INTRODUCCIÓN SHERLOCK HOLMES Y EL CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS

¿Es verdad que el modelo tradicional de familia está en decadencia? ¿El aumento de los hogares monoparentales es un índice de progreso social y económico? ¿Es cierto que los Singles ya son una imparable y poderosa clase social? ¿De verdad pensamos que es mejor vivir solos que mal acompañados? Hace apenas cincuenta años era inimaginable que un hombre o una mujer pudiera vivir solo sin que todo el mundo se apiadara de él. Hasta tal punto esto era así, que un matrimonio sin hijos prácticamente despertaba la misma compasión entre sus vecinos. Siguiendo la misma lógica, no resulta difícil imaginar el sentimiento que debían de despertar una mujer o un hombre solos y con hijos a su cargo. Esto parece indicar que hace cincuenta años la gente suponía que nadie podía ser feliz viviendo solo; todo el mundo pensaba que la felicidad dependía exclusivamente del hecho de vivir en familia, entendiendo por familia el modelo tradicional compuesto por una pareja e hijos que viven bajo el mismo techo. En cambio, de un tiempo a esta parte, los medios de comunicación no cesan de dar noticias relacionadas con la crisis que atraviesa este modelo de familia tradicional. «Aumentan los hogares unipersonales y monoparentales». «Desciende el número de matrimonios y aumenta el número de divorcios». 

«Las parejas y los matrimonios cada vez duran menos». «Cada día hay más solteros». «La natalidad sigue descendiendo». «Los Singles (solteros, divorciados, separados o viudos sin pareja estable de 25 a 64 años) ya son una nueva y poderosa clase social». Otros indicadores también parecen confirmar esta realidad: una interminable lista de series de televisión, películas y libros de éxito abordan esta tendencia en sus argumentos y tienen como protagonistas a solteros de diferentes edades: Friends, Ally McBeal, Sexo en Nueva York, Seinfeld, Mujeres desesperadas, El diario de Bridget Jones, Love Actually, Tienes un email, etc. En nuestro país, los medios de comunicación también siguen insistiendo en hacerse eco de esta tendencia, que por lo visto sólo afecta a los países más ricos del planeta, y algunos analistas incluso afirman: «El número de hogares unipersonales son un indicador de progreso. Por eso se considera que las naciones más avanzadas son aquellas con una proporción mayor de ciudadanos que viven solos. Si España todavía no se ha equiparado al resto de Europa es por el retraso en la emancipación de los jóvenes». El razonamiento de estos expertos es concluyente; la crisis que atraviesa el modelo de familia tradicional es consecuencia del progreso social y económico. Lo que equivale a afirmar que este modelo de familia ya no responde a las necesidades del prototipo de hombre y mujer del siglo XXI que aparece retratado en las series de televisión y en el cine, y que cada vez con más frecuencia nos sonríe con optimismo desde la portada de las revistas mientras se abre paso con arrogancia en los estudios de mercado y los ensayos sociológicos. Son hombres y mujeres «solteros», entre los 25 y 64 

años, de aspecto joven, saludable y moderno, que viven en grandes ciudades y que priorizan su felicidad a cualquier otra consideración. Según el Instituto Nacional de Estadística, en España actualmente hay más de 7 millones de “solteros”, medio millón de familias monoparentales y más de 3 millones de viviendas unifamiliares, el doble que hace diez años. Según los expertos, estos datos evidencian que nos encontramos frente a una tendencia en alza, y que en pocos años nos situaremos al mismo nivel que Francia, Alemania, el Reino Unido y los Estados Unidos. En esta misma línea, los estudios de mercado también aportan datos muy significativos. Según el estudio Nuevos modelos de hogar: todo un reto para la innovación, elaborado por la Asociación de fabricantes y distribuidores (AEOC) y por la firma TNS Worldpanel, los nuevos modelos de hogar (unipersonales, monoparentales y dinky –parejas jóvenes sin hijos–) constituyen el 56% del gasto total de productos de gran consumo, frente al 44% que corresponde a las familias tradicionales con hijos. Este estudio también destaca que los hogares unipersonales en España gastan un 65% más que los hogares tradicionales. Un gasto que, según las fuentes consultadas, se materializa fundamentalmente en vivienda, energía, electrodomésticos, ocio, moda, viajes, gastronomía, cultura y espectáculos, nuevas tecnologías y productos de salud y belleza. Según este tipo de informes, el balance también es positivo y el futuro se presenta optimista. De estos estudios de mercado se desprende que estamos progresando porque la economía crece; los resultados de la banca, el comercio y la industria son razonablemente satisfactorios o muy satisfactorios, lo cual también corrobora que nos encontramos ante 

un nuevo escenario. Por tanto, no debe extrañarnos que muchos sociólogos, psicólogos, psiquiatras y algún que otro filósofo, traten de razonar la magnitud de estos cambios, y formulen sus teorías al respecto. Veamos algunos ejemplos. El sociólogo Lluís Flaquer afirma: «Estamos pasando de una sociedad compuesta por familias a otra compuesta por individuos». Una teoría que también comparte su colega Alain Tourine: «La crisis institucional de la familia tradicional implica que las preocupaciones se enfoquen hacia la formación del individuo como sujeto». De ahí que hoy se hable más de los efectos de una familia enferma que de una familia tiránica, señala Tourine, que se niega a valorar la descomposición de las instituciones (familia, escuela, iglesia) como algo negativo. Prefiere, en este sentido, hablar de mutación; surge un nuevo paisaje cultural y social que pone en primer plano al sujeto ocupando el lugar central que antes correspondía a la familia. Los autores Ulrich y Elisabeth Beck, que han investigado el panorama de la familia contemporánea desde la perspectiva de las caóticas relaciones de pareja, coinciden con otros autores al ratificar la creciente individualización del hombre y la mujer del siglo XXI, y plantean que las personas, ahora, tienen más posibilidades que antes para autoconstruir su vida y desprenderse de las imposiciones morales del pasado que alumbraban el camino correcto a seguir en cada caso, según se fuera hombre, mujer, hijo, pobre o rico. Así mismo, destacan la histórica desigualdad de la mujer y cómo, a partir de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos feministas empiezan a cuestionar esa desigualdad en el propio seno de la familia tradicional. Los Beck también afirman que los seres humanos van en 

busca de una vida propia, sacudiéndose de encima los marcos de género que los ubicaban en un determinado lugar. Antes que hombre o mujer, la ley actual dice que se es persona, y con la libertad de decisión de ambos géneros (hombre y mujer) no es de extrañar que la controversia también se manifieste en el seno de la familia tradicional, no tanto como causa de conflictos, sino más bien como el escenario donde se muestran. Para estos autores, la plena igualdad de sexo no se puede conseguir en estructuras institucionales que presupongan la desigualdad, y señalan a la familia tradicional como una de ellas. Para concluir esta muestra de teorías sobre la crisis del modelo de familia tradicional, quiero destacar a Anthony Giddens que afirma: «No es posible un retorno a la familia tradicional porque esta tipología o bien nunca existió tal como se la presenta, o bien porque las facetas represivas contenidas en las familias del pasado (discriminación de la mujer, por ejemplo) serían actualmente intolerables». No obstante, Giddens concluye su razonamiento afirmando: «No resolveremos nuestros problemas mirando al pasado. Es preciso hallar un equilibrio entre las libertades individuales que todos valoramos y la necesidad de establecer relaciones estables y duraderas con otras personas». Estas teorías no sólo son lógicas, sino que además resultan alentadoras porque también atribuyen la decadencia del modelo de familia tradicional al progreso. Consecuentemente, no debe extrañarnos que éstas hayan sido aceptadas tan rápidamente por los medios de comunicación y la opinión pública sin que nadie las haya cuestionado. Pero en realidad plantean un pequeño problema: no son ciertas. No se alarmen, no voy a deprimirles con apocalípticas 

reflexiones ni a moralizar sobre los valores de la familia. Sin embargo, debemos admitir que estamos ante un fenómeno sociológico que afecta a millones de personas, que aumenta año tras año, que provoca que cada día existan más personas que viven solas y que la natalidad descienda hasta límites preocupantes. Con todo, podríamos tratar de ser optimistas y aceptar que actualmente muchos hombres y mujeres son más felices viviendo solos que en familia, tal y como nos sugieren los expertos basándose en las estadísticas. Si en diez años se han duplicado los hogares unipersonales y más de tres millones de personas viven solas en nuestro país, será porque estas personas creen que viviendo así son más felices. ¿O no? Pero no se trata de ser optimistas o pesimistas. Lo que trato de explicar en este libro es por qué suceden algunas cosas, aunque para hacerlo tenga que hurgar en lo que se esconde detrás de las noticias y de la opinión pública. Opinar o teorizar acerca de un tema, tal y como se acostumbra a hacer habitualmente, está muy bien, pero cuando la lectura moral se sustituye por una valoración más objetiva y sincera, con frecuencia nos ofrece una revelación sorprendente. Por ejemplo… Los medios de comunicación, basándose en las estadísticas, dicen que en España hay 7,4 millones de Singles, pero estas mismas estadísticas indican que sólo hay 3 millones de viviendas unipersonales. Entonces, ¿dónde viven los 4,4 millones restantes? Leyendo atentamente las mismas estadísticas encontramos la respuesta: solteros propiamente dichos sólo hay 5,8 millones, y el 50% de ellos (casi 3 millones) son jóvenes entre los 25 y 35 años, que viven en casa de sus padres porque no tienen medios económicos suficientes para emanciparse o formar su propia familia. El resto se reparte de este modo: 

El 16% (928.000) comparte piso con otros inquilinos. El 7% (406.000) vive con uno o más hijos y forma familias monoparentales, que en el 90% de los casos están compuestas por mujeres separadas, divorciadas o viudas; sólo un 10% son solteras o solteros con hijos. Si hacemos cuentas, podemos afirmar que «solteros»que vivan solos realmente sólo hay un 25%, es decir, 1.450.000, que pueden pasar sus vacaciones en un crucero por el Mediterráneo y que consumen tres veces más que el resto de los mortales. Los 6 millones restantes (y sobre todo el 1.358.937 de viudas y viudos mayores de 65 años que viven solos con una pensión media de 400 euros mensuales), tienen serios problemas para llegar a final de mes y, consecuentemente, no creo que nadie pueda verlos como un síntoma de progreso social y económico, ni creo que ellos mismos puedan declararse razonablemente felices. Es más, las encuestas sobre la población soltera indican que el 90% de «solteros»de este país están buscando pareja o quieren contraer matrimonio. Unos datos que tampoco nos sirven para afirmar que la familia tradicional está en crisis... Si no, ¿por qué el 90% de los «solteros»españoles buscan a su media naranja? También resulta sorprendente que al presentar las cifras anuales de matrimonios celebrados en España, los expertos mantengan que la cifra de matrimonios desciende cuando la realidad es que desde 1990 la cifra se mantiene oscilando entre los 210.000 y 216.000 matrimonios anuales. En cuanto al numero de divorcios, el aumento, efectivamente es real, pero básicamente es debido a que la ley de divorcio en nuestro país es de 1981, y que tras la última reforma de 2005, el número de peticiones ha aumentado porque facilita el trámite y su resolución. Ante estas contradicciones, supongo que nadie se sor

prenderá si afirmo que el mundo actual es cada vez más complejo, confuso y a menudo difícil de interpretar. Por ello, tampoco se extrañarán si otros opinan que estamos perdiendo el sentido común o que no sabemos ni lo que queremos. Entre tanto desconcierto también parece razonable que resulte muy difícil sacar conclusiones. En cambio, si observamos lo que sucede a nuestro alrededor, sin dejarnos influenciar por conceptos preestablecidos y hurgamos un poco en la superficie, lo más probable es que lleguemos a conclusiones sorprendentes. Mientras conversaba con alguno de los hombres y mujeres que han optado por este modo de vida, comprobé que se referían constantemente a la felicidad, al amor, a la dificultad de encontrar la pareja adecuada, a la rutina del matrimonio o a la sensación de sufrir un extraño vacío existencial. Por ello y para comprender este fenómeno tan nuevo, he tratado de observarlo y reflexionar desde una perspectiva más amplia y original, utilizando métodos tan poco convencionales como mezclar datos estadísticos, observaciones y experiencias personales, entrevistas y paseos por el siglo XIX, el verano de las flores, la mente humana, los programas de televisión o Internet. A mi modo de ver, cualquier escenario es susceptible de contener pistas relacionadas con el motivo de esta investigación. Para hallarlas, me he permitido confiar en mi intuición y, con paciencia, he tratado de observar y formular las preguntas adecuadas. ¿De qué otro modo se puede descubrir la verdad? En este sentido, vale la pena recordar a Sócrates, que dedicó su vida al análisis del comportamiento de las personas y que nos legó una fórmula para ser felices basada en sus famosos principios: «¡conócete a ti mismo!» y «la verdad te 

hará libre». Dos consejos que hoy, por lo visto, muchas personas prefieren ignorar por miedo a descubrir cómo son realmente.Y no debe extrañarnos.A nadie le gusta descubrir que tiene unas necesidades que no todo el mundo puede entender ni compartir, y que además podrían hacernos sentir como unos auténticos egoístas a los que sólo preocupa su propio bienestar. Dicho de otro modo, nos inquieta el juicio moral por miedo a descubrir que somos inmorales, cuando en realidad ni somos inmorales ni nadie tiene derecho a juzgarnos moralmente. Por tanto, vamos a intentar comprender por qué en la actualidad existen tantas personas que viven solas, y vamos a hacerlo sin olvidar que somos unos primates muy inteligentes, condicionados por nuestros genes y por unos extraños impulsos neuronales que no siempre comprendemos, pero de los que tampoco debemos avergonzarnos. No en vano, nuestro instinto es el mismo que impulsó a nuestros ancestros a aparearse, a reproducirse y a vivir en colectividad. En este libro se incluyen veinte entrevistas realizadas a hombres y mujeres entre los 30 y los 55 años, que actualmente viven solos después de convivir en pareja o estar casados durante años. Lo sorprendente es que prácticamente todos ellos coinciden en querer vivir otra vez en pareja o incluso en casarse de nuevo. Así mismo, también sorprende que todas las mujeres, excepto una, expresen querer tener hijos y las que ya los tienen, tampoco manifiesten no querer tener más. También resulta muy significativo comprobar los millones de personas que diariamente visitan las páginas web dedicadas a encontrar pareja, o la proliferación de programas de radio y televisión que abordan estos temas. Buscar pareja en 

España se ha convertido en un negocio que mueve millones de euros anualmente. Repito: ¿Cómo podemos afirmar entonces que el matrimonio y la familia están en decadencia cuando millones de personas están buscando pareja o quieren contraer matrimonio? Estos testimonios, sumados a las estadísticas oficiales, evidencian que cada día hay más hombres y mujeres que viven solos, pero esto no significa necesariamente que vivir solos sea su objetivo vital. Para la inmensa mayoría de estas personas, vivir solos es algo puramente circunstancial, un estado transitorio hacia la vida en pareja. Otra cosa bien distinta es si estas personas lograrán su objetivo: si los solteros y solteras encontrarán la pareja que buscan; si los divorciados y divorciadas podrán rehacer sus vidas en pareja, o si contraerán matrimonio de nuevo. Todo esto parece demostrar que el matrimonio y la familia no están en decadencia, como nos dicen los expertos, sino que ha cambiado el nivel de compromiso que estamos dispuestos a establecer con dicha unión. Antes, el matrimonio era un contrato de mutuo acuerdo que duraba toda la vida. «Hasta que la muerte os separe», sentenciaba el sacerdote que oficiaba la ceremonia matrimonial. Ahora, en cambio, tanto el matrimonio como la relación de pareja, también son contratos de mutuo acuerdo, pero en la actualidad tiene un carácter temporal que nos exime del compromiso de por vida y que nos permite rescindirlo en cualquier momento, sin el consentimiento del otro. Es decir, prácticamente ningún soltero o soltera se cuestiona la vigencia o la utilidad del modelo de familia tradicional, lo único que hacen es usar la familia como un medio y no como un fin. Revindican su derecho a ser felices por encima de los lazos matrimoniales, 

y se separan o divorcian cuando dicha unión les coarta ese derecho, para recuperar la felicidad del modo que creen más oportuno: volviendo a enamorarse, formando una nueva pareja, casándose de nuevo, creando otra familia o simplemente gozando de la soltería durante un tiempo. Por lo visto, lo único cierto es que nuestro objetivo prioritario en la vida es nuestra propia felicidad, y quizás por eso nos aferramos al presente idealizando el amor en su sentido más romántico, porque sólo somos plenamente felices cuando gozamos intensamente cada minuto de nuestra vida. En consecuencia, cada vez soportamos menos la monotonía, la rutina, el compromiso, las responsabilidades, el sufrimiento, la decepción o el fracaso. Nadie niega ni quiere renunciar a la estabilidad y al amparo emocional y económico que nos ofrece la familia tradicional. En el fondo, parece que lo único que ha cambiado es nuestro concepto de la felicidad.

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