con un escarpe casi neto desde las lomas altas hasta el fondo; en cambio, es gradual hacia oriente, mediante sucesivas altiplanicies digitiformes. La riberas son el eje vertebral opuesto y deprimido. Las artesas del Torío y Curueño, de fondo amplio y plano, se abren hacia las culminaciones mediante valles encajados en V, cuyas ramificaciones hacen retroceder ese espinazo cimero. Fig. 2: Elementos fisiográficos dominantes

LOS RASGOS ESTRUCTURALES Esta disposición fisiográfica entre montaña - depresión de contacto - piedemonte y entre cuencas intramontanas - cordales o/y sierras - valles en dos direcciones más o menos dominantes (O-E y N-S) reflejan una compleja organización morfoestructural, cuyos rasgos son el resultado de un dilatado proceso evolutivo que se remonta a los tiempos paleozoicos. Complejidad morfoestructural que es debida a una gran variedad litológica, que abarca desde el Cámbrico al Cuaternario, y a una disposición estructural vinculada a dos orogenias: la Herciniana/Varisca, durante el Carbonífero, y la Alpina o Pirineo-cántabra en el Oligoceno. 10

Desde un punto de vista geológico, el espacio avenado por estos dos valles se divide en dos sectores bien diferenciados: el sector septentrional que se corresponde con un macizo de materiales paleozoicos y un sector meridional de cobertera mesozoico-terciaria que reposa discordantemente sobre aquél. Los materiales paleozoicos pertenecen a la parte más externa de la antigua cordillera hercínica, la Zona Cantábrica (ZC), y en concreto, a las Regiones de Pliegues y Mantos, la Cuenca Carbonífera Central y la Región de Mantos (Julivert, 1983). Presentan una secuencia muy variada, contrastada y antigua. Las series litológicas van del Cámbrico al Estefaniense, estando organizadas en más de 30 formaciones de muy diferente composición mineralógica, textura, estructura sedimentaria y arquitectura. De todas ellas, destacamos por su trascendencia morfológica: las cuarcitas ordovícicas de la fm. Barrios; las facies calcáreas devónicas y carboníferas de las fms. Santa Lucía, Alba, Valdeteja, Barcaliente y Peña Redonda; la sucesiones rítmicas del Estefaniense; y las series pizarro-esquistosas carboníferas de las fms. San Emiliano, Fresnedo y Grupo Lena. Sus rasgos litológicos condicionan relieves estructurales específicos, además de controlar formas de modelado muy concretas. La cobertera mesozoica constituye una estrecha franja (arenas albienses y calizas santonienses) que ocupa el sector más deprimido de la depresión de contacto, ya en el extremo meridional del macizo paleozoico. Más hacia el S, sólo aparecen las series terciarias, tres formaciones poco contrastadas (predominio de facies silíceas) pero con una potencia que supera los 2.500 m que arman todo el Piedemonte Cantábrico. Mención especial merecen los competentes conglomerados oligocenos de la fm. Candanedo, gracias a los cuales se han labrado las lombas culminantes de los tres interfluvios. Esta diversidad litológica se combina con una intrincada disposición estructural, fruto de las tectónicas hercínica y alpina. Las estructuras hercínicas del macizo se caracterizan por una sucesión de mantos de cabalgamiento (Sobia-Bodón y Somiedo-Correcillas) que a su vez se dividen en escamas cabalgantes imbricadas entre sí, de menor salto y de dirección dominante O-E (Laviana, Rioseco, Forcada, Bodón, Gayo, Correcillas, Valporquero, Rozo, Bregón). Esta disposición trasciende en la dirección paralela de los volúmenes montañosos más importantes y, además, supone un incremento considerable de los contrastes litológicos al provocar la repetición sucesiva de las series litológicas (hasta cinco veces en las sierras intermedias). La presencia de estructuras plegadas está vinculada al emplazamiento de las propias unidades de despegue, siendo poco representativas allí donde la secuencia de escamas está próxima entre sí y donde afecta a series litológicas contrastadas (Región de Pliegues y Mantos). En cambio, son abundantes en los sectores de materiales homogéneos y con ausencia de esas estructuras de despegue (Cuencas Carbonífera Central y Estefanienses). En general, los pliegues presentan dimensiones modestas, adaptados a la acomodación de las escamas, y con poca continuidad lateral al estar dislocados y trastocados por el denso sistema de fracturación. Los movimientos compresivos alpinos afectaron al macizo de dos maneras: una de forma conjunta, elevándolo (con relación a la meseta del Duero y la cuenca cantábrica) y acortándolo de N a S debido al cabalgamiento y desplazamiento hacia el S de más de 20 km del macizo sobre la cuenca sedimentaria terciaria (franja de fractura o falla de corrimiento de Gordón) (Alonso y Pulgar, 1995); y otra, reapretando, reactivando antiguas estructuras hercínicas (escamas cabalgantes, pliegues) y también fragmentando e individualizando el macizo en bloques elevados y hundidos. Estos esfuerzos afectaron a la cobertera mesozoica que se replegó, fracturó y basculó en consonancia al levantamiento cabalgante del zócalo (buzamientos verticales invertidos hacia el N). Parte de la sedimentación terciaria, las series groseras 11

paleógenas y oligocenas, reflejan esa elevación del zócalo, al aparecer levantadas y basculadas hacia el S (estratos inclinados unos 20°-45° hacia el S). Pero, el sistema de fracturación es el elemento estructural más importante en la organización del relieve cantábrico, influyendo directamente en la disposición de los principales volúmenes montañosos, en el avenamiento regional e incluso en determinadas formas de modelado. No obstante, su funcionamiento es complejo debido a la existencia de varias fases a lo largo de la historia geológica en las que la tectónica de fractura ha sido importante (periodos tardihercínicos, permo-triásicos y alpinos) y, sobre todo, al continuo rejuego de los mismos lineamientos, pero con una intensidad y caracteres diferentes a lo largo de esas fases. A grandes rasgos, este sistema de fracturación se agrupa en dos conjuntos según su orientación: ¾ Fallas de dirección O-E, ONO-ESE y ENE-OSO (franjas tectónicas de León y Gordón, fallas del Bodón, Valdeteja, Gete, Valporquero, Vegacervera) son las líneas tectónicas maestras, de dimensiones regionales y muy antiguas. Delimitan los volúmenes montañosos de N a S, compartimentándolos en pilares y cubetas tectónicas. ¾ Fallas de dirección N-S, NNE-SSO y NNO-SSE de extensión más limitada que compartimentan y desnivelan los bloques mayores en teselas y, además, dirigen una parte importante del avenamiento regional (valles del Torío, Curueño y Canseco). EL ARMAZÓN MORFOESTRUCTURAL DEL RELIEVE El armazón estructural permite organizar el relieve del macizo y del piedemonte en varias unidades morfoestructurales, definidas por la tectónica de fractura alpina y por los matices introducidos por los acusados contrastes litológicos existentes. El primero constituye el eje fundamental para individualizar las distintas unidades y subdividirlas, estructurando el macizo en horsts y cubetas. Los rasgos litológicos configuran morfoestructuras macizas, compactas y homogéneas cuando las series tienen espesores considerables, no son muy contrastadas y responden con homogeneidad ante los procesos morfogenéticos (macizos de la divisoria). En cambio, en sectores donde las series son de espesores menores, alternando facies muy contrastadas por su composición mineralógica o resistencia mecánica, las morfoestructuras resultantes dan formas abiertas, quebradas y contrastadas. A veces, la uniformidad litológica y su relativa potencia pueden proporcionar el elemento diferenciador de algunas subunidades, como son los relieves cársticos de Valporquero-Fresneda, Sáncenas-Valdorria o Peñas del Faro. La disposición estructural hercínica (mantos, escamas y pliegues asociados) no constituye un criterio clave para definir las morfoestructuras, salvo algunos sectores donde su impronta trasciende al relieve como es el sinclinal de Montuerto. Introducen matices en las subunidades a través de la disposición vertical o subhorizontal de los estratos o con la existencia de replegamientos. Estos aspectos, muy generales, permiten establecer tres unidades morfoestructurales: ¾ Unidades de horsts en domos, trabadas por valles en línea de falla. Se localizan en el sector septentrional y arman los cordales de la divisoria: horsts de Morala-Huevo, Majao, Mullerinas, La Espina, Braña Caballo. Están formadas por capas alternantes de pizarras, areniscas y calizas westfalienses de espesores relativos y carácter muy rítmico que permite su fácil desmantelamiento y una respuesta más o menos homogénea ante los agentes erosivos (salvo cuando aparecen bancos más potentes de calizas o cuarcitas). Dan morfoestructuras compactas, sin excesivos resaltes y perfiles combados que les dan un 12

aspecto domático. La sucesión de pliegues estrechos, sin continuidad lateral, la presencia de tramos muy replegados junto con las disarmonías entre las distintas capas ha coadyuvado también a la configuración de morfoestructuras macizas y alomadas. La individualización de las unidades se efectúa a partir del sistema ortogonal de fallas que ha sido aprovechado por la red de drenaje. La red principal (Torío, Canseco y Curueño) ha dilacerado las estructuras de N a S, configurando valles consecuentes y obsecuentes; en cambio, los cursos de primer y segundo orden las han cercenado de O a E, con cursos subsecuentes (Valcaliente, Riosol, Yargas). De esta forma, los cauces actuales han configurado valles en línea de falla que individualizan los horsts, pero también sirven de trabazón entre ellos, dados la angostura de los valles y el fuerte encajamiento que presentan. Las suaves pendientes que caracterizan a la línea de cumbres contrastan enérgicamente con las estrechas y empinadas vertientes que enmarcan los talwegs. ¾ Unidades de horsts en crestas que alternan con cubetas y surcos ortoclinales. Abarcan el espacio comprendido entre los macizos de la divisoria y las lombas altas del borde septentrional de la depresión del Duero (conjunto del Bodón, horst de Currilliles - cubeta de Cármenes, dovelas de La Braña-Arintero, bloque de Sáncenas, macizo de Valporquero-Correcillas, cuenca de Matallana, sinclinal dislocado de Montuerto, etc.). La separación de estas unidades se efectúa por medio de dos depresiones: las cubetas de Villanueva de Pontedo y Lugueros, por el N, y la depresión de contacto, por el S. Los rasgos que definen a estas estructuras son la densa red de fracturación y los acusados contrastes litológicos. El sistema de fallas longitudinales (O-E) articula los bloques en estructuras alongadas y estrechas, mientras que el sistema transversal (N-S) los corta en dovelas de dimensiones limitadas (Busticesa, Peña La Verde, Gayo), de tal forma que las unidades vienen definidas más por la sucesión de conjuntos de horts y/o cubetas con crestas y/o surcos de pequeñas dimensiones, que por la alternancia de bloques individuales enhestados y afondados (montes de La Braña-Arintero). La riqueza de litofacies influye de forma decisiva en la configuración de estas unidades a través de la gran variedad existente, sus espesores relativos, su composición mineralógica diversa o la distinta resistencia mecánica. De esta forma, los relieves compactos y macizos de la unidad anterior se oponen netamente a las presentes formas abiertas, quebradas y contrastadas. Crestones cuarcíticos y/o calcáreos, enmarcados unas veces por fallas y otras no, se turnan con cubetas y surcos pizarroesquistosos. Foto 1: Bloque de Bodón desde la culminación del Machamedio

Las litofacies calcáreas adquieren más importancia que en el resto de unidades. La potencia de los estratos, sus replegamientos y la yuxtaposición de varias series carbonatadas han inducido a la 13

creación de subunidades donde la morfología cárstica es el elemento dominante como ocurre en el valle de Sáncenas, en las crestas de Valdorria o en el macizo de Valporquero – Fresneda – Correcillas. La disposición de los materiales también debemos valorarla. El predominio de buzamientos invertidos verticales y subverticales hacia el N, junto con su rumbo generalizado O-E, han coadyuvado a la formación de esas crestas alargadas y estrechas, enmarcadas por surcos, igualmente alongados y angostos (Foto 1). Su espesor está condicionado por el de las propias litofacies, configurando farallones (Valdorria) o crestones (N de los núcleos de Valverdín, Pedrosa, Lavandera y Genicera) que descollan sobre cuencas (Valdeteja) o pasillos (cabecera arroyo del Filo). Cuando los materiales configuran estructuras plegadas introducen matices a los rasgos generales de las morfoestructuras (engrosamiento de las series calcáreas con los pliegues isoclinales del Pico Correcillas, amplitud de la depresión de Valdeteja, debida en parte a la potencia de las pizarras carboníferas y en parte a la estructura sinclinal sobre la que se asienta). No obstante su papel morfoestructural está controlado por el enrejado de fallas (Peña Forcada) y por la erosión diferencial (sinclinal de Montuerto). El avenamiento de este sector se organiza siguiendo dos parámetros: uno, aprovechando las litofacies menos competentes, labrando surcos y semisurcos ortoclinales, si circula perpendicularmente al sentido de las capas; y otro, utilizando las discontinuidades mecánicas cuando las series son resistentes: líneas de fractura, franjas muy tectonizadas deprimidas e incluso juntas de estratificación cuando el escurrimiento es paralelo a la dirección de los estratos (tramos de las Hoces de Valdeteja). ¾ Unidades configuradas por relieves monoclinales, escindidos por valles disimétricos en línea de falla. Se localizan en el sector meridional, constituyendo los relieves más septentrionales de la cuenca sedimentaria del Duero. Su límite con el macizo se efectúa a partir de una falla inversa, zona que ha sido vaciada por los agentes erosivos, configurándose en un surco ortoclinal, que sirve de separación neta entre ambas megaestructuras: macizo y piedemonte. Las series litológicas pertenecen al Terciario, siendo los niveles basales y medios sinorogénicos de los movimientos comprensivos y ascendentes alpinos. El progresivo levantamiento del bloque cantábrico condicionó la sedimentación en su somonte de ingentes series terrígenas, organizadas en abanicos, los cuales también fueron deformados por aquellos movimientos, a medida que se depositaban en el bloque hundido, hoy ocupado por la cuenca terciaria. De esta forma, en las zonas apicales, las capas presentan fuertes buzamientos (subverticales hacia el S, con tramos invertidos al N) que se van suavizando en las distales, a medida que se adentran en la cuenca. Inclinación que varía también de las capas basales a las superiores, ya que mientras las facies de Vegaquemada se disponen verticalmente o los conglomerados de Candanedo buzan 30°-50° al S, los tramos superiores de Barrillos se disponen subhorizontalmente, indicando el cese de las fases principales de tectogénesis. Estos aspectos han configurado relieves monoclinales, que se alzan sobre la depresión de contacto y se suavizan a medida que se alejan hacia el S; formas, a su vez, poco contrastadas, con perfiles alomados, dado el predominio de facies silíceas, y bastante deleznables, salvo los conglomerados poligénicos oligocenos que arman los sectores más elevados de estos relieves (Muga, Tres Pandos, Forcada). El sistema de fracturas individualiza estas morfoestructuras. Por un lado, un lineamiento longitudinal las separa del macizo cantábrico, siendo su rejuego continuado el que provoca el 14

plegamiento de las litofacies terciarias. Por otro, las fallas transversales las escinden de N a S, creando estructuras más o menos ortogonales, ligeramente desniveladas y basculadas hacia el E. La red de avenamiento ha proporcionado el último rasgo distintivo; los principales ejes (Torío y Curueño) han aprovechado las líneas de falla transversales, configurando valles cada vez más abiertos, a medida que se adentran en la cuenca, pero a la vez disimétricos, con escarpes de falla en su margen izquierda y tendidas laderas en la derecha, que denotan ese rejuego basculante hacia el SE. Los cursos de primer y segundo orden han zahondado en las litofacies deleznables, reduciendo las zonas culminantes a espinas dorsales (interfluvio Curueño-Porma) o estrechas superficies aplanadas (interfluvios Torío-Curueño y Torío-Bernesga). ¾ La separación de estas tres unidades se realiza a través de dos cubetas: Villanueva de Pontedo y Lugueros, y de un surco ortoclinal en línea de falla, la depresión de contacto. A su vez, la marcada continuidad de las cuatro unidades con dirección O-E aparece rota de N a S por valles en línea de falla (Torío, Curueño y Canseco). -- Las cubetas internas del macizo, Villanueva y Lugueros, marcan la transición de los relieves macizos y aduncos de las unidades de horsts en domos a las estructuras contrastadas y quebradas de los horst en crestas. Se extienden desde el collado de Millaró hasta el de Valdemaría, con una extensión de unos 23 km y una anchura que apenas alcanza los 2 km. Su dirección O-E coincide con la de las fallas longitudinales que las delimitan por el N (franja tectónica de León) y por el S (fallas del Bodón). Están labradas sobre estrechas bandas del Paleozoico inf. y del Carbonífero sup., predominando el primer grupo en la parte occidental (Villanueva) y las series namurienses, westfaliense y estefanienses en la oriental (Lugueros). Aparecen, además cuarteadas de N a S por fallas de extensión limitada, dividiendo las cubetas en grupos de teselas, más o menos hundidos como la dovela de Peña Busticesa que marca el límite de aguas entre el Torío y el Curueño. -- El surco ortoclinal externo o depresión de contacto constituye, al igual que las cubetas internas, una depresión estrecha O a E de unos 16 km de largo por unos 2-4 km de ancho. Marca el límite neto entre el macizo cantábrico y el borde N de la depresión del Duero. Los elementos estructurales que lo definen son la tectónica de fractura y la actuación de los agentes erosivos. Ambos han facilitado la formación de un surco hundido, O-E y OSO-ENE, frente a las crestas paleozoicas y las cimas del piedemonte. El carácter deprimido con respecto al macizo se debe al conjunto de fallas de sentido inverso que escalonadamente han levantado las series paleozoicas, llegando a cobijar en algunos sectores a las series cretácicas (Gómez de Llarena, 1927). La sucesión de escalones junto a la diversidad litológica han propiciado un complejo escarpe de falla, donde crestas calcáreas (Pico del Águila, La Peña) y culminaciones pandas (Campos, Alto de Las Velillas) alternan con rellanos y surcos pizarrosos. Escarpe que aparece, además, fragmentado por fallas de dirección meridiana, cuarteando los distintos escalones en dovelas parcialmente levantadas, hundidas o basculadas. El carácter afondado con relación a los relieves monoclinales se debe a la friabilidad de las litofacies mesozoicas y de las facies basales del Terciario, permitiendo que los conglomerados oligocenos permanezcan en resalte por erosión diferencial, a modo de crestas monoclinales.

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En esta labor de desfondamiento, los cursos fluviales han sido decisivos. Los de la vertiente septentrional, siguiendo la red de fracturas, han dilacerado perpendicularmente las estructuras paleozoicas, con pequeñas cerradas al incidir sobre las facies calcáreas o ligeras depresiones al atravesar 16

las series de pizarras y areniscas. En cambio, la red obsecuente de la vertiente meridional apenas se ha entallado en las series terciarias, con barrancos de 2 ó 3 km. Ambos sistemas se han organizado en el fondo de la depresión, a partir de arroyos subsecuentes (Aviados, Robles, de la Sierra del valle de Fenar), drenando la escorrentía hacia los ejes principales, que tajan perpendicularmente dicho surco ortoclinal externo. -- Tanto las unidades levantadas (horsts en domos, horsts en crestas y relieves monoclinales) como las deprimidas (cubetas y surcos) presentan una marcada dirección O-E, la cual coincide con el rumbo de las estructuras geológicas hercínicas (escamas y pliegues asociados). Pero, esta continuidad aparece rota por los tajos de los valles principales (Torío, Curueño y Canseco). Su dirección general, NS, es perpendicular a la de las unidades morfoestructurales, aunque localmente pueden tener ligeras variaciones hacia el E o el O. Su trazado sigue en la mayor parte del recorrido líneas y franjas de debilidad tectónica, en especial, el sistema de fracturas transversal o meridiano. La adaptación a las fallas se observa en los tramos N-S o en los que tienen una componente O, coincidiendo, además, con las zonas excavadas en los materiales más resistentes (curso bajo del río Canseco, gargantas del Torío en Los Pontedos, Getino y Vegacervera, hoces de Valdeteja en el Curueño). En cambio, las direcciones con componente hacia el E enlazan con series menos competentes y, a veces, muy fracturadas (tramos de Cármenes, Gete y S de Vegacervera en el Torío). De esta forma, los valles que han labrado los ríos, constituyen una sucesión de pasos estrechos, foces y escobios, con ensanches y vegas. En los primeros, los ríos muerden en las calizas y cuarcitas con tramos rectilíneos, en los segundos, aprovechan las pizarras y esquistos con tramos más oblicuos y variaciones bruscas de dirección. Y la salida al piedemonte, no supone un cambio de dirección, al contrario, ésta se mantiene, cortando perpendicularmente las morfoestructuras monoclinales, con ligeros desplazamientos hacia el E. LA ORGANIZACIÓN MORFOLÓGICA Aparte de estos aspectos morfoestructurales, la explicación del relieve de esta zona se debe apoyar en el papel desempeñado por la red hidrográfica, a través de su labor de disección y de vaciado del macizo, siendo ésta fundamental para comprender la evolución geomorfológica reciente. La tectónica de bloques de la Orogenia Alpina creó la distribución actual de los volúmenes montañosos (macizos y cubetas). Pero, la configuración del relieve, tal y como hoy la observamos, comienza a partir del establecimiento de la red hidrográfica vigente, tanto durante el ciclo alpino como posteriormente en el Cuaternario. En este proceso, los ejes fluviales han ido realzando o minimizando aquellas disposiciones hundidas o elevadas y, además, creando formas nuevas. Esta acción de los ríos se pone de manifiesto en morfologías que reflejan la progresiva adaptación y configuración de la red de drenaje a los rasgos generales configurados tras la orogenia. Configuración que se ha producido a la par que el proceso de encajamiento y vaciado del macizo y piedemonte. Su plasmación en el relieve se manifiesta en: la modificación de los perfiles transversales de los valles, en la permanencia de restos de niveles de erosión a diferentes altitudes y en la presencia de capturas fluviales. Los perfiles transversales de los valles presentan modificaciones a lo largo de la ladera, con contornos abiertos y suaves en las partes elevadas, que se modifican a partir de cierto umbral, en perfiles cerrados, en ‘V’, con profundas entalladuras en el macizo. 17

Esta disimetría no es homogénea a todos los valles, existiendo diferencias entre los dos valles principales y los secundarios. En los primeros, ésta disimetría en el perfil está marcada, sobre todo en los tramos donde afloran las series resistentes, con perfiles inferiores de estrechas hoces o gargantas. En los secundarios, estas modificaciones no se observan en todos los valles, existiendo amplias artesas, de fondo plano o ligeramente ondulado y con niveles de base por encima del de los ejes colectores (valles de Valporquero, Gete, Cármenes, Valdecésar). Los niveles de erosión también reflejan el progresivo acoplamiento del sistema fluvial al conjunto montañoso y a la cuenca terciaria. Hemos establecido tres grupos teniendo en cuenta su conexión con la red fluvial actual: ¾ Los aplanamientos culminantes muy poco o nada relacionados con los ejes que dirigen el avenamiento. Se localizan en el interior del macizo a altitudes por encima de los 1.600-1.700 m. Sus dimensiones son reducidas, constituyen las cumbres de los macizos o se emplazan justo por debajo de este nivel cimero. Se encuentran muy trastocados por procesos y remodelados posteriores e incluso algunos aparecen afectados por la tectónica de fractura (superficies elevadas del puerto de Vegarada, plataformas arrasadas de las Enrasadas, de Fresneda y de Valporquero). ¾ Los arrasamientos localizados a media ladera en el macizo, entre los 1.200-1.300 y los 1.600-1.700 m, enlazando algunos con las cimas de los interfluvios del somonte. Pueden aparecer de forma aislada, pero lo normal es que constituyan una sucesión de explanadas altas, que se mantienen a lo largo de una misma vertiente, aunque su continuidad está interrumpida por la dilaceración de los cursos de primer orden. Estos niveles pueden tener una relación directa con la red fluvial al señalar fases de encajamiento previas o estar desconectados de ella, indicando la existencia de paleovalles que han quedado suspendidos con relación a los ejes actuales. Los remodelados y alteraciones son menos representativos, salvo cuando afectan a las series calcáreas, donde la carstificación ha actuado de forma intensa (rellanos de las cubetas de Lugueros y Villanueva, altiplanicies más elevadas y septentrionales del piedemonte). ¾ Los niveles conectados con el sistema vigente. Se sitúan por debajo de los 1.300-1.350 m e indican una nítida dualidad entre el macizo y la cuenca. En el interior de la montaña, se localizan en valles ya constituidos y en los sectores próximos a sus fondos. Su tamaño es reducido y la localización dispersa, sin formar continuidad en las laderas, salvo en la cuenca de Matallana y en la vertiente septentrional de la depresión de contacto. En el piedemonte, constituyen los elementos principales del relieve. Reflejan el progresivo establecimiento de la red actual, es decir, como a medida que ésta se encajaba, los valles y cursos fluviales se han ido configurando y adaptando (niveles del piedemonte). En estrecha relación con los perfiles y los niveles de erosión están las capturas fluviales y los paleovalles asociados que reflejan el progresivo establecimiento del trazado de la red fluvial y la evolución que ha seguido (valles de Riosequillo o Ciñeira en el piedemonte; cabecera del valle del Curueño). Éstas ponen de manifiesto la organización del trazado a favor de los cursos que tienen una dirección N-S, en detrimento de aquéllos que presentan orientaciones O-E. Y, además, los reajustes en el trazado han supuesto una paulatina pérdida de cuenca vertiente, y consecuentemente de competencia erosiva, de las dos cuencas del Torío y Curueño con relación a las adyacentes, Porma, Bernesga y Nalón. Un último aspecto que es necesario mencionar en la explicación del relieve está vinculado a las variaciones climáticas ocurridas durante el Cuaternario y a las morfologías que se han originado. Éstas introducen matices y retoques en los sectores superficiales, resaltando unas veces los rasgos del armazón morfoestructural, u ocultándolo, con recubrimientos parciales. 18

De todas las fases frías, es de la última, al final del Pleistoceno superior, de la que se conservan los testimonios más claros. El enfriamiento climático permitió el desarrollo de unas condiciones periglaciares, generalizadas a la mayoría del espacio estudiado, y glaciares, restringidas a los sectores de cabecera más elevados. Los aparatos glaciares se emplazaron sobre las arterias fluviales ya constituidas, llegando los más importantes (Torío, Curueño y Canseco) a alcanzar los 10-15 km de longitud. Su adaptación al relieve preexistente se complementa con la localización de las zonas de alimentación en los espacios más favorables para la acumulación de hielo, en las exposiciones orientadas al primer cuadrante. Los aparatos mayores constituyeron sistemas glaciares complejos con lenguas coalescentes, existiendo también glaciares simples con lenguas bien desarrolladas y glaciares de circo con lenguas incipientes. La importancia morfogenética de esta glaciación se plasma en la presencia de formas erosivas y acumulativas, aunque con diferente desarrollo de unos valles a otros. En el Torío, la mayoría de los circos apenas muerden en la topografía maciza y roma de los macizos de Majao y Braña Caballo; mientras que en el Curueño, numerosas cabeceras glaciares configuran crestas y paredes verticales. La menor entidad del sistema glaciar del Torío se debe a que las zonas de acumulación y el relieve preexistente son menos favorables para el almacenamiento de hielo y su emisión en lenguas (altitudes menores en la cabecera, desplazamiento de la divisoria de aguas hacia el S, presencia de difluencias hacia los aparatos de la vertiente cantábrica, lenguas tributarias de menor entidad y ausencia de una artesa preglaciar amplia para albergar la lengua principal). La atemperación del clima supuso la retirada de las masas de hielo y el ascenso paulatino de las condiciones periglaciares, desde las altitudes medias/bajas a las altas, ocupando las antiguas zonas glaciadas. El deshielo rápido de las lenguas y de los suelos helados eliminó gran parte de los depósitos morrénicos e incorporó importantes cantidades de agua al sistema que propiciaron el desarrollo de movimientos en masa rápidos. Las antiguas zonas de acumulación se incorporaron a la dinámica de hielo-deshielo, formándose enclaves periglaciares en los fondos y paredes de los circos, además de en las cimas de la mayoría de los cordales (glaciares rocosos, canchales, conos de derrubios). La diversidad topográfica y estructural ha propiciado gran variedad en las formas de modelado, desde figuras geométricas en zonas de poca pendiente a canales de aludes en las más empinadas o de derrubios estratificados calcáreos a coladas de piedras o lóbulos de solifluxión. Esta progresiva suavización del clima, salvo algunos momentos de recrudecimiento, ha relegado el ambiente periglaciar a formas criogénicas temporales y estacionales, emplazadas en enclaves concretos de las zonas culminanes. Sus rasgos son atenuados, marginales y condicionados siempre por unas condiciones atmosféricas adecuadas de temperatura, humedad, insolación y viento, etc. BIBLIOGRAFÍA Alonso, J.L., Suárez Rodríguez, A., Rodríguez Fernández, L.R., Farias, P. y Villegas, F., 1990. Mapa Geológico de España. Escala 1:50.000. La Pola de Gordón (103). Instituto Tecnológico Geominero de España, Madrid. Alonso, J.L. y Pulgar, J., 1995. La estructura de la Zona Cantábrica, p: 103-110. En C. Aramburu y F. Bastida (Eds.): Geología de Asturias. Trea. Gijón. Álvarez Marrón, J., Pérez Estaún, A., Aller Manrique, J. y Heredia, N., 1990. Mapa Geológico de España. Escala 1:50.000. Puebla de Lillo (79). Instituto Tecnológico Geominero de España, Madrid. Cabero Diéguez, V. (Dir. y Ccoord.), 1988. Análisis del Medio Físico de León. Delimitación de unidades y estructura territorial. Junta de Castilla y León, Valladolid, 120 p. 19

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