Una primera lectura de Los heraldos negros podría producirle a

La hermenéutica de la desesperanza en Los heraldos negros de César Vallejo Alejandro Cortazar El hombre en su enfrentamiento con el mundo tiene que no...
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La hermenéutica de la desesperanza en Los heraldos negros de César Vallejo Alejandro Cortazar El hombre en su enfrentamiento con el mundo tiene que nombrar a las cosas para ordenar el caos y darle concierto; pero también el hombre es deseo y caminando ciego, avanza en busca del objeto inexistente que ha de cumplirle ese deseo. Gloria Prado

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na primera lectura de Los heraldos negros podría producirle a su lector un cierto grado de aversión, ya sea por las recurren tes interpelaciones a Dios y el cristianismo, el contrastante y hermético uso del lenguaje, o, en última instancia, por la posible dificultad de poder apreciar y, por ende descodificar, ese sentido de carga ideológica profundamente existencialista —incrustado en estas dos categorías— con elementos a su vez puramente cotidianos. Podría también resultar desconcertante la persistencia de una estética preciosista antes que coherente y ordenada,1 y la subjetividad insumisa, según Saúl Yurkievich, de un “yo desosegado que frustra toda fuga imaginaria, que se apodera de la producción fabulosa para desviarla, para de1 En cuanto a forma y estilo, Yurkievich ha señalado que en Los heraldos negros Vallejo “carece de soltura prosódica, la métrica se le desquicia, las rimas son pesadas, a menudo cacofónicas, a la diabla. Como se ve en varios poemas, el imperio de la rima impone absurdos finales de verso. O puede que la lógica cohesiva ya no tenga vigencia, que el absurdo sea deliberadamente provocado para dar paso a un arbitrio que no acata reglas, relaciones sensatas” (259).

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volverla al fondo convulso, para referirla al sujeto revuelto” (260). No obstante, si se lee la obra precavida y concienzudamente se podrá asimismo captar la necesidad que emite el poema de querer comunicar algo, un algo que el propio lector podrá darle significado ya que su creador, el poeta, le ha dado a su palabra (su símbolo) el don de asimilar más de lo que inicialmente percibió antes de ser creada.2 En la medida en que el poeta se forja como objetivo darle originalidad estética y evocativa a su creación, éste habrá de tomar en cuenta la modulación de una estructura particular (léxico, rima, figuras retóricas, métrica, ritmo y demás) que obre como catalizador de su empresa comunicativa. En este sentido, Vallejo no es la excepción con Los heraldos negros. Sólo que aquí se trata de una estructura que se edifica con base en una continua tensión (en la forma y el sentido de la forma), como señala Yurkievich, en un constante desasosiego (259); empero con un sentido latente, esto es, con la lógica cohesiva de una temática interna —una, al menos— que aquí he de identificar como desesperanza, y que a continuación me propongo analizar. El cristianismo y la ideología marxista son los pilares que sustentan la poesía existencialista de Vallejo. Para descifrar su correlatividad tendríamos que cuestionarnos cuál es el objetivo del autor al referirse reiteradamente a pasajes bíblicos así como el aludir a Dios con agudas interpelaciones. Como primer paso explicativo a lo anterior, tendríamos asimismo que delinear cuál es el impulso creativo del autor, es decir, definir de qué sufre o goza y cuáles son las circunstancias de la realidad que lo conducen a la tarea de comunicar. Vallejo, como veremos a continuación, no emite una poesía fantástica o absurda que satisfaga sus inquietudes del momento, sino que más bien insiste en apelar a una “rectificación de la realidad insatisfactoria” (Prado 41). Su motivo lo envuelve de ensueños oscilantes en un presente impulsivo, el mismo que lo vincula retrospectivamente a un tiempo pretérito donde yacen los recuerdos de los aún dolientes sucesos y deseos insatisfechos. El autor crea su obra a partir de este motivo (vacío) enfocando una visión referida hacia el futuro, no obstante, con ecos de inconfor-

2 Ver Prado 17. Esto último se puede interpretar como una variante de análisis de las teorías de la recepción, pero nuestro propósito, como se verá más adelante, va más allá de categorías o lineamientos puramente estéticos.

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midad, de desolación. El vehículo que posibilita su empresa es su estilo indigenista, en todo momento cargado de perplejidad, con un “yo qué sé” o un “no sé quién.” Si bien, a diferencia del indigenismo de denuncia, ortodoxo, de otros escritores peruanos como González Prada y Matto de Turner (Sainz 743), el de Vallejo es un indigenismo fatalista (por muy paradójico que suene) de tendencia solidaria, con una profunda búsqueda conciliatoria ya que en éste siempre estará presente la identificación con su tierra, con su gente, con su mundo. El contexto de los poemas que comprende este análisis está basado en trágicos sucesos que afectan directa y personalmente a su creador, como lo son la muerte de su enamorada María Rosa Sandoval, la de su hermano Miguel, la de González Prada, el autor peruano a quien, según se cree, Vallejo más admiraba, y, la más grave de todas, la de su madre, la que marcará en él un vacío desgarrador insuperable (Oviedo, «Contextos» 249). Estando ausente de su natal Trujillo, su soledad limeña la abriga con la memoria de estos trágicos acontecimientos. Entonces la añoranza por retornar al hogar (la esperanza) se torna una angustia metafísica, porque de hecho le es imposible retornar al hogar: las muertes familiares y su situación económica imposibilitan su deseo —de aquí su desesperanza. Para Vallejo este es el ideal que se lleva en el cuerpo, que se siente y que cada vez que se busca, es decir, que se añora, más se profundiza en él, en el dolor.3 En este sentido el poeta se asemeja a un Cristo no por el deseo de “asumir el máximo dolor posible”, según sugiere Torner (170), sino por la intensidad y la constancia con que vive dicho dolor.4 El poeta vive como un Cristo que no quiere ser Cristo. Por eso apela a los designios de un Dios distante e indiferente a los sufrimientos de su creación, o sea, la humanidad. Pero Dios parece no escucharlo. Por

El ideal del ser estimulado por el dolor de la pobreza, el desamor, la soledad, el abandono y el desajuste social. 4 El poeta se puede identificar con Cristo debido a las circunstancias pero no porque desee “asumir el máximo dolor posible” como sugiere Torner (170). El deseo (el ideal) del poeta es retornar al amor del seno familiar, y no necesariamente asumir el dolor. En Los heraldos negros el dolor es lo que se obtiene como resultado del deseo insatisfecho. 3

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consiguiente, el dolor sin respuesta sólo habrá de conducirlo a la desolación; porque, en otras palabras, el silencio de Dios es el odio que se traduce en el dolor perenne del hombre: HAY golpes en la vida, tan fuertes. . . Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. . . Yo no sé! (7)5

Más adelante el poeta nos dará a entender que esos “golpes en la vida”, ese dolor profundo también podría ser el Cristo ineludible de nuestra existencia, algo más allá de nuestro dominio: “Son las caídas hondas de los Cristos del alma, // de alguna fe adorable que el Destino blasfema” (7). El reconocer esta dualidad existencial del ser (dolor como conjunción y metáfora de “Cristo”, pero también de “Destino”) no logra apartarlo del agobio en que se encuentra, sino por el contrario, más bien lo conduce hacia una búsqueda cíclica, perenne, una búsqueda que culmina en un hermetismo desesperanzador. Así reza el verso final de este poema: “Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!” (7). En el poema “El pan nuestro” advertimos que el tono desgarrador emite un sentimiento de culpa. Aquí Vallejo parece estar haciendo referencia a la muerte de su amada María Rosa Sandoval, quien fallece en medio de un ambiente de miseria y de orfandad cerca de Otuzco, tiempo después de que el poeta se trasladara a Lima hacia finales de 1917 (Oviedo, “Contextos” 249). En el poema anterior el olvido de Dios no le resuelve nada, por eso ahora siente la necesidad de emprender él mismo su marcha como redentor, como un Cristo que baja de la Cruz para cumplir su ideal intercediendo por los desprotegidos: Se quisiera tocar todas las puertas, y preguntar por no sé quién; y luego ver a los pobres, y, llorando quedos, dar pedacitos de pan fresco a todos. Y saquear a los ricos sus viñedos

5 Esta y las siguientes citas del poemario Los heraldo negros las he tomado de las Obras completas del autor, texto citado al final en la bibliografía.

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con las dos manos santas que a un golpe de la luz volaron desclavadas de la Cruz! (52)

Su sentimiento se agudiza, y, si bien logra controlarlo en sus ensueños momentáneamente, éste también lo transporta al borde de la desesperación: Pestaña matinal, no os levantéis! ¡El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor. . .! (52)

Inclusive hasta se llega a cuestionar la función afectiva de su existencia. Cree que él es el causante de todas las penurias e inconveniencias de quienes están y estuvieron a su alrededor. Por eso ahora se ofrece como esclavo y amo pregonando comprensión: Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas, y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos de pan fresco aquí, en el horno de mi corazón. . . ! (52)

Como esa comprensión nunca llega, ahora será una desesperación irreverente lo que lo acongoje. En el poema “La cena miserable” ya presenciamos la evocación de una serie de cuestionamientos con una actitud de profunda lamentación: Hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe... Y en qué recodo estiraremos nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo la cruz que nos alienta no detendrá sus remos. Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones por haber padecido. . . (58)

Aquí Vallejo dispone de un símbolo (la cruz) y un elemento capital (la Duda) de la religión cristiana. Para él “la cruz que nos alienta” es la misma que detiene sus remos y permanece inmóvil; es la que nos man-

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tiene en espera y la que nos impone una Duda (temor) hacia lo desconocido (el misterio). La alusión a la cena de Cristo con los 12 apóstoles, y sus implicaciones religiosas, es muy clara. Aquí Vallejo refiere esta doctrina poniendo en tela de juicio su inasequible promesa y asimismo lamentando el grado de desesperanza que ésta se empeña en seguir originando: Ya nos hemos sentado mucho a la mesa, con la amargura de un niño que a media noche, llora de hambre, desvelado. . . Y cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunándonos todos. Hasta cuándo este valle de lágrimas, adonde yo nunca dije que me trajeran. (66)

La “mañana eterna” y el “pan” del niño representan el seno familiar, la felicidad, que sólo existen como deseo por su carácter de inasequibles. Son el deseo del Cristo que nunca quiso ser Cristo. El rechazo de una serie de imágenes cristianas contrapuestas a la necesidad de retornar al paraíso perdido. Encrucijada problemática en este poema y la obra entera. Manifestación creativa de la circunstancia y los dones del poeta afectados por las inquietudes ideológicas y artísticas de la época. Los heraldos, nos dice Yurkievich, “Manifiesta una crisis de conciencia que es también una crisis estética... Es el libro de pasaje, el preámbulo de la expresión vanguardista de Trilce” (257). O sea, Vallejo ya se muestra indiferente hacia el culto par la belleza y la armonía rítmica de los modernistas. Es la etapa en que el modernismo acoge una interiorización intimista y de regreso al origen. La “crisis de conciencia” vallejiana está eminentemente reflejada, con el soporte de un lenguaje tradicionalmente coloquial, en muchos de sus versos plagados de sentido filosófico y metafísico, como ya lo hemos venido atestiguando. Pero su inapacible e irremediable dolor no sólo lo manifiesta como resultado de su propia experiencia y su visión del mundo. En su apreciación, Oviedo encuentra que Vallejo fue influido por dos grandes pensadores: Kierkegaard y Nietzsche. Además, con el influjo de revistas españolas, señala, también empezó a llegar al Perú literatura de grandes escritores rusos como Tolstoy, Dostoievski, Turgeneff, Gorky

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(«Contextos» 252-53). Sabiendo del antagonismo cristiano de Nietzsche y del apelable cuestionamiento a Dios por parte de Dostoievsky, no es casual referir su influencia en el hablante poético de Vallejo. Cabe decir que, aunque Vallejo afirma haber sido un fuerte seguidor de la ideología nietzscheana (Oviedo, «Contextos» 253), sus referencias a Dios serán más premeditadas, se podría decir que más a la Dostoievski. El siguiente poema, “Los dados eternos”, comienza con una interpelación para, de ahí, dar lugar a una autorreflexión, a una revelación: Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; me pesa haber tomádote tu pan; pero este pobre barro pensativo no es costra fermentada en tu costado: tú no tienes Marías que se van! (64)

El poeta se rebela ante Dios porque se da cuenta de la gran incompatibilidad “existencial” que hay entre ambos. Entonces surge una serie de cuestionamientos que aluden y que ponen en tela de juicio la esencia y la figura de Dios: Dios mío, si tu hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios; pero tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. Y el hombre si te sufre: el Dios es él! (64)

El apartamiento de Dios con huella dostoievskiana es muy palpable. Si leemos el cuento “El gran Inquisidor”, podemos darnos cuenta que gran parte del texto esta básicamente resurgido en la estrofa de arriba. En un pasaje clave del cuento el Inquisidor se encuentra reprochándole a Cristo el que la historia de gran parte de la humanidad esté siendo regida a partir de tres abstracciones de la doctrina cristiana. “La inquietud, la duda, la desgracia”, dice el Inquisidor, “he aquí el lote de los hombres por quienes diste tu sangre. . . ¡cuántos han acabado y acabarán por cansarse de esperar, cuántos han empleado y emplearán contra ti las fuerzas de su espíritu y el ardor de su corazón en uso de la libertad de que te son deudores!” (Dostoievski 26-27).

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Vallejo parece adoptar también ciertas actitudes antagonistas a la Nietzsche, aunque muy contadas y con un aire de lamentación. Anteriormente mencionamos que Vallejo fue profundamente influido par la filosofía de Nietzsche. Sin embargo, para aplicarla a sus circunstancias tendría que apelar a Dios desde un plano cuestionador, porque a él le interesa averiguar las causas profundas del desosiego que atañe su ser, inclusive desde un plano acusador con el objetivo de llegar a un final, que lamentablemente sólo se logra por medio de la resignación: Hay ganas de un gran beso que amortaje a la vida, que acaba en el África de una agonía ardiente, suicida! Hay ganas de. . . no tener ganas, Señor; a ti yo te señalo con el dedo deicida: hay ganas de no haber tenido corazón. (“Los anillos fatigados” 65)

Continuando con “Los dados eternos”, en la estrofa final la reflexión que se percibe es la de un lamentable pesimismo. La suerte está echada, y de tanto subir y bajar par los peldaños de la vida éstos se han trocado un resbaladero en el cual la única opción es descender: Dios mío, y esta noche sorda, oscura, ya no podrás jugar, porque la tierra es un dado roído y ya redondo a fuerza de rodar a la aventura, que no puede parar sino en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura. (64)

Es un rodar y un descender guiados por el azar y la esperanza: la circularidad hacia la monotonía, hacia la muerte. “Espergesia” es el poema con el cual concluye el texto Los heraldos negros, el ciclo “de búsqueda” entre un mundo desordenado y caótico. La apertura del poema, afirmativa y sospechosa, pretende explicar el estado físico (y anímico) del poeta. Después de tanto divagar (en los poemas anteriores) ahora parece acercarse a la posible causa de sus suplicios, y dice: “Yo nací un día// que Dios estuvo enfermo” (77). Si el poeta justifica las causas de su martirio, de su constante “vacío”, asimismo sugiere haber llegado a comprender el descuido de Dios:

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Hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar: el claustro de un silencio que habló a flor de fuego. Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. (77)

Apreciamos que aquí ya no se trata meramente del poeta cuestionador, sino de un poeta que se duele y se compadece tanto de su suerte como la de Dios. Anteriormente su suerte estaba echada, por eso ahora el vacío de su “aire metafísico” lo ha distanciado de Dios. Alude al Misterio (la Duda dostoievskiana) como la tentación cristiana que limita nuestra existencia: Todos saben. . . Y no saben que la Luz es tísica, y la Sombra gorda. . . y no saben que el Misterio sintetiza. . . que él es la joroba musical y triste que a distancia denuncia el paso meridiano de las lindes a las lindes. (78)

Vallejo estigmatiza el Misterio con “la joroba”, que es el dispositivo donde se acumula lo irrealizable. Es decir, para él “la joroba” es el símbolo de oposición que decreta los límites. De aquí que si el poeta es “malo” es porque ha auscultado queriendo trascender los límites de ese Misterio, queriendo atentar contra lo establecido por Dios. Pero sucede que este Dios también es malo. Es un Dios que a fin de cuentas también ha de cargar con la Cruz de su misterio. De aquí que el poeta intuya el que ambos, Dios y el hombre, terminen vinculando su existencia guiados por un destino común. El poeta sufre porque Dios sufre: sufre por haber nacido “. . . un día// Que Dios estuvo enfermo,// grave” (78). Así concluye esta etapa de su búsqueda, pecando, lamentando los sinsabores del dolor. Es éste asimismo un ciclo de búsqueda que culmina en lo intangible, en el cenit que, de trascender, lo hará sólo a lo convencionalmente indescifrable, a un hermetismo aún más complejo,

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como se habrá de apreciar en Trilce, por ejemplo, su posterior obra poética. De un vivir haciendo (buscando el ideal; lo finito) movido por la añoranza se dará el salto definitivo hacia el hacer muriendo (rodeado de un aura fatalista) de la desesperanza.6

Obras consultadas Camurati, Mireya. “Apartamiento de Dios y asunción del hombre en Trilce y Los heraldos negros.” Cuadernos Americanos 176.3 (1971): 195-209 Dostoievski, Fiodor. “El Gran Inquisidor.” Cuentos rusos. México: Editorial Porrúa, 1990. 19-28 Higgins, James. “El absurdo en la poesía de César Vallejo.” Revista iberoamericana 36.71 (1970): 217-41 Oviedo, José Miguel. “Contextos de los Los heraldos negros.” Cuadernos hispanoamericanos 454-55 (1988): 247-56 —. “Vallejo entre la Vanguardia y la Revolución.” Hispamérica 2.6 (1974): 3-12 Prado, Gloria. Creación, recepción y efecto. México: Editorial Diana, 1992 Rivera Feijóo, Juan Francisco. César Vallejo: mito, religión y destino. La Victoria, Perú: Amaru Editores, 1984 Sainz de Medrano, Luis. “César Vallejo y el indigenismo.” Cuadernos hispanoamericanos 456-57 (1988): 739-49 Torner, Enrique. “La anatomía cristológica en la poesía de César Vallejo.” Texto Crítico 4-5 (1997): 169-177 Vallejo, César. Los heraldos negros / Trilce. Barcelona: Ediciones Saturno, 1972 —. Obras completas. Lima, Perú: Ediciones Perú, 1966 Yurkievich, Saúl. “El ser que se disocia.” Cuadernos hispanoamericanos 454-55 (1988): 257-62

6 En octubre de 1918, dos meses después de la muerte de su madre, Vallejo le escribía en una carta a uno de sus hermanos: “Yo vivo muriéndome (…) en este mundo no me queda nada ya. Apenas, el bien de la vida de nuestro papacito. Y el día que esto haya terminado, me habré muerto yo también para la vida y el porvenir, y mi camino se irá cuesta abajo” (Rivera Feijóo 41).

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