El grupo de Mujeres y VIH pone en marcha una iniciativa encaminada a promover la reflexión y el debate sobre el binomio género/VIH dentro de la red2002. Utilizaremos para ello un artículo mensual que será distribuido a través de la lista de red2002 para invitar a todas las personas interesadas a que participen con sus aportaciones, reflexiones, opiniones, críticas, etc. Léelo, piensa en él y comparte tu opinión con el resto.

¿Soy un hombre violento? Autor Eddy Blass (Estudiante de V año de la carrera de psicología en la UCA Nicaragua. Realizado en el marco de fin de curso de la asignatura Violencia Familiar - [email protected])

Luego de leer el libro de Graciela Ferreira “Hombres violentos. Mujeres maltratadas. Aportes a la investigación y tratamiento de un problema social”, publicado por Editorial Sudamericana, me pregunté si yo era uno de esos hombres de los que se hablaba allí. Como muchos otros, yo nunca he golpeado a una mujer hasta enviarla a un hospital ni he abusado sexualmente de nadie (al menos eso creía), pero el libro de Ferreira me decía que muchas de las cosas que yo consideraba normales eran una forma de violentar a las mujeres.

Fue difícil para mí aceptar esto; de hecho en un principio pensaba que Ferreira exageraba, que era una mujer resentida contra los hombres por la dura experiencia que había tenido con uno de esos desquiciados que abundan por ahí. Sólo después de un tiempo logré entender que no exageraba con sus clamores y sus arremetidas contra “algunos” hombres, que es cierto que muchas mujeres sufren en manos de sus maridos, pero aún me negaba a aceptar que yo podía ser uno de esos “hombres violentos”.

Un día se me ocurrió, como prueba final para “desenmascarar” la mentira de Ferreira, escribir en un cuaderno todas las veces en que había hecho llorar a una mujer. Pasaron los minutos sin que yo escribiera algo; de momento recordé un día en que mi hermana se había puesto a llorar. Bueno, una vez, pensé, no prueba nada. ¿Pero por qué se había puesto a llorar? Me pregunté y recordé entonces que ella me había dicho algo y yo no le había hecho caso, pero eso no es violencia. ¿O sí? “Todos llevamos a la espalda las alforjas llenas de experiencias masculinas que nos llevan a esperar de las mujeres una relación desigual y ventajosa”, Donald Bell. EE.UU. 1982

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Al leer el libro de Ferreira me di cuenta de que sí es violencia desestimar lo que alguien te dice, más cuando lo haces de tal forma que humillas a esa persona. ¿Cuántas veces habré desestimado lo que una mujer me dijo? me pregunté. Decidí recordarlo y escribirlo en el cuaderno; fue sorprendente, llené dos hojas enteras. Luego repetí el ejercicio pero esta vez tratando de recordar cuantas veces había dicho o hecho algo para que una mujer se sintiera indefensa; volví a llenar dos hojas con episodios bastante recientes. Me asusté bastante, no pensé que fuera tan malo con las personas que apreciaba. El libro de Ferreira empezó a ser una suerte de revelación sobre mi verdadera condición y la frase de Donald Bell que me sirve de epígrafe resume lo que yo creo que me pasa, cargo una alforja que rebosa de páginas y páginas de experiencias masculinas que me llevan a ser un “hombre normal y violento”, como afirma Ferreira repetidamente. Si, es cierto, soy un hombre violento. Pero, ¿Por qué?

La autora avala la idea de que la violencia se presenta y se mantiene no de manera monocausal (porque los hombres sean malos por naturaleza, porque los hombres son alcohólicos, porque las mujeres son provocadoras, por el estrés, etc.) sino que todas estas condiciones se combinan e influyen unas en otras; no sólo esto, sino que se circunscriben en toda una lógica social que diversos autores y autoras acaban por identificar como “sistema patriarcal”.

Según este Modelo Ecológico, todos nosotros somos individuos que vivimos en constante interacción con el medio social del que recibimos todo un sistema de ideas. Estas ideas las recibimos y las reproducimos en el microsistema (que está formado por nuestra familia inmediata). No en vano se le llama el agente socializador por excelencia. Del microsistema llegamos al ecosistema, que está compuesto por las instituciones sociales. Estas instituciones reciben las influencias del sistema de ideas imperante y son las encargadas de reproducirlas y preservarlas. En este nivel están las escuelas, los juzgados, la policía, etc.

El ecosistema también se circunscribe a un sistema más amplio, el macrosistema. En el macrosistema se encuentran todas las valoraciones sociales y culturales que rigen a la sociedad. Nosotros formamos parte de este todo y de cada una de sus partes. Al formar parte, nosotros aceptamos este sistema de ideas como válido y lo reproducimos en todas las esferas a las que tenemos acceso; no sólo eso, sino que también exigimos a los demás que se ajusten a él. Bien, eso es bastante abstracto, veamos un ejemplo concreto: en el macrosistema circula la idea aceptada de que los hombres son más fuertes, y es por eso que en el microsistema decidimos dejarles a ellos las tareas que tienen que ver con levantar objetos pesados, esto lo aceptamos de manera tácita. Si mi madre me dice que hay un sofá que cambiar de lugar ni le pregunto qué quiere que yo haga; es más, si ella lo intenta hacer yo la regaño aunque sé que ella puede hacerlo sola. Pero, ¿qué tiene que ver este modelo ecológico con la violencia?

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Todo. Según la autora, el patriarcado (que es un sistema de ideas injusto pero aceptado socialmente que establece la superioridad de los hombres sobre las mujeres) fomenta ciertos estereotipos y ciertas actitudes. El patriarcado promueve en los hombres la idea de que las mujeres son su propiedad, que ellas existen sólo para servirles y hacerles sentir bien; que ellas son “naturalmente” inferiores tanto física como intelectualmente, que su ámbito es el privado y su rol es ser madres (como lo dice Lope de Vega de manera estupenda en uno de sus versos: Lo que ha de saber es sólo parir y criar sus hijos). De los hombres es, según el patriarcado, el exosistema: las instituciones sociales y la vida pública.

El patriarcado también educa a los niños y las niñas en roles diferenciados. A los pequeños se les enseña que deben ser violentos, agresivos, posesivos, interesados por el logro; a las pequeñas que deben ser sumisas, recatadas, atentas a las necesidades de los otros. Para lograr esto, el patriarcado se vale de todos los subsistemas: la familia, la escuela, los vecinos, etc. Por si esto fuera poco, a las niñas se les vende la idea del amor romántico en el cual todo es rosa, todo es príncipe azul y todo es felicidad; en el que la otra persona completa todas sus carencias (tanto emocionales como físicas) a cambio del cuidado y el cariño de mujer que le enseñó su madre. A los niños, por su parte, se les dice que ellos son la “cabeza de la mujer”, que su deber es velar por ésta y que por lo tanto adquieren un derecho sobre ella y sobre su sexualidad. Que ellos pueden ser infieles pero sus mujeres nunca. Todo esto combinado produce unas relaciones desiguales entre los sexos. Las mujeres sufrirán los embates de un hombre criado para tener el poder, un poder autoritario, un poder obsesionado con la obediencia y la complacencia de sus caprichos. Y el hombre tendrá para sí una mujer sumisa criada para atenderlo.

En ocasiones, este hombre no sabrá como manejar el poder que el patriarcado le ha dado (seguramente habrá olvidado la frase que el tío Ben le dijo al hombre araña: “un gran poder trae consigo una gran responsabilidad”) y abusará de su mujer golpeándola o abusando de ella psicológicamente.

Creo que es cierto lo que ella propone sobre el modelo ecológico y el sistema patriarcal. De hecho, esa es la causa de muchas de las actitudes y acciones que comentaba en la introducción. Yo soy un hombre criado en una lógica de poder que me impide respetar como válidas las opiniones de las mujeres y me permite exhibir mi fuerza para mostrarle a una mujer su lugar. Tal vez no cumplo con el perfil de hombre violento y es por eso que mi violencia hacia las mujeres no es tan cruenta, pero desde mi punto de vista es igualmente dañina. ¡Siento tanta culpa por lo que he hecho a mis amigas, por mis hermanas, por mis ex-novias!

Fue por eso que decidí ser definitivamente distinto, que decidí no cumplir con lo que mi rol genérico me exige. Pero al hacerlo me enfrenté con una montaña de dificultades.

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La primera de estas dificultades soy yo. Yo quiero (porque aun no lo he logrado) ser autosuficiente, mostrarles a las mujeres que quiero que no precisan ayudarme u obedecerme en todo lo que les pido con mi voz de macho alfa. Esto es difícil porque exige abandonar la posición cómoda y ponerse a hacer oficios repetitivos y duros (lavar trastos, lavar ropa, levantarse a apagar las luces que deje encendidas, etc.) Es curioso, en Estados Unidos (y no es que Estados Unidos sea la panacea de la no-violencia) uno hace todo por uno mismo sin problema, ya que nadie lo hará por ti si no lo haces, además de que te lo van a reprochar hasta que aprendas. Acá en Nicaragua es más difícil porque uno sabe que si no lo haces tu mama o tú hermana (en mi caso) lo harán.

La segunda dificultad estaba implícita en el párrafo anterior. Las personas con las que tratas de ser distinto te ven con desconfianza e incredulidad. Creo que mi mamá piensa: “se va a cansar de hacerlo y tendré que hacerlo yo”. Nadie te apoya ni reconoce tus esfuerzos, es como si ellas mismas lucharan en su propia contra.

La tercera dificultad que encontré es que cuando uno trata de ser diferente es victima del rechazo social. Mis amigos dicen que en mi casa me tratan como esclavo o que a veces actuo como un afeminado. Ferreira decía que la masculinidad siempre esta en duda y que para probar la hombría de uno hay que actuar de manera tosca y despreocupada por los demás, al no hacerlo uno es atacado con el más duro de los dardos: la duda sobre tu virilidad. Estas dificultades que encontré las explica Ferreira. Ella dice que somos educados para la obediencia, la obediencia ciega a las normas sociales y a las autoridades. Tratar de ser distintos a lo esperado genéricamente es desobedecer a estas normas.

La sociedad puede ser muy cruel cuando trata de ajustar las “tuercas del reloj”. Hace algunas semanas un compañero trataba de reflexionar en una reunión de psicólogos y psicólogas sobre el uso de poder y los estereotipos sociales: todos los que estábamos allí empezamos a desesperarnos, algunos a decir “eso ya lo sé” o a decir “no quiero escucharte, termina ya”. No puedo imaginar lo que mi compañero sintió, pero puedo especular que se sintió mal. Él trató de facilitar la transformación de una idea en la cabeza de las demás personas y se encontró con el rechazo y la incomprensión.

Enfrentar el rechazo social es una de las dificultades más duras que he encontrado en mi esfuerzo individual para practicar la no-violencia y la equidad con las mujeres; sin embargo, la dificultad que implica cambiar la lógica de violencia institucional, de la que habla también Ferreira en su libro, es una tarea aún más titánica.

Me sirve para explicar esto último la experiencia de una amiga. Mi amiga había estudiado derecho

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y estaba a punto de graduarse. En ese momento encontró un trabajo muy bueno en un prestigioso banco de nuestro país. Según entiendo, a ella le empezó a ir bien y continuó con su proceso de independizarse de su familia, se compró un auto y consiguió un apartamento para vivir sola.

Yo me alegré mucho por este hecho pero no dejé de sentir una cosa extraña, una especie de envidia destructiva, era como que mi mente no aceptaba que a dicha persona le fuese mejor que a mí, que tuviera una posición de mayor poder que la mía. Ferreira dice que el patriarcado hace creer a los hombres que las mujeres son menos que ellos, que por eso siempre tendrán más poder que ellas. Tal vez eso explicaba mi situación.

Esto que explica Ferreira se evidencia mejor en lo que le sucedió a mi amiga dentro de dicha institución: un director de área (según entiendo) a los pocos días empezó a molestarla, burlándose de ella por su juventud e insinuando que ella estaba en ese cargo porque tenia relaciones sexuales con el director de división. Yo considero que esa fue una forma en cómo este hombre trató de defender su posición al sentirse invadido por una mujer que debería estar en casa cuidando de sus hijos. No sólo este hombre actuó así, la dueña del apartamento que alquilaba mi amiga empezó a tener problemas con ella al punto de discutir, la razón apareció en una discusión que ellas tuvieron y se resume en esta frase: “Vos estás aquí para conseguir hombres, sos una verdadera mujer de la calle”.

De hecho, las frases fueron mas duras pero esa era la idea central, las mujeres deben estar en sus casas, cuidando de la familia, ese es su rol y nadie lo cuestiona. Las instituciones, aunque no lo pongan en la entrada junto con su misión y su visión, creen en esto y actúan para dar más poder a los hombres, para invisibilizar a las mujeres y para dudar de sus capacidades y virtudes. Estoy en desacuerdo en que las instituciones hagan esto pero es tan difícil que uno sea escuchado, que las instituciones practiquen la equidad y la no-violencia. Es eso lo que me preocupa: ¡es tan difícil ponerlo en práctica!. Hay muchas clases en la universidad que enseñan a los hombres y mujeres de prensa el respeto por la dignidad humana y el desprecio por la violencia a las mujeres, sin embargo siguen mostrándose en las noticias televisivas cómo un hombre le pega a su mujer en plena vía publica sin que nadie haga nada, sin que nadie lo condene explícitamente. Se escuchan los comentarios por todos lados: “uhmm, algo hizo, nadie le pega a nadie sin razón alguna”.

Hay tantos grupos de mujeres feministas o en contra de la violencia que no son escuchados. Nuestros gobernantes exigen obediencia ciega a leyes que no son más que violencia institucional en contra de las mujeres (ejemplo de ello, la ley que en Nicaragua prohíbe el aborto terapéutico).

La espera por un verdadero cambio en las actitudes de la sociedad hacia la violencia desespera. Hoy que hemos esgrimido todos los bellos argumentos que teníamos para promover una cultura de

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tolerancia, respeto, dignidad y justicia para con las mujeres nos damos cuenta de que poco ha cambiado. Los novios siguen controlando a sus novias, las niñas siguen siendo criadas para ser sumisas, los esposos siguen sintiéndose en derecho de golpear a sus mujeres. Aun así, no desmayemos, ese esfuerzo que hemos iniciado (y que cada uno es responsable de llevar a la práctica en su propia vida), por muy duro que sea, dará sus frutos a su tiempo, en un mañana que amanecerá pronto.

La obra referida se publicó en Editorial Sudamericana (1992). ISBN-10: 9500707594 - ISBN-13: 978-9500707596 http://www.liber-accion.org/Joomla Potenciado por Joomla! Generado: 29 Agosto, 2007, 18:02

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