San Mateo Ahuiran. Un acercamiento etnográfico a la fiesta patronal1

San Mateo Ahuiran. Un acercamiento etnográfico a la fiesta patronal1 Jesús Tapia Santamaría E l Colegio de Michoacán Ahuiran celebra su fiesta patro...
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San Mateo Ahuiran. Un acercamiento etnográfico a la fiesta patronal1

Jesús Tapia Santamaría E l Colegio de Michoacán

Ahuiran celebra su fiesta patronal en honor de San Mateo el 21 de septiembre. La fiesta dura los días 20, 21 y 22. Ahuiran es una ‘comunidad’ indígena asentada en la porción central de la Meseta Tarasca, tiene categoría de tenencia perteneciente al municipio de Paracho y cae bajo la jurisdicción de la parroquia del mismo nombre. Su población teje manualmente rebozos, elabora instru­ mentos musicales de madera, explota sus bosques comunales y los agostaderos donde pastan sus ganados; cultiva granos, cereales y un poco de leguminosas en tierras de humedad y temporal. M u­ chos de sus hombres en edad mediana se emplean como peones en los campos estadounidenses. Las viviendas de madera, regional­ mente conocidas como trojes, se distribuyen según un patrón de asentamiento semicompacto con pequeños huertos y corrales; aunque el pueblo cuenta con energía eléctrica, carece de red de agua potable y ninguna de sus calles tiene pavimento. La descrip­ ción pretende destacar la imbricación entre los diversos compo­ nentes de la celebración y subrayar que las discordias entre los festejantes trascienden la convivialidad festiva en concordancia con la condición social de los actores y sus intereses involucrados en el desarrollo de la fiesta. Tales discordancias apuntan hacia el lugar social en el que están inscritas las fiestas religiosas patrona­ les: el conjunto de relaciones sociales que las generan haciendo de ellas focos de conflictividad social. La descripción se basa en infor-

mariones recogidas directamente sobre el terreno en septiembre de 1980. La tiesta de San Mateo empieza el día 20 con la decoración interior de la iglesia y el arreglo de las imágenes del Apóstol y Evangelista. Son tres las efigies, la principal, la vicaria y la proce­ sional al cuidado de los encargados que año con año las reciben bajo su custodia; la imagen más pequeña es la que pasean en las procesiones y guardan en el recinto que le sirve de santuario doméstico dentro de la casa del carguero del año, pues la principal y la vicaria permanecen en la iglesia. Son imágenes de madera acabadas en pasta. El día 20 se les reviste con ropas limpias. Ambas están tocadas de bonete negro presbiterial, capa pluvial y estola, es decir, atuendos sacerdotales; las dos portan túnica y en su mano izquierda el santo sostiene un libro de madera, símbolo de su condición de evangelista. Ambas imágenes tienen una altura aproximada de unos 130 centímetros. La imagen principal preside desde su nicho el retablo central del ábside del templo teniendo a sus lados otras tallas, posiblemente, otro San Mateo y una efigie no identificada. El Santo vicario, dispuesto sobre andas está colo­ cado, durante los días próximos a la fiesta, al lado izquierdo del templo sobre el presbiterio. Esta imagen tenía, bajo la capa plu­ vial, una americana a la que habían sido prendidos con alfileres dólares estadounidenses y sobre el bonete un sombrero texano de fieltro gris; del cuello pendía una corbata anudada y otra más de su mano izquierda, mientras que en la mano derecha sostenía un ramillete de llores. El sagrado bulto se encontraba de pie bajo un dosel de madera adornado con llores y una forma de cera escama­ da figurando una letra Omcga invertida. A los pies del santo se acumulaban las llores, pero sobre todo, los cirios y las veladoras. El último día de la fiesta había a sus plantas quizá no menos de un millar de cirios v más de un centenar de veladoras. Las llores eran más bien escasas y pobres. Era notable el contraste entre la abundancia de cera y la escasez de llores. Esta imagen suele ser arreglada en casa del carguero del ciclo anual que fenece y es trasladada al templo por las calles con acompañamiento de músi­

ca de viento y abundantes cohetes. Este traslado marca el inicio de la fiesta. La imagen pequeña, de unos 50 centímetros es conservada en cargo durante todo el año en una de las piezas de la casa del mayordomo. A la imagen suelen colocarla sobre una mesa entre dos cirios y algunas flores. La presencia del santo no obsta las actividades ordinarias de cada día y de la vida familiar, desarrolla­ das normalmente en la habitación desde donde el santo preside el curso del año y es objeto de los actos de culto doméstico tributado por la familia y los pueblerinos que acuden a visitarlo. No fue averiguado el procedimiento por el que se accede al cargo ni acerca de las cualidades requeridas por los candidatos para ser considerados idóneos, pero existe ciertamente una larga lista de candidatos para los años subsiguientes. Así, desde la víspera del día de la fiesta, las imágenes están ya adornadas, unas en el templo, la otra en la casa. Los músicos amenizan la velada, los cohetes anuncian la fiesta y en la noche del día 20 el ‘castillo’ es entregado a la combustión. Esa misma noche los puestos de los comerciantes que acuden a la fiesta ya están instalados a lo largo de la calle que conduce desde el camino de entrada al pueblo hasta el pórtico mismo de la iglesia. El día 21 fue observado el desarrollo de la fiesta. Preferente­ mente observé el mercado y la liturgia de la solemnidad. El día 22 presté atención a las ceremonias por las calles y en las casas de los mayordomos. La liturgia eclesiástica Esta consistió en la celebración de la misa. Era domingo y tuvo lugar a las 13:00 horas. Un vicario de la parroquia de Paracho estaba presente en el templo desde media mañana, preparó el altar y luego escuchó a algunos penitentes en confesión. Pocas personas se acercaron al confesionario. La gente entraba y salía con el objeto de depositar sus cirios encendidos a los pies del santo. A las 13:00 horas empezó la misa presidida por el mismo

vicario teniendo como concelebrante a otro sacerdote más. La iglesia estaba llena solamente hasta la mitad, atrás la gente platica­ ba o permanecía sentada en el suelo mirando hacia fuera donde por el suelo se extendían, desde el pórtico del templo, los puestos del mercado. Como era domingo, había venido a misa mucha gente de Paracho y de Aranza y de otros pueblos de los alrededo­ res. Adentro, la misa proseguía enmedio de los cánticos litúrgicos de sencillas melodías acompañadas por dos músicos viejos que in­ terpretaban los aires con trompeta y saxofón. Un grupo de veinte o veinticinco niños de alrededor de doce años de edad recibió la Primera Comunión. Una madre de familia, que trajo a su niño a hacer la Primera Comunión, aseguró que "en este pueblo están todos muy atrasaditos, son muy cerraditos, todavía son inditos” y añadió que a los niños no los acercan pronto a los sacramentos. Ella misma reside en Ahuiran, casada con un hombre de este lugar, pero es procedente de Charapan en donde nació y vive su familia. Además de los niños de Primera Comunión comulgaron escasas personas, acaso unas cuarenta. La homilía de esta misa será glosada más adelante. Al final quedó expuesta a la adoración de los fieles la custodia con el Santísimo Sacramento. El mercado festivo Afuera, el mercado congregaba más clientela que feligreses la iglesia. Los puestos se distribuían desde el pórtico del templo en dos hileras a lo largo de unos 300 metros. Seguramente había no menos de 150 puestos de comerciantes. Entre los efectos sobresa­ lían los siguientes: velas y cirios de Cherán a tres, cinco y veinte pesos, comerciados por cereros del lugar, alfarería procedente de y vendida por alfareros y comerciantes de Huancito, de Zopoco, de Santo Tomás, de Santa Fe de la Laguna, de Patamban, de Ocumicho, de San José de Gracia y de Dolores Hidalgo Gto.; juguete­ ría de plástico procedente, una parte, de Morelia y consistente en ‘topogigios\ ‘piolines’, ‘chapulines colorados’, ‘pollitos’, globos, y otra parte, carritos y soldaditos, procedente de Guadalajara; ces­

tería de carrizo de Panindícuaro y de tule de Pátzcuaro y San Andrés de la Laguna; puestos misceláneos de los comerciantes de Tarecuato y La Cantera; visores de diapositivas; joyería de fanta­ sía; un vendedor de un montón de ropa usada; cordeles de hene­ quén utilizados “para colgar la ropa, para hacer líos o am anar animales un vendedor de dulces cubiertos; varios puestos de pan de Carapan, de miel de Cherán, de fruta fresca adquirida en Zamora por mujeres indígenas comerciantes de Paracho; varios expendios de comida caliente en donde se servían platos humean­ tes de churipo, arroz y mole con pollo; una gran carpa de venta de cervezas; puestos de aguacates y de cacahuates; un vendedor ambulante de imágenes de santos y de folletos con rezos y oracio­ nes impresas procedente de Jacona, pero semi-instalado en Para­ cho desde donde se desplaza a lo largo del año a los pueblos de la Sierra en donde haya fiestas; este mismo vendedor comercia también con juguetería de plástico adquirida en Guadalajara; paleteros ambulantes procedentes de Uruapan; un parque de juegos mecánicos; una pista de baile acondicionada en los patios de la escuela; varios stands de juegos de azar tales como loterías y juegos de argollas y dardos de tiro al blanco en la ruleta; juguetes de madera de Cherán, miniaturas de muebles de madera de Celaya; cucharas y otros utensilios de madera para uso doméstico de Pamatácuaro, alfarería decorativa de barro de Ocumicho, etc. Interrogados los alfareros de Ocumicho sobre los famosos “diablos”, dijeron que no los tenían a la venta porque “Teodoro no los deja que los fabriquen y los vendan porque Teodoro es muy envidioso, quiere que sólo él y los que trabajan para él los hagan Por su parte, Teodoro, también alfarero autóctono de Ocumicho, aseguró que “eso no es cierto’\ que ulo que pasa es que los demás no saben hacerlos, los hacen m al acabados y la pintura es cara”. Teodoro fabrica “diablos" y tiene la exclusiva de abastecimiento a Bancomer de Morelia y a otros comerciantes que vienen a buscar­ los a Ocumicho. Probablemente lo sucedido es que, primero empezó a acaparar la producción de “diablos”, luego tal vez impuso la maquila facilitando la pintura a los artesanos; pero

cuando el producto no tuvo la calidad requerida, Teodoro retiró las facilidades y canceló la compra quedándose con un grupo selecto de alfareros que siguen maquilando para él. Teodoro, a su vez, en algún momento debió haber recibido crédito financiero de Bancomer que habría hecho de él su agente autóctono local e in­ termediario ante los productores. No obstante, los demás alfare­ ros siguen fabricando “diablos” y vendiéndolos más o menos su­ brepticiamente ante el esfuerzo de “monopolización” de la pro­ ducción y del control ejercido por Teodoro sobre las facilidades para adquirir la pintura y sobre la calidad del producto a fin de controlar también el mercado conforme a las pautas mercantiles impuestas por Bancomer y según los patrones estéticos de la clientela urbana. En otros casos es la Casa de las Artesanías del Estado la que facilita financiamiento y tecnología a los artesanos alfareros de la región a cambio de exclusividad en el control de la producción, en el control de calidad y en el control del mercado del producto.2 Como pista de baile fueron utilizados los patios de la escuela local; según los informantes estuvo muy poco concurrida, a pesar de la propaganda ensordecedora y de la música electrónica, al parecer poco atractiva para la población asistente a la fiesta. Es común que, con ocasión de las fiestas religiosas haya bailes públi­ cos de paga. En virtud de la rareza o falta de instalaciones adecua­ das para tales electos en los pueblos del área purépecha, por lo general, las autoridades escolares facilitan las de la escuela del lugar, cosa que, aun prohibida por la ley, obtiene el visto bueno gracias a la alegación de contribuir con una porción de los ingresos para los gastos de mantenimiento del inmueble o para la amplia­ ción o construcción de los edificios. La gente que acudió a la celebración de San Mateo presentaba características más bien indígenas por su vestimenta, por los artí­ culos que consumía, por el intercambio que efectuaba, sobre todo, en especie, y por las localidades de donde provenía. Salvo algunos mestizos de Paracho, de Aranza, de Uruapan y del valle de Zam o­ ra, la inmensa mayoría procedía de pueblos del occidente de la

Meseta. El trueque consistía, por ejemplo, en el intercambio ele alimentos preparados como churípo, tamales, com ndasy uchepos ofrecidos por mujeres de Pomacuarán, a cambio de alfarería, cordeles de henequén, aguacates, juguetes de barro de Ocumicho, pan de Carapany miel de Cherán. El principal día de mercado fue el día 21, al día siguiente no quedaba ni un tercio de los puestos de la víspera. Música, cohetes, alcoholes y alimentos El día 21, una parte importante de la fiesta consistió en la compe­ tencia de bandas de música. En 1981 a Ahuiran vinieron dos bandas de música de viento, la una de Cherán y la otra de Ocumi­ cho. Bajo los soportales del edificio de la Jefatura de Tenencia, sobre dos entarimados, las bandas ejecutaban trozos musicales “por nota”. Generalmente eran aires de grandes obras musicales. La gente escuchaba con suma atención la interpretación, espe­ cialmente los hombres. Las bandas de música fueron contratadas por tres días. Al menos una de ellas fue pagada por el carguero saliente, en este caso, la banda de Ocumicho, que vino por $ 30,000.00 (treinta mil) pesos, según los músicos y por $ 45,000.00 (cuarenta y cinco mil) pesos según los cargueros. La diferencia se explica, tal vez, por razones de prestigio de los segundos. Además, los músicos reciben, conforme la costumbre, el hospedaje, la ali­ mentación, las bebidas y los cigarrillos durante esos tres días. La banda estaba compuesta por 22 miembros. Cada noche durmieron en la casa del carguero contratista en la misma habitación que albergaba al Santo Apóstol y Evangelista Mateo. Los gastos de cohetería no fueron documentados, pero cierta­ mente fueron quemadas varias gruesas (una gruesa igual a doce docenas) de cohetes y cohetones; el día 20 por la noche se le prendió fuego a un ‘castillo’ de enormes proporciones. La otra parte de la fiesta tuvo lugar en la casa del carguero. Ahí se servían alimentos y bebidas para sus familiares y amigos, para los músicos y para todos aquellos que quisieran entrar a la casa,

pues, según el costumbre todos están invitados a la mesa. El carguero de este año fue un hombre “emigrado” a California junto con sus tres hijos. Allá trabajan los cuatro como peones de campo. La esposa y madre permanecen viviendo aquí en el pue­ blo. Todos los gastos inherentes al cargo fueron costeados por él, sus hijos, los yernos y otros amigos y parientes. Según varios infor­ mantes, la cantidad gastada fue, para unos, de 120,000.00 (ciento veinte mil) pesos; para otros de 190,000.00 (ciento noventa mil) pesos en el transcurso del año desde que recibieron el cargo. Los gastos de las fiestas del 20 al 22 de septiembre se distribuyeron entre los siguientes efectos: dos reses, una cantidad imprecisa de maíz para varias decenas de kilos de tortillas, conmdas y uchepos, varios decalitros de atoles y leche, varias decenas de kilos de chiles secos para la preparación de salsas y churipo, doce cajas de tequila Sauza blanco, diez cajas de ron Bacardi, diez cajas de aguardiente de caña Uruapan, diez cajas de brandy Presidente y veinticinco cartones de cerveza. Los alcoholes fuertes se contenían en cajas de doce botellas de tres cuartos de litro cada una, salvo el aguardiante de caña envasado en botellas de un litro. El carguero financió, además, según se lleva dicho, el trabajo de una de las bandas de música, mas la cohetería y el "castillo", así como los arreglos de la iglesia, de las imágenes de los santos y los estipen­ dios de la misa. En los días 21 y 22 se gastaron entre 60,000.00 (sesenta mil) y 70,000.00 (setenta mil) pesos. Los nativos tienen clasificados los alcoholes, o “vino” como llaman indistintamente a cualquier destilado, según la calidad que su gusto les reconoce, un gusto que, ciertamente, ha sido modulado por la publicidad co­ mercial; así, el aguardiente de caña, Uruapan, “es malo”; el tequi­ la, en este caso, Sauza blanco, “es bueno”; el brandy Presidente es mejor, "el Don Pedro, todavía más" y la cerveza “es corriente”. La convivíalidad festiva Los convivios en la casa del carguero empezaron desde la noche del día 20 cuando se sirvió la cena a los músicos e invitados y se

distribuyó alcohol con generosidad. Unos muchachos, familiares del carguero, entraron a la pieza donde se encontraba la imagen del Santo Apóstol y Evangelista Mateo; ahí, sobre la mesa que le servía de altar, había varias botellas de gaseosas vacías; los mucha­ chos acercaron a la mesa dos bañes o muebles de bocinas y sentados sobre ellos empezaron a comer colocando sus platos a las plantas mismas de la imagen sin prestarle a ésta la mínima aten­ ción. Más tarde, ahí mismo habrían de dormir apretujados los músicos. Al alba del día 21, los músicos despertaron a los lugare­ ños con alegre alborada; más tarde se ofreció el almuerzo y después de la misa la comida a base de cluiñpo, contndas y bebidas a discreción; por la tarde y noche hubo baile en el que se consumió abundante alcohol. El día 22 por la mañana el carguero hizo entrega del sagrado bulto del Apóstol y Evangelista Mateo. Hacia las once de la mañana el carguero tomó la efigie del santo y se formó la proce­ sión que transitó por las calles terregosas; adelante iban las muje­ res, la esposa del carguero y las esposas de los hombres que, al igual que los hijos de éste participaron en los gastos o en la prestación de servicios; al frente de la comitiva todas las mujeres avanzaban bailando con donaire; detrás de ellas iba el carguero con el Santo entre sus brazos acompañado por sus hijos y otros hombres; luego seguía la banda de música. Las mujeres danzaban a ritmo de sones abajeños y de pirekuas desplegando frente a sí con ambos brazos, lienzos de algodón lindamente bordados utilizables de ordinario en la mesa como servilletas o manteles, de un metro por lado aproximadamente; las mujeres manipulaban estos lienzos a la manera de capote de torero frente a los hombres que, danzando también, portaban en sus manos cajas de botellas de brandy o de aguardiente. Una de las mujeres avanzaba bailando con un toro de barro entre los brazos efectuando los mismos movimientos, otras lo hadan con botellas de aguardiente de las que, a intervalos, bebían grandes tragos. Todos aquellos que lleva­ ban botellas o cajas de alcoholes efectuaban movimientos de embestida, mientras que las mujeres con los lienzos simulaban los

movimientos de un torero. El séquito del Santo se dirigó a la casa del nuevo carguero a hacer entrega del sagrado bulto. El carguero entrante acogió en su casa al cortejo, recibiendo al simulacro y obsequiando a todo mundo con un almuerzo. En este caso, el carguero entrante tenía adornada su casa con festones de hoja de pino y como almuerzo ofreció tamales y alcohol (aguardiente Uruapan, tequila y brandy Presidente). Una vez terminado el alumerzo, el cortejo se dirigió hacia la Jefatura de Tenencia atravesando varias calles, bailando siempre a ritmo de la música y enmedio de estruendosos cohetes. Al llegar a la Jefatura de Tenencia, las bandas de música se instalaron en los entarimados dispuestos para ellas; las mujeres empezaron a bailar y a tomar de nuevo alcohol con liberalidad. La música rompió a interpretar pirekuas\ los hombres observaban pasivamente danzar a las mujeres que, después de la entrega del cargo en casa del carguero entrante, habrían de seguir bebiendo y bailando sin cesar hasta la borrachera completa, bajo la mirada complaciente de sus maridos que se mantuvieron más bien abste­ mios, pues bebieron “vino” escasamente e intervinieron en el baile sólo como danzantes secundarios. Después de entregarse frenéticas durante unos cuarenta minutos a los ritmos de la danza, las mujeres, seguidas por sus hombres y por una de las dos bandas regresaron hacia la casa del carguero saliente; al regreso, fueron siempre las mujeres las protagonistas de la danza y de la ingesta alcohólica. Mientras se desarrollaba la danza ante la Jefatura de Tenencia, puesto de pie entre las dos bandas musicales el Jefe de Tenencia presidió el acto. Las ejecuciones musicales de las bandas se suce­ dieron alternadamente; la gente, hombres, mujeres y niños del pueblo y forasteros observaron el baile con sumo interés. Algunos hombres familiares del carguero, mientras tanto, repartieron tra­ gos de aguardiente de caña, y las mujeres, botella en mano convi­ daban a tomar unas a las otras. Al parecer, en el grupo de mujeres danzantes no participaban sino mujeres casadas; ciertamente, nunca observé como danzantes a niñas ni muchachas. Todas ellas

vestían sus ropas ordinarias adornadas con vistosos listones de colores y collares de cuentas de vidrio multicolores. La mujer que, por su atuendo y por la corte que en torno suyo formaban las otras danzantes aparecía como principal entre sus semejantes, era la esposa del carguero saliente; pero fuera de ello no es objeto de ninguna otra señal externa de reconocimiento especial por parte de ninguna persona. Algunas de las mujeres que danzaron por las calles al ir y regresar de la entrega del cargo, frente a la Jefatura de Tenencia y después en casa del carguero y que, al mismo tiempo, ingirieron sin cesar generosos tragos de alcohol, portaban y me­ cían al ritmo de sus pasos a sus bebés o infantes cargados al dorso, sujetos por el rebozo azul oscuro propio del atuendo de las indígenas tarascas. Al regresar a la casa del carguero saliente siguió el baile durante un par de horas. La comitiva de entrega del santo había partido rumbo a la casa del carguero entrante a las once de la mañana; a las trece horas las mujeres estaban empezando a bailar en la Jefatura de Tenencia de donde al cabo de unos cuarenta minutos partieron hacia la casa del carguero saliente. Aquí siguió sin interrupción el baile mientras los alimentos, que habían em pe­ zado a ser servidos a las quince horas, no llegaron a los músicos, lo que aconteció, para evidente regocijo de éstos, cuarenta minutos depués; sólo entonces hubo un receso en el baile, mas no en la ingesta de alcohol, pues las mujeres siguieron bebiendo “vino” sin tomar alimentos. La comida fue servida por muchachas familiares del carguero y consistió en carne de res rebosada en una salsa picante acompañada de tortillas. Aparte de los músicos y familia­ res del carguero había quizá unas cuarenta personas más, todos apiñados en el vestíbulo del íroje o casa del carguero. En el intervalo arribaron a la casa otras mujeres casadas que, de inme­ diato, pidieron música a los hombres de la banda y empezarona a tomar “vino”. Urgidos por el coro de mujeres recién llegadas y por las otras que ya se encontraban en el lugar, los músicos apuraron sus alimentos con tanta mayor presteza cuanto las imprecaciones de las mujeres eran llenas de picardía y de entusiasmo; de la boca

de las mujeres se escuchó: “/Ora, músicos, no sean giievones!”, “¡ora, músicos cabrones, toquen m ás!”, “¡ora, músicos, apúrense que queremos baile!99; o bien, las mujeres vitoreaban con 'V iva s99a los músicos y enaltecían jubilosas a “/as cabrones cumichos" o a su pueblo gritando “¡Viva Ocumicho!”. Empujados por tales mani­ festaciones, los músicos retomaron sus instrumentos y el baile arrancó de nuevo hasta la hora en que debían empezar los toros por la tarde. Mientras transcurría el baile nunca se advirtió la presencia de menores participando en él u observando, salvo los infantes portados en la espalda por sus madres. Todas las mujeres y hombres ahí congregados eran casados. Llevadas del frenesí de la danza y exaltadas hasta la borrachera por el alcohol, las mujeres se mostraban sumamente afectuosas con sus respectivos maridos: los acariciaban con ternura, los besaban en la boca, melosas los abrazaban sin ninguna reticencia; en esta rara extroversión feme­ nina en público no había diferencias entre las mujeres jóvenes y las ancianas; todas se prodigaban sensuales a sus hombres. Si los maridos intentaban, levemente, sin poner en ello mucho esfuerzo, contener a sus mujeres o impedirlas para que no siguieran bebien­ do, éstas los rechazaban violentamente llamándolos “cabrones”y empujándolos con tal fuerza que, eventualmente, hubo quienes cayeron por tierra. El interior del troje del carguero estaba decorado con ramille­ tes de flores silvestres y mazorcas de maíz que pendían de las vigas de la techumbre. Regionalmente a estos arreglos se les designa con el término purépecha de cunicumbao. Conforme al programa acordado, los toros debían empezar entre cuatro y cinco de la tarde. Sin embargo, esta vez, la lluvia, lejos de ceder se convirtió en tormenta por lo que los toros o jaripeo fueron suspendidos. Los lugareños empleaban indistinta­ mente ambos términos para referirse al jineteo de reses bravas, mas no se trataba de una lidia taurina. Por lo tanto, la fiesta se prolongó en la casa del carguero saliente. El grupo de mujeres recién llegado tomó el relevo de las otras y la danza y la ingestión de aguardiente y cerveza continuó hasta la noche con brío renova­

do. A esas horas, otras mujeres del pueblo debían venir a la casa a preparar y ofrecer uchepos a todos los festejantes ahí congrega­ dos. Mientras la fiesta proseguía en esta casa en vista de la suspen­ sión del jaripeo, hice una visita a la casa del carguero entrante. Ahí no había fiesta. Después del almuerzo ofrecido por la mañana a la comitiva que había venido a entregar al santo, probablemente sólo los familiares más próximos al carguero siguieron festejando en familia la recepción del cargo. A esa hora de la tarde sólo había ahí tres ancianas y dos hombres menos viejos, todos ellos empa­ rentados entre sí y todos completamente borrachos. La efigie del Santo Apóstol y Evangelista Mateo había sido depositada en una habitación o troje pequeña dentro del recinto doméstico. Ahí mismo a los pies del santo colocado sobre una mesa, estaba echado por tierra uno de los hombres con el juicio perdido por la borrachera; éste profería injurias que arreció contra una de las ancianas, contra el carguero y contra mí reclamando silencio cuando penetramos a la troje y en voz alta la anciana balbuceó una oración a instancias del carguero. Terminada ésta, salimos del habitáculo en penumbras y el hombre ebrio retomó su delirio tirado en el suelo a los pies del altar de San Mateo cuya figura se perfilaba apenas a la mortecina luz de los cirios. Crepúsculo Bajo un cielo gris, la tarde caía húmeda; por las calles se oían a distancia gritos de mujeres borrachas; detrás de la contigua cerca de piedras, en el corral de al lado, una mujer emitía jubilosa grititos y sollozos y por otro lado varias externaban dolientes sus quejas y lamentos. Afuera, otras mujeres, acompañadas a veces por sus maridos, trastabillaban entre las piedras y el lodo; algunas estaban a las puertas de sus casas compartiéndose el alcohol de las botellas que traían en las manos. En general los hombres se mostraron más bien abstemios, mientas que las mujeres extrañas al pueblo, aun casadas, se abstuvieron por completo de la bebida

sin dejar de mirar con cierto asombro la borrachera de las mujeres autóctonas. Discordias entre festejantes: signos de conflicto social En el transcurso de los actos y situaciones que van configurando esta celebración del Patrono San Mateo, la intervención del sacer­ dote, fuera de la presidencia de la liturgia de la misa, fue nula. En esta ocasión, el sacerdote fue invitado por el carguero para venir a comer a la casa; efectivamente, ahílo esperaba el dueño el día 21 después de la misa; sin embargo, el sacerdote mandó a alguien para avisar que no vendría porque tenía enseguida una misa de difunto de cuerpo presente en la iglesia parroquial de Paracho. Contrasta con la participación de tantos festejantes la ausencia del sacerdote. Contrasta aún más su llamado homilético a evitar el consumo excesivo de alcohol, especialmente dirigido a los cargue­ ros y sus familiares, con la cantidad de alcoholes adquiridos y los volúmenes de “vino” ingerido por los festejantes. La borrachera de éstos niega la eficacia del llamado pastoral a no emborracharse, a ponderar lo no-cristiano de la embriaguez y lo injusto del despil­ farro monetario en la compra de bebidas. Desde la perspectiva clerical y aun de la simple observación, parecen haber caído en oídos sordos las amonestaciones sacerdotales destinadas a ponderar las necesidades elementales que deben ser satisfechas, lo bueno y cristiano de la templanza en la bebida para estar alegre, y no para perder la razón (Pasajes de la homilía de la misa de solemnidad). Abstracción hecha del costumbre imperante entre los autócto­ nos y de la cuota de prestigio social inherente al desempeño del cargo, un factor de poderosa persuasión en favor del consumo conspicuo de bebidas alcohólicas es la propaganda de los destila­ dores y de los distribuidores que encuentran en la celebración de las fiestas religiosas patronales entre la población del área purépecha ocasión inmejorable de obtener jugosas ganancias de una clientela asidua que no escatima gastos. En complementariedad con lo precario de las facilidades para la celebración adecuada de

las fiestas en los pueblos tarascos, los distribuidores de bebidas alcohólicas, con tal de vender sus mercancías, subvienen a la necesidad de entarimados, mesas, sillas, hieleras y toldos para la instalación efímera de cantinas y pistas de baile. En tales condiciones, los celebrantes no pueden menos que desoír los llamados clericales que instan a la templanza. En efecto, en cuanto socialmente responsabilizados de un cargo rodeado de prestigio o en cuanto consumidores festivos cautivados por la tradición, los festejantes no pueden dejar de apelar al costumbre para justificar sus excesos. Tal es el gusto del pueblo; es nuestra fiesta, para eso trabajamos, para eso nos ayudamos; es la fiesta del santo; hay que honrar al Santo Patrono; hay que cumplir con EL Ante estas nociones de responsabilidad social y de moral religiosa, la exigencia moralizante de la Iglesia, en el sentido dé que eso no es lo que Dios quiere de los cristianos, sino conversión moral, arre­ pentimiento de los pecados, vida cristiana libre de excesos, justa en su economía, activa en el cumplimiento de los deberes y obediente a la autoiidad eclesiástica, no puede menos que evaporarse en el vacío. La descalificación de las manifestaciones externas de las fiestas pueblerinas con la pompa y los excesos que los indígenas las celebran, es tal que, la legítima urgencia clerical de la evangelización y de la catcquesis, pasa, en la mentalidad de los festejantes, como un recurso de sometimiento religioso para evitar los gastos conspicuos y el consumo liberal de alcoholes; en último termino, la demanda eclesiástica pasa como una amenaza para la celebra­ ción ancestral de las fiestas. En realidad, no es raro que tales empeños comporten tentativas de privación del ministerio sacer­ dotal como recurso de supresión de las fiestas. Frente a la estrategia clerical, los festejantes replican que el cura manda en la iglesia, pero no en el pueblo. Esta actitud de minusvaloración del oficio presbiterial, además, se manifiesta prácticamente al considerar que la misa es sólo uno de ¡os muchos actos que componen la fiesta; y ni siquiera es el más importante en la percepción de los festejantes. Efectivamente, por una parte,

éstos, responsabilizados con un cargo de cuyo desempeño al gusto de los autóctonos pueden obtener o perder prestigio, ponen todo su interés y sus recursos en conseguir lo máximo conforme a los patrones éticos de la obligación que pesa sobre los cargos, confor­ me a los patrones estéticos imperantes en la decoración, en la cohetería y el castillo, en la música y en la danza, conforme a los patrones gastronómicos que pautan la prodigalidad con la que obsequian a todo mundo con alimentos y bebidas. Por otra parte, el rol de los cargueros y, en general, de la gente en la misa es pasivo, el protagonista es el sacerdote; en cambio, roles activos, tanto o más importantes que los desempeñados en la liturgia de la misa, son los que los festejantes protagonizan en el arreglo de la indumentaria de las imágenes del santo, en las procesiones por las calles donde los cargueros y los suyos se muestran públicamente desplegando su poderío y arriesgando su prestigio, en las compe­ tencias entre las bandas musicales que dan oportunidad a los autóctonos de desempeñarse como jurado calificador de la cali­ dad de las interpretaciones, aparte de la diversión que obtienen de la escucha, en las danzas conducidas hasta el delirio bajo efectos del alcohol mediante las cuales evaporan su alegría o dan rienda suelta a sus penas y resentimientos las mujeres, en el acto de traspaso de los cargos celebrado como el punto de honor entre cargueros, uno de los cuales, en tales circunstancias, se habrá empeñado en superar a su antecesor y el entrante, a su vez, tomará nota del esfuerzo del saliente para mejorarlo a su debido tiempo; además, la laboriosa preparación de alimentos destinados a un consumo multitudinario despierta solidaridades y reafirma paren­ telas; por último, a través del mercado los productores-comercian­ tes y los adquirientes viven un momento fuerte en sus respectivos ciclos ocupacionales, sea que compren y vendan, sea que inter­ cambien directamente sus productos. La sucesión de todos esos momentos va configurando a través de sus ceremonias, situacio­ nes intensas hondamente experimentadas por los festejantes. Aun cuando implícitamente éstos acuerden un orden a seguir para eslabonar los actos que sucediéndose conforman la fiesta, en su

experiencia íntima y en sus manifestaciones colectivas, la fiesta es un todo indiferenciado, no una suma de partes yuxtapuestas y menos una función sujeta a un programa. Esto es así porque en el costumbre de celebración están impli­ cadas en un complejo tejido de relaciones sociales su economía, sus nociones de tiempo y espacio, de duración y recinto, de la misma manera que en sus relaciones políticas se confunden las pugnas de orden administrativo con respecto de las agencias del Estado y sus luchas faccionales e interétnicas. Enmedio de todo ello, la religión de estos festejantes es un ingrediente inseparable de la generalidad de sus prácticas socia­ les. La peculiaridad de sus manifestaciones obedece a la lógica que las anima y a los contenidos que la pueblan diferenciándola de la religión de los especialistas eclesiásticos. Por su naturaleza social es tal que nutre las tradiciones y refuerza la unidad; por sus rasgos orgiásticos (borrachera femenina, caricias públicas de las mujeres a sus cónyuges, liberación de resentimientos) estabiliza las relaciones conyugales, es válvula de catarsis, es vía de adquisi­ ción de prestigio y acaso de acceso al poder político. Pero al mismo tiempo, el desempeño de estas funciones comporta una transfe­ rencia neta de capital que, lejos de ser una riqueza excedente, está constituido por recursos económicos originados en otro proceso de transferencia precedente, es decir, en la venta de la fuerza de trabajo al capital extranjero, cuando los cargueros, como en el caso presente, trabajan como peones en los campos agrícolas del Norte. Tales son las fuentes del fondo ceremonial. El fondo de suministro de energía que posibilita esta doble transferencia es la superexplotación laboral de sí mismo que en la realidad cotidiana se llama privaciones e incomodidadesy que la justificación ideoló­ gica no tarda en hacerlas pasar como sacrificios llevaderos en vistas de una obligación moral que cumplir (una promesa o manda hecha al santo con antelación), del prestigio social que aureola los cargos y, acaso, del poder político que dan los puestos de comisariado de bienes comunales o el ser autoridad en la Jefatura de Tenencia. El significado es resumido en la expresión cubretodo: es

el costumbre; cautivos de la tradición encuentran en ella su gozo. En la medida en que en estos procesos intervienen factores internos, resumidos en el costumbre, y externos, representados en las firmas de producción y distribución de alcoholes, en las em pre­ sas de juegos mecánicos, en los comerciantes de bienes de uso y de consumo presentes en el tianguis, en los transportistas y agentes de turismo, en el Estado a través de sus agencias de control fiscal, etc., el pueblo celebrante se resiste a presiones si tales factores le restan autonomía en la conducción de sus fiestas o las acepta si le producen la impresión de reforzarla. De esta manera, el intento de la Iglesia de ilustrar a los celebrantes con la evangelización y la catequesis, si bien conduciría, hipotéticamente, a aminorar los gastos conspicuos y a la moralización de las celebraciones bajo pretexto religioso, al mismo tiempo conduciría también a que una gran mayoría de sujetos “no-evangelizados” (cuantitativamente es imposible la evangelización total e integral) escapara a su control y siguiera sus propios cauces de evolución hacia la separa­ ción y la degeneración religiosa para caer en manos de otras instituciones y corporaciones bajo cuyo dominio las fiestas religio­ sas como tales acabarían desnaturalizadas convirtiéndose en sim­ ples ferias.3 Por ello, la Iglesia no puede menos que estar presente ahí donde incluso se da una religión falta de ilustración,paganizada, como dicen algunos ministros;popular, como la llaman ciertos clé­ rigos de las ciencias sociales; simplemente, diferenciada de la religión de sus especialistas porque, o guarda en su seno a un pueblo enfermo moralmente conteniendo su mal con dosis digeri­ bles de evangelización, aun cuando no consiga su total restableci­ miento, o pierde por completo su base social mayoritaria para quedarse con una minoría culta, militante o, acaso, fundamentalista. Así se genera y se desarrolla una serie de contradicciones socio religiosas que denuncian la ambivalencia que afecta tanto a las fiestas como a la pastoral eclesiástica. De aquí parte la recupera­ ción de la porción rescalable de las fiestas religiosas populares

ejercida por la Iglesia, la intervención mercantilista de los promo­ tores del folclor y del turismo y la impugnación de todo aquello que contraviene los intereses de unos y otros. De ahí derivan también divergencias consistentes para unos en la experiencia vivencial de cierta especie de salvación anticipada en el gozo de la fiesta; para otros, en la efervescencia espiritualizante de los en ­ cuentros carismáticos, denominados en el medio católico Movi­ miento de Renovación en el Espíritu; finalmente, para otros, en el rechazo radical ¿/e/ costumbre por la adhesión a corporaciones que patrocinan una moral puritana.^ Una manifestación adicional de estas discordancias existentes entre la religión de los clérigos y la religión de los celebrantes, concierne a la apariencia de las imágenes de San Mateo. Estas están ordinariamente ataviadas, al menos la principal que preside desde su nicho el interior de la iglesia, con atuendos sacerdotales. Pareciera que el atuendo civil sobrepuesto al sacerdotal con el que los cargueros engalanan la imagen vicaria del Santo reflejara las preocupaciones que en aquel momento aquejan a la colectivi­ dad local. Si tal fuera cierto, en este caso el sombrero texano, símbolo del oficio de vaquero tal como hoy lo perciben los autóc­ tonos bajo la influencia norteña, el atuendo del Santo Patrono expresaría la encomienda a San Mateo de un trabajo al que no suelen dedicarse los purépechas, es decir, el de vaqueros o estan­ cieros; esto es debido a la ausencia de ranchos ganaderos en el área y, sobre todo, al caracter comunal de los agostaderos y a lo reducido de los hatos de ganado por su condición de recurso com­ plementario de la economía doméstica de las familias indígenas. Existe el pastoreo de ganado menor, cuyo probable antecedente era el cargo de pastor al cuidado del ganado menor del cura párroco en los pueblos indios y cuyo trabajo era pagado por el común con un real diario;5 pero no existen las estancias ni las vaquerías establecidas; disperso por el monte, el ganado mayor pasta errabundo en agostaderos cuyos confines acaso sólo los nativos aciertan a trazar. Mantener el ganado en tales condiciones tendría sin cuidado a los autóctonos si no fuera porque son

víctimas del feroz abigeato que asóla la región. De esta manera, parece plausible sostener que los indígenas están significando que depositan la custodia de su ganado en manos de su Santo Patrono el Apóstol y Evangelista Mateo cüando atavian su efigie con el atuendo de vaquero. Tal hipótesis no puede por menos que ser probable pues, según una nota periodística, los pueblos indígenas de la Meseta se han unido contra el abigeato que se ha incrementado en los últimos cinco años.6 La transferencia al santo de la responsabilidad de velar por la integridad de sus hatos de ganado dispersos por los agostaderos no puede menos que ser recurso de última instancia pese a sus esfuerzos por preservar su patrimonio ganadero, confrontados como están los autóctonos a la impunidad de los delincuentes, a la venalidad e ineficacia de los burócratas y a la incapacidad del gobierno para establecer orden y policía donde priva la ley del monte. Otra nota periodística da cuenta de la persistencia del problema varios meses después. Como era previsible, el gobierno no se dio por enterado y la gravedad del abigeato era tal que los pobladores de la Sierra se vieron en la necesidad de asumir la solución por sus propias manos.7 Por otra parte, el prendimiento de billetes verdes, dólares, en la americana de San Mateo, pareciera ser donación libérrima de los frutos del trabajo o exvoto que anula la deuda por algún favor recibido del santo; en cualquier caso, el acto y su signo denotan una vinculación con el trabajo. De esta manera, sea por el atuen­ do, sea por las ofrendas monetarias exhibidas sobre la vestimenta del santo, es evidente la discordancia existente entre la concep­ ción religiosa del culto a los santos prevaleciente en el esquema clerical y la que se manifiesta en la práctica común de la gente. Mientras los clérigos hacen la moral, las gentes celebran su traba­ jo. Mientras los clérigos predican el Evangelio representado en el Apóstol y Evangelista Mateo, las gentes le tributan a su Santo Patrono los frutos de su trabajo y ponen en sus manos, como a Vaquero Celestial, el cuidado de su ganado. Mientras los clérigos

demandan metánoia o conversión de los pecados, las gentes rom­ pen obligaciones agradeciendo con exvotos los favores al santo y se desligan de las mandas. En último término, la encomienda del ganado, la ofrenda de flores, cirios y dinero, la consumición de los frutos del trabajo, el frenesí de la danza, la borrachera hasta el delirio y la celebración de los demás actos que componen la fiesta, no configuran sino las reciprocidades que ligan al Santo y a su pueblo liberándolas de todas sus ataduras con un gran acto de don de sí. Es decir, la donación de la colectividad (sujeto donador) que se entrega (don) a sí misma (destinario del don) prefigurada en su Santo Patrono Mateo al volcarse por entero en las ceremonias que configuran la celebración de su fiesta. NOTAS 1. Este texto forma parte de un trabajo mayor en proceso de elaboración sobre las fiestas religiosas patronales y los mercados festivos en el Bajío Zamorano y el Area Purépecha. 2. Tal sucede en el Concurso de Alfarería Artística celebrado anualmente en Patamban con ocasión de la fiesta de Cristo Rey el último domingo de octubre, cfr. G uía. Semanario Regional Independiente. Zamora, agosto 2 de 1981: 23. 3. Tal ha sucedido, por ejemplo, con la primitiva fiesta de San Marcos en Aguascalientcs, con el primitivo culto al Señor de los Milagros de San Juan Nuevo Parangaricutiro, con la celebración de Cristo Rey en Patamban competida por el “concurso estatal de alfarería artística", y tal podría suceder con la fiesta de Nuestra Señora de la Esperan­ za concurrenciada por la feria de la fresa de Jacona. 4. Hasta ahora, en el área cultural purépecha, las sectas e iglesias no católicas han carecido de éxito proselitista pese a la antigüedad de los trabajos misioneros de algunas d en o ­ minaciones; lo cual sugiere la vigencia de un fenómeno que habría que corroborar: en la construcción de las identidades y en la conservación de las solidaridades sobre las que reposan el orden social y la cultura entre los purépechas son más poderosas las costumbres vinculadas a la celebración dispendiosa de las fiestas religiosas patronales conforme a la tradición católica en vigor que el puritanismo de las innovaciones revisionistas y fundamentalistas de todo signo, sean eclesiocalólicas. laicizantes com o en otra época el furor agrarista, o protestantes. 5. Ernesto D e la Torre Villar L a s Cofradías Rurales y sus aspectos folklóricos, en AA.V V. 25 E studios de Folklore. H o m ena je a Vicente T. M end o za y Virginia Rodríguez Rivera. Estudios de Folklore 4. i j n a m . Instituto de Investigaciones Estéticas. México 1971: 266. 6. "Contra el abigeato: quince campesinos de Paramo, municipio de Tangancícuaro solici­ taron a través de G uía la intervención del gobierno del listado para combatir el

abigeato. Dijeron tener más de cinco años pidiendo al gobierno que detenga a los abigeos pero que hasta ahora no han sido escuchados. ‘Nom ás nos traen de un lado a otro sin atendernos’. En Paramo habrían desaparecido en los cinco años unas 200 cabezas de ganado. El agente del Ministerio Público quería que ellos mismos presen­ taran a los abigeos y además les pidió dinero” (G uía, abril 26 de 1981: 15). 7. “El 28 de julio en las oficinas de la Tenencia de Nurío, municipio de Paracho, acordaron unirse las comunidades de Nurío, San Felipe de los Herreros, Pomacuarán, Z opoco, Tacuro, Ahuiran y Paracho. Los más afectados por el abigeato son los mismos más Urapicho, Tacuro, Huécato, Corupo, Charapan, Capacuaro, San Lorenzo, Ahuiran, Quinceo, ArantepacuayArato; también Patamban, Guarachanillo, La Cantera, Tarecuato, Sauz de Guzmán, Tengüecho, Queréngüaro, El Nopalito, Los Lobos y otros”. (G u ía , agosto 2 de 1981: 1 y 13).