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El planeta donde Hollywood salió del armario Begur, Costa Brava, 1959 por Ferran Corbella / fotos Josep Carreras

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irigido por Joseph L. Mankiewicz, De repente, el último verano fue el primer film que, rompiendo los moldes de la época, mostró de modo claro y rotundo los aspectos esenciales del drama del malditismo homosexual. Lo paradójico es que se filmó en la pacata España de 1959, en la que la homosexualidad podía acarrear conocer la cárcel.

Uno de los capítulos mas decisivos e inéditos que ofrece el estudio del cine norteamericano y europeo, en el momento bisagra entre el cine clásico y el así llamado nuevo cine de la modernidad, lo ofrece la progresiva visualización de las identidades gays y lesbianas –la pregunta del millón de dolares es establecer si esa visualización tiene alguna relación con el aumento de la paranoia en las geoestrategias planetarias de los estados– en el cine industrial y comercial entre finales de los 50 y principios de los 80. Un tema que los historiadores “queer”, a lo suyo, no han dudado en etiquetar como género con identidad propia y que los historiadores tradicionales han dejado diluido, erróneamente, en el gran desenfoque canónico constituido por la gran avalancha del cine erótico y sexualmente rupturista de los 60-70. Justo en el estallido del cine de acción violenta, fue un momento histórico de confusión identitaria y disolución de formas narrativas que, en el reflujo posterior, a partir de los 90, daría paso al gran universo del cine “indie” de familias agónicas y desestructuradas que tanto aplauden todo tipo de parroquianos absolutamente despistados. Flotando en esa indefinición genérica del gran torbellino de las nuevas temáticas de la modernidad el flujo visualizador se hizo especialmente intenso en el momento de ocaso del código de censura. La industria de Hollywood lo impuso a rajatabla

desde 1934 y ello provocó, entre otras censuras, que la visualización homosexual quedara reducida a los típicos personajes ridículamente amanerados, o algunas contadísimas películas que, bien conocidas por los cinéfilos, forzaron tímidamente los límites del código. La propia industria, ya en la nueva era de la televisión, le puso fin el 3-X-1961 –textualmente “permitiendo la representación de la homosexualidad”– dando así cancha a un verdadero alud de films que, con planteamientos industriales y de gran consumo, abordaron con mayor o menor intensidad la visualización homosexual. La mayor singularidad del asunto radica en que, contra todo pronóstico, fueron muchísimos los directores y guionistas heteros los que impulsaron proyectos vinculados a la temática gay, como si se tratara de un tema crucial, en un flujo continuado, desde 1958, que contabiliza más de 100 films hasta la simbólica muerte del director gay Rainer Fassbinder, en 1982, momento en que la olla a presión producida por tres décadas de censura y mentalidad colectiva tardovictoriana, cruzada con el declive de 1a explosiva revolución de los 60, puso fin provisional a sus embrujadoras emanaciones de vapor pansexualista. De toda esta catarata de films resulta muy interesante destacar los que impusieron la primera ruptura con el código, estan-

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Imágenes del rodaje. El descamisado es Joseph L. Mankiewicz

do todavía el código en ejercicio, especialmente el tercero por orden cronológico, De repente, el último verano, de Joseph L. Mankiewicz, de 1959, Y cuyo culminante episodio gay fue íntegra y asombrosamente rodado en la Costa Brava. Mueve en efecto a estupor comprobar que una producción del mítico Sam Spiegel, distribuida por Columbia, fuera a escoger de todo el inmenso planeta Tierra, para visualizar por vez primera, de modo casi explícito, la búsqueda de sexo fácil –“ragazzi de vita” pasolinianos– de un poeta homosexual, nada menos que nuestra muy familiar y añorada Costa Brava de nuestros más infantiles baños arenyenses. Precedida por La gata sobre el tejado de zinc, film en que Richard Brooks frustró –tal y como sucedió en Un tranvía llamado deseo– la “salida del armario” de Tennessee Williams imponiendo, contra la voluntad del dramaturgo, un desenlace heterosexual –el célebre beso de Paul Newman y Liz Taylor–, y de un film tan emblemático de los efectos del código como Con faldas y a lo loco, en el que Billy Wilder optó por un chiste, protagonizado por un travestido Jack Lemmon, para satirizar el patético y “sumergido” drama colectivo del Hollywood clásico de las Greta Garbo y compañía, De repente, el último verano fue, en efecto, el primer film que, rompiendo los moldes de la época, mostró de modo claro y rotundo uno de los aspectos esenciales del drama del malditismo homosexual, una “confesión”, no lo olvidemos, pensada y escrita por dos artistas gays tan diametralmente opuestos como Williams y Gore Vidal: la Madre –Vio-

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leta Venable, Katherine Hepburn– como erróneo y letal espejo identitario, y el Hijo –Sebastian Venable, Julián Ugarte–, y la narcisística búsqueda de sexo fácil masculino como vergonzoso estigma que por primera vez era mostrado descarnadamente en celuloide. El proyecto nació en la mente del productor independiente Sam Spiegel, antiguo asociado de John Huston, a partir del inesperado éxito cosechado por La gata sobre el tejado de zinc, film que con 4 nominaciones fue significativamente marginado de los Oscars del 58, y del que Spiegel extrajo, muy astutamente, la que sería heroína del nuevo film, Liz Taylor, a la que quiso lanzar como nuevo mito alternativo al constituido por la Ava Gardner de La condesa descalza (film no casualmente dirigido por Mankiewicz con la curiosa idea de contarle al mundo, ¡en 1954!, y con el permiso de Bruno Bettelheim, la historia de Cenicienta y el Príncipe Azul convertido en príncipe homosexual). Spiegel, que había visto la obra teatral estrenada en el Off Broadway en enero del 58, y que sabía que Patricia Neal iba a interpretar la obra en Londres, con los bolsillos llenos de dólares caídos del cielo planetario gracias a El puente sobre el rio Kwai –atípica saga aventurera de soldados, sin mujeres, enfrentados “convivencialmente” al enemigo– compró rapidamente los derechos a Williams. Este, que había guionizado con éxito su primera y poco conocida adaptación hollywodense, El zoo de cristal, de 1950, de Irving Rapper, sugirió esta vez a Gore Vidal como guionista. Vidal era ya conocido por su volumen de narraciones gays La ciudad y el pilar de sal, y aceptó transformar en guión una pieza teatral corta que apenas duraba media hora. Spiegel contactó también con Mankiewicz, que estaba pasando un mal momento tras el suicidio de su esposa, la austríaca Rose Stradner, en septiembre del 58. El director de Eva al desnudo, tan interesado en los temas psiquiátricos como en mostrar a cielo abierto la homosexualidad del mundo que tan bien conocía –temática que finalmente había autocensurado en La condesa descalza por temor a la censura– aceptó sin que apenas pudiera intervenir en el complicado casting. Spiegel quería inicialmente a Liz Taylor en el papel de sobrina de Violeta Venable, contrapuesta a Vivien Leigh –muy emblemática heroína de Un tranvía llamado de seo– en el rol de su peligrosa tía. Por su parte Vidal propuso a la esposa de Paul Newman, Joanne Woodward –era amigo muy íntimo de ambos–, contrapuesta a Bette Davis, una elección que hubiera exacerbado las aristas letales de su rol. Por lo que hace al único protagonista masculino, el psiquiatra Cukrowicz, Spiegel pensó en William Holden y nada menos que en Rock Hudson. La Universal, que guardaba como su mejor secreto la

Con jovencitos “pasolinianos”

Joseph L. Mankiewicz

identidad gay de su más apuesto galán, rechazó la oferta por claras razones mercantiles: no les interesó asociar su codiciada star a la que ya se intuía controvertida y rupturista película de

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Julián Ugarte

1959, y menos todavía cuando habían decidido lanzarle, loca idea, como definitivo galán rompecorazones en Confidencias a medianoche, junto a Doris Day. Contratada desde un principio la Taylor, los restantes roles fueron a parar finalmente a Katherine Hepburn y Montgomery Clift, la cuadratura del círculo. La Taylor andaba ya coleccionando maridos, y estaba casada, tras convertirse increíblemente al judaísmo, con el cantante Eddie Fisher, marido “robado” a la también actriz Debbie Reynolds. La pareja “blanca” de Hepburn, Spencer Tracy, estaba ya enferma, y su anterior estrellato, basado en un polémico glamour andrógino-intelectual, declinaba en papeles de madura soltera victoriana –verdadera justicia poética. Por lo que hace a Montgomery Clift, no deja de ser un sarcasmo que el psiquiatra que ha de resolver el entuerto familiar fuera interpretado por un actor que en su vida real era un verdadero Sebastian Venable, un homosexual alcohólico y atormentado, muy amigo de mujeres “protectoras” como la Taylor, con el rostro desfigurado por su conocido accidente automovilístico.

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El rodaje de interiores, una asfixiante Nueva Orleans recreada en los estudios Shepperton, tuvo lugar en Londres, en un sonado introito de tensiones y enfrentamientos que vamos a obviar aquí. Llegado el tórrido verano del título el equipo de rodaje, capitaneado por Mankiewicz y Spiegel, más Liz Taylor acompañada por marido e hijos, se trasladaron a la Costa Brava. En esa elección se combinaron dos razones complementarias de mitología hollywodense y planetaria: el director gay Albert Lewin, aconsejado por el industrial catalán Alberto Puig Palau, había rodado en Tossa de Mar, en los mismos parajes, su Pandora y el holandés errante, clara fantasía gay –Lewin había rodado antes una célebre adaptación de El retrato de Dorian Gray, de Wilde, en 1945– que, paradójicamente, pasó a la posteridad por los mediáticos –cosa de periodistas– amores de Ava Gardner con nuestro torero y poeta Mario Cabré (no hay más que leer el relato de la propia Miss Gardner en sus memorias para hacerse una idea de la dudosa “verdad” del asunto), con el añadido del mismísimo efebo de gansters, Frank Sinatra, como tercero en discordia. Tras los pintores de los años 30, es obvio que, por más que cueste un dólar de plata de imaginación catalana, para Hollywood nuestra Costa Brava, tras el mito Gardner-Pandora, constituía la mejor Honolulu salvaje y agreste en donde rodar el episodio gay del film. El rodaje tuvo lugar en el mes de agosto de 1959, a lo largo de 3 semanas, en localizaciones de la playa de Pals o Sant Antoni de Calonge, aunque las escenas principales se rodaron en S’Agaró y Begur. El por lo demás largo bloque argumental recreaba basicamente el modo en que Sebastian Venable utilizaba a su prima Holly como cebo sexual, a la captura de jóvenes menores pasolinianos, y cómo el poeta pagaba sus pecados siendo canibalizado por las dionisíacas huestes que habían constituido su enfermizo manjar sexual. El equipo organizó un casting al que acudieron jóvenes de la misma zona de entre 11 y 17 años, la mayoría procedentes de la reciente inmigración del corredor levantino, adolescentes que fueron seleccionados en función de un aspecto lumpen y canallesco que el atrezzo no hizo sino reforzar en busca de un neorealismo italianizante –se supone que la acción transcurre en Amalfi. El episodio de canibalismo, que había producido un trauma en la maltrecha conciencia de Holly, fue rodado en las calles de Begur que conducen a su castillo y en la propia explanada del castillo, mien-

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tras las de Holly como cebo sexual de playistas fueron rodadas en la playa de S’Agaró, frente a La Taberna de Mar propiedad de la familia Encesa. Ya devenida star universal, Liz Taylor se paseó en olor de pequeñas multitudes totalmente ajenas al contenido del film, en compañía de un marido al que al parecer trataba como a un perrito faldero que de paso cuidaba a los niños –el matrimonio duró lo que un soplo– mientras que el actor español que encarnaba al poeta Sebastian, Julián Ugarte, apenas llamó la atención. Al margen de lo ilustrativa que es la decisión de no dar tan decisivo papel a ningún actor de Hollywood, el caso es que Ugarte no consta en los créditos del film, y además Mankiewicz redujo su papel a una trajeada y fantasmagórica sombra a la que nunca vemos el rostro. Todo apunta al grado de temor y verguenza que todavía inspiraba el tema en aquellas fechas en Hollywood. Demostrando una vez más que la vida imita al arte y el arte a la vida, Julián Ugarte Landa había nacido en Sestao en 1929 y tras una vida inicial de viajes y ensayos artísticos –pintura, escultura, cerámica y ballet– emprendió una muy irregular carrera de actor en el olvidado film El mensaje de Fernán-Gómez, participando después en algunas de las producciones internacionales rodadas en España esos años. En la época de De repente se movía ya en los círculos mundanos del milieu madrileño –básicamente Chicote y Riscal– y era el amante protegido del millonario vasco Jaime Echevarría, con amplios intereses financieros en la siderurgia bilbaína. Ugarte, conocido dandy snob, amante pasivo y femenino, mantuvo durante años un insólito ménage junto a Echevarría y su chófer-para-todo, que constituía la parte viril y activa del triángulo sexual. Pasados los años, ya a finales de los sesenta, Ugarte conoció en la embajada norteamericana a una nieta del almirante Sherman –elemento clave en la geoestrategia europea de la 2ª Guerra Mundial–. Didi Sherman, que de forma insensata se “enamoró” –o quiso redimir– a quien toda su familia le señaló como un parasitario –Ugarte había recibido grandes cantidades de dinero de Echevarría– gigoló homosexual de los medios snobs madrileños –como se hace evidente, Franco y sus secuaces tenían una doble y muy clasista vara de medir. El casamiento pese a todo significó la ruptura definitiva con Echevarría, por lo demás conocido dipsómano, y el inicio de una relación condenada al fracaso que duró entre 1970 y finales de la década, con el patético fruto de una hija por la que finalmente litigaron. Después de un papel como Diablo que le ofreció su amigo catalán, el director Josep Mª Forn, en una olvidada adaptación de Casona, La barca sin pescador, del 64, la etapa más intensa como actor la vivió Ugarte entre ese año y 1981: tanto en cine comercial

como en dos trabajos que lo asocian con la Escuela de Barcelona, Aoom, de Gonzalo Suárez, y Metamorfosis, de Jacinto Esteva. Finalmente el pobre Ugarte contrajo una afección de garganta y quedó sordo. En deslizante caída, sin dinero, envejecido, fue acogido finalmente por una hermana con la que retornó finalmente a sus paisajes natales, en Bilbao, ciudad en la que murió en 1987. El único testimonio que quedó del rodaje en Begur y otras localizaciones fue la magnífica serie que el fotógrafo de Begur, Josep Carreras, hizo contratado como foto-fija del rodaje, material que conservan su viuda y sus hijos. Desde aquellos días ni las gentes de Begur –comenzando por los desmemoriados comerciantes– ni su ayuntamiento han tenido el menor interés en promocionar culturalmente el evento, en cierto modo como refrendando por pasiva la actitud de las autoridades franquistas que, advertidas por la escandalosa recepción que tuvo el film en su estreno mundial, prohibieron su exhibición en España hasta que el nuevo aire aperturista post-franquista lo hizo posible, ya en 1977, casi 20 años después. Llama la atención que un ayuntamiento muy próximo, el de Palamós, esté promocionando actualmente la visita cultural de la población y el hotel donde se alojó el mítico escritor homosexual Truman Capote, en los años en que escribía A sangre fría, mientras el paso de Liz Taylor y su director por Begur se sigue en cierto modo silenciando. El fenómeno recuerda la actual bicefalia capitalina de Barcelona por parte de nuestro patriciado cultural: con una mano se consagra la Sagrada Familia como espacio turísticolitúrgico de culto católico-ortodoxo –no olvidemos que el actual Papa sigue abjurando de la homosexualidad–, mientras la otra, sin que la una vea lo que hace la otra, efectua el invisible truco mágico de convertir Barcelona en una creciente y exitosa capital gay del tour planetario de los homosexuales, sin que dicho espectacular fenómeno haya producido otra cosa que el más absoluto silencio mediático-popular por lo que hace a debatir la cuestión o, cuanto menos, ser coherentes y, en todo caso, expulsar todo vestigio de ultramundano catolicismo del territorio barcelonés. ¿Fue tal vez una premonición el rodaje de De repente, el último verano en Cataluña, a tiro de piedra de nuestra querida ciudad de Barcelona? Que bajen Francesc Cambó y Enric Prat de la Riba de su cielo noucentista, a juzgar en qué ha quedado su sueño de un orden racional, mediterráneo y clasicista –que entre otros incluía el mito de La Ben Plantada–, mientras sus herederos históricos miran en silencio hacia otro lado. Como nos decía el muy montagniano y añorado José María Valverde, “esperemos que no sea verdad todo aquello que sabemos”■

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