UN ACERCAMIENTO A RULFO JOVEN A TRAVÉS DE SUS CARTAS A CLARA

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Alicia de J. Giacinti Comte

Alicia de J. Giacinti Comte Universidad Autónoma de Aguascalientes

UN ACERCAMIENTO A RULFO JOVEN A TRAVÉS DE SUS CARTAS A CLARA Si leer el ya no tan reciente libro de Gabriel García Márquez, Vivir para contarlo, y el casi postrero de Pablo Neruda, Confieso que he vivido, nos descubre a posteriori la génesis de la obra de estos escritores, en Aire de las colinas, Cartas a Clara (Rulfo 2000), se nos manifiesta el escritor que llegó a ser Juan Rulfo. Están ahí, además de la vida y los sueños del joven Rulfo, sus primeras publicaciones, los modismos lugareños, las palabras coloquiales y las frases que tanto nos impactan en sus obras y sobre todo, me parece, está el antecedente del amor constante de Pedro Páramo por Susana San Juan, con la diferencia de que el escritor logró sus anhelos y, en cambio, su personaje murió atormentado por la falta de correspondencia de su amada. En las cartas de Juan a Clara, “su pluma se ejercita en una realidad acuciante como un imprevisto e inconsciente paso previo a las evocaciones amorosas de Pedro Páramo. Sin ese paso, las nostalgias por Susana en la novela no se habrían imbuido del dinamismo que las anima […] por lo pronto en lo que se refiere a los pasajes poéticos” (Vital 2004: 106). Personalmente, aunque Pedro Páramo ha sido interpretado de mil maneras, prefiero quedarme con la que ve la novela como una historia de amor imposible. Porque “Pedro Páramo no es épica, sino elegía” (Hars 1984: 335). La carta Algunos podrían pensar junto con un neoclásico español que “Las cartas familiares que no tratan sino de la salud y negocios domésticos de amigos y conocidos son las composiciones más frías e insulsas del mundo” (Cadalso 1998: 183). Pero definitivamente, no es el caso de Aire de las Colinas. En estos textos, si bien se habla de la salud y los negocios domésticos, el lenguaje no es ni frío ni insulso, sino muy sabroso y cálido. Leer una carta dirigida a otra persona es ver por un postigo un espacio que no nos corresponde, por el tinte personal que revela. Sin embargo, un epistolario publicado es ya un texto literario que es útil al lingüista como expresión fidedigna de lo cotidiano. Su estudio es intrínseco, lúdico. Y de esa forma, lúdicamente, encontramos al escritor en ciernes en esos textos de un amor casi platónico. Como género literario, la epístola aspira a lo expresivo, no sólo a la información. Ese tono hace que las ideas expuestas en las cartas adquieran el matiz de lo poético sin perder desde luego su dimensión, su verdad y sentido práctico (Valdivia 2005: 26-27). La carta es pues una escritura que trasciende el territorio del autor, porque las cartas leídas con intención filológica nos dicen más que lo significado para el destinatario original, Clara en este caso. Espigamos en ellas elementos que nos revelan al gran escritor que será Juan Rulfo. En todo texto literario existen los lugares privilegiados o peritextos, como los epígrafes y los títulos. En las cartas son peritextos los saludos y las despedidas, los vocativos y las posdatas.

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El estilo de Rulfo: las cartas y su obra Las cartas reproducidas en Aire de las Colinas1 son 81. Rulfo no inicia sus cartas de amor, con las usuales palabras alambicadas. Escueto como era él, en las primeras llama a su novia: Muchachita, Criatura, Chiquilla y Mujercita, sin ningún adjetivo. Más adelante antepone, en ocasiones, pocas, el adjetivo querida; en las cartas posteriores al matrimonio es Querida madrecita o Querida mujercita. En los textos se repiten esas palabras como vocativos junto con otros que son bellas metáforas como las palabras que dan título al epistolario “Aire de las colinas” o bien “Ola tibia del mar” o “Montoncito de nubes”. Por otra parte, en muchas de las despedidas Juan se autonombra “Tu muchacho”, “tu muchacho consentido”, o pleonásticamente “tu muchacho tuyo”; varias veces sobre todo ya cercano el matrimonio y después éste, firma “tu hijo”. Juan Rulfo es, indiscutiblemente, un maravilloso narrador pero en su interior había también un escritor lírico. En los dos primeros textos de Aire de las Colinas, que son más poemas líricos que epístolas, se manifiesta el poeta que había en Rulfo. Los ofreció a Clara en 1944 y en ellos expresa su dolor por el plazo de tres años que ella puso para aceptar su noviazgo: Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. […] He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. (Rulfo 2000: I) Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, he mirado la noche. […] Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba. Fue a la hora en que diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma […] Hoy caminé despacio pensando en tus palabras. […] Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, me puse a mirar mi soledad y la encontré más sola (Rulfo 2000: II).

En las cartas asoma también la vena lírica en expresivas sinestesias: “Tienes los ojos azucarados” (Rulfo 2000: V), “con una sola mirada lo empapaste de ti llenándolo con tu cariño” (Rulfo 2000: XVIII), entre otras. También encontramos en los textos imágenes poéticas “A veces cuando pienso en ti de un hilo, tengo la impresión de estar viendo el mar y los árboles de los bosques” (Rulfo 2000: XXX). De manera semejante Pedro Páramo evoca su infancia con Susana: “Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío […] tú estabas mirándome con tus ojos de aguamarina” (Rulfo 1975: 16) o “No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del campo” (Rulfo 1975: 19). Luis Hars hizo una entrevista a Juan Rulfo acerca de su obra y del lenguaje usado en ella. El escritor le comentó que para liberarse del lenguaje retórico: […] escribí en una forma más simple, con personajes más sencillos. Claro que fui a dar al otro lado, hasta la simpleza toral, pero es que usé personajes como el campesino de Jalisco, que habla un lenguaje castellano del siglo XVI. Casi no habla más bien… (Hars 1984: 314).

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Al citar algún pasaje, señalaré en números romanos, el que corresponde a la carta en Aire de las Colinas. Las palabras de Rulfo van en cursiva, salvo en los cintillos. Las citas de Pedro Páramo señalan la página del ejemplar estudiado y las de El Llano en llamas, el cuento respectivo. Las de otros autores van con comillas.

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Y continúa: “Es un lenguaje hablado […]. Quería, no hablar como se escribe, sino escribir como se habla” (Hars 1984: 332-335). Y así como hablaba escribía a Clara el muchacho Juan, en lenguaje coloquial, en su idiolecto. José Alejos García se refiere a los “juegos de lenguaje” y afirma que existen tantos como usos particulares hay del mismo, porque hablar un lenguaje es parte de una actividad, es una forma de vida. “El significado de las palabras siempre depende el juego de lenguaje donde se encuentran […] en el contexto social y humano en que ocurren los fenómenos lingüísticos” (Alejos García 1995: 201). Así, cuando Juan escribe a Clara paradojas como: “eres muy chula, muchachita fea” (Rulfo 2000: VI), o recuerda su primer encuentro: “Cuando te vi pequeñita y pelona con tu cara de quiebraplatos, allá hace cosa de cuatro años, supe enseguida que tú eras la cosa que yo andaba buscando” (Rulfo 2000: XVI), ambos participan en un “juego de lenguaje”, puesto que expresiones como pelona, fea, quiebraplatos y el indefinido cosa, que denotativamente son peyorativas, entre ellos adquieren una connotación cariñosa. Herón Pérez en una Conferencia magistral titulada “El habla literaria de Occidente”2, señala que la creación de los literatos de esa zona de México, la región de Rulfo, tiene una doble dirección: por una parte están influidos por el medio ambiente y por otra, crean el ambiente con las palabras. Por tanto cada comunidad de hablantes forma su léxico de acuerdo a sus intereses. La simpática frase: “Desde aquí estoy viendo que está muy gordita, toda ella redonda como un tejocote maduro” (Rulfo 2000: XLVII) nos refuerza lo dicho por Herón ya que el tejocote es un árbol de la región. El idiolecto regional de Juan permea todas las cartas. Los prefijos intensificativo re y rete abundan en ellas; Chula, Chamagosa y Chorreada, como en ocasiones llama a Clara son palabras del léxico popular en la época. Rulfo nos dice de Matilde Arcángel que era chula. Pero hay muchas palabras del idiolecto rulfiano en su obra: tiliches, atarantado, corajudo… No podemos olvidar los tiliches de que tenía llena su casa Eduviges Dyada (Rulfo 1975: 14), ni cuando Damiana recuerda los zapatazos que daba Pedro cuando estaba corajudo (Rulfo 1975: 110); la vaca Serpentina de “Es que somos muy pobres”, al decir del narrador, “nunca fue tan atarantada”. Encontré también en las cartas un desdoblamiento a la manera de: Juan te manda muchos besos. Ése es el encargo que me hace. (Rulfo 2000: LVI) Cuéntame también cómo se ha portado esa muchachita a la que quiero tanto (Rulfo 2000: X). Salúdame a ella. Mírate en el espejo y di: te manda saludar y abrazar y besar mucho aquel pobre muchacho que te quiere tanto” (Rulfo 2000: XVI).

Ella y Clara, tu muchacho y Juan, como si fueran cuatro personas. Un rasgo frecuente en la escritura de Juan Rulfo es el de terminar un párrafo con una oración corta, contundente que condensa todo lo anterior: “A veces me imagino que hace ya tiempo que te casaste conmigo y que estás de vacaciones allá en tu casa y que pronto volverás y entonces ya no me separaré de ti. A veces pienso eso (Rulfo 2000: XVII)3. Este rasgo es una característica de la narrativa rulfiana. En el cuento “La Cuesta de las comadres”, encontramos: “Es seguro que les sobraban ganas de pelearse con los Torricos para desquitarse de todo el mal que les habían hecho; pero no tuvieron ánimos. Seguro eso pasó.” (Rulfo 1983: 18). Y en 2

Herón Pérez.”El habla literaria de occidente”, Conferencia Magistral en el Segundo Coloquio de Literatura Regional en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. 3 Las negritas son mías.

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“Talpa” “…pero, así y todo, lo llevamos empujándolo entre los dos, pensando en acabar con él para siempre. Eso hicimos” (Rulfo 1883: 57). Entre los temas que trata Juan Rulfo en sus cartas a Clara, encontré muchos que nos reflejan el alma del escritor: su amor, la soledad, su autopercepción, sus preocupaciones y sus pasatiempos, sus primeras obras y la felicidad por el nacimiento de sus primeros hijos. Trataré sólo algunos. Juan se siente solo, prácticamente carece de familia, sus hermanos están lejos física y espiritualmente. Poco alude a su vida pasada. Sus recuerdos son los de un niño solitario, que se refugiaba en la lectura: Desde que estuve en la escuela (…) comenzó a formárseme el sentimiento de que estaba solo en la vida y de que nadie me quería. Llegué a llorar por eso, arrinconado en algún lugar oscuro. Y aunque tenía hermanos estaba lejos de ellos. Así hasta que crecí […]. Nadie. La pura soledad. (Rulfo 2000: XX).

Esta soledad es la misma de Pedro Páramo cuando “Cerró la puerta y abrió sus sollozos, que se siguieron oyendo confundidos con la lluvia.” (Rulfo 1975: 19). A su padre, asesinado en 1924, cuando el futuro escritor era un niño como Pedro cuando asesinaron al suyo, casi no lo menciona. De su madre ofrece a Clara un recuerdo apasionado, para pedirle que de alguna manera la sustituya: Clara, mi madre murió hace 15 años; desde entonces el único parecido que he encontrado con ella es Clara Aparicio, alguien que tú conoces, por lo cual vuelvo a suplicarte le digas que me perdone si la quiero como la quiero y lo difícil que es para mí vivir sin ese cariño que tiene ella guardado en su corazón. Después de mí madre, a la única a la que tengo que agradecer lo que ha hecho por mí, es a ti (Rulfo 2000: XII).

Por primera vez firma una carta como “tu hijo Juan”, el 4 de septiembre de 1947 (Rulfo 2000: XXXVI), y es muy emotiva la despedida de otra: “Muchos besos para ella y un puro y fuerte e inseparable abrazo de su muchacho, hijo único y consentido.” (Rulfo 2000: LIII). La orfandad y su soledad le ayudaron a forjarse un mundo interno muy rico. Clara es su fuerza ante las dificultades de la vida y Juan implora ayuda una y otra vez: Pedí tu confianza….te pedí que me ayudaras, lo hice como se pide una cosa que nos hace mucha falta” (Rulfo 2000: XVI). “Por esa razón te pedía yo consuelo…Yo te pedí ayuda una vez y ahora la necesito, pues estamos luchando para los dos, para hacernos nuestro propio mundo, el que yo sé que existe […]. Y eso tú y yo lo podemos hacer (Rulfo 2000: XII).

Hay ecos de las cartas de Juan cuando Pedro Páramo suplica a Susana: “Ayúdame Susana” (Rulfo 1975: 14) o cuando Tanilo, en “Talpa”, ruega a Natalia: “¡Ayúdame a estar contigo!”. En la carta aludida hay otra frase: La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados, que se repite casi textualmente en boca de Dorotea, dirigida a Juan Preciado: “Vamos a estar mucho tiempo enterrados” (Rulfo 1975: 65). Juan era un soñador y dejaba volar la imaginación, que por entonces, le ayudaba a sobrellevar la ausencia de Clara a quien escribe: “Me fui a pasear otra vez al cerro. Ha llovido mucho y hay flores y todo está verde […] Y en cuanto me metí entre los árboles comencé a platicar contigo largamente” (Rulfo 2000: XXIV). Otra ocasión le cuenta que soñó con Tapalpa

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“ahí era donde vivíamos nosotros, tu y yo en mitad de aquella tranquilidad, en medio de los pinos” (Rulfo 2000: XXII), frases que nos recuerdan la utópica Comala, de Lola Preciado. Percibimos su honda preocupación por los obreros de la fábrica donde trabajó: “Ellos no pueden ver el cielo, viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo […] Siempre así incansablemente, como si sólo hasta el día de su muerte pensaran descansar” (Rulfo 2000: XII). Casi un antecedente de los ecos de los muertos de Comala que: “Tal parece que estuvieran enterrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras” (Rulfo 1975: 45). Noticias de la obra de Rulfo en Aire de las colinas Luis Hars, todavía en vida de Rulfo, escribió: “es un hombre que no sabe bien como llegó a la literatura –le despertó tarde la vocación– salvo que un día amaneció con ella” (Hars 1984: 313), lo que considero inexacto, basándome en los indicios percibidos en las cartas analizadas. En éstas confiesa su amor por los libros desde pequeño: “Una vez vinieron los Reyes Magos y le trajeron un libro lleno de monitos donde se contaban historias de piratas […] desde entonces no tuvo otro quehacer que estarse leyendo esa clase de libros” (Rulfo 2000: XXI). En una carta anterior relata que pronto se cansaba de jugar y se ponía a leer y “Ahí me estaba lee y lee día y noche hasta que me apagaban la luz” (Rulfo 2000: XVI). Esto demuestra que para el niño Juan su mejor juego era la literatura, su manera de salvarse de la soledad. Sus obras conocidas se comenzaron a publicar al final de los años cuarenta, pero es muy probable que hayan existido textos anteriores, aunque quizá el celo perfeccionista que caracterizó a Rulfo no les haya permitido salir a la luz. A través de las cartas a Clara nos enteramos de sus primeras publicaciones: Me van a publicar un cuento en una antología de Cuentistas Mexicanos, “Nos han dado la tierra”. Yo les había entregado otro que se llama “Es que somos muy pobres”, pero lo encontraron subido de color (Rulfo 2000: XV).

Desde esta época trabaja en lo que será Pedro Páramo: “No he hecho sino leer un poquito querer escribir algo que no se ha podido y que si llego a escribir se llamará: ‘Una estrella junto a la luna’” (Rulfo 2000: XXII), nombre de los primeros fragmentos que publicó de su gran obra. Después le comunica a Clara que en la revista América acaba de salir: “Es que somos muy pobres”. Juan se queja de que no tiene la tranquilidad necesaria para ponerse a escribir como él desea: Es que he estado fallando en eso de escribir. No me sale lo que yo quiero […] Si logro hacer ese de “Una estrella junto a la luna” […] te lo mandaré a la carrera antes de publicarlo para que le des el visto bueno. Eso lo haré cualquier día de estos. Cualquier día en que llegue a sentirme tranquilo (lo dudo mucho) aunque yo sé bien que no será posible hasta que no encuentre la manera de tenerte a un ladito mío y pueda estar viendo a esa gentecita a la que quiero tanto (Rulfo 2000: XXXV).

La radio comienza a difundir la obra de Rulfo y así se lo informa a Clara: Mañana (miércoles 29 de enero de 1948) a las siete y media van a leer algunos pedazos por la XEX de mi último mamarracho, aquel que yo te platiqué que se iba a llamar “La Cuesta de las Comadres” (Rulfo 2000: LXII).

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Hacia 1950 esperaba ver publicado un libro, posiblemente El llano en llamas, pero como informa a su novia, se pospuso por falta de presupuesto. Asimismo está en espera de que se publique uno de sus reportajes con fotografías, el del Castillo de Teayo. Las últimas quince cartas fueron escritas después su matrimonio con Clara, pero siguen permeadas por el amor a su esposa, quien en este lapso lo convierte en padre en dos ocasiones. Percibimos a un Juan feliz por su paternidad, pero sufriente al no poder estar con su familia ya que, por razones económicas, debió aceptar un cambio en su trabajo y desempeñarse como vendedor de llantas a lo largo y ancho del país. Confiesa: “He estado bien achicopalado. Quisiera estar en casa junto a mi mujercita y mi hijo” (Rulfo 2000: LXIX). Las cartas fechadas en Tuxpan, el 21 de agosto de 49, y en Jalapa, en octubre del mismo año, son estremecedoras, nos muestran a un Juan cada vez más desesperado por un trabajo que lo mantiene alejado de su familia, angustiado por el factor económico: “Si al menos esto nos dejara algo, algo con que asegurar el mañana, tal vez lo mereciera, […] La vida no es ésta” (Rulfo 2000: LXXII); y es que el escritor que era Rulfo se siente aprisionado por un trabajo que además de mantenerlo alejado de su familia no le da la tranquilidad que necesita para dar a luz la obra que lleva dentro. Desde Jalapa escribe el poeta: “Por las noches deja de llover agua, pero siguen lloviendo recuerdos dentro del corazón de uno y el amor se vuelve loco porque no encuentra por ningún lado a la mujercita amorosa y amada.”. Palabras que recuerdan un monólogo de Pedro Páramo: “Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y cada que respiraba suspiraba, y cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana.” (Rulfo 1975: 19). Las últimas cartas fueron escritas cuando Clara partió a Guadalajara para que naciera su segundo hijo. En la última, del 16 de diciembre de 1950, Juan se muestra emocionado por el nacimiento de su primer hijo varón y en tono festivo expresa: He sabido ya lo que hiciste, la enorme travesura que hiciste. Has traído un hijo nuevo al mundo. Alguien que te cuidará cuando ya no puedas con la vida […] ahora sé por qué te fuiste a Guadalajara para que naciera. Querías que fuera de Jalisco, tequilero, para que de grande salga muy macho y muy borracho. Ahora lo sé. Esta carta debería ir sin palabras. Sólo llena de besos y del gran cariño que te tengo. Molerte a besos en el gran molino de mi corazón […] fíjate que ahora ya somos cuatro y antes era yo solo y muy metido en medio de la noche. Tú has traído gente a esta casa. Primero tú y luego esas visitas de tu hija y de tu hijo […] Tú recibe un abrazo infinito de tu Juanucho y muchos, pero muchos besos de este muchacho para ti y para nuestros hijos (Rulfo 2000: LXXX).

Juan dejó el trabajo en 1952, el día de Nochebuena. La paz que eso le trajo y la compañía de Clara y de sus hijos contribuyeron a que el escritor saliera definitivamente a la luz. En 1953 apareció El llano en llamas y en 1955 esa obra maestra que tituló, finalmente, Pedro Páramo, que ha cumplido medio siglo de existencia y sigue tan nueva como hace cincuenta años.

Bibliografía -ALEJOS GARCÍA, José (1995): “Jugar y dialogar. Lenguaje y sociedad en Wittgenstein y en Bajtín”, en COHEN, Esther (editora), Aproximaciones. Lecturas del texto. México: UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, pp. 197-222. -CADALSO, José (1998): Cartas Marruecas. Madrid: Edimat Libros. -HARS, Luis (1984): Los nuestros. México: Hermes.

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-RULFO, Juan (1975): Pedro Páramo. México: FCE. -RULFO, Juan. (1983): El llano en llamas. México: SEP. -RULFO, Juan (2000): Aires de la colina. Cartas a Clara. México: Plaza y Janés. -VALDIVIA, Benjamín (2005): Senderos de un publicista. Diálogos con la obra de Eulalio Ferrer. México: Universidad de Guanajuato, Azafrán y Cinabrio, ediciones. -VITAL, Alberto (1994): El arriero en el Danubio. México: UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas. -VITAL, Alberto (1995): “Teoría de la recepción”, en COHEN, Esther (editora), Aproximaciones. Lecturas del texto. México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, pp. 237-256. -VITAL, Alberto (2004): Noticias sobre Juan Rulfo. México: UAA/Editorial RM.

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