SEGUNDA PARTE

LA EDUCACIÓN DEL AMOR HUMANO

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I EL SIGNIFICADO DEL AMAR: ¡QUÉ BUENO QUE EXISTAS!

La realidad del ser humano es sumamente interesante y admirable. Filósofos, psicólogos, literatos, biógrafos, etc. han tratado de penetrar tantas veces, más de veinte siglos, en su naturaleza, su ser, sus manifestaciones, sus profundas riquezas y también en las quiebras de la condición humana; todo lo cual ha sido puesto de relieve de múltiples maneras. Por ejemplo, en Filosofía del hombre, hoy llamada Antropología Filosófica, se han escrito miles y miles de tratados. Desde aquella famosa frase socrática: “Hombre, conócete a ti mismo”, mucha tinta ha corrido. Las interpretaciones del ser humano han sido numerosísimas y no nos podemos detener ahora en ellas. Lo que es importante recordar en el asunto que nos ocupa, es la vocación fundamental del ser humano, el amar aquello a lo que está llamado y que está muy relacionado con el sentido de la vida. Sin embargo, como es sabido, esta realidad tan noble se ha venido oscureciendo; la misma palabra amor se ha vaciado de

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contenido, hasta llegar a significar lo contrario, al punto de convertirse hasta en una mala palabra. Siendo el amor lo más importante del ser humano, es necesario quitar el barro que interesadamente se ha tirado encima de esta joya, para conocer su verdad, para verla con ojos limpios y para atreverse a vivirla en toda su profundidad. El ser humano nace del amor y está llamado al amor. Según Tomás de Aquino, el amor es el don primordial, porque a partir de él se nos dan todos los demás dones, es el pre-requisito, y con él nos vienen todos los demás bienes. Estamos llamados al amor. Desde el Amor venimos, hacia Él vamos y sólo podremos desarrollarnos en la medida en que vivamos en el amor. Por eso, todos buscamos –aún inconscientemente– el amar y el ser amados. Sin embargo, el asunto medular es acertar en el amor, aprender a amar verdaderamente. Por otra parte, la falta de amor origina alteraciones muy serias en el ser humano. Por ejemplo, un niño necesita del amor de sus padres. Si un niño crece sin amor, tiene muchos problemas en su desarrollo, no sólo emocional, sino inclusive físico. El amor es el regalo primordial y por eso es indispensable. Es conocido el caso de aquel hospital en que se tenía a los niños recién nacidos en medio de todos los cuidados y comodidades materiales, pero que tenían un déficit de amor, especialmente porque no contaban con sus madres. Así a pesar de aquellas condiciones materiales y puestos a crecer, poco a poco los niños iban decayendo, enfermando y hasta muriendo. Mientras en otro lugar, se seguía con atención el

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desarrollo de unos niños que no tenían un hábitat de lujo como el primero, pero que contaban con el calor y el cariño de sus madres. Estos últimos salieron adelante todos. Después de que nacemos, vamos pasando por la infancia, la niñez, la juventud, la madurez y la tercera edad, siempre requiriendo del amor. Y lo que es más importante todavía, a través de todas esas etapas es condición imprescindible para desarrollarse, no sólo recibir amor sino especialmente darlo. Dar amor es correlativo a saberse amado. Sólo entonces es posible un desarrollo normal. La psiquiatría actual abunda en ese requerimiento. Sólo madura como persona aquel que progresa en el amor. El encerramiento en sí mismo es fuente de lo que antiguamente se llamaba neurosis y que hoy se encuentra dentro de las llamadas «alteraciones de la conducta». Como es sabido, actualmente, en muchos casos el deseo de placer y el deseo de poder han cerrado el paso al sentido vital, el cuál sólo se encuentra en el amor verdadero. Por ello, se podría decir que Freud ya está relegado a la historia de la psiquiatría. Los jóvenes hoy tienden a considerar que lo que más desean no es tanto satisfacer su libido, sino tener un sentido en sus vidas, porque aún satisfaciendo aquella, pueden quedarse en un profundo vacío existencial. Tal como están las cosas, es bastante probable que la tendencia a encontrar el sentido de la vida se haga más aguda en el futuro. El

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asunto del sentido de la vida es apasionante, y aunque no podemos dedicarnos ahora a desarrollarlo, sí lo veremos brevemente al final, para proponerlo a la reflexión de los jóvenes. Por otra parte, en realidad, el amor humano es de una gran riqueza y abarca todo el campo de las relaciones interpersonales significativas; por ello dentro del amor humano se pueden diferenciar algunas clases de amor: el amor maternal, el amor paternal, el amor fraternal, el amor filial, el amor amical, el amor conyugal. Es significativo el hecho de que en todos los casos, la frase amorosa fundamental y latente sea: “¡Qué bueno que existas!”, “¡Eres muy bueno, muy valioso, muy importante!”. Esto quiere decir, que el amor atañe a lo más profundo de nuestro ser, que gracias al amor somos refrendados en él. Evidentemente, este reconocimiento de nuestro ser como algo bueno causa inmensa alegría. ¡Qué bueno que existas! es la frase que tácita o explícitamente se encuentra en todas aquellas clases de amor: una madre se lo demuestra continuamente a su hijo, los hermanos, los hijos, los amigos, los enamorados, los esposos, también lo dicen en muchos detalles. Todos esos amores humanos –sin darse cuenta– están reconociendo el acto creador divino, amorosísimo, con el que fuimos puestos en la existencia, aquel acto de amor por el que Dios nos pensó como alguien amable, cuya existencia sería algo muy bueno, y ese amor todopoderoso llegó con su solo Querer –lo que no

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podemos hacer los seres humanos– a darnos la existencia. Ese acto de amor divino se vuelve a renovar en cada una de sus criaturas en cada momento de su vida. Por eso los amores humanos serán realmente tales si beben de aquella fuente creadora –amor personalísimo– de la que han salido: el Amor Divino. Así pues, para entender el amor humano –sin hacerlo banal– hay que partir de aquella reafirmación en el Ser radical. La misma experiencia nos da noticia de lo impactante que es esa reafirmación. Por ejemplo, un joven cuando vive su primer enamoramiento lo experimenta como un gran acontecimiento, que se manifiesta en alegría. ¿Por qué esa alegría?. Porque de pronto descubre que él es importante para alguien. Es probable que hasta ese momento sólo haya vivido con el amor de sus padres, hermanos, familiares, amigos. Pero, he aquí que hay alguien que se interesa por él de un modo nuevo. Y entonces aquel muchacho piensa, y si no lo piensa lo intuye: “Si yo soy alguien para ‘ella’ es que valgo”. Todavía tendrá que trajinar mucho en el camino del amor, pero ese despertar es muy significativo. Éste es el gran acontecimiento de la vida humana. El mismo Evangelio (Buena Nueva), tiene en la entraña esa buena noticia de que somos amados nada menos que por Dios mismo. Por ello, el amor divino es fundamental en todo ser humano, porque pueden fallarle todos los amores humanos, y, sin embargo, el amor divino no le defraudará, no le traicionará nunca.

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Podría ser, inclusive que -como se dice- alguien “no tuviera ni padre, ni madre, ni perro que le ladre” y sin embargo Dios le sigue amando.1De ahí también que la falta de amor a Dios se manifieste en tristeza. Acidia es el nombre que recibe la tristeza de no alcanzar a Dios. En esa situación el sujeto experimenta una nostalgia, como si algo importante le faltara. ¡Qué bueno que existas!. No sólo es el comienzo del amor, sino también su desarrollo, y en esa clave está la superación de las diferentes crisis. Por ejemplo, en el amor conyugal, aquella frase se precisa en el momento del perdón. Por muchas que sean las heridas recibidas, una señora no puede dejar de decirla y viceversa. Si no se dice, se da un paso hacia la puerta de salida: el divorcio. En definitiva, el amor (darlo y recibirlo), es fundamental en la vida humana. De ello depende el desarrollo y la felicidad de todo ser humano. Nos podríamos detener largamente en este punto, pero de alguna manera se verá a lo largo de los siguientes temas, ya que todos ellos están enclavados en ese meollo tan radical.

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También en la sicopatología se puede ver que es muy significativo el hecho de que en las terapias más efectivas se encuentre con un acercamiento religioso, el especial el amor divino. Esto no sólo se da en terapias de drogadictos o alcohólicos, sino también en la superación de muchas de las llamadas neurosis, especialmente de la angustia vital, y en general los temores de cierta índole.

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Finalmente, y antes de empezar a desarrollar los temas pertinentes precisaremos que, aún siendo todos los amores humanos importantes, nos vamos a detener en un solo tipo de amor humano: el que existe entre un hombre y una mujer y se orienta a la vida conyugal en el matrimonio. Lo primero que hay que decir es que el amor verdadero no se reduce al sentimiento. A veces se dice que el amor es ciego cuando tendría que ser todo lo contrario, muy lúcido. Por ello, no hay excusa para lo que se propone tantas veces a través de diferentes medios de comunicación, no se puede reducir el amor humano al amor pasional. Aunque éste se dé, es importante tener la cabeza en su sitio porque es mucho lo que está en juego. Como decía Hegel, la pasión fuerte es la pasión fría, porque la otra desaparece pronto. Por eso hay que acudir a la inteligencia y la voluntad, que son las que tienen que estar presentes en el enamoramiento porque éste tiene que ser muy lúcido y muy generoso, es una empresa bastante seria, especialmente porque está orientado al matrimonio y a la constitución de la familia humana. Para educar en este aspecto hay que ayudarles a los jóvenes a que distingan que –en vistas al matrimonio–, entre un hombre y una mujer existen por lo menos tres tipos de amor humano: el amor de amigos, el amor de enamorados o novios y el amor conyugal. Considero que hacer esta diferenciación es un punto de partida elemental si un joven sabe que está llamado al matrimonio. Tenerlos en cuenta es de una gran ayuda, guarda limpio el corazón, lo protege de “experiencias”

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innecesarias o entorpecedoras, y mantiene un tono emocional bastante equilibrado. 1. El amor amical Hay quienes sostienen la teoría de que entre un hombre y una mujer no puede darse el amor de amistad, porque no conciben que ese amor pueda darse desinteresadamente y que por tanto le faltaría una condición clave en la amistad. Sin embargo, el amor de amistad tiene muchas variantes, se da entre personas del mismo sexo y también es posible entre un hombre y una mujer, ya que sí es posible que cada uno procure el bien del otro desinteresadamente, valorándole en sí mismo. Este tipo de amistad, como todas las demás, empieza con el trato, el cual da lugar al conocimiento. Evidentemente, el trato entre dos personas de diferente sexo debe ser discreto y guardar cierta reserva prudente, especialmente si una de las personas estuviera comprometida. Actualmente, con la presencia de la mujer en todos los campos laborales, sociales, académicos, puede presentarse el caso de tener que coincidir con personas que no siempre son solteras. En ese caso, la amistad guarda una prudente distancia, empezando por algo tan sencillo como es el tratar de “usted” y no transigir nunca –por ningún motivo– respecto a evitar la confidencia, es decir, que es mejor no “contar las cosas íntimas”, a la otra persona, porque eso une mucho. La amistad es un

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intercambio de bienes, pero eso no se hace ciegamente, sino que hay que pensar lo que se da y en las condiciones de la otra persona que recibe. En cambio, si las dos personas están libres de compromiso, es posible que se produzca un mayor “acercamiento” y empezar, a medida que se va conociendo a la otra persona, a compartir con ella y contarle las cosas personales: “me ha sucedido esto”, “haré esto otro”, “pienso esto”, “quisiera tal cosa”. Con el tiempo, se ve si la otra persona es digna de su confianza, por lo que puede contarle cosas más personales, como proyectos, ideales, etc. En este proceso amistoso no se ha de perder de vista la finalidad de lo que se da: procurar la mejora del otro. Desde el inicio, la amistad debe tener dos condiciones, que son también las de todo amor humano verdadero, el de ser muy lúcida y muy desinteresada. Hay que pensar cuál es el verdadero bien del otro, y luego tratar de procurárselo, de manera que en cuanto se vea la amenaza del egoísmo, se reaccione enseguida con decisión. Así, en el nivel de la amistad, uno no puede apegarse a esa amistad con deseos de exclusividad. Lo único que justifica el amor de amistad es la ayuda y el perfeccionamiento mutuo, sin más. Si se cuida esto, el corazón está “advertido” y la amistad se mantiene como tal. En este marco, el amor de amigos es diferente al de enamorados o novios. Inclusive se puede ser amigos sabiendo que nunca se llegará a nada más. Se pueden

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aceptar las diferencias y la vida, el pasado, de la otra persona, porque eso no “afecta” ese tipo de amistad. Por ejemplo, si con el paso de los años, una de las dos personas le cuenta acontecimientos de su vida anterior que tal vez –o sin tal vez– fue bastante desordenada, en el aspecto laboral, sexual, etc., aquello se acepta, y se continúa la amistad. Sería algo diferente si se tratara de novios, en que cabría preguntarse, reflexionar y observar atentamente hasta qué punto permanecen todavía rezagos o consecuencias de esas experiencias o inclinaciones, por ejemplo, para la vida conyugal. Tendría que pensarse, no para juzgar, sino para estar prevenidos. Eso es necesario debido a que el enamoramiento va orientado a la vida conyugal dentro del matrimonio y también está la responsabilidad de elegir bien el padre, o la madre, que se le va a dar a los hijos. Es diferente si sólo se trata de un amor de amistad, ya que se intenta, dentro de lo posible, y siempre que el otro lo necesite, de ayudarle –si fuera el caso–, ¡también a conseguir esposa o esposo! Se trata de una amistad desinteresada. Por ello, si no llegan al noviazgo no hay “traumas”, ni experiencias dolorosas. De esta manera se conserva el corazón intacto, se continúa la vida con la más absoluta normalidad. Conseguir la limpieza o rectitud de intención es muy importante, porque cuando se sabe que sólo había que llegar a la amistad, y no se la defiende –contra viento y marea–, para que sea sólo eso y nada más, entonces se ha obrado con irresponsabilidad. Los sentimientos propios y ajenos hay que cuidarlos y no se

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debe jugar con ellos sometiéndolos a cualquier experiencia. Esta responsabilidad se tiene de manera especial si se tiene vocación al matrimonio, ya que hay que cuidar esa llamada que se tiene de manera personal. Esa vocación al matrimonio es muy seria y si se descuida se puede dar lugar a experiencias que luego “perturben” el encuentro con aquella persona con quien la Providencia ha dispuesto que se forme un matrimonio y una familia. Por ejemplo, si por poca reflexión y ligereza se ha tenido una experiencia dolorosa en el plano amoroso, la persona queda herida, y si no se cura adecuadamente queda en mala situación para empezar una relación de enamoramiento y noviazgo cuando sea el momento. Es necesario cuidar las tendencias y nuestros sentimientos. No importa si a veces nos dicen cosas como “no pienses mucho” porque en aquello que es importante, conviene pensar mucho, y no debemos tener temor de pensar, ya que es muy valioso lo que está en juego. Las experiencias de la afectividad condicionan de alguna manera la disposición de la afectividad en el futuro, y de eso somos responsables todos. 2. El amor de enamorados o novios En la amistad que vimos anteriormente, se compartía por lo general, una cierta intimidad en el sentido de contar los acontecimientos, y alguna vez los estados de ánimo, especialmente si se veía que la otra persona podía ayudar. Aunque se viera y se hablara con

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la otra. persona todos los días, la amistad –si es lúcida y generosa– se dirige principalmente a ayudarle en lo que podamos. Con todo, en la simple amistad no ha ocurrido todavía el gran acontecimiento del enamoramiento. ¿En qué consiste este acontecimiento?. Es un encuentro, una especie de deslumbramiento. Se basa en el conocimiento que hace posible el descubrimiento de la otra persona. Sucede cuando al ir conociendo a una persona nos damos cuenta de lo que es y entonces uno se deslumbra. En ese acontecimiento se descubre el ser verdadero y bello de la otra persona, y con ello se ve que uno es un gran bien para la otra persona y ésta también para uno. Es decir, en el descubrimiento de la otra persona no sólo se le descubre a ella sino que también uno se descubre a sí mismo. ¿De qué manera sucede esto? Cuando uno “se ve” en la otra persona y viceversa. A partir de ese momento, aguarda una gran tarea, la maravilla que es que la otra persona logra que uno “saque” de su interior lo mejor y viceversa. Se trata de un encuentro muy personal con la verdad de la otra persona del que uno se queda deslumbrado. Evidentemente que aquí cuenta mucho el tipo de personalidad y las experiencias anteriores (razón por la cual insistimos en el apartado anterior en estar vigilantes). Si se va a este encuentro con la mirada limpia y el corazón entero, no manoseado por anteriores experiencias, se está en mejores condiciones para reconocer y aceptar la verdad de la otra persona.

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Decíamos que era personal este encuentro y esto se debe también al tipo de personalidad que se tenga. A esto se le ha llamado a veces “complementariedad”, pero en realidad, si se posee buenas cualidades se tiende a la semejanza, buscando en la otra persona aquello que uno considera un bien. De lo contrario repelería; y en cuanto a los propios defectos se busca apoyarse complementariamente en las cualidades de la otra persona. Este encuentro personal, de “uno” y “una”, con todo lo dicho anteriormente marca el enamoramiento, como primera etapa en el largo camino del amor humano. Se trata de un deslumbramiento, uno se encuentra con la verdad de aquella persona y uno dice: “éste(a) es”, incluso a veces se dice o se piensa: “te vengo buscando por muchos años”, entonces se despliega la dinámica afectiva más intensamente. De esta manera empieza el amor humano, como un descubrimiento, pero enseguida da lugar a una tarea: la de procurar el bien del otro. Es aquí cuando la lucidez y la generosidad deben intensificarse. Actualmente, es necesario insistir en que no es verdad que el amor sea ciego, sino que el verdadero amor es muy inteligente y muy generoso. Esa tarea cambia, marca la vida. La presencia y el trato con la otra persona hace que surja en nosotros lo mejor, y eso es lo novedoso. Por esto uno ve que su vida no puede ser igual después de haber conocido a esa persona, que su vida se divide en dos, e incluso, como dice la canción: “antes de ti, no hay antes”.

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Pareciera que la vida empieza con esa persona. No se entiende cómo se pudo vivir antes sin ella. Es tanto lo que hace por nosotros: ¡se nos ha revelado y nos ha revelado a nosotros mismos! Esto se suele expresar con la conocida frase que ya hemos señalado: ¡qué bueno que existas!, “si no existieras, algo importante me faltaría”, poco a poco esto se va convirtiendo en “no concibo la vida sin ti” y va apareciendo el “para siempre”. Si se ve que constituimos un gran bien para la otra persona y aquella persona también para nosotros, entonces aparece la nota de exclusividad, ¿en razón de qué? en razón de que se empieza a vislumbrar la posibilidad de que aquella persona puede constituir el esposo o esposa, y el padre, o madre, de sus hijos, y esto no puede hacerse sino de esa manera exclusiva. De cara a esa vida a futuro se desenvuelven nuestras relaciones, que tienen que ser muy delicadas, sabiendo ser prudente, precisamente porque ese futuro es futuro, no es presente. Lo más difícil será aquí guardar el equilibrio entre lo que procede y lo que de ninguna manera es procedente dentro del enamoramiento. Porque tampoco aquí está permitido todo. Asunto central es el de compartir la intimidad personal. Ya hemos dicho que aquí se produce una dinámica afectiva intensa, que tiende a la unión, por lo que hay que estar vigilantes. Por ejemplo, hay que cuidar las caricias, precisamente porque la tendencia a la unión, también corpórea, es muy fuerte.

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Para esto es importante ser conscientes de que el uno se encomienda al otro mutuamente y que por tanto se trata de cuidar del otro, aunque a veces, si se mete el egoísmo, es el otro el que tiene que cuidarse de uno. Las “salidas”, a veces inoportunas de la afectividad es lo más fácil, lo difícil es venerar a la otra persona hasta el punto de respetarla exquisitamente. Actualmente hay gran confusión al respecto. La televisión, las telenovelas, las revistas y la atmósfera que rodea a los jóvenes, favorece una ligereza en el dar y recibir caricias y en muchas cosas más. Sin tratar de justificarles, trato de explicarme este hecho con la ignorancia y la falta de hábitos perfectivos. Se ignora la importancia de una caricia, de un beso, e incluso la seducción está vista como un “hobby”, más aún, como una “autoafirmación de la propia virilidad o feminidad”. Ese juego procede a menudo de la irresponsabilidad, cuando no de la inseguridad y hasta de la malevolencia. Si es por inseguridad se trata de una patología. Precisamente los “Don Juan” y las “mujeres seductoras” que enredan, a quienes van desprevenidos, en sus tentáculos como la araña a un bicho cualquiera, son objeto de largo estudio en la psicopatología. Esto es lo que ven nuestros niños y jóvenes en la televisión, en las revistas, vaciando de contenido realidades de tanta riqueza. Lo malo es que luego hay quienes, siguen con ligereza, ese “juego” -que yo suelo llamar “fuego”- y pueden tener experiencias muy tristes. Nada da más pena que ver a un(a) adolescente sonreír con escepticismo, cuando se habla del amor

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humano, o del enamoramiento. También hay quienes viven ese cinismo como irremediable y entonces van conscientemente a jugar con algún incauto(a), buscando el placer o provecho personal. Esas ligerezas, a veces pueden tener consecuencias que marcan toda la vida, por ejemplo, las relaciones pre-matrimoniales a veces dan lugar a un hijo, con lo cual se pone en riesgo la vida de ese niño que no cuenta con algo necesario para su desarrollo emocional e integral: la unión estable de sus padres. Esto es una injusticia que se agrava cuando la madre soltera no se hace cargo de su hijo y se lo da a los abuelos, abdicando de su insustituible maternidad. Por otra parte, es también una injusticia social grande la cantidad de hijos sin padre que pueden existir en una sociedad y las consecuencias que se desprenden de ello. Conozco a un profesor que suele decir que a la ley de Malthus le opone la suya: que cada hombre tenga hijos sólo con su mujer, y entonces se puede superar la pobreza del Perú. 3. El amor conyugal Si el proceso anterior se vive acertadamente, entonces se ha conseguido el 50% del éxito en el matrimonio y un amor conyugal fiel, exclusivo, y fecundo. La fidelidad conyugal es un compromiso renovable día a día, e involucra inclusive al pensamiento. Esa vida se vive en función de un “nosotros” y de los hijos.

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Sin embargo, tampoco a esto ayuda el ambiente, puesto que ahora ya no se toma con seriedad el matrimonio; por ejemplo, en las novelas la gente se casa y se “descasa” con una facilidad sorprendente. El amor humano –como también el divino–, tiene que resistir a un fantasma, que es la rutina. Por eso los cónyuges han de inventárselo cada día y en cada momento.

II ENFOQUE BIO-ANTROPOLÓGICO DE LA SEXUALIDAD HUMANA1

1. El plano biológico de la sexualidad en el viviente Como es sabido, básicamente, existe sexualidad cuando hay mezcla del patrimonio genético de dos organismos para la obtención de uno nuevo. Desde el campo de la bioquímica se sabe que los genes son segmentos de las cadenas de ácidos nucleicos que constituyen los cromosomas y que contienen el mensaje codificado con todas las disposiciones y los ‘planos’ para la constitución y el mantenimiento del organismo vivo. Así pues, la forma en que se reproducen los organismos vivientes más complejos es la sexualidad. Pues bien, desde este punto de vista, el núcleo de las células de uno y otro sexo es el almacén donde se guarda 1

Seguiremos en este punto a Jacinto Choza. Antropología de la sexualidad, Rialp, Madrid, 1994.

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la información que constituirá al nuevo ser viviente. Es dentro de unos depósitos especiales, como son los gametos, donde se guarda aquella información precisa e individual. En los organismos vivos, la individualidad está dada por la relación entre los elementos materiales que lo componen y su principio intrínseco o interior que los mantiene compuestos, y que les da continuidad, y que se llama «alma». El alma es el principio inmaterial, intrínseco, vital, muy activo, por el cual un ser vivo posee automovimiento y se auto-organiza, de manera que sus operaciones son inmanentes porque guardan una cierta interioridad. Aquí ‘interior’ quiere decir que es extraespacial y extratemporal en un sentido muy preciso. Así pues, ese principio intrínseco mantiene los elementos materiales integrados dentro del organismo, de manera que se mantiene la misma inmanencia en los procesos de crecimiento, reproducción y nutrición. En lo que respecta a los de reproducción, si ésta consiste en un desdoblamiento de todos los elementos integrados en el organismo, y del principio intrínseco que los mantenía unidos, se trata no de una actividad inmanente, sino trascendente, pues da lugar a uno o dos individuos diferentes que tienen una vida propia independientemente de los que le dieron origen. Pues bien, la posibilidad de que existan por una parte “padres” y por otra “hijos”, y que la individualidad y la vida de cada uno no tengan que mantenerse a costa de la del otro anulándola, sino que tengan una vida

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independiente, es lo que, en los organismos más complejos, viene dada por la existencia de los gametos. Resumiendo, la reproducción sexual de los seres vivos consiste en que el nuevo organismo se produce a partir de dos organismos diferentes, cada uno de los cuales aporta un grupo de cromosomas para la constitución del nuevo ser. Ninguno de los dos juegos se activa si no es en conexión con el otro, y, siendo complementarios, el nuevo individuo tiene vida propia, de manera independiente, aunque se constituye siendo alternativamente expresión de caracteres de uno y de otro. Este proceso recibe el nombre de recombinación, y es lo que permite una alta variabilidad en los individuos y también en sus descendencias (porque los gametos del nuevo individuo mantienen, a través de la meiosis, los caracteres de aquellos dos que le han dado origen). En los animales, aquellos organismos vivientes que tienen sexo meiótico están compuestos por células diploides, es decir, por pares de cromosomas que resultan de la recombinación de dos células haploides que son el gameto-macho y el gameto-hembra. Como es sabido, el organismo resultante, sea un organismo macho o hembra, depende de los genes que se encuentren en el último par de cromosomas. Por tanto, tenemos que la primera determinación de la sexualidad es, por supuesto, la genética. En el ser humano, tras la fertilización, los cromosomas del espermatozoide y del óvulo constituyen un núcleo diploide, y el último par de cromosomas determina si el

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nuevo organismo es varón o mujer, y en los otros seres si es heterogamético u homogamético según la especie. 2. Sexualidad y comunicación El individuo singular que pretende afirmar su propia identidad como individuo y como especie (su genotipo único e irrepetible), siente un impulso fuerte para hacerlo: es lo que en los animales se llama instinto sexual. Esto es lo que les lleva a un comportamiento determinado según las diferentes especies, y según la dotación de cada individuo. Por otro lado, en el hombre se llama tendencia sexual o pasión amorosa erótica, y lo lleva a un determinado comportamiento. Así pues, los sentimientos, conocimientos, impulsos, etc., que se registran en la interioridad de un ser vivo, forman parte de su realidad que es el sexo, pero esto sucede en razón de que los seres vivos están dotados de esa dimensión interior. Precisamente un ser vivo es aquel cuyas acciones no se desprenden mecánicamente, sino que están regidas desde el interior del ser vivo, el cual va “guardando” en sus facultades las formas que va adquiriendo. Por esto, en los seres vivos superiores cuenta tanto la dotación genética como el despliegue de esa dotación que va consolidándose con las acciones u operaciones ejercidas respecto del entorno y que tienen una finalidad dada por la propia naturaleza. En el caso

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de la naturaleza humana, la “conducta sexual” no se ha de realizar según el capricho de cada quien, no se puede ir en contra de la naturaleza misma. Por esta razón al estudiar la sexualidad humana hay que acudir tanto a la dotación biológica como a la educación de sus facultades humanas, de acuerdo con la cual ejerce la sexualidad, teniendo en cuenta, su finalidad. Es importante tener claro que la naturaleza de la sexualidad humana es justamente eso: humana, y no se reduce simplemente a genitalidad. Por tanto, hay que evitar los reduccionismos tanto respecto al materialismo, como a sociologismos cuyos planteamientos se sustentan en ideologías. Si se reduce la realidad humana, se le desconoce, se le maltrata y se la deteriora profunda e injustamente. La sexualidad humana tiene que ser vista integralmente y además debe tener en cuenta su fin. La comunicación de la propia sexualidad se lleva a cabo en forma de unidad de la identidad y de la diferencia, es decir, en la forma de comunión, de comunicación. Es la tendencia a la supervivencia propia, un aspecto de la tendencia a comunicar la propia vida. La unión total es posible si cada uno se da plenamente al otro, que es diferente, sin suprimir su alteridad, sin fagocitarlo, sin anular su propia peculiaridad, teniendo en cuenta su finalidad que tiene como ser humano. La reproducción es una puesta en común, una unión de dos, no la inserción en la vida de uno solo de ellos (como en la nutrición), sino en la vida de un tercero. La individualidad del tercero no se constituye a costa de la vida ni de la individualidad de los dos que se unen,

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sino que es la manera como cada uno de éstos que se unen afirman su propia identidad como individuo y como especie.

3. El eros como relación intersubjetiva a. Dinámica del eros Olvidarse de que el hombre tiene cuerpo resulta de tan malas consecuencias para el ser humano como olvidar que tiene espíritu. Sin embargo, aún con ser importante el cuerpo humano, hay que entenderlo integrado en las dimensiones más altas del espíritu humano, por lo que el tema del amor humano es un tema que no se reduce al de la relación erótica. En la experiencia corpórea, meramente sensible, hay una “sensación” de felicidad. Incluso en la más pequeña mirada, en el más leve gesto, se experimenta un sentimiento de gratuidad y gratitud. Es el anhelo de realizar lo más sublime a través de, o en esa persona. Por eso, algún autor ha descrito la experiencia del enamoramiento como una “alteración patológica de la atención”. Se trata de una alteración psicofísica, que involucra a todo el sujeto, en su cuerpo y en su espíritu. Es significativo el deseo de recibir y de entregarse. Esta experiencia, aunque sea tan básica, es conmovedora y anuncia la vocación al amor, por la que se puede descubrir a Dios y ver al universo con nuevos ojos. De alguna manera el amor erótico “imita” lo que es el amor plenamente humano. Amar absolutamente es querer dar

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absolutamente todo, es ya no pertenecerse, sino donarse generosamente. Sin embargo, para que esa entrega sea adecuada se requiere un grado de madurez. También aquí el amor erótico aunque se refiere especialmente al desarrollo psicofísico, tiene una cierta “imitación” del amor humano pleno. La máxima afirmación de sí mismo se produce cuando hay un grado tal de posesión de sí que uno puede darse del todo. Entonces hay la libertad de la donación. Por tanto, esta experiencia supone una adecuada conciencia de sí mismo la cual no se da en la niñez, en la que todavía no se posee una conciencia de sí en concordancia con lo que uno realmente es. El niño pequeño, aunque parezca que se da, en realidad tiene una conciencia de sí elemental, fundada en su diferenciación respecto de otros, simplemente como opuestos a sí mismo. Sin embargo, el proceso de autoidentificación tiene todavía más fases, y una de ellas es la experiencia del otro como persona y del otro en cuanto poseedor de unas peculiaridades propias que incluyen su yo masculino o femenino. El reconocimiento de sí mismo y del otro en toda su integridad no es cabal en la niñez. En la pubertad y en la adolescencia, la experiencia del enamoramiento está frecuentemente descrita como un despertar. Es una puerta de entrada para el conocimiento de quién es. Se podría decir que el adolescente “se mira por los ojos de la persona amada”, se descubre a sí mismo.

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En este despertar sensible lo que primero se experimenta es gozo, pero el amor humano no se reduce a aquella fase inicial. Es preciso un recorrido. En algún momento se cae en la cuenta de que el ser humano aunque quiera amar de una vez por todas y entregarlo todo de un golpe, no alcanza a lograrlo por su condición temporal. Por eso su modo de dar esa entrega es prometerla. Pero la promesa no es sentimiento espontáneo sino una reflexión. La promesa es, a partir de esa reflexión y valoración, un adelantar el tiempo (se promete en relación con el futuro), ya que se considera tan valiosa a la otra persona que uno compromete su futuro en la tarea de amarla. Así pues, en el primer momento aparece el amor como gozo, y en el segundo aparece como tarea a realizarse en el futuro, a lo largo del tiempo, cualquiera que sean las circunstancias, a pesar de los problemas y sus deficiencias. Si la radicalidad constitutiva, la que aparece en el fenómeno cognoscitivo afectivo del enamoramiento, no se unifica con la actividad voluntaria reflexiva, el hombre no se liga con su propia raíz. Puede suceder más bien que se disperse, que no sea uno y que no logre afirmar suficientemente su propia identidad. Aquí podemos empezar a diferenciar el mero sentimiento amoroso del amor plenamente humano. Un sentimiento y más especialmente el del amor, empieza de un modo inopinado, y dura mientras dura; está presente hasta que pasa. En cambio, una decisión

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voluntaria no empieza de un modo impulsivo; empieza cuando se toma la decisión, y dura hasta que se revoca mediante otro acto de la voluntad. Dicho de otra manera: un sentimiento es manifestación de sí, de lo que uno es o está siendo, y una decisión es disposición de sí, y es tal que responde de sí en todo momento. En este nivel personal, en el que no se cuenta sólo con el sentimiento, con la atracción erótica, sino con la decisión, se da la posibilidad de la unión y con ella el riesgo del otro. Esta tarea se vive especialmente en el matrimonio. Como en este ámbito se dan las mayores de las uniones, aquí también se dan las mayores soledades y sufrimientos más intensos. b. El cuerpo revela el sentido donal de la vida El cuerpo tiene su valor. La corporeidad es, en efecto, el modo específico de existir y de obrar del espíritu humano. Este significado es, ante todo, de naturaleza antropológica. “el cuerpo revela al hombre”, “expresa a la persona”. Hay una teología del cuerpo: “Esto es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental que es don del Amor”. Por tanto, ya desde la observación del aspecto corpóreo de la sexualidad se puede descubrir la vocación al don mutuo de sí y a la fecundidad. El cuerpo en cuanto sexuado, manifiesta la vocación del hombre a la reciprocidad, esto es, al amor y al mutuo don de sí. El hombre y la mujer son diferentes para integrarse. Por eso, los sexos son complementarios:

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iguales y distintos al mismo tiempo, no idénticos, pero sí iguales en cuanto a la dignidad personal; son semejantes para entenderse, diferentes para completarse recíprocamente. Hombre y mujer pueden formar una comunidad de amor. Dentro de un planteamiento cristiano, constituye un modo de realizar, por parte de la criatura humana, una determinada participación del ser divino. Orientados a la unión y a la fecundidad, el marido y la esposa participan del amor creador de Dios, viviendo a través del otro la comunión con Él. En presencia de esta capacidad del cuerpo de ser signo e instrumento de una vocación, cabe descubrir una analogía entre el cuerpo mismo y la economía sacramental. En síntesis, la sexualidad está llamada a expresar valores que tienen exigencias morales específicas. Orientada hacia el diálogo interpersonal, contribuye a la maduración integral del hombre abriéndolo al don de sí en el amor; vinculada, por otra parte, en el orden de la creación, a la fecundidad y a la transmisión de la vida, está llamada a ser fiel también, a esta finalidad suya interna. Amor y fecundidad son, por tanto, elementos y valores esenciales de la sexualidad humana.

III LAS DIFERENCIAS PSICOLÓGICAS ENTRE LA PERSONALIDAD MASCULINA Y FEMENINA

1. Importancia de no reducir la sexualidad humana solamente al plano fisiológico Como habíamos señalado, los sentimientos, tendencias, conocimientos y movimientos que se registran interiormente, forman parte de la realidad que es la sexualidad humana en los organismos que efectivamente están dotados de esa interioridad. El ser humano es una unidad. Por esto además de la dotación genética, el medio, el aprendizaje y la trayectoria “biográfica” individual son factores que cuentan en la consolidación del sexo. Dentro de esta visión integral, la biología evolutiva que se hace desde la genética o desde la biología molecular está incompleta sin los logros de la fisiología comparada, la embriología y la etología. Y por eso también si se quiere estudiar la sexualidad humana no se puede prescindir de las dimensiones psicológicas, sociológicas,

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jurídicas y morales que tiene el sexo en el caso del hombre, y que son tan reales como sus dimensiones genéticas, anatómicas y fisiológicas. Si no consideramos esta unidad integral del ser humano podemos caer en reduccionismos, que llegan a ver al hombre y a la mujer sólo en su aspecto fisiológico o inclusive corpóreo, desatendiendo otras dimensiones inclusive más importantes. Esto es un error muy serio aun tratándose de cualquier realidad viva. Por tanto, reducir a uno de sus aspectos a cualquier ser viviente es estropearlo. Así pues, la sexualidad es una de las formas del “impulso a la conservación del propio ser” que se da en los seres vivientes orgánicos, en tanto que vivientes orgánicos, porque se lleva a cabo en forma de unidad de la identidad y de la diferencia; es decir, en la forma de comunión, de comunicación. Intuitivamente se capta bien su significado por referencia a la experiencia de la pasión amorosa en el ser humano, la cual es un impulso que tiende con la máxima fuerza a una unión total. Sin embargo, ese impulso tiene que ser gobernado por la inteligencia y la voluntad, para que no se desboque. Respetar la individualidad del otro tiene su importancia en la vida conyugal porque esa unión supone darse totalmente al otro pero a partir de la propia identidad, de lo que es uno. De manera que la unidad entre dos seres humanos no es una mezcla en que no se sabe qué es cada uno, sino una unidad de dos que son diferentes (también sexualmente). Y sólo así se entiende la entrega personal, en el sentido de que cada uno entrega

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lo que es al otro sin suprimir su propia identidad, sino precisamente reconociéndola. Esto tiene más importancia todavía referido a los roles o funciones que desempeña la madre y el padre dentro del hogar. Como se sabe, el matrimonio es el fundamento de la familia, por ello los padres son los que “sacan adelante” su hogar, porque son en cierto modo sus “fundadores”. Dentro del hogar todos colaboran en sacarlo adelante, y por eso hay unas funciones que responden a las condiciones con las que cada uno cuenta, para así poder realizarlas con más facilidad. 2. La complementariedad entre el hombre y la mujer a. Lo masculino y lo femenino existencialmente. Un relato griego. La especificidad de los sexos en el orden constitutivo se ve también en el orden operativo. Para ver cómo se manifiesta esa diferencia originaria en el plano psico-sociológico y en el trayecto biográfico, seguiremos la propuesta del Prof. J. Choza, quien en su libro Antropología de la sexualidad, acude a una de las muestras más completas que ofrece la cultura griega. Su lugar es la Odisea de Homero. Es un poema en que aparece el principio femenino modulado según una amplia gama de versiones y también el principio masculino encarnado en lo que se ha considerado en la cultura posterior como el arquetipo de hombre-varón.

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Pero Ulises, el arquetipo de humano varón es tal, precisamente en referencia al arquetipo humano mujer, Penélope, y viceversa. Para cada uno la existencia y la identidad propia sólo se concibe y se realiza en función del otro, aunque esa reciprocidad no es en modo alguno simétrica sino asimétrica y, vale decir, complementaria. Según la concepción griega, la existencia de Ulises, como toda existencia humana, consiste en salir de sí, de su casa, de su familia, donde todavía no es nadie o no es nada porque no ha hecho nada: no ha llevado a cabo acciones por las que se le pueda calificar y en las que se puedan manifestar en el orden existencial sus cualidades esenciales-personales. Así pues, el comienzo, su biografía todavía no tiene ningún contenido y por eso su vida es de una pobreza extrema. Y ésa es la condición inicial de toda existencia humana. Ulises sale de sí abandonando su familia y su casa para recorrer el mundo, lo cual cumple realizando acciones bélicas, técnicas, eróticas y diplomáticas en las que se ponen de manifiesto y se prueban sus cualidades humanas, psicológicas, sus principios éticos y también sus creencias religiosas. El objetivo que preside el conjunto de sus actividades es volver a su casa, a su familia, a Penélope, que es la fuente de su profunda nostalgia. Ulises consigue su objetivo, y ello significa que su vida está “salvada”: no queda como un conjunto de actividades dispersas y perdidas, sin que nadie las recoja y les dé unidad y continuidad, sin que nadie se beneficie de ellas, heredándolas y haciéndolas fructificar.

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Al alcanzar su objetivo, Ulises consigue reunirse consigo mismo y permanecer incluso más allá de su muerte. Pero lo alcanza sólo mediante el reconocimiento de los demás, y especialmente de Penélope. De nada le hubiera servido llegar como triunfador a la isla de Itaca si él no significaba nada para Penélope. Así, todo su mundo masculino, sus trabajos, sus conquistas, sólo tiene sentido si su ser es acogido y su trabajo reconocido por la persona amada. Sólo en Penélope se reúne Ulises consigo, porque sólo en ella alcanza verdaderamente su identidad, ya que se trata de un destinatario personal a quien ama. Ulises representa de alguna manera la conquista y los trabajos masculinos y Penélope la permanencia: ese centrarse y quedarse en su casa hace posible que Ulises tenga un punto de referencia seguro al cual volver. De igual manera, la mujer está más dispuesta a congregar que a dispersar. Inclusive se ha dicho a veces que la mujer tiene que arreglar los desarreglos de los hombres, en referencia a aquellos estropicios que se pueden producir en la actividad que éstos despliegan. En el poema, se pone de manifiesto que no se trata de que Ulises, el hombre, no sepa quién es él. De alguna manera lo sabe y sin embargo en su viajar por el mundo lejos de su casa, de su mujer, puede precisamente olvidarse de su casa y de los suyos por ingerir la “flor del olvido”, puede concentrarse en la satisfacción de las necesidades inmediatas y ser convertido en cerdo, puede ser seducido por el canto de las sirenas y quedar destruido por aquello que le fascina.

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Se trata de que su trasunto biográfico sea aceptado, de que aunque mantenga memoria de sí, su principio de identidad (ya sea de modo continuo ya sea de modo intermitente), eso que ha hecho, que ha vivido y que sabe de sí, ha de ser acogido, reconocido por la persona o personas a las que, ya desde el principio, pertenecía, de un modo muy particular la propia vida, a saber, la mujer y los hijos. El único ámbito adecuado para la existencia de un ser personal es la intimidad de otro ser personal, pero el único modo de entrar en ella es el reconocimiento (que ha de ser siempre recíproco). Reconocer supone valorar y aceptar. No se trata de que el hombre no pueda vivir solo, se trata de que no puede tener conciencia de su propia subjetividad como una sola persona. Si él es el único que sabe de sí, no puede tener ninguna certeza de que lo que sabe es real. Por eso, lo que Ulises ha vivido, es preciso que sea revalidado por Penélope mediante el reconocimiento. Ulises sólo puede existir como rey de Itaca y destructor de Troya en Itaca si lo reconoce como tal la reina, si no, podría vivir en Itaca pero no como rey; sino como un “don nadie”. Todo varón puede vivir como rey en su casa si le reconoce como tal su señora, de otro modo puede vivir como un extraño, como un huésped, etc., o si insiste en sus pretensiones puede ser destruido simplemente, tal como fue la suerte de Agamenón, quien fue vencedor de Troya, pero como su esposa no lo reconoció, cuando llegó a su casa, a partir de su llegada no fue nadie.

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Esto tiene implicaciones actuales, precisamente porque los roles del padre y de la madre ahora son compartidos. Sin embargo, actualmente algunas esposas, tontamente, no reconocen o no valoran el trabajo de su marido, pequeño o grande, modesto o famoso; y no saben asistirlo en él, animándolo, comprendiéndolo, perdonándolo, siendo que todo su juego es ser compañera. Penélope reconoció a Ulises y con ello le salvó la vida, pero de ese modo se salvó también a sí misma. Penélope sale de sí, no abandonando su casa, sino quedándose en ella. Es el punto que permanece constante, al menos espacialmente, y que por eso sirve de referencia a Ulises: solamente se puede volver a lo que está, a lo que queda, a lo que permanece. Esta capacidad de ser un centro de acogida es propia de la mujer. Así por ejemplo, cuántas veces un hombre cansado del duro trabajo regresa a su casa pensando encontrar el cariño de su mujer, el ambiente acogedor y amable que hace suaves las asperezas del camino. Esto de entrada no quiere decir que sea egoísta, es sólo un rasgo propio de la personalidad masculina. Con todo, desde la perspectiva cristiana el último destinario es el Amor divino. b. Características psicológicas del hombre y la mujer Como es sabido, existen tipos humanos, aunque cada quien es cada quién y no se puede generalizar. A

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modo de referencia vamos a decir algunas características tipológicas. · La mujer tiene un centro relacional muy intenso Este centro relacional supone, como su nombre lo dice, un núcleo interior que reúne en sí mismo como un centro muchas cosas a la vez, sin separarlas, sino manteniendo muy cercanas unas respecto de las otras, y en relación a sí misma. La mujer es más reunitiva que el hombre, en el sentido de que es capaz de meter dentro de los pliegues de su corazón de una manera muy intensa los diferentes elementos del mundo humano, que para ella tienen especial significación, por ejemplo, a las personas las tiene unidas estrechamente en su cabeza y en su corazón. Por eso una mujer está muy atenta a cada uno de los miembros de su hogar. Esa capacidad reunitiva está en función de su maternidad, ya que tiene que reunir los diversos aspectos de la vida en torno a los hijos o al esposo. Sin embargo, esto también puede complicarla, porque todo lo relaciona, una cosa con otra, y le cuesta separar. Así pues, un problema personal lo lleva a su trabajo, a su relación con los demás, etc., de modo que ese problema influye grandemente en su vida, le cuesta desligarse y concentrarse en otra cosa. En el hombre no suele ser así, aunque alguna vez se dé y la excepción precisamente confirma la regla. El hombre puede haber fracasado en su matrimonio inclusive

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varias veces, y sin embargo puede saltar por encima de sí mismo, de su dolor y puede sacar adelante un trabajo. A una mujer le cuesta más salir de su propio centro. Se podría decir que el hombre tiene más capacidad que la mujer de “pasar página”. El hombre separa más, por eso también tiene más peligros de ser infiel, porque para él “echar una cana al aire”, (puede ser divertido o una manera de comprobar la vigencia de su atractivo), no le parece importante, ya que sigue considerando que su mujer está en su hogar y eso es otra cosa aparte. Es verdad que las aventuras fuera del hogar deterioran tanto al hombre como a la mujer (si el ser humano manosea el corazón con amoríos se incapacita, se cierra el camino del amor auténtico), sin embargo, no afecta de manera igual a uno y a otro. A una mujer la infidelidad la “rompe” más, debido a la intensidad con la que mantiene unidas dentro de sí todas sus relaciones. Se podría decir que “se dañan más cosas” en el caso de la mujer infiel. Aquí se aplica con propiedad el dicho de que la corrupción de lo óptimo es pésima. Por ello el cuidado que debe tener una mujer, el cual no sólo ha de ser referido a lo externo, sino, principalmente, respecto de ella misma. El gran peligro de la mujer es la coquetería, porque es una cualidad propia. Sin embargo, si la mujer no controla su deseo de agradar, puede caer en sus propias redes. Es necesario saber distinguir, porque se puede agradar, ser educada, amable y atenta sin necesidad de insinuarse o de seducir, es decir, sin buscar agradar a toda costa.

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· La mujer tiene más cuidado de los aspectos humanos Esta característica también está hecha en vistas a su función de madre. La mujer contacta más rápidamente con los factores humanos, y, si bien el hombre también es muy capaz de ellos, la facilidad y la mayor prontitud de los contactos los tiene más respecto de las cosas, que de las personas. Esto es así, en parte, porque la mujer está más llamada al cuidado del hogar y de las personas que hay en él, y el hombre tiene que ver más con el trabajo fuera de casa, que supone mayor capacidad de objetivar, de cosificar, ya que la objetivación es muy importante para poder ejercer el dominio del mundo que es algo arduo y difícil. El hombre tiene más facilidad para gestionar cosas, la mujer tiene más facilidad para tratar personas. Así, por ejemplo, si los esposos están en la sala y los hijos jugando en el patio, si hay un ruido llamativo, el papá suele preguntar: ¿qué pasó?; le interesa más lo que ocurrió, el asunto; en cambio la madre suele decir: ¿quién se ha caído?. Por eso también es impropio de la mujer el matar, antes al contrario: a ella se le ha entregado con particular responsabilidad el cuidado de la vida, especialmente de la vida humana. El aborto daña gravemente a la mujer, al hombre también, pero, especialmente a ella. La mujer tiene a su cargo el cuidado del ser humano. Esto supone que la mujer debe ser educadora,

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en el sentido de formadora, de maestra. En ese sentido es admirable la tenacidad femenina que puede esperar una y otra vez, un día y otro, a que el pequeño dé un paso y luego otro, y otro. El hombre puede educar en el ámbito de la relación con las cosas, con las máquinas, es un ser productivo, por ello tiene en sus manos la docencia en las cosas teóricas, científicas o tecnológicas, aunque evidentemente, la mujer es muy necesaria en estos ámbitos. · El hombre tiene mucha capacidad de ser objetivo Esto tiene que ver con lo anterior y significa que el hombre puede objetivar más, puede abstraer más, puede “idear”, más que la mujer. Aquí como en todos los aspectos descritos antes, el que uno tenga más facilidad para una cosa que otro, no quiere decir que éste adolezca de aquella cualidad, sólo quiere decir que está más inclinado a hacerlo. Así por ejemplo se puede uno preguntar: ¿la mujer no puede ser científica, empresaria, política? Sí, puede hacerlo, e inclusive es necesario que entre a esos ámbitos para humanizarlos más; sin embargo, le es difícil lograr el descentramiento, el salto que tiene que dar para objetivar es muy grande, y a veces, la verdad es que para lograrlo, acude a la ayuda de aquello que sí es su punto fuerte, y es la motivación que se tiene cuando, dentro del corazón, se posee un amor personal que siendo muy grande le impulsa a dar el salto. A la mujer le es difícil mantener una actitud exclusivamente objetiva, como el hombre. Por eso es

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necesario que intervenga en esos ámbitos de la realidad en que están “ellos” para hacerles notar que este mundo es menos cosificado de lo que el varón considera. Éste, muchas veces, en su manía de cosificar llega a tratar a las personas como cosas, o como simples elementos dentro de un plan de acción (en ese trajinar, ni la propia mujer puede evitar, a veces, ser tratada como cosa). La mujer puede recordarles que hay que atender a una serie de componentes subjetivos, personales, que son enormemente importantes. La mujer puede ver mejor los componentes de la realidad que tienen relación con los seres humanos. A veces, el hombre está demasiado proyectado, demasiado obsesionado por la gestación de la obra, y puede suceder que hasta los detalles humanos más insignificantes queden fuera de su alcance. Al ser más objetivo el hombre es más “frío”, más “cerebral”, en el sentido de que puede trazar proyectos, puede dedicar su vida al cultivo de una ciencia abstracta como las matemáticas u otras ciencias de ese tipo. De hecho existen más científicos notables entre los hombres que en las mujeres, aunque también las haya, el tema es, insistimos, cuestión de mayor o menor facilidad. Todos los seres humanos hombres y mujeres están dotados de muchas cualidades, sólo que unos tienen más facilidad que otros para ciertos roles. · En los hombres, las pasiones suelen ser más intensas que los sentimientos. Aunque como en todo, depende mucho de los caracteres, las pasiones especialmente las relacionadas

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con el sexo no suelen “cegar” tanto a las mujeres como a los hombres. En la mujer es muy raro que la pasión vaya sola, como a veces en el varón. En la mujer, la pasión, cuando se da, va acompañada de sentimientos de ternura, de admiración, etc.; lo cual atenúa la pasión, pero a la vez la hace más constante en sus afectos. En cambio, en el varón la pasión puede darse con apenas sentimientos de ternura, por lo que se manifiesta con fuerza. Por ello también algunas mujeres pueden “aprovechar” esa característica del varón y tratan de dominarle precisamente por ahí, por el lado de la pura sexualidad, ya que él está más expuesto a “encenderse” pronto con una pasión. · La relación de la madre con el hijo es muy intensa Para entender esto bastaría pensar el tiempo que el hijo está en el seno de la madre, pero supone mucho más. La vocación maternal de la mujer es por naturaleza muy fuerte, es lo que a veces se ha llamado instinto maternal. Normalmente una madre es quien cuida a sus hijos de la mejor manera. Con esto no se quiere decir que el padre no pueda ser capaz de atenciones, de delicadeza y de ternura exquisitas sino que normalmente a la madre aquello le es connatural, tiene más facilidad para manifestarlo. Por ello, insistimos, el aborto daña tanto a una mujer, porque se trata de matar a su propio hijo. La única capaz de abortar es la mujer, pero cuando lo hace su misma realidad personal es herida, vulnerada.

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A veces las feministas dicen que cada una es dueña de su cuerpo y de lo que hay en él, y no se dan cuenta de que aquella vida es independiente, en el sentido de que constituye otra vida distinta a la de la madre, y además ignoran hasta qué punto la mujer se hiere cuando aborta. Se podría decir que en cierta manera la madre es más madre que el padre; ya que la intensidad de la vinculación con respecto al hijo es mayor en ella. El padre lo es, de distinta manera a como la madre es madre. · La mujer tiene mucha capacidad de constancia La constancia o perseverancia es una virtud por la cual se soportan las dificultades en la consecución de un bien aunque tenga que pasar mucho tiempo. También esto ayuda a la mujer en su función de madre, ya que la atención, la crianza y la educación de sus hijos requiere mucha constancia, estar con ellos una y otra vez tratando de enseñarles a valerse por sí mismos como personas humanas. Si se cansara, dejaría incumplida su misión. La mujer enfrenta las dificultades, no tanto agresiva o impulsivamente, cuanto con ternura, con paciencia, con constancia, de modo que muchas veces su fortaleza pasa desapercibida, aunque la tiene, y muy grande, sobre todo si está relacionada con las personas que quiere. Cuando se trata del amor de sus hijos, por ejemplo, o del amor a su marido, o del amor a Dios, una mujer puede ser capaz de las mayores heroicidades.

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Una mujer que no se rinde ante una idea “fría” o un proyecto impersonal, se entrega cuando se trata de sus seres queridos, o acepta lo primero si la razón es la segunda. Por las razones expuestas las características masculinas y femeninas son un gran aporte en la familia. Ni el hombre es superior, ni tampoco la mujer lo es, simplemente son distintos para cumplir con mayor facilidad tareas diferentes. Hay quienes se oponen a la diferenciación masculina y femenina por falta de inteligencia en la concepción de la igualdad. Igualdad no quiere decir uniformidad. El hombre y la mujer son iguales en cuanto a su dignidad personal, y por ello merecen igual respeto como personas humanas, y, si somos cristianos, también por ser hijos de Dios. Sin embargo eso no quiere decir que también sean iguales en el sexo o en sus funciones. Buscar la igualdad a partir de la supresión de toda diversidad es confundir la igualdad con la uniformidad. Eso trae muchas complicaciones, por ejemplo, suprimir la virilidad y la feminidad. Esta es una de las propuestas de la “Ideología del género”, que defiende el “matrimonio” entre homosexuales para que constituyan una “familia”, lo cual va en contra de todos los principios, empezando por los naturales. El hombre y la mujer son diferentes, poseen su propia identidad psicológica. Por ello, las relaciones personales en el matrimonio son de mutua ayuda y de complementariedad. El hombre aporta su seguridad, su objetividad, su firmeza, su reciedumbre, en el sacar

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adelante su hogar, proveyéndoles de lo necesario para su vida y contribuyendo a la educación de sus hijos. La mujer aporta su capacidad de estar en los detalles concretos, conectada íntimamente a las personas que conforman su hogar, atendiéndolos en sus necesidades, en sus pequeños o grandes problemas, contribuyendo decisivamente a crear ese ambiente de familia, haciendo de su casa un hogar luminoso y alegre. Por otra parte, el primer deber del amor paterno, y materno, es el amor conyugal, sin esto es muy difícil ser buen padre o buena madre. Ser madre es una forma excelsa de la feminidad. El amor maternal es con seguridad uno de los sentimientos más fuertes y más constantes entre todos los humanos. Es oportuno recordar que esta maternidad no es sólo física, sino especialmente espiritual. La característica esencial del amor materno es la búsqueda incondicionada y sacrificada del bien del hijo, con completo olvido de sí, es decir, desinteresadamente. ¡Qué sería de la vida humana sin el testimonio de esa bondad, de esa entrega abnegada de la madre!. La característica maternal de la madre es lo que, a diferencia del impulso rudo y hasta agresivo de la personalidad varonil, hace o configura ambientes delicados, profundamente humanos, serenos, en los que se está tan a gusto. Sin embargo y aún con todo la madre debe estar prevenida contra la tentación del acaparamiento. Una mujer puede llegar a ser muy posesiva, de su marido y de sus hijos, con lo cual sofocaría su normal desarrollo.

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Por ello, la madre debe ayudar sin sustituir, debe prodigar cuidados pero sin dependencias, y debe mantenerse abierta al saber y ampliar cada día más el campo de sus intereses, a fin de que su marido y sus hijos sigan siendo ciertamente lo principal de su existencia, pero no lo único; de lo contrario puede “ahogarles”. El extremo contrario a la sobreprotección de los hijos es el abandono, y tan dañino es uno como el otro. Por su parte, ¿qué significa la paternidad?. Es una relación espiritual y también en el caso del matrimonio que ha fundado una familia, es una relación de sangre. Ser padre supone una cierta prolongación de sí mismo, por ello cabe un legítimo orgullo, cabe también un afán muy honesto de mejorar la vida del hijo, enriqueciéndola en amplitud y elevándola de nivel, lo cual puede constituir para él un fuerte estímulo para hacerle capaz de ciertos sacrificios que de otra manera no se darían. Esto podría originar un exceso en la actividad del padre, que se entregaría demasiado al trabajo: con la buena intención de que a su familia no le falte nada, éste puede impedirle dedicar más tiempo a su mujer y a sus hijos. El padre ha sido desde siempre punto decisivo en la autoridad con que se dirige la vida familiar. La autoridad cuando es respaldada por el ejemplo y no se reduce sólo a la mera fuerza del poder, es necesaria, más aún es un servicio. Por ello, si falla la autoridad paterna y la madre no está en condiciones de cumplirla, la familia atraviesa por crisis de autoridad, entra en conflicto y a veces se desmorona.

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Sin embargo, también en esto el padre tiene que estar atento, respecto de las ansias de dominio en la propia casa, porque puede ejercitar mal la autoridad, convirtiéndola en arbitraria, o meramente impositiva e irreflexiva.

IV CRITERIOS SOBRE EDUCACIÓN SEXUAL

1. Criterios generales sobre la educación sexual Retomando lo que hemos visto anteriormente, tenemos que la persona humana es una unidad, y es un error muy grave separarla en trozos. Por ello no se puede tratar la sexualidad humana sólo en su aspecto fisiológico, sin considerar también la afectividad, la dimensión psicológica, social y ética que impregnan aquella realidad. La fragmentación del ser humano ha dado lugar a muchos reduccionismos. Entre éstos está el caso de los espiritualistas que consideran al hombre sólo como inteligencia, los voluntaristas, como voluntad, los materialistas como animal; los pansexualistas como sexo; los liberalistas sólo como individuo. Tenemos, en cambio, que tratar de tener una visión integral. Teniendo en cuenta una perspectiva antropológica cristiana, recordaremos los siguientes criterios generales:

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a) No se deben rehuir, ni mucho menos prohibir, las preguntas que hacen los niños sobre este tema, ni crear un ambiente de falso misterio. b) Cuando los padres hablan con delicadeza sobre los temas de la sexualidad humana se propicia también un fortalecimiento de grandes vínculos de unión con sus hijos. c) Para ser realmente eficaces, no se trata sólo de dar información repentina, sino más bien una enseñanza personal y graduada, para que los hijos vayan descubriendo, poco a poco, las verdades acorde con las circunstancias que se vayan presentando. d) En la situación actual se ha exagerado de tal manera la información sexual –muchas veces biologicista y por lo tanto reducida– de la sexualidad, que ahora el peligro no está en considerar al sexo con temor, sino más bien como algo intrascendente, sin importancia, como mero producto de consumo, confundiendo entonces gravemente lo normal con lo corriente, lo natural con lo simplemente instintivo y la sexualidad con el mero instinto sexual. e) Una mala información de la sexualidad ataca directamente otros valores como son el matrimonio y la familia, desvirtuándolos. El matrimonio y la familia son dos realidades que se deberían conocer a fondo. La “pedagogía de la ignorancia” no es nada recomendable en estos tiempos. f) Lo normal no es lo corriente. Lo corriente es aquello que la mayoría de las personas piensan o hacen, pero no siempre es lo normal. El término normal debería

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reservarse sólo para significar aquello que se hace conforme a la norma, es decir aquello que corresponde a lo que la naturaleza humana indica que uno es y por tanto, lo que se debe hacer. En determinadas circunstancias lo corriente puede ser anormal. g) La culpa del fracaso de algunos matrimonios y familias no la tiene la institución misma, sino las personas que la viven, pues el hombre, por desgracia es el único animal que puede hacer pésimamente lo óptimo. h) Las realidades que debiéramos identificar y revalorar son: virilidad y feminidad; persona humana; procreación y educación; matrimonio y familia; libertad y amor humanos. i) Lo instintivo no es igual a lo natural. La exigencia natural no se identifica con lo que el instinto pide o exige. Así, instintivamente una persona puede sentir deseos de venganza o envidia, y no por el hecho de sentir esos impulsos está obligado a dejarse llevar por ellos. j) El ser humano puede poseer una cierta inclinación a la pereza, a la vanidad, a la soberbia, al egoísmo y a otros defectos; y el dominio de estas tendencias conlleva una seria y decidida lucha por superarlos. Lo que altera la sexualidad humana reside fundamentalmente en el desorden, en la falta de una real jerarquía y aceptación de los valores propiamente humanos, basados en un gran egoísmo personal. k) La más elemental manifestación de la relación conyugal es la atracción natural de los sexos, la cual inclina a poner por obra la mutua complementariedad

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entre virilidad y feminidad, pero basada en el matrimonio y en la comunidad conyugal. l) La relación conyugal rectamente llevada debe ser fecunda, es decir, abrirse a terceros, hacia los frutos de la procreación que son los hijos. m) El varón y la mujer no agotan su ser en la función generativa, ya que existen otros aspectos correspondientes a la distinción sexual (temperamento, sensibilidad, mentalidad, etc.). Un ser humano, cuando actúa, lo hace sin dejar de lado su peculiar modalidad sexual. La inteligencia y la voluntad, por ejemplo, no son ni masculinas ni femeninas, sin embargo, la virilidad y la feminidad singularizan su ejercicio, imprimiéndole cualidades propias, que no significan mayor o menor inteligencia o voluntad sino rasgos peculiares en el modo de entender y de querer. n) La búsqueda de la igualdad en los sexos es confundir el significado de igualdad con uniformidad. La igualdad entre varón y mujer se encuentra en que ambos por igual son personas, y no en la supresión de la virilidad y la feminidad en aras de una imposible uniformidad sexual. ñ) La relación plena de la sociabilidad varón-mujer y de la sociabilidad padres-hijos abarca y se proyecta a las relaciones entre las distintas comunidades conyugales y familiares, y entre éstas y la sociedad, y el Estado. Así, destaca, entonces, la importancia del núcleo familiar como la primera célula de la sociedad, ya que es el centro donde se preparan los futuros miembros de la

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sociedad, los cuales van a solucionar problemas o van a generarlos; de ahí el deber grave de su educación.

2. SEXUALIDAD ANIMAL Y SEXUALIDAD HUMANA a) Es necesario saber distinguir, ya que ninguna acción humana puede igualarse a las acciones de los animales irracionales. En los seres humanos existen capacidades superiores, propias y específicas de su naturaleza y que los animales no poseen, como, por ejemplo: entender, comprometerse, amar. b) Cuando el hombre actúa –indebidamente– en contra de su propia naturaleza, se degrada, y él mismo padecerá las consecuencias, las cuales, también repercuten en otros seres inocentes haciéndolos sufrir. Los principales desórdenes de la conducta se manifiestan en vicios (mentira, infidelidad, embriaguez, pereza, etc.) y en muchas injusticias. Muchos de estos desórdenes se cometen por ignorancia y en general por la falta de ayuda oportuna. c) Así pues, la reproducción humana debe ser ordenada. Para ello hay que empezar por no confundirla con la de los animales, que son guiados por su instinto, de modo que alcanzada su madurez biológica, aparece en momentos determinados el “celo” y buscan apareamiento con otro animal semejante y de sexo contrario.

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En cambio, los seres humanos se reproducen de forma racional a partir del matrimonio, fundando una familia, considerando al matrimonio como una unión estable, como una forma íntima de vida y de amor a través del propio vínculo indisoluble, afirmado públicamente y abierto a la vida, con consciencia de la grave responsabilidad de educación de esos nuevos seres. d) La familia constituye más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y la transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad. e) Todo hijo exige por su propia naturaleza tener un padre y una madre con vínculos estables. No puede haber un reconocimiento de la propia identidad, si el hijo desconoce quién es su padre y quién su madre, o si esos padres no tienen la estabilidad propia del matrimonio, lo cual afecta a su estabilidad afectiva y a su desarrollo. 3. El papel del impulso sexual a) La transmisión de la vida difícilmente podría llevarse a cabo si no existiera, dentro de cada individuo, una atracción por el sexo contrario. A esta inclinación natural se le suele llamar instinto o impulso sexual, aunque no es igual que en los animales por la naturaleza racional que posee el ser humano.

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b) La complementariedad está en función de la procreación y del perfeccionamiento de los cónyuges. c) El instinto sexual no obliga a ejercerlo, ya que no es necesario para la propia vida, como el deseo de comer o beber, sino que está orientado a la prolongación de la especie. d) La atracción de los sexos tiene como fin la transmisión de la vida y si se utilizara de manera contraria, obraría mal y se degradaría. e) El hombre inteligente reconoce que el transmitir la vida es un poder –don– de los más elevados que tiene y, también, una de las mayores y más gratas responsabilidades. Dios se lo ha concedido y espera que previo compromiso matrimonial, colabore con Él en la transmisión de la vida aceptando responsablemente, con madurez, las consecuencias de ese proyecto. f) Debe propiciarse en la familia el clima adecuado para que los hijos pregunten lo que no saben, venciendo ese pudor natural. Informarles con verdad y claridad, y a la vez con delicadeza. g) No se puede reducir la educación sexual a la información genital, que no es más que un complemento de aquélla. Por eso, el dar detalles es secundario, lo principal es ayudar a que los niños y adolescentes vayan comprendiendo a fondo la grandeza de la transmisión de la vida. h) Visión positiva. Cuanto más se conozcan los recientes descubrimientos de la genitalidad humana, más se debe valorar la vida y todo lo que se refiere a la

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sexualidad humana. Sin embargo, no se debe reducir la sexualidad a la genitalidad. i) El hombre, por su misma naturaleza racional, al no estar determinado por sus instintos, es capaz de gobernarlos mediante el ejercicio de su inteligencia y de su voluntad, encauzándolos de la manera debida. j) Tampoco puede considerarse, como algunos sostienen, que el instinto sexual sea fuente esencial y definitiva –determinante– de la acción del ser humano en el terreno sexual. Es importante, entonces no confundir instinto sexual animal y humano. Respecto al impulso sexual también hay que tener en cuenta lo siguiente: a) El hombre no siempre es responsable de lo que siente en el ámbito de lo sexual ya que en parte es involuntario –sensitivo–; de la misma manera a como “siente” frío, calor, cansancio, sueño, etc., –de forma involuntaria–; pero cuando él mismo provoca, o no quita las ocasiones, o consiente una determinada sensación en la esfera de lo sexual es responsable de ello. Si la tendencia sexual tuviese un significado simplemente “biológico”, sería entonces puro deleite, pudiendo admitir que sería para el hombre sólo objeto de placer, muy similar a como existe el instinto para los seres irracionales, pero por el hecho de poseer carácter espiritual, es preciso que se rija por estas facultades superiores. En definitiva, el ser humano puede usar todo lo que está en el universo, pero debe aprender a respetar

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la naturaleza para no romper el equilibrio que en ella existe. Ya que si no la respeta, la naturaleza “no perdona”, es implacable. Todos los seres humanos tenemos una parte biológica y psíquica y otra parte espiritual (inteligencia y voluntad), y ambas constituyen una unidad que hay que respetar. La procreación es el fin esencial del impulso o tendencia sexual, el cual debe ser integrado en el amor del varón y de la mujer. Esta fecundidad de los padres en sentido biológico deben ampliarse en el sentido espiritual, es decir, moral, personal. Los seres humanos, a partir del momento de la fecundación, empiezan a ser, pero necesitan en el transcurso del tiempo terminar de desarrollarse mediante el sostén del amor de los padres manifestada a través de la educación de sus hijos. 4. La importancia del cuerpo humano Según Juan Pablo II, “el cuerpo revela al hombre” en cuanto tal y “expresa la persona”. Lo cual quiere decir que la parte espiritual del hombre se asienta en la corporeidad, constituyendo así el modo específico de existir y el medio como puede obrar el espíritu humano, revelando de esta manera el sentido de la vida y de la vocación humana. La existencia de los sexos masculino y femenino y de las diferencias sexuales, es algo evidente. A partir de aquí tenemos que se denomina gonocorismo sexual a

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la separación de sexos y dimordismo sexual a la diferencia morfológica entre el varón y la mujer que son muy importantes. Tal como afirmara Juan Pablo II, en su audiencia del 21 de noviembre de 1979, la feminidad y la masculinidad se complementan: “Así como ya demuestra el Génesis, 2, 23, la feminidad, en cierto sentido, se encuentra a sí misma, en la masculinidad; mientras que la masculinidad se confirma a través de la feminidad. Precisamente la función del sexo, que en cierto sentido es constitutivo de la persona, (no sólo atributo de la persona) demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como él o ella”. De ahí que la diferenciación se asiente en la persona humana, ya que tanto el varón como de la mujer, son personas, aunque diferenciadas. Por lo cual su ser personal es más radical que la dualidad de los sexos. Así pues, hombre y mujer no son ni superior ni inferior sino que son sencillamente distintos. La persona humana no puede constituirse sobre lo personal a costa de borrar lo sexual, ni exclusivamente sobre lo sexual a costa de suprimir lo personal. El cuerpo en cuanto sexuado manifiesta la vocación del hombre a la reciprocidad, esto es, al amor y al mutuo don de sí. El cuerpo expresa la feminidad para la masculinidad y viceversa, y manifiesta la reciprocidad y comunión de las personas, que puede expresarse a través del don de sí. El cuerpo, es un

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ámbito de manifestación humana y personal muy importante, por eso hay que ayudar a conseguir una adecuada valoración del propio cuerpo. Por otro lado, afirmamos que la sexualidad es sagrada porque es el santuario natural de la vida humana, a partir de ella se puede dar un don de sí ordenadamente, ya que toda la persona es la que se entrega. No una parte, sino toda (así como no es mi mano la que escribe, soy yo). Quien no está atento a esta realidad personal, corre el peligro de reducir la sexualidad a un fenómeno puramente biológico, a la experiencia genital, a la sola unión carnal. Por tanto, la educación debe formar en la revalorización de la persona humana, a enterarse de que nadie tiene derecho a usar de ella, como si fuera una cosa. Incluso Dios respeta tanto a la persona, que respeta su libertad. Si el cuerpo es parte de la entrega en el amor conyugal, ha de ir disminuyendo su campo de expansión, es decir, que el carácter total de la donación exige que la propia capacidad procreadora, con todas las dimensiones que la enriquecen, se ofrende de forma exclusiva y recíproca a una sola persona. Esto es así, en parte porque aquello que está determinado por la materia sólo puede ser poseído plenamente por uno solo. En el amor conyugal, la sexualidad es entregada al otro buscando su bien. Por tanto, el impulso sexual está llamado a integrarse en el amor, que no es ocasional o episódico, no es un capricho de la sensualidad; ni tampoco una pasión.

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Teniendo en cuenta lo que acabamos de señalar, tenemos que el llamado amor libre une dos palabras muy nobles: amor y libertad, distorsionándolas, ya que se han vaciado de contenido para significar algo tan viejo y prosaico como es un encuentro impersonal sin compromiso, en el que se va buscando sólo la satisfacción del propio instinto. En este caso, en el que la otra persona se ve desposeída de su riqueza personal, y es reducida a la condición de objeto de placer, no existe un verdadero encuentro, sino que los dos quedan tan solos como antes de «encontrarse». El amor se fundamenta en el reconocimiento de la «persona» del otro, por lo cual conlleva un aspecto espiritual, de manera que hasta que no aparezca el componente espiritual no se podrá hablar de amor humano. El amor verdadero es un acto de la voluntad, que es una facultad espiritual, conlleva un reconocimiento del otro como «bien», y la decisión de quererla supone la tarea de tratar de buscar, lúcidamente, su bien. Como hemos señalado antes, existe un amor de concupiscencia: el «tú eres un bien para mí», pero también existe un amor de benevolencia: «quiero tu bien». Para que el amor de una persona a otra sea verdadero tiene que ser benévolo: “tú tienes derecho a tu bien, y trataré de procurártelo en lo que de mí dependa”. Si los valores sexuales fuesen el único o principal motivo de elección no podría hablarse de elección de una persona sino únicamente de elección de sexo contrario. El que es capaz de reaccionar sólo ante lo sexual, sin percatarse de los valores de la persona, confundirá siempre el verdadero amor con el erotismo,

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complicará su vida y la de los demás privándoles y privándose del amor verdadero. Cuando alguien se siente responsable del otro y de sí mismo, tanto más amor verdadero habrá en él, ya que tratará de que impere la inteligencia y la decisión. Por eso, ser fiel es crear cada día aquello que se ha prometido. Cuando el amor es maduro, cesa la inestabilidad, que a veces provoca la sensualidad, y se dedica a la persona. La subjetividad del sentimiento cede su lugar a la verdad objetiva de la persona amada. Por tanto, el amor consiste en el compromiso de la libertad, en una riqueza de vínculos. Es un don de sí mismo que no limita la libertad, sino que la engrandece, ya que se usa la libertad en provecho de otro y entonces se hace positiva, alegre y creadora. La libertad está hecha para el amor, no para el egoísmo. No hay que perder de vista que el hombre está destinado al amor y sólo entonces es verdaderamente libre. Por otra parte, la libertad de elegir es un medio y no un fin. Uno es libre para amar. La tendencia sensible quiere sobre todo tomar, servirse de otra persona; en cambio, el amor quiere dar, crear el bien, dar felicidad. Con todo, para estar en condiciones de hacer el bien es preciso cultivar las virtudes. Si verdaderamente queremos que se valore la sexualidad, es fundamental entonces educar en la castidad y en las demás virtudes morales, lo cual le ayuda a desarrollar su madurez y promover el significado esponsal del cuerpo. El descontrol sexual debe ser juzgado éticamente como negativo, porque subvierte el imperio que la razón

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ha de tener sobre los apetitos y tendencias. Ya se ve que reducir el ámbito de la sexualidad a la genitalidad es limitarla a la realización del acto reproductor o sexual; a sólo la función generadora, sin tener en cuenta el amor y la persona. Por otra parte, hay que tener presente que ayudar a que la sexualidad sea ordenada es responsabilidad de todos, porque de una sexualidad sana y natural depende el grado de dignidad y humanismo de las nuevas generaciones. Del respeto a esa dimensión personal, se deriva que la cuestión sexual –y el matrimonio y la familia– no es cosa trivial como la moda que más nos gusta, ni tampoco cuestión del capricho individual y privado – como la elección del club al que queremos pertenecer–, sino una cuestión social de extraordinaria trascendencia, en que la conducta de uno afecta a toda la comunidad, y para la que es necesaria la cuidada y seria atención de la ética, el derecho y la política. 5. Sexualidad y matrimonio De acuerdo con todo lo visto, dentro del matrimonio, la respuesta en el ámbito de la sexualidad, tanto del hombre como de la mujer se modifican grandemente por la íntegra personalidad de los cónyuges, más que por la estimulación hormonal o nerviosa. En la vida conyugal, aunque la experiencia sexual puede estar modificada por muchos factores, en su nivel básico está constituida por una serie de acontecimientos fisiológicos que hay que tener en cuenta para integrarlos

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dentro de la dimensión espiritual. Así, por ejemplo, la intensidad de la respuesta fisiológica tiene unas manifestaciones concretas y además conlleva un proceso que sigue varias fases como son la excitación, liberación, orgásmica, y resolución del acto sexual, todo lo cual debe integrarse dentro de la dimensión del amor verdadero y del respeto a la dignidad del cónyuge. Por ello, la ternura y delicadeza de los cónyuges es importante. Para esto, hay que pensar en el «otro», más que en sí mismo. Por ejemplo, hay que tener en cuenta que, la respuesta al estímulo sexual en el varón es pronta y con enfoque centrado y concreto; en cambio, en la mujer es lenta y con enfoque en pequeños detalles. De ahí que cada relación conyugal, presuponiendo el amor verdadero de ambos, constituye una nueva experiencia; ya que se armonizan bien ambas respuestas. Como es sabido, en las relaciones sexuales, el padre sirve siempre a la procreación suministrando un número excesivo de gérmenes de vida, emitiendo millones de espermatozoides. En cambio, la naturaleza de la madre es la que fija el número de concepciones posibles de una manera precisa. Durante el ciclo menstrual no aparece más que un óvulo, objeto posible de fecundación, y esto independientemente de la frecuencia de las relaciones, a excepción de algunos estados patológicos. Por esto, hay que recordar que en el varón, las relaciones conyugales están siempre ligadas a la procreación; en cambio en la mujer aquello es periódicamente. El organismo de la mujer es el que determina el número de hijos, y por tanto un santuario de la vida.

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Así pues, la fecundación no puede tener lugar más que en el momento en el que existe el óvulo. Los modernos métodos científicos permiten conocer con exactitud el ciclo ovulatorio y el período de fecundidad. Estos períodos y cambios hormonales también se deben tener en cuenta ya que el organismo de la mujer responde de manera diversa a su esposo. Por eso es que se precisa de toda la exquisita delicadeza y ternura durante el acto conyugal –también antes que después de él– lo cual está presente cuando el amor de los esposos es auténtico y van buscando el bien del otro y no tanto la propia satisfacción. Si el esposo tiene en cuenta esta diversidad en la respuesta femenina y masculina, al ser consciente de que su línea de excitación sube bruscamente y es más corta –en comparación con la mujer–, atenderá esa característica buscando en primer lugar el bien de su esposa. Entonces su decisión y su acto adquieren la importancia de virtud –precisamente de la virtud de la castidad conyugal– y que consiste en la recta inclinación de la sexualidad en la entrega amorosa, buscando el bien de la otra persona. La sensiblería y la superficialidad nada tienen en común con la virtud. El amor ha de ayudar a comprender y a sentir al ser humano, ya que es el camino de su educación, y en la vida conyugal, es parte de la mutua educación. El esposo ha de tener en cuenta que su mujer es un “mundo aparte”, no solamente en el sentido fisiológico, sino también en el psicológico; puesto que en las

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relaciones conyugales es a él a quien incumbe generalmente el papel activo, debe reconocer y, en la medida de lo posible, penetrar ese mundo. Ésta es, como hemos visto, la función de la ternura. Ella supone tener en cuenta a su esposa, tratando de que ella sea feliz, de lo contrario ésta puede verse sometida solamente a las exigencias de su cuerpo y de su psiquismo propio. Es verdad que la mujer también debe procurar comprender al hombre y educarlo de manera que él se preocupe –de forma adecuada– de ella; ambos son igualmente importantes. Las negligencias en la educación y la falta de comprensión pueden ser, en la misma proporción, una consecuencia del egoísmo y del descuido. Sí cada uno va a lo suyo, si se obra de cualquier manera, no es de extrañar que las cosas no salgan bien en la vida conyugal. 6. Los desórdenes de la vida sexual Una opinión vulgar muy extendida dice que la falta de relaciones sexuales perjudica a la salud, pero es falso. Las neurosis de origen sexual son más bien y sobre todo consecuencia de excesos o desórdenes en la vida sexual, desconociendo la finalidad de la sexualidad que es el amor verdadero y también olvidando o desconociendo que el organismo se regula solo. Lo que puede alterar psíquicamente a una persona es cuando la abstinencia sexual se vive hipócritamente, como una frustración, y no en el plano donal, por amor generoso y libre. Entonces se producen muchos estragos

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no sólo en las personas célibes, sino también en las personas casadas. Lo que frustra una vida y hasta la neurotiza, como luego veremos, no es quedarse célibes o casarse. En este último estado, de hecho pueden darse muchas frustraciones, no sólo porque al decirle que sí a una mujer (o a un hombre) se le dice que no al resto de posibilidades, sino porque normalmente se van manifestando defectos de carácter, circunstancias, acontecimientos o enfermedades que pueden ser desalentadoras, si no hay una decisión firme de ser fiel a la promesa de amar a la otra persona. Es decir, que el asunto no es el de las relaciones sexuales, ni el tema es el celibato o el matrimonio, porque pueden haber casados infelices, y célibes que son unos solterones amargados, egoístas y frustrados. Lo que más hace infeliz y frustra una vida célibe o casada, es la falta de amor verdadero, de entrega generosa, que lucha contra el propio egoísmo para dar lo mejor de sí. Por otra parte, esas alteraciones de la conducta, tienen un desarrollo y unos síntomas análogos a los de las otras neurosis. También, la reacción neurótica depende de los rasgos característicos de cada uno: en algunos se transforma en reacción hipocondríaca, en otros, neurasténica. Aquellas obsesiones están ligadas, con mucha frecuencia, a que el enfermo tiene a una falsa concepción de la tendencia sexual, lo cual es particularmente frecuente en este tipo de neurosis. No se puede perder de vista que la tendencia sexual puede llegar a ser fuente de disturbios neuróticos cuando es prematuramente despertada y luego mal

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moderada. Las aberraciones de la tendencia sexual que resultan de ello son, entre otras, el onanismo –eyaculación precoz– el abuso sexual de menores o de indefensos, y el homosexualismo, cuya tendencia va en aumento. Es necesario distinguir entre onanismo pasajero –masturbación– que algunos niños pueden llegar a realizar y el onanismo como costumbre que va acompañado de temor a las relaciones sexuales normales con otra persona del otro sexo. Sus síntomas son entre otros: susceptibilidad exagerada, complejo de inferioridad a base de sentimientos de culpabilidad, y otros trastornos de origen somático. El tratamiento del onanismo, como de toda alteración sexual es menos competencia del médico que de los educadores (orientadores familiares). La práctica del onanismo es a veces consecuencia de una falta de verdadera educación. Se comete, a veces, el error de no hablar o de hablar mal de los asuntos de la sexualidad humana, lo cual da resultados contrarios a los que se buscan; en vez de apartarla se llama demasiado la atención del niño sobre la importancia de la tendencia sexual y de los problemas del sexo, y eso es lo que lleva a los complejos. Lo que debe hacerse es dirigir la atención del niño o joven, hacia los más altos valores y gracias a un modo higiénico de vida, a ejercicios físicos y deporte propiciando diversiones sanas y entretenidas, despertando los valores del espíritu con un profundo sentido de la vida, a la vez que se explica de manera personal a cada quien la riqueza y sacralidad de la

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sexualidad humana, en el momento adecuado y de la forma conveniente. Respecto a las anormalidades, un análisis detenido de los métodos psicoterapéuticos demuestra que el objetivo es liberar al enfermo de la opresiva convicción de que la tendencia sexual es algo determinante en él, dándole la capacidad de autodeterminarse frente a ella y a sus impulsiones. Este es el punto de partida de toda la moral sexual. Así, la sexología médica y la psicoterapia, bien encaminadas ayudarían a dirigir las energías del hombre, inculcándole acertadas ideas y adecuadas actitudes con el objeto de conseguir el propio dominio tanto en la interioridad como en la conducta exterior. De ahí se sigue que toda educación sexual, también la que toma la forma de terapéutica no sólo debe reducirse a lo biológico sino que debe estar situada en el nivel de la persona con la que está ligada el amor y la responsabilidad. Un conocimiento biopsicológico es muy importante, pero es insuficiente. La educación y la terapéutica no alcanzarán su fin sino cuando tengan como mira a la persona y su vocación natural al amor. La persona no puede ser usada. Esto es ampliamente reconocido en la actualidad, aunque a veces tiene más vigencia el planteamiento utilitarista.

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7. Naturaleza, finalidad y medios de la educación sexual De acuerdo con lo expuesto se puede llegar a determinar una naturaleza, finalidad y medios de la educación sexual. a. Objetivos de la educación sexual Los objetivos en la educación sexual deben abarcar tanto a la inteligencia, como a la voluntad y afectividad del educando, por lo cual hay que darle criterios claros y formarlo en el plano cognoscitivo, y también ayudarlo a formar su voluntad y mover su afectividad. Por ello, los objetivos deben abarcar esos tres ámbitos · Conocimiento La educación sexual tiene como objetivo el conocimiento adecuado de la naturaleza e importancia de la sexualidad y del desarrollo armónico e integral de la persona hacia su madurez psicológica con vistas a la plenitud espiritual a la que todos estamos llamados. · Formación del educando para que llegue a la madurez En una adecuada perspectiva antropológica, la educación afectivo-sexual considera la totalidad de la persona y exige, por tanto, la integración de los elementos biológicos, psico-afectivos, sociales y

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espirituales. Esta integración resulta difícil porque también el creyente lleva las consecuencias del pecado original. Una verdadera “formación” no se limita a informar la inteligencia, sino que presta particular atención a la educación de la voluntad, de los sentimientos y de las emociones. En efecto, para tender a la madurez de la vida afectivo-sexual, es necesario el dominio de sí, el cual presupone virtudes como el pudor, la templanza, el respeto propio y ajeno, la apertura al prójimo. · Supone capacidad de donación La educación debe promover no sólo la aceptación del valor sexual integrado en el conjunto de los valores, sino también la potencialidad “oblativa”, es decir, la capacidad de donación, de amor altruista. Cuando esa capacidad se realiza en la medida adecuada, la persona se hace idónea para establecer un contacto espontáneo, para dominarse emocionalmente y comprometerse con seriedad. Por tanto, se debe ayudar al educando en un clima de confianza, a desarrollar todas sus capacidades para el bien. No sólo informar sino que es de la máxima importancia el conocimiento de nuevas nociones, pero vivificado por la asimilación de los valores correspondientes y de una profunda toma de conciencia de las responsabilidades personales relacionadas con la edad madura. La sexualidad humana involucra muchos aspectos de la persona humana. Debido a esas repercusiones, es

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necesario tener presente multitud de aspectos: las condiciones de salud, las influencias del ambiente familiar, cultural y social, las impresiones recibidas y las reacciones del sujeto, la educación de la voluntad, hábitos, y la formación y desarrollo de la vida espiritual (oración, sacramentos). Se debe proponer a los jóvenes ideales grandes. En educación se habla de “períodos sensitivos” para referirse a los momentos del desarrollo psicofísico más “oportunos” para proponer y ejercitarse en una virtud. La adolescencia y la juventud son los momentos más adecuados para proponer metas altas. Es necesario entonces ayudar a los educandos a descubrir esos valores y a entusiasmarse con ellos, para eso es importante el buen ejemplo de los educadores. b. Etapas evolutivas de la sexualidad Los educadores han de tener presente las etapas fundamentales de tal evolución: el instinto primitivo, que al principio presenta un carácter rudimentario, pasa luego a un clima de ambivalencia entre el bien y el mal; después con ayuda de la educación, los sentimientos se estabilizan a la vez que aumenta el sentido de responsabilidad y la capacidad de llevar adelante proyectos estables en la vida personal. Así pues, gradualmente, el egoísmo se puede controlar, se establece un cierto ascetismo, el otro es aceptado y amado por sí mismo; se integran los elementos de la sexualidad: genitalidad, erotismo, características psicológicas, amor propiamente y caridad cristiana.

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Por otra parte, la educación sexual debe ser impartida de manera personalizada, teniendo en cuenta si es niño, si es niña, su temperamento y carácter, sus circunstancias, la educación recibida, el ámbito familiar y social que tiene cada educando. El ámbito ideal para la educación sexual es la familia. Asunto especial es el de adecuar la educación sexual a la edad de cada uno y de acuerdo con su desarrollo psicológico, para ir dando gradualmente la orientación oportuna. Es mejor adelantarse, si es posible, a sus inquietudes, antes de que venga un mal amigo a decirle una versión distorsionada de la sexualidad o a inducirlo a experiencias que pueden ser traumáticas. Como principio general hay que huir de la “pedagogía de la ignorancia”, que piensa que mientras menos se enteren los educandos de estas realidades, mejor es. Esta actitud es contraproducente dada la situación actual, en la que por cualquier medio le van a llegar las noticias, muchas veces distorsionadas, -a través de la televisión, de películas o revistas, de compañeros o de falsos amigos- de algo tan grande y sagrado, como es la sexualidad humana. c. Educación plena y educadores responsables La educación humana plena sólo se da –para un cristiano– contando con la ayuda sobrenatural. La vida cristiana, enriquece la vida interior con la ayuda de la gracia. La vida de fe, esperanza y caridad está lanzada hacia delante, por lo que no consiste en prohibiciones hechas por un neurótico, sino que es eminentemente

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positiva: «¡Ama, haz el bien, no te detengas!», por lo que le ayuda a la entrega o donación personal. Así pues, para los cristianos, el espíritu de oración y de vida de sacramentos, propio de todo cristiano, ayuda a vivir coherentemente la práctica de valores como la lealtad y sinceridad de corazón, el desprendimiento y la humildad, en el esfuerzo diario de trabajo y de interés por los demás. La vida interior es la clave de todo desarrollo también de las dimensiones humanas. El amor a Dios hace milagros, ¡felizmente la psicología no lo es todo!. La entrega generosa a Dios conlleva una inagotable alegría, siempre victoriosa, más allá de todo moralismo y ayuda psicológica, y contribuye grandemente en el desarrollo de la personalidad dándole mucha riqueza y fecundidad. · Función de la familia La familia es escuela del más rico humanismo. Cuenta con reservas afectivas capaces de hacer, aceptar, sin trauma, aún las realidades más delicadas e integrarlas en la personalidad. Por eso son importantes el afecto-confianza recíprocos y diálogo con los hijos. Junto con ello, los jóvenes necesitan modelos de conducta por parte de los adultos. Existe un influjo permanente, sobre padres e hijos, de los valores vividos. La plena realización de la vida conyugal y, en consecuencia, la estabilidad y santidad de la familia, dependen de la formación de la conciencia

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y de los valores asimilados durante todo el proceso formativo de los mismos padres. Los valores morales vividos en familia se transmiten más fácilmente a los hijos. Entre estos valores morales hay que destacar el respeto a la vida desde el seno materno y, en general, el respeto a la persona en cualquier edad y condición. · Colaboración entre padres y educadores Padres y educadores deben ir de acuerdo en los objetivos, contenidos y en la manera de impartir la educación sexual, de lo contrario lo que se produce es una confusión en el interior del educando que no sabe a quiénes atender. En cuanto a la educación cristiana es oportuno recordar que su fin es ayudar a llegar a la madurez en la fe. Dentro de esta línea va la comprensión de los valores positivos de la sexualidad, integrándolos con los de la virginidad y el matrimonio. Así pues, la primera vocación de todo ser humano, pero especialmente del cristiano, es amar, y la vocación al amor se realiza por dos caminos diversos: el matrimonio o el celibato por amor a Dios. Para dar estas enseñanzas no bastan lecciones formales, lo mejor es aprovechar las ocasiones ofrecidas por la vida cotidiana. Por otra parte, es necesaria una adecuada preparación para el matrimonio, contando con la ética cristiana sobre la sexualidad. Los futuros esposos deben conocer el significado profundo del matrimonio, como

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unión de amor inteligente y generoso, con vistas a los hijos y al desarrollo personal. La estabilidad del matrimonio y del amor conyugal exige, como condición indispensable, la castidad y el dominio de sí, la formación del carácter y el espíritu de sacrificio, para lo cual hay que prepararse, y no se improvisa. Además, para vivir su sexualidad y llevar a cabo sus responsabilidades de acuerdo con el designio divino es importante que los esposos tengan conocimiento de los métodos naturales para regular su fertilidad. A modo de síntesis, concluiremos en el siguiente apartado con un resumen de las principales orientaciones educativas sobre el amor humano, dentro de la perspectiva cristiana. d. Orientaciones educativas sobre el amor humano · La finalidad de la educación cristiana El desarrollo armónico de la personalidad humana revela progresivamente en el hombre la imagen de hijo de Dios. “La verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su último fin”. Como es sabido, la personalidad humana tiene muchos aspectos, uno de ellos es el sexual, ya que no existe un ser humano sin la tipificación masculina o femenina. Por ello y en vistas al matrimonio y a la vida conyugal es necesario ofrecer “una positiva y prudente educación sexual” a los niños y jóvenes.

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Hay que reconocer la importancia de la sexualidad en la vida humana. La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso educativo. Como ya hemos señalado, la sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y en el espiritual con su impronta en todas sus manifestaciones. Esta diversidad, aneja a la complementariedad de los dos sexos, responde al diseño de Dios respecto al ser humano. Especial cuidado hay que tener respecto a no confundir la sexualidad con la genitalidad, la cual está orientada a la procreación, es la expresión máxima, en el plano físico, de la comunión de amor de los cónyuges. Arrancada de este contexto en que se la entiende como don recíproco, la sexualidad se reduce a la genitalidad con lo cual pierde su significado, cede al egoísmo individual y se constituye en un desorden moral, siendo muy destructiva de aquellas dos personas. · Sexualidad orientada por el amor La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere verdadera calidad humana. En el marco del desarrollo biológico y psíquico crece armónicamente y sólo se realiza en sentido pleno con la conquista de la madurez afectiva que se manifiesta en el amor desinteresado y en la total donación de sí.

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El Concilio Vaticano II, en su declaración «Gravissimum educationis», Nº 1, ha recordado que, “hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuenta el progreso de la Psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en el recto y laborioso desarrollo de la vida, y en consecución de la verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual”. Un ámbito educativo muy natural y preferente para la educación del amor humano conyugal es la familia, es el lugar preferente ya que está llamada a ser intérprete de los valores esenciales del ser humano. La escuela cumple aquí una función subsidiaria y en estos asuntos no debe obrar sin el consentimiento de los padres. · Educación en los valores éticos La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo al servicio de la persona. Por eso la castidad no es reprimirse sin más, no es algo negativo, es una afirmación amorosa y libre. Por otra parte, la conducta humana libre tiene relación necesaria con la norma moral. De ahí que una «educación sexual», que no tiene esa perspectiva, se convierte en simple información o mera fisiología, y lo que es más, distorsiona la valoración adecuada de la

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sexualidad humana, incitando a los niños y a los jóvenes a malas experiencias en el aspecto sexual, ya que estimula su curiosidad y denigra su tendencia al placer. En síntesis, la educación cristiana está enraizada en una determinada concepción del hombre y de su dignidad. La educación cristiana aspira a conseguir la realización del hombre a través del desarrollo de todo su ser, espíritu encarnado, y de los dones conjuntos de la naturaleza y gracia de que ha sido enriquecido por Dios. En definitiva, esta educación está enraizada en la fe que “todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre”1

1

Gaudium et Spes, n º 11.

V SOBRE EL SENTIDO DE LA VIDA

1. El deseo de sentido, y la realización personal Víctor Frankl en varios de sus libros, ha puesto de relieve que, poco a poco, se ha ido poniendo cada vez más claro que lo que afecta profundamente y en definitiva al hombre no es el deseo de placer ni el deseo de poder, sino el deseo de sentido1. Esto es tanto así que por ejemplo, en la medida en que la persona se preocupa neuróticamente por el placer, pierde de vista el fundamento de éste, y el efecto placer ya no puede tener lugar. Así pues, cuanto más se preocupa uno por el placer, más lo pierde.

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Cfr. FRANKL, V, La Psicoterapia al alcance de todos, Herder, Barcelona, 1980 y el hombre en busca del sentido, Herder, Barcelona, 1990.

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El hombre de hoy tiende, aún inconscientemente, a la búsqueda del sentido. Precisamente, la realización de sí mismo depende de la búsqueda de sentido. Sin embargo, la realización personal, a menudo ha sido entendida como la simple consecución de objetivos de bienestar material, status, prestigio profesional, etc. A veces se suele decir que una persona está «realizada» cuando ha conseguido sus metas. Sin embargo, esto es engañoso, porque si ya se ha alcanzado todo lo que se quería lograr, después, ¿qué queda por hacer?. El imperativo de Píndaro, según el cual el hombre debe ser lo que ya es, precisa de una ampliación, hasta llegar a las facultades humanas que se tienen que perfeccionar. Sólo a partir de esos resortes íntimos tan profundos es posible realizarse como persona realmente. Aunque algunos autores se empeñan en afirmar que, en la actualidad, prima el deseo de placer sexual. Sin embargo, hoy se vive más una frustración existencial. Cuando el deseo de sentido se ve frustrado. De hecho cada vez más aumentan los personas que sienten un vacío interior –vacío existencial–. En definitiva, se trata de una ausencia de sentido de la propia vida, lo cual atrofia y perjudica grandemente al ser humano. Así pues, junto a las neurosis psicógenas, es decir las neurosis en el sentido estricto de la palabra, existen también las neurosis noógenas, tal como las denomina Víctor Frankl, es decir neurosis en las que se trata menos de una enfermedad mental que de una pobreza espiritual, a menudo como consecuencia de una profunda sensación de falta de sentido en la propia existencia.

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El «vacío existencial» amenaza cuando se buscan fines parciales de manera exclusiva, recortando el ámbito de percepción de la realidad propia y ajena, y del universo en su totalidad, por lo que se cae en las redes de diferentes tipos de reduccionismo. Como es sabido, este reduccionismo se caracteriza por la expresión “nada más que”, si el ser humano no es más que un impulso vital, o un deseo de poder, etc., entonces se está tomando la parte por el todo, se le esta negando su realidad radicalmente. Todos los seres humanos tenemos una especie de «filtro» a través del cual percibimos la realidad, pero esta percepción está acompañada del conocimiento y valoración de que sea capaz cada sujeto; por ello es preciso el perfeccionamiento de las facultades internas para estar en condiciones de tener una vida rectamente encauzada, solo entonces uno está en capacidad de descubrir una misión y de un compromiso personales. Es conocida la frase de Nietzsche: “Quien tiene un por qué para vivir, soporta casi cualquier cómo”. 2. Las distorsiones de la personalidad Cuando falta un sentido en la propia vida se cae en ciertas neurosis que son, por otra parte, en su mayor parte superables. Es significativo que el neurótico busque de modo intencional –directo– lo que es resultado o efecto de una actitud vital. Por ejemplo, se cae en ese estado si se busca la libertad desconectándola del bien hacia el que la libertad

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está necesariamente finalizada. Buscar el placer sin tener en cuenta que es consecuencia de la entrega amorosa. Se trata de un afán y búsqueda de felicidad sin tener en cuenta que para ser feliz hay que pasar antes por tener una razón y unas acciones para serlo. Se olvida que la persona humana se realiza por efecto –no por intención–, en la medida en que trata de hacer vida su finalidad más propia que es aportar, amar. Las puertas de la felicidad se abren hacia fuera, no hacia dentro. Estamos llamados a vivir como personas, pero una persona cerrada en sí misma es como un círculo cerrado. La persona, es una noción que ha aparecido históricamente con el advenimiento del Cristianismo. A partir de ahí, la persona se entiende como un sujeto abierto, donante. Así por ejemplo, la persona de Dios Padre sólo se entiende en donación a Dios Hijo (y de aquellos que son hijos en el Hijo); la persona de Dios Hijo en relación a Dios Padre y de aquellos dos respecto de la Persona del Espíritu Santo. Una persona sola es un absurdo, ella es eminentemente relacional y abierta. Si no estamos en la órbita de la donación personal, muchos males acuden a nuestra vida, dejando un pozo profundo de infelicidad y de vacuidad interior. Las manifestaciones de esa situación son variadas, tanto como personas hay en el mundo, pero de manera general podríamos citar lo que el filósofo Leonardo Polo, en su libro La persona humana y su crecimiento, denomina síntomas vulgares de la tragedia del subjetivismo.

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Es muy significativo el hecho que una de esas manifestaciones del subjetivismo actual se viva precisamente como un acortamiento del radio de interés. El individuo que vive encerrado en sí mismo, aisladamente, reduce su radio de interés, lo va acortando hasta quedarse sólo con sus cuatro cositas personales, buscadas egoístamente. En cambio una persona que está en la órbita de la donación generosa, amplía su radio de interés, se abre más a la realidad externa, de las cosas, de las personas, del universo en general. De ahí que el egoísta se prive de tantas cosas, lo cual se ve, por ejemplo, en su incapacidad de gozar de las cosas pequeñas. Cuando uno se expansiona se abre a más cosas, y por tanto, toma más cosas a su cargo y por lo tanto se hace más responsable ya que queda más vinculado. De ahí que sea explicable, aunque no justificable, la gran irresponsabilidad del sujeto que encerrado en sí mismo, no vea más allá de sus propios intereses quedando encarcelado en su pequeño ámbito reducido, lo sorprendente es que luego se queje de que es infeliz. En cambio quien vive en su dimensión profundamente abierta, sabe ver que las mejores alternativas son aquellas cuyos efectos benefician a muchas más personas. El bien es difusivo por sí mismo, pero además la persona que hace el bien logra expandirlo en un radio mayor que el suyo propio, facilitando el desarrollo o perfeccionamiento de su entorno. Así pues, el individualista que a veces se aparece como «un vividor sin alma», lleva una vida achatada por

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los límites de su propio subjetivismo, se entiende, entonces, que dentro de ese planteamiento no cabe una actitud religiosa auténtica, porque si uno no se interesa por los demás a quienes ve, muy difícilmente se interesará por Quien no ve. Además, al tener una afectividad muy lábil, no se valora la fidelidad, porque los vínculos son precarios, por lo cual no se podrá tomar parte en proyectos grandes, ya que éstos convocan los esfuerzos conjuntos de muchas personas, por lo que será muy difícil el trabajo en equipo. Por tanto, las organizaciones sociales decaen, no pueden tener ni una real sostenibilidad, ni continuidad. Así, es explicable que el matrimonio, por ejemplo, se entienda o se viva muy mal, porque los vínculos que aquella institución comporta se rompen fácilmente o se pasa de unos a otros con gran facilidad, al golpe del propio interés egoísta. De ahí que en la actualidad aparezca cada vez más el carácter pulsátil del interés en el campo sexual, y la presencia del divorcio. En general, desde la órbita individualista se hace muy difícil, el interés por la buena marcha de la sociedad, ya que esto comporta poner a su servicio lo mejor de uno mismo. Actualmente podemos ver que el reconocimiento de los valores cívicos va desapareciendo. Es explicable, ya que un individuo preocupado por su propio bienestar, rechaza las incomodidades, esfuerzos y sacrificios que conlleva sacar adelante la vida social. En todo caso, si se interesa por la política lo hace no con espíritu de servicio, sino en vista de sus propios intereses. Así pues, hemos llegado a que la humanidad

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actual se encuentre políticamente paralizada y en la que se echa en falta auténticos líderes políticos. Sin embargo, tal como hemos señalado, la persona no está hecha para vivir así, si lo hace se asfixia. Es decir, que aparecen distorsiones de la personalidad que se van agravando paulatinamente, hasta caer en fenómenos patológicos. Aparecen entonces las fobias, las obsesiones, etc. Uno bastante común es el aumento de los mecanismos de defensa. Al encerrarse en sí mismo, el individuo aumenta su percepción de lo externo como negativo o como amenazante. Entonces, de entrada se sustituye la confianza por la desconfianza en las relaciones interpersonales. A veces se llega a ver a los demás como elementos negadores de uno mismo, por lo que surge la falsa necesidad de auto-afirmarse por encima de ellos, y en esa loca carrera sin aliento, se llega a alteraciones cada vez más profundas. Cuando éste encerramiento en sí mismo no se ataja y se va haciendo mayor se cae en actitudes realmente llamativas. En este sentido es muy significativo el hecho de la progresiva pérdida de la capacidad de comunicarse. Quizá esto se pueda notar en la actualidad en algunos adolescentes, que toda su comunicación es “sí”, “no”, “ya”, y esas peculiares “caras de palo” que manifiestan un estragamiento en el propio yo en complicidad con una atrofia de su afectividad. Por ese camino, uno se va adentrando en depresiones cada vez más profundas, en la angustia y la pérdida del sentido de la vida. Como es evidente, no trataremos de agotar ahora el tema de la angustia, ya

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que sobre él se han hecho estudios psicológicos, filosóficos y metafísicos, y es un tema muy amplio. Sin embargo, vamos a detenernos en un asunto básico y es que está bastante claro que la angustia es provocada por la “nada”. A través de ese sentimiento peculiar que es el de la angustia vital se puede ver que el sujeto progresivamente se ha ido cerrando a la profunda realidad, de sí mismo, de los demás, etc., hasta quedarse con la nada. Así pues, por el camino del egoísmo subjetivista la vida humana empieza a deteriorarse, ella que está llamada a expansionarse y que por su propia naturaleza tiende hacia la plenitud humana. En la angustia, la vida experimenta una estrangulación que oprime y sofoca al individuo, que se debate, por caminos angostos, los que él mismo se ha puesto. Justamente esa limitación aparece cuando tiene que hacer frente a las dificultades o hacerse cargo de su propia vida, de manera que su insuficiencia y la precariedad de lo demás, es algo que se vive como angustia. Al carecer de un sentido y de la tarea correspondiente a él, aparece la angustia vital, en la que el sujeto se encuentra como desconcertado, en medio de la misma vida, en toda la indeterminación de sus posibilidades, lo cual le sumerge en un estado de ansiedad que paraliza su vida, y es la que afecta a su sentimiento vital desde sus más hondas raíces. Quizá la angustia vital sea uno de los dolores más profundos del ser humano. Para indicar su intensidad, suelo señalar que ante la angustia profunda, hay que reírse de un dolor físico, que no es tanto comparado con

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aquel dolor del alma. Conviene recalcar que la angustia vital más profunda es la llamada angustia intrapsíquica. Esta es superior al sentimiento estacionario de desarraigo y de desamparo que agobia al ser humano cuando se siente inmerso en un mundo que ha dejado de serle hospitalario y familiar, de ahí que el hombre trate de huir de esa situación ambiental replegándose sobre sí mismo, algo así como si buscara un refugio seguro donde saberse amado. En cambio, en la angustia intrapsíquica, la motivación angustiosa, no depende inmediatamente de la posición del hombre ante la vida y ante el mundo, sino que está en su ser interno, en la estructura íntima de su personalidad, por lo que es más difícil de ser superada, ya que expresa la alteración del ritmo de la vida interior, por eso muchas veces no se sabe por qué y ante qué se pone en marcha. También es significativo que para enfrentar a la angustia se produzcan algunos mecanismos de defensa, especialmente la colectivización y la huida. No es raro, ya que el individuo se ha despersonalizado. Mediante la colectivización el hombre elude su responsabilidad frente a “sí mismo” y diluye el sentido individual de su vida en el caldo de la angustia colectiva, que se exterioriza mediante resentimientos, odios, agresiones de unos grupos frente a otros. Huir, escapar, es un mecanismo de defensa muy frecuente. En lugar de hacer frente a la pregunta acerca del sentido de su vida el hombre puede optar por huir, entregándose a disipaciones que diluyen su desazón, en

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cambio podría tratar de, conscientemente, dar a su vida el sentido que no supo o tal vez no quiso dar o que perdió por alguna circunstancia más o menos imputable. Lo más grave no es responder que la vida no tiene ningún sentido, ni tan siquiera plantearse la pregunta por el sentido de la vida, sino frustrarse interior y continuamente con sucedáneos de ese sentido o con actitudes que tienden a escapar al problema. La angustia hace que el hombre se entregue a disipaciones y pasiones, al furor del trabajo, a excesos sexuales, al alcohol, a la droga. La angustia se expresa en anomalías de salud, en disminución de la capacidad de trabajo, de concentración, en una exagerada necesidad de seguridad, en un escepticismo frívolo, o también en rigorismo ético, en una práctica forzada y dolorosa de ritos religiosos. Por ello para salir de la angustia se necesita un salto. Existen los saltos vitales instintivos como el placer, el poder, la autoestima, etc., pero para superar la angustia y también para prevenirla, se requiere una tensión dinámica que facilite el salto trascendente, el imperativo de mayor dignidad en el plano de la existencia humana Con todo, la angustia puede ser el principio de una salud psíquica más plena y sólida. Desde luego que hay que tratar de ver dónde está la ruptura de la personalidad, es decir, las disarmonías y traumas psíquicos adquiridos en el curso de la infancia, pubertad; ambivalencias, conflictos impulsivos, retardos o desajustes en el desarrollo de diferentes factores

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caracterológicos, pero hay que tratar de ir hasta las raíces. Según Víctor Frankl y otros psiquiatras que tienen una larga práctica clínica, sostienen que a través de ella se evidencia que las personas egocéntricas suelen padecer un estado de ánimo lábil. Un hombre que se enquista en su propio yo, se aísla del mundo y del prójimo, y se hipersensibiliza hacia cualquier estímulo que considere atentatorio o lesivo para sus intereses personales, se vuelve indulgente con sus propias deficiencias pero intolerante para con las ajenas. El enquistamiento en su propio yo le conduce a no saber salir de sí mismo, absolutiza su propio vivir, busca lo agradable y elude todo lo desagradable. Así el principio del placer es elevado a la categoría de valor supremo. El egocentrismo absolutiza su propio yo y, en vez de abrirse al mundo y tomar el lugar que le corresponde en el sistema universal de relaciones, se hace a sí mismo centro del mundo y tiende fatalmente a construir “su” propia jerarquía de valores. Así como el sentido de la vida, sólo se revela por la adhesión a una jerarquía de valores estables, así se oscurece más y más por el subjetivismo consiguiente a la precaria estabilidad del propio yo. De esta manera, el criterio fundamental de valoraciones se deposita en la sensación, en la búsqueda de placer, que continuamente busca nuevas comprobaciones. Sin embargo, tener el placer como

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criterio para la vida conduce forzosamente a un profundo disgusto y a la tristeza. Así pues, tenemos que concluir, que el equilibrio psíquico se distorsiona en el egocentrismo. Por otra parte, la satisfacción del yo, respetando los valores objetivos, no es imaginable sin renuncias, sin el sometimiento –realmente sentido– de los propios valores a los valores del amor que trasciende la subjetividad. Ésto va en la línea de vivir como personas realmente. En realidad estamos bien hechos, con una vocación a trascendernos a nosotros mismos que es inevitable, ya que se encuentra en lo más profundo de nuestra naturaleza. Por ello no es posible penetrar en el ámbito de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello sin haber renunciado antes a la sensación como fin en sí misma. Pero también está la advertencia de no absolutizar lo relativo. La noción de neurosis sería precisamente ésa: la absolutización de lo relativo. Por ello, ya solo para la propia salud píquica es necesario haber renunciado a los afanes desmedidos de poder, de conocer, de saber. Por muy sublimes que puedan ser en sí, todos esos valores son relativos y en el momento en que se absolutizan se desvalorizan. Kierkegaard ha indicado hacia donde conduce al hombre el hacer valores absolutos, de suyo quizá sublimes pero relativos. Son un ejemplo de ello, el eterno buscador Ahasvero, el insatisfecho Don Juan, el insaciable Fausto. Todos ellos, desligados de los valores objetivos y sin un fin último, se encuentran en una búsqueda ansiosa de

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un valor relativo que se vive egoístamente como si fuera absoluto, sin llegar nunca a la verdadera plenitud. Lo que ignoran es que las puertas de la felicidad, y de la alegría –que es su consecuencia inmediata–, empiezan por abrirse, como decíamos, hacia fuera y no hacia dentro. Estamos llamados a la alegría, pero ésta es una consecuencia de vivir en clave de donación. Por esto la tristeza, en el ser humano, debe ser una señal de alerta, de que algo no va bien en su interior, de que está quedándose en cosas relativas, cuya precariedad nos arrastra. Incluso, el recurso al humor se vive precisamente dando un salto sobre lo contingente que amenaza con ofuscarnos, con fagocitarnos. Se suele decir que en la vida saber navegar es lo importante, y como el buen capitán, a menudo hay que levantar la mirada, mirar alto y a lo lejos. Es la esperanza, la apertura hacia el futuro. Pero el futuro se prepara con el presente, es una manera de «aprovechar» el tiempo, usarlo para crecer, no dejarlo simplemente en un mero transcurrir. No podemos ludir la temporalidad porque nuestra condición humana la requiere, y sin embargo, podemos ir más allá de lo meramente temporal. Abrirse al futuro. requiere la esperanza, la cual tiene que ser lanzada lo más lejos posible. Incluso se podría decir que una persona vale lo que vale su esperanza. De lo contrario, no sólo queda atenazado por multitud de amenazas, sino que deja de aprovechar la realidad concreta presente para crecer, para perfeccionarse.

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No es una casualidad que en la persona neurótica se haga presente el futuro, el temor ante el destino se halla dirigido a toda clase de posibles derrotas en la lucha por la vida, por la existencia, a enfermedades, a pobreza, fracasos, y toda una gama de posibles pérdidas de valor y de posibles amenazas que oscurece el horizonte del futuro, por lo que no puede alegrarse del presente. En cambio, la esencia de la alegría es el irradiar hacia el futuro. Para que el futuro no aparezca como obturado se requiere salir de sí, tomar como propia tarea la del desarrollo propio y de los demás, etc., todo menos quedarse egoístamente en uno mismo. Teniendo la mira puesta en las realidades que valen de verdad absolutamente, uno se libra de uno mismo. Para un cristiano, el «norte» lo tiene fácil, asequible. Se trata de tender a Dios con todas sus fuerzas, y con su entero ser, y ayudar a los demás a lo mismo. Sólo entonces, se le «devuelve», el verdadero placer, el auténtico poder, la libertad, el amor, la alegría, el universo entero. En esa clave de donación personal se atenúa la presencia de los llamados hombres-masa, sin iniciativa ni responsabilidad y, por consiguiente, sin libertad, íntimamente desgraciados. En definitiva, es preciso replantearse el verdadero sentido de la vida, evitar la despersonalización, ya que lo contrario –la persona– supone vivir la vida en clave de donación, teniendo en cuenta de que la persona es donante por excelencia, es aportante, que está abierta

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a los demás. Si se vive así, tanto en el plano humano como en el divino, se puede vivir feliz, siendo la felicidad una consecuencia de ese sentido del vivir humano.

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