The tragedy of forced displacement

Universidad Externado de Colombia From the SelectedWorks of Fernando Estrada February 26, 2010 The tragedy of forced displacement Fernando Estrada ...
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Universidad Externado de Colombia From the SelectedWorks of Fernando Estrada

February 26, 2010

The tragedy of forced displacement Fernando Estrada

Available at: http://works.bepress.com/fernando_estrada/37/

The tragedy of forced displacement [El drama del desplazamiento forzado] (Spanish) Fernando Estrada

Estar de paso, siempre de paso. Tener la tierra como posada, tenerlo todo como prestado, no tener sombra sino equipaje, tal vez mañana, mañana o nunca... Letanías del desterrado Miguel Ángel Asturias

La gallina saraviada tiene una mirada temerosa. Y rodeando su encogido cuerpo, vemos las manitas de la niña, cuya cara parece jugar sonriente frente a un incierto objeto a la distancia. ¿Quién protege a quién?. Fuera de contexto, la fotografía de Abad pareciera recrear un divertimento mutuo, una escena tierna de infancia. Pero no, la niña y la gallinita escapan de la guerra y la barbarie en el corregimiento de Puerto Alvira en Mapiripán. Después de que miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) asesinaron a 21 pobladores de este corregimiento, cerca de 500 familias huyeron a otras regiones del país, tras la amenaza de que debían desalojar la zona antes de una semana por ser “colaboradores de la guerrilla”. En su huida las familias sólo podían cargar con los enseres de uso personal. La niña toma la gallinita saraviada, su único patrimonio1. Es posible que para el resto de su vida la niña tenga privada el alma, alejada de su familia, desterrada de la comunidad, exiliada de su tierra, perdida entre las multitudes de la diáspora. La literatura que hoy tenemos en Colombia comienza a abundar sobre Revista Número 27, Diciembre 2000. enero. Febrero 2001. Este artículo comenta el trabajo fotográfico de Jesús Abad Colorado, incluido bajo el título”: Adentro y afuera, la guerra estremece” en las páginas 30- 44. 1

este tópico. Uno de los últimos documentos narrativos de la escritora Laura Restrepo: La multitud errante2, comprende casi en todos sus matices el drama del desplazamiento interno colombiano, uno de los más agudos en el mundo, si comparamos las cifras de refugiados dadas anualmente por la ONU3. En efecto, según esta entidad en lo que va corrido de 1951 hasta 1995, se pasó de un millón a 27 millones de refugiados. Por cierto, sin tomar en cuenta bajo esta medida el enorme crecimiento de la “migración interna” propia de las guerras que se libran dentro de cada país. Las cifras oficiales no estiman tampoco los miles de refugiados que salen de sus países en busca de trabajo o, sencillamente desesperados por escapar a cualquier parte. Para la magnitud de los desplazados que llegan del campo a las ciudades capitales e intermedias no se tienen estadísticas precisas: en el año 2000 la ONU contabilizó oficialmente 380.000 afganos, 400.000 burundies, 600.000 chechenos, 280.000 colombianos (realidad que está lejos de tal cifra), 1.2 millones en ambos Congos, 100.000 kashimires, 500.000 indonesios, 200.000 en Sierra Leona, y un millón de kosovares. Muchos desplazados van cambiando permanentemente de lugar, con lo que resulta imposible tener datos confiables. Sobre este fondo de cifras inciertas, aproximadas, tentativas, la gravedad del desplazamiento no es únicamente la pérdida de los mínimos bienes de la casa, o la desolación de pequeños poblados, sino la implacable amenaza de perdurabilidad de una cadena de venganzas y violencias que van circulando sin dirección4. En el caso específico de Colombia, de las 317.375 personas en situación de desplazamiento estimadas por el Sisdes para el año 2000, 52.229 lo hicieron en forma de éxodo masivo (16.4% del total estimado), lo cual confirma que el fenómeno del desplazamiento durante el año pasado se caracterizó por los éxodos en masa. Esta cifra es calculada a partir de grupos de 50 personas. Codhes valora como crítico el desplazamiento forzado de cualquier persona Laura Restrepo, La multitud errante, Bogotá, Editorial Planeta, seix barral, biblioteca breve, 2001, pp. 11-138. Véase además el artículo: ”Notas para la conceptualización del desplazamiento forzado en Colombia” de María Teresa Uribe, en Estudios Políticos julio-diciembre de 2000, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, 17, pp. 47-72. 3 Datos tomados de la página Internet: http://www.acnur.org/ ; 4 Véase el diálogo entre María Teresa Uribe y el sacerdote italiano Sante Cervellin en La Revista del Espectador / junio 24 2001, pp. 8-13 2

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y con mayor razón en los casos de desplazamientos masivos, por lo tanto para el análisis se asume este rango como variable comparativa. Los municipios mayormente afectados y que recepcionaron al menos cuatro éxodos fueron El Carmen de Bolívar (Bolívar) con un total de 5.150 personas, Yondó (Antioquia) con 1.165, Neiva (Huila) con 2.400, Buenaventura (Valle) con 4970. Otros municipios que registraron tres éxodos -pero no por ello una cantidad menor de personas- fueron: Cocorná (Antioquia) con 2.325 personas, Cartagena de Indias (Bolívar) 1.250, Barrancabermeja (Santander) 1.370, Chaparral (Tolima) 1.000, Rioblanco (Tolima) también 1.000 y Jamundí (Valle) 1.700 personas. Los desplazamientos masivos abarcan también zonas de frontera con Ecuador, Panamá y Venezuela, con un impacto creciente en comunidades indígenas y afrocolombianas. Entre tanto, la desatención del Estado frente a la población que se encuentra en medio de la guerra, obliga diariamente a una gran cantidad de personas, a huir de las masacres y amenazas de asesinatos masivos o selectivos en las zonas de conflicto

En lo corrido del año 2000, debido a la intensificación del conflicto armado, aproximadamente 15 mil colombianos cruzaron algunas zonas de las fronteras de Colombia con Ecuador, Panamá y Venezuela. El Bajo Putumayo (Putumayo), zona de aplicación del Plan Colombia, fue la región más afectada por la confrontación armada y por ende, la que presentó un mayor número de colombianos desarraigados. Desde esta región se generó el éxodo masivo más significativo hacia el Ecuador (alrededor de 7 mil personas). ¿Quién representa a las víctimas del desplazamiento en la cultura, en la literatura, en la política? ¿Quién intermedia económicamente ante la escasa ayuda que se les ofrece?. Son preguntas que requieren una valoración adecuada del fondo del drama; allá, donde están los verdaderos afectados por esta calamidad social5. Véase el trabajo esclarecedor desde la Filosofía, en Reyes Mate: La razón de los vencidos (titulo que copiamos para este artículo), en especial su prólogo: “Ilustración y espíritu judío o la razón de los vencidos”, ed. Anthropos, Barcelona 1991, pp.7- 89. 5

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Porque el más grave dolor del desplazamiento será sin duda el destierro individual, la expatriación y emigración frente a la que no se está nunca lo suficientemente preparado. En un artículo de la revista Letra Internacional, leemos a Guillén Martínez refiriéndose al problema sobre la emigración actual en el corazón de Europa, “Ni idea”, ¿cómo explicar la emigración cuando los emigrantes no la explican?, Se pregunta, ¿cómo explicar la emigración en un país que carece de historia?. En un pueblo mediano, el propietario de unos edificios ha decidido no mantenerlos. Los alquila a precios irrisorios a emigrantes negros. Los servicios no funcionan, pero tienen techo. Agrupados en un barrio pequeño, con pocas posibilidades de relación con otras personas, y con pocas posibilidades de salir de ese barrio, es decir, de poder pagar un alquiler corriente. Me interesa ir a ese barrio. Hablo con algunos representantes de la comunidad. No quieren que vaya. Hablar del tema, me dicen, empeoraría las cosas. “¿Si hablo del tema se hundirían los techos?”. Fin de los contactos. ¿Quién tiene razón? Ni idea6. En Colombia se amontonan en cualquier lugar. Algo significativo tiene sin embargo, saber que en la experiencia de los desplazados no hay la esperanza del retorno, que la huída les condena a sobrevivir empujados hacia delante, desactivando su propia memoria. María Teresa Uribe lo declara en estos términos: “ Si nosotros no entendemos la necesidad del resarcimiento moral que hay que hacerles a las personas que están dolidas porque perdieron su vida, no una casa, no una vivienda, sino el entorno, sus vecinos, el lugar de trabajo, sus recuerdos, su memoria individual, su vida, o sea, que se está arrancando no solamente una vivienda, sino su entorno vital. Su memoria individual es como su tierra, nunca se va a acabar con el ánimo de venganza”7. La literatura de testimonio, muy a nuestro pesar, es escasa para quien tenga interés en conocer a fondo su situación, con lo que la experiencia de los afectados no puede recuperarse. Sin embargo tenemos esta otra literatura del destierro, de la emigración forzada, que nos permite examinar las huellas de carácter social y político de esta singular experiencia. Estructurada en un eje con dos 6 7

Letra Internacional 68, Madrid, 2000, pp. 38- 65. Op. Cit. P.8

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dominios de conciencia que parecen orientar el desplazamiento: la memoria y la alineación. Estos serán los materiales para reconstruir algo de lo que pasó y de lo que pasa, de lo que se perdió definitivamente y de la alineación con aquello que se encuentra. Sobre esto último –el desarraigo, las penalidades, el racismo, una cara del problema- la agonía sobreviene con la orden de desalojar el lugar donde se ha vivido. Para el intelectual y filósofo judío-alemán Teodoro Adorno, esta alineación es penetrante y agónica, se trata de una experiencia que se remonta en la literatura de Conrad, Rushdie, o Said: “ cada intelectual en la emigración, escribe Adorno, está, sin excepción mutilado”, “Su idioma, continúa Adorno, se ha desposeído, y la dimensión histórica que nutrió su conocimiento pierde la savia”. “La situación se exacerba por la presencia de facciones dentro de la comunidad de emigrantes en diáspora; porque todo lo fundamental se ha equivocado, las perspectivas se rompieron”, “sus esfuerzos por organizarse políticamente parecen inútiles... la esfera pública exige conformidad absoluta (un tácito juramento de obediencia y adaptación), mientras tanto, “la vida privada se afirma, entre sobresaltos, aferrándose cada uno como una fiera herida a lo que le queda para demostrar que aún se está vivo”8. Un estado psicológico malhumorado subraya los forcejeos comunes a las comunidades desplazadas que cubren con esta alineación: manteniendo símbolos y rituales comunes, mientras se recuerda una historia que le de sentido al desplazamiento, y buscando la seguridad en una supuesta homogeneidad inducida de tipo político. Cada uno de estos actos depende de un tipo de memoria9. Desde comienzos del siglo XX el desplazamiento ha sido tema de una literatura fragmentaria, ligada a una experiencia individual y colectiva de deshumanización. “El destierro se pensaba como una condición difícil”, escribe Eva Hoffman en su riguroso ensayo: Los nuevos nómadas. El desplazamiento involucra consigo una experiencia de dislocación, desorientación, alineación, división de sí. Una identidad escindida que sin prescindir del dolor intenta su Theodor W. Adorno: Mínima Moralia, Reflexiones desde la vida dañada, versión castellana de Joaquín Chamorro Mielke, ed. Taurus, Madrid, 1998. 9 Véase el artículo de Donny Meertens: “Víctimas y sobrevivientes de la guerra, tres miradas de género” en Revista Foro, junio de 1988, Bogotá, pp.19-35 8

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recuperación desde dentro como única reacción a los límites demarcados por los verdugos. Por contraste, en el dominio de la televisión y sus efectos de masas, encontramos también la espectacularidad del sufrimiento, las imágenes de los desplazados se pueden volver más o menos fascinantes. Un bocado de sobremesa. El problema político se vuelve asunto de moda, material desechable que usan y tiran los propietarios de canales y medios. Lo que Adorno encontró como alienante - la mutilación en toda su más cruda dimensión: mutilación de la patria, mutilación en la nueva tierra, el destierro de los amigos, de la familia. Hoffman llama a esto ásperamente: “nuestro posicionamiento psíquico preferido”. Las diversas formas y manifestaciones del arte visual y literario de principios de siglo, no quisieron ver lo obvio, fue la denuncia de pensadores como Georg Lukás: “creando por fuera de la realidad la fantasía de un hombre trascendental”. Y ni que decir del cubismo, proyectando relaciones humanas y espaciales sobre discontinuidades discordantes. La extravagancia liberaba la conciencia social de responsabilidades. Muchos intelectuales optan por cerrar los ojos y pintan mundos surrealistas10. Así, la condición del desplazamiento se comprendió a través de la autoidentidad creciente de los intelectuales y las simpatías convencionales de la gente hacia las dificultades de las víctimas. Esta última imagen del desplazado, sin embargo, generada por el número creciente de casos, y el alcance mundial de los medios de comunicación, probablemente ha reemplazado con una expresión más heroica, la vieja noción romántica del destierro individual, asociada frecuentemente con el privilegio. Hoy en día son los desplazados a quienes atribuimos las cualidades de calamidad social y política, tragedia y pérdida. Algo ha cambiado. Una nube gris se extiende fantasmal. Esta imagen del desplazado no se presenta en ninguna otra parte de modo más dramático que en la fotografía. Y para ilustrarlo veremos una muestra de Jesús Abad Colorado, coautor del libro: El desplazamiento forzado en Colombia (Cinep, 1997). Abad Colorado es notable en su destreza para captar el horror de la masacre y el desplazamiento, en imágenes que despliegan fondos dolorosos Algo de ello encontramos en la serie de dibujos del pintor francés André Masson titulada: Massacres, para un estudio cuidado de la serie véase: “violencia y diferencia: las massacres de André Masson”, en La balsa de la Medusa, 37, 1996, Madrid, pp. 27-49. 10

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llenos de contraste entre el negro y el blanco. Una de sus últimas exposiciones: “adentro y afuera la guerra estremece” comprende este patetismo realista del desplazamiento. La imagen del niño abrochando un botón de la camisa de su padre cuyo cadáver yace abandonado sobre una camilla, después de la toma paramilitar del municipio de San Carlos, en el oriente de Antioquia. Una mirada que parece haber perdido el dolor: sólo puede percibirse cuando se aprecia que el cuerpo que cuida está muerto, el niño configura verticalmente la vida en medio del cuadro desolador. Varias fotografías son paisajes de horror, campesinos, mujeres y niños que escapan por trochas en medio de montañas agrestes. Las veredas y poblados del Oriente Antioqueño, de Pavarandó, de Turbo y Necoclí. La columna de féretros llevados por familiares y amigos que desciende por un angosto camino en Machuca luego de la voladura del tramo del oleoducto por parte del Ejército de Liberación Nacional, ELN. Abad Colorado demuestra talento artístico, sus imágenes estampan para la memoria histórica una de las peores catástrofes humanas de Colombia en el siglo XX. Dentro de la cubierta de un avión de la Fuerza Aérea colombiana, niños y mujeres se apretujan, no comprenden por qué deben abandonar su lugar de origen, no saben tampoco porqué lloran los adultos, pero sienten un aliento frío que les congela el alma, que los dejará de por vida marcados por una suerte en extremo caprichosa. Un grupo familiar desplazado de la vereda de la Unión, en la serranía de Abibe, corregimiento de San José de Apartadó. Una mula cargada por ambos costados con los enceres domésticos trota por un camino pedregoso, detrás de ella una mujer, luego dos niños, y sobre la canasta que uno de ellos soporta en la cabeza, la imagen de la Virgen del Carmen. En esta otra fotografía, un caballo viejo lleva en su lomo el cadáver de un supuesto guerrillero de las Farc, después de que este grupo intentara tomarse una población del Municipio de Dabeiba.

Es fácil quedar impresionado con estas fotografías que contienen una combinación de lo sublime e historias de dolor. El riesgo sin embargo, es que el observador se pueda llevar una impresión indeleble del “desplazado” como un símbolo universal del sufrimiento, una víctima pasiva, un

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juego de ojos llorosos que afecta la visión como una masa indiferenciada. En el periodismo colombiano, particularmente en la televisión, la repetición diaria de las imágenes de las masacres o de los desplazamientos, tienden a convertir el dolor en espectáculo. La imagen de Omaira en la catástrofe de Armero llegó a tornarse tan romántica que, de tanto repetirse en la fotografía, alejaba el verdadero dolor. O esa otra fotografía de la violencia de los años cincuenta, en la que un puño cerrado agarra la cabellera de la cabeza degollada a un campesino. En cada uno de esos retratos, la pérdida de contexto histórico es notable. El arte cambia el sitio de las víctimas desvalidas, cuando lo cierto, sólo dentro de su historia y narrativa se recupera selectivamente una realidad más compleja y escalofriante. En esta colección que comentamos, Abad Colorado muestra un especial interés en las mujeres y los niños, en la representación de su dolor e impotencia. Su fotografía en San Andrés de Sotavento (Sucre) es típica de estos cuadros. Las manos encallecidas y maltratadas de la madre reposan sobre los hombros del niño sin camisa . La imagen corresponde al desmembramiento obligado y cruel de la vida familiar, del entorno, de la tierra, a la pérdida de amigos , vecinos y animales con los cuales se compartía la vida toda. Son gentes que viven en condiciones deplorables. Es el sufrimiento patético de quienes resultan desterrados –violentamente expulsados de sus lugares de origen- sin llevar nada consigo. El trabajo del fotógrafo antioqueño se mueve sin embargo, más allá del sentimentalismo, hasta inquirir con las imágenes preguntas incomodas a una sociedad que parece indiferente ante el dolor de sus propios hijos. En la inmensa estela de estas fotografías se pueden adivinar los riesgos y peligros a lo que se expone el autor, ir a los escenarios de esta tragedia y lograr con una instantánea dejar para la memoria lo que significa el vacío de miles de colombianos. En mayo de 1997, en el Coliseo de Turbo en el Urabá antioqueño, logra una toma del rostro de Carmelina, una niña desplazada que, junto con su familia ha permanecido durante dos años en un cambuche. Con el apoyo de la iglesia y de organismos internacionales, pudo regresar con sus vecinos al Cacarica. El rostro presenta signos de desesperanza, cicatrices de dolor que se prolongarán durante largo tiempo. Sumadas, las imágenes constituyen un documento histórico invaluable.

O examínese la fotografía de la familia que lleva el ataúd en una vieja carretilla, en ausencia de cualquier comodidad, sin más dolientes que la pala atravesada horizontal. La imagen señala los hechos en bruto: estas son familias humildes, sin recursos, forzadas a salir ante las amenazas de los grupos armados. El caserío donde vivían estas personas fue probablemente arrasado. La historia en la fotografía nos dice varias

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cosas: que estas mujeres jóvenes con sus hijos, deberán luchar y trabajar muy lejos de sus pueblos para ganarse el pan de cada día, entrarán a engrosar las masas de desheredados que hoy mendigan en las calles de ciudades capitales o que, en el mejor de los casos, conseguirán vender cigarrillos a menudeo o agua en bolsas plásticas en los paraderos de cada esquina de la ciudad. Las calles se convertirán en trincheras desde las cuales deberán entrar en abierta confrontación con otras mujeres y otros hombres desheredados, se trata de un físico estado de sobrevivencia darwiniano. Al ingresar a las ciudades los desplazados van ocupando espacios marginales, muchos prefieren el silencio, el completo anonimato. Se vuelven invisibles para el gobernante, para las entidades de control. Su tragedia no existe. En cada fotografía de esta entrega, Abad Colorado no se guarda nada sobre la crueldad de la guerra contra la población civil, no oculta preferencialmente a ningún victimario, paramilitares, guerrilleros, fuerzas del “orden” o ilegales, se cruzan en las imágenes. No hay lugar para una inocencia inmaculada dado que, las víctimas de hoy, pueden ser los victimarios del mañana.

EL ÉXODO AFGANO El éxodo de mujeres y niños afganos hacia Pakistán desconcierta por su alarmante cantidad. Un número cada vez mayor de familias pagan a contrabandistas para poder huir de los ataques y las bombas que dejan caer los aviones de combate. La agencia para los refugiados de Naciones Unidas, UNHCR, estima en un promedio de 1000 personas por día los que pueden haber cruzado hacia la provincia de Baluchistan en el último mes. Sin embargo, el paradero de cientos de afganos aventurados a cruzar las fronteras con los países vecinos es desconocido. A lo largo de la frontera entre Irán y Afganistán una caravana de refugiados libera sus propias ansiedades de supervivencia. Han salido de sus pequeños poblados debido a los ataques aéreos. Van hacia las escarpadas montañas, escapan hacia el campo. Y huyen por igual al paramilitarismo de los Talibanes, quienes por su parte,

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han impuesto perentoriamente la orden de ocupar los frentes de batalla a los jóvenes adolescentes y sus padres. El drama se vuelve más intenso porque los países vecinos han cerrado sus fronteras con Afganistán. Esto ha obligado a las familias “literalmente” a un azaroso rebusque para salir pronto de sus lugares de origen. El desplazamiento se ha convertido para otros en un verdadero negocio, el contrabando del éxodo aumenta cada día su precio. Un viaje, por ejemplo desde Kandahar en Afganistán hasta el sur de Quetta (cerca de la frontera con Pakistán) cuesta unos $300.000 para una familia de seis integrantes. Según Naciones Unidas, la ayuda para los damnificados por esta tormenta bélica se hace cada día más difícil, muchos desplazados se hacen invisibles por el temor que tienen a ser deportados de nuevo a Afganistán. Distintas organizaciones en Pakistán contribuyen con comida y vestuario en medio de duras circunstancias de duelo y desconfianza. En al región de los resguardos y campamentos improvisados por UNHCR, la escasez amenaza las mínimas condiciones de alimentación de los refugiados. No llegan los recursos económicos para subsidiar la estadía de movimientos ahora inmensos de mujeres y niños que deambulan sin descanso. Este trabajo humanitario contrasta con la gigante huella de pérdida que tienen las familias afganas. En la experiencia interior de cada uno, el vacío que ahora experimentan tomará concreción en un resentimiento étnico casi inevitable Con respecto al número de refugiados que entran en Pakistán a través de las rutas legales o informales en el área de Chaman, en la Provincia de Baluchistan, la agencia de refugiados no cuenta con datos precisos. En las noches las rutas son prácticamente invadidas por caravanas de familias. En lo que va de octubre, se cree que a esta región han llegado cerca de 12.000 refugiados.

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En las zonas de las fronteras del norte junto a la Provincia de Baluchistan que comparte territorio con Afganistán, UNHCR ha informado el desplazamiento de 1,000 personas por día. Otros cruzan montañas hasta llegar a Pakistán a través de 13 rutas. En estos lugares la situación de inseguridad es también otro facto a tener en cuenta. Salteadores de caminos, contrabandistas y paramilitares se disputas palmo a palmo cada sector de las montañas. Algunos afganos han tomado la decisión de tomar la dirección opuesta. Siguiendo los riesgos propios de un bombardeo tan contundente como el desatado por los Estados Unidos, prefieren volver voluntariamente a su país, llegar hasta los suyos, sus familias, parientes y vecinos. Naciones Unidas ha levantado tres campamentos en la provincia de Baluchistan para recibir a los refugiados, mientras en las provincias de la frontera Norte están intentando identificar y preparar 15 sitios que podrían alojar a 150,000 personas. El trabajo con los desplazados se encuentra sin embargo, sujeto a las mínimas condiciones de seguridad. Muchos miembros de las brigadas de apoyo han tenido que retornar a sus casas o permanecer en los hoteles debido a las amenazas que rondan por los lugares del éxodo. DEL CAMPO A LA CIUDAD El alcance de este fenómeno mundial tiene hoy un impacto brutal. Los rasgos del destierro y el desplazamiento expresan abiertamente las dimensiones de una problemática estructural de gran alcance: la experiencia de trasladar un poblado de la Amazonía a Sao Paulo es tan tremendo como mover, piénsese, a Jerusalén Oriental hasta Amán. El drama de los campesinos desplazados tiene, entre uno de sus lugares comunes, el siguiente: Se desligan familias y tradiciones de su cultura agraria y se tornan vulnerables ante la conducta agresiva de la vida en la ciudad, caen intempestivamente a un mundo desconocido. Ahora, a cambio de un ambiente familiar de vínculos solidarios, de una lengua común y de expresiones confiables de intercambio cotidiano, deben afrontar la rudeza de

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lugares inhóspitos, con personas diferentes, entre las asperezas agónicas de necesidades básicas. Todo el fondo mundial del éxodo que Fugitivos de la India, foto de venimos comentando se destaca en Sebastiao Salgado la monumental obra fotográfica sobre las Migraciones del brasileño Sebastiao Salgado. Sus 360 fotografías expuestas en los principales salones de arte moderno, tienen un valor sorprendente. Entre los énfasis de la serie de Salgado está lo que puede llamarse los refugiados político-económicos. El éxodo de las personas del campo a la ciudad. Una peculiaridad visible de quienes viven el éxodo se nota en la ciudad. Podemos verlo en los vendedores callejeros. Van y vienen sin destino fijo, ocupan un mercado ambulante de cacharros y aguas con colorantes. Huyen de la policía que los persigue como delincuentes. Estas familias destruidas viven a diario de una economía del rebusque, lo que se consigue es para comer y pagar a diario el alquiler de un cuartucho viejo y maloliente. Las niñas adolescentes son empleadas en el servicio doméstico, en el mejor de los casos. Pero la mayoría se dirige pronto a las “zonas rosa” de cada ciudad, los prostíbulos con ofrecimiento de niñas vírgenes se han incrementado. Y descorriendo el velo, un oscuro mercado de cuerpos tiernos manejado por el hampa. Existen verdaderos corredores de intercambio económico por los servicios que se puedan prestar sexualmente a cambio de las mínimas condiciones de sobrevivencia. Las niñas son empleadas en oficios domésticos mal remunerados, y los adultos de escasa experiencia laboral, pasan a engrosar las multitudes de vendedores del semáforo. Para todos ellos los derechos a una vida digna son inexistentes; estarán separados los unos de los otros durante muchos años. Cualquiera puede abusar de sus derechos sin que existan medidas claras de la sociedad para protegerlos. La ciudad no será un destino acogedor, y quienes la habitan los hará sentir siempre como parias y extraños.

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Este fenómeno del desplazamiento causado por factores políticoeconómicos es uno de los hechos más graves del tiempo actual, sin que a sus principales víctimas les asista el derecho a una defensa de su integridad como seres humanos. Esta situación es común ahora en Afganistán como en Colombia, se guarda como un pequeño secreto por los guardianes de la fe o de sus principales beneficiarios.

Un momento luego y con una precisión asombrosa, Salgado capta pasajes agónicos del desplazamiento, la física supervivencia de muchos que corren en medio de un caos descomunal. Sus fotografías logran la terrible belleza del desorden. Se trata de una colección multiforme con diferentes grados de progreso de la conciencia migratoria, de esa arremetida furiosa contra el traslado obligatorio de los campamentos a la metrópoli. Es la quietud propia del post-éxodo la que produce aquella inmensa y profunda literatura del destierro. En esta quietud acontece una metamorfosis, una evolución súbita de los sentidos que revela para el desplazado, todo el valor de la “patria” abandonada.

ÉXODO Y NACIONALISMO A menudo, este cambio renueva los vínculos a un determinado nacionalismo. Edward Said, eminente intelectual palestino, provee las claves: “El nacionalismo es la afirmación de pertenecer a un lugar, a un grupo de personas, a una generación. Confirma la pertenencia a una comunidad de habla, cultura y costumbres; haciendo esto, se defienden los coterráneos en la diáspora, y se lucha para evitar la ruina de la memoria...Todo nacionalismo desarrolla una condición de lejanía”. Se construyen nacionalismos de todos los tipos, se recrean símbolos, canciones, se retorna a ritos y ceremonias añoradas, se preservan modelos de realización política decimonónicos. Confluyen tradiciones de conservación reducidas, limitadas, excluyentes. La pesadilla del éxodo provocado hoy por la guerra en Afganistán, no hace más que recordarnos que más que las cantidades de muertos y heridos, el dolor de cientos de familias corre paralelo con la siembra de odios y resentimientos. Basta descorrer el velo de su experiencia vital, el drama de cada familia, para ver el terrible

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desorden creado en sus conciencias, desolación, pérdida de su territorio, alejamiento de su tribu. Hay progresión de esa pérdida, que con el tiempo pasa del dolor al rencor, conciencia de desalojo, arremetida enfadada contra la fuerza que se le impone. La narrativa que ya hemos comentado de Laura Restrepo en La multitud errante, comunica las broncas y tropeles en los mismos campamentos de refugiados. Se despiertan sentimientos dormidos de envidias, celos, contiendas cotidianas por obtener minúsculas ventajas. En las ciudades, la contención de esta variedad de experiencias de pérdida, resulta prácticamente incomprensible. Solo después de la fase inicial de desencuentros y choques las víctimas del éxodo son capaces de reflexionar a fondo su experiencia. En períodos de relativa quietud interior el refugiado medita su suerte y su destino. Y en estos períodos de calma acontece una metamorfosis, una evolución súbita de sus sentimientos de añoranza que revelan y ocultan con destellos la “patria” a la distancia. Muy a menudo, este tipo de cambios en la experiencia del desplazado, sirve como bisagra para defender su pertenencia a un lugar determinado, su nacionalidad. Lo expresa Edward Said: “El nacionalismo es la necesidad de pertenencia a un lugar, a un grupo de personas, a una heredad. Se afirman los cimientos creados por una comunidad de lengua, cultura, costumbres; y al hacer esto, el desplazado se defiende del éxodo como experiencia duradera, lucha por prevenir su ruina… Todos los nacionalismos en su fase inicial desarrollan un tipo de distanciamiento”. Nos sirve esta nota para pensar fenoménicamente, que la experiencia del destierro contiene una recuperación tardía sobre los efectos del daño, porque lo que importa es valerse de un ánimo de superación para doblegar el dolor y la pérdida. Esta red de interfases entre la experiencia del éxodo y el nacionalismo se ha ido estableciendo con el tiempo (piénsese en el irlandés en América, el musulmán o el judío en el mundo) hoy resulta tanto, o más significativo por la magnitud de los desplazados por las guerras y el hambre. La multitud de afganos que llegan a las fronteras con Pakistán, los angoleños que llegan a

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África del Sur, los libaneses a Colombia o los albaneses a Italia – todos han cambiado de lugar de origen debido a la guerra- Son civiles traumatizados con una conciencia política escindida. Desde Cicerón y Ovidio, hasta las crónicas de añoranza que leemos del colombiano Alfredo Molano en Barcelona, la literatura del éxodo se ha impregnado con esa nostalgia por el hogar perdido y los seres queridos que se han dejado en otro lugar. Trayendo a la memoria las condiciones de su propio destierro Joseph Conrad nos describe este trauma vital como “La pérdida del hogar y la lengua”. Lo dibuja también un desplazado del Urabá antioqueño en las goteras de Bucaramanga: “Yo llegué aquí desplazado del Urabá, con interés por olvidar todo el daño que nos hicieron, quiero reiniciar mi vida cancelando el pasado”. En el norte, bien al norte de la ciudad bonita, vive entre unos paredes de madera con techo de cartón un muchacho que sale cada día al rebusque del semáforo, el hombre es joven, de unos 25 años, me dice: “Dentro de mi corazón hay siempre lugar para mi familia, un lugar vacío, como una mancha oscura. Si mi vida es mala o buena no sé, esa mancha oscura siempre está ahí. Mi único anhelo cada día es regresar a mi tierra, estar entre mi familia, hablar con los míos, estar contento”. Estos sentimientos hacen parte de la alienación que el éxodo causa cuando se vive en un ambiente extraño, es paradójicamente también aquello que da forma y significado edificante a la memoria.

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