THE BOOK OF HAPPINESS. Buen Provecho

THE BOOK OF HAPPINESS Las palabras no se las lleva el viento; No. Las palabras perduran, siempre y al paso del tiempo, si se sirven por escrito. Buen...
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THE BOOK OF HAPPINESS Las palabras no se las lleva el viento; No. Las palabras perduran, siempre y al paso del tiempo, si se sirven por escrito. Buen Provecho.

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Índice  Preámbulo

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Capítulo i. El destino de Esperanza

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Capítulo ii. La felicidad, según san Lucas

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Capítulo iii. Los dos caminos

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Capítulo iv. Infierno

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Capítulo v. Redención

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Capítulo vi. Vanidad de vanidades

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Capítulo vii. La felicidad

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Capítulo viii. La boda

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Capítulo ix. Bienestar

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Capítulo x. Oveja negra

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Capítulo xi. Inmaculada Concepción

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Prólogo Querido lector: Hay individuos que no creen en la felicidad y que viven sus días y noches esforzándose de sol a sol para ganarse un pan que muchas veces no tendrán tiempo de degustar. También hay personas que se creen satisfechas acumulando toda clase de bienes materiales – en el fondo inútiles e innecesarios para el simple hecho de vivir; pero no lo saben – y de alguna manera se dejan seducir por esa felicidad ilusoria ; obviando claramente que ser feliz implica sentirse satisfecho por lo cual no admite esa necesidad de llenar las lagunas personales con la incesante sed de bienes materiales y caprichos mentales. Es por ello que estas lineas van dedicadas a todas aquellas personas que viven satisfechas con lo que son y lo que tienen, trabajando día a día para cultivar en sus hijos un futuro que supere cualquier perspectiva del mundo presente. Y sobretodo, que no ven, ni siente, ni piensan que los bienes materiales o el famoso dinero de alguna manera determina nuestro derecho más preciado como individuos: el derecho a ser feliz. Si algún nombre, vivencia o evento en estas lineas coincide con alguna persona o personaje real habremos de culpar a la casualidad y a mi pobre imaginación. Somos un país pequeño pero con grandes aspiraciones; eso nos hace ser una Nación eternamente joven. La juventud es la motivación que forja el destino de toda generación. Eyamoyong, 03 de Agosto de 2015 JCE

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Capítulo I.

El destino de Esperanza

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Se decía que Esperanza era una de las jóvenes más prometedoras del Instituto; prometedora, no tanto por que se la veía un futuro diferente al de los demás compañeros; no. Esperanza prometía y prometía pero no se comprometía con nada ni con nadie: cuando no tenia hechos los deberes, prometía al profesor que aquello no volvería a pasar ; y si tenia varios pretendientes – lo cual era habitual – a todos prometía que se lo pensaría y se decidiría; nunca sucedía. Y con sus hermanas era afable y cariñosa de cuando en cuando, reservada y esquiva el resto del tiempo. Así era yo, Esperanza, y así me veían los demás y durante muchos años esa era la imagen que tenía de mi misma, mientras con el paso del tiempo se acumulaban recuerdos en mi diario. Recuerdo que yo era una joven con mucho talento, buena deportista, sociable y extrovertida; y sobretodo, siempre remataba toda faena, dicha, idas y venidas con esa sonrisa diabólica-angelical. Yo venía de una familia normal: padres separados, madre soltera, familia numerosa y con las dificultades y carencias materiales propias de un ambiente familiar donde el pan no caía del cielo sino que llegaba a la mesa con mucho sabor a sudor y color de esfuerzo; gracias, sobretodo, a Dios y a mis dos hermanas mayores, Sofía y Minerva. Como muchos jóvenes, estaba segura de lo que quería, y tenia grabado en mi mente mis tres objetivos en la vida( recogidos celosamente en mi diario, guardado en una vieja caja de zapatos bajo la cama, desde que tenía 13 años): 1. No quedarme embarazada sin terminar los estudios: este objetivo llegó a formar parte de mi lista desde aquella noche cuando la familia, en pleno, organizó una reunión – al viejo estilo de la inquisición española – con mi hermana mayor y predilecta, Sofía, cuando ésta se quedó preñada de aquel novio suyo cuyo nombre ya se había erradicado de la memoria colectiva familiar pues después de esa pequeña reunión tanto él como su nombre se convirtieron en lo que el viento se llevó.

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2. Nunca enamorarse: lo tenía muy claro, el amor es y ha sido la perdición para todas las mujeres de mi familia; mi madre se caso con su padre por amor - pese a la oposición de los abuelos -, y en definitiva éste nos abandonó por una chica más joven. Mis hermanas así mismo se habían dejado llevar por las palabras y las promesas de unos hombres que no traían más que problemas y engaños. Eso era el amor para mi, un gran engaño. 3. Tener mi propia casa: Se lo que es no tener privacidad, habiendo crecido en una casa de tres habitaciones con cuatro adultos, dos hermanos adolescentes, dos hermanas menores y cuatro sobrinos. La intimidad y la privacidad solo existían en mis más dulces y profundos sueños tras horas de fatigosas pero útiles labores hogareñas que poco a poco han forjado mi capacidad de adaptación y superación; mientras, todas las noches de mi infancia y adolescencia, antes de dormir, susurraba en voz baja: “os prometo que no seré una pobre infeliz más en esta vuestra”. Alguien me debería haber dicho que en la vida las decisiones no se toman con el corazón, sino con la cabeza; ciertamente que el corazón no piensa. Y si tu objetivo en la vida es el dinero eso no te convierte en mala persona; simplemente vas a cometer muchas más malas decisiones por el camino y por tú propio juego de la vida. Con el corazón, me se lancé a una relación con un señor mayor que yo, con la firme promesa de que me ayudaría a superarme, a transformarme: a no ser una pobre infeliz más en esa casa que se hacía cada vez más extraña y lejana en mis recuerdos. La relación duro tres años, en los cuales, conseguí formarme, tener un trabajo digno con un salario digno, pero sobretodo, tenía mi tan ansiado espacio, mi casa; solo me faltaba el tan preciado coche por lo que con frecuencia tomaba el taxi de compañero, Celestino, un taxista jovencito que me cae muy bien.

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Pero éste sueño hecho realidad tiene un precio, y el precio es mi corazón. Me enamoré de mi amante, Antonio, un señor mayor que se había ganado el apodo de ”V8” entre mis amigas del barrio. En fin, estaba enamorada de un señor casado; Había roto mi promesa de nunca jamás enamorarme. Y después de varios años, la relación se deshizo, y acabé con el corazón partido, y con la certeza de que con Antonio todo había sido un enorme engaño y una gran perdida de tiempo. Solo la madurez me hizo entender que el juego de la vida se domina con la experiencia; y durante la relación con ese señor efectivamente estaba transformada y pasé de ser una niña a convertirme en toda una profesional, diplomada en Marketing y trabajando en una empresa, con contrato fijo. El sabor del amor nos sirve para motivarnos mientras ascendemos los obstáculos de la vida en nuestro camino a cumplir con nuestro Destino; el dolor del amor nos tiene que servir para adquirir la experiencia que nos permitirá disfrutar mejor del sabor del ÉXITO. En la vida, la felicidad es el único éxito que cuenta.

Atentamente, ESPERZA

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Capítulo II.

La felicidad, según San Lucas

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Tenía un problema; y ese problema estaba limitando mi propio desarrollo como joven emprendedor en la ciudad de Bata: muchos hijos con varias mujeres diferentes, antes de conocer a sus dos actuales parejas, amigas y compañeras, Vanesa y Cecilia. Todo ello como pruebas fehacientes de mi época de Ninja. Con el paso de los años he cambiado; según mis compañeros de trabajo en la agencia, soy un buen profesional. Por desgracia, mantener a ocho hijos con ocho mujeres distintas transformaba la llegada del fin de mes en una autentica cuenta atrás hacia el suplicio. Mi consuelo era confortarme de la vida semi-ordenada que tenía organizada con las madres de mis dos hijas favoritas. Todo ello, viviendo en hogares separados. Por las mañanas, dejaba mi apartamento de soltero, y me dirigía religiosamente a casa de Vanesa para desayunar; después a trabajar. Eso de Lunes a Jueves. El resto de días desayunaba en la cantina de al lado. Era desesperante. Los gastos se incrementaban, el tiempo pasaba y solo vivía para trabajar. De pronto, retorné al viejo amor por la botella, siempre de la mano de mi más y fiel amigo de correrías, Jacinto. Lo más curioso es que después de tantos años de juergas, copas y pepesúps, no se recordaba una sola vez en la que no era Lucas quien pagaba la acostumbrada cuenta. No tardaron en llegar nuevos fichajes en la ya numerosa familia san Lucas; la economía familiar estaba hundida, y pronto empezaron los bajones, los enfados, las discusiones, y la irresponsabilidad en el trabajo. Ya no era ejemplo a seguir para nadie. Necesitaba un cambio y sabia que mi vida precisaba de una transformación transcendental o mi destino sería el abismo. Estaba harto de vivir una vida desordenada,   sumido cual presa de sortilegios ancestrales todo ello para hundir aun más la frágil economía individual. El cambio vino con Cristina, una amiga de la ex pareja de Jacinto, de la cual me enamoré a primera vista, y que me acompañaba últimamente a mis incursiones semanales en el bar del pepesúp.

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Pero Cristina no era presa fácil; también cometió sus errores en el pasado y ahora vivía una vida más controlada, sin amigas, ni hombres, ni borracheras; centrada únicamente en encontrar un hombre que la quiera y que la aporte lo necesario para alcanzar sus objetivos; pero que sobretodo, sea un hermano en cristo. Ella era nueva en su iglesia y era consciente de que sus convicciones religiosas han servido en los últimos meses para frenar esa vida de señorita que la impedía convertirse en una mujer responsable. Necesitaba un hombre responsable, y sabía que podría ayudarme a ser un ese hombre. Por eso no se acostó conmigo aquella primera noche. Cristina y yo nos compenetrábamos y poco a poco san Lucas fue dejando la bebida y las salidas, y empecé a tener ahorros. Juntos nos mudamos a vivir a Malabo, donde había conseguido un nuevo trabajo en una empresa más grande. Cristina pensaba abrir una tienda de bolsos y accesorios para su género. No soy un santo ni un hermano en cristo, pero mi vida en verdad ha cambiado. De los golpes de la vida todos aprendemos; pese a que nos lo creamos, ninguno somos santos. Cambiar es de sabios y sabio es aquel que sabe mirar al pasado y aprender de sus errores. Soy licenciado en cometer errores y tengo un Máster en saber vivir. San Lucas

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Capítulo III.

Los dos Caminos

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Es fácil juzgar a los demás. Al menos eso pienso yo. Mi nombre es Martín, Soy estudiante, vivo en Malabo, saco notas regulares, y por lo general, la gente que me rodea piensa que soy estúpido. Yo también tengo objetivos, aspiraciones y valgo para algo más que traer problemas en casa. Me cuesta compartir mi historia porque la sociedad me juzga a su manera, con la mirada y con la espalda, y el tiempo les dio la razón, durante algún tiempo. Nunca he conocido a mi padre y no porque no esté vivo; pero aun así, la sociedad espera que tenga un desarrollo y crecimiento normal, a lo cual me esfuerzo, pero las cosas siempre salen mal. Desde que me gradué de la academia militar todos me miran diferente. Durante la graduación mi madre estaba muy contenta y orgullosa de mi. Jamás lo olvidaré. Y he prometido defender a mi País; he jurado banderas. Se que para muchos yo no conozco el significado que tiene ese juramento. Me culpan de la corrupción; dicen que mis compañeros y yo somos ladrones y nos dedicamos a extorsionar a los extranjeros. Es fácil juzgar a los demás; y algunas personas creen que la paz es un regalo del cielo y no ven el esfuerzo continuamente derrochado por muchos jóvenes como yo que trabajan día y noche para mantener la paz en nuestro País. En verdad que somos fieles en el cumplimiento de nuestro juramento a la bandera Nacional, pues juramos proteger y defender a la República de Guinea Ecuatorial; república cuyo presente y futuro depende de todos los niños y niñas que diariamente nacen en los hospitales y centros de salud en todo el país. Juramos defender y proteger al más débil y los niños siempre son y serán los más débiles. Vivir la vida castrense es vivir sobre dos caminos. El primer camino está rodeado de dificultades, disciplina y mucha dedicación. El segundo camino es el de las responsabilidades económicas familiares (padres, escolaridad de los hijos y sobrinos, sanidad familiar, alimentación general, la suegra …). Ese es el camino que brinda el recorrido de la vida de un joven ecuatoguineano en su vida profesional como parte de las fuerzas castrenses.

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Recuerdo que cuando conocí a Julia mis amigos me advirtieron pero no hice mucho caso. Tratándose de ciertos temas la opinión de los demás me preocupa poco, sobretodo porque ella era muy guapa y me agradaba su compañía. Mi nueva novia tenia dos hijos fruto de relaciones anteriores y trabajaba de recepcionista en un hotel de la capital. Nos queríamos, o al menos, eso pensaba yo. Las sorpresas llegaron poco después de empezar a vivir juntos. Julia con frecuencia volvía tarde del trabajo y a pesar de lo ajustado que era su salario ella siempre tenia dinero para permitirse no solo apoyar con los gastos comunes sino también satisfacer sus caprichos de mujer, los cuales nunca eran baratos. Estaba claro que ella no estaba conmigo por el dinero y eso me confortaba… hasta que empezaron las llamadas nocturnas. Con el habitual pretexto de que su jefe la requería, cada vez que sonaba el teléfono y tras soltar varias palabras en francés o inglés, salía pitando para el Hotel. Una noche decidí averiguar la verdad y pedí a uno de mis compañeros que me hiciese el favor de seguirla y vigilarla, ya que pensaba con cierta seguridad y certeza que ella no estaría en su trabajo. Una vez más me equivocaba. Esa noche Julia se dirigió al hotel donde trabajaba, y tras saludar a sus compañeras, pidió las llaves de la habitación 315 ya que uno de sus huéspedes habituales se quejaba de la climatización y de un olor raro en los baños y tenia que comprobarlos; más que nada – dijo – porque eran sus clientes. Mientras mi compañero Pedro la vigilaba y escuchaba toda la conversación, Julia se dirigió al ascensor, llave en mano. Mi amigo espero durante diez minutos cronometrados y al ver que ella no aparecía decidió tomar igualmente el ascensor y dirigirse a la habitación 315. Y eso hizo. No supe nada de Pedro en varios días; no respondía a mis llamadas ni a los mensajes. Al séptimo día y ante mi frustración, recibí un sms de mi amigo que decía más o menos lo siguiente: “Martín, tu chica es una puta; fui al hotel como me pediste y la seguí hasta la habitación 315, llamé a la puerta y me abrió un blanco gordo y feo, y ella al verme solo pudo decir que esto no es lo que parece”.

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Estaba destrozado pero no tenía el valor de enfrentarme a ella y obligarla a confesarme la verdad. Y en mi corazón me guarde mi dolor, mis miedos y el creciente desprecio que sentía hacia ella, consolando en compañía de mis amigos, de todos menos de Pedro; no quería verle, estaba avergonzado y él lo sabia. Pocos meses después Julia me dijo muy ilusionada que estaba embarazada; a mi me daba igual, yo solo quería salir y estar con mis amigos. Los meses siguientes fueron muy difíciles: las discusiones, las fatigas, los golpes y el desprecio eran el pan mío de cada día. Cuan más débil, mas gorda, más cansada, y más triste estaba ella más razones encontraba para insultarla, despreciarla, golpearla y crucificarla por ese embarazo que de seguro – creía – no era mío. Un día aparecieron sus hermanas, recogieron sus cosas y a sus dos niños, y se marcharon. Me sentía aliviado … como si me hubiera librado del peso de la cruz mas pesada que mi cuerpo y alma podían sostener. Decidí disfrutar de mi libertad. Han pasado varios años y mi vida no había cambiado mucho: seguía viviendo en aquel apartamento que antaño elegimos como hogar Julia y yo, aunque ahora se respiraba un aire diferente. No confío en las mujeres y por mi casa entran y salen chicas de todas las edades y colores, pero no me comprometo con ninguna; no vale la pena. Tengo tres hijos, todos viven con sus madres mientras hago lo que puedo para salir adelante con la ayuda de mi uniforme, mi arma, y mi paciencia. Tras el embarazo, Julia no retornó a su antiguo empleo. Ahora trabaja de contable en una empresa de servicios y vive con su marido y juntos están criando a los niños y a nuestra pequeña.

Firmado, UN TONTO

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Capítulo IV.

Infierno

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Ojalá que las palabras que pronuncié aquel lejano día lluvioso de Abril hubieran servido de algo para evitar el futuro que le deparaba el tiempo y la suerte a mi nieta Ángeles: ”prométeme que no dejarás que nada ni nadie haga de tu vida un infierno”. Esta es la historia de Ángeles. Ángeles tenía 21 años y sus padres se acababa de mudar a Malabo después de once años de esfuerzo y sacrificio por Europa. Era una chica que gustaba por su franqueza y su forma de ver las cosas; su inocencia. La inocencia es ese periodo de la vida en el que nuestro corazón y nuestras acciones vienen envueltas de curiosidad, pureza y verdad. La inocencia es ese mundo de felicidad que creemos solo pertenece a los niños. Pero Ángeles ya no era una niña, sobretodo en el sentido más virgen de la palabra. De cuando en cuando salía con sus primas y con alguna que otra amiga de la infancia; tampoco es que la noche malabeña le interesase mucho y si bien prefería observar y seguir la corriente de los demás, siempre navega en su propia balsa y no a la deriva, como la mayoría. Y creo que eso es lo que animó a Adrián a proponerla matrimonio después de una corta relación. Todo fue muy rápido, y para la familia lo más importante era asegurarnos de que la niña había caído en buenas manos. Y eso parecía. Adrián era un hombre diferente; formado en occidente, su trato con nosotros - sobretodo con mi hija y mi yerno - fue siempre cordial y de mucho respeto. Al parecer no era persona de muchas amistades y durante la semana trabajaba largas horas y solo disponía de los weekend para disfrutar de una vida familiar.

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Por lo demás, todo parecía normal, y nuestra niña vivió sumida en ese sueño ilusorio que tiene toda mujer como modelo de vida ideal: mi casa, mi marido, mis hijos y mi dinero. Pasaron fugaces tres largos años de vida conyugal pero no llegaban los hijos; por lo general, la vida conyugal navegaba viento en popa pero la falta de descendencia se convirtió en el yugo y el gran compromiso que marcaba la relación hacia con la familia de Adrián y por ende, con su propio esposo. De pronto ya no era la nuera predilecta ni recibía visitas de las hermanas de su compañero, su amigo, su amado, su esposo, … su rey. No; poco a poco se fue convirtiendo en la extraña, la usurpadora, la estéril, la inútil … un mueble más en el castillo del hermano que para algunos era patrimonio familiar. Ángeles estaba sola en un mundo que no era el suyo. No tardaron las recomendaciones a Adrián a que buscarse una segunda esposa, todo ello sin que nadie se molestase en proponer, al menos, conocer las razones clínicas o físicas que actuaban de impedimento a esta joven pareja para poder tener hijos. Ángeles estaba sola. Nadie se atrevía - tampoco - a proponer públicamente la separación formal de la pareja dada la importancia que tenia para el esposo y su familia el tema de los hijos, lo cual legalmente podría catalogarse como ”diferencias irreconciliables”. Solo había que tener valor pero todos eran unos cobardes. Aquel Jueves en la peluquería, mi nieta escuchó a dos señoras hablar de un pastor que hacia milagros y tenía poderes curativos. Las señoras parecían poco más mayores que ella pero se las veía con unos aires bastante juveniles. Tras grabar férreamente en su memoria el nombre de la iglesia donde predicaba el buen pastor, Ángeles decidió buscarle y hacer todo lo que estuviera

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de su mano para garantizar la felicidad de su marido, dándole mas hijos que ningún otro miembro su familia. Así es como Ángeles conoció a Charles, el pastor nigeriano de la iglesia El Templo de los Nuevos Caminos, el cual, tras conocer su historia y su dolencia, la formuló la siguiente pregunta a mi pobre y desesperada nieta: ”¿Harías lo que fuera por darle un hijo a tu marido?”; ella no dudó: ”sí, lo que fuera”. Todo fue muy simple y rápido: ”Tendrás varios hijos, pero todos servirán a nuestro Señor, a Dios, al Dios del Templo de los Nuevos Caminos, durante los primeros 25 años de sus vidas, que es la edad que tú, Ángeles, tienes ahora.” Pocos meses después Ángeles se quedo embarazada de su primer hijo, Adrián, como su padre. Y dos años después tuvo a su segunda hija, Adriana. Días más tarde y tras el segundo parto Ángeles falleció en circunstancias aun inexplicables a día de hoy. Pocas semanas después de lo sucedido y en medio del dolor de nuestra familia, los niños se vinieron a vivir conmigo, su abuela materna y crecieron sin saber mucho más de su padre; ni falta que hacía, para él. Adrián había rehecho su vida y según se creía, era feliz. Adrián y Adriana tuvieron una infancia y un crecimiento peculiar. Ciertamente nacieron para servir al Dios del Templo de los Nuevos Caminos, porque el mal era su sello y su estampa. Eran la fuente de disgustos y desgracias en casa: robaban todo lo que podían y se pelaban con todos y por todo; se aprendían todas las palabrotas existentes en el vocabulario y compartían esos conocimientos con los hijos de los demás. Eran insolentes y respondones; algo holgazanes pero sobretodo muy reticentes a aprender todo aquello que era positivo e útil para la vida social y su desarrollo en la misma. Sirvieron ciertamente a un dios del mal, con el alcohol y las drogas, la fornicación y la degradación de sus propios cuerpos, almas, y su vida en general. Al menos, durante sus primeros 25 años de vida.

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Caminando por la vida aprendemos que no es bueno intervenir brusca y tozudamente en los planes que el Destino, Dios, o el resultado de nuestras buenas o malas acciones tienen programado como objetivo claro de nuestro recorrido por este mundo. Es un grave error creer ciegamente en la palabra de Dios proveniente de la boca del hombre. A fin de cuentas Dios no necesita intercesores ni embajadores ni abogados defensores. Y hoy en día hay muchos templos, sectas, iglesias que sirven a espíritus y no al Espíritu Santo; sirven a demonios y no a Dios. En verdad que no hay personas buenas ni malas, sino únicamente malas o buenas decisiones. Mamá Susana

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Capítulo V.

Redención

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Si alguien se merecía ser feliz, ese era Celestino. Fue muy popular durante su época de taxista mientras batallaba con sus estudios de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial. Era un joven único. Sus compañeros le decían continuamente que había nacido para ser alguien en Guinea; pero él no se lo creía. Él creía en el sacrificio y en el esfuerzo; y tenía sus ideales y metas. Sabía claramente que la vida es un ascensor, ascensor que debemos tomar únicamente para subir. Para su familia el era un hijo independiente del que esperaban se recolectaría un fructífero futuro para todos. Es por eso en la fría noche del velorio de Celestino se respiraba un ambiente cargado de rencor, rabia, tensión, mientras todos los rumores, preguntas y dedos acusadores señalaban con la mirada a Ambrosio, el hermano mayor de Celestino. D. Ambrosio creía en la brujería, es más, la defendía. Hemos de diferenciar lo que son las tradiciones y creencias africanas ancestrales que sirven y servían como medio de adoración, invocación y alabanza a las divinidades que rigen el universo; con las prácticas esotéricas encaminadas a efectuar causa o efecto negativo en el mundo físico y material. Ambrosio era un brujo practicante. Era su forma de ver el mundo y sabía que para conseguir llegar a tener todo el dinero y el poder que precisaba para ser feliz tenia que sacrificar a alguien; alguien irrelevante y prescindible para él. Tenía que sacrificar a su hermano Celestino. Es la eterna historia de Caín contra Abel (todos lo sabían), y al igual que en la leyenda bíblica, esta acción del hermano mayor traería consecuencias negativas bien elaboradas por las sendas del destino. Tres días después del funeral de nuestro Abel, sucedieron cosas extrañas e inexplicables en el entorno familiar. Por las noches hacía mucho frío y todos en la casa, durante tres noches consecutivas, soñaron con Celestino.

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En sueños Celestino se veía más maduro, con una cara de satisfacción y paz que hizo despertar empapada de lágrimas pero con una sonrisa en la cara a su novia y primer amor, Elsa. Elsa estaba embarazada de ocho meses y la joven pareja había decidido luchar juntos por salir a delante por su futura hijo; pensaron en llamarle Juriel, un nombre moderno de los que no aparecen ni en el diccionario ni en la bíblia. Así eran ellos y así lo hicieron. Pasaron once largos años. De Celestino ya nadie se acordaba. Ahora Don Ambrosio era el hombre fuerte de la familia. Tenia dinero y ayudaba - con tacto generoso pero de muy mala gana — a toda la familia. Se murmuraba entre sus primos y amigos que Don Ambrosio había nacido para mandar, para ser el cabeza de familia e incluso de la tribu. Era la gallina de los huevos de oro. Don Ambrosio estaba casado con su novia de toda la vida, Mercedes, pero no tenían hijos. Ambos trabajaban, y con el tiempo se habían distanciado tanto que la necesidad de tener hijos se convirtió en un imperativo. Ambrosio y Mercedes lo hicieron todo para tener hijos y gracias a la ciencia, tras un largo y costoso tratamiento, ella por fin se quedó embarazada. Era increíble; iban a tener gemelos. Por unos cortos días Don Ambrosio se sentía satisfecho. Sus oraciones y sacrificios estaban cosechando frutos y quizá los cielos y el destino le estaban condonando por sus faltas y males cometidos en el pasado; más concretamente, por haber sacrificado a su hermano cual pavo en Navidad. Los niños murieron a los pocos días. El luto y la rabia se adueñaron del corazón de Don Ambrosio. No entendían, no comprendían. ¿ Por qué Dios, Señor y Dador de Vida, iba a negarle la vida a dos hermosos gemelos? Mercedes no se rindió fácilmente y juntos lo intentaron varias veces, y en tres de ellas la pareja tuvo consecutivamente tres hermosos bebés, los no vivieron más de pocos días. Parecía que desde muy arriba, Dios y el Destino conspiraban en arrebatarle la vida a sus niños con el objetivo de no dar continuidad a su descendencia.,

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como ya lo hizo el propio Ambrosio arrebatándole la vida a su hermano Celestino. Ambrosio entendía la brujería. Si acumulas tu fortuna y bienes haciendo el mal a los demás, Dios y el Destino acortarán tus Días de este mundo y darán tu fortuna a alguien que sabrá utilizar tus bienes al servicio del bien. Y esto lo digo como testigo de mi experiencia propia.

Cordiales Saludos, Anonimo.

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Capítulo VI.

Vanidad de Vanidades

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La llamábamos ”la Lotería”. Ese es el apodo que cariñosamente le dimos a Maribel. Cuando nos dijo que había terminado sus estudios universitarios en China y regresaba al país todas estábamos ansiosas de tener por fin de vuelta a la benjamina de nuestro grupito de amigas, compañeras, hermanas. Juntas hemos atravesado los momentos más importantes y decisivos de nuestras vidas sirviéndonos de apoyo mutuo: primera comunión, primera menstruación, primera pelea, primer beso, primera retraso … éramos inseparables. Yo era la mayor del grupo y me consideraba la madre,la psicóloga, la celestina, la terapeuta, la amiga, la guía y la persona de confianza que unía a todas con todas. Eso nos ayudo a no desviarnos del camino por el que nuestros padres y familias trabajaban duramente por nosotras. Ya no éramos niñas. Por eso nunca pensé que presentar a Maribel, la Lotería, a mi prometido significaría el principio de mi ruina. Vallamos por partes. Entiendo que las mujeres sabemos buenamente que los hombres solo son fieles a ciertas partes de sus cuerpos y no a ningún sentimiento hacia las mujeres; por ello la hermandad y el respeto entre amigas es sagrado. Siempre he sabido mantener mis distancias con las parejas de mis amigas, teniendo siempre claro que mis amistad es con ellas y no con sus hombres. Maribel se veía distinta, cambiada. Tenía 23 años y era preciosa; algo estirada como una Barbie y con la piel más clara. Hablaba distinto con un acento raro, como español, lo cual me pareció … excesivo … más que nada porque durante su tiempo en China no realizó ningún viaje a Europa. Aquella tarde no vino sola; le acompañaban dos compañeras suyas de universidad, de la misma quinta y   que hablaban de la manera más vulgar que mis oídos hasta aquel momento se habían visto forzados a escuchar.

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La Lotería llamó a la puerta de mi novio, de cuyo nombre prefiero olvidarme. Después de una tarde-noche de risas, bromitas, vino, tapas y buenos recuerdos, Maribel dejó a la vista de todos los presentes su nueva personalidad abierta a hacer todo lo necesario para tener lo suyo. Lo que implicaba acostarse con quien fuere para conseguir un trabajo y esa lotería le tocó a mi prometido. Cuando su mutuo desliz se convirtió en una evidente vergüenza para mi, ese señor y yo tomamos caminos diferentes. Yo tomé el camino de las amigas de toda la vida – entre ellas Maribel-, y me arroparon como en muchas otras ocasiones. Poco después llegaron los rumores de una relación entre Maribel y el marido de otra hermana del grupo, Anastasia. Ya antes se oyeron afirmaciones de relación nocturna entre la Lotería y el ex novio de la misma Anastasia. Parecía que efectivamente a nuestro grupo le había tocado la Lotería. Decidimos hablar con ella entre todas, como siempre, como hermanas. Fue en vano. Maribel decía que ya era mayor y que todo el mundo cometía errores; nos llamaba falsas e hipócritas porque todas sabíamos muy bien cómo eran los hombres pero por estúpidas preferíamos culparle a ella. Nos dijo muchas cosas y ninguna buena nueva; en fin, fue una noche para olvidar. Pasaron muchos años hasta que volvimos a estar juntas. Nunca coincidimos en lo social pero a veces la veía pasar un su coche con sus gafas de sol y su cara de cansancio, como si durmiera poco. Maribel estaba desgastada. Volvimos a estar todas juntas el día de la primera comunión de mi hija, hace dos semanas. Era una importante ”primera vez” y nuestro grupo necesitaba celebrarlo en familia, entre hermanas, como siempre. Maribel nos habló a todas; no quiso que la llamáramos la Lotería; pidió disculpas. Nos dijo que Dios la estaba ayudando a frenar y cambiar su vida antes de autodestruirse con el virus del sida o las drogas, como muchas de sus compañeras de idas y venidas tanto de noche como de día. Todas lloramos con ella. Maribel no tenía trabajo y vivía con sus cuatro hijos en la casa de su hermano pequeño.

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Perdoné a mi amiga muchos años antes de ese encuentro y no la guardo ningún rencor. La vida da miles de vueltas y cada una de ellas debe servir para aprender a vivir. Yo aprendí a elegir mejor mis amistades y no limitarme a las amistades por tradición; en el camino de la madurez las amistades de la infancia tienden a tomar caminos individuales en lo que a conceptos y valores morales y éticos se refiere; es decir, cada uno es responsable de hacer el bien y hacer el mal a su manera. Nadie es perfecto, pero es siempre conveniente elegir compartir nuestro tiempo y corazón con gente cuyos limites del bien y el mal sean similares a los nuestros. Mi amiga Maribel estará bien y gracias a nuestra experiencia con ella todas las del grupo estaremos mucho mejor. Mirey

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Capítulo VII.

La Felicidad

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Yo siempre he soñado con tener mi propio coche. Durante mis años mozos trabajé de peón en varias empresas comerciales de la ciudad y más adelante me fui haciendo camino como logístico en una empresa de servicios del sector petrolero durante el boom de los noventa. Luego pasé unos años por Nigeria en busca de fortuna y me dediqué a la venta de productos comerciales. Una mujer fue la motivación que me impulsó a cumplir con mi sueño de tener su propio coche. La conocí mientras compartíamos taxi una tarde malabeña cuando ambos recorríamos el trayecto por la ruta del barrio Semu. Yo era el tercer pasajero y venia de visitar a mi amigo en el barrio Paraíso. Lancé todas mis armas de seducción y vacié todo mi arsenal, aprovechando que ella se bajaba en la siguiente parada; lo primero que se me ocurrió decir fue: ”por favor, véndeme tu número de teléfono” a lo cual ella respondió: ”te daré mi número y todo lo que quieras cuando tengas tu propio coche. Vivo en Paraíso, mi nombre es Esperanza”. Estaba abrumado. Nunca antes me habían dado una respuesta tan tajante escondiendo a gritos un NO tan rotundo. Durante el resto del trayecto, el joven taxista, Celestino, me dio más información sobre la preciosa Esperanza. Al parecer vivía en una casa en el barrio de Paraíso y trabajaba para una empresa conocida. Celestino la recogía con frecuencia y a veces charlaban. Era una muchacha muy educada y simpática. Así es como el taxista supo que ella tenía una relación con un señor cuyos bolsillos sonreían de modo permanente. Llevaban juntos varios años y él estaba casado. Miguel estaba decidido: tenía que conseguir su propio coche para poder ”tener”a Esperanza; era su tipo ideal de mujer, al menos, a primera vista. En los siguientes meses, me se hice pasar por inspector de hacienda, inspector de comercio, inspector del ayuntamiento, jefe contable de la caja autónoma y policía de tráfico … para conseguir, mediante coacción y mentira, reunir la cantidad de cuatro millones seiscientos mil francos.

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Fueron ocho largos meses. Mi cara se hizo muy conocida por la ciudad pero no de buen nombre. Aun así, me convertí en experto en interpretación y no tardé en comprarme mi primer y ambicionado coche: un Avensis dos en condiciones. Ahora tocaba hacer de escolta y coordinar con Celestino al fin de ser informado la próxima vez que mi amada llamase sus servicios. La idea era aparecer en mi coche nuevo y de seguro ella caería a mis pies: la operación era infalible. Al parecer la fortuna me sonreía. El encuentro tendría lugar el Miércoles, a las 13:00 horas del medio día, a las puertas de la guardería donde Esperanza recogería a su sobrina. Pero ese Miércoles, a pesar de mi insistencia, Celestino no respondió al teléfono; durante un tiempo su teléfono se mantuvo encendido, recibiendo las llamadas pero unas horas después, todo se apagó, para no volver a encenderse nunca más. Estaba furioso y había perdido su oportunidad de volver a ver a la mujer que me había inspirado tanta motivación, tanto trabajo, tanta esperanza. Odio a ese maldito taxista por haberme robado el amor.   Nunca supo más de aquella chica pero pensaba en ella con frecuencia. A veces durante la noche daba vueltas inconscientes por la ciudad de Malabo y por el barrio Paraíso esperando volver a verla. Nunca sucedió.

Atentamente, San Miguel

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Capítulo VIII.

La Boda

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La vida siempre sorprende cuando menos lo esperas. Desde que conocí a Ricardo no he parado de pensar en lo mismo: Si me tengo que casar con él, quiero una boda en condiciones. Mi familia lleva tiempo presionando sobre la necesidad de tener una relación formal antes de que se me pase el arroz ya que – según mi madre – las mujeres tienen fecha de caducidad. Me tomé la relación con Ricardo muy en serio; y nos fuimos a vivir juntos. Las cosas entre Ricardo y yo merecían un final feliz. Él era profesor y daba clases en el instituto mientras yo cuidaba de mi peluquería y mi pequeña abacería; las cosas funcionaban. Teníamos una vida normal y juntos trabajamos para labrarnos un futuros de provecho. Sin embargo, tras ocho años de relación, Ricardo no parecía decidirse a dar el gran paso, el gran salto. Mis familiares y conocidos murmuraban en voz baja esa realidad. Nadie entendía del por qué no nos casábamos. La abuela fue la primera en manifestarnos abiertamente su desconcierto e insistió en la necesidad de formalizar nuestra relación lo antes posible. Ricardo no dijo mucho; más que nada, estaba de espectador, con su cara de inocente como es costumbre. Días después la familia en pleno con mi padre y mis tíos a la cabeza reunieron a todos y decidieron exigir de alguna manera un compromiso a mi favor por parte de Ricardo. Sobretodo, teniendo en cuenta los rumores – más tarde ciertos – de mi embarazo. La reacción de Ricardo fue muy evasiva. Prometió que formalizaría las cosas a su regreso de Bata donde tenía que planificar, junto a sus padres, los pasos y el programa para acatar con lo que en ese momento se le estaba exigiendo. Nunca más he vuelto a saber de él. Así fue como mi sueño de toda la vida, casarme con mi primer y verdadero amor, el hombre de mi vida, se esfumó. Para mí, el amor murió y juré no regalar mi libertad a ningún hombre nunca más.

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Lo más importante ahora era sacar adelante a mi pequeña Inmaculada y no dejarme distraer por las mentiras y los cuentos de los hombres. Mis hermanas fueron mi gran apoyo, sobretodo Esperanza. Y mi vida siguió su curso. La felicidad ya no era mera ilusión ni consistía en un sueño ideal dependiente de un hombre y de una casa en la playa; entendí, que mi felicidad solo provendría de mi esfuerzo y mi empeño en sentar las bases de mi propia autosuficiencia económica. Me centré en mis pequeñas iniciativas de negocio; no era mucho pero era algo mío y necesitaba sentirme útil y productiva. Necesitaba valerme por mi misma, no quería más promesas de ayuda, de apoyo, ni de lo que surja. Quería ser libre. Inmaculada a veces pregunta por su padre. La verdad es que pocas verdades pude compartir con ella. A Ricardo le conocí como hombre y no como padre; cuando tuvo la ocasión de ser padre, prefirió desaparecer eludiendo así toda responsabilidad; eso le incapacita como padre de mi hija. Seguramente tendrá otros hijos, pero nunca será el padre de mi pequeña. No, nunca lo permitiré. La vida da muchas vueltas y de todas se aprende; el amor es traicionero y nunca se esconde. Te encuentra, te rapta y se adueña de toda lógica. Suerte a las jóvenes que han sabido salir a delante. Ánimo a las mujeres que saben vivir sin los hombres. Sofía

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Capítulo IX.

Bienestar

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El estado de bienestar, en sociedad, es la habilidad de vivir esquivando toda esa serie de menesteres que a corto, mediano y largo plazo se interponen entre tú y tu felicidad. Antonio lo sabía y le gustaba compartir con sus amigos sus teorías sobre su estilo de vida, comúnmente conocido como las teorías del estado de bienestar. Antonio hablaba mucho, o eso pensé la primera vez que se acerco e intentó conquistarme. La respuesta por mi parte fue firme y contundente: ”no me gustan los embusteros”. Él se quedo callado durante unos segundos, tras lo cual me soltó el discursito, que empezaba más o menos así: “Mira, en primer lugar a mi no me gusta mentir, aquél que me conoce, lo sabe. Tú no me conoces, y es normal, eres una niña. En este país hay gente con dinero y gente sin dinero. Yo tengo dinero y quiero que tú también tengas dinero. Yo tengo negocios y quiero que tú también tengas negocios. Mis hijos están en España con su madre, soy soltero. Este es mi D.I.P, como ves, me llamo Juan A.E y soy el hermano del Minis ….” Sinceramente se me agotó la paciencia y tuve que cortarle; muy educadamente me excuse y seguí charlando con mis amigas. La noche era joven y no tenía tiempo para charlatanes. Esa noche era importante para nosotras; era mi primera reunión con mi grupo de amigas de toda la vida; estábamos celebrando mi retorno al país después de años de estudios en China;en realidad, eran como mis hermanas mayores. La noche se hizo muy fugaz y después de tres horas de bromas y recuerdos me despedí de mis hermanas-amigas del alma, pues se hacía tarde para pillar un taxi. Eran las 11:30 de un Martes por la noche. Fueron cincuenta largos minutos de espera y estaba agotada. Tenía algo de frío y los zapatos me estaban matando, literalmente. Necesitaba sentarme, quería acostarme. Mientras duraba la espera se acercaba hacia mí un vehículo oscuro, todo terreno, y sonó la bocina varias veces. En pocos segundos aquel coche se hallaba en frente de mí y del interior salió una voz familiar, que se distinguía entre la ruidosa música nigeriana que salía del vehículo: ”Sube, niña.” Era Antonio. Su voz era familiar pero diferente; estaba algo bebido. No me lo pensé mucho y me subí al coche. ”¿y a donde te diriges?” , me preguntó. Le

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expliqué que vivía en casa de mis padres en el barrio Santa María 3. Antonio asintió afirmativamente; conocía la zona. El trayecto se hizo eterno. Antonio ahora hablaba con más calma y me preguntó mi nombre. Luego dijo: ”Mira Maribel, me gustaría hacerte feliz. Si fueras mi mujer no estarías tirada en una esquina esperando por un taxi a estas horas de la noche. No es lo mejor para una chica como tú. Te perdono por haberme dejado antes con la palabra en la boca ; ahora, como ves, el destino te ha puesto en mi camino, una vez más. Quien sabe, quizá yo estoy destinado a ser aquél que hará que tus pies dejen de subirse a esos taxis de mala muerte”. Llegamos a mi casa. No dije nada. Al bajarme del coche, mi buen acompañante extendió su brazo entregándome una tarjeta: ”Llámame” dijo. Yo no dije nada. Las siguientes semanas fueron difíciles. Encontrar un trabajo parecía una odisea. Tantas promesas de familiares, amigos y conocidos ahora se estaban transformando en la realidad de las cosas: palabras. Mientras tanto, necesitaba mi espacio, necesitaba un trabajo, quería dejar de depender del pan y el techo de mi familia y debía tomar mi camino; romper el cascarón. No conocía a nadie que pudiera echarme una mano; de pronto me acordé de aquél coche todo terreno de marca Toyota v8. Me acordé de Antonio. Tuve que llamarle y quedamos para cenar. Recuerdo el olor a pescado fresco en ese restaurante chino. Antonio estaba muy serio. Le hable de mi situación, mi formación y nivel académico; le conté sobre mi familia y por último resumí un poco mis relaciones con los hombres. Antonio seguía callado. Después de unos minutos y dos tazones de té con limón, le dije intrigada: ”¿ no vas a decirme nada? Antonio me miró fijamente a los ojos y dijo:” Me gustas y puedo ayudarte. Como ya te dije antes, lo que tú necesitas es el estado de bienestar que yo puedo darte. Ahora tengo novia pero terminaré con la relación esta misma semana. Tú pasarás a ocupar su lugar; tendrás tu casa, trabajo y contrato. Solo te pido a cambio que me seas fiel, que no

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me mientas nunca y que no entables ningún tipo de relación de amor con hombre alguno.” Mirándole igualmente a los ojos, yo respondí: ”estoy de acuerdo”. Este fue el principio de mi fin. La Lotería.

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Capítulo X.

Oveja Negra

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Familiares de varias estudiantes del centro habían pedido formalmente mi suspensión como maestro y pretendían presentar acusaciones formales para sacar a la luz lo que ya pensaba todo el mundo de mí: que era un desgraciado. Esta es la historia de mi mayor vergüenza. Me llamo Ricardo y soy un hombre perseguido y acusado injustamente. La gente me juzga sin conocerme y sin comprenderme. Hace tiempo que perdí el respeto por las mujeres; hace años que deje de soñar con ser feliz. Mi historia es muy larga y no te quiero aburrir, basta con que sepas que las mujeres no me han enseñado más que a sufrir. Por amor se sufre y yo ya se sufrir. La sociedad esta dominada por la hipocresía y los padres de los alumnos y alumnas son los responsables de sembrar muchas veces esa hipocresía. Se niegan a ver la influencia de las corrientes juveniles, las modas, las marcas, la televisión, la música y las malas compañías en el crecimiento y desarrollo de sus hijos. Se niegan o no saben hacerse partícipes en la vida de sus hijos y en su camino hacia la adolescencia y la madurez. Y en el caso de las alumnas, muchos padres se niegan a ver el problema y solo exigen una solución: pero la solución es responsabilidad de los padres y no de los profesores. Yo soy un hombre responsable que intenta salir adelante todos los días de la vida; por eso se me heló la sangre cuando el Jefe de Estudios del centro donde llevaba trabajando desde hacía años me recomendó tomarme unos días para reflexionar sobre la gravedad de la espada que me tenía acorralado contra la pared. Nunca me dejaron contar mi versión ; no hacía falta. Era culpable de todo y de más. Minerva es una de mis estudiantes más aplicadas. Sonreía poco pero cuando lo hacía iluminaba con mariposas de colores todo el aula: sí, mis ojos estaban puestos en ella pero yo tenia claro que era algo imposible y prohibido. Minerva era estudiante y menor de edad.

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En el último trimestre Minerva estaba había cambiado mucho. Sonreía menos de lo habitual y caminaba cabizbaja deambulando por los pasillos. No estaba centrada. Aveces se la escuchaba llorar en voz baja, mientras los demás entraban o salían de la clase. Algo la sucedía pero yo no supe nada hasta muy tarde. Con frecuencia yo llegaba al aula de clase diez o quince minutos antes del inicio de las clases para poder repasar tranquilamente el programa de la clase o corregir tareas y exámenes. Y en eso estaba aquel Lunes por la tarde cuando entro, triste,sola y llorona - pero hermosa como ninguna - Minerva. Sentí el impulso de acercarme y preguntarla si le pasaba algo pero no obtuve ninguna respuesta. La niña tenía los ojos del color del tomate y en su mano sostenía ligeramente pegada a sus mejillas varias servilletas de papel, completamente empapadas de lagrimas. Mi corazón de derretía. Tuve que insistir: ”Minerva, cuéntame, confía en mi, soy tu maestro y te quiero para bien. ¿ Tienes algún problema en casa?”. Se hizo un silencio y Minerva levanto la mirada y la cabeza, mientras asentía. “Estoy embarazada, y mi madre me odia”. Me quedé de piedra. En ese momento ignoraba completamente la realidad de los hechos, lo cual solo se supo muchos años después: el padrastro de Minerva era el autor de tan vil crimen. De haberlo sabido entonces quizá mi reacción habría sido distinta y los hechos habrían tomado otra vía. Sea como fuere, era un hecho insólito ya que la niña no contaba con apenas catorce años. En aquel momento mi mente y mi corazón me obligaban a abrazarla, a protegerla, a cuidarla. No lo dudé y le di un fuerte abrazo mientras lloraba desconsolada. Ni mis abrazos ni mis palabras de aliento y ánimo sirvieron de consuelo para la inocente Minerva: ”Estoy embarazada” - volvió a decir, tras un hondo suspiro- ”la culpa es de mi padre”. Estas últimas palabras me pusieron la piel de pollito. Sabía que aquella alumna vivía con su madre y con su padrastro, por eso me sorprendí tanto. ”Debe haberse equivocado, por los nervios” - pensé. El equivocado era yo. Para ella, aquel tipo era el único padre que había conocido y le quería y respetaba como tal. Se me rompió el corazón.

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Sentí que debía abrazarla con más fuerza y mientras le daba un beso en la frente, la miré a los ojos fijamente, y dije: ”Todo saldrá bien. Te lo prometo. Un embarazo no significa el final de tu camino”. No acabé de pronunciar el sonido de la ”o” de embarazo cuando me percaté de la figura del Jefe de Estudios atento en la puerta y su mirada no escondía de modo alguno la dirección en la que se encaminaban sus perversos   pensamientos. Se nos quedó unos segundo mirando y luego se marchó. No dijo nada. Desde entonces me convertí en el anticristo del centro. Obviamente le debía a aquella alumna guardarme la verdad de su situación. Y eso he hecho, hasta el momento. Fueron unas semanas muy difíciles para mí. En mi lugar de trabajo y para los alumnos que eran mi motivación y mi inspiración me había convertido en algo peor que Judas Iscariote ; ciertamente al Iscariote en mi situación le darían el beneficio de la duda. La situación se hizo insostenible y mientras, en casa, mi novia Sofía estaba embarazada. Llevábamos juntos un tiempo y su familia no disimulaba sus presiones. Supe que el nuevo fichaje significaría un compromiso definitivo con Sofía y en el lenguaje de su tribu, ”matrimonio seguro”. Tenía que hablar con ella pero prefería hacerlo cuando la situación en el centro hubiera mejorado. Sofía se me adelanto. Aquella noche nos visitó de manera inesperada una delegación de familiares de Sofía, encabezada nada menos que por la abuela, ”Mama Natí” - como la gustaba hacerse llamar - y varios miembros varones de aquella extensa familia de la tribu Eseng. Sinceramente, me pillaron desprevenido y la velada se convirtió en un tribunal militar contra mi humilde persona. No dije mucho. Al parecer habían oído rumores sobre mi situación en el trabajo y el asunto de la estudiante embarazada; me llamaron sinvergüenza, pedófilo y depravado. Pero las palabras de esa gente me importaban poco; Sofía estaba destrozada y no me dirigía ni la mirada ni la palabra. De hecho, nunca más volvió a mirarme a la cara. La relación desapareció y yo me convertí en su peor enemigo. Mis mensajes, mis llamadas, mis intentos de dar a conocer mi palabra, mi verdad y mi versión fueron en vano: yo era el malo, el malvado y el diablo. Años después oí que la estudiante Minerva optó por interrumpir aquel embarazo que significó mi ruina; tampoco supe más de

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ella desde que me vine a vivir a Bata. Ciertamente Minerva fue la mujer de mi vida, porque un minuto a su lado convirtió en infierno una vida que me había costado años de trabajo, sacrificio y esfuerzo construir. Cuando te encuentras en ciertas situaciones y te sientes desesperado, atrapado, acorralado… piensa que siempre el final de un camino abre paso al inicio de una nueva aventura. No dejes que nada te hunda: vuela, flota, medra… pues tú y solo tú eres el capitán de tu destino. Richard,

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Capítulo XI.

Inmaculada Concepción

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Toda mi vida he preguntado por mi padre. De pequeña no me gustaba ir a los cumpleaños de mis amigas del colegio porque me moría de envidia cuando me quedaba mirando como una boba sus casitas perfectas y sus familias felices. Me ardía de rabia en mi interior y me moría de rencor. Llegué a considerar muy seriamente la posibilidad de que era adoptada. No entendía porqué mi madre no comprendía que una persona no podía ir por la vida sin siquiera conocer el nombre de su padre. Eso me impedía avanzar, ser feliz. Pero a nadie parecía importarle. Yo necesitaba un padre. Quizá es esa la verdadera fuerte del nubarrón gris que ha marcado nuestra relación madre-hija. Mis hermanos mayores también me han tratado siempre como a una extraña y tenemos nuestro propio historial de situaciones vergonzosas, palizas, abusos, insultos que espantarían a cualquier asistente social que se precie. Mamá vivía entregada a su marido y nosotros pasamos a un completo y claro segundo plano; bueno, en realidad yo ocupaba solita un no menos despreciable tercer plano. Puesto que en cada momento crucial de mi crecimiento y desarrollo como persona y como mujer siempre estuve sola. Es por lo que mi deseo de tener un padre, de conocer a mi padre, a marcado mi vida y lo marcará por siempre. No se nada de mi padre. Alguna vez escuché una conversación muy extraña entre mi madre y mi tía Espi. Hablaban de mi padre. Me parecía entender que la relación terminó porque mi padre se fue con otra chica, una estudiante, con la que tuvo un hijo o algo así. Hablaban con demasiadas divagaciones, suposiciones, y ”seguro que…”. Ni mis tías ni mi abuelo ni nadie de la familia me hablaba de mi padre; todos mis primos tenían y conocían a sus padres. Todos tenían un padre, menos yo. Inmaculada Concepción me llamaban. En casa, en clase, con mis amigas y entre mis hermanos, todos me acostumbraron a recordarme diariamente que era una bastarda que no debió nacer. Yo era un error. El mayor error de mis progenitores.

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La época más difícil comenzó a partir de los once años cuando el catequista de mi grupo de primera comunión me definió como fruto del pecado. Dios me odiaba; debía confesarme, debía arrepentirme mas nadie me decía cual era mi culpa y mi pecado, ¿ nacer?. Fue a partir de ese periodo cuando empezaron los sueños; sueños en los que me embarcaba en la búsqueda de mi padre, por todo el mundo y por tierras extrañas ; aunque los sueños variaban con frecuencia pero el final era siempre el mismo: encontraba a mi padre en su casita perfecta y celebrando con su familia; todos tenían rostros excepto mi padre. Ni cara ni nombre. Quizá esa era la mejor evidencia de que hasta los cielos me decían que mi padre era un hombre sin cara, un sin vergüenza. Todas las noches eran los mismos sueños y en las mañanas los días pasaban y mi mayor deseo era que llegara la noche para poder ir en busca de mi padre, aunque ya conocía bien el final de la historia. Mi padre no me quería. La noche que conocí a Juriel marco mi destino y mi vida desde entonces. Esa noche por primera vez soñé con algo diferente. Aquella noche soñé que un chico llamaba a mi puerta, sonreía mucho, pero por alguna razón no distinguía su rostro. Ya contaba yo con dieciséis años y mi vida nunca dejó de dar vueltas sobre su propio eje. Tras años de naufrago entre la casa de mis abuelos y el piso de mi tía, desde hace seis devymeses estaba viviendo con mi supuesta madre biológica. Recuerdo que aquella noche me sentía fuera de lugar; mi madre estaba haciendo la cena y la verdad no me apetecía ni verla ni ser un estorbo en la vida familiar de su perfecta casita de Buena Esperanza. Salí a dar una vuelta. Así conocí a Juriel, el amor de mi vida. Juriel y yo fuimos novios durante dos largos meses de verano antes de que se fuera a estudiar a España. Fueron unas navidades inolvidables que marcaron mi camino hacia un mejor entendimiento de mis objetivos en la vida: Juriel me hizo crecer, madurar, entender y sobretodo dejar de llorar.

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La noche en la que nos vimos por primera vez era una noche calurosa, sin luna ni estrellas; el estaba sentado en el portal de su casa, a pocos pasos de la casa de mi madre y su familia. No aparentaba mucha más edad que yo y ni se percató de mi presencia; estaba sentado con la cabeza hacia el cielo, como si estuviera intentando sin mucho éxito contar las estrellas en el cielo de aquella noche oscura, calurosa y sin estrellas. En definitiva le saludé y le pedí de sentarme a su lado, a lo cual muy educadamente accedió. Deseaba hablar con alguien que no me viera como un estorbo, un gasto, una molestia, un pecado… una bastarda. Quería hablar con alguien que estuviese dispuesto a escucharme sin preguntarme mi nombre ni si tenia novio; necesitaba sentirme arropada por algún desconocido que no viese en mi a una niña tonta más a la que arrebatar la inocencia y la virtud. Necesitaba un amigo, y allí estabas tú, Juriel, para escucharme. Durante casi tres horas juntos sentados en ese porche, ninguno pronunció palabra. El misterioso silencio parecía servir de terapia para mi sufrida vida y mi sufrido corazón; solo se oían los pensamientos en la mente de cada uno, mientras yo disfrutaba por primera vez de unos momentos de paz y tranquilidad. Pensé que sentirse así debía ser similar a ser feliz; es decir, ser feliz es sentirse así, en paz y tranquilidad, todos los días de la vida. ”Tarea difícil”, pensé, ”pero hoy lo disfrutaré”. Y así, sentados y en silencio mi mente disfruto por primera vez del mundo de las posibilidades y las reflexiones positivas; por una vez vi soluciones y no solo problemas. Antes de volver a mi casa me disculpé por no haberme presentado y le dije mi nombre, tras lo que me miró fijamente y dándome la mando, dijo: ”Yo soy Juriel”. Así comenzó mi primer secreto y mi primera aventura; mi primera experiencia en la vida que quería proteger y que era solo para mí; mi primer recuerdo feliz: tenía un amigo. Las semanas siguientes fueron intensas y extrañas; mi mente tenía por fin un lugar donde liberarse de la jaula que era mi vida como inmaculada concepción ; fueron noches largas y silenciosas en las que nos limitábamos a

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sentarnos, saludarnos, y disfrutar intensamente de la compañía común, inmersos cada cual en lo profundo de sus pensamientos y en el caso de él, mirando al cielo. En casa me limitaba a hacer todas las tareas domésticas y cocinaba; iba a la escuela y de regreso me encerraba en la habitación y me centraba en hacer mis deberes. Todos - visitas, extraños, mi madre y hermanos, y como no mi padrastro - entraban y salían de esa habitación con el único fin de interrumpir el máximo de lo posible mi concentración y mi educación. Luego por la noche, me dirigía a mi secreto mejor guardado, mi espacio, mi tiempo, mi cita con mi amigo. Todos los días deseaba que se hiciera de noche y poder disfrutar del silencio de su compañía. Todos las noches, durante dos cortos meses. Nuestra separación fue dolorosa pero sin despedidas. Una noche me dirigí al portal como ya era habitual, pero mi amigo no estaba. Me senté durante un rato y no aparecía. Quise llamar a la puerta pero me daba vergüenza; no sabía nada de él, ni de su familia ni de su vida. Su compañía me ayudaba a currarme por dentro gracias a su amistad. Su amistad me daba la confianza necesaria para poder tomarme un tiempo y meditar sobre las soluciones que afectaban el buen desarrollo de mi realidad y mi futuro. Todos necesitamos hablar con alguien. Meses después me atreví a llamar a la puerta y me dijeron que Juriel había viajado a España para seguir allí sus estudios. También vivía con su madre. Mi vida ha cambiado desde entonces y mi amigo silencioso me ayudó a encontrar a mi verdadero y único Padre, amigo leal y fiel, Dios. El silencio de mi amistad con Juriel abrió las puertas de mi constante interés, capacidad y tenacidad de dar respuesta a todas las preguntas sobre los caminos de mi vida. Las respuestas venían envueltas de mucho amor y sabiduría, mientras mi vida durante el día era como un sueño: mi vida se fue transformando, mi educación y mi formación iba por buen camino y mis notas eran muy buenas; con el tiempo empecé a trabajar de prácticas en una empresa al tiempo que compaginaba mis clases de contabilidad.

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Mi vida había cambiado. Pero siempre conservé mi cariñoso apodo de Inmaculada Concepción, Madre te todos los niños, pues los niños nacen inmaculados, sin culpa ni pecados. Inmaculada

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EPÍLOGO Quiero agradecer tu paciencia en el transcurso de la lectura de estas breves lineas. Por lo general no me gustan los cierres ni las despedidas, así que haciendo honor a la costumbre, voy a dar por terminada esta breve intervención, prometiendo escribir más, más adelante. Ening e ne de repente.

Javier Clemente Engonga Avomo es un joven emprendedor de la República de Guinea Ecuatorial. Nacido el 26 de Marzo de 1984 en la ciudad de Malabo, y es Licenciado en Economía y Comercio Internacional. Habla perfectamente el español, el inglés y el chino mandarín. A nivel del sector público y desde los 26 años, ha ostentado las responsabilidades de Director General del Contenido Nacional en la Industria Petrolera e Inspector General del Contenido Nacional en el Ministerio de Minas, Industria y Energía (2010-2013), y Director General de Promoción Empresarial e Inversiones Privadas (2013- Abril 2015), y Director General de Comercio ( Junio 2015- )para el Ministerio de Comercio y Promoción Empresarial de la República de Guinea Ecuatorial. Como empresario, es el CEO de la empresa Vision Global International Corporacion Hongkong Ltd, con sede en Hong Kong, Madrid y Malabo, dedicada al desarrollo de proyectos de inversión.

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