Una cita muy importante

Una cita muy importante El viento en los sauces. 1908 Kenneth Grahame. Un fanfarrón, atolondrado e irresponsable Sapo es ayudado por sus amigos la Ra...
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Una cita muy importante

El viento en los sauces. 1908 Kenneth Grahame. Un fanfarrón, atolondrado e irresponsable Sapo es ayudado por sus amigos la Rata de río, el Topo y el Tejón. El Sapo, como él mismo dice, sólo desea «oír los tumultuosos aplausos que siempre me parecen que, de alguna forma, sacan a la luz mis mejores cualidades». Esto le ocasiona unos líos considerables: robos, arrestos, escapadas... Por último, junto con sus amigos, el Sapo pelea contra unas comadrejas que habían ocupado su casa durante su ausencia. Grahame escribió El viento en los sauces a raíz de haber inventado a sus protagonistas para su hijo pequeño. No se preocupó de hacer verosímil el comportamiento de los animales que describe, al modo propio de Beatrix Potter, sino que deseaba mostrar tipos humanos e ironizar amablemente sobre algunos comportamientos. Es algo extraño el capítulo titulado «El flautista en el umbral del alba»: no estaba previsto ni encaja mucho dentro del plan del relato, pero responde a los deseos del autor de propagar una especie de paganismo natural basado en el amor a la naturaleza. En cualquier caso, Grahame consiguió una obra de gran nivel literario que se caracteriza por un estilo y un lenguaje aparentemente simples, pero en realidad muy elaborados. Así, usa recursos gráficos como los guiones o las cursivas o las palabras unidas, para dar sensación de agobio y transmitir el activismo de la Rata o las ansiedades del Sapo. O busca expresamente que sus frases sean sencillas pero tengan una gran musicalidad: «—¡Escucha el viento, jugando entre los juncos! —Es como música, música lejana —dijo el Topo, asintiendo soñoliento. —Eso mismo estaba pensando yo —murmuró la Rata, lánguida y soñadora—. Música para bailar... la clase de ritmo que corre sin pausa, pero además con palabras... A veces tiene letra y otras no». A eso se añade que Grahame describe con gran riqueza los paisajes, tanto de Inglaterra como de las soleadas tierras del Sur. Y nos hace sentir hasta físicamente el encanto de la naturaleza: «Era una brillante mañana a principios de verano; el río había recuperado su cauce normal y su acostumbrado ritmo, y un sol caliente parecía tirar hacia sí, como con cuerdas, y fuera de la tierra, de todo lo verde, frondoso y puntiagudo». Lo único importante de la vida El autor vuelca una parte de su interioridad en su vivísima pintura de la tensión entre «la llamada del Sur» y el temor a cortar con el pasado y dejar atrás lo cotidiano. La simpática Rata, —«una carita pequeña y marrón, con bigotes. Una cara seria y redonda [...]. Unas orejas pulcras y pequeñas y un pelo espeso y sedoso»—, siente un gran desasosiego interior cuando una colega cosmopolita enciende sus deseos de marcharse: «La Rata, inquieta, [...] subió la ladera que se levantaba en suave pendiente desde la

ribera norte del río y se tendió mirando hacia el gran anillo de colinas que limitaba su vista más al sur: su simple horizonte de aquí, sus Montañas de la Luna, su límite detrás del cual no había nada que le hubiera importado ver o conocer. Hoy, que miraba hacia el sur con una recién nacida inquietud en el corazón, el cielo claro sobre el largo y bajo perfil de las colinas parecía vibrar con promesas; hoy sólo importaba lo no visto: lo desconocido era la única cosa importante de la vida. De este lado de las colinas estaba ahora lo verdaderamente incomprensible; del otro lado, los apretados y coloridos paisajes que su imaginación veía tan claramente. ¡Qué mares había allá lejos, verdes, saltarines y encrespados! ¡Qué costas bañadas por el sol, con sus casitas blancas resplandecientes contra los bosques de olivos! ¡Qué tranquilos puertos, atestados de elegantes barcos con destino a islas púrpura de vinos y especies, islas incrustadas en lánguidas aguas!» La etiqueta animal... y la humana El viento en los sauces nos hace saber que «va contra la etiqueta animal explayarse sobre posibles problemas venideros, ni tan siquiera aludirlos»; que «la etiqueta animal prohíbe cualquier tipo de comentario sobre la desaparición de un amigo, en cualquier momento, por cualquier razón, o sin razón alguna»; y que «no debe esperarse, de acuerdo con las reglas de la etiqueta animal, que ningún animal haga nada extenuante, heroico, ni siquiera moderadamente activo, durante los meses de invierno». Pero también nos da sensacionales lecciones de buena educación... humana. Por ejemplo, la capacidad del Tejón para escuchar, «sentado en su sillón, [...] asintiendo gravemente [...], no parecía sorprendido o sobresaltado con nada, ni comentó: “Ya os lo dije” o “Justo lo que yo decía”, ni indicó que deberían haber hecho esto o aquello, o que no deberían hacer hecho lo otro». O la delicadeza de la Rata, cuando el Topo le muestra su vivienda y ella, «que estaba desesperadamente hambrienta pero luchaba por disimularlo, asentía muy seria, examinándolo todo con el ceño fruncido, mientras decía: “Maravilloso” y “Muy interesante” a intervalos, cuando encontraba la oportunidad de hacer una observación». O el recto sentido de la amistad, como se ve cuando el Tejón habla con claridad al Sapo: «La independencia está muy bien, pero nosotros los animales no permitimos que nuestros amigos hagan el ridículo más allá de ciertos límites y tú has llegado a ese límite».

Winnie the Pooh y La casa en el rincón de Pooh. 1926-1928 Alan Alexander Milne Cada uno de los dos libros se compone de diez historias. El protagonismo corre a cargo del hijo de Milne, Christopher Robin, y de sus animales de trapo: el osito Puff, el miedoso Porquete, el intelectual Búho, el atareado Conejo, la hiperactiva Cangu y su entusiasta hijo Bebero, el cenizo burro Iyoro; y en el segundo libro se une al grupo el fanfarrón Tigro. Al principio de cada episodio se presentan los personajes, se dan

algunos rasgos psicológicos, y luego empieza la narración de algún pequeño incidente o aventura, que siempre es algo tan «normal» como pasear o jugar, y que finaliza con el capítulo. Milne tomó sus personajes de la vida misma: observando el modo en que su hijo trataba con sus juguetes, y cómo su esposa les iba dando también sus voces características. «Yo, más que inventarlos, los describí. Sólo Conejo e Iyoro salieron enteros de mi pluma», dirá Milne. Son, obviamente, historias para niños, que reconocen en ellas su propio mundo y que disfrutan con las situaciones y muchos de los juegos de palabras que contienen. Pero no sólo los niños valoran las historias de Puff. Por una parte, hay quien las señala como algunos de los textos con más calidad literaria que se han escrito en inglés y, de hecho, algunas expresiones pueden requerir explicaciones para el lector pequeño. Por otra, es muy penetrante cómo se dibujan las peculiares relaciones de afecto y complicidad que se crean entre los niños y sus juguetes. Y existen otros niveles de lectura: el tono sentimental positivo no impide la ironía que apunta contra determinados modos de comportamiento, la elección de poner algunas expresiones con mayúsculas responde a una expresa voluntad que a veces es humorística, como la de subrayar la ingenuidad del comentario, y a veces pretende contrastar la mirada que teníamos en el pasado con la que tenemos ahora... Algo muy explícito en el simbólico adiós a la infancia del final: «Vayan donde vayan y suceda lo que suceda en el camino, un niño y su Oso estarán siempre jugando en ese Lugar Encantado de la parte más alta del Bosque». La influencia posterior de los libros de Milne será muy grande. Aunque años antes de su publicación ya se habían popularizado los ositos como juguetes para los niños, se puede decir que Pooh está en el origen de todos los ositos que poblarán tantos relatos infantiles (como la serie Osito, de Minarik, por señalar quizá el más sobresaliente); en el origen de tantísimas historias sobre las relaciones afectivas de los niños con sus juguetes. Además, Milne abrió una nueva puerta en la literatura infantil-juvenil al concebir los textos e ilustraciones de su obra como un todo; y dejó constancia de su buen juicio, a la vez que señaló un estándar de calidad para el futuro, al escoger como dibujante a E.H. Shepard Cuando todos hacen algo para ayudar Christopher Robin y sus juguetes hacen una expedición. Llegan a la orilla de un riachuelo. «Porquete estaba echado de espaldas, durmiendo como un bendito. Bebero se estaba lavando la cara y las manos en la corriente, mientras Cangu le explicaba muy orgullosa a todo el mundo que era la primera vez que se lavaba la cara solo, y Búho le contaba a Cangu una Anécdota Interesante llena de palabras largas como Enciclopedia y Rododendro, a la que Cangu no prestaba la más mínima atención. [...] De repente se oyó un fuerte chillido de Bebero, y un fuerte grito de Cangu, asustada. —Eso pasa por lavarse tanto, dijo Iyoro. —¡Bebero se ha caído! —gritó Conejo, y él y Christopher Robin volvieron corriendo a rescatarlo. —¡Mirad como nado! —chillaba Bebero desde el centro de un remanso, y de pronto la corriente lo arrastró hasta el siguiente remanso. —¿Estás bien, Bebero, cariño? —gritó Cangu con la voz cargada de ansiedad. —Sí —dijo Bebero—. ¡Mira cómo nad...! —y, por un salto de agua, la corriente lo arrastró hasta el siguiente remanso. Todos estaban haciendo algo para ayudar. Porquete, de pronto completamente despierto, saltaba y repetía el “¡Ah, vaya por Dios!” de rigor. Búho explicaba que en el caso de una Inmersión Repentina y Temporal, lo Importante era mantener la Cabeza por Encima

del Nivel del Agua. Cangu saltaba a lo largo de la orilla diciendo: “¿Estás seguro de qué estás bien, Bebero, cariño?”, a lo que éste respondía, desde el remanso en que se encontraba: “¡Mira cómo nado!”. Iyoro se había dado la vuelta y había metido el rabo en el primer remanso en que Bebero cayó y, dando la espalda al accidente, refunfuñaba por lo bajo, y decía: “¡Tanto lavarse! Pero agárrate a mi cola, Bebero, y no te pasará nada”»... Modos de estar en la vida Es interesante notar cómo cada uno de los personajes representa un modo de estar en la vida. Personalmente, me hacen mucha gracia Conejo, «que nunca dejaba que le sucedieran las cosas, sino que siempre se adelantaba a buscarlas»; y, sobre todos, el viejo y cenizo burro gris Iyoro, cuyos comentarios son siempre del tipo «con los Accidentes no se sabe. Nunca se tienen antes de tenerlos», y que «a veces pensaba con tristeza: “¿Por qué?”, y a veces pensaba: “¿Para qué?”, y en ocasiones pensaba: “¿En qué medida?”, y a veces no sabía muy bien en qué estaba pensando». Pero hay una ocasión en que Porquete, que se ve aislado por una lluvia que dura y dura, y tiene que dedicarse a pensar cómo escapar, hace un análisis de cómo es cada uno de sus colegas: «Fíjate en Puff. Puff no tiene mucha Cabeza, pero nunca le sucede nada desagradable. Hace tonterías y le salen a derechas. Fíjate en Búho. Búho no se puede decir que tenga Cabeza, pero Sabe Cosas. El sabría Lo que Hay que Hacer cuando uno está Rodeado de Agua. Ahí tienes a Conejo. No ha Leído Libros, pero siempre puede Inventar un Plan Inteligente. Ahí tienes a Cangu. No es muy Inteligente, eso no, pero estaría tan preocupada por Bebero que se le Ocurriría Lo Que Hay Que Hacer sin tener siquiera que pensarlo. Y fíjate en Iyoro. Iyoro es tan triste, de todos modos, que esto no le importaría lo más mínimo. Pero me pregunto qué haría Christopher Robin».

El fantasma de Canterville. 1887 Oscar Wilde En la mansión que perteneció a Lord Canterville habita un fantasma desde tiempo inmemorial. Un ministro estadounidense y su familia la compran y se instalan en ella. El fantasma, acostumbrado a ser temido, se ve impotente ante la vulgaridad y la grosería de la familia norteamericana: ni su célebre carcajada demoníaca, ni sus disfraces más terroríficos consiguen inmutar a los traviesos gemelos «Barras y estrellas», llamados así porque no paran de recibir correcciones. Sólo Virginia, su hermana, tendrá compasión del fantasma.

Travesuras de Guillermo. 1922-1970 Richmal Cromptom Los libros sobre Guillermo son colecciones de relatos en los que cada capítulo relata un episodio distinto e independiente. Cada uno es un incidente protagonizado por él y sus amigos Pelirrojo, Douglas y Enrique, que forman una pandilla llamada los Proscritos cuyo cuartel general es un cobertizo. Casi cuarenta libros, traducidos a muchísimos idiomas, convirtieron a Guillermo en cómplice de las trastadas de varias generaciones, que también conservan en su memoria las imágenes que le puso Thomas Henry. Leído hoy, su chispa se mantiene, pero sus hazañas corresponden a tiempos en donde las ciudades eran más pequeñas, los ambientes más familiares, las diversiones menos sofisticadas. Por esta razón, y por sus acusadas referencias británicas, ha perdido actualidad y, a veces, sus principales lectores actuales son adultos nostálgicos del chico con el «don de saber mentir de forma que se convenza uno mismo». Con un estilo narrativo semejante al de Wodehouse, Crompton enriquece los constantes diálogos entrecomillando las palabras adecuadas para dar énfasis o acentuar el sarcasmo de los comentarios de Guillermo o de sus amigos. Los lectores pueden disfrutar con la sátira social que subyace y con los constantes embrollos verbales y vitales de Guillermo. Muchos aspectos del comportamiento y tantos rasgos de su personalidad son descritos tan certeramente que resultan muy cercanos: quién, siendo niño, no se ha encontrado un día contento, silbando por la calle, «con las manos metidas en los bolsillos»; o triste como Guillermo cuando le confiscan sus armas, pues «la vida se presentaba vacía y poco interesante sin su arco y su flecha». La emoción de tener enemigos vivos Crompton suele presentar los acontecimientos y contemplar a los adultos desde la óptica del niño. Así, como para tantos chicos, para Guillermo «la fascinación de cualquier juego consistía, principalmente, en el peligro de romperse algo». Para él, un jardín «encerraba un sinfín de posibilidades de diversión, como selva, pradera o cuenca minera, así como la emoción de un enemigo vivo bajo la forma del jardinero». Y cuando se avecina la llegada de una tía de Pelirrojo, éste manifiesta su contrariedad a sus amigos: «—...dicen que quieren que me vea limpio; conque tengo que quedarme en casa toda la tarde. Hubo un murmullo de indignación contra tan inhumana crueldad. —Las personas mayores son así —murmuró Guillermo con amargura». Para narrar las hazañas de Guillermo, Richmal Crompton emplea distintas perspectivas: de sus amigos, de sus profesores, de sus vecinos... Pero, sobre todo, de sus padres y hermanos, sabedores de que «las emociones nunca andaban lejos de Guillermo». Todos ellos temerán y sufrirán el «efecto devastador» de su interés por cualquier asunto que les afecte...; a la vez que también serán sus cómplices, incluso unos contra otros, cuando las víctimas sean familiares pelmazos o adultos de «sonrisas expansivas... pero postizas». Hay empollones suficientes en el mundo Normalmente, los pequeños héroes de los libros infantiles-juveniles suelen ser buenos estudiantes o, si no lo son, es por alguna razón circunstancial. Pero Guillermo no. Y en

esto reside, hay que reconocerlo, parte de su atractivo. «El final de curso era una época crítica para Guillermo. Por un lado, existía la gloriosa perspectiva de las vacaciones. Por otro, existían sus “notas”. Ni los mejores amigos de Guillermo podían decir de él que fuera intelectual ni laborioso. Era un caudillo atrevido y capaz. Era, en distintas ocasiones y humores, capitán de ladrones, pirata, piel roja, explorador, náufrago, proscrito, pero nunca ni en ningún humor era estudiante. La actitud de Guillermo en el asunto era de humildad y modestia increíble. Dejaría a los demás que se llevaran los premios y cosas. Se pasaría sin ellos. Había empollones suficientes en el mundo sin él».

El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia. 1907. Selma Lagerlöf Nils, en castigo por sus travesuras, es reducido a un tamaño de veinte centímetros. Abrazado al cuello de Martín, un pato doméstico que se une a una bandada de patos salvajes conducida por la vieja Okka, viaja rumbo a Laponia por todo el cielo de Suecia. En 1901 encargaron a la autora un libro de geografía sueca, pero no encontró la estructura adecuada hasta que leyó El libro de la selva, de Kipling. Con esa referencia, Lagerlöf hará que su protagonista madure viviendo entre animales y le dará compañeros semejantes a los de Mowgli: Okka, la vieja gansa que dirige la bandada, se inspira en Akela, el lobo; la zorra Esmirra será el equivalente de Shere Khan... Nils, que había empequeñecido por sus malas acciones, se convertirá en protector de los débiles y enemigo de los crueles, por lo que volverá de nuevo a crecer. El resultado final es una novela extensa, repleta de amor a la naturaleza, que pertenece a distintos géneros: libro de viajes con mucha información, libro fantástico, recopilación de leyendas populares, libro de aprendizaje que refleja el ansia de libertad del niño frente a los mayores... Conviene añadir que su lectura puede resultar laboriosa para un chico joven al que Suecia le pille un poco lejos. Es más fácil volar alto que bajo Uno de los personajes inolvidables de la obra de Lagerlöf es Okka, cuya entrada en escena se produce así: «El pato joven que habíase lanzado tras los patos silvestres, se sentía muy orgulloso de recorrer el país en su compañía y de impacientar y burlarse de los patos domésticos; pero la satisfacción que sentía no impidió que al sobrevenir la noche comenzara a sentirse fatigado. Intentaba respirar con más fuerza e infundir a sus alas movimientos más rápidos; pero a pesar de sus esfuerzos quedóse a gran distancia de sus acompañantes.

Cuando los patos que volaban en último término advirtieron que no podía seguirles, llamaron a gritos al guía de la bandada, colocado en el vértice del ángulo que los patos formaban: —¡Okka!, ¡Okka! El pato se ha quedado atrás. —Decidle que es más fácil volar rápida que lentamente —contestó Okka sin dejar de volar como antes. El pato procuró seguir el consejo y aumentar la rapidez de su vuelo, pero pronto extinguiéronse sus fuerzas y descendió casi al nivel de los sauces que bordeaban los caminos y los campos. —¡Okka, Okka, Okka! —gritaron nuevamente los que iban a retaguardia y que no dejaban de ver los penosos esfuerzos del pato blanco. —¿Qué sucede ahora? —preguntó el conductor de la bandada en tono colérico. —¡Que se cae, que se cae! —Decidle que es más fácil volar alto que bajo —respondió Okka sin disminuir su velocidad. El pato aún trató de seguir este consejo, y al querer elevarse un poco más hinchóse hasta el punto de creer que su pecho iba a estallar. —¡Okka, Okka! —gritaron los patos que iban en último término. —El pato blanco va a morir; el pato blanco va a morir. —Decidle —contestó el guía de la bandada— que el que no pueda seguirnos que se vuelva a su casa. Y todos siguieron volando sin moderar la marcha».

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