Unidad 5. El arte paleocristiano y bizantino. 1. Aportaciones del primer arte cristiano: la basílica. La nueva iconografía. 2. Arte bizantino. Concepto y etapas. La época de Justiniano. Santa Sofía de Constantinopla y San Vital de Rávena. a. La proyección de la cultura bizantina en Occidente.

Aportaciones del primer arte cristiano: la basílica. La nueva iconografía En pleno Imperio romano nace una nueva religión: el cristianismo, de carácter monoteísta, que empieza a extenderse peligrosamente, tanto que en el año 100 la nueva doctrina se había propagado desde las grandes ciudades hasta las poblaciones más pequeñas. El arte paleocristiano surge y se desarrolla en pleno esplendor del Imperio Romano. No obstante, por responder a unas creencias que rompen con el paganismo, representa la iniciación del arte medieval. El cristianismo, en efecto, aunque ligado a la cultura antigua, supone una radical renovación sentando las bases del futuro. En su gestación y desarrollo se advierten dos periodos: El anterior a la paz de la Iglesia, el 313 (Edicto de Milán en el que el emperador Constantino convirtió el cristianismo en religión oficial del Imperio) donde las prácticas cristianas estaban perseguidas. El posterior a este momento, cuando la religión cristiana, favorecida por la autoridad política, se difunde. La destrucción del Imperio Romano de Occidente (476), señala la iniciación de una nueva etapa, aunque, sin embargo, coexista en el siglo VI con creaciones de los pueblos germánicos. Arquitectura: En un principio, los cristianos utilizan como lugar de reunión y culto las casas patricias acomodadas a estas finalidades, llamadas domus ecclesiae, como las de San Martín del Monte (Roma). Hasta el año 200 los lugares de reunión de los creyentes eran arquitecturas domesticadas. Simultáneamente se crean los cementerios cristianos aprovechando, en una primera etapa, los jardines de las casas patricias, como los de Domitila Priscila en Roma. Los cristianos preferían enterrar los cuerpos, además el creyente no debía ser enterrado cerca de un pagano. Ante el aumento del número de creyentes surge el cementerio público, generalmente situado en una de las vías de acceso a la ciudad. La denominación de catacumba (agujero) fue aplicada al de San Sebastián de Roma, por estar situada en una depresión del terreno. Ante la imposibilidad de extenderse en superficie se amplían en profundidad, y por la prohibición de sacar restos de ellos se continúan utilizando después de la paz de la Iglesia, pues los cristianos deseaban enterrarse junto a los mártires y confesores de la fe. Las catacumbas se organizaban en estrechas galerías (criptas), en cuyas paredes están los lóculos (loculi) rectangulares para los cadáveres, que a veces se cobijan bajo arco semicircular (arcosolium). Se superponían en varios pisos cuando el terreno escaseaba. De los corredores que organizaban las catacumbas salían cámaras llamadas cubículos (cubícula), donde recibían sepultura los restos de los quemados, apaleados o víctimas de las fieras en el anfiteatro, en las que se reunían familiares y conocidos del difunto. Al exterior, se disponen las cella memoriae, a modo de templete o pequeña construcción, indicativas de un resto de importancia. Ejemplos los cementerios de San Calixto, San Sebastián y el Maius, y en España, el de Tarragona con algunas criptas. La basílica es, después de la paz de la Iglesia (313), la construcción más característica en todo el mundo cristiano. La basílica, partiendo del edificio romano donde se realizaban transacciones comerciales pero

dándole una función religiosa, consta de tres partes: pública, semipública y la reservada a los presbíteros. La parte pública se desarrolla en torno a un patio (atrio) que tiene una fuente en el centro, a la que se accede por un vestíbulo y da paso al cuerpo de la iglesia por una nave transversal que se llama nártex. El cuerpo de la basílica, orientada al este, suele ser de tres naves o cinco, separadas por columnas y arcos de medio punto, con coro para el clero menor en la nave central, y ambones o pulpitos a los lados para dirigir los canticos y rezos. La cubierta es de madera, la de la nave central a dos aguas y las laterales a una. La diferencia de altura entre la nave central y las laterales se aprovechan para colocar en este punto un cuerpo de ventanas. Sobre las naves laterales se colocaba el matroneum, antecedente de la tribuna, donde se ubicaban las mujeres, separadas de los hombres desde los primeros tiempos del cristianismo. El septum separa esta parte semipública del presbiterio, a veces con nave transversal o crucero, formando una cruz latina. El presbiterio se separa por la pérgola, fila de columnas con cortinajes, y tiene en el centro un ara o altar, cobijado por templete o ciborium, y al fondo un asiento corrido con cátedra en el centro. El ábside, símbolo de la cabeza de Cristo y orientado hacia los santos lugares de Jerusalén, se cubre con bóveda de horno (cuarto de esfera). Bajo el altar se sitúa la confessio, donde está la sepultura o lugar que ha determinado la construcción de la basílica, visible mediante una ventanita (fenestrella confessionis) y que dará lugar a la cripta. El diseño cruciforme, al igual que el sistema de iluminación, no tenían antecedentes en la arquitectura tradicional romana y respondían a un planteamiento paleocristiano práctico e ideológico. Destacan las basílicas romanas de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros, Santa Sabina, San Lorenzo y San Clemente, como las dedicadas a San Apolinar en Rávena. La mayoría están muy reconstruidas. Junto a la Basílica se dispone el baptisterio, generalmente de planta octogonal, como el de San Juan de Letrán (Roma). En el paleocristiano oriental se acusa la preferencia por las construcciones de planta centralizada, en cruz griega (cuatro brazos iguales), como la de San Simeón el Estilita. Normalmente las plantas centrales se reservan para lugares donde se albergan restos de algún santo o mártir (martiria). En España hay restos muy dispersos de arquitectura paleocristiana. En las Baleares hay vestigios de Basílicas, como la de San Bou. Algunas de tipo funerario como la Alberca de Murcia o el Mausoleo de Centcelles en Tarragona, decorado con mosaicos de cacería. Hay basílicas de ábsides contrapuestos como la de la Dehesa de la Cocosa (Badajoz). La nueva iconografía: El lenguaje gráfico, representado tanto en las pinturas de las catacumbas, en los mosaicos de las basílicas y en los relieves de los sarcófagos, procede en gran medida de oriente, de las comunidades helenizadas de Alejandría, Antioquía y Éfeso. La pintura mural se desarrolló para decorar las paredes de las catacumbas y sientan las bases de la nueva iconografía que se va a utilizar a lo largo de todo el arte medieval. El estilo es inmediato e impresionista, no existe gran variedad cromática y no se pretende representar la realidad de forma fidedigna, sino transmitir un mensaje religioso.

Inicialmente fueron temas del mundo animal y vegetal, a los que se otorga un significado místico y simbólico: la paloma, símbolo del alma; el pavo real, símbolo de la eternidad; la vid y la espiga, símbolos eucarísticos; pez como representación (por sus iniciales en griego) de Jesucristo, hijo de dios, salvador. También aparece la representación del Crismón, formado por las dos primeras letras del nombre de Cristo (Iesus Xristos), con el alfa y la omega (primera y última letras del alfabeto griego) como principio y fin. Aparecen inscritos en un círculo y se combinan con la cruz. En el siglo III comienzan a surgir episodios del Antiguo y del Nuevo Testamento, y con estos últimos la imagen del Señor y de la Virgen. Al querer realizar la efigie de Cristo, nadie recordaba en el siglo III sus rasgos; no existía ningún retrato suyo y los evangelistas habían omitido en todos sus escritos la descripción física del Mesías. De este modo, los pintores de las catacumbas tuvieron que inventar una nueva iconografía, acudiendo al Buen Pastor, que alegorizaba a Jesús salvando el alma del fiel. La fuente literaria estaba en la catequesis de San Lucas, cuando se refiere a la parábola de la “oveja perdida” que, al encontrarla la pone sobre sus hombros lleno de alegría. El antecedente artístico residía en el Moscóforo griego, al que cristianizaron sustituyendo al ternero por una oveja. Otra caracterización que recibió Jesucristo fue como Maestro, el guía que imparte la divina sabiduría, según se reconoce Cristo a sí mismo en el evangelio de San Mateo. En las catacumbas de Priscila (siglo III) se le representa como un filósofo romano enseñando a apóstoles y discípulos. Simultáneamente se pintó a la virgen como madre, sentada con el niño en el regazo, y a la iglesia como Orante, con los brazos extendidos, aludiendo a la plegaria universal de toda la cristiandad. Destacamos los restos de las catacumbas de Santa Prudenciana y Santa Domitila en Roma. Los mosaicos decoran las superficies de las Basílicas y los Mausoleos, como el arco del triunfo de Santa María La Mayor de Roma, decorado con escenas de la vida de la virgen y de la infancia de Cristo, o el sepulcro de Gala Placidia (S V) con la figura del Buen Pastor que apacienta sus ovejas. En los sarcófagos se advierte también una clara evolución, desde el que solamente decora su frente con molduras sinuosas y cóncavas (strygiles), a la organización en friso o cobijando las figuras y escenas bajo arcadas, como los de Junio Basso o el de la basílica de San Ambrosio en Milán. En el siglo V es frecuente el tema de la Traditio Legis (Cristo entregando un rollo a un apóstol), y también la organización con un motivo central circular y dos figuras a los lados (imago clipeata). Arte bizantino. Concepto y etapas. La época de Justiniano. Santa Sofía de Constantinopla y San Vital de Rávena. El Imperio Bizantino es la parte oriental del Imperio Romano, con capital en Constantinopla (antigua Bizancio, actual Estambul). Mientras que en Occidente las invasiones germánicas rompen la continuidad del arte Romano con la destrucción del Imperio, en Oriente se mantiene hasta 1453, es decir, a lo largo de toda la Edad Media. A partir del siglo VI se configura la cultura bizantina, fuertemente enraizada en el mundo helenístico como continuadora del arte paleocristiano oriental, convirtiéndose en centro creador y transmisor de formas artísticas que influyen poderosamente en la cultura occidental medieval. En la cultura bizantina distinguimos tres etapas: 1º Edad de Oro, siglos VI y VII. Justiniano es el gobernante más importante de este primer periodo, realizando grandes proyectos en Constantinopla. Intervino y controló muchos aspectos de la religión, produciéndose una fusión del poder espiritual y temporal, denominado cesaropapismo. Durante su gobierno se inició el problema de la querella iconoclasta, en la que se afirmaba que la representación de Cristo, de los santos y la virgen era una herejía y que obligaba a destruir este tipo de imágenes. En el año 725 el emperador León III proclamó el primer edicto en contra de las imágenes.

2º Edad de Oro: se inicia en el siglo IX y acaba en el XII. Periodo de expansión territorial en el que se reconquista buena parte del espacio perdido anteriormente y se ocupan nuevos territorios en Dalmacia, en el Adriático, el Danubio, una pequeña parte del sur de Italia y la costa de Siria. En este momento finaliza el problema de las imágenes, cuya raíz se encontraba en el enfrentamiento de dos tradiciones, por un lado la cultura plástica de los griegos y por otro la de Oriente, más abstracta. 3º Edad de oro: del siglo XII hasta el año 1453, en que los turcos caen sobre Constantinopla poniendo fin al Imperio Bizantino. El peso cultural de lo bizantino quedó patente en el arte ruso, búlgaro y yugoslavo, incluso tras la desaparición del Imperio. A todo esto hay que unir las disensiones con la jerarquía de la Iglesia Católica y que culminaron en el año 1053 con el cisma de la Iglesia de Oriente, punto de partida de la religión ortodoxa que presenta fuertes diferencias con respecto a la católica. Arquitectura: Características generales: Corresponden a la 1º Edad de Oro (siglo VI) las más grandiosas construcciones bizantinas, erigidas en tiempos de Justiniano. Se utilizan muros de piedra y ladrillo, cubiertos exteriormente en los templos con placas de piedra con relieves e interiormente con mosaicos. Los edificios bizantinos son sobrios y pobres al exterior, pero deslumbrantes en el interior. Se prodigan las columnas con capiteles de hojas muy movida talladas a trépano, semejando avisperos, o bien son cúbicos de caras planas decoradas con relieves a dos planos y, en todo caso, sobre ellos se disponen grandes cimacios. El arco utilizado es el de medio punto, a veces alternado en sus dovelas la piedra y el ladrillo. Empleo sistemático de la cubierta abovedada, fundamentalmente la cúpula sobre pechinas, es decir, triángulos esféricos en los ángulos que facilitan el paso de la planta cuadrada a la circular del anillo de la cúpula. Se construyen estas cúpulas mediante hiladas concéntricas de ladrillo, a modo de coronas de radio decreciente reforzadas exteriormente con mortero. Preferencia por los templos de planta centralizada, quizá derivada de la importancia que se concede a la cúpula. Se mantiene el atrio, el nártex paleocristiano se hace doble y el presbiterio se separa mediante el iconostasis, con tres puertas, llamado así porque en este cerramiento se sitúan las imágenes o iconos pintados. El altar se dispone bajo ciborio o baldaquino, al fondo el coro o bema y a los lados las dos cámaras o sacristías (prothesis para guardar las especias de la eucaristía, y diakonicon en la que se vestía el sacerdote), como el arte paleocristiano oriental. El espacio es entendido de manera distinta a la arquitectura romana; frente al espacio estático romano, los bizantinos crean un espacio dinámico y elástico. El espacio de los edificios religiosos cobra un importante significado que se ha de poner en relación con la celebración de la liturgia. La bóveda se asemeja al cielo en el que resplandecen las estrellas, de la misma manera que resplandecen los mosaicos que la recubrían. Estas se asientan sobre 4 arcos que simbolizan los 4 puntos cardinales sobre una estructura cuadrada, la tierra. Una iglesia es una pequeña reproducción del cosmos, según nos informa un texto siriaco del siglo VII. Bizancio estaba muy empapada de la ideología oriental, que no concibe el mundo como un “camino hacia algo”, sino como “una parte de ese algo”. La vida discurre bajo la presencia constante de Dios, simbolizado por las grandes cúpulas doradas cuya gracia ilumina constantemente a los creyentes. En el Imperio Bizantino era un mediador entre dios y su pueblo, estrecha unión entre religión y política, convirtiendo el arte bizantino en un arte eminentemente áulico. Los edificios religiosos servían de lugares de recepción que el monarca utilizaba para sus fines.

Edificios emblemáticos: 1º Edad de oro (VI y VII) Al 1º tercio del siglo VI corresponde la iglesia de los santos Sergio y Baco, que ofrece planta de modelo cuadrada con octógono en el centro cubierto con cúpula gallonada y nave en torno, organización que, con variantes, se repetirá en San Vital de Rávena de donde ha de pasar al arte carolingio. La obra cumbre es Santa Sofía de Constantinopla, dedicada a la 2º persona de la Santísima Trinidad, como Sabiduría Divina (Sofía en griego significa sabiduría). Construida entre el 532 y el 537 por Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto (arquitectos militares). La cúpula fue rehecha en el 558 por Isidoro el Joven. De planta ligeramente rectangular está dominada por la gran cúpula central de 31 metros de diámetro y 55 de altura, horadada la parte inferior del casquete por una serie de ventanas, a modo de corona de impresionante luminosidad, de tal manera que parece que “flota en el aire”, según el historiador bizantino Procopio. Se apoya en pechinas, en gruesos contrafuertes laterales y en grandes exedras o cuartos de esfera que, mediante otras exedras más pequeñas, trasladan los empujes hacia afuera. Para aligerar su peso se hizo el casco de la bóveda con ánforas hechas con arcilla de Rodas, de poco peso específico, dispuestas en círculos concéntricos. Las naves laterales se cubren con bóvedas de arista. El espacio interior, lujosamente decorado e iluminado por los rayos de sol que penetraban a través de las 40 ventanas de la cúpula, producía en el fiel una ilusión óptica que invitaba al dinamismo y le conducía hasta la cúspide. Aquí se desarrollaban complicados rituales litúrgicos en los que participaba el emperador rodeado de su cortejo (arte áulico). Procopio también cataloga las restantes iglesias cerradas por cúpulas que ordenó construir Justiniano en la capital Bizantina: Santos Sergio y Baco (527-536), Santa Irene (532) y los Santos Apóstoles (536-550), esta última destruida pero aparece reproducida en relicarios de plata y libros miniados. Esta iglesia fue la que más influyo en Occidente, tenía planta de cruz griega con cúpula en el centro y cuatro de inferior tamaño en cada uno de los brazos, que absorbían su peso y servían de contención. A su imagen se levantaron edificios en toda Europa, desde Moscú a Palermo. La copia más fiel es San Marcos de Venecia. Fuera de Constantinopla, en Rávena corresponden a este momento la iglesia de San Vital (538-547), que sigue el modelo octogonal de los Santos Sergio y Baco, e influirá en la arquitectura medieval del occidente europeo. Presenta una estructura exterior compuesta y armoniosa, dividida por una sucesión de pilastras adosadas a las paredes, entre las cuales se abren grandes ventanas. En la planta octogonal se disponen todos los elementos en torno a la gran cúpula central que se apoya sobre ocho capillitas semicirculares de dos pisos de columnas. A su alrededor se desarrolla un amplio deambulatorio. A los pies del templo destaca el nártex rectangular. Responden a modelos basilicales las dos de San Apolinar, el Nuevo (558) e in clase (549). El interior de la basílica de San Apolinar in Classe destaca por la luminosidad conseguida por el reflejo de la luz sobre las columnas de clarísimo mármol. Sobre la fila de columnas se desarrolla paralelamente una larga procesión de figuras de mosaico. 2º Edad de Oro: En la 2º Edad de oro predomina el modelo de planta de cruz griega con cúpulas, realzado mediante alto tambor con línea de cornisa ondulada. El prototipo lo dio la iglesia de Nea, construida por Basilio I (desaparecida pero conocida por sus descripciones literarias). Es representativa la iglesia de San Marcos de Venecia, que sigue el modelo de la de los Santos Apóstoles de Constantinopla. Es de cruz griega con cinco grandes cúpulas, una central y las otras cuatro elevadas sobre otros tantos brazos. La construcción del modelo veneciano fue bastante rápida mientras que la decoración fue mucho más lenta, y se fueron haciendo añadidos posteriormente. En San Marcos encontramos volúmenes bien definidos y una gran esbeltez en el conjunto.

En esta etapa, los modelos bizantinos influyen en el sur de Italia, fundiéndose con la influencia armenia en la de Santa Sofía de Kiev, del siglo XI. En Grecia se construye la iglesia de Dafni (1080), un edifico diáfano y sencillo. 3º Edad de oro: En la 3º Edad de oro se extiende el arte bizantino por Creta y Grecia repitiéndose los modelos ya creados, según vemos en el conjunto de Mistra, en el Peloponeso, como en Salónica y en el Monte Athos. Asimismo se multiplican los edificios bizantinos por el Danubio y alcanzan por Novgorod la región de Moscú, manteniéndose este tipo de construcciones en la Edad Moderna con escasas variaciones, salvo en el perfil de sus cúpulas bulbosas (Iglesia de los Santos Teodoros y de la Virgen Hodigetria y San Basilio en Moscú). El mosaico: A diferencia del arte romano, el arte bizantino en su deseo de riqueza recubre los muros y bóvedas de mosaicos de gran colorido y exquisita finura. Hornearon multicolores teselas cuadradas de pasta vítrea y las combinaron con piezas laminadas de oro, plata y nácar, componiendo una pintura de piedras, casi incorruptible. Suelen representar las figuras con un carácter rígido e inmaterial y con una disposición simétrica. Las teselas tenían diversos tamaños, se cortaban según las necesidades del dibujo y se disponían de tal modo que reflejaran la luz, inclinándose cuidadosamente tras un minucioso estudio del modo y el momento en que ésta se reflejaba sobre la superficie del mosaico. Su gran luminosidad es un intento de reflejar lo sobrenatural. Los fondos son dorados, generando una fuerte sensación de irrealidad e indefinición espacial. Los decoradores del taller imperial fijaron una iconografía oficial y adjudicaron un lugar en el templo para cada asunto sagrado. El ábside se reservó a Cristo en majestad sentado sobre el globo del universo (Cosmócrator), cortejado por ángeles y santos como un emperador entronizado. A partir del año 431 se representó también en la cabecera de la iglesia a la Virgen Theotocos: María sentada con el niño en brazos, ofreciéndole una flor o fruta. Hacia ellos convergen desde el fondo de las paredes laterales una comitiva de santos siguiendo el mismo ritual que se practicaba en las procesiones litúrgicas. Escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento, enfrentadas simétricamente, continuaban destacando el papel didáctico y afirmador de la ortodoxia encomendado al mosaico. En la cúpula, los profetas rodean la mano de Dios saliendo de una nube y en las pechinas cuatro serafines les hacen escolta. El testero de los pies se ocupa con el Juicio Final. Son de enorme valor los mosaicos que adornan el presbiterio de San Vital de Ravena, creador por artistas de Constantinopla. En el ábside aparece Cristo efebo entregando la corona del triunfo a San Vital ante el obispo Eclesius y arcángeles. Todo el fasto de la corte se exhibe en los séquitos del emperador Justiniano (aureolado con el nimbo de su dignidad imperial, acompañado por el obispo Maximiano y de los políticos de su corte, revestido de sedas y alhajas, y colmando de ofrendas al santuario), y la emperatriz Teodora, en los que el hieratismo, la anulación del espacio y la frontalidad anticipan la estética bizantina. También son de gran valor los San Apolinar Nuevo y San Apolinar In Classe. Todo este esfuerzo creador fue erradicado por los emperadores isáuricos, que emprendieron en su gobierno una lucha implacable contra las imágenes y sus adoradores (crisis iconoclasta). Durante la 2º Edad de oro la iconografía se renueva, su localización en el templo varía y las figuras pierden hieratismo, sufren cierto alargamiento y ganan en gesticulación. Surge un arte conceptual, abstracto dominado por el simbolismo, que es una trasposición espiritualizada del mundo sensible. El Pantócrator (modelo sirio de imponente aspecto, barbado y larga melena), el Dios Todopoderoso-Cristo en majestad, con atuendo y ademanes de monarca, pasa a ocupar la cúpula, mientras la virgen se mantiene en el ábside, ahora representada como Kiriotissa (Virgen entronizada que sujeta en su regazo

a Jesús), Eleusa (Virgen dialogando con el niño), Galactotrofusa (Virgen amamantando al niño), Hodigitria (la Madre señala al niño como camino de salvación) o Glycofilusa (Virgen que acaricia tiernamente al niño), de pie, esbozando una tierna sonrisa hacia el niño que se mueve entre sus brazos. Los programas se enriquecen con la Deesis (Cristo con la Virgen y San Juan Bautista), el Tránsito de la Virgen y la Anástasis (descenso de Jesús a los Infiernos), que en Bizancio se instrumentalizó como la resurrección. Tanto los fondos dorados como los modelos y actitudes influirán en la pintura románica y gótica. En los mosaicos de la iglesia de San Marcos de Venecia se concreta el estilo de la última época bizantina, que se manifiesta también Sicilia (ábside de Cefalú y Monreale). San Marcos ofrece un punto de contacto entre lo bizantino y lo románico occidental. La pintura: La pintura sustituye al mosaico en la 3º Edad de Oro, aunque ya existía desde el siglo IV, destacando los talleres rusos de Novgorod, donde trabaja Teófanos el Griego, y de Moscú; los griegos de Salónica y Mistra y los conjuntos rumanos, yugoslavos y búlgaros. Adquiere gran desarrollo la pintura religiosa sobre tabla, el icono. Suele ceñirse a la representación de Cristo, la Virgen o un Santo y con frecuencia se oculta buena parte con una lámina metálica, plata u oro, dejando sólo al descubierto la cara y manos, o recubriendo sólo el fondo. En este tipo de pintura es donde mejor se nos muestra la tendencia a la sublimación de la realidad, valiéndose para ello de la estilización de formas y colores. Los rostros ofrecen una marcada rigidez y frontalidad características con lo que se pretende resaltar su espiritualidad. Destacan de la escuela rusa la Virgen de Vladimir (S XII) y las obras de Andrei Rublev como el Icono de la Trinidad, donde representó a las tres personas de la Trinidad como tres ángeles. La pintura de iconos se mantiene durante la Edad Moderna, percibiéndose la influencia de la pintura italiana, que se acomoda a la estética bizantina tradicional pues, en todo caso, se ejerce una rígida fiscalización sobre los artistas