RUBEN DARIO SU HISTORIA

RUBEN DARIO SU HISTORIA (Metapa, 1867 - León, 1916) Seudónimo del gran poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, iniciador y máximo representan...
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RUBEN DARIO SU HISTORIA (Metapa, 1867 - León, 1916) Seudónimo del gran poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, iniciador y máximo representante del Modernismo hispanoamericano. Su familia era conocida por el apellido de un abuelo, "la familia de los Darío", y el joven poeta, en busca de eufonía, adoptó la fórmula "Rubén Darío" como nombre literario de batalla.

Con una dichosa facilidad para el ritmo y la rima creció Rubén Darío en medio de turbulentas desavenencias familiares, tutelado por solícitos parientes y dibujando con palabras en su fuero interno sueños exóticos, memorables heroísmos y tempestades sublimes. Pero ya en su época toda esa parafernalia de prestigiosos tópicos románticos comenzaba a desgastarse y se ofrecía a la imaginación de los poetas como las armas inútiles que se conservan en una panoplia de terciopelo ajado. Rubén Darío estaba llamado a revolucionar rítmicamente el verso castellano, pero también a poblar el mundo literario de nuevas fantasías, de ilusorios cisnes, de inevitables celajes, de canguros y tigres de bengala conviviendo en el mismo paisaje imposible. Casi por azar nació Rubén en una pequeña ciudad nicaragüense llamada Metapa, pero al mes de su alumbramiento pasó a residir a León, donde su madre, Rosa Sarmiento, y su padre, Manuel García, habían fundado un matrimonio teóricamente de conveniencias pero próspero sólo en disgustos. Para hacer más llevadera la mutua incomprensión, el incansable Manuel se entregaba inmoderadamente a las farras y ahogaba sus penas en los lupanares, mientras la pobre Rosa huía de vez en cuando de su cónyuge para refugiarse en casa de alguno de sus parientes. No tardaría ésta en dar a luz una segunda hija, Cándida Rosa, que se malogró enseguida, ni en enamorarse de un tal Juan Benito Soriano, con el que se fue a vivir arrastrando a su primogénito a "una casa primitiva, pobre y sin ladrillos, en pleno campo", situada en la localidad hondureña de San Marcos de Colón. No obstante, el pequeño Rubén volvió pronto a León y pasó a residir con los tíos de su madre, Bernarda Sarmiento y su marido, el coronel Félix Ramírez, los cuales habían perdido recientemente una niña y lo acogieron como sus verdaderos padres. Muy de tarde en tarde vio Rubén a Rosa Sarmiento, a quien desconocía, y poco más o menos a Manuel, por quien siempre sintió desapego, hasta el punto de que el incipiente poeta firmaba sus primeros trabajos escolares como Félix Rubén Ramírez. Durante su primeros años estudió con los jesuitas, a los que dedicó algún poema cargado de invectivas, aludiendo a sus "sotanas carcomidas" y motejándolos de "endriagos"; pero en esa etapa de juventud no sólo cultivó la ironía: tan temprana como su poesía influida por Bécquer y por Victor Hugo fue su vocación de eterno enamorado. Según propia confesión en

la Autobiografía, una maestra de las primeras letras le impuso un severo castigo cuando lo sorprendió "en compañía de una precoz chicuela, iniciando indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y según el verso de Góngora, las bellaquerías detrás de la puerta". Antes de cumplir quince años, cuando los designios de su corazón se orientaron irresistiblemente hacia la esbelta muchacha de ojos verdes llamada Rosario Emelina Murillo, en el catálogo de sus pasiones había anotado a una "lejana prima, rubia, bastante bella", tal vez Isabel Swan, y a la trapecista Hortensia Buislay. Ninguna de ellas, sin embargo, le procuraría tantos quebraderos de cabeza como Rosario; y como manifestara enseguida a la musa de su mediocre novela sentimental Emelina sus deseos de contraer inmediato matrimonio, sus amigos y parientes conspiraron para que abandonara la ciudad y terminara de crecer sin incurrir en irreflexivas precipitaciones. En agosto de 1882 se encontraba en El Salvador, y allí fue recibido por el presidente Zaldívar, sobre el cual anota halagado en su Autobiografía: "El presidente fue gentilísimo y me habló de mis versos y me ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué es lo que yo deseaba, contesté con estas exactas e inolvidables palabras que hicieron sonreír al varón de poder: "Quiero tener una buena posición social"." En este elocuente episodio, Rubén expresa sin tapujos sus ambiciones burguesas, que aún vería más dolorosamente frustradas y por cuya causa habría de sufrir todavía más insidiosamente en su ulterior etapa chilena. En Chile conoció también al presidente suicida Balmaceda y trabó amistad con su hijo, Pedro Balmaceda Toro, así como con el aristocrático círculo de allegados de éste; sin embargo, para poder vestir decentemente, se alimentaba en secreto de "arenques y cerveza", y a sus opulentos contertulios no se les ocultaba su mísera condición. Publica en Chile, a partir de octubre de 1886, Abrojos, poemas que dan cuenta de su triste estado de poeta pobre e incomprendido, y ni siquiera un fugaz amor vivido con una tal Domitila consigue enjugar su dolor. Para un concurso literario convocado por el millonario Federico Varela escribe Otoñales, que obtiene un modestísimo octavo lugar entre los cuarenta y siete originales presentados, y Canto épico a las glorias de Chile, por el que se le otorga el primer premio, compartido con Pedro Nolasco Préndez, y que le reporta la módica suma de trescientos pesos. Pero es en 1888 cuando la auténtica valía de Rubén Darío se da a conocer con la publicación de Azul, libro encomiado desde España por el a la sazón prestigioso novelista Juan Valera, cuya importancia como puente entre las culturas española e hispanoamericana ha sido brillantemente estudiada por María Beneyto. Las cartas de Juan Valera sirvieron de prólogo a la nueva reedición ampliada de 1890, pero para entonces ya se había convertido en obsesiva la voluntad del poeta de escapar de aquellos estrechos ambientes intelectuales, donde no hallaba ni el suficiente reconocimiento como artista ni la anhelada prosperidad económica, para conocer por fin su legendario París. El 21 de junio de 1890 Rubén contrajo matrimonio con una mujer con la que compartía aficiones literarias, Rafaela Contreras, pero sólo al año siguiente, el 12 de enero, pudo completarse la ceremonia religiosa, interrumpida por una asonada militar. Más tarde, con motivo de la celebración del cuarto Centenario del Descubrimiento de América, vio cumplidos sus deseos de conocer el Viejo Mundo al ser enviado como embajador a España. El poeta desembarcó en La Coruña el 1 de agosto de 1892 precedido de una celebridad que le permitirá establecer inmediatas relaciones con las principales figuras de la política y la literatura españolas, pero, desdichadamente, su felicidad se ve ensombrecida por la súbita muerte de su esposa, acaecida el 23 de enero de 1893, lo que no hace sino avivar su tendencia, ya de siempre un tanto desaforada, a trasegar formidables dosis de alcohol. Precisamente en estado de embriaguez fue poco después obligado a casarse con aquella angélica muchacha que había sido objeto de su adoración adolescente, Rosario Emelina Murillo,

quien le hizo víctima de uno de los más truculentos episodios de su vida. Al parecer, el hermano de Rosario, un hombre sin escrúpulos, pergeñó el avieso plan, sabedor de que la muchacha estaba embarazada. En complicidad con la joven, sorprendió a los amantes en honesto comercio amoroso, esgrimió una pistola, amenazó con matar a Rubén si no contraía inmediatamente matrimonio, saturó de whisky al cuitado, hizo llamar a un cura y fiscalizó la ceremonia religiosa el mismo día 8 de marzo de 1893.

Retrato de Ruben Darío a los 28 años

Naturalmente, el embaucado hubo de resignarse ante los hechos, pero no consintió en convivir con el engaño: habría de pasarse buena parte de su vida perseguido por su pérfida y abandonada esposa. Lo cierto es que Rubén concertó mejor apaño en Madrid con una mujer de baja condición, Francisca Sánchez, la criada analfabeta de la casa del poeta Villaespesa, en la que encontró refugio y dulzura. Con ella viajará a París al comenzar el siglo, tras haber ejercido de cónsul de Colombia en Buenos Aires y haber residido allí desde 1893 a 1898, así como tras haber adoptado Madrid como su segunda residencia desde que llegara, ese último año, a la capital española enviado por el periódico La Nación. Se inicia entonces para él una etapa de viajes entusiastas Italia, Inglaterra, Bélgica, Barcelona, Mallorca... y es acaso entonces cuando escribe sus libros más valiosos: Cantos de vida y esperanza(1905), El canto errante (1907), El poema de otoño(1910), El oro de Mallorca (1913). Pero debe viajar a Mallorca para restaurar su deteriorada salud, que ni los solícitos cuidados de su buena Francisca logran sacar a flote. Por otra parte, el muchacho que quería alcanzar una "buena posición social", no obtuvo nunca más que el dinero y la respetabilidad suficientes como para vivir con frugalidad y modestia, y de ello da fe un elocuente episodio de 1908, relacionado con el extravagante escritor español Alejandro Sawa, quien muchos años antes le había servido en París de guía para conocer al perpetuamente ebrio Verlaine.

Sawa, un pobre bohemio, viejo, ciego y enfermo, que había consagrado su orgullosa vida a la literatura, le reclamó a Rubén la escasa suma de cuatrocientas pesetas para ver por fin publicada la que hoy es considerada su obra más valiosa, Iluminaciones en la sombra, pero éste, al parecer, no estaba en disposición de facilitarle este dinero y se hizo el desentendido, de modo que Sawa, en su correspondencia, acabó por pasar de los ruegos a la justa indignación, reclamándole el pago de servicios prestados. Según declara ahora, él habría sido el autor o negro, en argot editorial de algunos artículos remitidos en 1905 a La Nación y firmados por Rubén Darío. En cualquier caso, será al fin el poeta nicaragüense quien, a petición de la viuda de Alejandro Sawa, prologará enternecido el extraño libro póstumo de ese "gran bohemio" que "hablaba en libro" y "era gallardamente teatral", citando las propias palabras de Rubén. Y es que al final de su vida, el autor de Azul no estaba en disposición de favorecer a sus amigos más que con su pluma, cuyos frutos ni aun en muchos casos le alcanzaban para pagar sus deudas, pero ganó, eso sí, el reconocimiento de la mayoría de los escritores contemporáneos en lengua española y la obligada gratitud de todos cuantos, después que él, han intentado escribir un alejandrino en este idioma. En 1916, al poco de regresar a su Nicaragua natal, Rubén Darío falleció, y la noticia llenó de tristeza a la comunidad intelectual hispanoparlante. La obra de Rubén Darío Su poesía, tan bella como culta, musical y sonora, influyó en centenares de escritores de ambos lados del océano Atlántico. Darío fue uno de los grandes renovadores del lenguaje poético en las Letras hispánicas. Los elementos básicos de su poética los podemos encontrar en los prólogos a Prosas profanas,Cantos de vida y esperanza y El canto errante. Entre ellos es fundamental la búsqueda de la belleza que Rubén encuentra oculta en la realidad. Para Rubén, el poeta tiene la misión de hacer accesible al resto de los hombres el lado inefable de la realidad. Para descubrir este lado inefable, el poeta cuenta con la metáfora y el símbolo como herramientas principales. Directamente relacionado con esto está el rechazo de la estética realista y su escapismo a escenarios fantásticos, alejados espacial y temporalmente de su realidad. Enteramente inquieto e insatisfecho, codicioso de placer y de vida, angustiado ante el dolor y la idea de la muerte, Darío pasa frecuentemente del derroche a la estrechez, del optimismo frenético al pesimismo desesperado, entre drogas, mujeres y alcohol, como si buscara en la vida la misma sensación de originalidad que en la poesía o como si tratara de aturdirse en su gloria para no examinar el fondo admonitor de su conciencia. Este "pagano por amor a la vida y cristiano por temor de la muerte" es un gran lírico ingenuo que adivina su trascendencia y quiere romper el cerco tradicional de España y América: y lo más importante es que lo consigue. Es necesario romper la monótona solemnidad literaria de España con los ecos del ímpetu romántico de Victor Hugo, con las galas de los parnasianos, con el "esprit" de Verlaine; los artículos de Los raros (1896), de temas preponderantemente franceses, nos hablan con claridad de esta trayectoria.

PRELUDIO: RUBEN DARIO Hay un tropel de potros sobre la pampa inmensa. ¿Es Pan que se incorpora? No: es un hombre que piensa, es un hombre que tiene una lira en la mano: él viene del azul, del sol, del Océano. Trae encendida en vida su palabra potente y concreta el decir de todo un continente... Tal vez es desigual... (¡El Pegaso da saltos!) Tal vez es tempestuoso... (¡Los Andes son tan altos!...) Pero hay en este verso tan vigoroso y terso una sangre que apenas veréis en otro verso; una sangre que cuando en la estrofa circula,

como la luz penetra y como la onda ondula... Pegaso está contento, Pegaso piafa y brinca, porque Pegaso pace en los prados del inca. Y este fuerte poeta de alma tan ardorosa sabe bien lo que cuentan los labios de la rosa, comprende las dulzuras del panel y comprende lo que dice la abeja del secreto del duende... Pero su brazo es para levantar la trompeta hacia donde se anuncia la aurora del Profeta; es hecho para dar a la virtud del viento la expresión del terrible clarín del pensamiento. Él sabe de Amazonas, Chimborazos y Andes. Siempre blande su verso para las cosas grandes. Va como Don Quijote en ideal campaña, vive de amor de América y de pasión de España; y envuelto en armonía y en melodía y canto, tiene rasgos de héroe y actitudes de santo. «¿Me permites, Chocano, que como amigo fiel, te ponga en el ojal esta hoja de laurel?» Tal dije cuando don J. Santos Chocano, último de los incas, se tornó castellano.

EL AMOR NO ADMITE CUERDA REFLEXIONES: RUBEN DARIO Señora, Amor es violento, y cuando nos transfigura nos enciende el pensamiento la locura. No pidas paz a mis brazos que a los tuyos tienen presos: son de guerra mis abrazos y son de incendio mis besos; y sería vano intento el tornar mi mente obscura si me enciende el pensamiento la locura. Clara está la mente mía de llamas de amor, señora, como la tienda del día o el palacio de la aurora. Y el perfume de tu ungüento te persigue mi ventura, y me enciende el pensamiento la locura. Mi gozo tu paladar rico panal conceptúa, como en el santo Cantar: Mel et lac sub lingua tua. La delicia de tu aliento en tan fino vaso apura,

y me enciende el pensamiento la locura.

RESPONSO A VERLAINE: RUBEN DARIO Padre y maestro mágico, liróforo celeste que al instrumento olímpico y a la siringa agreste diste tu acento encantador; ¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste, ¡al son del sistro y del tambor! Que tu sepulcro cubra de flores Primavera, que se humedezca el áspero hocico de la fiera de amor si pasa por allí; que el fúnebre recinto visite Pan bicorne; que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne y de claveles de rubí. Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo, ahuyenten la negrura del pájaro protervo el dulce canto de cristal que Filomela vierta sobre tus tristes huesos, o la armonía dulce de risas y de besos de culto oculto y florestal. Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto, sino rocío, vino, miel: que el pámpano allí brote, las flores de Citeres, ¡y que se escuchen vagos suspiros de mujeres bajo un simbólico laurel! Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya, en amorosos días, como en Virgilio, ensaya, tu nombre ponga en la canción; y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche con ansias y temores entre las linfas luche, llena de miedo y de pasión. De noche, en la montaña, en la negra montaña de las Visiones, pase gigante sombra extraña, sombra de un Sátiro espectral; que ella al centauro adusto con su grandeza asuste; de una extrahumana flauta la melodía ajuste a la armonía sideral. Y huya el tropel equino por la montaña vasta; tu rostro de ultratumba bañe la Luna casta

de compasiva y blanca luz; y el Sátiro contemple sobre un lejano monte una cruz que se eleve cubriendo el horizonte ¡y un resplandor sobre la cruz!

RETORNO: RUBEN DARIO El retorno a la tierra natal ha sido tan sentimental, y tan mental, y tan divino, que aún las gotas del alba cristalinas están en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino. Por el Anfión antiguo y el prodigio del canto se levanta una gracia de prodigio y encanto que une carne y espíritu, como en el pan y el vino. En el lugar en donde tuve la luz y el bien, ¿qué otra cosa podría sino besar el manto a mi Roma, mi Atenas o mi Jerusalén? Exprimidos de idea, y de orgullo y cariño, de esencia de recuerdo, de arte de corazón, concreto ahora todos mis ensueños de niño sobre la crín anciana de mi amado León. Bendito el dromedario que a través del desierto condujera al Rey Mago, de aureolada sien, y que se dirigía por el camino cierto en que el astro de oro conducía a Belén. Amapolas de sangre y azucenas de nieve he mirado no lejos del divino laurel, y he sabido que el vino de nuestra vida breve precipita hondamente la ponzoña y la hiel. Mas sabe el optimista, religioso y pagano, que por César y Orfeo nuestro planeta gira, y que hay sobre la tierra que llevar en la mano, dominadora siempre, o la espada, o la lira. El paso es misterioso. Los mágicos diamantes de la corona o las sandalias de los pies fueron de los maestros que se elevaron antes, y serán de los genios que triunfarán después. Parece que Mercurio llevara el caduceo de manera triunfal en mi dulce país, y que brotara pura, hecha por mi deseo, en cada piedra una mágica flor de lis. Por atavismo griego o por fenicia influencia, siempre he sentido en mí ansia de navegar,

y Jasón me ha legado su sublime experiencia y el sentir en mi vida los misterios del mar. ¡Oh, cuántas veces, cuántas oí los sones de las sirenas líricas en los clásicos mares! ¡Y cuántas he mirado tropeles de tritones y cortejos de ninfas ceñidas de azahares! Cuando Pan vino a América, en tiempos fabulosos en que había gigantes y conquistaban Pan y Baco tierra incógnita, y tigres y molosos custodiaban los templos sagrados de Copán, se celebraban cultos de estrellas y de abismos; se tenía una sacra visión de Dios. Y era ya la vital conciencia que hay en nosotros mismos de la magnificencia de nuestra Primavera. Los atlántidas fueron huéspedes nuestros. Suma revelación un tiempo tuvo el gran Moctezuma, y Hugo vio en Momotombo órgano de verdad. A través de las páginas fatales de la historia, nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria, nuestra tierra está hecha para la Humanidad. Pueblo vibrante, fuerte, apasionado, altivo; pueblo que tiene la conciencia de ser vivo, y que reuniendo sus energías en haz portentoso, a la Patria vigoroso demuestra que puede bravamente presentar en su diestra el acero de guerra o el olivo de paz. Cuando Dante llevaba a la Sorbona ciencia y su maravilloso corazón florentino, creo que concretaba el alma de Florencia, y su ciudad estaba en el libro divino. Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña. Mis ilusiones, y mis deseos, y mis esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña. Y León es hoy a mí como Roma o París. Quisiera ser ahora como el Ulises griego que domaba los arcos, y los barcos y los destinos. Quiero ahora deciros ¡hasta luego! ¡Porque no me resuelvo a deciros adiós!

RECREACIONES ARQUEOLOGICAS: RUBEN DARIO Escrita en viejo dialecto eolio hallé esta página dentro un infolío

y entre los libros de un monasterio del venerable San Agustín. Un fraile acaso puso el escolio que allí se encuentra; dómine serio de flacas manos y buen latín. Hay sus lagunas. ... Cuando los toros de las campañas bajo los oros que vierte el hijo de Hiperión, pasan mugiendo, y en las eternas rocas salvajes de las cavernas esperezándose ruge el león; cuando en las vírgenes y verdes parras sus secas notas dan las cigarras, y en los panales de Himeto deja su rubia carga la leve abeja que en bocas rojas chupa la miel, junto a los mirtos, bajo los lauros, en grupo lírico van los centauros con la armonía de su tropel. Uno las patas rítmicas mueve, otro alza el cuello con gallardía como en hermoso bajorrelieve que a golpes mágicos Scopas haría; otro alza al aire las manos blancas mientras le dora las finas ancas con baño cálido la luz del sol; y otro, saltando piedras y troncos, va dando alegres sus gritos roncos como el ruido de un caracol. Silencio. Señas hace ligero el que en la tropa va delantero; porque a un recodo de la campaña llegan en donde Diana se baña. Se oye el ruido de claras linfas y la algazara que hacen las ninfas. Risa de plata que el aire riega hasta sus ávidos oídos llega; golpes en la onda, palabras locas, gritos joviales de frescas bocas, y los ladridos de la traílla que Diana tiene junto a la orilla del fresco río, donde está ella blanca y desnuda como una estrella. Tanta blancura, que al cisne injuria, abre los ojos de la lujuria:

sobre las márgenes y rocas áridas vuela el enjambre de las cantáridas con su bruñido verde metálico, siempre propicias al culto fálico. Amplias caderas, pie fino y breve; las dos colinas de rosa y nieve... ¡Cuadro soberbio de tentación! ¡Ay del cuitado que a ver se atreve lo que fue espanto para Acteón! Cabellos rubios, mejillas tiernas, marmóreos cuellos, rosadas piernas, gracias ocultas del lindo coro, en el herido cristal sonoro; seno en que hiciérase sagrada copa; tal ve en silencio la ardiente tropa. ¿Quién adelanta su firme busto? ¿Quirón experto? ¿Folo robusto? Es el más joven y es el más bello; su piel es blanca, crespo el cabello, los cascos finos, y en la mirada brilla del sátiro la llamarada. En un instante, veloz y listo, a una tan bella como Kalisto, ninfa que al alta diosa acompaña, saca de la onda donde se baña: la grupa vuelve, raudo galopa; tal iba el toro raptor de Europa con el orgullo de su conquista. ¿A do va Diana? Viva la vista, la planta alada, la cabellera mojada y suelta; terrible, fiera, corre del monte por la extensión; ladran sus perros enfurecidos; entre sus dedos humedecidos; lleva una flecha para el ladrón. Ya a los centauros a ver alcanza la cazadora; ya el dardo lanza, y un grito se oye de hondo dolor: la casta diva de la venganza mató al raptor... La tropa rápida se esparce huyendo, forman los cascos sonoro estruendo. Llegan las ninfas. Lloran. ¿Qué ven? En la carrera la cazadora con su saeta castigadora a la robada mató también.

RIMAS RUBEN DARIO http://www.poemas-del-alma.com/rimas-x.htm RIMAS X

En tus ojos un misterio; en tus labios un enigma. Y yo fijo en tus miradas y extasiado en tus sonrisas.

RIMAS XII ¿Que no hay alma? ¡Insensatos! Yo la he visto: es de luz... (Se asoma a tus pupilas cuando me miras tú.) ¿Que no hay cielo? ¡Mentira! ¿Queréis verle? Aquí está. (Muestra, niña gentil, ese rostro sin par, y que de oro lo bañe el sol primaveral.) ¿Que no hay Dios? ¡Qué blasfemia! Yo he contemplado a Dios... (En aquel casto y puro primer beso de amor, cuando de nuestras almas las nupcias consagró.) ¿Que no hay infierno? Sí, hay... (Cállate, corazón, que esto bien por desgracia, lo sabemos tú y yo.)

RIMAS XIV

El ave azul del sueño sobre mi frente pasa: tengo en mi corazón la primavera y en mi cerebro el alba. Amo la luz, el pico de la tórtola, la rosa y la campánula, el labio de la virgen y el cuello de la garza. !Oh, Dios mío, Dios mío!... Sé que me ama... Cae sobre mi espíritu la noche negra y trágica; busco el seno profundo de sus sombras para verter mis lágrimas. Sé que en el cráneo puede haber tormentas, abismos en el alma y arrugas misteriosas sobre las frentes pálidas. ¡Oh, Dios mío, Dios mío!... Sé que me engaña...

RIMAS XV Un castillo de blancas azucenas donde una mano leve coloque entre armonías y rumores rocío transparente; un rayo misterioso de la luna empapada en el éter; un eco de las arpas que resuenan y el corazón conmueven; un beso de un querube en tus mejillas; algo apacible y leve, y escrita sobre la hoja de albo lirio, una rima de Bécquer.

RIMAS XI Voy a confiarte, amada, uno de los secretos que más me martirizan. Es el caso que a las veces mi ceño tiene en un punto un mismo de cólera y esplín los fruncimientos. O callo como un mudo, o charlo como un necio, suplicando el discurso de burlas, carcajadas y dicterios. ¿Que me miran? Agravio. ¿Me han hablado? Zahiero. Medio loco de atar, medio sonámbulo, con mi poco de cuerdo. ¡Cómo bailan, en ronda y remolino, por las cuatro paredes del cerebro repicando a compás sus consonantes, mil endiablados versos que imitan, en sus cláusulas y ritmos, las músicas macabras de los muertos! ¡Y cómo se atropellan, para saltar a un tiempo, las estrofas sombrías, de vocablos sangrientos que me suele enseñar la musa pálida, la triste musa de los días negros!

Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías de soñador neurótico y enfermo! ¿Quieres saber acaso la causa del misterio? Una estatua de carne me envenenó la vida con sus besos. Y tenía tus labios, lindos, rojos y tenía tus ojos, grandes, bellos...

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