Reflexión

Reflexión

Una carta de amor que enamora Novedad y actualidad de un discurso teológico Guillermo Múgica



Agradezco la invitación a tomar parte en este número de Páginas dedicado al 40 aniversario de Teología de la liberación. Perspectivas, de Gustavo Gutiérrez. Y deseo hacer, de entrada, tres advertencias. Quiero precisar, en la primera, que, aunque en mi encabezamiento y primer subtítulo se hable de “novedad”, no paso por alto lo que el autor señala en la introducción misma a la edición original: “que el problema que se plantea a la teología de la liberación es, a la vez, tradicional y nuevo”, así como que no sólo no olvida, sino que reconoce explícitamente y con hechos “el aporte de la comunidad cristiana universal” a su propia teología. Y tomadas precisamente en su literalidad estas tres últimas palabras, mi segunda advertencia es de reconocimiento a la voluntad expresa de Gustavo de mostrar la deuda que su pensamiento tiene con las experiencias y reflexiones, vivencias y esfuerzos de “muchos en América latina” y, entre ellos, “un número creciente de cristianos” que tratan de “elucidar el significado de su solidaridad con los oprimidos”. La actitud del autor nada tiene que ver con una pose de modestia. Su alcance es más hondo: el arraigo y la domiciliación de su teología en el caminar de un pueblo oprimido y cristiano, en una tarea colectiva. Mi tercera advertencia, finalmente, es más bien una disculpa. La solicitud de elaborar unas páginas me Páginas 223. Septiembre, 2011.

ha llegado en un momento de escasa disponibilidad de tiempo. Reconozco, pues, la pobreza de mi contribución y pido perdón por ello. Pero el afecto entrañable, la amistad fiel y una comunión vital de fondo me impedían faltar a esta cita. Me centraré en dos ideas.

1. El impacto de un discurso nuevo a) Un punto de llegada y de partida Como Gustavo ha repetido hasta la saciedad, la TL es ante todo teología en su sentido más propio y estricto: un pensar y hablar desde la fe acerca de Dios y su voluntad y designio de vida plena para la humanidad. Teniendo esto en cuenta, se ha dicho que la novedad básica que aporta la TLP, y la TL en general, reside en el método, o camino, o itinerario para elaborar el mencionado pensamiento y discurso. E incluso se ha afirmado que ahí, justamente, residiría su aporte más universal. Pero todo ello no comporta –vale la pena repetirlo– que nos hallemos ante una novedad absoluta. Incluso en este terreno del método, la obra de Gustavo rescató críticamente y entró en diálogo con elementos básicos de la tradición cristiana y teológica. Por otra parte, ciñéndonos más a América Latina, la teología de Gustavo conecta con algunos testigos y testimonios antiguos, y con tanteos y experiencias más próximos en el tiempo, preocupados por cómo vivir y anunciar al Señor en un mundo en el que la muerte se convierte a menudo en el amargo pan de los pobres y en el que el indio es ninguneado. En mi opinión, en buena medida, en el quehacer teológico de Gustavo posterior a TLP, además del abordaje de cuestiones específicas, se explicitan, despliegan y ahondan algunas de las intuiciones que ya alientan o despuntan en su libro de 1971. Y es que, como suele acontecer con todo hito significativo, la TLP, tanto como punto de llegada de un recorrido que la precede y prepara, viene a ser también punto de partida. Un nuevo impulso para precisar y aclarar, ahondar y desarrollar, crecer y madurar. Y, a mi juicio, por su impacto, alcance y significación, ese libro de Gustavo ha representado y representa todo un hito. Es, en este sentido, más que un mero libro importante, conocido y reconocido.

b) Las dos vertientes del método He hecho referencia al método subyacente en TLP y a la posible residencia en el mismo del aporte más universal de ésta en el ámbito teo-

 En adelante TLP = Teología de la liberación. Perspectivas y TL = Teología de la liberación.



lógico. Yo no me atrevería a afirmarlo sin matices y sin una distinción previa que considero importante. En general, podemos ver el método en la TL bajo dos puntos de vista, que corresponden a las dos vertientes del mismo: una que podríamos denominar técnica y otra espiritual. El hecho de que en la TL ambas sean inseparables, se impliquen e imbriquen, no quiere decir que no sean distinguibles. La vertiente que he denominado ‘técnica’ –aunque reconozco lo deficitario del adjetivo en este caso– es de sobra conocida y quizás haya sido la más trabajada en estudios y tesis universitarias. Me refiero, por citar algunos elementos, a las tres intuiciones fundamentales: la de los pobres, la de la praxis y la de la unidad de la historia como historia de liberación (salvación) integral, con sus distintos niveles de significación sin reduccionismos ni confusionismos. A la importante distinción entre las fuentes de la teología y los lugares teológicos, y a su función. A los pasos metodológicos, que tanto tienen que ver con el antiguo esquema militante de la revisión cristiana de vida y con el discernimiento. Al de la doble articulación: sapiencial, espiritual e intuitiva la primera, reflexiva, crítica y más sistemática la segunda; o a los dos momentos del quehacer teológico: teología en acto primero y como acto segundo. A las delicadas cuestiones de la hermenéutica y la de las mediaciones indispensables. Al vínculo entre teología y anuncio; y, en general, entre evangelización, liberación y convocación en Iglesia, etcétera. Todo ello puede y debe ser visto también bajo su vertiente ‘espiritual’. Y es en ella donde, a mi parecer, reside la mayor fuerza de la TL y su capacidad de atracción y seducción. Porque su método, en el fondo, comporta todo un itinerario de fe y un modo concreto de vivirla. Es una manera de seguir a Jesucristo en solidaridad con los pobres y olvidados de la tierra. Lo explicitará bien pronto Jon Sobrino, afirmando que en la TL “el método, como camino del conocimiento, coincide con el camino real de la fe, un camino antes vivido que pensado”. Y temprana y rotundamente, en un trabajo posterior a TLP, lo dice también Gustavo con palabras aún más netas: “Nuestro método es nuestra espiritualidad, un proyecto de vida en proceso de realización”. Pienso que esta unidad de vida y reflexión históricamente situadas y comprometidas, esta voluntad y búsqueda de coherencia, es un plus que, de hecho, la TL ofrece. Y él sí que es universal.



 Me refiero a aquellos elementos que habitualmente suelen ser tenidos en cuenta a la hora de atribuir rigor científico a un trabajo intelectual. Recuerdo que K. Barth atribuía dicho atributo a todo pensamiento, incluido el teológico, capaz de aplicar el método más idóneo a la naturaleza de su objeto.

c) Un decir que impacta y convence por el “silencio” que encierra Hay que agradecer a Gustavo que en 1996 nos hiciera esta confidencia: “Para mí hacer teología es escribir una carta de amor al Dios en quien creo, al pueblo al que pertenezco y a la Iglesia de la que formo parte”. La suya, pues, no es una reflexión meramente especulativa, como tantas al uso. Así, uno puede sentir ahora que en TLP, releída a la luz de los trabajos que han venido después, estaba hablando ya ese silencio que Gustavo posteriormente menciona. Un silencio que preñaba las palabras. La teología es lenguaje sobre Dios, recordábamos. Pero se trata de un lenguaje que es “plenitud del silencio”, precisará Gutiérrez. Y es que el amor a Dios, al pueblo y a la Iglesia más que decirlo, hay que vivirlo. O, en todo caso, es ante todo con la vida como hay que decirlo. Este amor vivido es el que fecunda las palabras. La teo-praxis (vivir y practicar a Dios) es condición para la teo-logía (hablar de Dios). Y más si la pregunta es “cómo decirle al pobre que Dios le ama” o “cómo hablar de Dios desde Ayacucho”. Antes que hablar de Dios, hay que hacer silencio ante Él. Un silencio que es oración y compromiso o, dicho de otro modo, es teología en acto primero, su momento espiritual, intuitivo y sapiencial. Creo, por eso, que el soporte más sólido de la TL es la fe vivida de la que emerge y que la nutre y sustenta; es la vida teologal que la impregna e ilumina, vida de fe, esperanza y caridad; es el seguimiento de Jesús que la anima y dinamiza.

2. Un discurso que no sólo tiene vigencia, sino que es necesario

a) Su tiempo, ¿ha pasado? Desde lo que acabo de señalar en el apartado anterior, opino que la misma pregunta pierde sentido. ¿Pasa acaso el amor? ¿Es que puede pasar? Además, ¿se le ocurre a alguien que pueda ‘pasar’ en situaciones en las que el amor se ve urgido a no poder tomar otro nombre, ni expresarse en otros términos que no sean, ante todo, liberación, justicia y equidad? De todos modos, a todos nos viene bien que se nos recuerde que la teología no es lo último, que ninguna representa un absoluto, ni pue-

 En “Lenguaje teológico: plenitud del silencio”, discurso con motivo de su incorporación a la Academia de la Lengua, recogido en el Boletín de la misma (#26/1996), en Páginas n. 137 y en Densidad del Presente (CEP, 1996, pgs. 349-384), pg. 384.



de pretender ser eterna. La condición de todo lo histórico es pasar, teología incluida. El mismo “cara a cara” definitivo que esperamos certifica su desaparición. Tengo, con todo, unas cuantas convicciones, si bien no todas tienen idénticas raíces ni están al mismo nivel: — En tanto haya anuncio del evangelio, habrá liberación y promesa de la misma a los pobres. Lo contrario sería traicionarlo. — Lo decisivo no es la teología, sino el seguimiento de Jesús que la cualifica, valoriza y, en cierto modo, verifica. La verdad cristiana hay que obrarla y conocerla por sus frutos. Por ahí apunta el evangelio. — En cualquier caso, ya indicaba Sobrino sabiamente que la cuestión no está en pasar, sino en dejar o no dejar huella. Y lo cierto es que la TL la viene dejando –y muy profunda– en la Iglesia actual. Basta con que nos fijemos en su Magisterio. Pondré tres ejemplos. Contenidos como el de la opción preferencial por los pobres, el de la liberación como dimensión inherente a la evangelización y el de la Iglesia de los pobres, tan importantes los tres, son hoy ordinaria y tranquila enseñanza eclesial. Más aún, recordaré la importancia que para tiempos como los presentes tiene lo dicho por Juan Pablo II en carta a los obispos de Brasil: que una teología de la liberación es necesaria. — Por todo lo cual y a tenor de lo que observo, no dudo en afirmar que a la TL le queda cuerda. Y espero y deseo que para rato.

b) Desde el ecumenismo y los retos actuales Acabo de leer una especie de pequeño balance de la cuarta edición del Foro Mundial de Teología y Liberación celebrado en Dakar, coincidiendo con el Foro Social Mundial. En un contexto de globalización y pluralismo, los participantes, miembros de distintos continentes y confesiones, y de situaciones particulares diversas, se hacían una serie de preguntas que versaban, en resumen, sobre la posibilidad de construir un “hablar de Dios” que contara siquiera con unos ‘mínimos comunes’ tanto en lo relativo al método como a categorías inteligibles. ¿No deberían encontrar las tradiciones religiosas –era una de las preguntas– “una imagen, un lenguaje unívoco para hablar del Dios de las víctimas?”. Y no deja de ser significativo que los tanteos de respuesta, siempre cortos para la rotundidad desmesurada de las preguntas, anotaran criterios que aquí, de otro modo, ya se han apuntado:

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De Jaume Botey, Iglesia Viva, 245, pp. 131-134.

— Que la teología no es sólo ciencia, sino también expresión de los modos de vivir la fe. — Que a Dios no se le conoce a partir de definiciones, sino desde la historia, en el quehacer de la vida de las personas. — El valor teológico innegable de la misericordia, común, al parecer, a todas las religiones. Y que, si el designio de Dios pasa por la liberación de los pobres, del mismo se desprende un criterio fundamental, el del compromiso por su liberación. Ahora bien, no sólo las religiones deben tender puentes, ni sólo entre sí. Hace tiempo que increyentes (Adam Schaff) y creyentes (Gómez Caffarena), ante los graves y comunes retos del presente, llamaban a un humanismo ecuménico el primero y a un ecumenismo humanista el segundo. Y es también en este punto donde, con mucha humildad, la TL tiene, a mi parecer, algo valioso que ofrecer: — La fuerza del amor, vivido como lucha solidaria por la justicia y la equidad. — Su siempre pretendida búsqueda de unidad entre el vivir, el pensar y el hacer. — La fuerza transformadora y el potencial de credibilidad, fiabilidad y unidad que aporta el espíritu o la espiritualidad.

c) Y ¿qué decir desde España (Europa)? Una parte del mundo cristiano-católico se muestra muy angustiada por el auge de la increencia y la creciente desafección a la Iglesia. Vive con nostalgia y amargura la galopante pérdida de la fe, que se achaca a la secularización y el laicismo de la sociedad. Parece impactarle menos, en cambio, la impresionante pérdida de credibilidad de aquella misma fe, como confirman las encuestas con creciente crudeza. Nos hallamos, de otra parte, en el contexto de la crisis general, ante un problema social y humano de grave e inquietante magnitud, con una ya muy gruesa bolsa de pobreza –antigua y nueva– y amplios sectores en peligro de exclusión. Nuestra Iglesia, por ahora, prioriza el primer problema y tiende a centrarse en él. Como cristianos y cristianas hemos de tomar en cuenta los dos. Personalmente, creo además que están conectados, aunque no entraré directamente a explicar el porqué de mi opinión. Indicaré algo sobre el primero y la búsqueda de alguna respuesta al mismo. Y, al hacerlo, conectaré por necesidad con el segundo.

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Efectivamente, de hecho, la secularización ha sido un factor de increencia entre nosotros. Pero no podemos perder de vista otros factores. La negativa de sectores eclesiásticos influyentes, por ejemplo, a aceptar la modernidad como expresión de un mundo y de una sociedad adultos y autónomos es uno de ellos. Aunque, en el ámbito de la base social y de la vida cotidiana por otra parte, vivamos inmersos sin mayores sobresaltos en la modernidad capitalista, con su individualismo, su materialismo, su avara acumulación, su propietarismo excluyente, su consumismo insaciable, etc. Y a esos factores mencionados, todavía habría que sumar otros: como el nominalismo y doctrinarismo de nuestras predicaciones, catequesis y enseñanzas; nuestro reduccionismo cristológico, que ha metido en la despensa el reino de Dios y no sabe qué hacer con el Jesús histórico; y no hablemos de la pérdida de centralidad espiritual, pastoral y teológica de los crucificados –de las víctimas de esta sociedad, que son nuestras–. Y, sin ellas, ¿cómo situarnos ante el Crucificado - Resucitado, núcleo de nuestra fe? Mirando a la TL desde esta instantánea rápida de nuestra realidad, creo que ella tiene la virtualidad de ponernos ante lo central: cómo seguir a Jesús y proseguir su causa en una sociedad cada vez más injusta e inhumana que está generando millones de pobres y dejándolos en la estacada. En resumen, la espiritualidad gozosamente vivida en comunión con los últimos e insignificantes es clave de credibilidad de la fe que profesamos y a cuyo servicio hemos puesto nuestra vida.

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