UN TESTIMONIO SOBRE ANTONIO VALERO Y VICENTE

UN TESTIMONIO SOBRE ANTONIO VALERO Y VICENTE RECORDANDO A ANTONIO VALERO Sucedió hacia mediados de los años 50’. La puerta del despacho de mi padre, e...
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UN TESTIMONIO SOBRE ANTONIO VALERO Y VICENTE RECORDANDO A ANTONIO VALERO Sucedió hacia mediados de los años 50’. La puerta del despacho de mi padre, en la empresa textil familiar, estaba abierta y al pasar por delante de ella vi a un hombre joven, de espaldas, conversando con él. Luego me dijo, “Este chico, Antonio Valero, es interesante, tiene las ideas claras y sabe lo que quiere. Debieras conocerle”. Antonio y yo teníamos la misma edad. Mi padre era en aquel tiempo presidente de lo que llamaríamos “agrupación patronal” de la industria algodonera española (el SECEA) -entonces tal vez la más significativa de Cataluña- y aquella primera visita tuvo consecuencias importantes. Fue seguida de otras ante la junta directiva de la citada agrupación y de contactos similares con otros sectores industriales de Cataluña. En ellas Antonio Valero fue exponiendo y convenciendo de su idea sobre la conveniencia de una escuela de negocios de rango universitario, algo entonces desconocido en España, y sobre la necesidad de que para su lanzamiento se contase al menos inicialmente con un apoyo económico y de opinión por parte de instituciones de la industria catalana(1). Así nació el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) vinculado a la Universidad de Navarra, del cual sería el propio Antonio su primer director. Me parece que él fue el instrumento elegido por el beato José Maria Escrivá de Balaguer para la realización de esta obra apostólica, pero esta cuestión otros la conocen mejor que yo. Enseguida vino el “fichaje” de quienes se revelarían como profesores distinguidos, los protagonistas de la edad de hierro del IESE, que prestigiaron rápidamente la institución. Yo lo sé muy bien, porque llegué más tarde y pude beneficiarme de ellos. Otras cosas me consta que Antonio concibió ya desde los inicios. Un IESE proporcionando a la sociedad -por etapas, naturalmente- tres tipos de “productos” académicos, o sea de personas con determinada formación a partir también de tres programas de distinta naturaleza: programas de Perfeccionamiento, para directivos con experiencia, programa Máster (M.E.D.) para postgraduados con vocación de futuros empresarios, y programa Doctoral (P.D.) con categoría de 3er ciclo universitario, para investigadores, “profesores de profesores”, futuros formadores de opinión y creadores de escuela. Explicaba que el programa MED le gustaría que se asentase más sobre la calidad que sobre la cantidad de titulados, produciendo no sólo profesionales bien preparados sino, además, que tuvieran un estilo propio, unas maneras personales serias, intachables, que los distinguiesen de los otros “másters”. Que el P.D. iba a requerir un esfuerzo adicional importante por parte del claustro de profesores del Instituto, los futuros encargados de formar a los doctorandos. Pues el reconocimiento de contar con un P.D. acreditado era la nota de excelencia que distinguía a las mejores escuelas del mundo, de otras, también buenas. Los círculos científicos estimaban que esto era mucho más importante y difícil de conseguir que contar con un gran número de alumnos, que multiplicar las actividades académicas, que tener (1)

Colaboraron en este delicado menester Félix Huerta Herrero, Rafael Termes Carrero, Juan Farrán Nadal, y algún otro.

2 un gran “campus”, que publicar muchos libros, etc., etc., cosas todas ellas altamente deseables. Ya se ve que Antonio pensaba en una figura de élite. Ciertamente el P.D. fue una de las grandes ilusiones de su vida. Mi relación con Antonio se inició en 1960 en el IESE y luego se extendería a otros aspectos de mi vida. Seguí un curso de perfeccionamiento, sintiéndome especialmente atraído por la materia de Política de Empresa (P.E.). Antonio me hizo una oferta de colaboración todavía me pregunto qué vio de particular en mí- fui profesor a tiempo parcial primero y luego a dedicación total como profesor asociado del IESE en el área de P.E. durante diez años. Al margen de nuestra relación académica, compartimos también muchos de nuestros ratos de ocio dedicados al deporte de la vela primero y luego al montañismo. Esta relación de amigos ha durado hasta la muerte de Antonio. El área de P.E. en el IESE fue organizada por Antonio atendiendo a las dos vertientes habituales del trabajo académico: la administrativa y la científico-docente. En la jefatura de la primera nos íbamos turnando, cada año aproximadamente, los distintos profesores de la misma; se trataba de coordinar las actividades de cada uno de nosotros con los objetivos del área y de coordinar también el área en su conjunto con las otras áreas científicas del Instituto. O sea, planificación de las sesiones en cada uno de los programas, discusión del material de enseñanza a utilizar, método didáctico, crítica y evaluación, redacción de casos, etc., etc. Se trataba de que el área de P.E. actuase en todo momento como una unidad más o menos orgánica, acorde con las otras actividades científicas del Instituto. Recuerdo que en el seno del área la eventual adopción de una actitud pasiva por parte de algún participante era casi imposible, todos debíamos aportar algo, “mojarnos”, con frecuencia. Era una gestión de área bastante participativa, vista desde dentro. Las reuniones eran semanales. La vertiente científica del área no tuvo otro jefe ni inspirador que Antonio, al menos durante los años de mi experiencia; su primacía en materia de P.E. se hallaba a años-luz por delante de la que pudiésemos tener cualquiera de los demás. Antonio había viajado visitando a profesores eximios de P.E. en universidades y escuelas de negocios norteamericanas y europeas, había comentado sus modelos, sus programas, presenciado sus sesiones, estudiado sus libros. Más importante (creo yo) todavía: había sido capaz de ir simultaneando su aprendizaje internacional con la praxis, con el ejercicio de la P.E. “on the field”. Porque pienso -y como yo otros muchos- que el proceso de creación del IESE, es decir, su concepción de la realidad final, de los caminos para alcanzarla, y de su plan de acción personal para ir progresando paso a paso hacia el objetivo final, hasta su materialización, constituyó su primera obra maestra de P.E. Su autoridad pues, estaba fundamentada en el saber y en el saber hacer. El trabajo científico en el área podría resumirse en las siguientes partes: estudio del modelo de P.E. del IESE, su enseñanza, su investigación y su práctica mediante consultas profesionales. El modelo consistía en el Sistema de objetivos y políticas (S.O.P.), la Estructura básica de la empresa, las Estructuras en acción, el Entorno político-social y la Puesta en práctica (implementación) de todo lo anterior. Partía del modelo de estrategia de la Harvard Business School (H.B.S.) de Christensen, Andrews, “et alia”, sobre todo en lo relativo al S.O.P., pero nosotros trabajamos conscientemente de un modo especial lo relativo a la Estructura básica de la empresa, al Entorno político-social (en sus aspectos “micro”) y a la implementación tanto de la estrategia como de la estructura, elaborando métodos propios de

3 aplicación a través del trabajo en consultas. Creo que en aquella época (los años 70’) fueron estos tres aspectos citados a partir de la estrategia clásica, los que fueron dando una nota diferencial a nuestro modelo de P.E. frente a otros modelos. También pienso que el nuestro continúa siendo plenamente válido a pesar del tiempo transcurrido, por atender a las cuestiones básicas, universales podríamos decir, de toda empresa en cualquier época. Por supuesto, que desde entonces este modelo se ha profundizado y completado.(2) Nuestro trabajo de investigación incluía la comparación con otros modelos de P.E. (recuerdo el de Igor Ansoff, del Carnegie Institute of Technology), la redacción de casos y notas técnicas a partir de experiencias personales, la participación en seminarios internacionales de P.E. y sobre todo, nuestro trabajo de consultas profesionales a empresas. Esto último merece unas líneas aparte. Suponía dar el salto desde el modelo conceptual a su puesta en práctica. La justificación de nuestro arte. Habíamos asumido el reto de que nuestra ciencia llegase a ser reconocida y valorada por el mundo empresarial ante problemas reales y concretos que, en contadas ocasiones primero, con más frecuencia después, las empresas iban sometiendo a nuestra área de P.E. Se trataba de consultas en el pleno sentido profesional, con una retribución económica pactada teniendo en cuenta la importancia del problema, la dedicación empleada y los resultados. “Debéis tener una actitud consecuente con lo que enseñamos”, nos exigía a este respecto Antonio, “Lo que no se paga es que no se valora y si no se valora probablemente es que sirve poco, es que es mala P.E.”. Resumiendo, Antonio nos transmitió la inquietud de sentirnos obligados a que la ciencia de P.E. en general, incluido nuestro modelo, alcanzase a tener un reconocimiento académico internacional, por una parte, y por otra, que tuviese también un reconocimiento empresarial de su operatividad. Era una exigencia de autenticidad. Juan Ginebra Torra profundiza admirablemente sobre todo esto en su trabajo “Las escuelas de dirección de negocios. El modelo Valero”.(3) Creo que de estas líneas se desprende algo de la gran entrega vocacional de Antonio a la enseñanza, o más apropiadamente, a la formación, para que los demás a su alrededor, alumnos y profesores, nos fuésemos perfeccionado integralmente como personas, a través de prestar un servicio a la sociedad en el campo empresarial, cada cual según su puesto y su responsabilidad. Entretejidos con sus lecciones académicas aparecían asimismo ciertos rasgos de la personalidad de Antonio que fueron ejemplares para nuestra formación. Voy a referirme algunos de ellos, aunque sean sólo unas pinceladas, ninguna pretensión de un retrato de la persona. Más bien trataré de revivir un poco su presencia entre nosotros. Ante todo era persona de grata compañía, buen conversador, con sentido del humor, capaz de disfrutar junto con los demás de tantas cosas bellas como nos ofrece la vida, la naturaleza; juntos frecuentamos la alta mar y la alta montaña, actividades más bien duras, (2)

Ver Valero-Lucas “Política de Empresa” (EUNSA), Barañaín-Navarra (1991/99) y Valero-Taracena “La empresa de negocios y la alta dirección”. (Id., id. 2000).

(3)

Ver Valero-Lucas-García de Castro “Una escuela de pensamiento político para la alta dirección”, último capítulo. (EUNSA-Barañaín, Navarra-2000). El profesor Juan Ginebra Torra sucedió a Antonio Valero en la dirección del IESE en 1966.

4 incómodas, donde suelen revelarse debilidades y fortalezas ocultas de nuestro carácter. Apreciaba la buena mesa y los buenos vinos, los buenos libros, las partidas de “mus” con los amigos. Era sensible al arte, en arquitectura y pintura podría haber sido un buen crítico si hubiera querido. Se producía con naturalidad, tal como era, nada de afectación. Enseñando tenía empeño en hacer las cosas fáciles aún a costa de su propia brillantez personal, pero si el objeto de la explicación era complejo, como ocurre muchas veces, no rehuía la explicación difícil o complicada que requería esfuerzo de comprensión por parte del aprendiz, a fin de transmitir la realidad. Honradez de cátedra lo llamaría yo. No estoy seguro que todo el mundo distinguiese siempre estos matices. Si yo tuviera que hacer una síntesis sobre el estilo personal de Antonio-conversador, incluso de Antonio-maestro, diría que solía anteponer el empirismo (diferente del pragmatismo) a la ideología, que sus argumentos y sus criterios se apoyaban más frecuentemente en la observación de los hechos, o en las experiencias vividas por él mismo o por otros, que en la exposición de un eventual sistema suyo de ideas previas. Recibíamos información, sugerencias, indicaciones, pero rara vez enunciados de verdades conceptuales. A las conclusiones debíamos llegar por nuestra cuenta. Una forma de enseñar “a pensar”, cosa distinta de enseñar “a aprender”. Tardé en percibir que esto era un poco el método del caso puesto al servicio de cada oportunidad. Tenía inquebrantable fidelidad hacia los amigos. Normalmente todos procuramos tenerla, pero rara vez la vemos cumplida a lo largo de los años de que consta una vida. ¿Quién no ha fallado en alguna ocasión? La de Antonio era extrema, casi diría que hasta la exageración. Su disposición a ayudar, yo se la he visto practicar a costa de su paciencia, de su tiempo, de su renuncia. Junto con su capacidad de perdón, además. Ejerció el poder y la autoridad, siendo muy cuidadoso en no confundirlos. Creo que ha quedado claro que él tenía ante nosotros, sus compañeros del área de P.E., ambos atributos. El primero entendido como facultad para dirigir y ordenar nuestras actividades académicas, la segunda como un reconocimiento nuestro de sus capacidades eminentes en las materias que nos concernían. Insistía en que a lo largo de nuestro quehacer supiéramos discernir siempre entre uno y otra y cómo se justificaban uno y otra, respecto a nosotros mismos y respecto a los demás. Y en que la autoridad derivada de la competencia era un deber para todo profesor, el ejercicio del poder no tanto, pero a veces nos encontraríamos que era irrenunciable aunque pudiese resultar incómodo. Fue adicto a la libertad seguida de responsabilidad. La correlación entre ambas sin duda constituía uno de los ejes de su personalidad y la necesidad de armonizarlas en cualquier circunstancia era una constante de su labor formativa de maestro. Algo que incluso procuraba comentar en las sesiones sobre los casos que más se prestaban a ello, como solían ser los de “Estructuras en acción”. Recuerdo que en nuestras discusiones internas de área, sobre todo en las relativas a la ordenación de nuestras tareas personales y a las consultas externas surgían, naturalmente, opiniones encontradas, también a la de Antonio, sobre cómo hacer o no hacer frente a una situación o problema determinados. No resultaba fácil contradecirle, sabía defender sus razones con buenos argumentos y con tozudez, aunque invariablemente

5 terminaba dejando a su oponente en libertad de decidir, pero en tal caso con la responsabilidad a su cargo. Comprometido, pero aleccionador... y difícil de aceptar a veces. Desde que se doctoró en ingeniería por la E.I.I., de Tarrasa la vida de Antonio estuvo sumida constantemente en su trabajo profesional. Más de cincuenta años de trabajo incesante, sin apenas verdaderas vacaciones,. En repetidas ocasiones le tenté con insistencia: “vente con nosotros aunque sea sólo una semana, por el Pirineo o por los Alpes, además de las montañas podremos disfrutar del arte, de las tradiciones, de la cultura de aquellas regiones.” Todo fue inútil, su trabajo era lo primero. Había empezado por puestos técnicos de segundo nivel en empresas, auxiliar de cátedra, luego (IESE aparte) consejero y miembro de comisiones ejecutivas de empresas de primera fila, tanto privadas como públicas, empresario-editor independiente (con éxito), consultor de empresas a nivel internacional, altos puestos técnicos en la Administración pública española, miembro o presidente de asociaciones académicas internacionales, miembro de organismos consultivos de la Administración europea, de algún partido político español durante la transición, etc., etc. Todo ello entre bastidores, sin lucimiento personal. Una vida de servicio a la sociedad desde su trabajo profesional, aprendiendo, creando, enseñando, escribiendo, ayudando a mejorar a las personas y a las instituciones. Siempre con sentido cristiano de todo acontecer, difícil de explicar, pero que impregnó los hechos y las actitudes suyas descritos muy sucintamente en estas líneas. Como despedida al compañero y maestro que se mantuvo activo a pesar de su salud quebrantada, y parafraseando a San Pablo, podríamos decirle: “Has corrido tu carrera hasta el final”.