Se ha dicho hasta el cansancio que los pacientes de Freud eran diferentes a los nuestros:

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay “Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002

Cambios Raquel Dosso

El título de este congreso es altamente sugerente. Cambios y permanencias Pendular constante de uno hacia otro. Delicado equilibrio del cual depende la vida o muerte del psicoanálisis. Se ha dicho hasta el cansancio que los pacientes de Freud eran diferentes a los nuestros:

En el tiempo. No parece necesario explicitarlo demasiado; pertenecían a la burguesía, o al mundo de la cultura, o a ambos: moral victoriana, hombres y mujeres en roles muy diferentes a los actuales; las mujeres en su casa, los hombres “peleando la vida” en busca de dinero, prestigio, ascenso social. Pocos divorcios, vínculos conyugales, parentales, laborales y sociales muy diferentes a los contemporáneos. Viena; una época de esplendor y de particular riqueza de las manifestaciones culturales. Esa es la cuna del psicoanálisis. Luego se extiende al resto de Europa, Estados Unidos y América Latina; es decir al mundo occidental. Un fantasma recorre el mundo... podríamos decir, parafraseando a Marx.

Desde el siglo XVIII había ido afianzándose la separación de lo público y lo privado. Hasta entonces muy desdibujado “lo privado, en otros tiempos tan insignificante y negativo, se había revalorizado hasta convertirse en sinónimo de felicidad.” (15). En nuestro medio, José Pedro Barran, (1) a diferencia de los historiadores franceses, ubica en el siglo XIX la ampliación del espacio de lo privado y de lo íntimo. Para Ariés y Duby este movimiento comienza antes de la Revolución Francesa. En lo inmediato, ésta (la revolución) marca una ruptura en el proceso que se venía dando; en aras de la transparencia, lo privado se hace público. Aparece la ilusión de un hombre nuevo. Más adelante, esto se revierte y el proceso de división de lo público y lo privado se acentúa francamente en relación a la época pre-revolucionaria: se establecen los derechos individuales, con todas las falencias y discriminaciones que hoy podemos ver, sobre todo en cuanto al tema del género. Pero verlo así es verlo desde el siglo XXI. En ese momento fue un cambio revolucionario. En cuanto a la vida privada y la intimidad, un símbolo de los nuevos tiempos es la inviolabilidad del domicilio, incorporado en 1791 al Código Penal francés. La familia, el espacio doméstico, el secreto, el gusto por la memoria familiar irán afianzándose hasta la época del nacimiento del psicoanálisis. “La familia triunfante”, titula Perrot uno de sus artículos(14)

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En el siglo XIX va cobrando importancia creciente lo que dio en llamarse “muro de la vida privada” (expresión atribuida a Stendhal) (13) Pero hay un “hiato absoluto” (7) entre burguesía y proletariado. Es la primera la que tiende en torno a sí ese muro, la que puede permitírselo. No parece un detalle menor que comience a difundirse el uso del espejo. En el siglo XVI aparece este precioso objeto importado de Venecia. (17) Es caro y poco extendido. Hasta el período de entre guerras, en las aldeas, sólo el barbero tenía uno; en las viviendas obreras había también uno, pequeño, destinado al afeitado del hombre. La burguesía consideraba riesgoso para una joven mirarse en el espejo; sólo el hombre burgués que acude al prostíbulo estaba familiarizado con él.”¿Cómo vivir dentro del recinto de un cuerpo que no se ha visto nunca en sus más menudos detalles?” se pregunta Véronique Nahoum (3) Recién a fin de siglo empieza a difundirse el espejo entre los más acomodados. En su forma vertical, se coloca en la cara exterior del armario del dormitorio, permitiendo que los cuerpos sean contemplados. ¿Indicará esto una mayor libertad sexual dentro del vínculo conyugal? A pesar y quizá también a causa de la moral victoriana, el deseo se abre paso. Estas formas de expresión de lo individual por encima de todo, favorecen nuevas formas de sufrimiento psíquico. “Los progresos de la individuación engendran nuevos sufrimientos íntimos. Imponen la formación de imágenes de sí, de fuentes de insatisfacción. Al tiempo que el nacimiento va dejando de ser un criterio claro y decisivo de pertenencia social, cada uno deberá definir y dar a conocer su posición.” (2) Esta mayor confusión social da lugar al carácter competitivo de la existencia; se añade “la nueva conciencia de un deber de felicidad que modifica la relación entre el deseo y el sufrimiento”.(2)

He intentado dar un breve contexto histórico y socio cultural que se vincula con el surgimiento del psicoanálisis. Algunas de estas “pinceladas” no son retomadas. Haré lo propio con el contexto cultural actual, pero en este caso apuntando más a cuestionamientos a las instituciones, al mantenimiento del psicoanálisis como baluarte del pasado, poco permeable a los cambios. A esto pretendo referirme al comienzo del trabajo cuando digo que del interjuego de cambio y permanencia depende la posibilidad de sobrevivir.

En el espacio: Hace unos meses leí dos artículos que suscitaron en mí interrogantes profundos. Ambos están en la revista de APDEBA titulada “Los Caminos de Eros”. El primero (11) es de Osamu Kitayama, psicoanalista japonés. La vergüenza, la ansiedad y el miedo a ser mirados hace que los pacientes japoneses se resistan a las altas frecuencias de sesiones. Las entrevistas cara a cara y una vez por semana- que ponen en juego la seducción y el alerta- son lo más común en el trabajo de los colegas nipones. El autor trata de investigar las causas de este fenómeno. Me pareció de interés intercalar una experiencia de una japonesa- norteamericana, ajena al mundo del psicoanálisis que nos muestra a su manera la diferencia de culturas

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(10). Anna siente que en ella coexisten las estrictas formas pautadas de la vergüenza japonesa (“jayi”) con” la libertad del individuo” estadounidense. Relata que en los 80 vio por televisión el anuncio de quiebra de un banco privado en Tokio. El gerente renunciaba en el momento de anunciar la quiebra. Lloraba. En un gesto de profunda reverencia, bajaba la cabeza hasta el pecho, con los brazos hacia atrás. Ese gesto significa para la autora, entregar la cabeza, la persona, la carrera. En la misma semana, la empresa telefónica más fuerte de Estados Unidos, despidió o recortó horas contratadas s 30000 personas. Entrevistado por una revista semanal, el periodista pregunta al gerente general si no sentía vergüenza por el efecto que dicha medida iba a provocar sobre miles de familias; respuesta: “¿Vergüenza? En absoluto. Si dejara esos puestos, de acá a dos años tendría que despedir 60000. Tendrían que agradecerme por mantener los hogares de 30000 personas”

“Ciertamente un fenómeno cultural puede operar como defensa contra la realidad psíquica, pero realmente es importante comprender, y hasta quizá disfrutar las diferencias culturales antes de analizar lo que hay detrás de ellas”, nos dice Kitayama. Se interesó entonces en el estudio de mitos, cuentos populares, antiguas pinturas japonesas “buscando una clave cultural para examinar la manera que tenemos de describir nuestras propias fantasías y nuestro pasado”. Utiliza entonces el método contrario a aquello que Octave Manoni (12) dio en llamar “el diván de Procusto”, es decir,”amoldar” el paciente a la teoría, aunque ello implique ¡cortarle las piernas! (Ver nota 1) El psicoanálisis se ha extendido a otras culturas. Y no podemos aplicarlo desconociendo, renegando, las complejidades que esto entraña. En su estudio, K. se concentra “en la relación madre hijo sobre todo en relación al concepto de fugacidad y sus connotaciones masoquistas”. Opina que “la fugacidad no es solamente propia de los fenómenos clínicos japoneses, sino que es en cierta medida universal”. En 1995, tras un gran terremoto que devastó la ciudad de Kobe, un paciente le comenta respecto a esta tragedia: “Todo lo que nace debe morir. Nada permanece igual. Las cosas vienen y se van. De modo que todo es fugaz, sin embargo, vale la pena vivir la vida”. La fugacidad incluiría evanescencia, y sentimientos de vacío y fragilidad emocional. K estudió una nutrida colección de pinturas como manera de investigar sobre la vida cotidiana de los japoneses, la mayor parte producidas de 1600 a 1867. Entre 10000 pinturas, cerca de 500 retratan a una madre con su hijo. Entre ellas encontró muchas de una madre con su niño “contemplando juntos”, mirando hacia el mismo objeto, con frecuencia evanescente (barcos flotando, peces, molinillos, pompas de jabón). Mas de un tercio de las madres e hijos mantenían un vínculo a través de cierto medio. En Occidente, el porcentaje de imágenes homólogas es del 5 %. K piensa que esos artistas quisieron ilustrar la fugacidad. Los niños parecen felices. “pero conocemos las potenciales consecuencias patológicas de la desilusión traumática o de las confrontaciones repentinas con discontinuidades críticas”. Extrae conclusiones similares de su estudio de los mitos y cuentos infantiles. Estos no tienen, como en Occidente, un final feliz. Aparece con frecuencia una madre herida o muerta sacrificándose por su hijo. Esto generaría en el niño un sentimiento de deuda ilimitada

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por la devoción de la madre. K pasa entonces a hablarnos de su experiencia clínica en Japón, donde tiene que trabajar intensos sentimientos de vergüenza y deuda en pacientes neuróticos que pueden tener logros y éxito en su trabajo, a pesar de problemas autodestructivos ocultos, como intentos de autoeliminación.

¿Qué diríamos entonces del psicoanálisis en Japón? ¿Que no es verdaderamente análisis, por tener una frecuencia de una vez por semana? ¿Por transcurrir el trabajo frente a frente? ¿Que las diferencias culturales impedirían utilizarlo como instrumento? En lo personal me inclinaría a responder negativamente a estas preguntas. Una insistencia dogmática en el encuadre clásico no haría sino desconocer la influencia de lo cultural en la subjetivación. A través de su investigación minuciosa, K. intenta dar cuenta de modalidades de su cultura, y su posible encuentro o desencuentro con el psicoanálisis aplicado “a la manera de occidente”. Tuve la impresión mientras leía, que su enorme esfuerzo debe haber sido precedido de mucho malestar y desencuentro en su contacto con otros colegas. El otro artículo, “El trabajo clínico y el imaginario cultural” fue escrito por Sudhir Kahar (9) quien plantea las complejidades del contexto socio-cultural de India. No nos extenderemos sobre este, ya que plantea problemáticas emparentadas con el anterior. Relata experiencias con pacientes, dificultades en la transferencia por la fuerte presencia en el imaginario social del modelo “gurú”. El autor se muestra capaz de autocrítica y cambios en su pensamiento. Más rígido al comienzo piensa que logra mejor su trabajo cuando no “luxa” la diversidad. Logra salirse de la aplicación dogmática. Y sentirse entonces ejerciendo el psicoanálisis de modo más fértil. Aporta información muy interesante sobre la cultura de su país. Citaremos uno de los fragmentos finales: “El trabajo clínico en una cultura diferente nos permite ser concientes del hecho de que, dado el dominio del discurso psicoanalítico europeo y norteamericano el imaginario cultural (y moral) a veces tiende a deslizarse secretamente, en la teorización psicoanalítica como una moral de la madurez y la salud” (cita a Kohut). Creo que esta afirmación, muy fuerte, nos confronta con ciertas formas de hegemonía y poder pueden involucrarnos.

El presente Resulta difícil hablar del hoy. ¿Qué hoy? ¿El del analista? ¿El del analizando? ¿El del mundo globalizado? ¿El de América Latina en este mundo globalizado? Todos atañen al psicoanálisis. No podemos permanecer en la burbuja. Es en parte nuestra soberbia como analistas la que nos ha llevado a la actual crisis del psicoanálisis. Transitaré entonces por estos temas como han ido surgiendo, sabiendo que toda separación es arbitraria pero a veces necesaria para exponer nuestro pensamiento. Analistas-pacientes: ¿Cómo es la vida de un psicoanalista? Aun teniendo en cuenta la diversidad, tenemos muchas cosas en común; algunas nos diferencian de otros

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trabajadores, de otros profesionales. Comencemos por un hecho que parece nimio. Muchos de nosotros tenemos consultorios en nuestras casas. Otros, se desplazan a otro ámbito, que se constituye en una suerte de “segundo hogar”. Allí se tienen libros, objetos amados, una heladera para conservar alimentos, un aparato de música o TV para las horas libres, una máquina de hacer café y otras prolongaciones del espacio privado.

El trabajo en la propia casa ha ido desapareciendo paulatinamente desde el siglo pasado en el mundo occidental. Este era ejercido fundamentalmente por obreros destajistas del calzado, la peletería, joyería, la industria textil y de la vestimenta. Eran millones a comienzos del siglo XX. La vida privada y laboral se confundían; es decir, que no sólo por razones económicas, prefirieron en algún momento la fábrica, que permitía tener la casa solamente para la esfera de la vida privada y también un tiempo claramente delimitado, hora de entrada y salida. Los profesionales que trabajaban en sus casas también dejaron de hacerlo. Médicos abogados, escribanos, dejaron paulatinamente de ejercer la profesión en su vivienda. Algunos analistas, sin embargo-yo entre ellosmantenemos el trabajo en el hogar, o en un sucedáneo de este al cual se llega transitando siempre por las mismas calles, desde dentro de un automóvil. Es como si un túnel comunicara la casa con el consultorio. ¿Qué implica esta “permanencia”? Un cierto privilegio, en tanto estamos más cerca del devenir de la familia, del crecimiento de nuestros hijos, estar en casa si hay horas libres. También un aislamiento. Nuestros pacientes no son compañeros de trabajo, aunque vayamos tejiendo con ellos una labor conjunta. Podemos pasar días sin salir de nuestras casas, viéndolos sólo a ellos y a nuestra familia. No tomamos el café con alguien de mundos diferentes, no discutimos sobre los hechos de actualidad, no podemos reírnos juntos ni hablar de nuestras penas, de nuestras alegrías, o de política, o de cine, o de la última novela que leímos. La información del “mundo exterior” nos llega – o no-a través de los medios de comunicación. Si trabajamos con colegas, tenemos los mismos códigos, y a veces hablamos los mismos temas: el psicoanálisis, las instituciones. Perdemos, creo, la dimensión de nuestro trabajo, magnificándolo. Corremos el riesgo de aliarnos a nuestros pacientes en transferencias idealizadoras. Creernos depositarios de la verdad. No hay mucha realidad externa que nos confronte con nuestra inermidad. Hay un hiato a veces insalvable entre nuestra vida cotidiana y la de nuestros pacientes. Ellos viven en un mundo diferente y hay cierta omnipotencia en creer que esto es irrelevante. A veces creamos situaciones comparables a las relatadas por los colegas de Japón o India. Nuestro “muro” (tomando la expresión de Stendhal) se mantiene en pie.

La institución se convierte entonces en el único lugar de intercambio, y ello necesariamente genera malestar. Y el muro sigue en pie. Ya no el de la vida privada,

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sino el de nuestra teoría y nuestra praxi,. nuestra posibilidad de abrirnos a un mundo que cambia. Nos cuesta establecer lazos con otras disciplinas. Nos cuesta también hablar de nuestras vidas. Hay un “estar en guardia”, un temor a ser descalificado a través de una designación psicopatológica. Eso me llamó siempre la atención en nuestra institución, integrada por gente psicoanalizada por años. Hay un cuidado, una necesidad de mostrar una vida “prolija”. Antes de ingresar a la APU, transité por otras instituciones, como todos los colegas. En todas alguna vez alguien estaba viviendo una situación de crisis, y lo hablaba. Nadie pensaba que su compañero estaba loco porque alguna vez se desmoronara. Se compartían también las alegrías. Las rivalidades, odios, pasiones, estaban menos encubiertos por el “tupido velo” del que hablaba José Donoso en “Casa de campo”.

Entre nosotros, poco se habla de dificultades y/o éxitos económicos. Y de hacerlo, se pide absoluta reserva. Pasaron años antes de que el tema de la falta de pacientes comenzara a hablarse. ¿Temor a ser juzgados como incompetentes? ¿A dar una imagen no “exitosa” profesionalmente? Habiendo tenido una educación laica, pero en un mundo occidental y predominantemente cristiano, nunca me sentí más cerca de la noción de “pecado”o de “misterio”. Al releer este trabajo vinieron a mi memoria otros ámbitos en los cuales se erigía el silencio ante algunas situaciones vitales. A fines de los sesenta y principios de los 70, esto se dio en algunos grupos políticos -en particular la juventud comunista, que tenía esta tradición en el mundo-; me llamó la atención encontrar semejanzas en un artículo sobre los comunistas franceses (19). Si un miembro se suicidaba, había una “versión oficial” de otra causa de muerte. Viví esta experiencia con gente muy cercana. Un comunista no podía suicidarse, ni deprimirse. ¿Qué hay en común? Quizá la necesidad de sentirse perteneciendo a un grupo sin fisuras, sin crisis personales. ¿Un grupo de “elegidos”? He pensado con frecuencia en qué medida nuestra ideología nos determina, y por ende, determina a nuestros pacientes. Todos hemos escuchado alguna vez desde los divanes o en los corredores: “X” (analista) logra que todas- esto fundamentalmente referido a mujeres- formen pareja. O: “Z” hace que todos adelgacen. O: los que se analizan con “Y” entran a la Apu. Los pacientes idealizan. Nosotros nos dejamos idealizar. El “éxito” de un análisis ¿es siempre mantener u obtener una pareja estable, responder a ciertos cánones estéticos. –algunos de los cuales, como la delgadez se han convertido en éticos: “tenemos el cuerpo que merecemos”? ¿Aspirar a la misma profesión que el analista?. Pienso que tenemos que estar atentos al riesgo que corremos, analizar siempre nuestro narcisismo. El pigmalionizar a nuestros pacientes es el desmoronamiento de la neutralidad en lo que considero esencial. El propósito del psicoanálisis es diferente, y no consiste en que los analizandos se adecuen a la norma, sino en que se conviertan en ellos mismos, con menos constreñimientos, sintiéndose quizá, más vivos.

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El Mundo globalizado Así, con un pie en el siglo XIX, los analistas llegamos al siglo XXI del mundo globalizado. El mundo socialista se desmorona-para Eric Hobsbawm (8) esto marca el fin del siglo XX, que estaría delimitado por 1914 (inicio de la primera guerra)-1991(fin del socialismo real). El capitalismo se instala como única alternativa posible: fin de la historia para algunos, fin de las utopías para otros. Su ética se impone en el mundo occidental. Marca nuestra vida cotidiana. Se ha hablado tanto de estos tópicos que puede resultar tedioso. Es un tema que corresponde más a los sociólogos e historiadores. Pero, considerando que el psicoanálisis no puede desligarse de lo social, trazaremos un breve bosquejo. “El poder y el impulso de las transformaciones contemporáneas reside en el cambio económico, político y cultural resumido en el término globalización”, nos dicen Giddens, A y Hutton, T, en su libro “En el límite – la vida en el capitalismo global” (5) Se trata de una serie de estudios sobre el tema, del cual ellos son co- autores y compiladores. ¿Y qué es globalización? “Se trata de la interacción entre una extraordinaria innovación tecnológica, un alcance mundial y, como motor, un capitalismo de dimensión mundial que da su carácter peculiar a la transformación actual y hace que tenga una velocidad, una inevitabilidad y una fuerza que no tenía antes”. (5) Estamos habitando un mundo donde: •

Se han intensificado las comunicaciones globales: es posible la comunicación instantánea entre dos partes cualesquiera de la tierra. Hemos visto la caída de las torres gemelas en el momento en que tenía lugar. Hemos presenciado, y presenciamos, guerras por la pantalla de nuestro receptor de TV, desde nuestras casas. El teléfono celular, que se ha difundido a velocidad de vértigo, nos permite estar potencialmente en contacto con quien queramos, en cualquier momento y lugar. Internet se ha difundido y también potencialmente, podríamos acceder a toda la información desde nuestra computadora. No es un dato menor saber que el lema de Microsoft es: “Haga que su producto quede obsoleto.” La digitalización ha transformado las estructuras industriales, generando desempleo. Aun así, en este mundo de comunicaciones la soledad se acrecienta. Los hogares unipersonales aumentan, no sólo en el primer mundo. El modelo se extiende a América Latina. Esto incide necesariamente en nuestra praxis. Todo se ha vuelto más veloz; dromocracia llamó a esto Botho Strauss en un agudo y certero “neologismo”.



El sector financiero ha tomado un auge extraordinario.



El sector industrial, junto con el agrario, ocupaba hace una generación a más de la mitad de la población. Hoy, en la mayoría de los países apenas el 20 por ciento de la población trabaja en la industria, es decir la clase obrera tiende a desaparecer. Menos del 2 por ciento trabaja en el sector agrario (en los países industriales).

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Las clases con más poder adquisitivo (media alta y alta) consumen mucho más que antes. Se constituyen a su vez en modelos para las clases más desposeídas, quienes consumen para emularlos, más de lo que se pueden permitir, hundiéndose cada vez más en la pobreza. Esto ha dado en llamarse sociedad de consumo.



La flexibilización laboral, los avancen tecnológicos que suplen el trabajo humano, en interacción con la disminución de la clase obrera y del debilitamiento de los sindicatos, provoca ingresos bajos, desempleo, desamparo. Hoy vemos en nuestro país a los jóvenes desesperanzados. La película 25 wats, (16) (nota 2) con sus tonos grises, parece una metáfora de la juventud uruguaya actual. Tiende a desaparecer el “trabajo seguro para toda la vida”. Hay más facilidad de despido y más exigencia laboral. Muchos desempleados de más de cuarenta años se ven excluidos, quizá para toda la vida del mundo laboral, del marco de sus vidas, de aquello que siempre pensaron iba a constituir su centro, sobre todo en el caso del hombre. Esto puede provocar un verdadero derrumbe de su subjetividad. ¿Puede ese hombre, o el joven apático y desesperanzado de la clase media o media baja acceder a un psicoanálisis?



Pienso que el psicoanálisis no sólo es inaccesible para estas personas desde lo económico. Ni siquiera lo tienen en cuenta como posibilidad. Quizá no se analizarían aun gratuitamente. ¿Qué ha sucedido? Las respuestas que hemos intentado esbozar hasta ahora no me satisfacen. Tal vez hemos permanecido tan inaccesibles durante décadas, que ya no se piensa en el psicoanálisis como recurso. ¿ Ha sido sólo pos razones económicas, o porque nos hemos retirado de la subjetividad y el entorno de quienes están fuera del “muro”? Recuerdo en este momento, que cuando estaba en segundo año de los seminarios, tuvimos la visita de un colega extranjero. No recuerdo su nombre ni de qué vino a hablar. Pero de pronto, en la parte social posterior a la académica, lo escuché diciendo en un grupo que ser analista “nos” hace ver el mundo de una manera tan distinta, que terminamos teniendo sólo amigos psicoanalistas o psicoanalizados. “No nos sentimos cómodos con gente que no haya transitado por nuestra experiencia, somos diferentes”. No parecía preocupado, sino complacido por ello. Me invadió el espanto. ¿Entonces sólo podríamos tener pacientes “iniciados”? me pregunté. ¿Cómo revertir este alejamiento? ¿Es reversible? Podría ser beneficioso desde el punto de vista científico y ético no desconocer, los aportes de datos estadísticos en cuanto a la ponderación de la indicación y pronóstico. Esto no necesariamente nos haría perder la especificidad del psicoanálisis. Desde ella pueden ser interpretados. ¿Por qué descalificarlos? Cuando se menciona estos datos, es uno de los momentos en que como decía al principio, me siento próxima al “pecado”. Tácitamente parece pensarse, al menos en lo que ha dado en llamarse “línea oficial” que servirse de tales instrumentos es contaminante. Correríamos el riesgo de perder la “pureza”. ¿Qué pureza? ¿La del dogma?



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En la medida en que el estado es menos “protector”, y dada la situación económica y laboral, en nuestro país la pobreza se va transformando en marginalidad. Hace poco tiempo me enteré de que en algunos asentamientos de nuestra ciudad está naciendo una cuarta generación de indocumentados. Esto quiere decir: cuarta generación de exclusión de los sistemas educativos y de salud, y de posibilidades de obtener algún día un trabajo regular: exclusión de ser personas. El miedo a la violencia acompaña la vida cotidiana de quienes no estamos marginados. Alarmas, rejas, barrios privados, temas que aparecen como inquietantes para nuestros pacientes de mayor poder adquisitivo. Nos encontramos ante la difícil situación de indagar qué fantasmas subyacen, sin negar la cuota de realidad que pueda existir. Porque, no neguemos que se puede caminar por Montevideo, existen todavía barrios en que los niños juegan en las veredas o las calles, cerca de la mirada protectora de su familia.

A modo de conclusión He hecho un punteo que parece algo agobiante. De continuarlo podría dar un panorama apocalíptico. Ferraroti,(4) por ejemplo, sostiene que “narradores y escuchadores se hablaban cara a cara. Los dos polos no estaban separados por el aparato técnico; incluso podían intercambiarse los papeles. Destacamos la conjugación verbal en pasado. Pienso que los narradores y escuchadores siguen y seguirán existiendo, aun sin mediación del aparato técnico.

Quisiera terminar este trabajo con una anécdota extraída de un libro, que suscitó en mí variadas reflexiones En su introducción al libro “Carne y piedra” Richard Sennet (17) relata que asistió al cine con un amigo veterano de Vietnam. Por una herida de guerra, tenía una mano mecánica.. La película, bélica, tenía escenas muy crudas. La sala estaba repleta. Su amigo hizo muy pocos comentarios, y sólo técnicos. A la salida se pararon a fumar, mientras esperaban a alguien. Su amigo tomó el cigarrillo con la mano metálica. De pronto Sennet se dio cuenta de que la multitud que salía había dejado un espacio por el cual quedaban, literalmente, en una isla. Es decir que aquella gente que había asistido a una película sangrienta, evadía en la realidad lo que tenía que ver con lo presenciado en la pantalla. Desde tiempo atrás, el autor se venía preguntando por la homogeneidad y falta de estímulo que le provocaban los nuevos edificios neoyorquinos. Pensó al comienzo que se debía a algún problema de formación de los arquitectos. Pero lo enlazó con el acontecimiento relatado, con las grandes autopistas que se alejan de las zonas de vivienda, con la falta de contacto corporal entre las personas, y emprendió la escritura de un fascinante libro sobre la relación del cuerpo con la ciudad, desde la Atenas de Pericles hasta la Nueva York actual. La anécdota de Sennett me parece una metáfora de lo que con frecuencia sucede en la institución analítica. Atendemos pacientes que sufren, pasamos en ello muchas horas Pero fuera de ese ámbito, tomamos distancia ante una “mano mecánica”. Varios compañeros se han retirado de la institución. Hace unos años, por primera vez, un candidato renunció. Me llamó la atención que nunca se hablara de ello. Luego se han ido otros. Nunca ha habido una instancia para que la membresía en su totalidad los

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escuchara. Nos enteramos “extraoficialmente” de la renuncia de otra compañera, pocos años después. Como la carta fue amable, esto se silenció. Nunca más se habla de los compañeros que abandonan la institución. Otros se han alejado de otra forma. Siguen perteneciendo formalmente, pero no asisten a las reuniones científicas, o dejan de hacer trabajos. Basta mirar el direccionario para constatar cuántos colegas valiosos ya no escriben más, han buscado otros lugares donde desarrollar su pensamiento. La descalificación paralizante-diferenciable de la crítica y el intercambio que permiten el crecimiento- han incidido seguramente en esta situación. Parecemos no advertirlo. El muro se estrecha. Y se hace infranqueable. ¿Nos estará aislando también de los cambios sociales? ¿No se convertirán ellos también en la mano metálica alrededor de la cual se deja una isla? El psicoanálisis implica la disposición a insumir horas, durante años, en repensar, reconstruir la propia historia. Estando enteramente dedicados a esta profesión, todos lo valoramos como instrumento privilegiado de cambio psíquico. Y los cambios a su vez, deben ser pensados para que este instrumento privilegiado no se pierda. Para ello nosotros debemos abrirnos a ellos.

Nota:1 Cito de Manoni (8): “Todo el mundo conoce a Procusto. Según una leyenda griega, era un bandido que ofrecía su hospitalidad a los viajeros extraviados. Los acostaba en una cama de hierro y si eran más largos que ese lecho, les cortaba lo sobrante. Si eran más cortos, los estiraba por la fuerza. Era, por así decirlo, un normalizador. El propósito del psicoanálisis es diferente, y no consiste en que los analizandos se adecuen a la norma.” Nota 2: 25 wats es una película uruguaya dirigida y realizada por jóvenes, que toca los temas de la apatía, el desamor, la falta de estímulos de una generación de nuestra ciudad.

Bibliografía 1)Barrán, José Pedro: Amor y transgresión en Montevideo: 1919-1931 2)Corbain, A- Henri Guerrand, R Perrot, M “Gritos y susurros”Tomo 8 de “Historia de la vida privada”, dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby- Taurus 3)Corbain, A, Perrot, M.: “El secreto del individuo”tomo 8 pág 125- Tomo 8 de “Historia de la vida Privada”dirigido por Ariés y Duby- Taurus. En este artículo cita a Veronique Nahoum: “La belle femme ou le stade du miroir en histoire “. Communications nº 31 1979 4) Ferrarotti, Franco: “La historia y lo cotidiano-Homus sociologicus-ediciones península- 1991

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5) Giddens, Anthony y Hutton, Will, eds. .”En el límite- La vida en el capitalismo global” KriteriosTusquets editores- 2001 6) Giddens, Anthony: “La transformación de la intimidad” Catedra-1992 7) Henri Guerrand, Roger: ”Espacios privados. El inmueble en la casa acomodada”. ”Tomo 8 de “Historia de la vida privada”, dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby 8) Hobsbawm, Eric: “Historia del siglo XX”- Crítica- Grijalbo Mondadori (Barcelona) 9)Kakar, Sudhir: “El trabajo clínico y el imaginario cultural” en “Los caminos de Eros”- Revista de Apdeba- Vol. XXII, nº 3 10) Kazumi, A, “Entrego mi cabeza” Revista Latido, año 3 Nº 28, Octubre 2001 11) Kitayama, O. “La fugacidad, su belleza y sus peligros” en “Los caminos de Eros”- Revista de Apdeba- Vol. XXII, nº 3 12) Manoni, O. “EL DIVAN DE PROCUSTO- El peso de las palabras, el malentendido del sexo. Recopilación de varios autores, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires 13) Perrot, Michelle: “Formas de habitación” Tomo 8 de “Historia de la vida privada”, dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby. 14) Perrot M, “La familia triunfante”Tomo 7 de “Historia de la vida privada,” dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby- Taurus 15) Perrot, Michelle: “Antes y en otros sitios” Tomo 7 de “Historia de la vida privada,” dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby- Taurus 16) Revella, Juan Pablo- Stoll, Pablo “25 wats” 17)Sennett, Richard. Carne y Piedra. “El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental- Alianza Editorial 18)Vuncent, Gerard: “El cuerpo y el enigma sexual”(T 9 P. 308) Tomo 9 de “Historia de la vida privada”, dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby. 19) Vincent, Gerard: “¿Ser comunista? Una manera de ser. Tomo 10 de “Historia de la vida privada”, dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby.

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