Violencia de género o violencia machista, se trata de una violencia selectiva hacia las mujeres por el hecho de serlo

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DEFINICIÓN: Violencia de género o violencia machista, se trata de una violencia selectiva hacia las mujeres por el hecho de serlo. La violencia contra las mujeres es una expresión de la relación de desigualdad entre hombres y mujeres. Es una violencia basada en la afirmación de la superioridad de un sexo sobre el otro, de los hombres sobre las mujeres. A diferencia de un episodio violento aislado, el maltrato implica siempre un patrón psicológicamente abusivo hacia la persona agredida. La violencia conlleva el sometimiento de una persona por otra. La IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer (Beijing, 1995) define que violencia contra las mujeres significa cualquier acto de violencia basada en el género que tiene como resultado, unos daños o sufrimientos físicos, sexuales o psicológicos para las mujeres. La violencia contra las mujeres es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y mujeres, que han originado el dominio de los hombres sobre las mujeres. Esta violencia […] deriva, esencialmente, de las pautas culturales […] que perpetúan la condición de inferioridad otorgada a las mujeres en la familia, en el lugar de trabajo, en la comunidad y en la sociedad.

También hacia las mujeres y los hombres que transgreden el mandato de género y lo que la sociedad ha definido como identidad masculina e identidad femenina. Por tanto, las agresiones a lesbianas, a transexuales tanto masculinos como femeninos- o a gais o bisexuales, y a las personas (mujeres y hombres) heterosexuales que usan su heterosexualidad de una forma diferente de la establecida como “normal”, es también violencia machista. ESTEREOTIPOS Y ROLES DE GÉNERO: Al hablar de género nos referimos a la construcción cultural que hace una sociedad a partir de las diferencias biológicas. Hablamos del conjunto de características psicológicas, sociales y culturales socialmente asignadas a las personas por razón del sexo. Estas características se van transformando en el tiempo y, por tanto, son modificables. Nos enfrentamos a unas creencias fuertemente arraigadas y a procesos de socialización diferentes para uno y otro sexo. ¿Cómo se construye lo masculino y lo femenino? Lo “femenino” y lo “masculino” no son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales, distintas actitudes, tareas a realizar y responsabilidades adjudicadas a las personas en función de su sexo y que tiene como consecuencia las desigualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Los estereotipos de género son ideas simplificadas y fuertemente asumidas sobre las características, actitudes y aptitudes que se atribuyen a hombres y mujeres por el mero hecho de serlo. Son como etiquetas que nos ponen al nacer. Los Roles de género son patrones de conducta o comportamientos que se consideran apropiados y deseables para cada sexo, el papel que debemos desempeñar hombres y mujeres, el reparto de tareas entre mujeres y hombres, espacios o ámbitos de participación de unas y otros. Estos estereotipos y roles diferenciales son interiorizados a través de un proceso de aprendizaje que se denomina Socialización de Género y que hace que las personas se adapten a las expectativas que sobre ellas tiene el resto de la sociedad, en función de su sexo, y que va a favorecer su inserción como miembros activo en la sociedad de pertenencia. En la socialización de género intervienen los llamados agentes socializadores (la familia, la escuela, los grupos de iguales, la religión o los medios de comunicación) que son los encargados de transmitir, generación tras generación, los valores y concepciones de la sociedad en la que se vive.

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Hay que destacar que la clave de la fuerza del proceso de socialización diferencial radica en la congruencia de los mensajes emitidos por todos los agentes socializadores. Así, por ejemplo, a las mujeres se les asignan roles vinculados al desempeño de tareas en el ámbito doméstico, privado, relacionadas con el cuidado del hogar y de las personas del entorno familiar, mientras que a los hombres se les asignan roles relacionados con el ámbito público, el empleo remunerado y la participación en los órganos de toma de decisiones que afectan al conjunto de la sociedad. Igualmente, se atribuyen estereotipos diferentes a unos y otras: las mujeres son sensibles y cariñosas, débiles, comprensivas, pasivas, maternales, cuidadoras, delicadas, emotivas, sumisas, etc. Los hombres son fuertes, competitivos, responsables, fríos, independientes, impulsivos, agresivos, emprendedores, audaces, inteligentes, etc. Esta diferenciación que la sociedad hace entre los sexos, tiene consecuencias significativas y, en muchos casos, graves. ¿Por qué? porque en el proceso de construcción de los géneros, socialización diferencial, se adjudica unos espacios, tareas y roles diferentes a hombres y mujeres, con una valoración o reconocimiento social distinta, infravalorándose lo femenino y sobrevalorándose lo masculino. A la vez, esta diferente valoración, por razón de sexo, sitúa a los hombres en una posición de preponderancia, superioridad, dominación y control respecto a las mujeres, dando lugar a una situación social de discriminación, desigualdad y relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres. Desde esta posición de superioridad sustentada por la sociedad, un hombre puede creerse con derecho a imponer sus gustos u opiniones sobre una mujer ya que son más “valiosas” por el simple hecho de ser un hombre así como controlar la manera de vestir de su pareja, sus salidas, relaciones, el dinero que gasta, si trabaja fuera de casa o no, etc. A partir de la desigualdad, la violencia contra las mujeres puede surgir de forma casi natural: El hombre que ejerce este tipo de violencia se cree con derecho a imponerse sobre pareja y la violencia le resulta un instrumento útil para mantener su dominio. Pero, si es una construcción cultural, se puede cambiar. Todas las personas, hombres y mujeres, somos parte de la sociedad en la que, tanto unos como otras, tenemos la posibilidad de introducir cambios ya que participamos en la socialización de otras personas y podemos y debemos transmitir modelos no estereotipados para no perpetuar la desigualdad. FORMAS DE VIOLENCIA: Física: Desde un empujón intencionado, una bofetada o arrojar objetos, hasta el extremo del asesinato. La violencia física además de poner en riesgo la salud y la vida de las personas agredidas, en los casos más extremos, provoca miedo intenso y sentimientos de humillación, que van destruyendo la autoestima. Psicológica: Aquí entrarían actos como los insultos ("eres una puta"), los desprecios ("no vales para nada"), las humillaciones ("¿Quién te va a querer con esa cara?”). También supone violencia psicológica el ignorar a una persona (no hablar a alguien o hacer como si no existiera) y también la amenaza de agresión física ("como no me hagas caso, te parto la cara"). El maltrato psicológico continuado, al igual que el físico, provoca sentimientos de humillación, que van destruyendo la autoestima. Sexual: Cualquier contacto sexual no deseado. Desde levantar las faldas a una chica, hasta la violación.

Las agresiones sexuales también producen fuertes sentimientos de humillación y por lo tanto, producen daños psicológicos.

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La violencia psicológica y sexual: las grandes invisibles Las formas de violencia más habituales durante la adolescencia son la psicológica y la sexual, pero son a la vez las formas que menos identifican los adolescentes como manifestaciones de violencia. La violencia psicológica contra chicas y chicos se concreta a menudo en vejaciones privadas y/o públicas, insultos, control abusivo de lo que hacen, aislamiento/soledad, amenazas en caso de no hacer lo que se quiere, etc. La violencia en el ámbito sexual se concreta a menudo en prácticas de riesgo, por ejemplo en el hecho de negarse a utilizar métodos anticonceptivos, y en el hecho de no tener en cuenta los deseos y necesidades de la chica para que pueda disfrutar del sexo con placer; obligarla a hacer lo que el chico desea obviando la voluntad de ella, etc.

FASES DEL MALTRATO La mujer suele asumir estos hechos, negando que sean agresivos o atribuyéndolos a problemas que pueda tener el varón. Poco a poco, el maltrato continuado va mermando su capacidad de poner límite, a la vez que pierde su autovaloración, aceptando que merece ser maltratada. Una de las razones principales por la que habitualmente la violencia se mantiene es porque sucede de una forma cíclica. Suele manifestarse a lo largo de tres fases, que se han denominado: fase de tensión, fase de agresión y fase de conciliación o de arrepentimiento, también llamada de "luna de miel". En la fase de tensión comienzan los insultos y demostraciones de violencia. El agresor expresa su hostilidad pero no de forma extrema. La mujer responde intentando calmarlo o evitando hacer aquello que a él le pueda molestar, creyendo erróneamente, que puede controlarlo. Pero la tensión seguirá aumentando, y se producirán agresiones en forma de abusos físicos, psíquicos y/o sexuales, en la fase de agresión. La descarga de agresividad alivia la tensión del hombre. Puede que la mujer intente tranquilizar al maltratador, siendo amable y servicial o teniendo relaciones sexuales o, en otras ocasiones, amenazar con abandonarle. La siguiente fase sería la de "luna de miel" en la que el maltratador muestra arrepentimiento, pide perdón y promete que no volverá a ocurrir. Esta fase es esencial para entender por qué la mujer tiene la creencia de que la violencia es sólo algo pasajero y que su pareja la quiere y en el fondo no pretende hacerle daño. Sin embargo, cada día los momentos de tensión y agresión son más frecuentes y el agresor se arrepiente cada vez menos. A medida que pasa el tiempo, a la mujer le será más fácil reconocerle como agresor y darse cuenta de que tiene que afrontar el problema. Sin embargo, la ausencia de recursos económicos propios, la falta de apoyo, el aislamiento en el que se vive, la falta de seguridad en si misma, y la gran necesidad de afecto y valoración que en muchos momentos sienten las mujeres, están determinando que se prolonguen estas situaciones. A veces, la mujer no encuentra apoyo al pedir ayuda a los familiares o amistades, ya que le quitan importancia a lo ocurrido o no pueden entenderlo, porque ante el resto de las personas la pareja tiene un comportamiento distinto al que ella describe. La ausencia de respuesta solidaria aumenta la soledad, la depresión, el aislamiento y el sentido de la impotencia. En cuanto a los hombres agresores, no tienen un rasgo físico, o un comportamiento especial que les identifique, tampoco son enfermos mentales. Suelen ser personas de valores tradicionales para los que todo lo masculino (fuerza, poder, éxito, competitividad...) está por encima de lo femenino (sensibilidad, cariño, docilidad...). A los hombres se les transmite la idea de que ser varón es ser importante y una forma de demostrarlo es ejerciendo su poder sobre su familia o pareja. Este tipo de educación hace que tiendan a considerar a las mujeres como inferiores. El actuar de una forma agresiva, en sí misma y como mecanismo de defensa, altera las propias creencias del maltratador y en lugar de asumir la realidad de que está agrediendo a la otra persona, para mantener su autoestima, justifica y niega sus actos.

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Los principales mecanismos de defensa que suelen utilizar los agresores con este fin son: – Negación. "Yo no he hecho nada. No la toqué". – Minimización. "Sólo la aparté para que me dejara en paz". – Racionalización. "A veces tengo que ser firme, pero sé controlarme en esas situaciones". – Proyección. "Toda la culpa es de ella, que no para de provocarme". – Desviación. "El problema es que estoy sin trabajo". –Amnesia. "No puedo recordar si llegué a pegarle". La violencia se aprende, sobre todo, observando modelos significativos, es decir a padres, hermanos, personas cercanas, etc. El niño y el adolescente aprenden a agredir y lo ve como una forma de defender sus derechos o de solucionar conflictos. Muchas veces, la familia se convierte en el lugar de descarga de la tensión y frustraciones que se acumulan en otros ámbitos como el laboral. Los hombres deberían aprender a expresar sus sentimientos negativos y defender sus derechos ante quienes les han hecho sentir mal y no esperar a desahogar su agresividad al llegar a casa.

VIOLENCIA EN LOS JÓVENES Los jóvenes presentan un elevado grado de sexismo en su sistema de valores y creencias, más difícil de detectar porque han sustituido el viejo sexismo hostil o tradicional por nuevas formas más sutiles y ambivalentes. Demuestran tener poca información y conocimientos sobre la violencia machista. Tienen dificultades para detectar indicadores de conductas abusivas. Y, finalmente, presentan una clara aceptación. En los jóvenes y adolescentes abundan lo siguientes mitos: Es más grave la violencia física que la psicológica. Se exagera mucho: es un problema que afecta a una minoría pero ahora se habla mucho porque está de moda. La violencia machista se da sobre todo en un determinado perfil de mujeres más pasivas e inseguras. La violencia machista de verdad existe cuando hay agresiones físicas. Los hombres que maltratan lo hacen porque son impulsivos, pierden el control con facilidad. Los celos son una muestra de amor. El mito del amor romántico: idealización, entrega, el amor es ciego….

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) están plenamente incorporadas en la vida diaria de la población adolescente. Son, además, un medio cada vez más habitual a través del cual se ejerce y se vive violencia machista. Y lo más graves es la falta de conciencia por parte de muchos adolescentes que hacen actos de violencia machista a través de las TIC. A menudo muchas acciones se hacen “en caliente” facilitadas por la inmediatez que proporcionan las TIC, sin ser conscientes de que una vez realizada la acción pierden el control sobre sus consecuencias no solo en el momento de llevarla a cabo, sino de manera atemporal.

PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA Fundamentalmente: 1.- Enseñar a las chicas a detectar futuros maltratadores. 2.- Reforzar el concepto de igualdad.

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ALGUNOS DATOS:



Según los datos de un estudio, un 9,2% de las chicas adolescentes ha vivido en alguna ocasión situaciones de malos tratos. Las situaciones más habituales han consistido en intentar controlarlas de manera permanente y exhaustiva, e intentar atemorizarlas y aislarlas de sus amistades. En cambio, un 13,1% de los chicos reconoce haber ejercido en alguna ocasión malos tratos según la misma tipología dominante: control, aislamiento y hacer sentir miedo a la pareja.



El 28% de los chicos y el 21% de las chicas consideran que el lugar más adecuado para la mujer es su hogar con su familia. El 47% de los chicos y el 45% de las chicas está a favor de la afirmación “nadie como las mujeres sabe criar a sus hijos e hijas”.



El 15% de los chicos y el 7% de las chicas creen que hay que poner a las mujeres en su lugar para que no dominen el hombre; o bien ese 16% de chicos y 3% de chicas que consideran que los hombres tienen que tomar las decisiones más importantes en la vida de la pareja.



El 64% de los chicos y el 53% de las chicas creen que, dentro de una pareja, lo normal es que el hombre proteja a la mujer y no al revés; o bien el 37% de los chicos y el 14% de las chicas que creen que un hombre debe dirigir con cariño pero con firmeza a su mujer. El 37% de los chicos y el 29% de las chicas consideran que las mujeres son insustituibles en el hogar.



El 76% de los chicos y chicas considera falsa la afirmación de que “los casos de maltrato suelen aparecer ya desde el inicio de las relaciones”. El 82% considera verdadera la afirmación de que “solo se puede hablar de maltrato hacia la mujer cuando el hombre pega a la mujer”. El 55% considera verdad la afirmación de que “si una mujer no aguantara realmente la situación de maltrato, marcharía de casa”.



Sólo el 29% considera que la causa principal de la violencia de género es el machismo y las ideas machistas. La mayoría lo atribuye a otras causas, principalmente al consumo de alcohol (25%) y a los trastornos mentales del maltratador (15%).



El 19% de los chicos y el 10% de las chicas cree que insultar a su pareja no es maltrato.



El 35% de los chicos y el 26 % de las chicas considera que ejercer algún tipo de control sobre su pareja no es maltrato.



El 13 % de los chicos y el 6% de las chicas cree que para que haya una buena relación de pareja, la mujer debe evitar llevar la contraria al chico.



El 34% de los chicos y el 30% de las chicas considera que los celos son una expresión de amor.

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