VIDA E HISTORIA EN ALEMANIA

Importa en primer lugar en los films alemanes de los años 1920-28, que de sus imágenes emana una inquietud, a la vez desesperada y orgullosa, viva en los temas fantásticos, criminales o sicológicos de Cari Meyer, el escenarista de Caligari y de los directores cinematográficos en aquel país. Loite Eisner ha estudiado en su notable Pantalla demoniaca (París, Ed. A. Bonne, 1951) la trayectoria de la penetración honda del espíritu germánico en las películas de esta escuela. En torno a una obra de Ernest Se'dlére titulada Morales et religions nou-velles en Allemagne, Rene Gillouin alude, él también, a un "orgullo propiamente lucijerino" en el jando del misticismo alemán. "No obstante mi miedo, yo me parezco a alguien que tiene ante sí grandes cosas", ha escrito Raíner María Rilke. Así es la actitud germánica Más allá de los vínculos que la relacionan con fenómenos como el ocultismo o la magia y a través de un gusto mórbido por lo macabro, una aspiración mística hace sentir la voluntad de conocimiento de Fausto o la voluntad de poder de Nietzsche, siempre dispuestos a traspasar, a dominar lo desconocido. Tal "pretensión de igualar a Dios", de la que habla Gillouin, ya estaba presente en la filosofía del maestro Eckhart, místico alemán de la Edad Media. El sentimiento de la impotencia es la contraparte de este orgullo; y genera la revuelta contra el espíritu creador que anima la película El Golem y lanza al asalto contra las máquinas de otro film, Metrópolis a los robáis humanos liberados de su sumisión. De la locura criminal de Caligari, del escalofrío místico de Nosferatu el vampiro, a la epopeya wagneriana de Fritz Lang, es posible seguir la marcha de este pensamiento germánico, coincidente con el renacer de un misticismo racial que abre el camino al nazismo. Los Nibeíungos señalan una cúspide. Paradojalmente, cuando resucitó, dentro de una forma actual, la vieja epopeya germánica, el israelita Fritz Lang levantó un monumento, en cierto modo anticipatorio de las ambiciones del III Reich y prefiguró plásticamente los gigantescos desfiles nazis de Nuremberg, que Leni Riefensthal trasladó al cine cuando filmó El triunfo de la voluntad. Fierre Laprohon, Historia búsqueda de un arte".

del

cinema,

"Las

etapas históricas, la

I Un viaje de Nueva York a Brernen en 1932. Hamburgo. En el ejercicio de la beca para estudiar la técnica bibliotecaria, permanecí en Estados Unidos entre setiembre de 1930 y mayo de 1931. Como otras veces he regresado a este país —en 1940, 1941, 1947, 1948, 1950, 1952, 1954, 1969, 1970 (en estas dos últimas oportunidades por motivos de salud)— aplazo hasta una oportunidad posterior lo que creo necesario decir acerca de él. Omito, pues, aquí mi experiencia norteamericana en la época de la "depresión" y comienzo a tratar de la primera visita a Europa, que comenzó con el viaje a Alemania, ante la clausura de la Universidad de San Marcos, de la que era bibliotecario y catedrático. Realicé dicho viaje por mi propia cuenta, aunque con facilidades y recomendaciones del Instituto IberoAmericano de Berlín, gracias a la gestión de la doctora Edith Faupel, que había sido alumna de mi curso inaugural en la Facultad de Letras

en 1928 y que desde entonces me animó a que viajara a Alemania, cosa que me había parecido imposible. Encantadora fue la travesía de Nueva York a Bremen en el Europa en junio de 1932. Lo recuerdo como uno de los momentos culminantes de mi segunda juventud. Todos los camarotes de la zona perteneciente a los pasajeros con boleto de turismo en la nave estaban llenos. En su gran mayoría, mis camaradas de viaje eran alemanes con residencia en Estados Unidos de vuelta a su patria, o hijos de inmigrantes de la misma nacionalidad. La mayor parte estaba formada por hombres y mujeres jóvenes; algunos, en los linderos de dicha edad, hallábanse ansiosos de conservarla y no faltaba quien, ya más entrado en años, vivía en esa desesperada rebelión contra el tiempo que alguien ha llamado "el demonio del mediodía". Fácilmente, entre quienes convivimos entonces, se establecieron cordiales relaciones y, a veces, amistades que podían parecer entrañables Las charlas estimulantes, los cánticos y los bailes del hermoso país a donde íbamos fueron tan animados que algunos pasajeros de la primera clase rompían estrictas restricciones para acudir a contemplarlos; y, a veces, para mezclarse con ellos. A todos nos envolvió el espejismo de aquellos días y aquellas noches en exceso fugaces. Cuando llegamos a Bremen, cada persona o cada familia, por cerca que hubiese estado una de otra, siguió su propio destino como si entrara en ignotas cavernas. Si alguna vez volví a tropezar luego en Berlín con algún compañero en la travesía del Europa, pareció el hallazgo extraño del sobreviviente de un mundo encantador desaparecido para siempre. Al desembarcar en Hamburgo, encontré hospedaje generoso en casa de la señora Fera, acaudalada dama que hacía gala del más amplio espíritu internacional. No sé si la señora Fera era judía. Imagino que sí. En todo caso, trabajaba en vinculación muy estrecha con el Instituto Ibero-Americano, que era una entidad oficial. Me parece que en su generoso espíritu alentaba la tradición abierta y hospitalaria de la vieja ciudad libre hanseática. Su esposo se dedicaba a negocios de exportación. Ella distraía sus ocios haciendo el bien a los profesores, o estudiantes, o estudiosos que a Hamburgo llegaban de distintas partes del mundo. Su casa tenía todas las características de un viejo hogar alemán. Alojaba allí, siempre por corto tiempo, a gente de las más diversas nacionalidades. Recibía a esos huéspedes gratuitamente y sin alardes como si se tratara de viejos y estimados amigos, Se interesaba por el pasado, la ocupación, los gustos, los problemas de cada cual. Había creado en aquella morada la atmósfera que, sin duda, se respirará algún día en Europa cuando las fronteras de ese continente sirvan sólo corno señales que demarquen una vasta federación. Cortos fueron los días que viví en la ciudad natal de mi abuelo materno, puerto lleno de historia y de vida. Me pareció inútil seguir la indicación que se me hizo de indagar acerca de los parientes o relacionados de él. En realidad, hubiese sido una búsqueda quizás satisfactoria para la vanidad familiar; pero sin ninguna consecuencia importante. Para ir de la casa de la señora Fera al distrito mercantil, había que viajar en bote por un lago azul poblado de cisnes y de velas triangulares que flotaban como pétalos. En lontananza los árboles tapaban la cinta de los caminos y en las riberas plácidas crecía, sumisa, la yerba Habían en la ciudad rincones de la Edad Media y también edificios llenos de un desafiante modernismo cuyas líneas horizontales

se levantaban como rieles entre la tierra y el cielo. La huella profunda de las alzas y bajas económicas de Alemania durante la década posterior a la paz de Versalles surgía hasta en el mapa de la ciudad; y una calle donde vivían muchos "nuevos ricos" era llamada popularmente "Inflationstrasse". La enorme estatua granítica de Bismarck hallábase a corta distancia del barrio de San Pauli, hasta ahora vivo, con cafés, salas de baile y cantinas para marineros, obreros, prostitutas y turistas. II Berlín, Edith Faupel. Berlín: epicureismo, neurosis, rigidez. En la Universidad de Berlín. Amigos y camaradas. Teatro, cine, pintura, música. El "caligarismo" en el cine alemán y la vuelta a la realidad. Cine soviético. Viajé luego a Berlín en tren, admiré los bellos paisajes de Alemania del norte al final de la primavera, inspiradores de ideas tan lejanas de los odios y de las luchas fratricidas que separan a los hombres. Paisajes bellos, alegrados por el sol, vivo contraste con la sombría perspectiva de las guerras y de las matanzas que luego vinieron. No fui, por cierto, el único peruano visitante de Alemania en esa época que tuvo en la doctora Edith Faupel algo así como un hada madrina de su viaje. El Instituto no era entonces —en la era prehitlerista— un órgano de agitación política sino un centro de estudios e investigaciones históricas, geográficas y lingüísticas, prestigiado por la magnífica biblioteca que le dejara el polígrafo argentino Ernesto Quesada y por una revista científica llamada Ibero-Amerikanisches Archiv. Servía, a la vez, como oficina de informaciones y de servicios a los latinoamericanos que llegaban a Alemania. El idioma alemán aprendido en el colegio y en la infancia volvió a mi memoria con la rapidez con que una máquina parada se pone en movimiento. En Berlín asistí puntualmente a la Universidad, fui a teatros y conciertos, visité museos y bibliotecas, traté con mucha gente. Viví en no pocas ocasiones dentro de la mayor pobreza, después de que se terminaron mis ahorros y lo que me concedió el Instituto; entonces hice, con alternativas entre la bonanza relativa y las penurias, traducciones de folletos u hojas sueltas de empresas alemanas interesadas en su propaganda en América Latina. Cualquier sacrificio resultó valioso ante la necesidad de demorar todo el tiempo que fuese dable la experiencia alemana. Quizás de un fondo ancestral indígena me vino, cuando fue necesaria, la aptitud para la vida de frugalidad; y secretamente supe ser orgulloso porque nada hizo contrario a mi dignidad este viajero en Berlín sin renta propia ni cargo oficial. ¡Qué lejana, extraña e irreal parece ahora la Alemania que conocí! Primero fue asesinada por Hitler y después quedó en escombros durante la segunda guerra mundial, para renacer, con otro espíritu y otras características, en las décadas siguientes. Ante un noticiario cinematográfico con las ruinas de Berlín en 1945, me sentí un anciano sobreviviente de un pasado arqueológico. ¡Cuántas eruditas mañanas pasé en la Universidad hoy desdoblada en las zonas occidentales y de la República Democrática! ¡Cuántas alegres noches en la calle Kurfürstendam luego destruida y ahora rebosante de la vitalidad que le infunde una nueva juventud a la que también llegará en su día, como a mí ahora, el momento de las añoranzas! A pesar de todo, Alemania sigue siendo Alemania y, debajo de las catástrofes, borbota en ella, indeclinable, nueva vida. El Berlín que conocí en 1932 tenía un espíritu epicúreo a pesar de la tradicional rigidez prusiana y de la creciente sicosis política y social.

Innumerables eran los cabarets, los cafés, los bares, los lugares de recreo que encendían sus luces en las noches de aquella primavera, aquel verano y aquel otoño, los últimos de una Alemania libre. Había "Lokale" de todo precio, de todo tamaño, para todos los gustos. En la calle llamada Kurfüstendam, en algunos cafés se bailaba en un piso con música moderna, en otro piso se iba a escuchar música clásica y en el piso tercero ya no había orquesta alguna. La "Haus Vaterland", la "Casa Patria", era un enorme establecimiento con diversas secciones que tenían bebidas y comidas de las distintas zonas del país y aun de varias naciones extranjeras, servidas por muchachas con vestidos típicos. Por la calle Kant (¡oh sarcasmo!) iban y venían hombres pintados, vestidos de mujer. Bien conocidos eran los cabarets para homosexuales, mujeres y varones; y ciertas guías para turistas los anotaban. Quien llegaba de un modo u otro a tomarle el pulso a la ciudad, aprendía a distinguir entre los centros de perversión, los lugares fáciles para las masas anónimas y los aislados rincones refugio de unos cuantos estudiantes, escritores, o artistas. Allí iban muchas muchachas de buenas familias burguesas, representantes típicos de una generación nacida dentro de las tensiones de la primera guerra mundial, crecida en la locura increíble de los años de la inflación en la década de 1920, distanciada de toda norma de estabilidad y de continuidad en la vida. Muchas salían por las noches no tanto con objetivos mercenarios, sino a buscar un poco de aturdimiento después del trabajo gris o en contraste con el hogar triste, o pobre, o inseguro, o ya inexistente. La ayuda del Instituto Ibero-Americano y mi asistencia a la Universidad gracias a una tarjeta de "oyente" me suscitaron relaciones muy valiosas. Entre los profesores cuyas clases escuché en la Universidad de Berlín, recuerdo, sobre todo, a Friedrich Meinecke. Le oí disertar, con maestría jamás encontrada, sobre problemas de épocas o ideas en la historiografía que no había vislumbrado. Fue gracias a esas lecciones que pude entender mejor las obras del propio Meinecke sobre Cosmopolitismo y Estado nacional y acerca de la Idea de la Razón de Estado en la historia moderna. Richard Thurnwald me interesó sobremanera por sus estudios sobre los pueblos llamados primitivos, superando las separaciones geográficas y englobando sus distintas formas sociales, o sea la familia, la economía, la cultura, el Estado y el derecho. Era con este último aspecto con el que quería familiarizarme dentro de la finalidad de saber algo de la llamada "etnología jurídica" en sus más recientes expresiones, por su posible utilización para el estudio del derecho prehispánico; ya que incurren en un error quienes estudian nuestras viejas culturas utilizando sólo las huellas que de ellas han quedado y desprecian el método comparado, que es necesario utilizar pero, evidentemente, con suma cautela. Me sirvieron más tarde mucho aquellos estudios para organizar la sección sobre derecho inca en mi cátedra de Historia del Derecho Peruano. También llegué a acercar me a la técnica y a la metodología de la historia del Derecho como disciplina con identidad propia. Evoco a los muchachos y a las muchachas con las que iba a las clases, o a los lagos cercanos, o a excursiones campestres cantando las canciones que de niño aprendiera yo en el colegio; o enfrascados en interminables discusiones políticas y con quienes subía a las altas localidades del teatro renovado bajo la influencia de Erwin Piscator y de Bertold Brecht; o a ver y oír a Elizabeth Berner, entonces en la madurez de sus facultades artísticas; o a escuchar conciertos cuyas obras varios de mis amigos conocían en detalle y en torno a las cuales podían ellos discutir interminablemente, sin que me fuera dable aventurar una opinión. A esa época debo, por ejemplo, mi descubrimiento de los cuatro cuartetos postumos de Beethoven y mi entusiasmo por ciertas escenas de Fidelio, como el coro de los prisioneros y el cuarteto en la celda de prisión de Florestan, donde la música escala las más grandes alturas de la piedad humana.

Si bien ya había pasado la ola del expresionismo, no faltaban quienes admiraban este tipo de pintura, algunos amigos míos entre ellos. El movimiento nació a comienzos del siglo, y recibió su nombre en 1911, pero adquirió renovado impulso en 1918 con el "Grupo Noviembre". Entonces en contraste con sus paisajes bucólicos de los primeros años, simbolizó la protesta de una generación joven educada en el seno de una sociedad fundamentalmente jerárquica, que recibió luego bruscamente el traumatismo de la guerra y reaccionó contra un mundo mecanizado. Simbolizó, a su manera, un brote del viejo romanticismo, ansioso de libertad ilimitada en la obra del artista, con un espíritu de revolución en busca de la eternidad, capaz de ir al "geballter Schrei", al "apretado alarido" cuya emoción febril se vertió, sobre todo en el color, color apasionado —sol rojo, cielo naranja, salpicaduras y manchones—. No .fue sorprendente que Hitler considerara el arte expresionista como arte degenerado. Quienes fueron sus adalides, por lo general muchachos en sus años veinte o poco más, exhibieron una vulnerabilidad emotiva en búsqueda de la "gente individual", de cuyos corazones saldrían los latidos que iban a acallar las voces de las máquinas. Líneas agudas, colores disonantes y fúlgidos, primarios y claros (repito) y notoria melancolía caracterizaba a aquellas pinturas masoquistas. Años más tarde, ya con más calma y madurez, pude ver unos cuantos exponentes típicos de dicha escuela en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Allí están, por ejemplo, Existencia de un lisiado de Gottfried Brockmann con sus muñecos mutilados que a sí mismos se dan movimiento por una calle espantosamente vacía; La pareja del café por Otto Dix (1921), donde aparecen dos berlineses de la alta clase, ella con los ojos inmensos y descarada elegancia y él con la mirada enferma y condecorado el rostro por la herida que era típica en los duelos de entonces, cada uno vistos con un desprecio feroz; y Circe, del gran caricaturista y satírico político George Grosz. Aquí una prostituta grotesta con un sombrero erecto como un casco, semidesnuda y con unos zapatos de elevadas suelas, aproxima su boca sensual a la de un hombre de negocios que no es sino un cerdo y resulta aún más porcino en esta escena misógina. A Georg Grosz ya lo había dado a conocer José Carlos Mariátegui en Lima. Increíblemente prolífico, Grosz se dedicó a reiterar su odio a Berlín y a sus ciudadanos, símbolos de la decadencia burguesa. Hombres de negocios repulsivos, gordos y muy dispuestos a exhibir su dinero; oficiales con monóculo y rostros agresivos, a veces sin pantalones; rameras cínicas; matronas de pechos colgantes; asesinos sexuales, auténticos o posibles, con hachas y cuchillos; multitudes grotescas apretadas en calles sin árboles que los tranvías, el ferrocarril subterráneo o los edificios ladeados en ángulos siniestros, afean más: ese fue el mundo berlinés de Grosz. Un mundo atroz y amargo; pero quien lo contempla no puede menos que reconocerlo ya que está pleno de vida. Procesado alguna vez por "mancillar la reputación del Ejército" y, en otra oportunidad, de "atentar contra la moral pública, corromper la virtud y el pudor innatos del pueblo alemán". Grosz se hizo comunista. Creo, sin embargo, que emigró a Estados Unidos, el país representativo del capitalismo. Los pintores expresionistas irrumpieron sobre el teatro, y sobre todo, idearon decorados para films, ellos sí inolvidables. El más notable fue El gabinete del doctor Caligari presentado en 1920; y aunque nunca llegó a Lima por la eterna estrechez de miras de quienes manejan entre nosotros la importación y la exhibición de películas, alcancé a verlo en Berlín. El "caligarismo" cundió en los años siguientes con su vida artificial, con la preocupación por lo escultural y lo decorativo, con sus

visiones macabras y sus personajes de pesadilla, con su inhumano universo al borde de la locura. Después del "caligarismo", volvieron los dramas cotidianos, con seres que viven nuestras pasiones y, sin embargo, hállanse sumidos en cárceles interiores de donde la evasión es imposible. Ignoro si llegó a ser presentado en Lima el film de Fritz Lang, que tanteóme impresionó en Berlín. Su trama gira alrededor de un asesino de niñas cuyos excesos unen contra él a la policía y al hampa de la ciudad. El actor principal fue un pequeño y regordete actor húngaro llamado Peter Lorre. Esta alianza entre la fuerza garante de la sociedad y de quienes consagran sus vidas al delito no dejó de tener, para el año de 1931, un significado. En la última escena, el malvado comparece a rastras ante un tribunal compuesto por los profesionales del crimen y, entre alaridos y sollozos, revela con palabras inconexas que un inexorable demonio interior lo obligaba a vagar por las calles y, contra su voluntad, a matar chiquillas. Muy distinta fue la impresión de Muchachas en uniforme, película de Cari Froelich y Leontine Sagan, sobre un colegio de mujeres. El amor excesivo por una bella institutriz es tratado sin ninguna invención técnica pero con una simplicidad y unidad extraordinarias, con una gracia joven llena de alegría y de melancolía. Manuela, la alumna que hasta quiere suicidarse por amor hacia su atrayente profesora, representada por Dorothe Wieck, aparece un instante cuando, junto con sus compañeras, ensaya algunas escenas del drama de Schiller Don Carlos. Y de los versos que declama, se me quedaron vivos en la memoria los siguientes: "Los bellos días de Aran-juez ya pasaron". Y en muchas ocasiones, más tarde, los repetí para mí mismo cuando llegué a comprobar la fugacidad de los goces de la vida. Así, de fuentes vulgares emanan sensaciones inefables. Por cierto que mis amigos y yo, cuando de nosotros dependió, fuimos a ver los films soviéticos entonces muy frecuentemente exhibidos en pequeños teatros de las afueras de Berlín: Tierra, La línea general, La madre, El acorazado Potemkin, Diez días que conmovieron al mundo, El camino en la vida y otros. Había en ellos una belleza visual, una sensibilidad poética, un humor y, sobre todo, un sentido espontáneo del heroísmo y del sacrificio para el trabajo en aras de un mundo mejor. Creo, en resumen, que, a pesar de todo, por vez primera en Alemania contemporánea fue entonces Berlín una capital no sólo nacional sino europea en el campo cultural y artístico. Evoco a mis amigos y amigas de Berlín completamente ajenos a la insolencia, a la intolerancia, a la soberbia que se atribuye a los alemanes. Recuerdo a Wildrid von Eisenhart-Rothe, flaco y erguido como una cigüeña, que preparaba hacia años con devoción ejemplar una tesis sobre el filósofo e historiador Wilhelm Dilthey en cuya obra, incluyendo cartas y escritos sueltos, creía encontrar una clave para los problemas de nuestro tiempo, desde los de orden metafísico hasta los de orden político. Recuerdo a Ernest Koch, cuyos padres residían en Estados Unidos y lo habían enviado a Alemania para que estudiara, si bien Ernest no tenía otra preocupación que una artista de teatro, lituana de nacionalidad, cuyo extraño carácter hacía que estuviese dispuesta a entregarse a cualquiera pero no a él. Recuerdo a Gerhard Reuter y a su novia Ana Rauch, pobrísimos, viviendo en una sobriedad inverosímil para reunir el dinero con el que iban a efectuar el viaje a Oceanía a hacer estudios etnológicos y utilizar los conocimientos que estaban adquiriendo bajo la dirección del profesor Thurnwald. Re cuerdo a Karl Schuster, que se había dedicado a la música bajo el amparo de la

renta que le pasaban sus padres; pero cuyas composiciones no tenían cuándo estrenarse, si bien nadie era más dogmático que Karl en los corrillos, nadie fascinaba tanto a las mujeres como él con su rubio y recio talante de vikingo. Recuerdo a los esposos Richarz-Simons, del Instituto Ibero-Americano, inteligentes, cultísimos, escépticos, fatalistas, vencidos de antemano, esperando lo peor para ellos y para quienes, como ellos, eran judíos, aunque sin sospechar que la realidad superaría sus temores. Recuerdo al argentino Iso Erante Schweide, entonces estudiante y presidente de la asociación de estudiantes latinoamericanos, más tarde emigrado a México, tan noble, tan servicial y a quien estas líneas van como un abrazo fraterno si vive en este mundo. Entre los peruanos que traté en Berlín no puedo olvidar a José Jacinta Rada, Secretario de la Legación, siempre cordial, con quien la vida quiso volviese a encontrarme después en Madrid, en Buenos Aires y en Lima; a Alberto Diviza, ya entonces veterano en la vida alemana, llegando con un aire misterioso y convirtiendo en ironía su descarnada aptitud de ver la realidad de las cosas; a los doctores Mario Bocanegra y Enrique Encinas (éste, hermano del Rector de San Marcos, "anacoreta aymara", sometido a un régimen de privaciones con la finalidad de consagrarse a importantes trabajos de laboratorio sobre el cerebro). También vi varias veces a mi viejo maestro, el antiguo director del Colegio Alemán de Lima doctor Erich Zurkalowski, que entonces era director de un colegio estatal en Berlín. Los amigos y amigas alemanas que he citado y otros cuyos nombres y cuyos rostros me acompañan ahora, fueron en todo momento gentiles con este viajero de un país distante; y en su naturalidad y sencillez alentaba ese fondo de cultura de siglos que los europeos llevan como algo innato, adherido a su personalidad, a pesar de todos los desvarios racistas que después surgieron. Ante las muchachas berlinesas de entonces quienes no eran de pura raza blanca tenían a veces un atractivo especial. Así, un joven Quiroga, de Puno, acentuaba artificialmente el tono café con leche de su piel; y un buen amigo médico, que por su origen africano en aquellos años en Washington, capital de la república democrática de Roosevelt, no hubiera entrado en los mejores hoteles, teatros y restaurantes, llevaba en Berlín una vida de nabab. Y me pregunto: ¿Cuántos de estos hombres y mujeres alemanes, por sincera ilusión o por contagio del ambiente, o por necesidad, se agolparon entonces o después, al lado de las masas del nacional-socialismo y cuántos de ellos han muerto ya? El nico alemán de aquella época que volví a ver después fue Kurt Posner, a quien conocí en el archivo de Berlín y llegó a ser más tarde catedrático de la Universidad Americana de Washington. III Un comido en el Sportpalast en 1932. Goebbels y su "lenguaje nuevo". Hiller y la versión de Brecht sobre "la teatralidad del fascismo". La "guerra total". Asistí, con natural curiosidad, a las reuniones nacionalsocialistas. La más importante de ellas fue una ceremonia en el palacio de los deportes, el Sportpalast de Berlín. Allí pronunciaron discursos Joseph Goebbels primero y Adolfo Hitler después. Había que buscar asiento muchas horas antes de que la ceremonia se iniciara y el público era embriagado de antemano sistemáticamente con música, himnos y listas de muertos en luchas callejeras. Me acompañó en aquella ocasión la señora Faupel; y nos distraíamos en el tedio de la espera larga hablando en castellano, cuando un hombre

se levantó de su asiento y, dirigiéndose con enojo a nosotros, exclamó: "Esta es una reunión para alemanes y aquí no se habla sino alemán". La señora Faupel, muy cortésmente, se identificó y dijo que yo era profesor de una universidad de América del Sur con sangre alemana por mi lado materno, interesado en el nacionalsocialismo. Así quedó detenido este incidente; pero nuestra charla, que todavía duró bastante tiempo, fue reanudada en el idioma de mi generosa amiga. El espectáculo ostentaba una liturgia muy análoga a la del catolicismo pre-conciliar en sus grandes ocasiones. La señal para su verdadero comienzo fue un interminable e impresionante desfile de bosques movibles de banderas portadas por apuestos jóvenes que marchaban en maravillosa disciplina con sus uniformes pardos, cuya prohibición acababa de ser levantada. Joseph Paul Goebbels empezó su discurso. No era rubio y atlético, símbolo solar, expresión viva de la superioridad racial aria. Tenía, por el contrario, una figura menuda, un rostro pálido, con cabello negro y semblante hundido. De origen campesino nació en 1897 y vivió como estudiante errabundo en ocho universidades diferentes, antes de que llegara a ser contratado como propagandista nazi en 1922. Se inscribió en el partido en 1925 y fácilmente se convirtió en un dirigente de él. De acuerdo con su propio testimonio, el movimiento nacional socialista fue en sus comienzos sólo una pequeña secta, un grupo perdido, y, en realidad, llegó a ser hecho por Grandes Oradores, por ellos y no por Grandes Escritores. ¿Grandes, en verdad, estos hombres mediocres?. A condición de que se esté aludiendo a la aptitud de ellos para inventar un lenguaje deliberadamente violento y fanático, susceptible a la vez, de ser captado por la fuerza que llevaban hasta las masas anónimas y por el influjo secreto sobre los que estaban en aptitud de locupletar las arcas del partido en un contubernio vergonzante, clave de tantas contradicciones, de tantas sinuosidades y de tantas hipocresías. Sin embargo, en su escrito Combate por Berlín, del que viejos dirigentes nazis hicieron una edición francesa en 1966, pareció el mismo Goebbels contradecirse cuando recordó los inicios de su periódico Der Angriff (El Ataque) en el verano de 1927. Circuló primero un cartel rojo sangre con un texto lacónico: ¡El Ataque!. ¡Der Angriff! El segundo cartel, unos días después, anunciaba: "¡El Ataque empieza el 4 de julio!". A los ojos de la gente cualquiera, esto quería decir que un alzamiento o "Putsch" comunista estallaría el 4 de julio. Resultó que, por ese entonces, otros carteles rojo sangre eran colocados por la entidad llamada "Socorro Rojo" para anunciar al público que, en caso de tener heridas acudiera a él: dualidad fortuita con la propaganda de la extrema izquierda. Goebbels pudo observar que reinaba una "gran confusión" cuando apareció el tercer cartel: "Der Angriff, la hoja alemana del lunes. Para los oprimidos. Contra los explotadores", Y Der Angriff significa un programa". El supuesto programa hallábase sólo en la elección del nombre. ¿Contradijo aquí Goebbels su afirmación sobre los Grandes Oradores más eficaces que los Grandes Escritores? No, porque si los editoriales marxistas eran discursos escritos, el editorial goebbeliano iba a ser "un cartel redactado", o, con más nitidez, una arenga callejera transcrita al papel. Arengas eran no sólo el texto, sino la presentación, la armadura tipográfica. También expresó él que entonces en Berlín "se había hablado o, mejor dicho, se había inventado un lenguaje nuevo moderno: el del Movimiento. No era, por cierto, el estilo de arenga de cervecería muniquesa, notorio en los tiempos iniciales de éste. Su base estuvo, insistimos, en el lenguaje de las reuniones marxistas. El hombre de la calle recibió incesantes llamamientos cuya finalidad era la conquista de la calle misma porque, a través de ella,

Goebbels quería ganar a las masas. No le importó que los llamaran vulgares porque hablaban "como el pueblo", no con el objetivo de imitarle sino para "atraerlo poco a poco a nuestro lado". Con admiración, con odio, o con temor debían escucharlos. Revolucionarios para los conservadores y conservadores para los revolucionarios: he aquí un juego que podía invertirse de un golpe en variados momentos. Y en los dilemas nacionalismo-socialismo, reacción-revolución, la salida estuvo en la condena al judío, "el Anti-Crísto de la historia mundial" solidario, en comunidad hipócrita, con los intereses de la burguesía demócrata cristiana y del bolchevismo. Y así Goebbels supo "martillear el nombre del partido" en la ciudad a través del discurso, a través del editorial y a través del cartel; logró remachar su mensaje en la cabeza de los militantes hasta tal punto que, según su fórmula sorprendente, ellos podían "recitarlo en sueños" (1) . Muchas otras de las palabras de los escritos y discursos de Goebbels volviéronse inolvidables. Así cuando, antes de las elecciones de mayo de 1928 dijo en su periódico Der Angriff: "Vamos al Reichstag para capturar un botín de sus propias armas en el arsenal de la democracia. Vamos a ser diputados del Reichstag para destrozar la mentalidad de Weimar con su mismo tipo de instrumentos. Si la democracia es tan estúpida como para dar los boletos de entrada y sueldos por este servicio injurioso, es su propio asunto... ¡Nosotros entramos como enemigos! ¡Nosotros llegamos como el lobo que se mete en el corral de las ovejas!" (2) y en el mismo periódico aparecieron el 18 de febrero de 1929 los siguientes conceptos suyos: "Derramar hielo en las espaldas del enemigo, catalogarlo bien, hallar dónde está su lado débil, afilar el puñal con cuidadoso celo, incrustarlo con bien dirígida puntería en ese lugar vulnerable y después hablarle con una sonrisa amistosa: "Perdón, amigo, no me era dable hacer otra cosa! Esta es la fiesta de la venganza gozada con sangre fría" (3 ) . Por lo espectacular de las actividades de Goebbels en el Sportpalast durante varios años ese local recibió el apodo de "palacio del cojo". El demagogo nacionalsocialista tenía una pierna visiblemente contrahecha. El gobierno de Papen había otorgado ciertas libertades a los jefes de algunos gobiernos federales, corno el de Baviera. Aquella noche en el Sportpalast lo combatió, implacable, Goebbels, como lo hacían sus correligionarios, Hizo reír a carcajadas a su público cuando se dedicó a narrar, en frases caricaturescas, cómo sería una entrevista de él con (1) Jean-Pierre Faye, Los lenguajes totalitarios. Madrid, Editorial Taurus 1974, págs. 753-779. El autor analiza con una erudición sorprendente este lenguaje fundamentado en el uso de determinados vocables o frases. Sigue la circulación de palabras desde quienes las lanzan hasta los grupos, las clases que las aceptan, lo que permite ver dibujarse una topografía o una topología de las narraciones: la de la ideología, como expresan los editores de tan fascinante libro. Extrañas reglas cartográficas (agregan) muestran cómo el nacimiento o desarrollo de una jerga nueva precede a las fórmulas para la captura del poder. Se trata de un estudio complicado, ya que autores y tendencias muy opuestas se entrecruzan en la historia de) nazismo. El examen de esta prosodia de las lenguas políticas lleva a Faye, a aclarar la acción que preludian y representan. Una enumeración de hechos no llevaría por sí sola, a una comprensión del fenómeno nacionalsocialista. Faye penetra a fondo en las contradicciones internas que acompañan a ese movimiento desde sus orígenes lejanos hasta su victoria y exhuma autores, obras, tendencias y conceptos que lo entrecruzan; y así su-perspectiva deshorda las variadas fases de la política y entra en la cultura y hasta en la economía de la época a través de su fraseología y de su significado. El libro tiene 973 páginas. La traducción francesa de la obra de Goebbels Kamp} um Berlín (Ira. edición, Berlín, Eher Verlag, 1932) apareció en París, Ed. Saint-Just, 1966. (2) ¿Qué queremos en el Reichstag?", Der Angrijj, 30 de abril de 1928. Reproducido en el libro de Elio Barculo Wheaton The Nazi Revolución, 1933-1935, Nueva York, Anchor Books, 1969, pág. 197. (3) Wheaton, oh.

cit , pág. 95.

el fluctuante señor Papen en torno a este acercamiento. Pero en seguida empezó a recordar las peleas que los jóvenes nazis tenían diariamente en distintas'' ciudades del país con los comunistas. Dejó caer, uno tras otro, nombres de víctimas recientes, especificando cuáles habían sido sus rasgos heroicos; y ese mismo auditorio se conmovió tanto que vi lágrimas en los ojos de algunos hombres y mujeres cercanos a mí. Goebbels sabía manejar y contraponer en su oratoria las facetas más antagónicas: el razonar lógico y la pasión violenta, la ironía, el sarcasmo y la diatriba sin límites. Era uno de los productos típicos de la segunda y la tercera década del siglo XX: el demagogo que puede acercarse a la multitud, no ya de unos centenares de personas como en las viejas ciudades griegas, sino de millones, incluyendo mujeres, niños y adolescentes, de acuerdo con el desarrollo de la población y de los estados y también como producto de los nuevos medios para difundir las ideas y la voz; el agitador al servicio no de unos conceptos, ni de una religión, ni de un Estado sino de su partido verticalmente organizado con un complejo aparato de propaganda, seducción e intimidación. Escuché a muchos otros dirigentes alemanes de aquella época convulsa; asistí, más tarde, a varías sesiones de las Cortes que sancionaron la Constitución republicana de España; en años posteriores oí, a través de la radio o la televisión, a grandes figuras de la vida norteamericana. Sin embargo, el título de más formidable orador popular dentro del tiempo que he conocido, se lo otorgo a Goebbels. La parte final y, ante el público, la más importante de aquel comicio, estuvo a cargo de Adolfo Hitler. Es innecesario que repita ahora todo lo que se sabe de él. Lo vi de lejos, frescos los carrillos como los de un niño, suave al principio la voz para llegar, en el momento oportuno, dentro de un torrente de palabras, al grito y al paroxismo acompañados por golpes en la mesa. Estaba vestido con el uniforme partidario, dentro de una limpieza y una sencillez absolutas. Como siempre, se manifestó totalmente decidido, totalmente enfático, totalmente seguro de sí mismo y de su causa. Este hombre que a lo largo de casi toda su vida no quiso tener una esposa ni una amante fija, sentía una pasión por la multitud equivalente al connubio con ella. "¿Qué sería de mí sin todos ustedes?", exclamó alguna vez ante sus adeptos. Estos encuentros le producían, sin duda, un orgasmo emocional. El espectador llegaba quizás a la conclusión de que su mente estaba guiada sólo por ideas fijas. De otro lado ¿cómo atreverse a negar el hipnotismo de su carisma sobre las muchedumbres? Cabe indagar ahora sobre cuánto hubo de espontáneo o de calculado en estos actos públicos. Bertolt Brecht en un escrito que tiene forma dialogada examina minuciosamente el tema de "la teatralidad del fascismo". De él serán mencionados aquí unos cuantos párrafos. "No es posible dudar (afirma uno de los interlocutores) de que los fascistas se conducen de una manera absolutamente teatral. Ellos mismos hablan de regie y han extraído una cantidad de efectos justamente del teatro, los reflectores, el acompañamiento musical, los coros y los imprevistos sorprendentes. Hace algunos años un actor me contó que Hitler había tomado horas de lecciones con el actor Basil de Munich no sólo en la técnica del recitado sino tam bien en lo tocante a la manera de conducirse y moverse. Aprendió, por ejemplo, el paso sobre el escenario, el solemne andar

de los héroes extendiendo la rodilla y asentando bien la planta de pie para dar majestuosidad a la marcha. También esa forma impresionante de cruzar los brazos es cosa aprendida y también la actitud suelta y como negligente le fue inculcada". En seguida, el diálogo refiere cómo cambiaban sus actitudes con finalidades concretas, según los casos, de impresionar e infundir respeto: a veces de aire mundano, o las reverencias ante ciertos personajes, o el símbolo del amigo de la verdadera música alemana, o el del soldado desconocido de la guerra mundial, o el del amante jubiloso y camarada del pueblo, o el del sufridor digno y resignado, etc. Pero en los grandes discursos (leemos también) quiere inducir al público con actitudes dramáticas e imprevistas a sentirse íntimamente unido con él y a decir: "Sí, nosotros también habríamos actuado de ese modo", con lo cual los espectadores olvidan sus propios intereses, quedan envueltos por el orador, participan en sus luchas, en sus preocupaciones y en sus triunfos y pierden las ganas de toda crítica. Sus gesticulaciones corroborativas imprimen a lo que dice el carácter de razón fundamentadora (4). Aquella tarde inolvidable vi surgir a mi alrededor el clima de entusiasmo infeccioso que, sin duda, hace y ha hecho posibles los mesianismos y los milenarismos, fenómenos increíbles de todos los tiempos y de todas las latitudes, cuidadosamente estudiados ahora por un grupo creciente de hombres de ciencia. Vi mujeres fuera de sí y en trance sólo porque miraban y escuchaban a este hombre por tanta gente despreciado (5). Cuando el "Führer" fue nombrado canciller en 1933, otorgó a Goebbels el cargo de ministro de Propaganda. Así llegó a ser amo y señor absoluto de todas las artes, publicaciones, emisiones de radio, producciones teatrales y películas cinematográficas en Alemania reguladas por una Cámara Cultural del "Reich" que él manipuló. Entre sus actos gubernativos estuvieron las órdenes para que los editores de los periódicos fuesen alemanes o de origen ario y no casados con "no arios"; para que todos los individuos relacionados (4)

Ha sido utilizado para esta breve reseña el texto titulado "Sobre la teatralidad del fascismo", que editó el Servicio de Publicaciones del Teatro Universitario de San Marcos, Serie II, N° 56 Estudios de teatro, Lima, sin fecha.

(5)

El psiquiatra norteamericano Walter C Langer efectuó, durante la según la guerra mundial, un análisis exhaustivo acerca de la personalidad de Hitler para el gobierno de su país Quedó como documento secreto a través de muchos años; pero ha sido publicado como libro bajo el título The Mind of Adolj Hitler, Nueva York, Basic, 1972. Es un estudio penetrante que ahora entra en el ámbito de investigación sico-histórica Muchos difunden, sincera o interesadamente, la tesis de que en nuestro tiempo se escribe o se debe escribir únicamente historia económica. Las dramáticas características de nuestra época otorgan a ella, por cierto, enorme importancia. Al mismo tiempo, el estudio del pasado cercano o distante está floreciendo de modo simultáneo en múltiples niveles. Al lado de los campos ya tradicionales, en los que emergen planteamientos remozados, estúdianse la moda, el gusto, las tradiciones, las fiestas, el saber popular, las técnicas, la vida tanto urbana como rural, la familia, las edades, los sexos (se tiende a una desmasculinización de las historias), los elementos mágicos, los carismas, los milenarismos, etc. Junto con todas estas perspectivas, hay quienes insisten, de una manera u otra, en asociar, pese a diversos intentos fallidos, la historia al sicoanálisis. Unas palabras de Marc Bloch, el más grande teórico de historiografía en el siglo XX, los alientan: "Los hechos históricos, por su esencia, son hechos sicológicos. Y es en otros hechos sicológicos que ellos encuentran normalmente sus antecedentes y sus concomitancias. El destino de los hombres se inserta en el mundo físico y si la influencia de las fuerzas exteriores puede parecer brutal, su acción no funciona sino a través del hombre y su espíritu". En las obras del mismo Sigmund Freud abundan las referencias al pasado de la humanidad. Especial interés ostenta el libro en que el jefe del sicoanálisis utilizó ia abundante documentación reunida por W. C. Bullitt sobre el Presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson para examinar devastadoramente las características de este personaje La edición francesa de la obra a n t edi c h a l l ev a co mo au t ore s a am bo s, F reu d y B ul l i tt , y se p ubl i có en 1967. Aunque han sido muy discutidos, vasta circulación tienen el trabajo de E H. Erikson acerca de l a juventud de Lutero (Nueva York, 1952 y París 1968) y otros del mismo autor. Demasiado espacio requeriría mencionar contribuciones adicionales. Pero viene a ser irresistible la tentación de recordar las hipótesis del francés Alain Besacon en Le Tsa-révitch inmolé (París, 1968.) y el intento del holandés J.H. van den Berg para estudiar la relatividad histórica de los conceptos freudianos acerca de la infancia y la madurez, la mujer y el sexo, las sociedades saludables y las enfermas, la incomunicación humana creada desde fines del siglo XIX y otros asuntos similares en Metabletica ou la Psychologie historique (París, 1962). Naturalmente, la sicohistoria, género dificilísimo de por sí, no debe llevar a un alejamiento de la verdad evidente, según lo cual la historia es, sobre todo, un proceso.

de una manera u otra con asuntos culturales fuesen sometidos a una rígida inspección; para que no se diese a conocer al público lo que fuera adverso al Reich; para la requisición de los ejemplares de los libros que los nazis repudiaban, seguida por la quema simbólica de ellos en grandes hogueras mientras las galerías de arte y los museos de todo el país suprimieron miles de obras "degeneradas". También asumió las horrendas responsabilidades inherentes a la prisión o el exilio de los escritores, artistas y figuras del espectáculo vetadas por sus ideas o por su sangre. El mundo académico, en general, incluyendo a los historiadores, ofreció escasa resistencia a la dictadura nazi. Algo semejante ocurrió entre los demás intelectuales. Figuras eminentes como el músico Richard Strauss, el anciano dramaturgo Gerhart Hauptmann y el filósofo Martin Heidegger hicieron gala de servilismo. No faltaron, sin embargo, heroicos gestos en contraste con las defecciones creadas por la pasividad, el miedo o la activa colaboración. Durante la feroz contienda de 1939-45, las arengas de Goebbels en el Sportpalast se hicieron más famosas y el momento culminante de ellas llegó el 18 de febrero de 1943. Ante un público secreto pero cuidadosamente seleccionado, comenzó por anunciar que exhibía un descarnado cuadro de la situación ya que un peligro que se reconoce es un peligro que ha de acabar: aludió a la lucha de Stalingrado para afirmar que las estepas habían lanzado de pronto un ataque violento contra "nuestro vulnerable continente"; denunció el peligro del bolchevismo mundial, sinónimo de la revolución mundial de los judíos, de la tiranía bolchevique-capitalista que aportaría con sus divisiones de robots motorizados anarquía, hambre, miseria y trabajos forzados; repitió que no había sino una elección: o una Europa bajo la protección militar del Eje o una Europa bolchevique; y terminó esta iniciación de su perorata con el anuncio de que había que actuar muy rápidamente antes de que fuese demasiado tarde. Preparó en seguida a sus oyentes para drásticas medidas que acabaran con los escrúpulos burgueses, que cambiasen los guantes por los puños cerrados con métodos no importaba si buenos o malos con tal de que produjesen resultados. Repitió una frase que con grandes caracteres adornaba la sala: "Guerra total = guerra más corta" y atacó a quienes concurrían a los lugares de recreo, a quienes se ocupaban de sus estómagos como finalidad suprema en la vida, a los traficantes en mantequilla y huevos, a los salones de belleza, a la burocracia dedicada a absurdas ocupaciones, a los paseantes ociosos en sus cabalgaduras por las avenidas de Berlín, a los turistas sin empleo, a los agentes de rumores. Ya en un tono más grave, anunció el reajuste de la vida económica, la conversión de la fuerza laboral hacia las industrias de guerra, el trabajo obligatorio para las mujeres. Finalmente hizo al auditorio su dramático y famoso interrogatorio ("Yo les pregunto a ustedes"). La respuesta fue entusiasta y afirmativa acerca de la decisión de combatir; de la determinación en el sentido de trabajar más duramente y de producir más de la voluntad de ir a la guerra total; de la confianza absoluta en el Führer; de la capacidad para reforzar el frente de lucha antisoviética con armas y hombres con la finalidad de suministrarle al ejército todo lo necesario para la victoria; del compromiso formulado por el servicio femenino en el trabajo; del planteamiento de radicales medidas contra los contrabandistas y los saboteadores y de demandas iguales para todos los alemanes no incorporados a los lugares donde se combatía. Satisfecho con la escena que acababa de ocurrir hizo un sumario ampuloso, al que agregó el juramento del frente interno dirigido a las tropas en la lucha. Anunció la victoria tangiblemente cercana y concluyó con las palabras de un viejo poeta alemán: "Ahora, pueblo, levántate y deja que los vientos de la tormenta se desencadenen" (6). (6) Günter Molmann, "Goebbels Speech on Total War, February 18, 1943", en Hajo Holborn, ed. Republic lo Reich, The Making of [he Nazi Revotution, Ten Essays, New York Vintage Books, 1973.

El 31 de enero de 1944 llegó al Sportpalast la "guerra total" invocada por Goebbels, esa "guerra social" que el fragor del bombardeo desencadenó, al crear, según palabras suyas, un igualitarismo que rompió las últimas barreras de clases y juntó a pobres y ricos. El famoso edificio quedó reducido a cenizas, como ocurrió con más de la mitad de la ciudad de Berlín. IV Edith Faupel y el general Faupel. Nueva evocación de los días en Berlín.

El joven Briiggemann.

No sé si el general Faupel era entonces "nazi". Según él, hallábase dedicado exclusivamente a los llamados "batallones de trabajo" destinados a obras públicas, aunque, según se decía, eran cuerpos "semi-militares". En cuanto a su esposa, creí hallar en ella, más bien, simpatías hacia el partido "nacional-alemán" de los "cascos de acero", en el que había muchos monarquistas. En todo caso, la cordialidad de ambos para el Perú era sincerísima, total. Sobre todo la de Edith Faupel. Sin hijos ni necesidades económicas, el generoso y maternal espíritu de esta admirable mujer buscaba a quién hacer el bien. Su residencia en nuestro país la había hecho quererlo con una devoción ilimitada. Sencilla, sin ambiciones, sin dobleces, carecía de miras ulteriores en su actitud de perenne acogida a los demás. A los peruanos que llegaban a Berlín les otorgaba todas las facilidades que estaban a su alcance, sin solicitar ni aceptar, en cambio, adulación o propaganda en favor de ella o de Alemania. Más tarde, al surgir el régimen nacional-socialista, el general Faupel fue enviado a España como embajador y luego presidió el Instituto Ibero-Americano. Ignoro lo que pasó entonces en su vida y en la de su esposa. Cuando los soviéticos estaban en vísperas de entrar en Berlín, los dos Faupel se suicidaron juntos. A su memoria va un homenaje de gratitud por los muchos servicios que en Alemania hicieron, sin alardes, a tantos peruanos. La casa donde viví en Berlín, en Trautenausttasse, pertenecía a una señora Brüggemann, viuda de un jefe militar muerto en la primera guerra mundial. En ese hogar me acompañó, como alojado por unos días, mi buen amigo Julio Balbuena, entonces secretario del Consulado en La Rocheíle, hoy embajador que acaba de ser retirado del servicio. El único hijo de aquella señora era un ferviente miembro de la semi militarizada juventud nazi. Durante algún tiempo había estado prohibida la exhibición de uniformes de los partidos políticos; y, viviendo yo en Berlín, el gobierno de Papen los autorizó de nuevo. Recuerdo el goce intenso del joven Brüggemann el día que salió a la calle con sus lustrosas botas, su limpia camisa parda y su brazalete de color rojo y la cruz gamada. Inmediatamente se vio en las calles grandes cantidades de muchachos con ese uniforme. Algunos vendían los diarios del partido Der Angriff, el VÓlkische Beobachter ("Observador Racista") de Munich y otros (7) . El amor de los alemanes por el uniforme, el orgullo de llevarlo, eran notorios. Fue esa una de mis impresiones primeras en Hamburgo. Vi a un hombre ya maduro, de aspecto imponente, recorrer, solemne, la estación y creí que sería un alto personaje oficial; era uno de los empleados encargados de dar la señal de salida a los trenes. Mi recuerdo de Berlín ya tan lejano, es así múltiple y contradictorio. Ciudad de granito, piedra y concreto sin el misterio de viejos rincones que descubrir, o de hermosas y evocadoras huellas con las que la historia ennobleció a tantos lugares europeos. Calles largas, rectas, uniformes, frecuentemente grises, y casas que ostentaban letreros para orientar al que por ahí transitaba. Momentáneo descanso en las plazas con águilas y escudos sobre los edificios oficiales cuya solemnidad era turbada por el ruido del ferrocarril

urbano colgante como en una gigantesca juguetería. Bibliotecas estupendas. Museos llenos de reliquias que dejaron innumerables y ricas culturas. En uno de éstos era exhibida una de las mejores colecciones arqueológicas peruanas, formada a través de quién sabe qué contrabandos y hasta allí había llegado "caminando" una de las varias momias de Paracas que el Presidente Leguía, con una orden terminante, obligó a Julio C. Tello entregar para la Exposición de Sevilla en 1929, y así hizo brotar lágrimas en los ojos de mi eminente amigo. Sobrecogía la idea de la fugacidad de la existencia humana simbolizada por tantos testimonios de tantas muertas civilizaciones; por ejemplo, en signos cuneiformes, seguía hablando el mundo babilónico y allí veíase una carta de Nabucodonosor a un Faraón en la que se refería a la amistad y a otras cosas mentirosas como lo hacen los estadistas modernos. La avenida de Unter den Linden con sus edificios de estilo neoclásico, sus hoteles para ricos o enriquecidos, sus agencias de turismo y unos leones esculpidos al final de uno de sus extremos que, según se afirmaba, rugían al mirar a una virgen. El monumento a los caídos en la guerra, que no era sino una enorme mano crispada, con el dedo pulgar levantado hacia el cielo. Casas modernistas, a veces sin techo, en los barrios nuevos. Pinos. Lagos. Arena. Nudismo. Baños de sol. A este símbolo de la enorme riqueza del universo en contraste con la miseria humana, miles de jóvenes de entonces le rendían Un culto fervoroso. Muchachos que, a veces, tenían algo de jovencitas, y niñas con cierta apariencia viril. Agrias discusiones políticas surgidas de pronto en cualquier lugar. Mendigos que insultaban cuando no se les daba limosna. Uniformados vendedores de periódicos. Innumerables tiendas callejeras con folletos, libros y hojas de todas las ideologías, de todas las creencias, de todos los extremismos, no sólo los de tipo político y social sino en múltiples campos como el ocultismo, la astrología, el uso de las drogas, la libertad sexual, el vegetarianismo, la homeopatía y otras cosas. Manifestaciones espectaculares de los nacional-socialistas, de los comunistas, de los socialistas, de los "alemanes-nacionales", de los "cascos de acero". Adolescentes agresivos irrumpiendo de pronto en las calles para gritar "Deutschland erwache", es decir "Alemania despierta" o "Rot Front", "Frente rojo". Propaganda, prostitución, pintura expresionista o post-expresionista y cinema de vanguardia. Rara mezcla entre uri exceso de cultura y una vitalidad primitiva de la que fluía un nihilismo, una liberación desnuda con un amargo sabor en el que fermentaba una patética y, a la vez, alegre despreocupación. Toda la gente hallábase infectada, de un modo u otro, como en una epidemia, por la obsesión política, envuelta en ella y en vísperas de ser perseguida o perseguidora, víctima o víctimaria. Y, en medio de todo, la belleza de los paisajes; el esplendor de los tesoros artísticos y culturales; los pulquérrimos hogares donde no solían faltar algunos libros clásicos; los burócratas, muchas veces enfundados en sus levitas y con la cabeza erguida permanentemente por los cuellos de jebe; y la altísima calidad humana en hombres y mujeres cuando se les trataba íntimamente. No caí en la seducción del nacional-socialismo, si bien aprendí a amar los valores auténticos del pueblo alemán. Quizás si no lo hubiera visto de cerca hubiese sentido la tentación de engañarme con ese gran señuelo de la década de los 930, el mito totalitario, como ocurriera con mi hechiza ilusión estudiantil por la revolución mexicana y por el Kuo-Min-Tang entre 1924 y 1927. V La orfandad de la República a partir de 1930. La neurosis de los años 30. ¿Pudo surgir la revolución comunista? La situación interna de Alemania me suscitó constantes observaciones y (7) Sobre la palabra volkisch y su significado en el movimiento nacionalsocialista, véase la nota 17.

reflexiones. Aunque dejé este maravilloso país al final de 1932, antes de la llegada del nacional-socialismo al gobierno, tomé a través de muchos años notas diversas con el objeto de darme cuenta de lo que había ocurrido y de lo que estaba aconteciendo. Lo creí un ejercicio interesante de sensibilidad y de perspectiva históricas, más aún cuando el destino de Alemania, de un modo u otro, tenía que afectar al mundo entero. He aquí solamente algunas de estas notas. Las anima el afán de comprender, de interpretar, de explicar (8). Importa mucho aclarar que el lector no está en las presentes páginas frente a un conato de verdadero trabajo historiográfico. He aquí, simplemente, un ensayo de nivel, en cierto modo análogo al del periodismo serio: A quienes lo tachen de superficial, o de incompleto, o de esquemático en relación con la magnitud del tema, ha de ser necesario recordarles los artículos y las crónicas en su hora escritos por Francisco García Calderón y José Carlos Mariátegui sobre "Europa inquieta" o acerca de "La escena contemporánea". Las guerras napoleónicas sirvieron para engendrar un estado de ánimo narcisista en la historia alemana. Cuando en 1870 se efectuó la unificación nacional bajo el mando de Prusia, el nuevo Estado llegó demasiado tarde al nivel de las grandes potencias capitalistas europeas del siglo XIX que se habían repartido el mundo colonial y vivió bajo la influencia de suspicacias paranoicas, que contribuyeron, junto con muchos otros factores, al estallido de la guerra de 1914-18. La derrota empujó a Alemania hacia adentro de sí misma; y allá, en el fondo, estaba, viva aún, la tradición de arrogancia, caldo de cultivo para la filosofía del "superhombre". La república alemana y la Constitución parlamentarista de Weimar nacieron de la derrota y de la humillación. Sus dirigentes firmaron el tratado de Versalles y aceptaron no sólo una paz indecorosa sino también un desarme forzado. Al lado del pueblo inerme y hambriento hubo, desde el comienzo, clases, grupos, instituciones, familias, individuos en quienes sobrevivieron la vocación militar, los prejuicios aristocráticos, el orgullo nacional. A aquella burguesía, a aquella burocracia, a aquellos intelectuales, a aquellos grupos castrenses les faltaban tradiciones parlamentarias y democráticas y les aterrorizaba la idea de tomar decisiones que, a la larga, favorecieran al comunismo. Frente a todos estos sectores, surgió una Francia recelosa y vengativa que acuarteló tropas negras en las ciudades de la Renania y en 1923 envió un ejército al Ruhr cuando los pagos de las reparaciones no fueron abonados puntualmente. (8) La bibliografía sobre esta época en la historia de Alemania es formidable. Interesa, sin embargo advertir al lector en relación con obras sensacionalistas o superficiales. Y también contra los relatos periodísticos en el mal sentido de esta palabra Uno de estos últimos, el del norteamericano William L Shirer, titulado El Tercer Reich desde sus orígenes hasta su caída con más de 1,000 páginas, ha tenido un éxito editorial en varios idiomas y resulta un exponente de lo que se llama en Estados Unidos un "Best Seller" El historiador profesional tendrá que recusar la ambiciosa obra de Shirer. AI leerla, aparece la evidencia de que no ha leído documentos inéditos, ni está enterado acerca de las investigaciones hechas por los propios alemanes en torno al mismo período. Su falsa erudición se limita a sus recuerdos individuales como corresponsal, a los documentos del juicio de Nurenberg y a los archivos de la Wilhelmstrasse. Shirer se queda en la epidermis de una historia exclusivamente política, diplomática y militar en su sentido más estrecho. No se ocupa ni de la sociedad ni de la economía alemanas, ni de lo que ahora se llama historia de las mentalidades. Repite, sin rubor, bastante clisés El prodigioso éxito por él obtenido tiene como origen, sin embargo, la atracción del asunto de la época y de las personas que evoca, el carácter vivido de su relato, la claridad y el énfasis con que se expresa y el orden cronológico en su trama. Una de las críticas más feroces que pueden haberse hecho jamás sobre un pretendido libro de historia, fue la que dedicó, sordo ante las algazaras publicitarias, Klaus Epstein a Shirer en Vierteljahres Schrift für Zeitgeschischte, los prestigiosos "Cuadernos trimestrales de historia contempoiánea", en su edición de enero de 1962.

Las características sociológicas y sicológicas en Alemania después de que fue derrotada en la guerra en 1918 y el Emperador Guillermo II huyó a Holanda, estuvieron muy lejos de armonizar con la tesis que, según se dice, Max Weber expresaba ante sus íntimos amigos. Para él la desgracia nacional de Alemania provenía de que jamás fue decapitado un miembro de la dinastía de los Hohenzollern. Es decir, en la historia de ese país no hubo acontecimiento alguno comparable a la Revolución Francesa del siglo XVIII que acabó con Luis XVI, ni a la Revolución Inglesa del siglo XVII durante la cual pereció Carlos I. En 1930 la república estaba huérfana de apoyo. El proletariado no le debía una transformación social aunque continuaba siéndole fiel. El partido socialista, respetable por otros motivos, había demostrado su ineficacia, encerrado en fórmulas conformistas y obsoletas. Al mismo tiempo, las clases medias, algunos de cuyos sectores pequeño burgueses coqueteaban con el antisemitismo hallando en él algo así como un sustituto (o, como se dic en alemán, un Ersatz) del socialismo, ansiaba vivir dentro del orden tan venerado por el alemán común y no perdonaba al régimen de Weimar haberse inclinado ante la derrota cuando suscribió el tratado de Versalles, y lo culpaba de todo lo malo que había acontecido después. La muy compacta asociación dentro de la que estaban unidos los industriales tuvo durante mucho tiempo vínculos estrechos con los grupos conservadores y hasta con los moderados, sin excluir al centrismo católico al que ayudó económicamente. La industria pesada, en cuyos avances habíanse acentuado los índices de concentración, sostenía de preferencia a los partidos y asociaciones que francamente ofrecían el retorno a las formas autoritarias de gobierno con lo cual iban a quedar bajo control los obreros vistos siempre como una amenaza (el partido nacional socialista o el grupo llamado de los "cascos de acero" con filiación de derecha nacionalista no sin contactos con tendencias monárquicas). Erosionado por la propia impopularidad, por el cisma suicida en las fuerzas de izquierda, por la depresión económica iniciada en 1929 y por la falta del apoyo de los industriales y de los "junkers" o grandes señores agrarios, el sistema democrático alemán resultó una fachada que cayó deshecha al primer embate de la tormenta. En realidad, instituciones y doctrinas que habían sido tomadas del siglo XIX bajo circunstancias y situaciones muy distintas, no se adaptaron bien a la época en que se les hizo revivir y daban la sensación de ser pedestres. (9). En 1930, dos años antes de mi visita a Alemania, cesó de hecho el régimen parlamentario en ese país. El ejército permitió al Ministro Brüning afrontar primero la animosidad legislativa y luego asumir la dictadura temporal que fue seguida por la dictadura indefinida. El Reichstag, dividido en veinte y nueve (9) Entre las numerosas historias de) régimen de Weimar he otorgado especial atención a la de Karlheinz Dederke Reich und Republik Deuschland 1917-1933, Stuttgart, Ernst Klett Verlag, 1969. La periodificación adoptada aquí es nueva: Guerra y revolución. La postguerra (1919-1923) . En realidad, Dederke busca los orígenes en 1917 y no en 1918, en coincidencia con los historiadores de Ja República Democrática alemana. El primer sub-capítulo de su obra se titula "El ingreso de Estados Unidos en la guerra y la revolución en Rusia". Vienen, a continuación, dos partes más: La Alemania de los años 20. Consolidación y nuevo resquebrajamiento (1924-1930). La destrucción de la república (19301933) En la última parte, la relación cronológica de los acontecimientos se interrumpe y viene un corte transversal de la sociedad alemana: la economía, el Reichswehr, los partidos, la vida intelectual y cultural. Dederke efectúa algo digno de ser imitado: un gran número de textos de apoyo. Ellos incluyen extractos de periódicos, citas lomadas de obras de primera mano o de memorias de personajes, cuadros estadísticos, discusiones entabladas en congresos, etc. Bien escogidos y utiliz-ados con eficacia, dichos textos no sólo ilustran sino explican y demuestran. En el anexo figura una veintena de gráficos y diagramas, la mayor parte de ellos consagrados a la economía. Hay un útil índice temático. La bibliografía es loable en lo que atañe a los historiadores de la República federal Hay referencias a sus colegas de la República del Este, si bien ellas no pueden ser calificadas como exhaustivas, ni mucho menos. En realidad, quienes vivimos lejos de la R.D.A. no estamos bien informados sobre la producción historiográfica en ella; y ese vacío es muy lamentable.

partidos vociferantes cuyos debates estériles eran trasmitidos por radio, continuó como entidad soberana nominal; pero Alemania fue gobernada por decretos de emergencia. Cada uno de esos decretos estuvo acompañado por los clamores de "dictadura" que ululaban tanto la extrema izquierda como la extrema derecha. Surgía la idea de que el gabinete Brüning era algo así como un bote conducido por una impotente tripulación, empeñada en seguir navegando a través de una tempestad interminable. Sentíase en Berlín un clima de intranquilidad mucho más hondo que cualquier crisis. Era una intranquilidad permanente, el fruto de que nada era seguro o estaba afianzado. El régimen de Brüning no era democrático ni dictatorial, ni socialista ni conservador, no representaba a un grupo o a una clase específica sino un vasto miedo ante la incógnita del futuro. En aquel Berlín, en donde, por otra parte, conocí días felices, la pobreza, la agitación, la propaganda, notorias al pasar por cualquier calle o al sentarse cualquier transeúnte al lado de la mesa de cualquier café, parecían representar más y más la existencia misma de la ciudad, superando y desbordando cualquier intento de vida privada. Berlín exhibía en sus calles escandalosamente tensión, pobreza, cólera, desengaño y esperanza. Casi nadie tenía un interés verdaderamente hondo por encima o más allá de la situación política tal como ella aparecía cotidianamente. La desocupación envenenó el espíritu de los obreros organizados, los únicos republicanos verdaderos. Su capacidad, que los había salvado en la época de la inflación, no les sirvió cuando vinieron los días largos de la depresión. El crecimiento en el número de los sin empleo o de los que apenas llegaban el sub-empleo, corroyó también a la clase media porque restó eficacia a sus ahorros de papel. Deprimida y en gran parte arruinada, atribuyó ella sus males a los judíos y a los polacos refugiados que emigraron a Alemania después de 1918. AI huir la estabilidad económica, se acentuó, además, el nunca acallado resentimiento contra el tratado de Versalles, menos intenso cuando las ganancias crecían, cuando los sueldos eran buenos, cuando más empleos podían ser establecidos o incrementados. Los aristócratas y los generales considerábanse a sí mismo portaestandartes en la lucha por la supervivencia de las más nobles tradiciones germanas contra viciados elementos foráneos y contra la proletarización. A pesar de ello, no trepidaron, a la larga, en formar turbias alianzas y en resbalarse dentro de arreglos corruptores. Los judíos y los intelectuales, víctimas de los ataques nazis y nacionalistas, vivían de sobresalto en sobresalto. Los jóvenes, miembros de una generación nacida durante la guerra, hambreada en el bloqueo, sacudida por la inflación, sin ninguna fe tradicional; sumidos en la angustia y en la inseguridad del desempleo; actores, muchos de ellos, pocos años atrás, en el experimento de los "Wanderers", es decir de los caminantes en grupos aventureros por las rutas de todo el país, se sentían marginados en la vida colectiva. Pero, al mismo tiempo, llegaban hasta ellos, cada día, los halagadores efluvios de la seducción manejada por los partidos que les prometían un futuro de trabajo, de prosperidad y de honor y les entregaban, de inmediato, la oportunidad de exhibirse vestidos con uniformes que, de hecho, les conferían importancia (10). "Un hombre activo y pesimista es o será fascista" escribió alguna vez André Malraux, para agregar que sólo el comunismo puede también atraerlos. En 1930 cualquiera de los jefes de los demás partidos (10) En la obra, ya citada, de Jean-Pierre Faye los lenguajes totalitarios hay una sección entera sobre el movimiento de la juventud alemana. Empieza con la asociación "El Pájaro Migratorio" de 1901; sus complejas repercusiones a lo largo de los años, entre las que una tuvo como simpatizante a los profesores neo-kantianos de la Escuela de Marburgo (Paul Natorp, Nicolai Hartmann, Rudolf Bultmann, Martin Heidegger) ; los cismas y los reagrupamientos; las franjas joven-conservadora, nacional-revolucionaria y "volkisck"; las variantes en la politización; las etapas de la Hitler Jugend o "Juventud Hitleriana". (Págs. 357-430, 788-789). Sobre el misino tema: Walter Z Laquend, Die deastsche Jugendbewegung, Ein historiscke Studie, Colonia, Verlag, Wissenschaft und Politik, 1962.

eran más viejos que los dirigentes nacionalsocialistas. Después de las elecciones de setiembre de 1930, de los 105 diputados nazis, 63 tenían apenas entre treinta y cuarenta años de edad y 9 menos de treinta; mientras que en todos los demás grupos las edades dominantes eran cuarenta-cincuenta y cincuenta-setenta. Hitler no pasaba de los cuarenta y un años en 1930 (11). Los capitalistas, por su parte, vieron en la depresión iniciada en 1929 la coyuntura para liberarse de los últimos "controles" aliados, así como de la frágil y defectuosa armazón de la República; o sea la oportunidad para aumentar sus monopolios y obtener al mismo tiempo la viabilidad del rearme como antídoto contra la revolución social. Al desintegrarse el régimen creado en Weimar en 1918, surgió la eventualidad para que apareciera este tremendo fenómeno histórico. Los comunistas hubieran encontrado precisamente en aquellos momentos una ocasión favorable. Pero hallábanse bajo las órdenes del Komintern, que no deseó entonces la revolución por una estrategia interna soviética, y siguieron acentuando su feroz y suicida querella con los social-demócratas llamados "social-fascistas". Si en vez de tal actitud hubiese venido el frente único, acaso hubiera salvado el régimen. Los comunistas prepararon así el camino a quienes iban a combatirlos sin cuartel. Resulta un ejemplo de provocación el discurso de uno de los veteranos de ese partido, Clara Zetkin en la sesión de apertura del Reichstag el 30 de agosto de 1932. Dijo ella que hablaba con la esperanza de que, no obstante ser ella una inválida, algún día tendría la felicidad de abrir el Primer Congreso Comunista de la Alemania Soviética (12). Con esta actitud no hizo sino crear una reacción desfavorable, que sólo podía beneficiar a los nacional-socialistas. El historiador marxista Gilbert Badia reconoce, no obstante sus silencios y sus dogmatismos, el error del partido de sus simpatías cuando rechazó la alianza con los social demócratas tan odiados y atacados entonces como "social-fascistas" y cuando subestimó el inminente peligro nazi (13). VI Las palabras "totalitario", "Estado total", "movilización total", "nacionalbolchevismo", "prusianismo y socialismo". Características del nacionalsocialismo. El antisemitismo. La "alegría fascista". La palabra "totalitario" fue propia del léxico italiano antes de entrar en la lengua alemana. Apareció en el discurso de Mussolini la noche del 22 de junio de 1925, llamado el discurso del Augusteo. Hállase unida a la frase "rivolitzione consrvatrice" que acuñó el ministro Giovanni Gentile. El jurista alemán Cari Schmitt se consideró el autor de la fórmula totale Staat, Estado total que, según él, la República de Weimar realizó con el pluralismo del "Estado de partidos" dentro de un sentido únicamente cuantitativo, por el simple volumen y no por la intensidad y la energía política, es decir fue total por debilidad, totalmente (11) Wheaton, ob.

cit.

pág.

110.

(12) Luise Dorneman, Clara 1962, págs. 413-419 (13) Gilbert Badia, v. II, 1933-1962.

Zetkin,

Ein

Lebensbild,

Histoire de l'Altemagne París, Editions Sociales, 1962.

2a.

contemporaine,

edición, v.

Berlín

del

Este,

1,

1917-1933;

entregado a los partidos y a las organizaciones de intereses. De otro lado, Ernest Jünger (hombre de tanta influencia en la historia de las ideas nacionalsocialistas) al evocar la I Guerra Mundial, ya había dicho que después de la batalla de las divisiones blindadas en el Somme, la sociedad entregó al Estado las condiciones para una movilización total y permanente de sus fuerzas. Una vez dominantes la ametralladora y el tanque, ambos inventos franceses, no cabía una auténtica fuerza política que no se sintiera necesitada de tener en sus manos las nuevas armas, so pena de verlas usadas por otros. También Jünger habló de la movilización total de la técnica. Estas fórmulas se difundieron bastamente y también hubo intensas discusiones hostiles a ellas. A comienzos de 1923 fue editado en Alemania el libro de Arthur Moeller van der Bruck titulado El Tercer Reich. Su prologuista manifestó, a propósito de él, que Moeller quería conducir por medio de su obra sólida y fría, a un nuevo estado del socialismo, en el que se aliaría con el nacionalismo. Socialismo de los pueblos que conduciría a la idea alemana, a esa idea de donde nacería la idea del Reich. Todo el enunciado de Moeller se basaba en lo que se ha llamado el "entrecruzamiento", la fuerza de los contrastes y está vinculado con unos conceptos de Thomas Mann en un escrito relativo a una antología rusa y que luego él suprimió; y con Nietzsche. A este respecto, habría que estudiar también la figura y la obra de Ernst Niekisch, cuya revista Widerstad (Oposición o Resistencia) en los años 920 llevó como subtítulo el anuncio de que se trataba de unas hojas sobre "política socialista y nacional - revolucionaria". Este autor llegó a ser ubicado después como "nacional - bolchevique prusiano". Y habría que aclarar la situación de Oswald Spengler, no obstante su desagrado frente a la revolución hitleriana. En efecto, Spengler escribió el libro Prusianismo y Socialismo contra el liberalismo financiero en la misma medida que contra el socialismo obrero, mediante el anuncio del "cesarismo que se aproxima suave e irresistiblemente" y que iba a destruir "la dictadura del dinero y de su arma política, la democracia" (14). Hombres, escritos, discursos, debates, periódicos sucediéronse para la formación, el desarrollo, las luchas, las victorias, las derrotas y la supervivencia del nacionalsocialismo. Pero su examen llevaría a un trabajo demasiado extenso, impropio aquí. Más adecuado resulta mirar el cuadro de este movimiento en sus rasgos generales. Habría que buscar los orígenes del nacional-socialismo y del fascismo, en general, en función de la crisis de valores que aquejó a la sociedad europea bajo el efecto de las contradicciones de la civilización industrial y de la primera guerra mundial y en relación con la idea de que las culturas son mortales (15). Nacieron así esas tendencias o sentimientos en el fondo de almas insumisas que llegaron a considerar como alienantes y mutiladoras a las esencias de la sociedad (14) Jean-Pierre

Faye,

Los

lenguajes

totalitarios,

cit.

págs.

55-83,

193-213, 242-299, entre otras.

(15) El profesor F.L. Carsten en su obra The Rise of Fascism, Londres, B.T. Batsíord, 1967, señala la variedad de los fascismos y nacional-socialismos y los ubica como esfuerzos deliberados y concretos de atacar problemas y situaciones típicas del mundo moderno. Con un cuidadoso análisis de los ejemplos italiano y alemán, revisa, además, los principales movimientos en Finlandia, Hungría, Rumania, España, Bélgica, Inglaterra y Austria; y distingue los elementos que separan a dichas corrientes de otras tendencias contemporáneas de derecha o de izquierda. También uno de los mejores exámenes de los aspectos del fascismo en general (teóricos y no prácticos) ha sido efectuado por el filósofo Ernst Nolte en su libro Oer Faschismus in seiner Epoche (Munich, R. Piper Verlag, 1963 con traducción norteamericana en 1966). De otro lado, pasará a ser un clásico el denso y a veces abstruso libro de Hannah Arendt The Originis of Totalitarism que ha tenido cinco ediciones entre 1951 y 1968 (Nueva York, Harcourt Brace Jtivanovich) Hannah Arendt estudia primero el surgimiento del antisemitismo en Europa Central y Occidental durante el siglo XIX y luego el colonialismo europeo desde 1884 hasta la guerra de 1914-18. Finalmente analiza minuciosamente los totalitarismos nazi y stalinista. Alguien ha dicho que es un libro de patología política. En el texto del presente ensayo, es luego mencionada su interpretación del "Protocolo de los Sabios de Sión".

burguesa liberal y soñaron en una comunidad auténtica, la Nación y la Raza mitificada, apta para liberar al hombre de su soledad y para restituir al individuo su totalidad. Para ellos, más allá de las instituciones existentes, existía un orden y un sistema de valores esenciales que la historia segó y que era necesario volver a encontrar mediante una revolución, ante todo, moral y espiritual. La mentalidad de estos grupos —filosofía de las tinieblas contra la filosofía de las luces— resulta, así, ambigua: combinó principios arcaicos o nostalgias reaccionarias como la fuerza, la vitalidad, la fidelidad, la jerarquía y también tuvo fervores revolucionarios ante el abismo que en sí llevaba la decadencia de Occidente; llegó a exaltar la violencia, la crueldad y la injusticia. Dividió, pues, como expresara el filósofo Gentile, Ministro de Mussolini "el mundo de los bravos contra el mundo de los cobardes". Juntó, en suma, al desprecio total frente a la democracia, el odio, y el temor enormes ante el comunismo. Por esta última razón el nacional-socialismo, como todos los fascismos genuinos, apareció similar a un antimarxismo que soñó con aniquilar a su adversario a través de la construcción de una ideología opuesta y también vecina a la suya del empleo de métodos casi idénticos aunque transformados en su ejercicio, siempre dentro de los cánones de la independencia y del poderío nacionales. Ocurrió así que el nacional-socialismo no fue sólo un partido sino un movimiento. Es decir, fue acción más que ideología; y, sobre todo, alianza extraña de quienes no tenían nada que perder y ansiaban un nuevo orden cuyo "deux ex machina" fuesen la destrucción y el nihilismo. Nacional-socialistas sinceros llegaron a ser el ex-oficial de ejército que no había encontrado un lugar en la vida civil; el capitalista arruinado o en peligro de afrontar ese descalabro; el obrero sin trabajo y con hambre, a quien se refirió alguna vez Hitler cuando dijo que si su partido no actuaba rápidamente este ciudadano se volvería comunista; mucha gente de la clase media, la de "cuello blanco", tan sufrida bajo el impacto de los años de la post-guerra; el médico o el abogado, sin mucha clientela; el empleado a quien obsesionó la convicción de que recibía injustamente un sueldo en exceso bajo; el intelectual ávido de encontrar una fe en sus tinieblas; eí estudiante ambicioso y con inciertas perspectivas en su futuro (16), A la angustia de tantos hombres y mujeres aislados en una sociedad tambaleante, se sumaron en Alemania el rechazo para seguir afrontando las humillaciones de la derrota y para obedecer los formalismos de una república sumida en la impotencia, así como los efectos de una propaganda extraordinaria, uno de cuyos grandes temas fue el odio a los judíos. Se ha estudiado cómo nació el antisemitismo contemporáneo en Alemania y en Austria, cuyos antecedentes se remontan hasta Lutero. La continuidad y la ceguera de los prejuicios que unas generaciones heredan de otras y afectan también a individuos de calidad, hállanse descritos, en lo que atañe al antisemitismo, en una carta de Theodor Mommsen recientemente divulgada: "Se equivoca usted cuando supone que se puede obtener algo mediante el empleo de la razón. En años pasados yo creí esto y traté de protestar contra la monstruosa infamia del antisemitismo. Pero es infructuoso, totalmente inútil. Lo que yo o cualquiera otro podría decir son, en realidad, argumentos lógicos o éticos, y ningún antisemita hállase dispuesto a escucharlos. Ellos oyen únicamente su propio odio, su propia envidia, sus propios bajísimos instintos. Todo lo demás no vale nada ante su criterio. Permanecen sordos ante la razón, el derecho y la moral. No se les puede convencer. Es una espantosa epidemia, como el cólera, que no puede ser explicada ni curada. Hay que esperar pacientemente que el veneno disminuya y pierda su virulencia" (17). (16) El inglés Alaistar Hamilton ha hecho una investigación minuciosa sobre los grandes escritores europeos, a quienes atrajo, durante los años 30, la tentación fascista. Alaistar Hamilton, L'lllusion fascista, París, Gallimard, 1947. (17) Sobre este

asunto, Alexander y Margaretc Mitschrelich, ob

citada más adelante,

pág.

137.

Desde un ángulo totalmente opuesto al anterior, entre 1879 y 1880 alcanzaron enorme repercusión unas palabras del gran historiador Treitschke, figura cuya autoridad fue tan grande que se le llamó "Preceptor Germaniae", el Preceptor de Alemania. En relación con la judería llegó a escribir: "Hasta en los círculos de la más elevada cultura y más allá de su ambiente, oyese como si emanara de la misma boca: los judíos son nuestra desgracia". Y el gran hombre, a quien era atribuido el dominio sobre la verdad histórica, no fue discutido aquí por sus connacionales, y es que las latentes actitudes agresivas de ellos sobre los judíos obtuvieron una coartada intelectual (18). Históricamente, la virulencia del antisemitismo alemán se nutrió en sus comienzos, con enfrentamientos religiosos específicos que empezaron en los días de Lutero. Más tarde, la emancipación de los judíos, decretada a comienzos del siglo XIX en virtur del ejemplo o de la presión francesa, resultó un acto chocante para el patriotismo en cuanto emanó del enemigo. La propaganda anti-judía tiene en Alemania algunos antecedentes lejanos a comienzos del siglo XIX, como el de la obra de Eugen Dühring, cuya tesis quiso basarse en la raza, las costumbres y la cultura. A Dühring se le recuerda, sobre todo, por el ataque devastador que contra él hizo Federico Engels y por sus relaciones secretas con el gobierno de Bismarck antes de la guerra franco-prusiana. Otro de los precursores es Paul de Legarde, aristócrata cuya tenacidad llevó a que fuese incorporado en 1878 en el programa del partido conservador prusiano una alusión antijudía; creador también de la expresión "Reich judeo-alemán hecho de argamasa de hierro" y de la referencia despectiva a la "Internacional gris, la Internacional del liberlismo". Pero éstos y otros fueron casos aislados. Una mayor gravitación sobre la opinión pública alcanzó Wilhelm Marr, el primero que introdujo en el idioma alemán la palabra "antisemita", autor del panfleto La victoria del judaismo sobre el germanismo, aparecido en 1873, con once ediciones hasta 1879. En Marr no actuaban móviles religiosos; al contrario, no los quería como base de la persecución. Al mismo tiempo afirmaba que el pueblo judío "está fijo en su raza" y "es la primera potencia mundial mientras el Estado germánico hállase en disolución". Fue él quien organizó la "Antisemiten Liga" y dirigió los voceros La Guardia Alemana y Cuadernos Antisemitas (1879) con la finalidad de difundir sus ideas en violento lenguaje. Favorecieron mucho al sentimiento anti-israelita los cambios de fines del siglo XIX, a consecuencia de una industrialización rápida y brutal. Ella desconcertó a mucha gente. La crisis económica iniciada en 1873 fue atribuida a las especulaciones hechas por los judíos en la bolsa. El desarrollo en las ciudades y el avance de las empresas capitalistas llevaron consigo la presencia de gran número de gente desadaptada; y en las zonas agrarias el predominio brusco de una economía de mercado hizo incrementar la usura y suscitó también el renacer de ancestrales suspicacias antisemitas. Hubo quienes predicaron que los verdaderos explotadores de los obreros pertenecían a dicha raza; "el antisemitismo es el socialismo de los imbéciles", declaró, sin embargo, Bebel, el gran dirigente de la social-democracia. En una sociedad ya en gran parte secularizada, los viejos argumentos teológicos contra la raza combatida carecían de eficacia; pero fueron reemplazados por las nuevas teorías antropológicas gracias a la confusión entre familias lingüísticas y grupos humanos. Esta campaña no halló gran eco en la aristocracia ni en la alta burguesía sino en capas bajas de la clase media y en zonas rurales;' aunque hubo excepciones como la del historiador Heinrich Treitschke que la llevó al ambiente universitario y la del genial músico Richard Wagner para quien el judío es "el demonio plástico de la descomposición de la humanidad". (18) Mitscherlich, págs

69 y

145-146

Quien ha sido caracterizado como la figura máxima en los inicios de este movimiento es el luterano Adolf Stócker ya que llegó a ser miembro de la Cámara de Diputados de Prusia en 1879 y del Reichstag o Parlamento Nacional en 1881. Su actitud resultó moderada al lado de otros individuos y grupos similares, a veces ultra conservadores, a veces radicales. Hubo un Congreso Internacional Anti-Judío en Dresden (1882); una frustrada Alianza Anti-Judía Universal en Chemnitz (1884); un Congreso Anti-Semita en Bochen (1889); en 1886 surgió un fugaz partido alemán-social-antisemita; y al año siguiente, en 1887 apareció el Antisemiten Katechismus de Theodor Fritsch. En menos de una década, la palabra inventada por Wilhelm Marr se había divulgado con gran amplitud. Un tranquilo bibliotecario y recolector de canciones populares en las aldeas rurales de Hesse, O. Bóckel, se convirtió en el más frenético agitador y en el fundador del primer grupo parlamentario antisemita de la historia, con cuatro diputados (1890). Más grosero en su lenguaje que Stóckel, votó, anticlerical y antirreligioso, en algunas ocasiones con los progresistas y los social-demócratas y no cesó de atacar a la antigua raza "pertinaz y extranjera" por él odiada. En 1887 publicó su folleto Los judíos, reyes de la época. Conflictos internos erosionaron la fuerza del movimiento. La facción antisemita logró dieciséis diputados en 1893; pero en 1903 ellos fueron sólo once. Se trató, por lo demás, de un fenómeno entonces geográficamente circunscrito a Hesse, Sajonia, las regiones al este del río Elba en Alemania y en Austria, sobre todo, a la ciudad de Viena. Después de 1900, cabe afirmar que, en el terreno político, decayó visiblemente. Imbuido de moderantismo, ya pudo esparcirse en diversos sectores de la opinión. Sin embargo, continuó siendo un tema casi obligatorio del nacionalismo alemán aunque fuera de modo secundario. La influencia de los judíos en Alemania fue desproporcionada en relación con su número global. Este no pasó del 1% entre el siglo XIX y la década de los 20 en el presente siglo. Sin embargo, dicho porcentaje fue mayor en las grandes ciudades: en 1925 llegó al 6.3 en Frankfort sobre el Main y al 4.3 en Berlín. En cambio, las mismas cifras subieron al 10,8 en Viena y al 20.3 en Budapest también aquel año. (Datos consignados por P. G. J. Pulzer en la obra citada en la nota correspondiente a esta sección, págs. 346 y 347). De hecho, a pesar de los desbordes verbalistas, no apareció una legislación restrictiva ni en Alemania ni en Austria. Alemania desconoció los pogrom, las brutalidades contra la raza odiada. Los antisemitas de este país fueron, comparativamente, menos exaltados y menos radicales que los austríacos. En lo que atañe a la figura del alcalde de Viena Lueger, sus éxitos provinieron de las reformas sociales que impulsó y no tanto de su demago gia hostil a los judíos. El monopolio de ellos sobre el periodismo y la banca en la capital de Austria se mantuvo indemne, no obstante los ataques. Pero dicha campaña y otras de similar contenido se limitaron sólo a una fase del odio: el rechazo frente al poder nefando del dinero acumulado por la raza enemiga y minoritaria. En esa pasión negativa había, sin embargo, otra virtualidad aún más venenosa, sobre todo en épocas de hondas tensiones políticas y sociales: la denuncia implacable contra el internacionalismo revolucionario judío, con frecuencia paradojalmente compañada por la misma envidia antiplutocrática. Mucha gente en Alemania no aceptó en 1918 que este país había sido derrotado en los campos de batalla; para ella fue vencida por la traición de los marxistas y de los judíos, considerados como los grandes usufructuarios de la República erigida en Weimar. Aun en el período anterior al armisticio y frente al espectáculo de la Revolución Rusa ahí estuvo el símbolo de la descomposición que era necesario combatir. Al emerger los consejos de soldados a comienzos de 1918, se vio muchas veces a judíos al frente de ellos, así como en los consejos de comisarios del pueblo y en los grupos revolucionarios propiamente dichos. Los

intelectuales de aquella raza, excluidos de los rangos medianos o altos en el ejército, ganaron, por su educación o su capacidad, la confianza de los soldados insurrectos. Surgió, incontenible y con posibilidades de intensificarse amenazadoramente, una nueva mitificación del papel histórico de quienes eran semitas en los frenéticos años con que se inició la post-guerra, por encima de fronteras regionales o limitaciones de clase. Una figura enlaza el antisemitismo larvado del siglo XIX y el vigoroso del período que antecedió a la victoria de Hitler: Theodor Fritsch. Ya activo en 1866, director de la revista El Martillo publicada desde 1902 hasta los 930, jefe de la "Liga del Martillo", una de las muchas organizaciones contra el marxismo, el pacifismo, el internacionalismo, el ultramontanismo y la civilización israelita necesariamente desarraigada, su Manual de la cuestión judía alcanzó un tiraje de 145,000 ejemplares en 1933. Fritsch se declaró enemigo personal del "Dios falso" de Jahvé en el Antiguo Testamento: sujeto malvado, traidor, vindicativo, cruel, es decir encarnación perfecta de lo maligno. Este principio, vincúlase, a su vez, con la degeneración cuyo origen reside en la mezcla de razas y hace necesarias quirúrgicas operaciones de limpieza o de purga. Los infames, la humanidad deshumanizada, no pueden sufrir daño en el proceso de su caída y de su degradación. Es a Fritsch a quien se debe la identificación total entre las palabras vólkisch y antisemitisch (19) La primera es una expresión netamente alemana que adapta el adjetivo national pero en un sentido nuevo y autónomo. Llevada a una transmutación, resulta dicha palabra sinónimo de raza o de comunidad de sangre con implicancias hostiles para quienes son diferentes o extranjeros. Pero no fue el prusiano protestante Fritsch el hombre a quien Hitler reconoció como su maestro: fue el bávaro de origen católico Dietrich Eckart (1868-1923). Miembro de una sociedad masónica germana y nacionalista llamada "Thule", que funcionó entre 1913 y 1918, fundador del partido obrero alemán, Eckart se puso en contacto con el "Führer" desde 1920 y lo vinculó en Munich con mucha gente aristocrática, wagneriana y antiisraelita. Hacia 1923, Adolfo conoció al esposo de Eva Wagner, hija del músico genial, el británico Houston Stewart Chamberlain (1855-1926), autor de un libro difuso y excesivo sobre Fundamentos del siglo XIX, (1899), según el cual el teutón se levanta con todos los signos de una invencible superioridad; familias inferiores, los celtas y los eslavos (agregaba Chamberlain) rodean a la estirpe preclara, engendran mestizaje y confusión. Si no conserva Europa la pureza de su sangre (decía también) perecerá y se extenderán sobre el universo multitudes degeneradas, un verdadero "caos de gentes". La derrota en la contienda de 1914-1918 no pulverizó esta teoría, que fue adoptada por el más ambicioso de los generales del Kaiser, Luddendorff. No obstante la catástrofe, tanto este viejo luchador como su esposa Mathilde siguieron propagando ideas racistas, "vólkisch", bélicas y anticristianas. En 1924 apareció el testamento político y literario de Eckart: El bolchevismo desde Moisés hasta Lenin. Diálogos entre Adolfo Hitler y yo. El autor había fallecido el año anterior. Moisés resulta aquí el iniciador de los grandes planes de dominación mundial bajo las "ideas vagas" de humanidad, de tolerancia y de libertad, seguidas por los principios de la filosofía de las Luces y de la francmasonería. Lenin, que necesariamente tuvo que ser judío, es el segundo Moisés. (19) Las relaciones conceptuales y lingüísticas, a veces notorias, a veces intrincadas, entre las palabras volkisch (nacional o popular con connotaciones racistas) y antisemitisch en sus aspectos históricos y en cuanto influyeron sobre Hitler, sus amigos y su movimiento en Jean-Pierre Faye Los lenguajes totalitarios, obra ya citada, pags. 301 - 352 y 721 - 724. En cuanto a la palabra aquí reproducida primero hubo curiosas alternativas de empleo o alejamiento. En este libro tan fascinante siempre, el lector hallará muchas sorpresas. En las secciones mencionadas, interesa mucho la referencia al manuscrito de Adolf Hitler correspondiente a 1928 y editado tan sólo en 1961, bajo el título Hitler Zweitcs Buch, (El Segundo Libro) en Stuttgart, por la Deutsche Verlag Ansalt. El lector de Karl Jaspers encontrará también referencias muy oportunas a la obra de él titulada Strindberg et Van Gogh, Paris, Edition Le Minuit, 1953.

Entre los dos interlocutores hay un acuerdo, la misma visión. Gravitaron muchas influencias sobre Hitler aunque él, por su abigarrado bagaje en el campo de la cultura, estuvo lejos de haber alcanzado un muy alto rango intelectual. Poco se menciona su relación con Karl Haushofer, el creador de la geopolítica cuando estuvo preso en Landsberg. En cambio, no debe otorgarse demasiado valor al papel que desempeñó Alfredo Rosenberg (1893-1946), oriundo de Ravel, capital de Estonia. Aunque en 1923 editó los apócrifos Protocolos de los Sabios de Sión que más tarde el nazismo divulgó en las escuelas y en 1930 publicó su obra Mitos del siglo XX y a pesar de sus campañas en la prensa y los cargos que ocupó los nazis mismos a veces no lo tomaron en serio; y hubo quien lo llamó "Casi Rosenberg" porque era casi un científico, casi un periodista y casi un político. En cambio, Hitler trató en 1909 durante un período miserable de su juventud en Viena, al ex-sacerdote franciscano bávaro Jorge Lanz von Liebenfels (1872-1954) cuyo misticismo racial y frenético antisemitismo coincidieron con su propio monismo darwiniano; Liebenfels fue el editor de una pequeña revista llamada Ostara, nombre de la vieja diosa teutónica de la primavera. Esta vinculación ha sido comprobada por Wilfried Daim en el libro El hombre que dio sus ideas a Hitler. De los extravíos religiosos de un fanático al error racista de un dictador. (Munich, Isar Verlag, 1958). Liebenfels utilizó, y en esto, naturalmente, no actuó solo, la cruz gamada; y predicó la "revolución mundial ario-heroica". Con la llegada de los nazis al poder, los sueños más delirantes de los antisemitas radicales volviéronse realidad; una prueba más de que las ideas y las pasiones no necesitan encarnar lo verdadero para inflamar la historia. Y la guerra desencadenada en 1939 con sus grandes triunfos iniciales, ayudó a la empresa irracional por excelencia que fue la de buscar el exterminio planificado de los "infames" de la "humanidad deshumanizada" de que hablara Theodor Fritsch (19a). Los supuestos "Protocolos de los Sabios de Sión" fueron elaborados hacia 1900 por agentes de la policía secrete rusa en París (específicamente por un eslavófilo consejero de Nicolás II) y estuvieron semi-olvidados hasta; 1919, cuando se inició su popularidad. (19a) Kurt Wawrzinek, Die Entstchung der deutschen Antiscmitenpartei 1873-1890. Berlín, Historische Studien, 1927. (Sobre el más antiguo partido alemán antisemita, desde 1873 hasta 1890 y sus distintas características) -Theodor Fritsch, Handbuch der Judenfrage. 35a edición, Hammer Verlag, Leipzig, 1933. (El famoso manual sobre la cuestión judía por el "Viejo Maestro", tan difundido no obstante su ausencia de una seria perspectiva antropológica o histórica. Tiene la enorme osadía de afirmar que reúne las más importantes evidencias para el enjuiciamiento contra el pueblo odiado. La Editorial Martillo, así como la revista del mismo nombre, fueron creaciones de este demagogo a quien se debe la identificación de la palabra "vólkísch" con la palabra "racista". Peter G. J. Pulzer The Rise of Political Anti-Semitism in Germany and Austria. Nueva York y Londres, John Wiley and Sons, 1964. (Libro original aunque sus fuentes se limitan a la enorme literatura impresa. Muy claro, ayuda a disipar numerosos prejuicios). Saúl Friedlaender, L'antisémitisme nazi. Histoire d' une psychose collective, París, Le Seuil, 1971. (Obra muy bien documentada que se divide en tres partes: la tradición antijudía occidental; las notas caracterísicas del antisemitismo alemán; y la significación invívita en el exterminio planificado de aquella raza por el régimen hitleriano. Para el autor, los factores ideológicos y culturales no son sino un "epifenómeno" relacionado con la existencia previa de hondas corrientes emocionales. Según él, la permanencia del estereotipo negativo del judío exige que la explicación histórica tradicional se ahonde para integrarla con los datos más minuciosos de la sicología y de la sociología). Hans-Gunter Zmarzlick, "Social Danvinism in Germany, Seen as a Historical Problem" en Hajo Holborn, ed. Republic to Reick, New York, Vintage Books, 1973. (Un estudio en el que un joven historiador alemán analiza no 301o el tipo vulgar de social darwinismo característico en Hitler sino también ortas variedades de dicho pensamiento que ayudaron a la propaganda nazi). Ante los lectores peruanos, tiene interés constatar que Francisco García Calderón en su libro El espíritu de la nueva Alemania, Barcelona, Maucci, 1923, aiude a la influencia de Chamberlain y de Ludendorff en los años de la post-guerra (págs. 20-21); señala que de Adolfo Hitler puede emanar la constitución de un socialismo nacional (págs. 31-36); ubica al grupo "vólkisch" de extrema derecha con sus "exclamaciones temerarias" y su "rigorosa ambición" (pág. 31) ; y, al ocuparse de los movimientos de la juventud, se fija en los grupos racistas ultranacionalistas con sus "misteriosas sectas de constante acción, de planes secretos" que "preparan la reacción por la violencia", (pág. 169) . En un libro muy anterior, Le dilemme de la guerre, París, B. Gras-set 1919, el mismo García Calderón estudió algunos de los antecedentes lejanos del racismo alemán. (Véase, sobre todo, el capítulo V, "La Race tutélaire", págs. 190-232). No otorgó entonces, sin embargo, la importancia que merecía al antisemitismo.

Con ediciones en todos los idiomas y países europeos treinta años después circulaban en Alemania apenas el segundo lugar después de Mi Lucha de Hitler. Este demostró ser tan astuto que supo leer y aprender los Protocolos y tomar de allí, al revés, las ideas jerárquicas del racismo; explotar la tesis antisemita del pueblo "peor" con la finalidad de organizar al "mejor"; generalizar el complejo de superioridad de un movimiento fanáticamente nacionalista de modo tal que la gente, con la excepción necesaria de los judíos, pudiese despreciar y odiar a quienes podían y debían ser considerados inferiores a ella (20). Pasaron décadas de caos y angustias ocultos o notorios antes de que las masas admitieran, felices, que ellos iban a conseguir aquello que, según suponían, únicamente los judíos con su innata aptitud diabólica habían sido capaces de obtener hasta entonces. Los falsos Protocolos denunciaban al Estado. Nació como un coloso cuyos pies eran de barro. Buscaban, como Hitler intentó con antagónico criterio, un imperio mundial sobre cimientos nacionales. Querían la conquista y el dominio del planeta mediante el empleo adecuado de la fuerza de una organización eficaz. Fue así cómo, a su vez, los nazis alegaron que ellos buscaban el lugar que los judíos habían reservado para su raza, sin tener éstos, por cierto, instrumentos de violencia. Había que crear, según la filosofía política nazi, enemigos a quienes odiar con máxima intensidad; y esos enemigos fueron, pues, dentro de una utilización del social darwinismo, los judíos que resultaron unidos a los comunistas. Pero no fue el aborrecimiento feroz antisemita y antimarxista lo único que unió a estas gentes. Fueron, además, la idea de una comunidad popular, el sentimiento nacional herido por tantos flagelos, el estímulo de ir hacia un dinamismo cuyo objetivo final era alucinante. Hitler resultó así un salvador de almas desamparadas. Surgió así lo que alguien ha llamado la "alegría fascista", que cantaba, que marchaba, que trabajaba, que daba la ilusión de la felicidad, el sueño para escapar del medio circundante gris hacia el mañana florido de promesas. ¿Promesas inalcanzables? ¿Quién sabe? Cuando ello ya se sepa, ha de ser demasiado tarde. VII La zona transracional en individuos y colectividades. Una lección de Kart Vossler, Hitler. Los entrecru-zamientos en sus consignas. Las crisis del siglo XX han destruido la imagen que el hombre tenía de sí mismo a través de la historia tradicional. En el alma de varones y mujeres y, por lo tanto, en el alma de las colectividades, existe un fondo oscuro, una zona transracional, es decir algo más importante que lo enunciado por la lógica y la sicología en sus acepciones unidimensionales. Quienes defienden la Razón, abogan por una cualidad muy valiosa. Pero, frecuentemente, no descubren que ella, la Razón, así santificada es la diosa de una ideología específica y hondamente apasionada que, con sus propios enjuiciamientos normativos y metafísicos, nos legaron, desde fines del siglo XVIII, nuestros antecesores de la época de la Ilustración como parte de su visión cultural y política. Muy cercano a esa ideología se halla el concepto de que el universo cuantitativo y objetivo de la ciencia es la única realidad sana y de que no existen los misterios, pues todos ellos son susceptibles de ser explicados, dominados y sometidos a la prueba y a la disección. (20) Un análisis detallado acerca de lo que significaron los "Protocolos de los Sabios de Sión" en el libro de Harmah Arendt The Origins of Totalitarism ya mencionado. (Págs. 7, 94, 241, 307, 338, 358, 377, 388).

Vivimos, sin embargo, tiempos en que se agrietan por doquier las censuras y prejuicios multiseculares de la sociedad; en que se escapan las energías oscuras del hombre; en que la sensibilidad antes sumergida y lo irracional invaden a veces devastadoramente el mundo; en que lo místico y lo misterioso emergen después de haber sido puestos de lado como cosas obsoletas y que hasta a veces adquieren carácter sagrado. Y no faltan quienes hoy afirman que el lenguaje de la ciencia implica tan sólo una metáfora relacionada apenas con un lado de la experiencia y de la vida misma. Freud llegó a admitir que había encontrado no sólo a la belleza ética de Eros sino también a la cólera desgarrada de Thanatos, la diosa griega de la muerte, hija de la noche, allá abajo en las profundidades de la mente. Aparte del testimonio de Freud, disperso en varios libros, abundan, desde muchos años atrás, exponentes literarios, musicales y filosóficos de la insurgencia contra la Razón. Allí están, entre otras muestras, Notas sobre lo subterráneo y Los endemoniados de Fedor Dostoievski y todo un movimiento de ideas y las mismas óperas de Wagner. En sus miles y miles de prosélitos, el nazismo fue, a la larga, una tremenda explosión colectiva de estas tremendas fuerzas no tomadas suficientemente en serio por la arrogante ortodoxia cultural. Pero aquel estallido, en el que volcáronse entonces las acumuladas angustias de las masas que irrumpen con características de un modo u otro similares en todas las sociedades obsesionadas por largas y hondas tensiones, recibió, cuando Hitler llegó al gobierno, una manipulación llevada a cabo en forma cínica, sistemática y a sangre fría. El Führer condujo su política a través de una serie ininterrumpida de actos emanados de su inspiración personal, a veces temerarios y llenos de golpes espectaculares e imprevistos, perfidias inimaginables, auto-traiciones ideológicas; pero con una visión tenaz en el fondo, a pesar de todo. Que las masas tremendamente desesperadas llegan a adquirir horribles caracteres no es cosa nueva en el museo de las iniquidades humanas. Pero que sus ansias y sus odios sean astutamente racionalizados y cuidadosamente regimentados para, con ellos, construir una maquinaria enorme destinada a conquistar el mundo: allí está la viva y temible lección que ofrece el totalitarismo contemporáneo en general. A la vanguardia de las falanges nacional-socialistas estuvieron muchos jóvenes (21). No trepidaron en su apasionamiento, ir a la vejación de la inteligencia que el fanatismo político llevaba consigo. Hubo hombres ilustres que vieron cercana la catástrofe y tuvieron frases admonitorias ante ella. Uno de estos grandes alemanes fue Karl Vossler, el gran lingüista y crítico de la historia literaria italiana y española. Rector de la Universidad de Munich, su ciudad natal, hasta él llegó en 1926 la demanda imperiosa que buscaba la inmediata expulsión de los alumnos judíos en aquel establecimiento de cultura. Vossler repudió la tesis zoológica y no humana invívita en dicha actitud; y, al año siguiente, en oportunidad solemne, pronunció un admirable discurso cuya lección no fue escuchada y cuyo texto conservo. De él reproduzco los siguientes párrafos que son útiles en relación con cualquier época alucinada por los dogmatismos: "El mito político da a sus creyentes la seguridad usurpada e incurable de que con la audacia todo lograrán, que el destino les dará la razón, que las potencias eternas se pondrán a su servicio y estarán a su disposición. Una confianza heroica, esa que nos sostiene a veces en los peores peligros y puede salvar tal vez a un hombre que se está ahogando, se lamina y monetiza por el mito político, convirtiéndose en una enseñanza, un precepto para las circunstancias corrientes y las masas humanas. La temeraria intrepidez del guerrero dispuesto a morir se adereza y bagateliza hasta convertirse en estado síquico habitual de un partido, de una casta y, al fin, de un pueblo". (21) Véase la

nota

10.

"La intuición de la perfidia, del talante de la inconstancia en las relaciones de fuerza, el sentido de las posibilidades y las responsabilidades que tanto habría que desear para todo el que tiene que ver con la política, se embota; un narcótico, un estupefaciente se convierte en el pan de cada día. ¡Es tan bello, tan fácil, tan grandioso y agradable hacer patente la audacia de un sonámbulo y la intrepidez de un hombre ebrio con un mito político en el pecho y hallar detestables a los espíritus prudentes, realistas, vigilantes!". "Estudiantes, en los últimos años habéis hecho mucho para desarraigar el alcoholismo de la vida estudiantil. Más, desde hace algún tiempo, estáis en peligro de embriagaros intelectualmente de frases y mitos políticos. Si la juventud universitaria no es capaz de mantener la cabeza fría, serena, me inquieta entonces el futuro del Reich, cuya fundación hoy conmemoramos...". "Nuestra patria alemana ha recibido de esa forma una serie de religiones seudopolíticas, creencias ávidas de sucesos temporales y sectas codiciosas del Estado. No puede uno, por lo menos, sentir temor ante estos flagelantes religiosos o laicos. No es el celo de las convicciones ni el espíritu de sacrificio lo que les falta. Si la actitud política de nuestra juventud ha adoptado del sentimiento y el pensamiento religioso tal dosis de absolutismo, audacia, orgullo, radicalismo, impaciencia, sectaria aberración y rigidez, deseamos ardientemente que se deje también influenciar por el pensamiento científico y autocrítico." (22). Todos aquellos resentimientos, anhelos y apetitos necesitaban dos cosas para triunfar: organización férrea y propicias circunstancias políticas y sociales. La organización se la dio el partido con su estructura vertical, con su sentido militar y, sobre todo, con la figura de su jefe, Adolfo Hitler. Este visionario tenaz, patriota ferviente, mono-maníaco, mitómano, conmovió a las masas y, a la vez trató de retener siempre una lejanía remota que acentuaba su mesianismo. Escasas y secretas fueron sus relaciones íntimas. Todos a su lado eran o un comparsa o un instrumento. No quiso la publicidad en su vida privada y, rodeado por el éxito, alguna vez dijo: "Sí, estoy muy solo; pero los niños y la música me consuelan". En sus años iniciales, después de fracasar en la intentona de Munich, pensó más de una vez en el suicidio. Dueño del Reich y en condiciones de imponer su voluntad en el mundo, afirmó ser el "viajero solitario que salió de la nada". Y en sus terribles días finales en la destrozada ciudad de Berlín soñó en un wagneriano crepúsculo de los dioses (23). Joachim Fest tiene otras publicaciones que interesan aquí. Una de ellas es Das Gesicht des Dritten Reiche, (Munich, Piper, 1964) traducida al francés bajo el título de Les maitres du Ule Reich, París, Grasset, 1965. La misma erudición recóndita de la biografía de Hitler aparece proyectada sobre la amplitud del régimen nazi. A su alrededor juntó a una masa que, en buena parte, no careció, por lo menos inicialmente, de algunas cualidades. Rompió todos los cuadros de clasificaciones ortodoxas que, tradicionalmente, separan a derechas e izquierdas, a socialistas, liberales y conservadores, a nacionalistas e internacionalistas. (22) Este discurso de Vossler fue reproducido por el periódico "Tribuna Alemana" en 1974. Por desgracia, el recorte que conservo no lleva la fecha correspondiente. (23) Formidable es el éxito que ha obtenido en sus ediciones alemana, inglesa y española, el libro de Joachim C. Fest Hitler, en dos voluminosos tomos. Se trata del testimonio denso, rico y a la vez ameno del director del diario Frankfuiter Al.lgemein.er Zeitung. Su territorio no es incógnito; pero refiere la vida del Führer como no podría hacerlo alguien que no es alemán: desapasionadamente y, a la vez, desde muy adentro. Su bibliografía es el resultado de un esfuerzo extraordinario y el texto se adorna con gran cantidad de referencias y datos y con un estilo que sabe, a través de una sola frase, aglutinar un vasto contenido de razonamiento. Probablemente, ésta es la biografía definitiva, maciza aunque bien escrita, de un hombre que sigue interesando tanto. Hemos utilizado aquí la traducción al inglés do Richard y Clara Winston en la edición neoyorkina de Harcourt Bruce Jovanovich (1974).

Leal a los sueños y anhelos históricos de su patria pidió el nacionalsocialismo, la unión de todos los alemanes en un Estado fuerte, la derogación de los tratados de paz, la organización del ejército, la devolución de las colonias. Como las izquierdas extremas, abogó por una revolución radical y por la socialización de los negocios y condenó a los acaparadores y a los especuladores; si bien reemplazó la tesis de la lucha de clases por el mito de la lucha de razas exaltando a los arios y combatiendo sin cuartel y con una ferocidad monstruosa a los judíos como símbolo de degradación, de impureza, de atávicas tendencias hacia los provechos ilícitos y hacia el cosmopolitimo enervante. Predicó, pues, una Alemania libre de las ataduras impuestas en 1918; y un gobierno fuerte, es decir una política internacional altiva, así como una política nacional dinámica. Y, por otra parte, combatió a eso que llamó la triple internacional; la Internacional negra de la religión, la Internacional amarilla del capitalismo y del liberalismo democrático identificada con los judíos, y la Internacional roja del comunismo. Entre los instrumentos de propaganda de Hitler, al lado de los que ya han sido mencionados en relación con su escenografía, su coreografía y sus técnicas oratorias, debe incluirse la dinámica que le dieron el empleo incesante del avión para recorrer todo el país en corto tiempo y llegar a los rincones más lejanos y la sistemática utilización de la radio y de las grabaciones de sus discursos que extendió más aún su contacto con las masas. Había intentado él, sin éxito, una revolución en Munich en setiembre de 1923. Fue el "Putsch" de la cervecería, es decir su 18 de Brumario (24). Algo aprendió del fracaso: no debía insurgir contra el ejército ni contra las clases dominantes. Desde entonces y hasta setiembre de 1933 usó el método de la intriga, del terror y de la persuasión y no el ataque frontal. Por una parte, maniobró con la táctica demagógica de los comunistas e hizo más demagogia que ellos. Al mismo tiempo se bienquistó con las clases altas al levantar, con una audacia que superó la de ellas, consignas nacionalistas. Su grito sistemático fue: "¡Alemania despierta!". Resultó el enemigo y, a la vez, el aliado de todos. Su programa parece típico en una época y en una nación que habían perdido el sentido de la unidad y de la confianza en sí mismas. A los obreros ofreció "pan y libertad"; a la clase media, dignidad e importancia; a los capitalistas, ganancias y liberación del yugo de los sindicatos; a los jefes del ejército, el armamentismo en gran escala; al mundo entero, paz. Y, sobre todo, a un orgulloso y humillado país, todavía bajo la conmoción de la derrota, le habló de éxitos, acción, trabajo y orden y le presentó el estímulo de una revolución sin dolores. La crisis económica mundial apenas había comenzado en setiembre de 1930; y los nacional-socialistas en esos momentos estaban casi alcanzando en número de votos al partido más poderoso en el Reichstag, el social-demócrata. VIII Brüning, Oficialización del "Club de los Señores" con el gabinete del que fue "sombrero" y no "cabeza" Franz von Papen. Schleicher, su plan y su fracaso. El oscuro papel de Oskar von Hindenburg. El gobierno de coalición del que fue canciller Hitler. La alianza entre los barones, el ejército y el Demos nacionalsocialista. La falsa creencia de las altas clases sobre la Konservative Revolution. El tercer Reich. Un episodio demagógico de última hora produjo la ruina de Brüning. Modestos esquemas de reforma agraria que él auspició implicaron, ante los (24) Jean-Pierre 170-180)

Nolte, ob.

citada, la

enlaza con la

ideología y

la

fraseología del Movimiento,

(págs.

terratenientes, que intentaba deshacer la gran propiedad en Alemania oriental en beneficio de los veteranos de la guerra de 1914-1918. Esta actitud influyó en Hindenburg. Arrepentido al mismo tiempo, después de firmar un decreto que suprimía las organizaciones para-militares anexas al nazismo (los S. A. y los S. S.), aceptó la renuncia del canciller el 29 de mayo de 1932. Ocho meses de intriga y confusión siguieron. Vinieron Franz von Papen y su gabinete conservador, cuya figura más descollante fue el general Kurt von Schleicher. Papen era miembro del Herrenklub ("Club de los Señores"). El general dijo entonces del barón: "Es el sombrero; pero no es la cabeza del gobierno" (25). Papen anuló sin lucha, ante el asombro de los demócratas y republicanos, mediante un golpe de Estado, a los ministros socialistas del Estado de Prusia; asumió el título de Comisionado en esa zona; y, con dicha medida, quebró, en el centro mismo de Alemania, la trinchera más fuerte que hubiese podido servir como obstáculo para la ulterior avalancha totalitaria (20 de julio). Luego desmanteló la burocracia prusiana mientras los socialistas continuaban inertes. Además, suspendió las reparaciones en setiembre y fue a la igualdad de armamentos en diciembre de ese mismo año. En las elecciones del 6 de noviembre de 1932 los nacional-socialistas perdieron dos millones de votos. Sin embargo, Papen no logró mayoría en el Parlamento ni Strasser (26); y todos ellos cometieron el grave error de renunciar en noviembre. Después de largas discusiones y de muchas intrigas fue nombrado canciller el general Schleicher, en quien algunos amigos míos, con la tonta vanidad de quienes se consideran expertos en política, creyeron ver el futuro amo de Alemania. Trató Schleicher de ganar a los socialistas y a la izquierda del nacionalsocialismo representada por Gregor Strasser (26); y todos ellos cometieron el grave error de rechazar su oferta. Quiso, además, buscar una estrategia contra el desempleo mediante el llamado "Programa Pronto" y la realización de obras públicas; e intentó también desenterrar el proyecto de reforma agraria publicando al mismo tiempo el informe sobre la asistencia económica que los grandes terratenientes de Prusia, los "Junkers", habían recibido desde 1927 ("Osthilfe"). Todos sus esfuerzos fracasaron. Los grandes señores (25) Karl Dietrich Bracher, más que historiador, es el politicólogo alemán mejor conocido internacionalmcnte por sus estudios acerca de la época aquí tratada. Su maciza obra Die Auflosung der Weimarer Republik (La disolución de la República de Weimar), Stuttgart y Düseldorf, Westdeutsher Veríag, 1957; 3ra. edición, 1960, suscitó gran atención y vivas polémicas. Se ha hecho a este libro monumental dos objeciones. La primera, que Bracher exhibe tanta minuciosidad en el estudio de la disolución del régimen wei-meriano que el lector queda desorientado para ubicar las causas determinantes y las causas secundarias. Además díccse que el análisis se sitúa, casi de modo exclusivo, en el nivel de las estructuras, de las organizaciones, de los partidos y sus movimientos. Bracher tiene, entre otros libros más, Deutschland Zwischer Demokratie und Diktatur (Alemania entre la democracia j la dictadura) (Berna, Munich, Viena, 1964). Hajo Holborn, historiador alemán con cátedras en Heidelberg y en Berlín antes de su emigración, lingo a ser profesor de la Universidad de Yale hasta su fallecimiento en 1969 y publicó una monumental Historia de Ale mania Moderna en tres volúmenes. Fue, además, el editor y el protagonista de la obra Republic to Reich. The Making of the Nazi Revolution (Nueva York, Vintage Books, 1973) en fa que reunió estudios de diez nuevos especialistas alemanes sobre las distintas causas que llevaron al poder al nacionalsocialismo y acerca de las características de éste. Dichos trabajos habían aparecido antes en la prestigiosa revista del Instituto de Historia Contemporánea de Munich. Son evidencias frescas y novedosas de una vieja característica en dicho país: el estudio vertical y minucioso de segmentos fundamentales de una materia. Sobre estos hechos, también Jean Fierre Faye, Los lenguajes totalitarios, citado, págs. 792-836 Faye hace resaltar la secesión entre los "Jóvenes Conservadores" y el papel de Edgar Jung, consejero de Papen y autor de El dominio de los inferiores (1929). Los "inferiores", para él, eran las fuerzas de la derrota de noviembre de 1918, o sea los republicanos. En 1933 escribió Sinndeutung der deutscher revolution (El esclarecimiento de la revolución alemana). (26) Acerca de la izquierda nacional-socialista: Meisenheim/Glein, Ediciones Antón Hain, 1966.

Reinhard

Kuehnl,

Die

National-Sozialistische

Linke,

prusianos se unieron contra él junto con los dirigentes de la industria pesada y con algunos empresarios de las industrias eléctrica y química, como la A.E.G. y la I.G. Farben, menos golpeados por la crisis y que, adeptos de las doctrinas de Keynes habían simpatizado desde antes con una "racionalización' y una economía más o menos orientada por el Estado y también habían acompañado durante algún tiempo a Brüning. En diciembre de 1932 dos directores de la 1.G. Farben tomaron contacto con Hitler. El 4 de enero de 1933, en la casa de Kurt von Shróder, banquero de Colonia, miembro del "Club de los Señores" en su filial de dicha ciudad y también del llamado "Círculo de Amigos", formado desde tiempo atrás para ayudar financieramente al nacional-socialismo, se efectuó una entrevista del jefe de este partido y Papen. Ambos elaboraron las bases de un programa de gobierno común. Papen se entrevistó, además, en el Rhur con los amos de la gran industria pesada, viejos contribuyentes de organizaciones antibolcheviques, ansiosos en ese momento de cortar el llamado "Programa Pronto" de Schleicher en el terreno económico con derroteros que trataban de superar la dinámica del pensamiento de Keynes. Este "Programa Pronto" tenía como su vocero a Günther Gereke. La conversación de Colonia repercutió en los ámbitos económicos y políticos. "Una gran cantidad de importantes contribuciones partió de los fondos de la gran industria e ingresó en las arcas del partido nacional-socialista" (27). En seguida, vinieron de diversos sectores comerciales, industriales y bancarios, presiones para que Hindenburg aceptara la nueva fórmula de gobierno. Schleicher quedó abandonado por todos sus amigos. El ejército no estaba dispuesto a ser el agente de la revolución agraria, aun la más insignificante. El informe de la "Osthilfe" debía publicarse el 29 de enero. Oskar von Hindenburg, hijo del Presidente, sobornado, llevó a él la hostilidad de los grandes terratenientes contra los "métodos marxistas" del gabinete. El 28 de enero el anciano Mariscal, después de negarse a firmar el "Programa Pronto" que Schleicher le entregó, retiró su confianza a éste. Además, la publicación del informe quedó interdicta. El 30 de enero Hindenburg, con notoria vacilación, hizo canciller a Hitler, como jefe de un gobierno de coalición integrado también por Papen, Hugenberg, jefe de los monárquicos, y el general von Blomberg, personero del ejército. Obró el Presidente bajo el influjo de los rumores que anunciaban un golpe subversivo de Schleicher y creyente, dentro de su senilidad, en que el nacional-socialismo era el partido más fuerte y el más dinámico, en que podía ser domesticado y en que no habría oposición considerable (28). El dominio ilimitado de la burguesía a partir de 1918, fue puesto bajo la protección del ejército, del viejo Mariscal y finalmente, del Gabinete de Barones, después de lo cual tuvo que ceder ante el Demos bajo la forma del nacionalsocialismo. Hubo en ese acto todo un simbolismo. Los propietarios, los generales, los grandes industriales celebraban una alianza con la demagogia. No podían ellos crear un autoritarismo popular; y pensaron que un hombre del pueblo serviría en esos momentos para sus objetivos. Había existido tácitamente en Alemania, durante mucho tiempo, un divorcio entre los intereses de las altas clases (las clases "nacionales") y los anhelos populares. Hitler ofrecía la esperanza de que, arrebatando el calor de las masas al comunismo, a la social-democracia y al centro, lo pondría al servicio del programa "nacional". Robó el tesoro que Bismarck no lograra arrebatar a estos dos grandes partidos históricos, haciendo uso para ello de un socialismo nominal que paralizó a los socialdemócratas desilusionados; y, a la vez, erigió un pomposo paganismo que sacudió las bases religiosas del país. (27) Fritz Thyssen, I paid Hitler, Nueva York-Toronto, pág

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(28) Los datos sobre la caída de Brüning, los gabinetes de Papen y Schleicher y el llamamiento de Hindenburg a Hitler lian sido tomados del libro muy documentado de Eberbard Czichon Wer verhef Hider zur Machí, Colonia, Ed. Pahl-Rugentein, 1967.

Nada de enigmático hubo en la victoria de Hitler. El misterio se halla en su retardo. Esta demora tuvo su origen en la trágica incompatibilidad de los anhelos alemanes. Claro está que los desarraigados y los irresponsables, los jóvenes y los impacientes se dejaron alucinar por la posibilidad de un gangsterismo legalizado en gran escala; sin embargo, por mucho tiempo, un gran sector de la opi nión pública alemana, aunque pudo anhelar el retorno del poderío de su país, sintió disgusto frente a los desmanes nacional-socialistas. Sin embargo, había que abonar un precio para el nuevo Reich: el precio de romper el orden de cosas interno. En enero de 1933 las altas clases alemanas imaginaron que Hitler era un prisionero de ellas y que iban a una Konservative Revolution, a una revolución conservadora. Se equivocaron. También se equivocaron los comunistas y otros que creyeron que este hombre a quien suponían mediocre y descentrado y que por tanto tiempo había sido autor de numerosas y magníficas promesas caería pronto envuelto en el desprestigio. Los bigotes tan caricaturizados, el libro discutible, el aire que muchos creían vulgar, la biografía mediocre, la oratoria sin freno, la aparente incultura de Hitler le habían servido como "cortina de humo". Una figura apolínea, una obra literaria o filosófica profunda, un aspecto fino, una formación académica, una elocuencia selecta, hubieran suscitado en su ruta, desde el comienzo, mucho más suspicacias, envidias y temores. En política jamás se debe cometer el error de subestimar al adversario. Cuando Hitler llegó a la Cancillería e inmediatamente antes, no pocos de sus adversarios se alegraron imaginando que se "desinflaría" al afrontar la prueba del gobierno; más de uno entre sus amigos coincidió en ese vaticinio para ilusionarse con la idea de que lo manejarían o serían sus herederos. Tremendo error el de todos ellos. El poder de los nacionalsocialistas se consolidó cuando fue incendiado el Reichsíag y cuando, al mismo tiempo, dijeron que habían descubierto una conspiración comunista y suspendieron las leyes. Luego el nuevo Reichstag votó casi unánimemente en favor de la dictadura legal de Hitler y en favor de su política internacional. Así surgió el tercer Reich. Por un lado significó el terror, la policía secreta, los campos de concentración. Los maravillosos adelantos de la era que vivimos y hemos vivido han ayudado y ayudan a quienes detentan el aparato del Estado. La potencialidad tecnológica de la civilización actual, formidable en muchísimos aspectos de la vida cotidiana, adquiere, por su misma eficiencia, caracteres macabros en tanto y en cuanto los estima necesarios. En Auschwitz y en lugares de igual significación hombres, mujeres y niños —millones de judíos y centenares de miles de seres con "otras categorías raciales"— y no ratas o conejos fueron víctimas de espantosos experimentos por tecnócratas uniformados que utilizaron complejas manipulaciones sicológicas para arrancarles su dignidad y luego hacerlos desaparecer implacablemente en grandes cantidades con una perfeccionada economía de recursos. Fue una metodología perfecta, a su modo, que atacó la sustancia misma del ser humano. IX

El mundo concentracionario.

Como ha explicado J. Billig, el sentido de la institución concentracionaria debe buscarse a partir de un análisis de la ideología hitleriana que necesita ser vista no como un conjunto de lucubraciones seudo-científicas sino como un sistema de pensamiento que llevó en sí una representación específica del hombre, la sociedad y la historia. No importa, desde tal punto de vista, que las construcciones teóricas de los nazis sea malvadas o absurdas; ellas se tradujeron en actos y, como tales, son uno de los factores que modelaron la historia.

La sociedad industrial liberal, según un marxismo vulgar, debe necesariamente sucumbir ante los golpes del proletariado socialista. Pero este derrumbe, para Hitler, no iba a inaugurar una liberación de la humanidad sino un degradación fatal de la especie porque el marxismo es, en su esencia, judaico; y el proletariado socialista representa la parte biológicamente degenerada de la nación que tolera la dirección de los judíos, los cuales simbolizan un conjunto de lacras raciales, porque son la Anti-Raza. Al nacional socialismo correspondía la lucha para evitar esta catástrofe. Rompiendo con los ideales de la sociedad liberal, este movimiento, que fue, ante todo, un pragmatismo, creyó tener como misión esencialísima suscitar una nueva ideología apta para inspirar una acción eficaz, es decir un social-darwinísmo que legitimase la amputación de la fracción degenerada de la especie digna de ser tratada como la naturaleza trata sus propias deformaciones. Como tal, el hitlerismo fue contra-revolucionario; pero no en el sentido exacto del término, reaccionario. Según Alfred Rosenberg, el autor de Mitos del siglo XX, los grandes creadores de la era industrial que irrevocablemente sucedió a la edad gótica, deben ser exaltados en términos líricos: si el hombre se sitúa en el determinismo universal, el "yo" imperioso de la raza nórdica es luciferino y debe considerar al mundo empírico como a un adversario que es preciso someter mediante la técnica. Para Hitler, la explotación brutal del hombre por el hombre es una realidad natural y eterna y son necesarias las élites que la dura lucha por la vida seleccionará a fin de ejercer los mandatos esenciales implícitos en el orden nuevo que emergerá de la revolución nacional y de la guerra. Si el movimiento nazi encontró apoyo en las clases medias maltratadas por la crisis y en una fracción desesperada del proletariado, si los ideólogos nazis exaltaron jubilosos las virtudes del mundo rural "fuente de vida de la raza nórdica", el hitlerismo ortodoxo no se confundió jamás ni con el anti-capitalismo de la izquierda nacional-socialista ni con el populismo tradicionalista que soñaba con un retorno a una comunidad social pre-industrial. Hitler dedicó sarcasmos despreciativos a la idealización de la antigüedad germana. La sociedad que los mitos y la acción nazis iban a construir en el porvenir, se convertiría en una sociedad altamente industrializada, en el seno de la cual el pueblo alemán realizaría su vocación señorial y se encontraría reconciliado consigo mismo por el común beneficio emanado de la explotación de los vencidos, pero dentro de las jerarquías del capitalismo. Doctrina de la violencia racista al servicio del imperialismo y de la superación de los antagonismos entre las clases dentro de la nación alemana, el hitlerismo creyó encontrar su verdad en el acallamiento del nazismo de izquierda y en la alianza con la gran industria. El orden social racista se propuso vigorizar y regenerar el orden burgués y no reemplazarlo. De allí las funciones bien definidas de las milicias o fuerzas de choque denominadas S.S. que fueron, por excelencia, el instrumento de la ortodoxia hitlerista. Antes del 20 de junio de 1944, fecha a partir de la cual las amenazas de desintegración del gobierno condujeron a una enorme concentración de poderes en las manos de Himmler, la S.S. había sido un sector casi al margen de la sociedad alemana. Encarnación del mito de la raza de los señores y órgano de protección del régimen, no le correspondía sustituir al Estado ni tenía la ambición de dirigir a Alemania. Debía reinar sobre los inferiores que son la antiraza concentracionaria y las masas rurales del este europeo destinadas a ser víctimas del yugo creado por la conquista y la colonización germánicas. Humilde ante el Estado, la S.S. fue arrogante y hasta feroz dentro del ámbito que se otorgó a su tarea. J. Billig cree poder explicar los principales aspectos del sistema concentracionario —él deja de lado los cuatro "Lager" o secciones especializadas en el exterminio de los judíos— desde el punto de vista de las funciones de la S.S. De una parte estuvo el género de vida deshumanizada impuesta a los presos en los campos. Ellos fueron censados como individuos de

una subhumanidad tarada y socialmente irrecuperable y sujetos a una degradación que necesitaba fomentar y exhibir una nueva muestra palmaria del mito forjado "a priori" sobre la degeneración biológica de los enemigos del Reich alemán: en los campos ambulaba la anti-raza. Pero, de otro lado, la organización de los campos estuvo relacionada con los planes para transplantar colonos germánicos manipulados por la S.S. para la etapa que debía seguir a las conquistas hitlerianas. La anti-raza fue tratada como una mano de obra que debía, a través de labores útiles, producir, en especial, los materiales de construcción y de mobiliario y suministrar a la S.S. los medios necesarios que facilitaran la vía para el momento en que fueran instalados los colonos alemanes sobre las nuevas tierras. De allí la creación y multiplicación de empresas económicas gobernadas por la S.S., exponente de un capitalismo de Estado que no hacía necesariamente una competencia a la industria privada. La S.S. suministró los medios para la utilización del trabajo concentracionario y para arraigar a los campesinos alemanes que iban a expíotar a los pueblos esclavos dentro de las regiones conquistadas y a ayudar, al mismo tiempo, a la expansión de la industria del Reich. Si el racismo estuvo en el centro de todo el aparato doctrinario hitleriano, la realización de la política inspirada por él coincidió, sin discontinuidad, con los intereses del gran capitalismo alemán (29). X Los anhelos nacionales que se ampararon inicial-mente en el tercer Reich. "La guerra es la vida". El camino hacia la guerra universal, El tercer Reich simbolizó, al menos en sus primeros tiempos, muy hondos anhelos nacionales. Fue el único régimen alemán contemporáneo que nada debió a la acción extranjera. En efecto, el imperio de Bismarck pudo ser construido gracias a la derrota de Austria y de Francia y la república de Weimar surgió al triunfar los aliados en 1918 en la primera guerra mundial. En cambio, los alemanes mismos, el pueblo de Goethe, Beethoven, Kant, Hegel y Marx, se impusieron la dictadura nacionalsocialista. Clase por clase, cada una sintió acaso intimo disgusto ante uno u otro aspecto de ese régimen; pero cada una de ellas, por diversas o contradictorias razones, como ya se ha indicado, lo consideró inevitable y hasta aceptó sus normas, o muchas de ellas, por lo menos durante algún tiempo. Los "Júnkers" querían evitar la expropiación en gran escala y la publicidad acerca de los escándalos de la "Osthilfe"; el ejército demandaba tropas, muchas tropas, con buen armamento; los industriales soñaban con el monopolio económico de Europa; las clases medias y el pueblo esperaban hallar trabajo y bienestar. En la colectividad alemana eran muy hondos los anhelos de libertarse del veredicto adverso de 1918, de negarse a pagar las reparaciones para siempre y no ser considerada como nación inferior al lado de polacos y checos. Nada, en realidad, probó ser sólido en las instituciones tradicionales ante el oleaje nacional-socialista. Los partidos fueron abolidos en el verano de 1933. Los sindicatos quedaron liquidados sin lucha. Los estados federales desaparecieron. Nurenberg, la más orgullosa de las "ciudades libres" de antaño, sirvió como escenario para las grandiosas manifestaciones anuales nacional-socialistas. (29) J. Bülig, L'hitlérisme et le systétne concentracionaire, París, P. U. F, 1967, véase la reseña de este libro por Fierre Soury en Ármales, París, enero-febrero de 1971. Sobre la S S. hay muchos estudios. Uno de ellos es la obra colectiva Anatomie des S.S. Staales en 2 v. (Olten und Frei-burg/Brisgau, 1965). En el primero, H. Buchheim describe el fenómeno general de esta organización; y en el segundo, más valioso, M. Broszat incluye capítulos sobre los campos de concentración, H.A. Jacobsen acerca de los crímenes contra los prisioneros de guerra y H. Krausnick en torno a la persecución de los judíos. Periodístico, el libro de Heins Hoehne, Der Order linter dem Totenkup (Sigbert Mohn-Verlag, 1967).

En Baviera, el más separatista de los antiguos reinos, tuvo su hogar este movimiento. Por otra parte, lejos de cualquier intento de atenuar el significado de los crímenes que cometió o de las responsabilidades que asumió desde 1933 y en la guerra mundial de 1939 a 1945, es posible ahora reconocer que el hitlerismo afrontó enérgicamente el problema del desempleo y del incremento en la producción y en las obras públicas y que en ambos terrenos llegó mucho más lejos que Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos; si bien, como él, lo hizo apartándose de los economistas teóricos que pensaban no en las necesidades y urgencias colectivas sino en los intereses creados de sus doctrinas respetables y comúnmente aceptadas. Se ha creído, erróneamente, que la historia del tercer Reich es un bloque monolítico. En realidad, en ella se sucedieron con nitidez tres períodos: el de la ascensión pacífica, el que empieza con la matanza de San Bartolomé hitleriana del 30 de Junio de 1934 y el de la guerra mundial. XI El "Super Padre", el "Hermano Grande". "Los nazis fueron culpables de todo". El caso de Alemania fue el del tránsito de un estado de humillación a uno de barbarie, fenómeno que ocurrió sorprendentemente en una nación que a través de siglo y medio había sido la Atenas de Europa. Un pequeño burgués salido de la bohemia supo amar la guerra —"la guerra es la vida" dijo— y resultó capaz de desencadenar una catástrofe mundial con los objetivos fundamentales, de aniquilar a los judíos y de conquistar para su pueblo las tierras cultivables del este, honda aspiración venida de la historia de las sociedades rurales y del obscuro y ancestral "hambre de tierras" que teóricamente parecía absurdo en un siglo industrializado y keynesiano. Porque ya no es lícito engañarse sobre la filosofía secreta de Hitler frente a la guerra que estalló en 1939 (30). Entre todas las memorias y diarios de los personajes grandes y pequeños del Tercer Reich (han habido hasta reminiscencias de operadores de teléfonos en el último refugio de Hitler en Berlín) ninguno ofrece el interés apasionante del libro escrito por Albert Speer durante sus veinte años de prisión en Spandau después de que fue condenado por el tribunal de Nurenberg, Arquitecto y tecnócrata con el más alto grado de eficiencia, Speer se hizo amigo de Hitler en 1933 y tuvo con él muy estrecha relación durante doce años. Fue patriota frenético y hiílerista fanático y servil. En 1942 fue nombrado Ministro de Armamentos. La amistad quedó rota en marzo de 1945 cuando rehusó secundar la política de la "tierra arrasada" y fue a la oposición. No sorprende que de su obra se hayan vendido un millón y medio de ejemplares. La edición consultada para el presente capítu(30) Un joven historiador alemán, Willi A. Boelcke, editó en 1969 (Akademische Verlagsgesell-schaft Athenaion, Frankfurt am Mein) el texto de 93 conferencias escalonadas entre el 19 de febrero de 1942 y el 22 de marzo de 1945 sobre la producción bélica, en las que participaron Hitler, Albert Speer, Ministro de Armamentos, diversos colaboradores de éste y altos jefes militares y dignatarios nazis. Esta obra de Boelcke demuestra que el Führer tuvo una prodigiosa memoria para las cifras y fue dueño de informaciones sorprendentes. Conocía el calibre y la potencia de muchas de las armas utilizadas en aquella época; las características de los aviones, naves de guerra y tanques alemanes y enemigos le eran familiares; se interesaba por la forma cómo actuaban especialmente los Tiger y los Panther y demandaba su fabricación intensiva. Cuando la amenaza del desembarco de los aliados en el Oeste se hizo inminente, se ocupó en detalle de la construcción de 6,000 "Bunker". Su confianza inquebrantable en su propia estrella lo llevó en 1943 a ordenar el establecimiento de organismos encargados de preparar después de la victoria, la reconstrucción de las ciudades bombardeadas; y para celebrar dignamente el 50" aniversario de Goring dispuso, además, que se esculpiera en mármol el busto de su esposa.

lo es una "de bolsillo" de Sphere Books de Londres con el título Inside The Third Reich (1971) En sus dos décadas de cautiverio en la prisión de Spandau en Berlín hasta la liberación en 1966, Speer escribió un nuevo libro ya difundido en alemán y próximo a aparecer en Estados Unidos bajo el título Dentro de los muros de Spandau. Los diarios de la prisión de Albert Speer. Una de las revelaciones de esta nueva contribución de Speer es la de que Hitler tuvo la obsesión de destruir Nueva York ya cuando finalizaba la II Guerra Mundial, como venganza por los daños que entonces sufría Alemania. Quiso que se fabricara para ello un avión bombardero de cuatro motores, capaz de hacer vuelos de largo alcance y atravesar el Atlántico. Llegó a describir cómo los rascacielos se convertirían en antorchas gigantescas chocando los unos contra los otros, mientras el resplandor de la ciudad iluminaba el cielo. No le alcanzó el tiempo para ejecutar el proyecto. Al principio, hizo una campaña clásica ante Francia y hasta caballeresca contra Inglaterra, nación con la que había antes deseado una alianza, mientras, al mismo tiempo, emprendía una implacable lucha racial contra los polacos. Después de 1941, en que destruyó con prodigiosa facilidad las defensas francesas y de otros países continentales europeos, terminó la etapa preliminar de sus objetivos y fue a la embestida verdadera y fundamental, la que lo llevó a la lucha contra la URSS, lucha ideológica en teoría, y, en realidad, inmenso esfuerzo para lograr la eliminación de la cabeza "judeo-bolchevique" así como para obtener la reducción a la esclavitud de los sub-hombres eslavos. En diciembre de 1939 ya se hizo evidente en Polonia una técnica exterminadora cuando fue deportada por millares a los campos gente de la mejor calidad en el país, especialmente los catedráticos universitarios y los intelectuales en general. Hitler había expresado ya que debían ser aniquilados la cultura, el espíritu y la fe polacas. Medidas éstas que integraron el cuadro de vastos proyectos orientados a "disminuir la fuerza biológica" de los eslavos para facilitar la extensión y la colonización del nuevo "espacio vital" alemán. De allí el empleo de métodos malthusianos contra los prisioneros de guerra rusos cuando empezó el ataque contra la URSS dentro de la idea de que las naciones son menos civilizadas en la medida en que viven en territorios ubicados más al este. De allí el tratamiento especialmente severo a los ukranianos, a los rusos blancos y a los asiáticos en general. Pero la lucha resultó muy larga, surgieron consideraciones económicas a través de la búsqueda de mano de obra y de materia prima para la industria alemana; y vino el reclutamiento de trabajadores en todos los territorios ocupados, de preferencia la movilización de los prisioneros de guerra o civiles, hombres o mujeres rusos utilizados, ya en empresas privadas (incluyendo los grandes trusts como Krupp, la I.G. Farben y otros), ya en organizaciones creadas por la S.S. Los campos de concentración no quedaron, por cierto, deshabitados; y en ellos para los sobrevivientes hubo sub alimentación, corrupción e imperio de la ley de la jungla bajo la cual se creó como una aristocracia y una plebe entre los presos, a la vez que un tráfico con beneficios en mayor o menor escala que favorecían a los S.S. prevaricadores. La guerra universal a partir de 1942 vino a ser la última fase del multisecular combate entre arios y judíos en el que Alemania misma podía ser sacrificada; y así fue cómo al justificar la táctica de la tierra arrasada en 1944, Hitler llegó a decir que "es inútil preocuparse de los elementos de subsistencia del pueblo alemán porque de él los mejores ya han fallecido". Así, al fin y al cabo, el nazismo no fue socialista y ni siquiera fue alemán; en sus momentos finales encarnó con una lógica infernal "la lucha a muerte que entablaba un grupo soberano, guerrero, de naturaleza antagonista; la resistencia por la acción y la violencia contra la ética y la metafísica basadas en la razón".

En las relaciones entre el pueblo alemán y el "Führer" durante los años 19331945 hubo un complejo sentido que tratan de aclarar Alexander y Margaret Mitscherlich, especialistas del psicoanálisis, arma del conocimiento del ser humano que lleva luz a los procesos no conscientes de ella. Sólo es posible referirse aquí incompleta y brevemente a la antedicha interpretación tratando de emplear un lenguaje sencillo, no profesional. En la fascinación emanada de Hitler hubo elementos de sadismo y masoquismo y una alegría en el sometimiento, un ideal de grandeza y, a la vez, de obediencia. Con él se identificaron millones de alemanes para encontrar así la personificación del "Yo Ideal". La relación hijo-padre debilitada por la catástrofe en la primera guerra mundial y luego durante la honda crisis económica, lo fue más todavía por la táctica nazi de odio y desprecio a las autoridades del viejo régimen. Al niño y al joven se les sacaba pronto de su identificación con el propio hogar; y los conceptos, antes esenciales en él, no armonizaban con la ideología dominante y eran refutados o perseguidos. Así fue cómo, muchas veces, los adultos tuvieron miedo ante sus propios hijos y nietos. El mundo de los viejos quedó, en gran parte, destrozado para que lo reemplazase el imperio de los nuevos valores, ayudado por el sentido de la típica homogeneidad en los métodos educativos de Alemania con su tendencia a fomentar la obediencia y a descartar las posibilidades de cuestionarla. Para esta nueva generación, el todopoderoso, infalible y sin medida supervalorizado "Führer" apareció como el "super-padre" o el "hermano grande". Hombre no casado, se dijo de él que vivía para su pueblo, es decir para sus hijos y hermanos "Es mi Führer", decía un alemán cualquiera, y un conjunto de símbolos, de organismos y de acciones contribuía a fortalecer esta certeza. Vínculos sistemáticos relacionaban a unos adolescentes con otros iguales a ellos en una hermandad que, teóricamente, rompía las diferencias de clases dentro de una comunión de ideales. De acuerdo con ellos, el que honraba al "Führer" era bueno, el que era bueno podía, dentro del grupo donde todos igualmente eran buenos, obtener honra y provecho. Al lado de tales actitudes positivas, funcionaban el odio y la agresividad infernales contra todos los enemigos del "Führer", atizados por el nacionalismo exacerbado gracias a la creencia en la mitología de sus raíces en "la sangre y la tierra" ennnoblecidas, por el absoluto desprecio a las razas inferiores y por las fantasías acerca del dominio total en el mundo. Importa también señalar las repercusiones sicológicas que se derivaron de la ruptura absoluta con los demás pueblos de la cultura occidental. En suma, lo que vino fue una reacción hacia abajo de los procesos primarios en la mente de los individuos, bajo el efecto alucinatorio del poder del "Führer" con alejamiento del pensar racional y con un exceso de motivaciones emocionales cuyo símbolo puede encontrarse en el lema "¡Alemania, despierta!" fórmula detrás de la cual no había una adquisición de conciencia plena ante la realidad sino una "falsa conciencia", como dirían los marxistas. Las presiones del ambiente la ayudaron, con el desfogue de una especie de "libido" y de sadomasoquismo, modalidad de un modo de de ser basado en el obedecer. Se dice que "el amor ciega": hubo aquí una obturación del "Yo crítico" cuya esencia hállase en que agudiza el sentido objetivo de la realidad externa e interna en un proceso dialéctico de teórico alejamiento ante ella para observarla mejor. Y junto a este modo de ser no crítico, el viejo concepto autoidealizado de que Alemania tenía una misión o un apostolado que cumplir, se reactivó en los distintos niveles de la colectividad y llegó hasta a generalizar la atracción y el culto de la bandera con la cruz gamada. Por otra parte, como siempre el vencedor tiene razón, los grandes triunfos que, durante varios años, conquistó el "Führer", dieron más calor a ese clima. Frente al nacional-socialismo hubo tres reacciones: a) La apatía de quienes no lo combatieron activamente ni tampoco tuvieron ante él una dinámica de plena adhesión. Este sector fue muy pequeño, b) La devoción senti-

da por las mayorías, c) Él alejamiento o la voluntad opositora encarnados por una minoría ineficaz. Durante la segunda guerra mundial, no hubo tropas alemanas que lucharan contra el Tercer Reich. Sólo se presentaron los casos de conspiraciones aisladas. También las actitudes de emigrantes como Willy Brandt, tan cuestionado durante algún tiempo por este motivo. Y además el fenómeno representado por los escritores de la "literatura del exilio" cuyas modalidades están suscitando en la actualidad cuidadosos análisis, junto con las de la llamada "emigración interna". En conjunto todas estas fuerzas de hecho, no eran comparables a las masas agrupadas alrededor del régimen. Las enormes cantidades de muertos en los campos de batalla uniéronse, en un cuadro inverosímil, a la súbita transformación de las ciudades en ruinas y cenizas al final de la contienda. Pero ese derrumbe de los centros urbanos alemanes fue visto como ejemplo claro de la falta de escrúpulos y de goce para la destrucción característica en los aliados, mientras que los mismos hechos perpetrados por los nazis interpretáronse como procedimientos legítimos destinados a erradicar al enemigo. La guerra terminó, después de tantos alardes, con la muerte del "Führer". No lo asesinaron. Se eliminó a sí mismo, es decir por la propia voluntad. Fue un fenómeno de brusca desvalorización. El "Führer" se convirtió entonces en un criminal a lo Eróstrato. Desapareció en lo que atañía a su antigua posición unida al narcisismo colectivo. Quedó como un cuerpo extraño dentro del panorama síquico del país. Los recuerdos de él, que se mezclaron de inmediato con el de los crímenes e infamias perpetrados en su nombre, vinieron a ser cosas pertenecientes a un mundo extraño. Difundióse la frase "Los nazis fueron culpables de todo". Alexander y Margaret Mitscherlich parten de una característica visible hoy en la República federal: se trata de un experimento democrático al que acompañara, por vez primera en la historia nacional, una relativa holgura económica. E interrogan: ¿qué estabilidad tiene aquél y cuántos peligros esconde? Les inquieta la actitud que denominan la "incapacidad alemana para la aflicción". Quienes proclaman "los nazis fueron culpables de todo" se ubican en una desrealización del pasado favorecida por la inexistencia o la debilidad de los sentimientos de culpa y de vergüenza, unidas a un inmovilismo y provincialismo sociales. Consideran estos autores, por el contrario, que es saludable ir a una vuelta hacia el recuerdo; a un enfrentamiento valeroso con la realidad tal cual ella fue o es; a una verdadera aceptación de la comunidad humana con igualdad de derechos; a una actitud de respeto y de caridad ante su existencia; a una libertad de pensar basada en la objetividad; a un aprendizaje lúcido fundamentado en el desnudo conocimiento de lo que efectivamente ocurrió. Este análisis de situaciones contemporáneas escapa al presente ensayo. Pero reconforta a quienes tratamos de ver la historia con los ojos abiertos, dentro de una perspectiva que es, nada más y nada menos, la que ambos autores proponen (31). XII La supervivencia del mundo concentracionario en la época actual. Las amenazas que circundan a la humanidad. El Estado moderno y la libertad en la sociedad. (31) Alexander y Margarete Mitscherlich, Die Unfahigkcit zu trauern. Grundlagen kollektiven Verhaltens. Munich, Piper, 1969. La obra liene ocho secciones: I. La incapacidad para la aflicción. Con la que se relaciona un arte alemán para amar. II. Variaciones en el tema. III. La relativización de la moral. IV. Destinos en la identificación durante la pubertad. V, Tolerancia proclamada y practicada. VI. El "Yo social y personal. VII. Variaciones en la ideocracia de la autoridad política. VIII. Consecuencias: la salida de los conflictos.

Lo pavoroso en relación con la historia de nuestros días es que desaparecido el mito racista y hundido el Tercer Reich con saña implacable, hoy, a los treinta años de su derrumbe, el mundo concentracionario funciona en una parte de Europa socialista o capitalista y en zonas específicas de Asia, África y América Latina. Hállase al servicio de los más opuestos regímenes en lo que atañe a sus ideas políticas y sociales; existe, a veces en nombre de ideologías que, en principio, lo aborrecen; o se esconde, con disimulos sutiles, en manicomios, recónditos lugares de deportación, o prisiones comunes. Ya pasaron a la historia, la S.S., las cámaras de gas, el mito de la raza de señores erigida para el exterminio o la degradación de la antiraza. Pero nuestra época sufre y contempla la supervivencia y hasta la propagación del sistema concentracionario. Hasta, y no con hipérbole, ha recibido el nombre de "era concentracionaria" (32). Las amenazas que se ciernen hoy sobre la humanidad tienen contenido múltiple. Entre ellas frecuentemente son mencionadas las siguientes: a) La carrera armamentista, el desarrollo de novísimos sistemas bélicos creados por una tecnología cada vez más compleja y sofisticada y la asignación de recursos crecientes para los gastos militares y para todos los demás que con ellos se vinculan. Los avances científicos, en sus teorías y en sus aplicaciones prácticas, están al servicio de las llamadas necesitadas de las super-potencias y de las industrias dedicadas a la fabricación de material bélico sin tomar en cuenta los enormes desembolsos económicos que ella requiere. La relación íntima que existe entre el tercer Reich y el formidable desarrollo de la tecnología para su empleo masivo e inhumano con inminente peligro para la civilización fue señalada por Albert Speer en el discurso que pronunció al terminar en 1946 el juicio de Nurenberg. Allí denunció todos los avances que caracterizaron a la segunda contienda mundial: proyectiles manejados desde un control remoto, aviones que volaban con la velocidad del sonido, bombas atómicas, siniestras perspectivas latentes en la guerra química, etc. "En la medida en que el mundo se vuelva más tecnológico, el peligro será mucho más grande" agregó. "Una nueva guerra terminará con la destrucción de la cultura humana" (33). Casi treinta años han pasado desde que hizo Speer su advertencia y la fuerza bélica que tienen a su disposición tanto Estados Unidos como la Unión Soviética, los proyectiles que están fabricando en secreto y los que hállanse aún en las etapas de diseño o ensayo superan cuanto imaginó el antiguo Ministro de Armamentos de Hitler. Sus palabras y las de otros muchos no han sido ni son escuchadas. Ambas super-potencias, como es sabido, no trabajan solas en este campo. Dentro de una perspectiva universal, los egresos dedicados al armamentismo son mayores que los correspondientes a la educación o a la salud pública. Y en los países del Tercer Mundo, el aumento de ellos es anualmente mayor que el promedio de análogas inversiones en las demás zonas del globo. La espiral prebélica ostenta las características de un fenómeno generalizado cuyos efectos resultan tremendamente devastadores sobre las arcas hacendarías de los Estados pobres. Por otra parte, el universo como tal hállase en inmediato (32)

Olga Wormser-Migot, Le systéme concentrationnaire nazi (1933-1945), París, P.U.F. 1968. Esta obra debe ser analizada junto con la de Billig sobre el mismo asunto, trabajo ya visto aquí. Pero la misma autora tiene otro libro: L'ere concentrationnalre, Paris, Cultura et Loisirs, 1970

(33)

Albert Speer, Inside the Third Reich ya citado, páge. 692-694

peligro segundos después de que se empiece una guerra en gran escala, cuyo punto de partida acaso esté en áreas geográficas marginales. b) La contaminación ambiental emanada de los residuos industriales así como el deterioro en el suelo terrestre y en los océanos, al crear o al impulsar la ruptura del equilibrio ecológico, son productos hasta hoy inevitables del desarrollo de la tecnología. El mayor conocimiento y la mejor utilización del universo, que han llevado nada menos que a la dominación de las fuerzas naturales, esconden no obstante sus múltiples efectos teóricamente positivos, serias posibilidades de autodestrucción. Hay muchos expertos convencidos de que el exceso de población humana dará origen al agotamiento de las materias primas utilizables en su medio ambiente natural por la explotación ciega de él para lograr mantener otro de tipo artificial. Cuando se hayan terminado las materias primas naturales antedichas ello significará (según se dice) también el fin de los entornos humanos artificiales. No faltan científicos aún más audaces: ellos comparan a los hombres con los animales domesticados que viven en condiciones prósperas dentro de un espacio angosto y rompen o desconocen las normas de comportamiento genéticamente fijadas que anteriormente posibilitaban y reglamentaban la vida social en los grupos. Y llegan hasta el extremo de hallar indicios de decadencia en el "homo sapiens": síntomas de inmadurez síquica e infantilismo, notorio comportamiento de curiosidad y exploración abocado irresistiblemente a novedades, falta de maduración en el criterio y de distanciamiento crítico con respecto al propio juicio subjetivo, afán de placeres exteriorizado en la ola erótica y la tendencia al uso y al abuso de estupefacientes, incremento de agresiones en el seno de la colectividad expresadas en la brutalidad, el vandalismo, etc. Los párrafos anteriores han mencionado señales y tendencias que tienen una agorera significación para la humanidad. Ahí están ellas. Pero no conducen inevitablemente a un sendero que terminará en el desastre general. Existen o pueden surgir, a la vez, fuerzas destinadas a combatirlas y a superarías. Sin abandonar una actitud realista, preciso es creer que, de todos modos, llegará dentro de veinticinco años el siglo XXI y que, tras de él, seguirán muchos otros más, En alguna oportunidad que no es necesario precisar ahora, H G. Wells escribió: "Este hombre, este maravilloso niño de la vieja tierra que cada uno de nosotros es, dentro de la medida de nuestros corazones y de nuestras mentes, tan sólo empieza su aventura ahora. Este planeta y su dominio no traen consigo sino la aurora de nuestra existencia. A veces, en las oscuras soledades insomnes de la noche, uno deja de ser éste o aquél, uno ya no lleva un nombre propio, se olvida de sus querellas y de sus vanidades, perdona y comprende tanto a sus enemigos como a sí mismo, con la misma actitud dentro de la cual se perdona y comprende los pleitos de los muchachos. ¿Quién es el que puede tener la osadía de decir, en cualquier momento, que hay límites para las aspiraciones humanas?" Junto con todas esas plagas que asechan a la civilización y la humanidad misma, es necesario colocar la supervivencia del mundo concentracionario. No se alimenta éste tan sólo con las violencias o arbitrariedades que desdé siglos atrás caracterizaron a las dictaduras y a las tiranías. Los progresos en la esfera de la electrónica, la óptica y la cibernética, juntamente con los nuevos descubrimientos en las ciencias biológicas, han tenido notorios efectos benéficos; pero, al mismo tiempo, han acentuado el control de la vida privada de los individuos. Las modernas técnicas de espionaje, observación, auscultamiento, presión o tortura, así como las de registro y almacenamiento de datos pueden ser usadas fácilmente para brutales intromisiones en la vida privada, para deshacer no sólo la intimidad sino la conciencia y la identidad individuales y para acabar, cínica o hipócritamente, con los derechos civiles y políticos o reducirlos a un mínimo

prefijado. La vastedad de elementos auxiliares de que dispone la maquinarla del Estado le otorga hoy una fuerza de manipulación, destrucción y avasallamiento que jamás existió en la historia. Ninguna sociedad libre puede sobrevivir basada sobre la represión injustificada de la individualidad, el debilitamiento del normal sentido de responsabilidad, la desconfianza ante las consecuencias adversas que puede tener el ejercicio de acciones legítimas, todo ello acompañado por el fomento de un atemorizado conformismo. Las reflexiones anteriormente hechas no implican un enmascaramiento de tendencias conservadoras. Armonizan con la tesis planteada desde hace tiempo (1931) por este autor acerca del socialismo. De él ha escrito el disidente soviético Roy Medvedev que es "un sistema social dentro del que el libre desenvolvimiento de cada individuo es el requisito para el desarrollo de la sociedad en general. He aquí una verdad elemental del socialismo científico. La sociedad socialista se impone a sí mismo el objetivo de asegurar la mayor satisfacción posible a las exigencias no sólo materiales sino espirituales de los seres humanos. Esto implica que en los países socialistas deben estar asegurados todos los derechos económicos y sociales de la clase trabajadora (a este respecto, el progreso logrado ya en los países socialistas es notorio) y, asimismo, sus derechos políticos y civiles. Para mí, como para todos los marxistas auténticos, la democracia socialista significa no sólo la garantía de los derechos de la mayoría; incluye, además, el derecho de la minoría para formular y expresar sus propios puntos de vista y sus ideas propias. La democracia socialista lleva en sí garantías para la libertad de conciencia, de palabra y de publicación, libertad para diseminar informaciones, libertad en la creación científica y artística. En la sociedad socialista no debe existir persecución de las ideas heterodoxas y oposicionistas porque, sin el derecho a oponerse, la democracia no puede existir". "En los países socialistas son necesarias las garantías para la libertad de reunión y de exhibiciones públicas y en torno al surgimiento de asociaciones y organizaciones de diversas especies, incluyendo las de carácter político. El sistema del partido único sólo puede ser un episodio temporal en el desenvolvimiento de la sociedad socialista. Todos los cargos principales de la sociedad y del Estado deben adjudicarse después de elecciones libres en las cuales distintos candidatos puedan presentarse. Debe garantizarse también la publicidad de los procedimientos en los tribunales de justicia, lo mismo que el derecho de defensa en cada una de las instancias. Los ciudadanos de los países socialistas deben tener libertad de movimiento dentro de sus propios países y libertad para escoger su lugar de residencia. Necesitan asimismo ejercer si quieren el derecho de emigrar y el de volver a su patria". "Por cierto que ninguna libertad puede ser absoluta e incondicional. Cada una de las que han sido mencionadas anteriormente exige algunas limitaciones conectadas con la seguridad y los derechos de otros ciudadanos, la moralidad social y el imperativo de salvaguardar la seguridad del Estado y el orden público. Pero dichos límites deben ser razonables y no ir demasiado lejos porque, de otro modo, toda la realidad de los derechos y de las libertades quedarían anuladas y la Constitución que la garantiza transformada en un cúmulo de declaraciones formales" (34). XIII ¿Es cierto que nunca más volverá el fascismo? Las "dictaduras desarrollistas" en algunos países del Tercer Mundo.

(34) Roy Medvedev, "What setiembre-noviembre de

Lies Ahead of 1974, pág. 68.

Us?"

en

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Left

Revietv,

Londres,

Nos.

87-88,

Se cree hoy que las masas del fascismo son ya improbables en Europa porque esta zona del mundo occidental ha abandonado las pasiones nacionalistas que la conmovieron en la década de los 920 y los 930; y, a pesar de la crisis energética, no sufre, por lo menos hasta ahora, una inmensa catástrofe. Además, existe la confianza en que el crecimiento de la interdependencia internacional, los efectos de los sistemas de comunicaciones hoy tan avanzados, así como diversos factores propicios para la resistencia popular, impedirán que otro Hitler conquiste en nuestros días el poder de modo tan singular y tan absoluto. Puede ser que sea así; el tiempo es largo y la virtud endeble y la capacidad del hombre tanto para el mal como para el heroísmo no cambia. De todos modos, análogas grandes corrientes alimentadas por el nacionalismo y las dificultades económicas pueden surgir en otros lugares, allí donde problemas de ese orden brotan sobre el terreno inestable de Estados nuevos y poco sólidos. El fascismo de los países industriales y muy desarrollados puede ser que se haya convertido en un capítulo terminado, por lo menos en la forma que presentó en la década de los 930. Pero han sido detectados hoy, en varios países del Tercer Mundo, otros movimientos que se nutren de variadas especies de nacionalismo, socialismo y populismo y que pueden generar un misticismo, verdadero o artificial, dentro de un contexto explosivo. Ya ha habido quien compara ciertos tipos de socialismo africano contemporáneo con el fascismo y descubra en ellos la ideología de una "dictadura desarrollista" ("develapmental dictatorship") populista nacionalista, anticapitalista, revolucionaria y oportunista (35). No es, pues, necesario que coincidan el fascismo con la estagnación o la crisis económica; cabe la incidencia simultánea de aquél con la lucha por el desarrollo. XIV

El frustrado regreso a Alemania en 1935.

Las consideraciones anteriores me alejaron del relato acerca de mi incompleta experiencia alemana, terminada con el viaje a España en diciembre de 1932. Cuando en 1935 vivía en este país contento y ocupado en trabajos que me gustaban, recibí una carta de la señora Faupel con la noticia de que existía una hermosa oportunidad para que volviera a Alemania, a ocupar la vacante de una cátedra sobre asuntos hispánicos en la Universidad de Tubinga. Esta oferta generosa fue muy tentadora para mí entonces (por múltiples razones, algunas de ellas de tipo sentimental). Pero reflexioné detenidamente acerca de ella y no quise ni pude aceptarla.

(35) James Gregor, "Aírican Socialism, Socialism and Fascism: An Appraisal", en Reviev of Poütics, XXIX, 3, 1967; y Wolfgang Sauer, "National Socialism: Totalitarianism or Fascim", en American Histórica! Reviev, diciembre de 1967.