Romance a la Luz de la Luna – Teresa Hill

Argumento ¿Yo os declaro marido y… ex mujer? El juez de familia Ashe Thomas lo había visto todo, pero la petición de la terapeuta y consejera Lilah Ryan de que oficiase una ceremonia de divorcio, como cura para mujeres que no habían superado el trauma, era lo más absurdo que había oído en toda su vida. De hecho, el divorcio era lo último que Ashe tenía en mente cada vez que Lilah entraba en una habitación. Era demasiado sexy, demasiado inteligente, demasiado todo para un hombre como él. Si a eso se le añadía un trío de excéntricas ancianas decididas a emparejarlos… en fin, el honorable juez no tenía escapatoria.

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C a p ít u lo U n o Ashe había sido advertido: las ancianas a las que iba a ver eran algo excéntricas, no siempre razonables, pero estaban supuestamente cuerdas. Era lo de «supuestamente cuerdas» lo que hacía que el juez Thomas Ashford, Ashe para los amigos, estuviese preocupado. ¿Por qué incluiría su viejo amigo y colega Wyatt Gray el «supuestamente cuerdas» en esa descripción a menos que pensara que alguien podría cuestionar la cordura de las venerables ancianas? Wyatt prácticamente lo había retado a hacerlo y él sabía que a Ashe le resultaba imposible rehusar un reto. De modo que, casi sin darse cuenta, había prometido hacerle un impreciso favor a las ancianas, algo que ver con una ceremonia que querían realizar. La puerta de la antigua casa de piedra se abrió y la primera impresión que recibió al ver al trío de ancianas no consiguió mitigar sus miedos. Ashe rara vez había sido inspeccionado de manera tan franca por una mujer de más de setenta años y mucho menos Página 3 de 225

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por tres. Una parecía admirar sus hombros, la del medio le sonreía y la tercera parecía a punto de tocar sus bíceps para comprobar si hacía ejercicio a menudo. Aunque no era capaz de imaginar por qué podría importarle aquello a ella. Se sentía como una especie rara del zoo, siendo observado por tres pares de ojos. ¿Qué pensaban hacerle? —Bienvenido a mi casa, señor Ashford. Soy Eleanor Barrington Holmes —se presentó la señora que estaba en el centro, ofreciéndole su mano—. Sospecho que nos habrán presentado antes, pero puede que yo no lo recuerde. Creo que conoce a mi ahijado, Tate Darnley. —¿Del comité de desarrollo para el centro de la ciudad? Sí, claro. Está haciendo un trabajo estupendo —dijo Ashe—. Encantado de conocerla, señora Barrington. Sé que hace un gran trabajo por la comunidad. —Hago lo que puedo, joven. Permítame presentarle a mis amigas: Kathleen Gray, la viuda del tío de Wyatt, y su prima Gladdy Carlton. —Encantado —asintió Ashe. —Yo soy la abuela política de Wyatt —dijo la que miraba sus hombros. —Un chico estupendo y un marido encantador para Página 4 de 225

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nuestra Jane —añadió la que parecía a punto de pellizcarlo. Ashe tuvo que disimular una sonrisa. ¿Wyatt Gray un marido encantador? Eso era mucho decir sobre uno de los abogados matrimonialistas más famosos del estado; un hombre tan cínico sobre el matrimonio que la idea de que se hubiera casado le resultaba increíble. Pero, por lo que había oído, eso era lo que Wyatt había hecho y parecía absolutamente feliz. Lo cual era aún más raro. —Wyatt me dijo que necesitaban oficiar algún tipo de ceremonia... Eleanor sonrió tomándolo del brazo. —Sí, eso es exactamente lo que necesitamos. ¿Por qué no vamos al patio a tomar un té? Ashe dejó que lo llevasen hasta un patio en la parte trasera de la casa, donde lo sentaron frente a una mesa de hierro forjado. Una de las señoras le sirvió una taza de té mientras otra colocaba una bandeja de dulces frente a él. —Nuestra querida Amy, la mujer de Tate, ha hecho galletas de jengibre esta mañana —dijo Eleanor. Ashe había notado que olía de maravilla en la casa y le parecía recordar que Tate Darnley había abierto una pastelería recientemente. —Muy rica —comentó, después de probar una. Página 5 de 225

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—Amy las hace para todos nuestros eventos —dijo Eleanor—. Bodas, banquetes, subastas, almuerzos e incluso clases. De modo que al menos estaría bien alimentado mientras las escuchaba, pensó Ashe. —Wyatt nos ha contado que usted divorcia a la gente — dijo Kathleen. ¿Una de ellas necesitaba un divorcio? Siempre le sorprendía que la gente de cierta edad decidiera divorciarse, pero en su trabajo había descubierto que ocurría a menudo. Unos días antes había tenido a una pareja en su sala que iba a divorciarse después de cuarenta y cuatro años casados. ¿Cuarenta y cuatro años? ¿Cómo habían podido soportarse durante tanto tiempo y, de repente, decidir que no querían saber nada el uno del otro? ¿O había sido un matrimonio insoportable hasta el último año, la última semana, tal vez el último día? Ashe no lo entendía. —Resolver divorcios es parte de mis obligaciones como juez de familia —respondió—. ¿Alguna de ustedes quiere divorciarse? —No, nosotras no estamos casadas. Es para una serie de clases que estamos preparando...

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—Wyatt nos dijo que usted nos ayudaría —la interrumpió Kathleen. —Podría ser —asintió Ashe, sabiendo que no debía aceptar hasta que supiera qué pretendían—. ¿Pero qué es lo que quieren exactamente? —Una ceremonia —respondió Eleanor. —Una ceremonia de divorcio —añadió Kathleen. Ashe miró de unas a otras, desconcertado. —En realidad, no hay ninguna ceremonia. —Pero podría hacerla, ¿no? Si casa a la gente, también puede «descasarla». Y eso es lo que queremos. Ashe estaba empezando a preocuparse por lo de «supuestamente cuerdas». —Las cosas no se hacen así, señoras. ¿Por qué no me dicen exactamente lo que quieren? —Una ceremonia de divorcio —repitió Kathleen—. ¿No podía inventar una? —O podríamos inventarla nosotras —dijo Eleanor—. Yo he estado divorciada y lo recuerdo todo sobre mi divorcio. —Yo soy viuda —le explicó Kathleen. —Y yo nunca he estado casada —añadió Gladdy. Ashe tomó otra galleta y la masticó lentamente, Página 7 de 225

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intentando encontrar paciencia. —¿Por qué necesitan una ceremonia de divorcio? —Para las clases —respondió Eleanor, como si tuviera todo el sentido del mundo. Él sonrió. Eran simpáticas, pero tal vez no estaban muy cuerdas del todo. —¿Y qué tipo de clase requiere una ceremonia de divorcio? —Una para gente que está divorciada —respondió Kathleen. «Ah, claro». ¿Por qué había tenido que preguntar? —¿Entonces organizan clases para gente divorciada? —Sí —respondió Eleanor. Ashe sacudió la cabeza. —Pero si la gente que va a esas clases ya está divorciada, ¿para qué necesitan una ceremonia? Kathleen frunció el ceño. —Sería mejor que se lo explicase Lilah. Suena mejor cuando lo hace ella. ¿Lilah? Wyatt no le había dicho que hubiese una cuarta anciana y se preguntó si aquello sonaría más sensato si se lo explicaba otra persona. No, seguro que no, pensó. Página 8 de 225

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—Muy bien. ¿Dónde está Lilah? —Llegará en cualquier momento —respondió Eleanor. Fue entonces cuando Ashe levantó la mirada y vio... lo que parecía una mujer medio desnuda corriendo por el jardín. —¡Ah, vaya! —exclamó Kathleen—. Yo esperaba que hubiesen terminado antes de que usted llegase. —Creo que ha llegado un poco temprano —dijo Eleanor. —Aunque a mí siempre me han gustado los hombres puntuales —intervino Gladdy, sonriéndole de una forma casi descarada. Ashe empezaba a preocuparse. Una de ellas estaba flirteando con él y había otra medio desnuda... esperaba que no fuese la que tenía que explicarle el asunto de la ceremonia. —Señoras, no sé qué les ha contado Wyatt, pero el año que viene hay elecciones y yo tengo que mantener mi puesto. Eleanor debería entenderlo porque, aparte de su trabajo en organizaciones benéficas, llevaba algún tiempo recaudando dinero para varios miembros de la judicatura. —No sé si yo soy la persona adecuada para este trabajo. Me gustaría ayudarlas, pero alguien en mi posición tiene que mantener cierta propiedad... —Eso no suena muy divertido —dijo Gladdy, con una sonrisa en los labios. Página 9 de 225

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—Gladdy, por favor —la reprendió Eleanor. Ella se encogió de hombros, aunque no parecía lamentar el comentario. ¿De verdad estaba flirteando con él? ¿Con un hombre al que doblaba la edad? Ashe temía que así fuera. —Tampoco yo creo que sea muy divertido, pero así es — admitió—. Así que, si me perdonan, tengo que... —No puede irse aún —lo interrumpió Eleanor, tomándolo del brazo—. Aún no conoce a Lilah. Ashe tenía miedo de conocerla. ¿Y si estaba tan loca como las otras tres? —Llegará enseguida y se lo explicará todo —dijo Kathleen. Ashe querría preguntar en qué andaba ocupada Lilah, aunque no estaba seguro de querer saberlo porque acababa de ver a una mujer desnuda al fondo del jardín con un largo velo de novia. Otra mujer iba tras ella, fotografiándola. Ashe vio entonces a una tercera persona, un hombre, sujetando un enorme foco. ¿Se trataba de una sesión fotográfica? Era la única explicación sensata que se le ocurría. Lo que estaba viendo era una sesión de fotos. ¿Pero qué tenía que ver una ceremonia de divorcio con una sesión de fotos y una novia medio desnuda? Daba igual, no podía ser bueno para un juez que pronto Página 10 de 225

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tendría que presentarse a las elecciones. La gente quería que sus jueces estuvieran por encima de todo reproche, que fuesen personas respetables y serias que mostraban buen juicio en todos los aspectos de su vida. Ashe se volvió para mirar a las ancianas y casi podría jurar que las tres intentaban poner cara de inocente. —No es lo que cree —le aseguró Eleanor. —La verdad es que no sé qué creer. —Y seguro que hace mucho tiempo que ninguna mujer le da una sorpresa —dijo Gladdy—. Todos necesitamos que nos den una sorpresa de vez en cuando. No, a él no, pensó Ashe. A él le gustaba su vida tal y como era.

—Perfecto, lo tenemos. Es exactamente lo que queríamos —Lilah Ryan bajó la cámara, dejando escapar un suspiro de satisfacción. Había sido una fotógrafa aficionada desde el instituto y durante el primer año de universidad, pero luego había dejado esa afición por cosas más prácticas... hasta que entendió que ser tan práctica significaba perder gran parte de sí misma en el proceso—. Gracias por vuestra paciencia, chicos. Ben, el novio de la modelo, que sujetaba el foco, se pasó Página 11 de 225

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una mano por la cara en un gesto de cansancio. —Solo hemos tardado dos veces más de lo que yo esperaba. —Pero ha quedado perfecto —dijo Lilah, volviéndose hacia la modelo—. Muchas gracias, Zoe, lo has hecho muy bien. Vas a salir guapísima, te lo prometo. Y los carteles estarán por toda la ciudad. Zoe, alta y delgada, se puso el albornoz que Ben le ofrecía. —No creo que vayan a dejarte ponerlos por toda la ciudad. —Seguro que sí —dijo Lilah, aparentemente segura de sí misma. La imagen sería provocativa y de buen gusto y todos se preguntarían qué pasaba en sus clases, que era precisamente lo que ella quería. Lilah se había prometido a sí misma hacer todo lo que quisiera a partir de aquel momento. Nada de esperar, nada de centrar su vida en otra persona. Lo había hecho durante demasiado tiempo. Entre los tres, recogieron el equipo y se dirigieron a la casa. Era un sitio precioso, perfecto para una boda. Y también perfecto para las clases que ella impartía. Lilah se despidió y fue a buscar a Eleanor Barrington, que era tía de una prima de su madre. Eleanor decía conocer a la Página 12 de 225

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persona perfecta para oficiar la ceremonia de divorcio que ella tenía en mente y, supuestamente, iba a pasar por la finca esa tarde. Todo estaba saliendo mejor de lo que había esperado. Aquella finca era el sitio perfecto para sus clases, tenía varias alumnas y en unos días tendría también una imagen provocativa para usar como material promocional. Que alguien oficiase la ceremonia sería la guinda del pastel. Algunas personas podrían pensar que una ceremonia de divorcio era una bobada. O que una serie de clases y ejercicios de grupo para ayudar a olvidar una relación que había fracasado no servirían de nada. A ella le daba igual. Lilah sabía que sí era efectivo porque lo había aprendido en carne propia lidiando con su divorcio. Trabajar como consejera de mujeres que no podían superar el divorcio no era la carrera que había imaginado, pero estaba encantada de hacerlo porque siendo terapeuta había visto demasiada gente angustiada e incapaz de rehacer su vida. Era frustrante y la había hecho pensar que no podía ayudar a nadie, pero en aquel momento sentía que estaba ayudando de verdad y que, sencillamente, había nacido para hacer aquello. Canturreando alegremente para sí misma, entró en el patio y se encontró con Eleanor y sus dos mejores amigas, Kathleen y Gladdy. Y con un hombre. Página 13 de 225

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Un hombre guapísimo. Aunque daba igual el aspecto que tuviese. Después de todo, una mujer solo podía estar prendada de un hombre durante un tiempo limitado porque tarde o temprano abría la boca para decir algo ofensivo, machista o aburrido. El aspecto físico no significaba nada en cuanto los conocías a fondo. Pero aquel era más atractivo que la mayoría, debía admitirlo. Elegante, con un estupendo traje de chaqueta sobre un cuerpo más estupendo aún. Era alto, de hombros anchos, tal vez un poquito arrogante, pero tenía un bonito pelo oscuro y ondulado y unos preciosos ojos castaños. —Lilah, cariño —la llamó Eleanor—. He encontrado al hombre perfecto para ti. —¿Qué? —Lilah dio un paso atrás. —Para la ceremonia de divorcio, cariño. Es el juez Thomas Ashford —lo presentó Eleanor—. Señoría, le presentó a mi prima, Lilah Ryan. —Encantado. —¿Un juez? No sabía que fuéramos a tener un juez de verdad. —Hemos pensado que le daría un aire de autenticidad a la ceremonia —le explicó Eleanor—. Él y el nieto político de Kathleen, Wyatt, estudiaron juntos en Penn. Página 14 de 225

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—Ah, muy bien —murmuró Lilah, pensando que el juez no parecía nada convencido—. ¿Eleanor le ha contado lo que necesitamos? Él pareció vacilar, mirando de unas a otras. —Por encima. —Siempre suena mucho mejor cuando lo cuentas tú —dijo Eleanor. Podría sonar un poco absurdo, pero ella creía en sus teorías. Además, el matrimonio era un ritual. ¿Por qué era tan raro usar también un ritual para conmemorar un divorcio? —Se trata de una serie de clases para mujeres qué están pasando por un divorcio. Bueno, la mayoría ya están divorciadas, pero aún no han podido superar la ruptura de su relación. —Y la ceremonia es... —Una forma de ayudarlas a seguir adelante con sus vidas —lo interrumpió Lilah—. Es muy sencilla, nada complicado. Una ceremonia para conmemorar la ocasión. ¿Qué más puedo decir? —Solo una cosa —el juez frunció el ceño—. ¿Todas esas mujeres van a estar desnudas? —¿Desnudas? —repitió ella. —Ha visto tu sesión de fotos —dijo Eleanor. Página 15 de 225

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—Ah, eso. No era la primera impresión que hubiese querido dar a alguien interesado en saber lo que hacía, pero estaban al fondo del jardín y si él estaba en el patio no podía haber visto mucho. Además, en televisión y en las revistas la gente salía desnuda todo el tiempo. ¿Cómo podía un hombre tan guapo y tan joven tener tantos prejuicios? A la mayoría de ellos les encantaban las mujeres desnudas, particularmente alguien como Zoe, una modelo joven y guapa. ¿Qué podía haber mejor que eso? Lilah enarcó una ceja. —¿Tiene algún problema con la desnudez? El juez parpadeó, sorprendido. —No, claro que no. —Esta finca no es un sitio para nudistas ni nada de eso. —Me alegra saberlo. Lilah no sabía si estaba siendo condescendiente o de verdad era un alivio para él saber que la gente no se quitaría la ropa. Pero, por alguna razón, le gustaría saberlo y, después de tantos años conteniéndose, a veces le gustaba decir lo que pensaba sin preocuparse por la reacción de los demás. —No es una regla ni nada parecido, pero no es lo que pretendemos. Página 16 de 225

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—Entonces, está diciendo... —No creo que nadie vaya a desnudarse —lo interrumpió ella—. A menos que alguien quiera hacerlo, claro. Tras ella, Lilah escuchó las risitas de Kathleen y Gladdy. El juez, sin embargo, apretó los dientes, haciendo que Lilah se fijase en su mandíbula, que a aquella hora del día tenía sombra de barba. Y debía admitir que eso resultaba muy atractivo en un hombre. Seguramente, la gente no solía tomarle el pelo a un juez y dudaba que alguno lo hubiese intentando con Thomas Ashford. Una pena. Tenía la impresión de que le hacía falta relajarse un poco. Casi podía escuchar a la antigua Lilah diciendo: «deja de jugar con el juez, no lo está pasando bien». Pero si iba a ser tan seco, no lo quería al lado de sus alumnas. Lilah cruzó los brazos y lo miró, con una sonrisa en los labios. —¿Entonces tiene un problema con las mujeres desnudas? Él le devolvió una sonrisa condescendiente. —En público, sí. Me temo que mi trabajo exige que lo impida. —Una pena. —Para ya, Lilah. Le estás tomando el pelo —la reconvino Página 17 de 225

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Eleanor—. Estoy segura de que si pensaras tener gente desnuda en la finca me lo habrías dicho antes. —Lo siento —se disculpó ella, intentando parecer contrita y sin conseguirlo—. No quería asustarlo —añadió, mirándolo a los ojos. Él sonrió entonces como si la entendiera, como si le hubiera pillado el truco. Luego se inclinó un poco hacia delante y le dijo en voz baja: —Creo que te gusta mucho hacer que los demás se sientan incómodos. Su aliento la hizo sentir un cosquilleo en el cuello que bajó por el brazo y siguió por el resto de su cuerpo, asustándola un poco. Y el juez lo sabía, maldito fuera. Lo había hecho a propósito para que se sintiera incómodo y él se la había devuelto. ¿Significaba eso que estaban en paz? —A veces digo cosas inapropiadas, lo siento. Y le aseguro que todo el mundo llevará la ropa puesta —Lilah no pudo evitar una última provocación—. Salvo tal vez cuando se destruye el vestido. —¿Van a destruir vestidos? —exclamó él. Parecía genuinamente sorprendido, pero Lilah no lo lamentaba. Había sido aburrida y correcta durante demasiado Página 18 de 225

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tiempo. —Vestidos de novia —le explicó—. Como parte del taller de trabajo, las mujeres llevan sus vestidos de novia y hacen lo que quieren con ellos: rasgarlos, quemarlos, rodar por la hierba, tirarse al arroyo que está detrás de la finca... —¿Con los vestidos puestos? —preguntó Eleanor. —Sí —respondió Lilah—. Queremos que se sientan liberadas y que sean creativas en el proceso de destrucción. Es terapéutico. —Ya, claro —murmuró el juez. —En serio —insistió ella—. Aunque supongo que habrá quien destruya el vestido por completo y acabe... sin llevar nada. Pero si eso es un problema para usted... —Espera, Lilah —la interrumpió Eleanor—. Apenas habéis tenido oportunidad de charlar y estoy segura de que el juez Ashford quiere entender el concepto de tus clases. —Por supuesto —dijo él. —Lilah está intentando ayudar a esas mujeres —siguió Eleanor—. Y ha sido una buena terapeuta durante años. Además, tiene un título en Filosofía. —En realidad, tengo un Master y estoy trabajando en mi tesis de doctorado. Las clases son parte de la investigación — dijo ella, aunque no era algo que mencionase a menudo. Página 19 de 225

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Llevaba casi una década trabajando en su tesis cuando su entonces marido decidió buscar el puesto de rector de una universidad. Como consecuencia, se habían mudado tres veces de ciudad y ella tuvo que olvidar sus propios sueños y ambiciones por un hombre que, al final, ni siquiera pudo serle fiel. Qué error había cometido. —Lilah, cariño, ¿no has dicho que tenías que estar en alguno sitio a las seis? —le recordó Eleanor. —Sí, es verdad —respondió ella. No podía seguir jugando con el juez—. Tengo una reunión con el impresor que va a hacer los carteles para mis clases. —El juez y tú deberías quedar más tarde para charlar. Debes responder a todas sus preguntas y darle la oportunidad de tomar una decisión. Tal vez podríais cenar juntos —Eleanor sonreía como si estuviera tramando algo—. ¿No os parece bien una cena? ¿Un almuerzo entonces? Tal vez tomar un café. Lilah, cariño, dale tu tarjeta y que él te dé la suya. Ashe y Lilah hicieron el intercambio, el juez con expresión escéptica. —Ella lo llamará, señor Ashford —le prometió Eleanor, tomándolo del brazo—. Lo acompaño a la puerta. Nos alegramos tanto de que haya podido venir. Un hombre como usted debe estar muy ocupado y sé que Wyatt... Lilah se quedó mirándolos antes de volverse hacia sus dos Página 20 de 225

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cómplices, Kathleen y Gladdy, las dos hilarantes ancianas que parecían haber vivido sus vidas a tope. Y también ellas parecían estar tramando algo. De todas formas, solos eran tres ancianas encantadoras. ¿Qué podían tramar?

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C a p ít u lo D o s Ashe fue directamente de la extraña reunión en la finca Barrington al bufete de su amigo y colega Wyatt Gray. —Esto es una broma, ¿no? —le espetó. Wyatt puso cara de inocente, algo que no había sido desde el colegio. —No sé de qué estás hablando. —El favor que me pediste —Ashe lo fulminó con la mirada—. Es una broma, una pequeña venganza. Tiene que serlo. —¿Por qué iba a querer vengarme de ti? —le preguntó Wyatt. —No tengo ni idea. Hubo un tiempo en el que a los dos les gustaba gastarse bromas pesadas y hacérselo pasar mal el uno al otro. Como cuando Ashe le robó del maletín las notas para uno de sus casos. Wyatt no se había dado cuenta hasta que estuvo delante del juez Whittaker, intentando hacer su argumentación... y su expresión de angustia no había tenido precio. Página 22 de 225

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O cuando metió unas braguitas rojas en su maletín unos días más tarde y Wyatt lo abrió delante del mismo juez, uno de los más severos. Pero eso había sido años antes y Wyatt jamás pudo demostrar que él era el responsable. Además, ya no eran unos críos con la carrera recién terminada, ya no hacían esas cosas. ¿O sí? —Imagino que has ido a casa de Eleanor —dijo Wyatt—. Ya te advertí que podía ser un poco... —¿Excéntrica? —A veces. —Tu familia política es mucho más que excéntrica —dijo Ashe. —Son un grupo interesante de mujeres, pero no son peligrosas ni nada parecido. Tienen casi ochenta años... —¿Ochenta? —Suelen mentir sobre su edad, pero no tienen ningún problema mental... —¿Y la que daba saltos desnuda por el jardín? Wyatt abrió los ojos como platos. —¿Eleanor estaba desnuda en el jardín? —No, ella no. Página 23 de 225

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—¿Kathleen? ¿Gladdy? ¿Hay una octogenaria desnuda en la finca de Eleanor? —No, era joven, de unos veintitantos años. —¿Y estaba desnuda? —Llevaba un velo de novia, pero aparte de eso estaba desnuda. —¿Eleanor ha dejado que alguien se case desnudo en su finca? —Wyatt soltó una carcajada. —No era una boda, creo que era una sesión fotográfica — le explicó Ashe. —¿Para una revista? —No tengo ni idea. Wyatt suspiró. —Ya te dije que esas mujeres eran... diferentes. Y me refería a este tipo de cosas. —¿Mujeres desnudas dando saltos en el jardín? —exclamó Ashe—. ¿Les han hecho algún tipo de prueba médica para demostrar que están en sus cabales? —Están perfectamente cuerdas —dijo Wyatt—. Pero son muy mayores y cuando ellas son felices, Jane es feliz. Y cuando Jane es feliz, yo soy feliz. Solo hay que... en fin, ya sabes, llevarles la corriente.

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—Ya, claro. —¿Qué quieren ahora? Eleanor me dijo algo sobre unas clases y pensé que tendría algo que ver con el matrimonio. —Divorcios —lo corrigió Ashe—. Las clases son sobre el divorcio. —¿Y qué tiene eso que ver con la mujer desnuda con el velo de novia? —No lo sé. Son tus parientes, pregúntaselo tú. Pero ahora se supone que debo ver a esa tal Lilah, la que imparte las clases, para que me lo explique. Wyatt asintió con la cabeza. —Es pariente de Eleanor y creció aquí... de hecho, según ella fuimos al mismo colegio durante un tiempo, pero no la recuerdo. Sus padres se mudaron a Florida hace años y creo que no lleva mucho tiempo en la ciudad. —Ella era la que hacía las fotos —Ah —Wyatt se encogió de hombros—. ¿Y cómo está? —Eleanor dice que está haciendo una tesis de psicología, pero no sé si creerlo. Y parece un poco hippie. —Ah, vaya. Espero que Eleanor no quiera... en fin, ya me entiendes. —¿Crees que está tramando algo?

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—No lo sé, no he tenido oportunidad de hablar con ella todavía. Ni con su ahijado, Tate. Pero debemos hacerlo con cuidado, a Eleanor no le gusta que la vigilen —Wyatt volvió a encogerse de hombros—. Si pudieras hablar con Lilah para averiguar qué pretende, te lo agradecería. Y Tate también. Ashe dejó escapar un suspiro. —No creo que yo pueda hacer nada por ella. —Tú no tienes idea de lo difícil que es cuidar de esas ancianas —se quejó Wyatt—. Son manipuladoras, obstinadas, decididas a mantener su independencia a cualquier precio. Y no se les puede retorcer un brazo hasta que canten. —Me alegra saber que no abusas de tus ancianas parientes —bromeó Ashe. —Recuerda que esto podría ser bueno para ti. —¿Ah, sí? —Eleanor podría ser una tremenda ayuda durante las elecciones. Esa mujer conoce a toda la ciudad y sabe cómo recaudar fondos. Te hará falta dinero, Ashe, y yo sé que no te gusta pedirlo. Él exhaló un suspiro. La campaña electoral era una de las cosas que menos le gustaban del sistema judicial de Maryland. Los jueces eran elegidos por el gobernador durante el primer año, pero para mantener su puesto debían acudir a unas Página 26 de 225

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elecciones. No quería ni pensar en ello. Él solo quería hacer su trabajo, que ya era bastante difícil. Pero Wyatt tenía razón: Eleanor Barrington Holmes era una persona muy respetada en aquella comunidad y había ayudado a recaudar fondos para otros candidatos en el pasado. Podría ser una gran ayuda para él, si no se hubiera vuelto demasiado excéntrica. —¿Por qué no hablas con Lilah? —lo animó Wyatt—. No creo que vaya a pasarte nada por almorzar con ella. Ashe se rindió. —Muy bien, de acuerdo. Hablaré con ella. Y fue así como terminó comiendo con Lilah Ryan en un restaurante llamado Malone’s en el que almorzaba mucha gente de los Juzgados porque el servicio era rápido y la comida aceptable. Casi todos los clientes llevaban conservadores trajes de chaqueta, maletines y cuadernos en los que tomaban notas mientras comían y charlaban con otros compañeros. Eran jueces, secretarios del Juzgado y abogados con sus clientes. Ashe podía distinguir a estos últimos por su gesto preocupado. Y allí, en medio de todos esos trajes de color gris, había una sola nota de color: Lilah, con un top de seda rojo, una falda del mismo color con estampado en naranja y amarillo y unas sandalias romanas con las que parecía ir descalza. Todos los hombres estaban mirándola y Ashe pensó que Página 27 de 225

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debería haber elegido otro sitio para almorzar con ella. Pero Lilah lo vio en ese momento y levantó una mano para saludarlo, la media docena de pulseras que llevaba bailando en su muñeca. Todas las miradas estaban clavadas en él. ¿El juez Ashford con una hippie?, parecían preguntarse. Ashe se acercó a ella, deteniéndose en el camino para devolver los respetuosos saludos de amigos y colegas. La gente lo respetaba allí y pensaba hacer todo lo posible para que siguiera siendo así. Lilah se levantó para ofrecerle su mano y, después de saludarse, los dos se sentaron a la mesa. —Gracias por venir, señor Ashford. —Llámame Ashe, por favor. Ella asintió con la cabeza. —No sabía si lo harías, pero Eleanor insistió en que nadie más que tú podría ayudar en mis clases. —Pues no entiendo por qué ya que apenas la conozco — dijo Ashe—. Solo soy amigo de Wyatt, su nieto político. Ah, por cierto, me ha dicho que tal vez lo recuerdes de cuando erais niños. Lilah asintió con la cabeza. —¿Wyatt, el salvaje? Creo que me levantó la falda en el Página 28 de 225

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patio del colegio cuando tenía seis o siete años. O tal vez le pidió a sus amigos que lo hicieran, no me acuerdo. —Seguro que fue el propio Wyatt —bromeó Ashe. —¿De verdad está casado con la nieta de Kathleen? —Sí. —¿Felizmente casado? —Eso parece. —No me imagino a Wyatt casado. —En fin...—Ashe se encogió de hombros. ¿Qué podía decir? Tampoco él lo creía y, aparentemente, no era el único. —La verdad es que estoy empezando a preocuparme por Eleanor y las demás —dijo Lilah entonces. —¿En qué sentido? —Temo que no estén... en fin, en sus cabales del todo. Y sería una pena porque son encantadoras. Un poco cotillas, pero encantadoras. Ashe no pensaba discutir. —Sé que Wyatt se preocupa por ellas —le dijo. —Me alegro. Alguien tiene que hacerlo. La camarera llegó en ese momento y, después de repasar un momento el menú, Lilah pidió la sopa y el sándwich especial del día. Página 29 de 225

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Ashe se alegraba de que fuese tan rápida porque tenía que volver al Juzgado. Y también porque no se mostraba tan belicosa. Tal vez aquel almuerzo no iba a ser tan difícil como había esperado. La camarera volvió enseguida con dos vasos de agua y un cartel en la mano. —Ah, casi se me olvida. Le he preguntado al dueño y dice que no le importa que lo ponga en la entrada. —Muchas gracias. Al ver a la modelo desnuda con el velo flotando al viento Ashe hizo una mueca de incredulidad. ¿Iba a poner ese cartel en el restaurante? El dueño no debía haberlo visto siquiera. —No puedes poner eso en un lugar público —le advirtió. —¿Por qué no? Ya has oído a la camarera, al dueño no le importa. —No puedes poner la fotografía de una mujer desnuda en esta ciudad. De hecho, seguro que hay alguna ordenanza que lo prohíbe. —No hay nada malo en esta fotografía —protestó Lilah—. ¿Por qué no dejas que la gente juzgue por sí misma? —No, no hagas eso —Ashe sujetó su mano cuando empezó a sacar carteles de una bolsa. —Que tú tengas un problema con los desnudos no significa Página 30 de 225

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que lo tenga todo el mundo —dijo Lilah, intentando soltarse. En la refriega, la bolsa se volcó y los carteles acabaron en el suelo, para que los viera todo el mundo. Las conversaciones a su alrededor cesaron durante un segundo y luego Ashe escuchó algunas risitas. —¿Alguien tiene algún problema con esta foto? — preguntó Lilah, abriendo uno de los carteles para que lo viera todo el mundo. Ashe escuchó voces masculinas que no ofrecían oposición alguna, por supuesto. Y cuando Lilah se inclinó para recoger los carteles, varios hombres se ofrecieron a ayudarla, incluido uno de los camareros. —¿Es usted la chica de la foto? —le preguntó, poniéndose colorado. —No, no es ella —respondió Ashe, en voz alta para que lo oyese todo el mundo. No quería que creyesen que estaba comiendo con una mujer que se hacía fotos desnuda. De inmediato, escuchó murmullos de decepción y algún comentario sobre cuánto les gustaría conocer a la joven de la foto. Lilah dio las gracias a su joven admirador y luego sonrió, traviesa, mientras dejaba los carteles sobre la mesa. —Puede que ella estuviera desnuda cuando hicimos la Página 31 de 225

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sesión, pero no lo parece en la fotografía. No soy tonta, sé lo que estoy haciendo. Escéptico, Ashe miró el cartel, que anunciaba unas clases para la «recuperación de un divorcio». Allí estaba la mujer desnuda que había visto en el jardín, pero envuelta en el velo y con una especie de neblina a su alrededor no parecía tan desnuda. Hermoso, provocativo, pero con gusto, tuvo que admitir. Y estaba claro que esa era la intención. Al fin y al cabo, era un anuncio. Había juzgado mal a Lilah, algo que un hombre en su profesión no debería hacer nunca. Aunque estaba seguro de que ella había hecho lo posible para que así fuera. El brillo travieso de sus ojos lo dejaba bien claro. —¿Eres siempre así con todo el mundo? —le preguntó—. ¿O es solo conmigo? —He jurado recientemente disfrutar de la vida todo lo que pueda porque durante mucho tiempo no lo hice —respondió ella—. Además, la mayoría de la gente es demasiado seria, ¿no te parece? —Es un mundo serio. El mío, al menos. —Tal vez demasiado serio. —El divorcio también es un tema serio —dijo Ashe—. Es Página 32 de 225

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duro y doloroso para todos. —Lo sé, por eso quiero ayudar —dijo Lilah—. Me lo tomo muy en serio. —Cuéntame qué haces en esas clases tuyas —dijo Ashe, pensando que al menos merecía ser escuchada. Además, le había prometido a Wyatt descubrir qué estaban tramando sus locas parientes. —Eleanor me contó que eres juez de familia. —Así es. —¿Divorcios? Ashe asintió con la cabeza. —Además de custodias legales, servicios sociales, tutela de menores o personas incapacitadas, ese tipo de asuntos. —¿Has visto personas que, aunque lleven divorciadas mucho tiempo, no han sido capaces de rehacer sus vidas? —Sí. Ashe podría contarle historias que harían que hasta el más romántico y optimista no quisiera casarse nunca. De hecho, si pudiera grabar algunos de los procesos de divorcio en su sala haría un documental que terminaría con los matrimonios de una vez por todas. Y no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo. —Pues yo quiero arreglar eso —dijo Lilah—. Yo quiero Página 33 de 225

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ayudar a esas personas a rehacer sus vidas. —¿Y crees que puedes hacerlo? O era una mujer increíblemente segura de sí misma o una optimista empedernida. Ashe pensó en contarle su idea de acabar con el matrimonio para siempre, de ese modo no habría necesidad de ayudar a nadie a rehacer su vida tras un divorcio. —Es un trabajo importante —insistió ella. —Sí, seguro que sí. Pero no sé si es posible. —Yo pienso intentarlo. Era una optimista y una ingenua idealista, como había temido. Ashe sentía compasión por ella y experimentó el deseo de salvarla de sí misma. —No creo que ese sea un trabajo para una persona sola. —Entonces, ayúdame. —No creo que sea un trabajo para dos personas tampoco. Es demasiado complicado. Lilah suspiró, decepcionada. —Ghandi dijo: «sé tú mismo el cambio que esperas ver en el mundo». Ashe parpadeó, sorprendido. ¿Citaba a Ghandi? —No sé si él estuvo casado. Página 34 de 225

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—Con la misma mujer, durante sesenta años. —¿Sesenta años? ¿De verdad? —Se casó muy joven —respondió Lilah. —Debió ser así. —Bueno, creo que tenía trece años y ella uno o dos años más. Fue un matrimonio acordado por sus familias... Ashe soltó una carcajada. —Ah, claro. —Pero eso no tuvo nada que ver con... —Eres tú la que ha sacado el tema de Gandhi —le recordó él. —Porque lo admiro. Imagina qué mundo sería este si todos sintiéramos pasión por una causa e intentásemos hacer algo al respecto. «Santo cielo». ¿Había sido él así de ingenuo alguna vez? No lo creía. Lilah suspiró. —Por favor, ayúdame. Prometo no volver a tomarte el pelo con mujeres desnudas. No creo que sea malo intentar ayudar a la gente que lo necesita. Él frunció el ceño. —¿Y piensas dar esas clases en la finca de Eleanor Página 35 de 225

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Barrington? —Es un sitio perfecto para hacerlo. —Pensé que Eleanor se dedicaba a organizar bodas. —Por eso es perfecto —dijo Lilah—. Toda esa emoción, esa anticipación, esa felicidad en el aire. Pero luego aparece la realidad... en fin, ya lo sabes, debes verlo todos los días. La fantasía no dura mucho. —No, es verdad. —Yo quiero usar esa energía, esos sentimientos y esos recuerdos. A menudo intentamos huir de ellos o enterrarlos profundamente cuando se rompe un matrimonio, pero eso tampoco funciona. Las mujeres que acuden a mis clases no han superado esa desilusión. —¿Y tú quieres hacer que la recuerden? —No, solo hacer imposible que se escondan de ellas. Tenemos que lidiar con nuestros sentimientos antes de poder apartarnos de ellos. —¿Por eso te alojas en casa de Eleanor? —Me pareció un sitio perfecto y ella es muy amable conmigo. Es una buena amiga de mi madre y una prima lejana, pero solo voy a estar allí un tiempo —respondió Lilah—. No conozco bien la ciudad y aún no sé dónde me gustaría vivir. Eleanor me ofreció una habitación porque tiene muchas libres Página 36 de 225

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en su casa, pero no soy una aprovechada si eso es lo que querías decir. —No, yo no he dicho eso. —Pero lo has pensado —afirmó ella—. Solo quiero ver si me gusta vivir aquí y, si es así, buscaré un apartamento. Por ahora, me alojo en la habitación de la criada. Es un sitio tranquilo y apartado de todo, justo lo que necesito. —Lo siento, no quería ser insultante. —No te preocupes, no me has ofendido —Lilah sonrió—. Yo creo que Eleanor se siente sola, incluso con sus amigas y con las bodas que organiza en su finca. Aparentemente, su ahijado y su mujer vivieron un tiempo en la casa de invitados, pero ya han terminado de reformar la suya y ahora se ha quedado sola. —Imagino que no le gustará estar sola todo el tiempo — dijo él, mirando su reloj—. Bueno, dime qué necesitas de mí. ¿Quieres que me invente una ceremonia de divorcio? —Si no te importase... en el grupo hay gente que tiene preguntas sobre los procesos de divorcio. No están buscando consejo legal sino una explicación sobre cómo funciona. —Muy bien, podría hacer eso —asintió él. —Y hay otra cosa. Inevitablemente, me encontraré con algunas mujeres que han sido maltratadas por sus maridos. Página 37 de 225

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—Yo veo casos como esos todos los días en el Juzgado y nunca se sabe si van a terminar bien. —Lo sé, he trabajado con mujeres maltratadas. Si pudieras darme el nombre de un policía... alguien que se tome en serio el asunto. —No quiero que te entrometas en una situación de violencia doméstica —dijo Ashe. —¿Por qué? —Porque entonces necesitarías alguien que te protegiera, Lilah —respondió él, llamándola por su nombre por primera vez. —¿Protegerme a mí? —repitió ella, divertida y molesta a la vez—. ¿Por qué? ¿Porque tú eres un hombre fuerte que sabe más que yo? —No, yo no he dicho eso. Aunque... en fin, tal vez sí lo había dado a entender. No porque fuese una mujer sino porque parecía creer que era invencible y alguien debería explicarle que tarde o temprano se encontraría con un problema. Pero, por supuesto, ella no quería protección de ningún tipo y parecía disfrutar provocándolo. Y no le resultaba del todo desagradable, tuvo que admitir. —La ceremonia del divorcio se hace al final de las clases y Página 38 de 225

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eso significa que la primera no tendrá lugar hasta dentro de dos meses y medio. No tienes que tomar una decisión ahora mismo, piénsalo. —Muy bien, me lo pensaré —asintió Ashe.

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Capítulo Tres Ashe estaba limpiando su escritorio al final del día cuando Wyatt llamó a la puerta de su despacho. —Hola, entra. —¿De verdad has comido con una mujer desnuda en Malone’s? —le preguntó su amigo, mirándolo con cara de sorpresa. —Pues claro que no. He comido con Lilah, que iba vestida —respondió Ashe. —Ah, vaya —Wyatt parecía decepcionado—. Lo siento, era uno de los rumores más interesantes que había oído en muchos años. —Probablemente tiene algo que ver con el cartel en el que anuncia sus clases. Seguro que ahora está por toda la ciudad. Lilah no habrá perdido el tiempo. —¿Crees que debo preocuparme? —Creo que si esas tres ancianas fueran parientes mías, yo estaría preocupado —respondió Ashe. —¿Debo estar preocupado por Lilah? —No creo que sea una estafadora ni nada parecido, pero Página 40 de 225

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le gusta organizar jaleos. —Y a Eleanor y sus amigas les encantan los jaleos. ¿Vas a impartir esa clase? Te agradecería que comprobases en qué se han metido esta vez. Sería una buena excusa para ayudar a Lilah, pensó Ashe. Si pudiera convencerse a sí mismo de que esa era la razón por la que lo hacía, claro. Pensó entonces en el aspecto de Lilah en el restaurante, tan vibrante, tan interesante, tan guapa... ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que encontró tan interesante a una mujer? ¿Quién lo retaba como ella? —Lilah citó a Gandhi —le dijo—. «Sé tú mismo el cambio que esperas ver en el mundo». Qué mundo tan maravilloso sería si todos hiciéramos un esfuerzo para solucionar un solo problema. —También tú intentas hacer eso —le recordó Wyatt. —No, yo intento controlar los daños, nada más. —¿Has tenido un mal día? Ashe asintió con la cabeza. —Desde luego. —¿Pero crees que Lilah podría ayudar a gente que está pasando por un divorcio?

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—No lo sé. Desde luego, alguien tiene que intentarlo. Hay demasiada gente desesperada en este mundo. —No te pido un compromiso de por vida, Ashe, solo que vayas a una de sus clases —le rogó Wyatt. —Una clase —asintió Ashe—. Y estarás en deuda conmigo de por vida.

Lilah colocó carteles por toda la ciudad, encantada por lo bien que eran recibidos y, si era sincera consigo misma, por lo incómodo que hacía sentir al juez Ashford. Volvió a la finca al atardecer y encontró a Eleanor, Kathleen y Gladdy terminando de cenar y dispuestas a tomar el postre. Lilah aceptó compartirlo con ella porque las encontraba encantadoras, aunque con muchos secretos. Siempre le parecía como si estuvieran tramando algo que no querían contarle. —¿Estás contenta con tus carteles, querida? —le preguntó Eleanor mientras tomaban un delicioso pastel de crema. —Sí, pero me encantaría saber qué pensáis vosotras — respondió Lilah, sacando del bolso el último cartel, que había guardado para sí misma. —Ah, perfecto —afirmó Eleanor. Página 42 de 225

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—Gracias. —Es muy llamativo —observó Gladdy—. Espero que nadie haya puesto pegas. —El juez tenía ciertas reservas, pero cuando lo vio de cerca tuvo que admitir que no había nada ofensivo en la foto. —¿Ofensivo? Pero si es una imagen preciosa —insistió Eleanor. —A mí también me lo parece —asintió Lilah. —Es una pena que un joven tan guapo sea tan mojigato... —empezó a decir Gladdy. —No sabemos si es mojigato —la interrumpió Eleanor. —A mí me lo pareció. Alguien tiene que hacer que se relaje un poco. Lilah intentó contener una risita. Hacer que el juez Ashford se relajase... Jugar con él era una cosa, pero intentar que un hombre como Ashe se relajase exigiría un gran esfuerzo y ella no tenía intención de intentarlo siquiera. Se había portado mal el día que lo conoció y se había burlado de él con los carteles, pero iba a intentar portarse bien a partir de aquel momento. —¿Va a ayudarte con tus clases, Lilah? —le preguntó Eleanor. —Va a pensárselo. Página 43 de 225

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—Seguro que tú puedes convencerlo. Las mujeres de nuestra familia siempre saben lo que quieren y cómo conseguirlo. Su sonrisa le dijo que Eleanor estaba pensando en algo más que en su ayuda para oficiar la ceremonia de divorcio. Aparentemente, a las tres señoras les gustaban los hombres de todas las edades, personalidades, etnias y cualquier otro atributo. Le había resultado asombroso escuchar el relato de sus romances con hombres de todas clases, pero también la había hecho sentir como si no hubiera vivido. Ella no había tenido tantos romances, ni siquiera había admirado a muchos hombres desde lejos... Y eso la hizo pensar en el juez. Era fácil admirar a un hombre con sus atributos. —Kathleen, ¿qué te ha contado Wyatt sobre Thomas Ashford? —preguntó Eleanor—. ¿Casado, soltero, divorciado? —Divorciado. Aparentemente se casó muy joven y el matrimonio se rompió hace años. —Si aún no ha superado el divorcio, puede que eso explique sus reticencias —murmuró Eleanor, pensativa—. ¿Tiene hijos? —No, ninguno. Y Wyatt parece pensar que las mujeres lo admiran mucho.

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—Si yo tuviera veinte años menos intentaría algo con él — dijo Gladdy. —¿Veinte? —repitió Kathleen, enarcando una ceja. —Es lo que se lleva ahora, ¿no? La mujer madura con el hombre más joven. Lilah soltó una carcajada a la que se unieron Eleanor y Kathleen. —Una mujer nunca es demasiado vieja para admirar a un hombre guapo —se justificó Gladdy. —Amén —asintió Eleanor. —¿Cuántos años crees que tiene? —Treinta y ocho, creo yo —respondió Kathleen—. Es muy distinguido. —No, debe tener unos treinta y cinco. Yo creo que intenta parecer mayor por su trabajo —dijo Eleanor. —Ah, la alegría del hombre joven —Gladdy suspiró y eso las hizo reír de nuevo. —Las cosas no son iguales cuando un hombre tiene cierta edad. Es una pena. —Gladdy, para, por favor —le rogó Kathleen, riendo. —Solo digo que los hombres jóvenes tienen más ventajas. Deberías recordar eso si algún día te interesa alguno. A las Página 45 de 225

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mujeres suelen gustarles los hombres mayores, supongo que por el dinero o por el estatus social, pero yo siempre he preferido a los jóvenes, que no tienen problemas para cumplir en el dormitorio. Y yo diría que el juez tampoco tiene ese tipo de problema. —Lo tendré en cuenta —le prometió Lilah, atónita—. Aunque en este momento lo último que necesito es un hombre.

El jueves por la tarde, Lilah observaba a varias personas moviéndose de aquí para allá, comprobando que todo estaba listo para la boda que tendría lugar durante el fin de semana. Mientras el sol se escondía en el horizonte decidió salir a correr un rato y, una hora después, se dio una ducha y se puso un pijama, agradeciendo que la casa hubiera quedado en silencio. En el frigorífico industrial encontró una botella de pinot noir abierta y se sirvió una copa para relajarse un rato. Estaba tomando la segunda cuando vio que los faros de un coche iluminaban el camino que llevaba a la casa. Debía ser Eleanor, pensó. Pero enseguida escuchó un golpecito en la puerta lateral y, antes de que pudiera responder, ante ella apareció el juez Ashford. Página 46 de 225

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Lilah hizo una mueca. Sin sujetador, sin maquillaje, el pelo aún mojado de la ducha y con dos copas de vino en el estómago... Y allí estaba el juez Ashford, tan serio como siempre, con su perfecto traje de chaqueta, su camisa blanca, su corbata y sus ojos oscuros. Tenía un poquito de color en la cara, como si tomase el sol o hiciese ejercicio al aire libre regularmente. —Vaya, qué sorpresa. Ashe llevaba en la mano un paquete envuelto en papel de regalo, que dejó sobre la isla de la cocina. —Eleanor me dijo que la puerta lateral estaría abierta. —Ya veo. —Debería venir a una boda este fin de semana, pero tengo mucho trabajo y no sé si podré llegar a tiempo. ¿No te dijo que iba a venir? —No, no me ha dicho nada —respondió Lilah. ¿Creía que iba a estar allí, en pijama, de haber sabido que iba a aparecer? —Solo venía a dejar el regalo. —¿Eres amigo de la novia o del novio? —De la novia. Estuvimos saliendo juntos un tiempo. —Ah —murmuró Lilah. Qué interesante—. Pero os lleváis Página 47 de 225

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bien, supongo. —Es una mujer guapísima e inteligente. Espero que sea muy feliz. —Siento que tengas que perderte la boda, seguro que será muy bonita. Ashe miró la botella vacía sobre la encimera. —¿Te encuentras bien? —No me la he bebido entera, es de una cata que hicieron la semana pasada. Pero admito que he tomado un par de copas y se me ha subido a la cabeza. Debería haberme ido a la cama. Y luego, curiosamente, deseó no haber pronunciado la palabra «cama». Aunque era cierto, debería estar a salvo en su cama y no sola en la cocina, sintiéndose vulnerable, triste y poco vestida. —Lilah, no te entiendo —dijo él entonces. —Lo sé. Y eso no le gustaba. Podía verlo en sus ojos. —Y yo suelo entender a la gente. Tengo que hacerlo, es muy importante en mi trabajo. ¿Por qué no puedo entenderte? Ella rio. —No sé si yo misma me entiendo la mayoría de las veces. Página 48 de 225

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No soy como otras mujeres de mi edad. —¿Lo ves? Ahora, por ejemplo. No sé si estás intentando provocarme deliberadamente. —No, esta vez no —le aseguró Lilah—. Intenté tomarte un poco el pelo el día que te conocí. —Pero no lo lamentas. —No, no lo lamento. Me pareciste muy estirado. —No lo soy. Pero tengo un cargo público y se espera de mí cierto comportamiento. —Sí, claro. —Y tú, por lo que he visto, te enorgulleces de no atenerte a las normas. —No, eso no es verdad. Solo quiero ser yo misma y no una versión reprimida para complacer a otra persona. —Yo no soy reprimido —dijo él. —No estaba hablando de ti sino de quien me hizo eso... o no, me lo hice yo misma —se corrigió Lilah—. Pero he decidido no volver a hacerlo nunca. No pienso cambiar por nadie. Ashe se apoyó en la encimera para mirarla, sacudiendo la cabeza. —Me parece muy bien. —Intentaré ser buena a partir de ahora, de verdad. Un Página 49 de 225

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angelito. —Ya estás otra vez —dijo él—. ¿Qué haces? —¡Intentando disculparme por tomarte el pelo! —Lo estás pasando en grande conmigo, ¿verdad? —Ashe dio un paso adelante—. Creo que te gusta jugar con la gente, provocarla para ver cuál es su reacción. —Bueno, tal vez —admitió Lilah—. La gente viene a mí porque se siente desgraciada. Quieren cambiar y para eso hay que sacudir las cosas un poco. Como terapeuta... —No me refiero a eso —la interrumpió el juez, casi atrapándola con su cuerpo. —Ah —murmuró ella. Estaba tan cerca que podía oler su colonia, una mezcla de almizcle muy sexy. Podría haberse quedado allí respirando ese olor tan masculino durante horas—. Quieres decir... —Quiero decir que te gusta jugar con los hombres. Lilah sintió un escalofrío. ¿Jugar con él? ¿Estaba haciéndolo? Le gustaba tomarle el pelo para ver si dejaba de ser tan serio y para ver si tenía un lado despreocupado y divertido. ¿Eso era jugar con alguien? Él no era un cliente, ni un alumno, ni siquiera un amigo. Un conocido como máximo. Página 50 de 225

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—¿Tan insoportable es que te tome el pelo? Él sacudió la cabeza. —Dime una cosa: ¿estás flirteando conmigo? —No —respondió ella, sorprendida—. Creo que no. —¿Crees que no? —repitió él—. La pregunta era bien clara: ¿intentas decir que estás interesada en mí y quieres saber si yo lo estoy en ti? Porque eso podría ser interesante. —¿Interesante? Lilah no sabía cómo tomarse eso. —Seguro que sería interesante. Aunque no estoy seguro de que fuera sensato. ¿No era sensato tener una relación con ella? —Muy bien, estoy casi segura de que no quiero tener nada contigo —dijo Lilah entonces. —¿Casi segura? —Tengo que... tengo que pensarlo —respondió ella, nerviosa—. Estoy casi segura de que no quiero nada contigo porque... en fin, no eres mi tipo... ya no. —Muy bien —dijo Ashe. Y luego se inclinó hasta estar tan cerca que, por un momento, Lilah pensó que iba a besarla—. Voy a dejar algo absolutamente claro: no soy un juguete. Deja de jugar conmigo. Página 51 de 225

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—Bueno, si insistes... —murmuró ella con cierta pena al mirar su rostro bronceado, los anchos hombros, la sensación de poder y fuerza que emitía. Tal vez había estado tonteando con él de manera inconsciente para poner a prueba su libertad o para sentirse como una mujer de nuevo. —¿Lo ves? Estás haciéndolo otra vez. —No es verdad. Si quisiera provocar te diría que, según Eleanor y sus amigas, necesitas que alguien te ayude a relajarte un poco... Ashe emitió un gemido ronco. —Yo no necesito ayuda para relajarme. —Y creen que esa persona debo ser yo —siguió Lilah—. Aunque no sé por qué. Tal vez creen que sería divertido verme jugar contigo... —Lilah... —Si quisiera tontear contigo, te diría que Gladdy me ha contado lo frustrante que es salir con hombres de cierta edad... —¿Qué tiene eso que ver conmigo? —Según ella, los pobres tienen problemas para cumplir con ciertas cosas... —¿Me estás diciendo que una señora de ochenta años ha Página 52 de 225

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estado especulando sobre si yo soy capaz de cumplir en el dormitorio? —No he sido yo, ha sido Gladdy. —Increíble —dijo él, enfadado. Y tan guapo. Su cuerpo era tan cálido... y hacía tanto tiempo que no estaba tan cerca de un hombre al que encontraba atractivo. Sin poder evitarlo, se echó un poco hacia delante y él hizo lo mismo, como dos campos magnéticos atraídos el uno por el otro. No sabía quién de los dos había empezado, pero contuvo el aliento a medida que se acercaba y pronto descubrió que a él le pasaba lo mismo. No podía esconderlo. O se excitaba discutiendo con una mujer o la deseaba con todas sus fuerzas. Gladdy tenía razón, no le hacía falta ayuda farmacéutica. Lilah miraba el estampado de su corbata, pero por fin se rindió y lo miró a los ojos. —Bueno, pues ya lo sabes. ¿Satisfecha? No, en absoluto. Pero, por una vez, Lilah fue capaz de morderse la lengua mientras Ashe se daba la vuelta.

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Capítulo Cuatro Ashe tenía que solucionar un caso urgente entre el viernes y el sábado y había recibido instrucciones de informar a su jefe, el magistrado administrativo, del resultado. Y, por casualidades de la vida, ese fin de semana el juez Walters acudiría a una boda en la finca Barrington. Con una de las mujeres más excéntricas... no, con cuatro de las mujeres más excéntricas que había conocido nunca. Y ese era el último sitio en el que Ashe querría estar en ese momento. El banquete parecía estar animado cuando entró en la cocina por la puerta lateral, donde había encontrado a Lilah en pijama dos noches antes, y fue un alivio ver que allí solo estaban los empleados del catering. Ashe salió al patio, donde aún había muchos invitados bebiendo, comiendo y bailando. —Ah, señor Ashford, pensé que no podía venir —lo saludó Eleanor. —Solo he venido para hablar con el juez Walters un momento. ¿Sabe dónde está? —Voy a buscarlo —respondió ella—. ¿Por qué no espera Página 54 de 225

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en el estudio? Allí estará tranquilo. Venga, acompáñeme. —Gracias —dijo él, siguiéndola por un pasillo. —Parece cansado. Imagino que han sido un par de días difíciles para usted —comentó Eleanor—. El juez Walters y yo somos viejos amigos y creo saber qué caso le ha encargado. —Lo siento, no puedo hablar de ello —dijo Ashe. —No, claro que no. ¿Ha comido algo? Tenemos mucha comida. Si quiere, puedo enviarle a alguien con una bandeja... —No, gracias. Solo quiero hablar un momento con el juez e irme a casa.

Lilah estuvo observando la boda y el banquete, pero no había tocado el vino y estaba absolutamente sobria cuando Eleanor le pidió que llevase una bandeja al estudio. —Sí, claro —respondió, preguntándose por qué no se lo pedía a uno de los muchos camareros—. ¿Quién está en el estudio? —Un hombre agotado. Sé amable con él —le aconsejó Eleanor. —¿Pero por qué me encargas que yo lleve la bandeja? —Porque cuando el hombre con el que quiere hablar se Página 55 de 225

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marche os quedareis solos y tú podrás disculparte en privado. Lilah abrió los ojos como platos. —No, no quiero hablar con él. Le había confesado lo que había ocurrido con Ashe dos noches antes y Eleanor estaba encantada. —Es un juez, cariño, lo ha oído todo y no se escandaliza por nada. —Pero yo no soy uno de sus casos, así que no está obligado a ser justo e imparcial conmigo. —Ya te he dicho que está cansado y hambriento. En este momento necesita un poco de consuelo... —¿Consuelo? ¿Qué significa eso? —No te estoy pidiendo que entres en el estudio y te quites la ropa, solo que seas amable con él. Ha tenido un mal día. —Pues no creo que Ashe encuentre nada consolador en mí. —Haz lo que puedas, querida. Está bien provocarlo, pero a veces un hombre también necesita que lo escuchen y lo mimen un poco. —No creo que sea buena idea. —Yo he descubierto que poner la mano sobre un hombre guapo nunca es mala idea —replicó Eleanor—. No seas Página 56 de 225

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cobarde, Lilah. Dile que lo sientes y ese tonto malentendido será olvidado en un momento. Ah, y asegúrale que Gladdy no está aquí, la he enviado a casa con Kathleen. Afortunadamente, pensó Lilah. Aun así... —No te lo he contado todo, Eleanor —admitió—. Ashe quiere que le deje en paz. —Es un hombre muy guapo y tú eres una mujer encantadora. Estoy segura de que no quería decir eso. —Dijo que no sería sensato tener una relación conmigo. Eleanor rio. —¿No creerás que los hombres son sensatos en sus relaciones con las mujeres? —Él lo dejó perfectamente claro —insistió Lilah—. Me dijo: «no soy un juguete, deja de jugar conmigo». —Entonces, deja de jugar. ¿Dejar de jugar? Lilah se quedó callada. ¿Qué quería decir con eso? Estaba a punto de preguntar cuando Eleanor se alejó a toda prisa. Un segundo después, del estudio salió un hombre de aspecto distinguido que la miró con una sonrisa en los labios. Página 57 de 225

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—¿Nos conocemos, jovencita? Yo soy el juez Walters —se presentó—. La novia es sobrina de mi ex mujer. —No, nos conocemos. Soy Lilah Ryan, la prima de Eleanor. Él asintió con la cabeza. —¿La mujer que aparece en ciertos carteles que hay por toda la ciudad? —No, yo solo soy la fotógrafa. —¿La que comió con este rufián de ahí el otro día en Malone’s? —el juez sonrió, señalando a Ashe. —Pues sí, comimos juntos un día —admitió ella, incrédula. —No creas una palabra de lo que dice —le sugirió el juez al oído—. Va de mujer en mujer como si el surtido no fuera a acabarse nunca y todas aguantan sus tonterías. Recuerda eso. —Sí, Señoría —le prometió Lilah, atónita—. Pero yo solo vengo a traerle la cena. Eleanor ha insistido en que lo hiciera. —Ashe, cena con esta señorita tan guapa, toma otra copa de bourbon y olvídate del caso —le aconsejó el juez Walters antes de marcharse, dejándola a solas con Ashe. Lilah lo miró, intentando averiguar qué estaba pensando, pero su expresión era indescifrable. ¿Cansado? ¿Frustrado? ¿Enfadado? Sorprendido, desde luego.

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—La ternera es estupenda —le dijo, ofreciéndole la bandeja. Por fin, él se la quitó de las manos y le hizo un gesto para que entrase en el estudio. —Ese hombre es mi jefe y me ha ordenado que cene y tome otra copa de bourbon. ¿Qué te parece? Lilah se aclaró la garganta. —Siento mucho lo de la otra noche. ¿Podríamos decir que había bebido una copita de más y dejarlo así? Ashe dejó la bandeja sobre el escritorio y se sentó para probar la ternera, haciendo un gesto de admiración. —Dijiste que no estabas borracha. —¿Cuántos de los que beben reconocen estar borrachos? —No muchos —admitió él—. Pero no creo que tú lo estuvieras. —Muy bien, no lo estaba —dijo Lilah—. Pero lo último que deseaba era volver a verte. Solo estoy aquí porque Eleanor me ha obligado a traer la bandeja. —¿Ella te ha obligado? —Me llamó cobarde. —E imagino que tú no permites que nadie te llame cobarde. Página 59 de 225

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—No. —Cierra la puerta y siéntate —la invitó Ashe, riendo. —¿Estás seguro? Nunca se sabe lo que podría decir —le advirtió Lilah. —No diré que no me asusten las posibilidades, pero aquí se está muy tranquilo y necesito un poco de paz. Lilah cerró la puerta y se sentó en la otra silla, frente al escritorio. —Puedo traerte más ternera —le dijo, al ver que comía con apetito—. O un pedazo de tarta. —No, gracias. Con esto es suficiente —Ashe se limpió los labios con la servilleta y luego se echó hacia atrás para disfrutar del bourbon. —Eleanor y el juez Walters me han dicho que has tenido un mal día, un caso difícil. Él asintió con la cabeza. —Desde luego. —¿Puedes hablar de ello? —No debo hablar de los casos que llevo, pero este ha salido en todos los periódicos porque el abogado de la chica quería publicidad. Se trata de una paciente de cáncer de quince años que ha denunciado a sus padres porque quiere tomar sus propias decisiones sobre el tratamiento que debe Página 60 de 225

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aplicársele. —Ah, sí, he leído algo —murmuró Lilah. —Los médicos dicen que no hay posibilidad de cura para ella porque el cáncer se ha extendido y la chica insiste en volver a su casa, pero sus padres no quieren que deje de luchar. —Es horrible. —Sí, lo es. —No sabía que tuvieras que lidiar con casos así. —Afortunadamente, no ocurre todos los días —Ashe tomó otro trago de bourbon. —¿Y cómo se toma una decisión en un caso así? —La ley ofrece una vaga guía, siempre en interés de la niña. —¿Y tú debes decidir qué es lo mejor para ella cuando ni sus propios padres pueden hacerlo? —Es mi obligación. —¿Y cuál va a ser tu decisión? —En realidad, yo no he tomado decisión alguna. —¿Entonces? —Mañana lo leerás en los periódicos, de modo que no importa que te lo cuente. Los padres han aceptado llevarla a su Página 61 de 225

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casa. Caso cerrado. —¿Tú has conseguido que se pusieran de acuerdo cuando nadie más podía hacerlo? —Es mi trabajo, Lilah. —¿Y por qué decidiste convencerlos para que la llevaran a casa? Ashe la miró directamente a los ojos. —Yo no he dicho que los haya convencido. —No así de claro, pero es lo que has hecho —afirmó Lilah, que estaba segura de ello. —Mira, yo no puedo hablar de los casos que llevo... —No, no, ya lo sé. Perdona. —No pasa nada. En general, uno mira y escucha —dijo Ashe—. Es lo único que un juez puede hacer. ¿A quién debes creer? A veces, solo hay que determinar quién tiene la necesaria educación y experiencia para tomar una decisión así. —Imagino que eso es lo más difícil. ¿Quién debe decidir? Le gustaría preguntarle cómo había llegado a esa decisión, pero no quería pedirle que se saltara las normas. —Me gustaría que todo el mundo supiera tomar las decisiones más acertadas en cada momento, pero a veces la gente no es capaz de hacerlo porque tienen demasiado miedo Página 62 de 225

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o están demasiado airados. Por la razón que sea, no pueden ser objetivos y necesitan que alguien lo sea por ellos, especialmente cuando todas las soluciones son malas como en este caso. O recibe otro tratamiento tóxico en el hospital que, al final, no va a servir para nada o muere tranquilamente en su casa. Lilah asintió con la cabeza. Definitivamente, no había alternativa fácil. —Lo entiendo. —Y si culparme a mí por esa decisión alivia la carga de los padres, no me importa —siguió Ashe—. Eso es lo que ella quiere y ya ha sufrido más que suficiente. De todas formas, era una carga muy pesada, pensó Lilah. Y, sin embargo, él parecía tan tranquilo, tan seguro de sí mismo. —¿Cómo sabes que has hecho lo que debías? —Nunca se sabe con total seguridad... a menos que te equivoques de medio a medio y ocurra algo desastroso. Por ejemplo, cuando retiras la tutela a los Servicios Sociales y un niño termina en el hospital. Entonces sabes que has metido la pata hasta el fondo, pero la mayoría del tiempo... uno tiene que hacer su trabajo lo mejor que pueda y esperar que todo salga bien —Ashe cerró los ojos, sacudiendo la cabeza—. Pero no ha sido fácil. Charlamos un rato y ella parecía tan normal a pesar de todo lo que ha sufrido. Lo que quería era sentirse Página 63 de 225

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guapa, normal, algo tan típico en una adolescente. —¿Se le había caído el pelo? —preguntó Lilah. Él asintió con la cabeza. —Y las pelucas no son demasiado bonitas para una adolescente. Estoy hablando más de lo que debería, pero me resultó chocante que se preocupara por algo así y, al mismo tiempo, estuviera pidiéndole permiso a un juez para dejar el tratamiento y morir en su casa. —Qué pena —murmuró Lilah—. No puedo creer que yo te haya estado tomando el pelo cuando tienes que lidiar con cosas así. Lo siento mucho. —Olvídalo, no tiene importancia. Tú eres... como un rompecabezas, pero no uno que me resulte desagradable. ¿No le resultaba desagradable? Desde luego, no era lo más amable que un hombre podía decirle a una mujer, pero era mejor que nada. —¿Por eso te has perdido la boda? La otra noche, cuando viniste, ya sabías que tendrías que lidiar con ese caso, ¿verdad? —Sí, claro. —Pues ahora me siento aún peor. —No, no. Ese día no estaba de buen humor y pensé... le había dicho a Eleanor que iba a pasar por aquí y cuando te vi en la cocina, en pijama... Página 64 de 225

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—Ella no me dijo que vendrías, te lo aseguro. —Te creo. —Y aunque fuera así, yo no tendría valor para esperar a un hombre en pijama, especialmente a uno que no tiene el menor interés en verme en pijama... —Yo no dije que no tuviera interés —la interrumpió él. —Sí lo dijiste. —No, no lo dije. Dije que no sabía si estabas tonteando conmigo o no. Sigo sin saberlo, por cierto. Lilah parpadeó mientras lo observaba echarse hacia atrás en la silla con la copa de bourbon en la mano. —Me dijiste que dejase de jugar contigo —le recordó. —Sí, es verdad. No quería hacer algo que tú no quisieras, en caso de que estuviera entendiendo mal la situación. —Y dijiste que no sería sensato tener una relación conmigo. —¿Tú crees que lo sería? —replicó Ashe, dejando su copa sobre el escritorio para levantarse. —No, probablemente no —admitió ella—. Pero es que... no pensé que fuera una opción porque... creí que no estabas interesado. —¿Recuerdas nuestra conversación de la otra noche? — Página 65 de 225

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Ashe se sentó al borde del escritorio, su cuerpo rozando el de ella. «Ahora lo sabes. ¿Satisfecha?». —Sí, bueno, se me había olvidado eso. Ashe la retó con la mirada. —¿Se te había olvidado? —No, bueno, no me pasó desapercibido —Lilah se puso colorada—. Quiero decir... creo que tampoco yo te entiendo bien. —Yo creo que sí me entiendes —dijo Ashe.

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Capítulo Cinco Ashe alargó una mano para colocarla entre sus piernas. Sus bocas estaban tan cerca... Parecía estar dándole tiempo para echarse atrás si quería hacerlo o tal vez para saborear el momento antes de que llegase. Lilah puso las manos en su torso, pero no para apartarlo, al contrario. Deslizó los dedos bajo la chaqueta de su traje y rozó la tela de la camisa. Olía tan bien... y su cuerpo era tan sólido, tan fuerte. Recordaba haber querido apoyar la cabeza en su torso y quedarse así la otra noche... Y quería hacerlo en aquel momento. Ashe enredó los dedos en su pelo, apretándola contra él con la otra mano y Lilah contuvo el aliento cuando el movimiento hizo que sus pechos rozaran el torso masculino. —No sé por dónde empezar o qué quiero saborear antes. Esa frase y el tono ronco de su voz enviaron un escalofrío por su espalda. Actuaba como un hombre que tuviera todo el tiempo del mundo, como si ella fuera su banquete personal. Página 67 de 225

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Eso era algo nuevo para Lilah, que se agarró a sus hombros hasta que, por fin, Ashe la besó, enloqueciéndola con su boca, pasando la punta de la lengua por sus labios. Intentaba ser paciente y dejarlo hacer lo que quisiera porque era maravilloso, pero tenía que hacer un esfuerzo para contenerse. Ashe besó su oreja, su cuello, su clavícula, siempre muy despacio, deliberadamente. ¿Dónde encontraba la paciencia?, se preguntó. Si no fuera por la indiscutible reacción de su cuerpo, apretado íntimamente contra el de ella, podría pensar que estaba absolutamente calmado. Pero no lo estaba. La deseaba, así de sencillo. Lilah empujó las caderas hacia él en ese momento, haciéndole saber que también ella lo deseaba, gimiendo de deseo... Ashe inclinó la cabeza para besar su escote y Lilah sujetó su cabeza con las dos manos, suspirando cuando envolvió un pezón con los labios por encima de la camiseta. Sentir la humedad de su lengua y el roce de sus dientes fue como un relámpago que la dejó ardiendo de deseo. Pero, aun así, Ashe no se apresuró. Seguía besándola con irritante lentitud mientras todas sus terminaciones nerviosas gritaban de deseo... Cuando por fin levantó la cabeza, sus ojos se habían oscurecido. Página 68 de 225

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—Quiero tumbarte en este escritorio, desnudarte y saborear cada centímetro de tu piel —dijo con voz ronca—. ¿Esa puerta tiene llave? Lilah parpadeó. ¿Tenía que pensar cuando acababa de decir lo que quería hacerle? —No... no lo sé. —Necesitamos una puerta cerrada —Ashe la sentó sobre el escritorio y se apartó un momento para acercarse a la puerta—. Ah, menos mal que tiene cerrojo —murmuró, antes de volver a su lado—. Pareces nerviosa. —Un poco —le confesó Lilah. —¿Y asustada? ¿Es eso? —Un poco de las dos cosas... imagino. —Pararé si quieres —le prometió él—. Solo necesito un poco más. Solo un poco más. Lilah asintió con la cabeza. Nerviosa o no, asustada o no, también ella quería más. Ashe volvió a besarla, seriamente esta vez, como si de verdad quisiera comérsela. Y ella le devolvió el beso, enredando los brazos en su cuello y las piernas en su cintura. Ashe dejó escapar un murmullo de satisfacción mientras inclinaba la cabeza para besar sus pechos, tirando de la camiseta hacia arriba para hacerse dueño de ellos con la boca, Página 69 de 225

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chupando con fuerza. Era absolutamente delicioso, pensó Lilah. Estaba devorándola... De modo que eso era lo que significaba. Por fin, ella misma se quitó la camiseta y el sujetador, disfrutando al ver el brillo de deseo en sus ojos. Se echó hacia atrás en el escritorio y Ashe la siguió. Le gustaba tanto que se preguntó si podrían parar antes de que fuese demasiado tarde. Su cabeza rozó algo en ese momento... Una copa, que oyó rodar por el escritorio de pulida madera. Tanto Ashe como ella intentaron sujetarla a la vez, pero uno de los dos golpeó la bandeja, que cayó al suelo con un estruendo de platos y cristales rotos. Lilah se sentó sobre el escritorio, mirando alrededor para buscar su camiseta. Ashe estaba a su lado, respirando agitadamente. —Lo siento —se disculpó. —No, he sido yo. ¿Crees que alguien habrá...? Antes de que terminase la frase, oyó que se abría la puerta. ¿Cómo podía abrirse? ¿No la había cerrado Ashe con cerrojo?

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—¿Ocurre algo...? Ah, perdón. Era la voz de Eleanor y Lilah cerró los ojos, apoyándose en el torso de Ashe para que no la viera. Pero enseguida escuchó pasos... y risitas. —Vaya, espero que nadie se haya hecho daño —dijo Eleanor. —Estamos bien —respondió Ashe, con tono seco. —Me temo que el cerrojo de esa puerta nunca ha funcionado. —¿Cuánta gente hay en el pasillo? —murmuró él, colocándose de tal forma que no pudiesen ver a Lilah. —No lo sé —susurró ella, escondiendo la cara en su torso. —¿Podría alguien cerrar la puerta, por favor? —preguntó Ashe, con el tono de un hombre acostumbrado a dar órdenes y a que estas fueran obedecidas. —Sí, sí, claro —oyó que murmuraba Eleanor—. Lo siento mucho. Lilah esperó, apretada contra él hasta que se cerró la puerta. Luego se quedó allí, entre sus brazos, disfrutando del calor de su cuerpo y de la seguridad que le daba. No quería moverse. Ashe dejó escapar un gemido, pasando una mano por su espalda distraídamente. Página 71 de 225

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—Lo siento —murmuró— no deberíamos haberlo hecho en esta casa, con tanta gente. —Sí, estoy de acuerdo. —Había olvidado la bandeja. —Yo también. Podrías... ¿sabes dónde está mi camiseta? —Sí, aquí está —Ashe se inclinó para tomarla del suelo—. Espera, creo que esto también es tuyo —dijo luego, dándole el sujetador, una cosita diminuta que Lilah se puso a toda prisa. —¿Por qué me miras así? —Me había preguntado si llevabas sujetador —admitió él—. Es tan pequeño... —La verdad es que nunca he pensado que lo necesitara demasiado —bromeó ella. —Algunos parecen pesados e incómodos. ¿Tan difícil es contener esas... cosas? No van a escaparse ni nada parecido. —Los míos nunca lo han intentado, desde luego —dijo Lilah. Riendo, Ashe dejó de admirar sus pechos para mirarla a los ojos. —Bueno, esta es una situación muy incómoda. ¿Cuánta gente nos ha visto? —No estoy segura. Eleanor desde luego... y he escuchado Página 72 de 225

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otra voz. —Uno de los camareros, creo. —¿Quién más? —No lo sé, no he mirado. —¿Tu jefe? —No, lo dudo mucho. No camina muy aprisa con su bastón. —Pero en la boda había mucha gente de los Juzgados. Lilah lo sabía porque el novio era ayudante del fiscal del distrito y la novia ayudante del alcalde, emparentada además por matrimonio con el jefe de Ashe. —Sí, es verdad. Esta es una ciudad pequeña y nos conocemos todos. —Y todos los que trabajan en los Juzgados se habrán enterado mañana, ¿verdad? —Antes de mañana, me temo. Los cotilleos corren como la pólvora —admitió él, torciendo el gesto. —Me siento fatal. —No es culpa tuya. He sido yo quien te ha quitado la camiseta. Lilah sintió un escalofrío y Ashe murmuró una palabrota. —No se me ocurrió comprobar si el cerrojo funcionaba. Página 73 de 225

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Menos mal que nos han pillado tan pronto. Si no... —Sí, es verdad —asintió ella. Ashe había dicho que no sería sensato y tenía toda la razón, aunque ninguno de los dos hubiese podido imaginar que iba a ocurrir aquello. —Lo siento mucho, de verdad. —Yo también. —Voy a quedarme aquí hasta que se marchen. Ashe asintió con la cabeza. —Y yo debería irme. Me arriesgaré a salir y espero que no me vea nadie hasta que llegue al coche. —Sí, claro —murmuró Lilah. —Gracias por escucharme, me ha ayudado mucho. Pero debo pedirte que no se lo cuentes a nadie. —No, claro que no. Ashe esbozó una sonrisa. —Buenas noches, Lilah. —Buenas noches.

Eleanor sonreía de oreja a oreja al día siguiente mientras almorzaba con sus amigas en el patio, comentando la noticia Página 74 de 225

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sobre Ashford y Lilah. Estaban disfrutando de su éxito cuando Wyatt apareció, pidiendo que le dieran de comer porque su mujer estaba fuera de la ciudad promocionando su libro sobre la independencia económica de las mujeres. —Bueno, señoras, ¿cómo va el gran plan? —preguntó, sentándose en una silla. —¿No te has enterado de lo que pasó anoche? —exclamó Kathleen. Él negó con la cabeza. —Me fui del banquete temprano para ver un partido de fútbol en televisión. ¿Qué ha pasado? —Eleanor tuvo una idea buenísima. —Seguro que sí —asintió Wyatt, siempre encantador. —No hay mejor casamentera —dijo Gladdy. —¿Estáis consiguiendo que haya algo entre Ashe y Lilah? No me lo creo. —Nunca has apreciado lo que hacemos y no entiendo por qué. Tú no habrías conocido a Jane de no ser por nosotras y sé que eres muy feliz, así que muestra algo de respeto, jovencito —lo reprendió Kathleen. —Lo siento, llevo sin mi mujer demasiado tiempo y no estoy de buen humor —se disculpó Wyatt—. Cuando vuelva Página 75 de 225

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seré agradable con todo el mundo. Pero, por favor, contadme qué ha pasado con Ashe y Lilah. Las tres soltaron una risita. —Es muy divertido —dijo Eleanor. —No puede serlo tanto —se burló él—. Ashe se ha reformado completamente desde que ocupó el cargo de juez y ya no es divertido. —Eleanor consiguió reunirlos anoche en el estudio, cuando los invitados empezaban a irse del banquete —le contó Gladdy. —Por lo visto, Lilah y tu amigo lo pasaron muy bien — añadió Kathleen. —¿Cómo sabéis que pasó algo? —Porque el cerrojo del estudio está estropeado — respondió Eleanor. —¡No puede ser! —Y no pienso arreglarlo. Me vendrá muy bien para el futuro. —¿Has visto a Lilah? —le preguntó Kathleen. —No, está escondida. Pero tendrá que salir de su habitación tarde o temprano. Wyatt las miraba con una mezcla de asombro y Página 76 de 225

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admiración. —Pensé que Ashe solo hacía esto porque yo le supliqué que lo hiciera. —La verdad es que no sé si ha aceptado oficiar la ceremonia de divorcio o no. Lilah aún no ha llegado a ese punto de sus clases. —Señoras, debo mostrarles mi admiración —dijo Wyatt entonces. —Ya te lo he dicho. Nunca has admitido lo bien que se nos da esto —respondió Kathleen, sonriendo de oreja a oreja.

El lunes por la mañana, el juez Walters llamó a Ashe a su despacho. —¿En la boda de la sobrina de mi ex mujer? —exclamó—. ¿Tenías que hacerlo allí precisamente? En realidad, había sido en el banquete, pero Ashe no pensaba discutir. Él conocía bien al juez Walters y sabía que lo mejor cuando te llamaba a capítulo era ponerse firme. —Lo siento mucho. —Menos mal que Dana y mi hija tuvieron el sentido común de no casarse contigo. Sigo sin creer que esa chica... ¿cómo se llamaba? Página 77 de 225

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—Regina Bower —respondió Ashe. —Sí, ella. No puedo creer que se casara contigo. Aunque le concederé el beneficio de la duda ya que erais muy jóvenes cuando os casasteis. —Sí, Señoría. Él solo tenía veintiún años y estaba cegado por la belleza de Regina, por su habilidad en la cama, su respetable familia y la carga de trabajo de un estudiante de Derecho de primer año. —¿Sabes una cosa? Nunca me has gustado —le espetó el juez Walters. —Lo sé muy bien, Señoría. —Pero nunca pensé que fueras tonto. ¿De verdad tengo que recordarte que dependes de los votantes para conservar tu cargo? —No, Señoría. —Y si alguien ha hecho fotos... no quiero ni pensarlo. Si alguien lo hubiese grabado en vídeo podrías despedirte de tu carrera. ¡Los jueces no mantienen relaciones sexuales en público! —Sí, Señoría, ya lo sé. Ashe estaba seguro de que no había fotos o vídeos. Y aunque los hubiera, lo único que podrían mostrar sería su Página 78 de 225

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espalda y un poco de la falda de Lilah. No, su camiseta azul estaba en el suelo y tal vez alguien podría haber visto el sujetador, tan sexy y tan pequeño que apenas ocultaba sus pechos... Ashe tuvo que tragar saliva. No era el momento de pensar en eso. —Y yo que estaba empezando a pensar que valías para la judicatura —el juez Walters dejó escapar un suspiro—. Esa mujer es un problema y tú deberías haberte dado cuenta. —Sí, Señoría. Ashe había sabido que Lilah era un problema desde que la conoció. ¿Qué demonios le estaba pasando? No podía entenderlo. —Muy bien, puedes irte. Y no me des razones para volver a llamarte —le advirtió el juez Walters. Ashe salió del despacho y, mientras iba hacia el suyo, podía notar las miraditas de sus colegas y compañeros, que tenían que disimular la risa. Alguien había colocado uno de los carteles de Lilah en la puerta de su sala y Ashe lo arrancó e hizo una bola con él. Su secretaria, la señora Davis, una mujer de cincuenta años y aspecto de maestra, estaba hablando por teléfono y, al verlo, de inmediato interrumpió la comunicación. Página 79 de 225

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—Buenos días, Señoría. Su amigo el señor Gray está esperando en el despacho. Perfecto, pensó Ashe, mientras abría la puerta. Wyatt estaba cómodamente sentado en un sillón, sonriendo de oreja a oreja. —Bueno, cuéntame: ¿entonces estabais desnudos? —¡No! Yo estaba vestido, te lo aseguro. —¿Entonces ella estaba desnuda? —No —respondió Ashe—. Llevaba puesta gran parte de la ropa. —¿De verdad? Porque Eleanor parecía muy contenta con lo que pasó ayer en el estudio. —Esa mujer está tramando algo... —Ya te dije que eran muy excéntricas. —¿Y la tía de Jane, Gladdy? —Tía abuela. —¿No te has preguntado si sufre principios de Alzheimer? Porque esas personas tienden a perder las inhibiciones... —¿Inhibiciones? Yo no creo que las haya tenido nunca. Según Jane, Kathleen y ella han vivido la vida a tope —dijo Wyatt—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Ha tonteado contigo? —Sí —respondió Ashe, recordando cómo miraba sus Página 80 de 225

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bíceps. —Suele hacerlo. Le gustan los hombres y a Kathleen también. Jane y yo pensamos que iban a acabar a tortas por mi tío, antes de que muriese. Pero estás intentando cambiar de tema. La cuestión es qué pasó en el estudio —Wyatt soltó una carcajada—. ¿Cómo se te ocurre, hombre? —No tengo ni idea —admitió Ashe. —Pensé que ni siquiera te gustaba Lilah. —No me gusta. Bueno, al principio no estaba seguro de que me gustase. —Desnuda contigo en Malone’s, desnuda en el cartel... —No estaba desnuda en Malone’s y no es ella la que aparece desnuda en el cartel. Solo es la fotógrafa. —Y ahora desnuda en el estudio de la finca Barrington — siguió Wyatt, como si no lo hubiese oído—. El sueño de todos los hombres. —El mío, no. —Por favor, que tú no eres un santo. Te gusta una mujer desnuda tanto como a cualquiera. —Sí, pero en privado. La desnudez pública va contra la ley. Además, eres tú quien me ha metido en este aprieto. —Pero yo no te pedí que te encerrases en el estudio con Lilah. Página 81 de 225

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—Y no sé cómo ocurrió. —Me siento orgulloso de ti. No te has vuelto tan aburrido como yo pensaba desde que ocupas el cargo. —No me estás ayudando nada. Su amigo soltó una carcajada. —Pero si es que me lo pones muy fácil. —¿Sabes una cosa? Podría llamar al alguacil para que te metiera en una celda ahora mismo. Wyatt esbozó una sonrisa. —¿Y el cerrojo de la celda funciona?

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C a p ít u lo S e is Era bochornoso e infantil, pero Lilah se escondió como una cobarde durante el sábado y el domingo, incapaz de enfrentarse con Eleanor y sus amigas, y el lunes salió de la casa sin que nadie la viera para hacer unos recados en la ciudad. Se le había ocurrido una idea para ayudar a la adolescente con cáncer de la que Ashe le había hablado, Wendy Marx. Tal vez no serviría de mucho, pero ella era una buena fotógrafa y podría hacerle unas fotos en las que saliera guapísima. Tal vez eso la haría feliz. También tenía que ir a los Juzgados a pedir una licencia para su negocio, pero lo dejó para el final. Cobarde, se llamó a sí misma. Aunque esa era la palabra que había usado para entrar en el estudio a llevarle la bandeja a Ashe y el asunto había acabado fatal. Podría entrar en los Juzgados, conseguir la licencia y marcharse a toda prisa. Debía haber montones de despachos en el Juzgado y no tenía por qué encontrarse con Ashe. Un empleado la envió a la segunda planta, después de explicarle que los despachos de los jueces estaban en la tercera, y Lilah se acercó a uno de los ascensores, pensando Página 83 de 225

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que estaba a salvo. Pero entonces se abrieron las puertas... y allí estaba Ashe, que se quedó inmóvil al verla. La gente empezó a entrar y salir del ascensor y como él seguía parado, Lilah decidió dar un paso adelante. —¿Qué haces aquí? —le preguntó en voz baja. —He venido a pedir una licencia para mi negocio — respondió ella. Se habían colocado en la parte trasera del ascensor y Lilah notó que varias personas los miraban. Incluso uno tenía que contener la risa. Ashe hizo una mueca de disgusto. —Lo siento, pensé que no tendría que verte —dijo Lilah—. Aunque me preguntaba si te lo habrían hecho pasar mal. La mujer que estaba a su lado se inclinó para decirle algo al oído a su acompañante. De modo que lo sabían... Y estaban pasándolo en grande, por lo visto. El ascensor se detuvo en la segunda planta y Lilah intentó salir, pero Ashe la tomó del brazo, reteniéndola hasta que las puertas volvieron a cerrarse. Cuando llegaron a la tercera planta, la llevó por un pasillo hasta una puerta cerrada en la que había un cartelito con su nombre. —El cerrojo de esta puerta funciona y estoy intentando Página 84 de 225

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saber si debo echarlo o no. Lilah sospechaba que no solía dudar sobre algo tan simple como cerrar una puerta o dejarla abierta. —Puedo irme si quieres. No sabía que fuéramos a encontrarnos. Ashe dejó la puerta abierta, no del todo, pero sí de forma que nadie que pasara por el pasillo pudiera verlos, y le hizo un gesto para que se sentara frente al escritorio. —No sé qué decir. Y tampoco sé qué hacer. —A mí me pasa lo mismo. Aunque no sé muy bien de qué estamos hablando. No sé si quieres que me vaya sin que me vea nadie o si estás hablando de volver a vernos... —Las dos cosas. Las dos cosas. Muy bien. —Ayudaría mucho que no hubiera un escritorio entre nosotros —siguió él—. Aunque después de lo de la otra noche, casi es mejor. —Ya, claro. Lilah había soñado con lo que ocurrió en el estudio y solo escuchar esas palabras la excitaba. —Pensar en eso es un problema. Que tú estás aquí ahora es un problema.

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—¿Yo soy un problema para ti? ¿Eso es lo que quieres decir? —replicó Lilah, molesta. —Estaba seguro de ello desde el día que te conocí. —Pues no te preocupes, no tengo por qué ser un problema... —No, no quería decir eso. El problema es que yo piense en ti, que desee tenerte sobre una superficie horizontal, ese es el problema. —Ah, ya. También yo he estado pensando en eso. —Lilah, por favor... —¿Por favor qué? —No me estás ayudando nada —se quejó él—. Ayúdame a entender esto. No puedo pensar cuando estoy contigo. —Yo no quiero causarte problemas —dijo Lilah—. Pero me gusta saber que no eres capaz de pensar cuando estás conmigo. Ashe murmuró una palabrota antes de inclinarse para besarla en los labios, su boca dura, insistente e incluso un poco impaciente, algo que la emocionó después de la exasperante paciencia que había mostrado la otra noche en el estudio. Cuando se apartó, los dos respiraban con dificultad. —¿De verdad eres tan sensato? —le preguntó Lilah.

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—Lo he sido durante años. Y juicioso. —¿Por qué? —Porque no lo fui cuando era joven. Provengo de una familia que no era ni sensata ni juiciosa. Mi padre era un estafador que robó a mucha gente en esta ciudad y acabó en la cárcel cuando yo tenía diez años. Mi madre empezó a beber entonces y nunca dejó de hacerlo, de modo que ser alguien a quien la gente respeta es importante para mí. Lilah lo entendía y lo admiraba. También ella había sido infeliz con su vida y estaba intentando darle la vuelta. —Deberíamos hablar, pero no aquí. —En mi casa —dijo él—. Yo vivo solo y es un sitio privado... demasiado privado tal vez. No, quizá sería mejor que no estuviéramos solos. ¿Qué vas a hacer esta noche? —Esta noche tengo clase, pero terminaré alrededor de las ocho y media. —¿Otra vez con tus clases? —No digas que no piensas ayudarme. Faltan semanas para esa última clase, no me digas que no. —Muy bien, por el momento no diré que no. Te llamaré para decirte dónde podemos vernos esta noche. Lilah se quedó mirándolo sin decir nada. También él la desconcertaba y la excitaba a la vez. Quizá porque era el Página 87 de 225

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primer hombre que le gustaba desde que su matrimonio se rompió. No lo sabía y no confiaba en sí misma en ese momento, de modo que sería bueno tener un tiempo para pensar. —Debería irme —le dijo. Él asintió con la cabeza, pero no se movió, mirándola con expresión ardiente... hasta que volvió a besarla como si no pudiera evitarlo. Y fue tan maravilloso como el sábado por la noche. Una parte de ella querría tirarlo sobre el escritorio mientras otra parte, la más sensata, sabía que debería marcharse. Pero su parte insensata ganó la partida y empezó a acercarse al escritorio... —No te atrevas —dijo él. —¿Por qué no? —Tú sabes muy bien por qué no. Y no dejes que vuelva a quitarte la ropa —dijo Ashe, acariciando sus pechos. —Muy bien, no lo haré —le prometió ella. —¿Llevas el sujetador diminuto que llevabas la otra noche? —Uno igual, pero de color melocotón. Ashe dejó escapar un gemido mientras se inclinaba para besar su cuello y Lilah enredó los dedos en su pelo. En su imaginación, podía verse a sí misma tumbada sobre el escritorio, con Ashe explorándola a placer... Página 88 de 225

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Pero eso no iba a pasar. Ni allí ni en aquel momento. No quería causarle problemas porque si lo hacía tal vez jamás volverían a estar tan cerca y a ella le gustaba estar cerca, de modo que le devolvió el beso, apretándose contra su torso hasta que Ashe se apartó. —Para ya. —¿Tengo que hacerlo? —Sí, tienes que hacerlo. Pero él seguía besándola. —Tal vez podría volver cuando todo el mundo se haya ido. Tu escritorio es tan grande y está tan limpio. Nunca me han devorado sobre un escritorio... Ashe se apartó entonces, respirando con dificultad. —¿Me he pasado? —sugirió Lilah. —No puedes hacerme pensar en esas cosas. Tengo que trabajar aquí, este es mi escritorio. Ya es suficientemente difícil y... Ashe inclinó a un lado la cabeza, como aguzando el oído. Lilah oyó voces femeninas en la oficina anexa y cuando él la miró podía imaginar lo que veía. En aquella ocasión estaba vestida, pero sus labios estaban hinchados, húmedos de sus besos. Y no podía respirar bien, casi como si aún pudiera sentir la Página 89 de 225

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mano de Ashe sobre sus pechos, los pezones marcándose bajo la tela de la camiseta. Él señaló una puerta lateral y se llevó un dedo a los labios, pidiéndole silencio mientras la llevaba hacia otra sala. Lilah rio sin poder evitarlo. —Pensé que ibas a esconderme en un armario. Él rio también, tomándola por la cintura, pero entonces se dieron cuenta de que alguien más se estaba riendo. Había una mujer y un hombre en la sala vacía, mirando unos archivos sobre la mesa, y la mujer le resultaba vagamente familiar. Ashe se apartó, haciendo una mueca. —Señoría —dijo la mujer, con tono deferente y travieso al mismo tiempo—. Mi cliente y yo estábamos buscando un sitio tranquilo para hablar antes de la vista de esta tarde y todas las salas de reunión estaban ocupadas. No sabía que fuera a usar esta... —No vamos a usarla —la interrumpió Ashe. —Podemos marcharnos —se ofreció ella, levantándose. —No, quedaos. Solo pasábamos por aquí. —Tú estabas en la boda, ¿no? —le preguntó Lilah—. En la finca Barrington. La mujer asintió, ofreciéndole su mano. Página 90 de 225

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—Soy Allison Walters. La novia es una amiga y el magistrado administrativo es mi tío abuelo. —Allie, te presento a Lilah Ryan, una prima de Eleanor Barrington Holmes —dijo Ashe, muy serio. Allison Walters estrechó la mano de Lilah con una sonrisa en los labios. —Es una finca preciosa. Me alegro mucho de que Dana la eligiese para la boda. Y todo salió perfecto, además. Bueno, salvo una cosa, me han contado. —¿Ah, sí? —Vamos, Lilah —dijo Ashe, poniendo una mano en su cintura para sacarla de allí. —Pero si la novia no quedó contenta, seguro que Eleanor querría saberlo... —No, no es eso. Es el cerrojo del estudio —la interrumpió Ashe—. Eso es de lo que Allie estaba hablando. —Ah, eso. Y tu tío es... —Mi jefe. Ya te dije que aquí los rumores corren como la pólvora. —Y yo he empeorado la situación, ¿verdad? —Creo que lo hemos hecho los dos —respondió él, llevándola hacia el ascensor.

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—Bueno, entonces me voy. Lo siento —se disculpó Lilah mientras se abrían las puertas, pensando en lo serio que parecía, lo respetable. Aunque ella era capaz de hacer que aquel hombre tan serio y respetable perdiese la cabeza... —Te llamaré esta noche —dijo Ashe. Y entonces, justo cuando las puertas del ascensor se cerraban, Lilah vio que tenía una mancha de carmín en los labios, pero era demasiado tarde para advertirle...

Quince minutos después, mientras entraba en la cafetería a comprar un bocadillo, Ashe escuchó risitas y comentarios en voz baja. Wyatt prácticamente se rio en su cara y luego lo llevó al lavabo de caballeros para que se mirase al espejo. Tenía carmín en los labios y en la mejilla, un tono rosado tan parecido al de los labios de Lilah que no había pensado que los llevase pintados. Y tampoco se le había ocurrido que pudiese haberle dejado una marca. —Al menos esta vez teníais la ropa puesta —se burló Wyatt—. O eso he oído. Ashe se limpió las marcas de carmín y fulminó a su amigo con la mirada. —Y en tu sala, además. Eso es mucho más atrevido de lo Página 92 de 225

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que hubiera imaginado... —No estábamos haciendo nada en la sala salvo pasar por ella. —Ah, entonces ha sido en tu despacho, ¿no? De todas formas... —No hemos hecho nada en mi despacho —lo interrumpió Ashe, justo cuando uno de los ujieres entraba en el lavabo. Perfecto —murmuró, exasperado—. Esa mujer es un desastre para mí. Cada vez que la veo ocurre algo que no debería ocurrir. Wyatt rio de nuevo. —Pues entonces deja de verla. —Sí, claro, como si pudiera hacer eso. —Tú quieres verla —dijo Wyatt entonces, poniendo cara de sorpresa—. ¿Qué te parece? —Lilah es... —Ashe se aclaró la garganta intentando encontrar un calificativo para ella: enloquecedora, desconcertante y tan sexy. —Has perdido la cabeza por esa mujer. ¡No me lo creo! —Yo no he perdido la cabeza por nadie. Lo que pasa es que hace mucho tiempo que no salgo con nadie. Cynthia se marchó de la ciudad hace seis meses y yo he estado tan ocupado que no he tenido tiempo de salir y conocer gente nueva, eso es Página 93 de 225

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todo —se defendió Ashe. —Ya, claro, muy ocupado. Seguro que es eso —replicó Wyatt, burlón—. Pues deberías hacer algo al respecto. —Y lo haré. Llevaría a Lilah a su casa, tras una puerta bien cerrada, y luego la llevaría a su cama o a cualquier superficie horizontal y le haría el amor hasta que se cansase. Eso era lo que iba a hacer. Ningún problema.

Lilah iba temblando después de su encuentro con Ashe. Estaba nerviosa, pero también excitada y emocionada, incapaz de dejar de pensar que esa noche iba a ver a Ashe. No sabía qué esperar, aunque estaba casi segura de que quería hacer el amor y ella lo deseaba también. Mucho, además. Pero acababa de divorciarse y ella nunca había sido la clase de persona que se iba a la cama con cualquier hombre. Claro que Ashe no era cualquier hombre. Y tal vez acostarse con él podría ser bueno para una mujer que no se había sentido deseable en mucho tiempo. Ella merecía sentirse así, ¿no? Ashe era un hombre tan sexy... y le encantaba hacerle Página 94 de 225

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perder el control. ¿Cuántas mujeres lo habrían conseguido? Quería creer que pocas, sobre todo porque parecía un hombre tan controlado, tan sensato. Ashe la hacía desear cosas que no había deseado nunca: ser libre y disfrutar de cada momento que tuviera con él. Pero se había ido de los Juzgados sin pedir la licencia para su negocio y estaba dando vueltas por la ciudad, sin saber qué hacer. Pasó frente a una pastelería y se paró para comprar un par de cruasanes. Pasó luego frente al restaurante en el que había comido con Ashe, frente al banco en el que había abierto una cuenta corriente cuando llegó a la ciudad... frente a una lencería. Lilah se detuvo, preguntándose si habría alguien en la calle que la conociera o conociese a Ashe. Tenían tan mala suerte. Cada vez que estaban juntos, alguien los pillaba. Pero estaría bien ponerse algo bonito y sexy esa noche, decidió, antes de entrar en la tienda. Encontró conjuntos de ropa interior de todos los colores y de todos los materiales, seda, encaje, satén. No sabía por dónde empezar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que compró un conjunto de ropa interior para complacer a un hombre. ¿Qué le gustaría a Ashe? Página 95 de 225

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Por fin, se decidió por un body de color carne con dos tirantitos y un adorno de encaje en el escote. Era casi completamente transparente y tuvo que tragar saliva al imaginar el brillo de deseo en los ojos de Ashe cuando la viera. En realidad, no sabía si tendría valor para ponérselo. —¿Es un bañador o un body? —le preguntó a la mujer que estaba tras el mostrador. —Es lo que usted quiera que sea —respondió ella, con una sonrisa en los labios, antes de presentarse como Sybil Gardner, la propietaria de la tienda. —Ah, muy bien. Lilah no sabía qué quería que fuera, pero lo compró. —Creo que es usted la mujer que hizo esos carteles que están por toda la ciudad, ¿no? —Sí, soy yo —asintió Lilah, sorprendida. —Entonces deberíamos hablar. Esas mujeres que están empezando a vivir de nuevo necesitan sentirse bellas y nada hace a una mujer sentirse más bella que un conjunto sexy de ropa interior. Nada salvo un hombre que la admire y quiera quitárselo, claro. —Tiene razón. —Debería traer a mi tienda a las mujeres que van a sus clases. Página 96 de 225

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Eleanor lanzó un grito de entusiasmo cuando vio a Lilah entrando en la casa con una bolsa negra y blanca con la «S» de la famosa lencería. —¡Lilah ha ido a Sybil’s! —exclamó, saliendo al patio para darle la noticia a Kathleen y Gladdy. —¿Cuándo? —preguntó Kathleen. —Acaba de entrar con una bolsa de la tienda en la mano. —Ah, qué bien. Temía que después de ese horrible ex marido suyo no quisiera saber nada de los hombres. Pero, evidentemente, el juez Ashford es demasiado irresistible. —Yo no me resistiría, desde luego —comentó Gladdy. —Yo tampoco —afirmó Kathleen—. Y esto va de maravilla. Somos geniales, señoras, sencillamente geniales.

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Capítulo Siete Ashe estaba hecho un lío, pero consiguió soportar el resto del día sin más incidentes. Se quedó hasta tarde en el despacho, aprovechando para revisar informes y pensando en las razones por las que no debería llevar a Lilah a su casa. Una, que normalmente no llevaba mujeres allí. Dos, y más importante, que era un sitio privado, demasiado privado. Nadie podría entrar y si alguien lo intentaba tenía un buen sistema de alarma que avisaba de la presencia de intrusos porque, siendo juez, debía andarse con cuidado. Tres, que allí había un enorme y sólido escritorio de roble frente al que siempre había sido capaz de concertarse y no quería ni imaginar a Lilah sobre él. No, no podía llevarla a su casa, se dijo. Necesitaba un sitio tranquilo, pero no uno donde sintiera la tentación de arrancarle la ropa en cuanto la viese. Un restaurante sería la mejor idea, pensó. Un sitio discreto, a las afueras de la ciudad, donde nadie pudiese conocerlo. ¿Pero cómo iba él a conocer un sitio así si no había ido nunca? Llegó a la finca Barrington veinte minutos antes de la hora Página 98 de 225

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prevista y encontró a Lilah en el patio, con otras diez mujeres. Aparentemente, estaban haciendo algún tipo de proyecto artístico porque tenían cuadernos de dibujo, ceras y acuarelas. Estaba a punto de alejarse discretamente cuando ella lo vio y le pidió que se quedara porque estaban a punto de terminar. Ashe terminó dándoles una rápida clase sobre las leyes del divorcio en Maryland y respondiendo a varias preguntas antes de que todas se marchasen. —Gracias —dijo Lilah. —De nada. —¿Podría pedirte otro favor? —Lo que tú quieras —respondió él. —¿Recuerdas que te conté que a veces en mis clases había mujeres maltratadas? Bueno, pues tengo una... —No me digas su nombre, no quiero saberlo. Puede que algún día termine en mi sala. —Muy bien. —Y de verdad me gustaría que no te metieras en esto, Lilah. Ya te he dicho que son situaciones muy complicadas. —Ashe, por favor, dame el nombre de un policía, alguien que tenga experiencia en casos de violencia doméstica. —Dan Brewer —dijo él por fin—. No tengo su número de teléfono, pero llamaré al departamento para que me lo den. Página 99 de 225

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—Gracias. —Prométeme que tendrás cuidado. —Lo haré, te lo prometo —Lilah sonrió—. Me sorprende verte aquí, pensé que ibas a llamarme para quedar en algún sitio. —Y eso pensaba hacer —dijo él, sorprendido por su propia impaciencia. No había sido capaz de esperar y eso lo asustaba—. Pero luego he pensado que podría venir a buscarte. Aunque sobre todo había pensado en besarla y lo antes posible. Tenía un aspecto tan alegre con esa falda de color rojo y negro que llegaba hasta el suelo y que dejaba al descubierto sus pies descalzos, con las uñas pintadas de rojo. —Quiero morderte —le dijo, casi sin saber que lo estaba diciendo. Ella sonrió de oreja a oreja. —No, aquí no. Pero no quiero que esperes demasiado. Lilah lo llevó de la mano por un pasillo que terminaba en una habitación. —Era el cuarto de la criada —le explicó—. Eleanor me dijo que podía dormir en una de las habitaciones de arriba, pero sé que las necesita para los invitados. Además, esta es la habitación más privada de la casa y el cerrojo funciona. Lo Página 100 de 225

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comprobé después del fiasco del estudio. Ya sabes, por si acaso. ¿Por si acaso quería hacerle el amor en la casa? Muy mala idea, muy mala idea. Él solo quería besarla, nada más. ¿Podría hacer eso y solo eso? Lo intentó, empujándola suavemente contra la pared y tomándose unos segundos para mirarla a los ojos antes de inclinar la cabeza. —Has cambiado de opinión. Dijiste que deberíamos hablar, solo hablar. —Sí, he cambiado de opinión. ¿Te parece mal? Lilah negó con la cabeza. —No. —Voy a besarte, nada más. Luego iremos a algún sitio a hablar. —Muy bien —asintió ella. Pero podría haber sugerido que se tirase por un barranco y seguramente también le habría dicho que sí. —Eres una mujer peligrosa. Ella se pasó la punta de la lengua por los labios y Ashe decidió que no podía esperar más. Página 101 de 225

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La besó como un loco; besos húmedos y apasionados. Quería tocarla, acariciarla por todas partes, la quería desnuda. La pared podría servir por el momento, decidió. Si enredaba las piernas en su cintura y se agarraba a él, no tendría que desnudarla siquiera... Pero eso no podía ser. Ashe dio un paso atrás, intentando llevar aire a sus pulmones, y ella sonrió, con una invitación en los ojos. —No deberíamos hacer nada aquí —le dijo, intentando mantener un poco de cordura. —Lo sé. —Y ayudaría mucho que no parecieses tan dispuesta. —¿Quieres que finja que no te deseo? —Ayudaría —repitió él. Lilah respiró profundamente. —No sé si puedo hacerlo. Tal vez deberías dejar de mirarme. —No sé si puedo hacerlo. —Entonces, creo que tenemos un problema —dijo ella, sin dejar de sonreír. Evidentemente, le gustaba verlo en esa situación. —Deberíamos irnos ahora mismo. Mi casa está a diez Página 102 de 225

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minutos de aquí y yo te llevaré en cinco. Es una ciudad pequeña y los policías no multan a los jueces. —Muy bien —asintió Lilah—. Espera, tengo algo para ti — le dijo, acercándose a la cama para tomar una bolsa blanca y negra. —¿Has ido a Sybil’s? —¿Conoces la tienda? Ashe asintió con la cabeza. Todos los hombres de la ciudad reconocían la bolsa blanca y negra con una enorme «S», sobre todo los afortunados que tenían una mujer para la que comprar conjuntos allí en Navidad, Año Nuevo, en los cumpleaños... ¿Afortunados? ¿Por qué había pensado eso? —Te gustará. No sé muy bien lo que es, pero es precioso. Él intentó apartar la mirada, pero no pudo. «Póntelo», pensó. «Ponte eso y nada más y luego quédate frente a la pared». Podrían hacerlo en aquel mismo instante. Terminaría en unos segundos, pero no importaba porque podrían volver a hacerlo más despacio la segunda vez. Ashe metió la mano en la bolsa y sacó una prenda de color carne casi transparente. —¿Qué te parece? —le preguntó ella, mirándolo con una Página 103 de 225

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expresión de pura inocencia o pura lascivia, no estaba seguro. —Por favor, guarda eso —dijo él. —¿No te gusta? —Sí me gusta, me gusta mucho. Pero no querrás hacer nada aquí ahora mismo, con tres señoras chismosas que podrían estar escuchando en la cocina. —No —respondió ella. —Entonces, guarda eso. —¿Cómo? ¿Quieres que me lo ponga bajo la ropa? —No, no... —¿Nos lo llevamos? —insistió Lilah. Él dejó escapar un gemido. Un gemido, como el de un niño. Era demasiado. Ashe estaba imaginándola con esa cosa medio transparente y empezaba a volverse loco. —¿Qué quieres que haga? —Yo lo llevaré —Ashe tomó el body y, después de hacer una bola con él, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta—. ¿Necesitas alguna cosa más? Lilah negó con la cabeza. —Genial. Vamos —dijo él, tomando su mano. Salieron sin que los viera nadie y llegaron a su casa en cinco minutos, como le había prometido, pero se preguntó si a Página 104 de 225

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Lilah le molestaría que la abrazase en cuanto estuvieran dentro. Tal vez, pensó. Y no quería estropearlo. ¿Podría aguantar hasta que ella se pusiera el body? Quizá no la primera vez, pero tenían toda la noche. Al menos, esperaba que así fuera. ¿Qué otras opciones había aparte de la cama? El dormitorio, el sofá, su escritorio... Era difícil decidirse y su cerebro parecía invadido por una especie de neblina que le impedía pensar con claridad. Apenas podía entender lo que Lilah estaba diciendo. «Florida». «Casa en el mercado». «Problemas para venderla». «No le gustaba su trabajo». «Quería un cambio». «Iba a intentarlo en Maryland». «Estaba esperando que su proceso de divorcio finalizase». Evidentemente, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer, pensó mientras la empujaba contra la pared para besar su cuello. Página 105 de 225

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Pero las palabras «esperar» y «divorcio» daban vueltas en su cabeza... —Espera un momento. Estás divorciada, ¿no? Ella lo miró, sorprendida. —Sí —respondió. —¿Desde cuándo? —Las conversaciones duraron un siglo hasta que por fin llegamos a un acuerdo. Pensé que no terminarían nunca. Tal vez no estaba siendo lo bastante claro. Tal vez no podía serlo porque apenas era capaz de pensar, pero el cerebro de Ashe se había quedado clavado en un punto. —¿Has recibido la sentencia de divorcio? —No, aún no. Sigo esperando... Él la soltó como si lo quemara, mirándola con cara de sorpresa. ¿Cómo era posible que no lo supiera? ¿Por qué no había preguntado antes? Aquello era un desastre. —Entonces, no estás divorciada. —Mi ex marido y yo firmamos todos los papeles. Estábamos de acuerdo y el juez aceptó nuestra petición de divorcio, de modo que estoy divorciada. —¿Cuándo fue eso? Página 106 de 225

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—Antes de venir a Maryland. —¿Hace un mes? —No... menos tiempo. ¿Por qué? —Porque hay un período de espera, Lilah. El juez firma la petición, pero el proceso de divorcio no está finalizado hasta que pasa un tiempo y llega la sentencia. Un mes, dos meses, no lo sé. En cada estado es diferente, pero en todos hay períodos de espera. Y solo entonces estás divorciado. Lilah frunció el ceño. —¿Estás seguro? —Pues claro que estoy seguro. —Pero yo pensé que estaba divorciada. Me siento divorciada. Incluso tuve mi propia ceremonia y quemé algunas cosas... —¿Quemaste algunas cosas? —exclamó Ashe. ¿Qué cosas había quemado? —Solo era un ritual para celebrar la ocasión. No sabes cuánto me alegré cuando todo terminó. Me sentía divorciada y quería estarlo con todas mis fuerzas. Por no decir que mi ex marido llevaba años actuando como si ya estuviéramos divorciados... eso tiene que contar, ¿no? —¿Cuánto tiempo llevas aquí?

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—Casi un mes —respondió Lilah—. De modo que ya podría estar divorciada sin saberlo. Tal vez el documento esté en el correo ahora mismo. —Tal vez —asintió Ashe. Ella lo miró, desconcertada. —¿Por qué te importa tanto? —Yo no mantengo relaciones con mujeres casadas. —Pero yo podría no estarlo —insistió Lilah—. Y aunque aún siguiera casada, sería una cuestión de semanas, días tal vez. Mi ex me abandonó hace un año, cuando descubrí que tenía una aventura con otra mujer, de modo que dejó de ser mi marido mucho antes de solicitar el divorcio... —Legalmente, sigue siendo tu marido —insistió Ashe—. Yo soy un juez de familia que pronto tendrá que presentarse a unas elecciones y no puedo tener una relación con una mujer casada. —¿Entonces, debo llamarte cuando reciba los papeles o algo así? —le preguntó ella, enfadada—. ¿Ese es el procedimiento? ¿Dejar los papeles en la mesilla y meterse en la cama? —Yo no tengo un procedimiento... —¿Ah, no? Pues me sorprende siendo tan sensato y tan cauto. Página 108 de 225

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—Normalmente lo soy —asintió Ashe—. Pero es que tenía la impresión de que llevabas algún tiempo divorciada. —¿Lo ves? Ahí es donde el procedimiento podría ayudar. O tal vez una lista, un cuestionario —dijo Lilah, irónica—. Cumpliméntalo y si reúnes todos los requisitos puedes acostarte conmigo. ¿Qué te parece? —le espetó, antes de darse la vuelta. —¡Espera! —la llamó él—. Lo siento, de verdad. Te llevaré a casa... —No, gracias. Puedo ir por mi cuenta —Lilah se volvió de nuevo para salir del jardín. —Aquí no hay aceras —le advirtió Ashe. —Me da igual. Puedo ir por el arcén. Qué mujer tan obstinada, pensó él. Todo el mundo sabía quién era: la responsable de los carteles que estaban por toda la ciudad. Y si aquello no parecía una pelea de enamorados, no sabía qué otra cosa podía parecer. Ashe subió a su coche y condujo a su lado, despacio. —Sube, por favor. Ella se volvió para fulminarlo con la mirada. —¿Tan importante es un papel que llegará en cuestión de días? Si hubiese llegado ayer todo estaría bien, ¿no? ¿Eso es lo que estás diciendo? Página 109 de 225

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—No... —¿Incluso entonces dirías que no? —Es más que eso. Lilah se dio la vuelta para seguir caminando y Ashe la siguió con el coche. Temía que lo viera alguno de sus vecinos, pero no podía hacer nada. Perfecto, sencillamente perfecto. —Lilah, por favor, sube al coche. —¿Ni siquiera con el estúpido papel en la mano? ¿Por qué? ¿Cuál sería el problema entonces? —Acabas de divorciarte, si es que estás divorciada en todo. Yo sé que hay un proceso después de la ruptura de un matrimonio y tú apenas has empezado a curar... Ella lo miró, boquiabierta. —Te aseguro que ese proceso terminó para mí hace tiempo. Un largo y frustrante proceso que me hizo desgraciada durante años. Por no hablar de los años anteriores, cuando aún estábamos casados. —Lo siento. —Intenté hacer feliz a mi marido de todas las maneras posibles. Él quería ser rector de una universidad y, para conseguirlo, primero tenía que ocupar otros puestos, así que nos mudábamos continuamente. Yo empecé a trabajar en el Página 110 de 225

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centro asesor de estudiantes mientras terminaba el Master y le seguía de universidad en universidad, intentando hacer las cosas que debía hacer... ¿y sabes cuál fue el problema? Que tuve éxito antes que él. —Sí, lo entiendo. Es una historia bastante común y lo siento por ti, de verdad —dijo Ashe. —Así que cuando digo que estoy encantada de que mi matrimonio haya terminado por fin, es absolutamente cierto. Me dieron ganas de ponerme a saltar de alegría cuando salí del Juzgado por última vez. Los últimos años habían sido una prueba de resistencia, pero aguanté. Sobreviví y ahora todo ha terminado —siguió Lilah—. Me da igual lo que digas. Estoy dispuesta a vivir de nuevo... —Yo no he dicho que no vivas. —¿Entonces cuál es el problema? ¿No crees que ya he pasado por todo el proceso? No tienes idea de lo duro que ha sido para mí. ¡Siento como si hubiera corrido mil maratones! —Lo entiendo y me alegro por ti, pero... —¿O tal vez crees que no sé lo que quiero? —lo interrumpió ella—. Porque lo sé perfectamente. ¿Crees que sigue afectándome la ruptura de mi matrimonio y por eso no puedes tener una relación conmigo? Eso lo hacía parecer un auténtico idiota.

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Ashe estaba intentando no serlo y por eso no debía involucrarse con una mujer que aún estaba sufriendo después de su divorcio. —Solo necesitas un poco de tiempo. —No pensabas eso en el estudio de Eleanor, ni en tu oficina, cuando apenas podías apartar las manos de mí. O en mi habitación hace un momento, al lado de Eleanor, Kathleen y Gladdy, ¿recuerdas? Habían llegado a la entrada de la zona residencial cuando una mujer en chándal, Ashe estaba seguro de que era su vecina, pasó a su lado, mirándolos descaradamente. «Genial». Y aún no había conseguido que Lilah subiera al coche. —No estoy diciendo que no te desee, te lo aseguro. —Pero no va a pasar nada entre nosotros. —No. Odiaba decir eso, pero era lo mejor. Él sabía que no podía arriesgarse. ¿Qué más podía decir? «¿Ven a verme dentro de un año o así?». Lilah le daría una bofetada. —Lo siento mucho, de verdad. Sé que no he manejado bien esta situación. Página 112 de 225

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—No, desde luego que no —asintió ella. Pero, por fin, había dejado de caminar. —Por favor, sube al coche y deja que te lleve a casa. Lilah lo fulminó con la mirada. —Si prometes no volver a decir una palabra. —De acuerdo, te lo prometo —se apresuró a decir Ashe. Por fin, ella subió al coche y cerró de un portazo.

Eleanor había visto que Lilah subía al coche del juez Ashford y le sorprendió ver que volvían unos minutos después. —Qué raro —murmuró—. Pero si acaban de irse. —Y no parecen muy contentos —añadió Kathleen, mirando por la ventana de la cocina. Lilah bajó del coche con gesto enfadado, pero el juez la siguió... —Prometiste no decir una palabra más. —Prometí no decir una palabra mientras te traía a casa — le recordó él. —Ah, claro, ese es tu argumento, que ya no estás conduciendo. —Es lo que te prometí. Página 113 de 225

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—No tienes nada que decir. He entendido el mensaje, así que ya puedes irte. —Lilah, lo siento de verdad. Después de decir eso, el juez Ashford se dio la vuelta y Lilah lo miró alejarse sin poder disimular su angustia. —Ay, qué pena —murmuró Eleanor—. Es hora de saber qué ha pasado. Kathleen asintió con la cabeza. —Pero tenemos que hacernos las sorprendidas... —¡Hola! —exclamo Eleanor cuando Lilah entró en la casa—. No sabíamos que hubieras vuelto. —Tampoco yo sabía que fuese a volver tan pronto, pero ese hombre es exasperante —respondió Lilah, intentando esconder las lágrimas. —La mayoría de los hombres lo son, querida —asintió Kathleen—. ¿Qué te ha hecho? —No puedo contarlo. —Pues claro que puedes —la animó Eleanor. —Piensa en nosotras como si fuéramos tus madres —dijo Kathleen. —Cualquier chica necesita a su madre alguna vez y la tuya no está aquí, así que cuéntanos. ¿Qué te ha hecho? Página 114 de 225

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—¡No quiere saber nada de mí! Eleanor y Kathleen dejaron escapar una exclamación de sorpresa. —No me lo puedo creer. Pero si está loco por ti. Estuvo a punto de hacerte el amor en el estudio y eso no es lo que hace un hombre que no está interesado. —Eso es lo que le he dicho yo —murmuró Lilah. —Muy bien hecho. ¿Y qué dijo él? —preguntó Eleanor. —Que lo siente mucho, pero que aún no tengo la sentencia de divorcio y, por lo tanto, no quiere saber nada de mí. —Pensé que la habías recibido antes de venir. —No, aún no. Creí que ya estaba divorciada definitivamente, pero él dice que hasta que no tenga la sentencia el divorcio no es efectivo. Podría estar en el correo, pero ni eso es suficiente para complacerlo. —¿Por qué no? —preguntó Kathleen. —Aparentemente, las mujeres recién divorciadas son demasiado emocionales para él. Demasiada complicación — Lilah se mordió los labios, intentando mantener la compostura. Pero, por fin, enterró la cabeza entre las manos—. ¡Y me gusta tanto! En ese momento, las dos mujeres la abrazaron. Página 115 de 225

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—No te preocupes, querida —dijo Eleanor. —Nosotras lo arreglaremos —le prometió Kathleen. —No, no lo creo. Tiene unas normas muy estrictas. —Eso ya lo veremos —dijo Eleanor. Sus amigas y ella no se rendían tan fácilmente. El juez Thomas Ashford no era contrincante para las tres.

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C a p ít u lo O c h o Al día siguiente, Ashe estaba en su despacho cuando su ayudante entró para decir que en la puerta había un mensajero con una carta para él. Qué raro, pensó. Su ayudante normalmente se encargaba de esas cosas. —Dice que es personal. Seguía pareciéndole raro, pero su vida había sido tan caótica en las últimas semanas que decidió dejar de pensar en ello. —Muy bien, dile que pase. Ashe firmó el acuse de recibo y esperó a que el mensajero y su ayudante salieran del despacho antes de abrirlo. Dentro encontró una copia de la sentencia de divorcio de Lilah, fechada cinco días antes. Nada más, solo eso. De modo que estaba divorciada y lo había estado durante su pelea del día anterior. Aun así, solo llevaba cuatro días divorciada y cuatro días no era nada. Había hecho lo que debía al negarse a seguir viéndola. Pero se sentía fatal y decidió enviarle un ramo de flores Página 117 de 225

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con una nota de disculpa. No sabía qué otra cosa podía hacer.

Al día siguiente, Eleanor le envió una nota escrita a mano, también por mensajero, pidiéndole que fuese a la finca, y Ashe se preguntó si habría sido ella quien le envió la copia de la sentencia de divorcio. ¿También Eleanor estaba enfadada con él por no querer salir con Lilah?, se preguntó. A pesar de todo, acudió a la finca porque Eleanor Barrington Holmes no era una mujer con la que quisiera enfadarse si podía evitarlo. Ella lo recibió amablemente y Ashe tuvo que disimular una mueca al ver a Kathleen y Gladdy esperando en el patio. Aceptó el té y los pastelitos que Kathleen le ofrecía y luego se preparó para lo que pudiera pasar. Con aquellas tres, era imposible saberlo. —Bueno, señor Ashford... o Señoría, nunca sé cómo llamarlo —empezó a decir Eleanor. —Ashe, por favor. —Bueno, Ashe, he decidido organizar un cóctel en tu honor. Él la miró, sorprendido. Página 118 de 225

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—Tú sabes que he organizado veladas benéficas para muchos candidatos en los últimos años. Me encanta organizar fiestas y he decidido que quiero ayudar a que seas reelegido. Vas a necesitar mucho dinero para la campaña y sospecho que odias tener que pedir apoyo a los demás. —Bueno, no sé qué decir —Ashe se aclaró la garganta—. Es muy generoso por tu parte, Eleanor. —No, en absoluto. Pienso disfrutar mucho, además, para eso están los amigos, ¿no? Para ayudarse unos a otros. Fue entonces cuando Ashe empezó a inquietarse de verdad. ¿Los amigos ayudaban a los amigos? ¿A qué clase de ayuda se refería? —Naturalmente, estaría encantado de aceptar tu ayuda. —Estupendo —dijo Eleanor—. ¿El jueves que viene te parece bien? Ashe sacó su móvil, donde también guardaba su agenda, y comprobó que ese día no tenía nada importante. ¿Pero por qué se sentía tan incómodo? —Me parece estupendo. —Bueno, entonces está decidido —anunció Kathleen—. Estoy deseando empezar a planear la velada. Gladdy y yo invitaremos a todos nuestros amigos, ¿verdad? —Os lo agradezco mucho. Página 119 de 225

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Tenía que haber algo más, seguro. —Sentimos mucho que Lilah y tú no volváis a salir juntos — dijo Gladdy entonces. Ah, allí estaba. ¿Pensaban interrogarlo sobre lo que había pasado con Lilah? ¿No se lo había contado ella? —Pero las flores que le enviaste son preciosas —añadió Eleanor. —Ah, es verdad, a mí también me encantaron las orquídeas —dijo Kathleen. Ashe apretó los labios. No iba a contarle su vida a aquellas tres ancianas chismosas. Pero las tres lo miraban, esperando, y él tragó saliva. Era un juez, no iban a ganarle la partida. —Te sientes atraído por ella, ¿verdad? —le preguntó Gladdy. Ah, muy bien, iban directas al grano. —Señoras, no creo que... —Lo sé, no está bien que nos involucremos en vuestras vidas... —En realidad, ya no hay nada entre nosotros —dijo Ashe. —Pero podría haberlo —sugirió Eleanor. —Creo que esta es una conversación que debemos tener Lilah y yo. Página 120 de 225

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—Sí, lo sabemos, pero nos da tanta pena ver triste a la pobre Lilah. Parecíais felices juntos —dijo Kathleen. —Es una chica encantadora —admitió él. —Y teníamos muchas esperanzas para vosotros. Ashe miró de unas a otras. —Han estado haciendo de casamenteras, ¿verdad? Las tres sonrieron, encantadas consigo mismas. Eso era, estaban intentando emparejarlo con Lilah. —Señoras, siento mucho si les he dado una impresión equivocada, pero llevo soltero mucho tiempo y no tengo la menor intención de casarme. Gladdy sonrió. —Nosotras no estamos intentando que te cases con ella. —¿Ah, no? —No, no. Lilah aún no está preparada para eso. Acaba de salir de un matrimonio desastroso y lo último que necesita es otro marido —dijo Eleanor. Y una vez más, las ancianas lo sorprendían. Si no estaban intentando casarlos, ¿cuál era su intención? —Tenemos otras ideas —dijo Kathleen. Ashe no podía imaginar qué ideas podían ser esas. —Verás, querido, las cosas son muy difíciles para una Página 121 de 225

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mujer que acaba de divorciarse, particularmente después de un matrimonio largo. Se siente fracasada, poco atractiva, triste, duda de sí misma y teme no volver a tener una relación. —Exactamente —asintió Ashe. Estaba totalmente de acuerdo con ella—. Es un mal momento para tener otra relación. —Pero hay relaciones y hay relaciones —insistió Eleanor—. Yo creo que es importante que una mujer vuelva a salir con hombres... o más bien con el hombre adecuado, alguien que sea amable, comprensivo, paciente y atento. Alguien que le recuerde que es guapa y deseable. Ashe apretó los dientes. —Estoy seguro de que encontrará al hombre perfecto tarde o temprano... —Pero es que ya lo ha encontrado, tú. Y es evidente que os encontráis atractivos el uno al otro. —Pensé que no estabais intentando emparejarnos. —No, es que no es así. Como hemos dicho, Lilah no está preparada para una relación seria y tú mismo acabas de decir que no estás interesado en casarte, de modo que sois perfectos el uno para el otro. —Me temo que no lo entiendo —dijo Ashe. —No queremos que mantengáis una relación —intentó Página 122 de 225

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explicarle Eleanor. —¿Entonces? —Solo queremos que... en fin, que la devuelvas a la vida, que le recuerdes lo maravilloso que es ser una mujer. Tenía que haber oído mal. No podían estar pidiéndole que... —Sospecho que eres muy bueno en ese departamento — dijo Gladdy, con una sonrisa de oreja a oreja—. Y queremos que sea una buena experiencia para ella. —Lo último que necesita es un egoísta. Otro egoísta — añadió Eleanor. —Y tú eres el mejor candidato —terminó Kathleen. Ashe miró de unas a otras de nuevo. ¿Aquellas tres ancianas estaban pidiéndole que sedujera a Lilah? ¿Que fuera su primer amante después del divorcio? ¿Que la hiciera pasarlo bien en la cama? Era la proposición más asombrosa que había recibido en su vida. Wyatt le había advertido que eran excéntricas, pero Ashe estaba seguro de que aquello era algo que ni siquiera su amigo habría esperado. Y no ayudaba nada que la idea le resultase tan apetecible. Sin compromisos, solo Lilah y él en la cama, sobre su escritorio, contra la pared en algún sitio... él podía encargarse de que Página 123 de 225

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recordase lo que era ser una mujer deseable. —Estás deseando hacerlo —la voz de Gladdy interrumpió sus pensamientos. Ashe se atragantó con el té y, al toser, manchó un poco su corbata. —Oh, vaya, lo estamos asustando —Kathleen intentó limpiar la mancha con una servilleta de lino blanco. —Solo pensamos en el interés de Lilah —dijo Eleanor. —Señoras, no creo que esto... no me parece un tema del que debamos hablar. —¿Por qué no? Nosotros adoramos a Lilah y creemos que tú también. Está en un momento muy vulnerable y solo queremos lo mejor para ella. —Tantas mujeres terminan ajadas, desoladas después de un divorcio —Kathleen suspiró—. Creen que nunca volverán a querer a un hombre y eso es una pena. Los hombres pueden ser difíciles, pero tienen sus ventajas. Afortunadamente, no aclaró en detalle qué «ventajas» eran esas. —Es la solución perfecta. Lilah y tú os conocéis, es evidente que os sentís atraídos el uno por el otro. No creo que fuese tan difícil —añadió Eleanor. No, no sería difícil, pensó Ashe. Página 124 de 225

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Tenía que salir de allí. Irse de inmediato antes de que dijeran nada más. Antes de que él aceptase hacer nada. —Piénsalo —insistió Kathleen. Como si hubiera pensado en algo que no fuera acostarse con Lilah desde que la conoció. Pensar en ello no era la solución. —Somos amigos y queremos que seáis felices —añadió Eleanor. ¿Intentaban sobornarlo? ¿Estaban ofreciéndole recaudar fondos para su campaña a cambio de que sedujera a Lilah? Nunca le habían ofrecido un soborno. Temía que a nadie en la judicatura le hubieran ofrecido un soborno de ese tipo y no tenía la menor intención de hacer historia. Quería olvidarse de Lilah y no tener que volver a ver a esas ancianas excéntricas nunca más. Eran demasiado peligrosas. Ellas lo miraron mientras se alejaba y luego empezaron a reír, encantadas con ellas mismas. —Ha sido perfecto, queridas. ¡Absolutamente perfecto! — exclamó Eleanor. —Un plan brillante, desde luego —asintió Kathleen. —Muy inspirado —dijo Gladdy—. Pobre hombre, no va a poder pensar en nada salvo en lo que le hemos pedido. Página 125 de 225

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—Después de estar con ella no podrá dejar que Lilah se le escape y entonces tendremos nuestra pareja.

Ashe pensaba irse de allí inmediatamente, pero frente a la puerta del garaje estaba Lilah, con unos guantes de boxeo puestos, golpeando un saco de arena. Hizo una mueca de dolor después de dar un puñetazo, pero siguió golpeándolo... y luego empezó a darle patadas. Tenía que irse de allí, pero no podría pasar a su lado sin que lo viera, de modo que se acercó a paso rápido. —Hola. —¿Qué haces aquí? —Eleanor me pidió que viniera —respondió Ashe. —¿Para qué? —Creo que acaban de ofrecerme un sutil soborno. —¿Eleanor ha intentado sobornarte? —Sí. Lilah hizo una mueca. —Me da miedo preguntar, ¿pero qué quería de ti? ¿Y tiene algo que ver conmigo? —Desde luego que sí —Ashe metió las manos en los Página 126 de 225

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bolsillos del pantalón. La echaba de menos, maldita fuera, más de lo que le gustaría admitir. —No puedo decir que me sorprenda. Siempre parecen estar tramando algo —Lilah suspiró—. Por alguna razón, parece que les gusta la idea de emparejarnos, pero no te preocupes, yo hablaré con ellas. No necesito que nadie haga de casamentera por mí. —No es eso exactamente lo que quieren —dijo Ashe. —Pues claro que es eso. Parecen creer que necesito ayuda para encontrar un hombre. —Sí, se trata de encontrar un hombre, pero seguro que no es lo que tú crees. —¿Qué otra cosa podría ser? —Aparentemente, tengo otros usos —dijo Ashe. Lilah frunció el ceño. —No te entiendo. —Parecen creer que necesitas que un hombre te ayude a... volver a sentirte como una mujer. —Bueno, llevo un tiempo sin salir con nadie, pero dudo mucho que necesite practicar antes de hacerlo. —No es eso exactamente lo que ellas quieren. —Entonces dime qué es. No creo que sea tan horrible. Página 127 de 225

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Evidentemente, no tenía ni idea. —Quieren que me acueste contigo —respondió Ashe, mirándola a los ojos—. Quieren que sea tu primer hombre después del divorcio. Lilah se quedó boquiabierta. —No puede ser, estás mintiendo. —Ojalá fuera así. Pero tú me conoces y sabes que no miento. —¿Eleanor te ha ofrecido dinero por acostarte conmigo? —le preguntó ella, roja hasta la raíz del pelo. —Más o menos. —¿Más o menos? ¿Qué significa eso? —Se ha ofrecido a recaudar dinero para mi campaña y luego ha soltado que «los amigos ayudan a los amigos». E inmediatamente después me ha dicho que estaba preocupada por ti, que las mujeres en tu situación son vulnerables y que el primer hombre con el que salieras después de tu divorcio debía ser... ¿qué ha dicho exactamente? Amable, considerado, paciente. —Dios mío... yo sabía que eran un poco excéntricas, pero esto es intolerable. Pensé que eran divertidas, pero no sabía que... no tenía ni idea... —Te creo. Ni siquiera a ti se te podría ocurrir algo así. Página 128 de 225

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—Pues habrá que hacer algo para que paren. Ellas no pueden obligarnos a hacer nada. —Inténtalo y dime si consigues algo —dijo Ashe—. Yo lo he intentado, pero me parece que no he conseguido convencerlas. Debería marcharse, pensó. Marcharse y no tocarla. Sobre todo desde que había vuelto a golpear el saco de arena con todas sus fuerzas. —¿Te dedicas a boxear? —Es una forma de hacer ejercicio y me apetecía golpear algo. Es lo más apropiado para liberar energía sin hacerle daño a nadie. —¿Querías pegarme a mí? —Pues sí —respondió Lilah. —¿Y a tu ex? ¿Sigues deseando golpearlo? —le preguntó Ashe. —No, ya no tanto. El año pasado me sirvió de mucho. Aprendí otras maneras de expresar mi enfado y también a perdonar. Pero como sé que es importante para ti, te prometo que ahora es oficialmente mi ex y que no siento nada por él. Recibí la sentencia de divorcio por correo un día después de verte. —Lo sé, alguien me envió una copia por mensajero. Página 129 de 225

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Eleanor, supongo. —Pero bueno... —Lilah cerró los ojos, frustrada—. Esa mujer es increíble. —Desde luego que sí. Y espero que te haga más caso a ti que a mí —dijo Ashe. No se le ocurría ninguna otra razón para seguir allí hablando con ella cuando lo inteligente sería marcharse, de modo que se despidió: —Tengo que irme. Buena suerte con Eleanor. —Gracias.

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Capítulo Nueve Lilah, enfadada, golpeó su saco de arena durante los días siguientes mientras maldecía a su ex marido, a Ashe y a todos los hombres en general. También vigilaba a Eleanor y sus amigas como un halcón, intentando averiguar si de verdad lamentaban lo que habían hecho o pensaban volver a la carga. Había hablado con ellas cuando Ashe se marchó y las tres habían jurado dejar de meterse en su vida, pero seguía sin fiarse. Ese día decidió ir a la tienda de lencería porque necesitaba consejo de otra mujer; el consejo de alguien que no tuviera ochenta años y no le hubiera pedido a Ashe que se acostase con ella por compasión. Sybil se mostró encantada y, después de cerrar la tienda, fueron al restaurante donde había comido con Ashe. Si él estaba allí, le daba igual. Al menos estaba guapa, incluso sexy, tal vez incluso «muy sexy» y deseable. Tal vez si la veía de esa guisa renegaría de sus absurdas reglas. Sybil, con un sencillo vestido negro que se ajustaba a sus curvas acentuado por un precioso pañuelito que las mujeres francesas se colocaban como si fueran una obra de arte, Página 131 de 225

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parecía una actriz de Hollywood. Todos los hombres volvían la cabeza mientras cruzaban la calle. —Parece que estamos llamando la atención —dijo Lilah mientras entraban en el restaurante, preguntándose si miraban a Sybil o a las dos. —A este sitio vienen muchos de mis clientes. Y me alegro de que me hayas llamado, por cierto. Nuestros negocios pueden complementarse perfectamente —Sybil sonrió—. Las dos ayudamos a las mujeres a rehacer sus vidas después de haber sido abandonadas por un hombre... o al revés. —Tienes toda la razón. —¿Qué le pareció a tu amigo el body que te llevaste? —No lo vio —respondió Lilah—. Bueno, sí lo vio, pero no me lo puse. Y ahora que lo pienso, lo tiene él. —Ah, eso suena prometedor —Sybil soltó una carcajada. —No porque me lo quitase. Lo guardó en el bolsillo de su chaqueta para ir a su casa... pero cuando descubrió que aún no había recibido la sentencia de divorcio me dijo que no podía haber nada entre nosotros. —Es el juez Ashford, ¿verdad? —Sí. —No mires, pero acaba de entrar. Y no te quita los ojos de encima. Página 132 de 225

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—Ya, claro. —Te gusta mucho, ¿verdad? Lilah lo pensó un momento. ¿Le gustaba Ashe? —O me gusta o quiero que lamente haberme rechazado. —En cualquier caso, tienes que estar espectacular. ¿Cuándo piensas volver a verlo? —Mi prima Eleanor va a organizar un cóctel para lanzar su campaña este jueves, pero no sé si voy a ir o no. —Pues claro que vas a ir —afirmó Sybil—. Y yo voy a ayudarte a estar espectacular. Creo que el objetivo será dejarlo incapaz de articular palabra. ¿Qué te parece? A ella le gustaba mucho cómo sonaba eso. Pero entonces recordó... —Pero hay un problema. Lilah le contó lo que las ancianas habían hecho. —Es muy desafortunado, pero no deberías dejar que eso te impida conseguir lo que quieres. —No sé... —No tienes que decidirlo inmediatamente. Es un hombre muy atractivo y se rumorea que es bueno en la cama... —¿Qué? ¿Cómo puedes saber eso? ¿No me digas que tú...? Página 133 de 225

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—No, no, yo no. Pero ha estado en mi tienda varias veces y las mujeres con las que salía también. Yo conozco a todos los hombres de esta ciudad que... digamos que merecen la atención de una mujer. Y él es definitivamente uno de ellos. Lilah decidió en ese momento que Sybil y Gladdy jamás deberían estar en la misma habitación. A saber qué planes podrían urdir entre las dos.

Cuarenta minutos después, Lilah se había despedido de Sybil y se dirigía a su coche cuando sintió que alguien la tomaba del brazo. Era Ashe, por supuesto. —¿Qué haces? —¿Qué haces tú aquí? —Ashe la llevó a un callejón desde el que eran invisibles para la gente que pasaba por la calle. —¿No puedo ir a comer donde quiera? —¿Qué hacías en el restaurante con esa mujer? —Esa «mujer» tiene una lencería aquí al lado, una que por lo visto tú y muchos de tus compañeros soléis frecuentar. —Yo he entrado alguna vez, es verdad, para comprar algún regalo. —Seguro que sí —Lilah no quería ni imaginar los regalos que habría comprado y las mujeres para las que los habría Página 134 de 225

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comprado. —Lilah, te dije que lo sentía. —Y ya que hablamos de lencería, sigues teniendo mi body y quiero que me lo devuelvas. Pienso ponérmelo para un hombre que me aprecie y esté interesado por mí. Ashe se quedó en silencio un momento. —No me acordaba de que seguía teniendo esa cosa... «Y nunca me la verás puesta», le gustaría decir a Lilah, aunque era algo infantil. —¿Estás enfadado porque he comido con una amiga? —Con la mitad del Juzgado mirando, en el restaurante en el que sabías estaría yo. Si estás jugando otra vez, te advierto que no me gusta. —He comido con alguien que me interesa y con quien podría asociarme. Eso pareció preocuparlo aún más. —¿Vas a meterte en negocios con ella? ¿Qué clase de negocios? Lilah se cruzó de brazos. —No veo por qué es asunto tuyo. ¿Te parece inapropiado? Qué curioso que compres ropa interior para tus amigas, pero te aterrorice la idea de que me meta en negocios con la Página 135 de 225

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propietaria de la tienda. —Lilah, por favor... —¿Por favor qué? Has dicho que no querías saber nada de mí, de modo que no es asunto tuyo. Si no tienes nada más que decirme, me voy. Ashe supo entonces que estaba metido en un buen lío. Había enfadado a una mujer impredecible. Una cosa era enfadar a una mujer normal, otra muy diferente enfadar a alguien que hacía cosas como colocar carteles de una mujer desnuda por toda la ciudad. Ashe decidió ir a ver a Wyatt. No le había contado a su amigo nada sobre la propuesta de Eleanor y sus compinches, pero no veía forma de evitarlo, de modo que le contó la historia en su oficina. —Tienes que ayudarme —le rogó. Wyatt hizo una mueca. —No sé si puedo. ¿De verdad Eleanor, Kathleen y Gladdy te pidieron que... más o menos que iniciaras a Lilah en su nueva vida de soltera? —¿Crees que podría inventarme algo así? —No, claro que no. Pero tampoco puedo creer que te lo pidieran —su amigo parecía sinceramente preocupado. —Y hay más. Están intentando sobornarme para que lo Página 136 de 225

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haga. Wyatt estuvo a punto de saltar del sillón. —¿Han intentando sobornarte para que te acostases con Lilah? Ashe asintió con la cabeza. —Así es. —¿Te han ofrecido dinero? —No directamente, pero sí recaudarlo para mi campaña. Eleanor va a organizar un cóctel el jueves a cambio de que... me encargue de Lilah. Wyatt sacudió la cabeza. —Tengo que hablar con Jane. Si alguien puede poner firme a Kathleen es ella. Y si alguien puede poner firme a Gladdy es Kathleen. Creo que Jane es nuestra única esperanza. —¿Y Eleanor? Tengo la impresión de que ella es la jefa del trío. —Tendremos que esperar que Eleanor desista cuando lo hagan Kathleen y Gladdy. Si Jane puede razonar con Kathleen, ella se encargará de las otras dos. —Esas ancianas me dan pánico —le confesó Ashe—. Ellas y Lilah, que está enfadadísima conmigo y ahora va por toda la ciudad con la propietaria de la lencería que hay frente a los Juzgados. Tú me metiste en esto y tú tienes que sacarme como Página 137 de 225

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sea. —No sabía que iba a llegar a esto, te lo juro. —Arréglalo —insistió Ashe—. Me da igual cómo lo hagas. Y haz que cancelen ese cóctel para recaudar fondos. Me da terror lo que podría hacer Eleanor y a quién podría invitar. —¿Cómo has podido aceptar sabiendo lo que quería a cambio? —¿Aceptar? ¿Tú crees que Eleanor espera que le den permiso para hacer algo? Primero me habló del cóctel y luego soltó lo de Lilah...

Era demasiado tarde. Eleanor insistió en organizar el cóctel porque las invitaciones ya habían sido enviadas y, a pesar del miedo a lo que pudiera pasar si acudía, Ashe tenía más miedo de lo que pudiera pasar si él no estaba allí para controlar un poco la situación. Habría dado lo que fuera para que Lilah no estuviera en el cóctel, pero a menos que la secuestrase, y eso era algo que un juez no podía hacer, no veía cómo podía evitarlo. Por suerte, Wyatt decidió acompañarlo. Tal vez entre los dos podrían controlar a las excéntricas ancianas. Desafortunadamente, Jane, su mujer, seguía fuera de la Página 138 de 225

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ciudad. Entraron en el salón donde tenía lugar la fiesta y Ashe miró alrededor. Todo parecía normal. Los invitados eran abogados, empresarios y políticos locales, tomando canapés y charlando tranquilamente. Eleanor se acercó a ellos con una sonrisa en los labios. —¡Cuánto me alegro de que hayas venido! Ashe miró a Wyatt y su amigo hizo una mueca mientras tomaba a Eleanor del brazo para llevársela aparte. Ashe no podía oír lo que decían, pero la anciana no parecía en absoluto contrita. Unos minutos después, Eleanor lo llevó por el salón presentándole a todo el mundo y diciendo maravillas de él. Estaba cumpliendo la parte del trato que Ashe no había aceptado, pero afortunadamente todo iba bien por el momento. Y entonces vio a una mujer con un traje amarillo de falda demasiado corta, mostrando un fabuloso par de piernas. La chaqueta iba ajustada a la cintura, destacando unos pechos altos y perfectos... Era Lilah, claro. Aunque nunca la había visto vestida así, Ashe sabía que era ella incluso antes de ver su cara. Llevaba el pelo sujeto en un elegante moño que dejaba al descubierto la Página 139 de 225

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larga curva de su cuello y tenía un aspecto más respetable y clásico que nunca. ¿Por qué lo asustaba eso? No tenía por qué pasar nada, pensó. Tal vez ya no estaba enfadada con él. Entonces Lilah se volvió y Ashe tuvo que tragar saliva. Porque no llevaba una blusa bajo la chaqueta sino el body; esa prenda tan sexy y casi transparente que había pensado ponerse para él. No debería habérsela mandado por mensajero, pensó. Y lo absurdo era que tenía un aspecto respetable a pesar del body. De hecho, seguramente solo él sabía lo que llevaba bajo la chaqueta. Los demás solo verían un poquito de encaje color carne... de modo que lo había hecho para fastidiarlo. —Está aquí —le dijo a Wyatt. —¿Esa es Lilah? ¿No dijiste que vestía como una hippie? —Y así es. Salvo esta noche. —Pues está guapísima. ¿Has hablado con ella? Lilah esbozó una sonrisa muy sexy y, después de tomar un trago de la copa que tenía en la mano, se dio la vuelta. Ashe empezó a sudar. La miraba y no la veía con el traje amarillo sino con ese maldito body...

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—Por favor, haz que se vaya, Wyatt —le suplicó. —¿Qué ha hecho? Yo no he visto que haya hecho nada malo. —No es lo que hace, es lo que lleva puesto. —Lleva un traje muy bonito. —Pero yo sé lo que llevaba debajo. Wyatt frunció el ceño. —¿Cómo lo sabes? —Lo sé, sencillamente —Ashe suspiró—. Por favor, ayúdame. No puedo estar aquí con Lilah llevando eso. —Pero no... —Se lo he quitado mentalmente un millón de veces — admitió Ashe. —Ah, ya veo —dijo Wyatt—. Muy bien, deséame suerte. Haré lo que pueda. Ashe lo vio atravesar el salón, pero Eleanor lo detuvo para presentarle a alguien cuando se acercaba a Lilah. Genial. Su amigo lo había dejado solo. Tres personas intentaron hablar con él, pero no fue capaz de responder de manera sensata a una simple pregunta. Y Wyatt seguía al otro lado del salón, con Eleanor del brazo, mientras Lilah estaba tonteando con un secretario del Juzgado. Página 141 de 225

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No podía soportarlo más, de modo que la tomó del brazo, después de pedirle disculpas al pasmado secretario, y la llevó al patio, ocultándose tras una enorme planta para que nadie pudiera verlos. Ashe iba a decir algo, pero se quedó un momento sin habla. Estaba frente a aquel body que no lo dejaba pensar... —Tenías que ponértelo, ¿verdad? Sabiendo que yo estaría aquí. —Es un traje. Eleanor me dijo que todo el mundo llevaría traje y el body apenas se ve. —Tú sabes a qué me refiero —insistió él, señalándolo con el dedo. Pero, sin querer, acabó tocando ese trocito de encaje entre sus pechos... Ella contuvo el aliento un momento. —El escote era más bajo de lo que esperaba y no quería mostrar demasiada piel. Ashe querría echársela al hombro, llevarla a su coche y sacarla de allí antes de hacer algo que lamentaría después. —Tú sabes perfectamente lo que estás haciendo —le dijo, inclinándose para hablarle al oído—. Por favor, para. —¿Qué quieres que haga? ¿Que me marche de la ciudad, del país? —Quiero que dejes de llevar ese body cuando yo pueda Página 142 de 225

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verlo. Lilah sonrió de una forma que lo puso muy, pero que muy nervioso. Entonces desabrochó un botón de la chaqueta... y luego otro, revelando el body poco a poco. Ashe empezó a sudar. —¿Se puede saber qué estás haciendo? —Has dicho que no te gusta que lo lleve, así que me lo voy a quitar —Lilah deslizó la chaqueta por sus hombros, quedando solo con el body. Sujeto apenas por dos tirantitos, dejaba al descubierto sus delicadas clavículas, algunas pecas y ese escote... la tela casi transparente no dejaba nada a la imaginación. Incluso podía ver el color de sus pezones. Ashe estaba a punto de suplicarle, pero recordó que ya le había suplicado que dejase de atormentarlo y no había servido de nada. Cuando vio que echaba las manos hacia atrás para desabrochar la falda temió que quedase en medio del patio con aquella cosa y sin llevar nada debajo... Estaba condenado, esa era la realidad. Ashe se colocó entre Lilah y la puerta que daba al salón, sujetando su mano. No quería tocarla, pero era eso o dejar que se desnudase. Y no podía hacerlo. —Muy bien, me rindo. Haré lo que quieras, dime qué es — le dijo, sin poder disimular que una parte de él se alegraba.

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—Pensé que te quería a ti, pero me rechazaste. Luego quise demostrarme a mí misma que podía hacer que me desearas. Ashe masculló una palabrota. —Desearte nunca ha sido el problema, te lo aseguro. Lilah dejó de intentar desabrochar la cremallera de la falda, que no se hubiera quitado de todas formas, y puso las manos sobre su torso. —La verdad es que no sé qué quiero exactamente, pero esto me satisface mucho. Parece que te vaya a explotar la cabeza. Luego, riendo, volvió a ponerse la chaqueta y se alejó, dejándolo de una pieza.

—¿En serio? —exclamó Sybil más tarde, mientras Lilah y ella tomaban una copa de champán y comían bombones que habían sobrado de la fiesta. —Me quité la chaqueta en el patio, detrás de esa planta, y estuve a punto de quitarme la falda —Lilah soltó una carcajada—. Ashe dijo que no quería que llevase el body, así que fingí que iba a quitármelo. Las dos rieron por la valentía de Lilah o tal vez porque Página 144 de 225

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habían tomado demasiado champán. —¿Y qué pasó después? —Pensé que iba a darle un infarto. Me agarró y no dejó que me quitase la falda. —Seguramente se ha salido con la suya demasiadas veces —dijo Sybil—. Es hora de que alguien le haga frente. Me alegro de que lo hayas hecho. —Yo también, pero ahora no sé qué hacer. Incluso se lo dije. —No hay nada malo en eso. Puede esperar, de hecho debes hacerle esperar. Seguramente tampoco estará acostumbrado a eso. —No, es verdad. —Quieres estar con él, pero no sabes si debes y no entiendo por qué. Tu ex marido era un idiota y ahora te mereces un pequeño regalo. Aunque estoy segura de que no será pequeño... —las dos rieron como colegialas—. Ya decidirás más tarde lo que quieres hacer con el resto de tu vida —le aconsejó Sybil. Eso sonaba razonable, pensó Lilah. —No sé si tendré valor. —Cariño, algún hombre tiene que ser el primero después de tu divorcio y tú sabes que quieres que sea él. Página 145 de 225

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Sí, era cierto. Había sido tan satisfactorio ver que Ashe perdía la cabeza que le gustaría hacerlo de nuevo. Tal vez Sybil tenía razón, tal vez debería considerar a Ashe como un pequeño regalo para sí misma.

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C a p ít u lo D ie z La semana siguiente, Lilah llevó a las mujeres de su clase a la lencería de Sybil, donde tomaron tres botellas de champán, comieron trufas y se probaron prácticamente todas las prendas que había en la tienda, riendo y bromeando. Sentirse guapa era la única manera de ser guapa, según Sybil, y todas habían jurado hacer lo posible por sentirse guapas a partir de ese momento. La excursión terminó con una cena a dos manzanas de la tienda, donde rieron, contaron historias y lloraron un poco mientras recordaban sus matrimonios fracasados. La mayoría habían vuelto a acostarse con sus ex maridos alguna vez y todas se preguntaban si volverían a encontrar a un hombre que las quisiera, pero intentaron apoyarse las unas a las otras. Lilah iba hacia su coche cuando escuchó pasos tras ella. Por un momento, se asustó porque una de las mujeres de su clase estaba siendo amenazada por su ex marido. Miró alrededor... y allí estaba Ashe otra vez. En fin, en aquel momento era un alivio. —¿Te he asustado? —No —mintió ella. Página 147 de 225

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Pero Ashe no la creyó. —¿El marido de esa mujer que la amenazaba está dándote problemas? —No, a mí no, a ella. La sigue cuando sale de casa... —Maldita sea, Lilah. Te dije que no era seguro involucrarte en algo así. —¡Pero alguien tiene que hacerlo! Erica me ha pedido ayuda y no voy a darle la espalda. —No, claro que no. Pero para eso están las autoridades — Ashe suspiró—. ¿Has vuelto a ir de compras a Sybil’s? —Hemos ido todas de compras y luego hemos cenado juntas. Nos hemos gastado una fortuna, pero lo hemos pasado en grande. ¿Tú volvías a casa? Ashe asintió con la cabeza, preguntándose qué más cosas habría comprado en la famosa lencería. Los dos se quedaron en silencio un momento, incómodos. —El cóctel de Eleanor fue muy bien —dijo Lilah por fin. —Sí, es verdad. Se le da muy bien hacer que la gente saque sus talonarios. De hecho, podría ser la directora de mi campaña. —Me siento un poco mal por... bueno, ya sabes, por quitarme la ropa en el patio.

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—¿De verdad? —Sí, de verdad. No quiero causarte problemas, Ashe. Y sé que tu trabajo es muy importante para ti. —Lo es, desde luego. —Pero es que a veces siento que me juzgas y eso me molesta tanto que quiero provocarte... —No tienes ni que decirlo. —Y aunque lo paso bien mientras lo hago, después me arrepiento —le confesó Lilah—. Admito que me pasé la otra noche. Ashe se quedó mirándola sin decir nada durante un segundo. —Ya. —Eleanor dice que no muestras iniciativa en tu campaña. —No quiero hacer campaña, no quiero buscar fondos. Solo quiero hacer mi trabajo lo mejor posible y... —él suspiró, exasperado—. No echarte de menos. Quiero no echarte de menos. —No tienes que echarme de menos, sabes perfectamente dónde estoy —replicó ella. —Crees que soy un idiota, ¿verdad? Muy bien, también yo a veces pienso que soy un idiota.

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—Creo que eres muy obstinado. Has decidido que yo soy una complicación innecesaria para ti y te equivocas. Dudo que alguien te diga esto alguna vez y dudo que te equivoques a menudo, pero estás equivocado. Lo que pasa es que tendrás que verlo por ti mismo. Yo no voy a suplicarte que te acuestes conmigo. Ashe apretó los labios. —¿Qué piensas hacer? —Voy a seguir adelante con mi vida y a intentar no cometer los mismos errores que han cometido algunas de las mujeres que acuden a mis clases. —¿Y qué errores son esos? —El más común es acostarse con sus ex maridos. Definitivamente, eso no es algo que yo vaya a hacer — respondió Lilah. —Me alegro. —No sé por qué lo hacen, imagino que se sienten solas. —Tú nunca te sentirás sola. Eres una mujer preciosa. —Gracias, pero por lo visto la cosa no está nada fácil. Los hombres salen con mujeres mucho más jóvenes que ellos — Lilah sacudió la cabeza—. El mundo es muy injusto. —Tengo entendido que lo que se lleva ahora es salir con hombres más jóvenes —intentó bromear Ashe. Página 150 de 225

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—Es lo que se lleva, pero no es lo más común. Por cierto, nunca te he preguntado: ¿cuántos años tienes? —Treinta y ocho. Lilah pensó que los llevaba muy bien. No, en realidad era perfecto para un hombre de su edad. —¿No vas a preguntarme cuántos años tengo yo? —Un hombre nunca le hace esa pregunta a una mujer. —Treinta y uno —dijo Lilah de todas formas. —Así que nosotros no tenemos nada que ver con el cliché. Definitivamente no, pensó ella. Ashe era un hombre que había rechazado sexo sin ataduras. O tal vez sexo por compasión. —No. —¿Entonces piensas volver a salir con alguien? Ella asintió con la cabeza. —Esa es mi intención. ¿Algún consejo? Ashe se encogió de hombros. —Podría aconsejarte que te alejaras de los hombres recién divorciados, pero seguramente te enfadarías otra vez. —No voy a enfadarme. —Ten cuidado, Lilah. No dejes que vuelvan a hacerte daño. Ella se dio cuenta entonces de que era una buena persona Página 151 de 225

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y que lo echaba de menos. Y temía que ningún otro hombre pudiera compararse con él. ¿Qué iba a hacer? —Yo también te echo de menos —admitió. Ashe apretó los labios, como si no supiera qué responder a eso, y sintiendo que no tenía nada que perder, salvo tal vez su dignidad, Lilah se puso de puntillas para darle un beso. Fue un beso suave, apenas un roce; al menos eso era lo que quería que fuese. Pero entonces Ashe la sujetó por las caderas, atrayéndola hacia él; su cuerpo grande y duro haciendo que sintiera una llamarada en su interior. Un segundo después, sin separarse, la llevó hacia la pared de ladrillo y Lilah le echó los brazos al cuello, sintiendo un cosquilleo entre las piernas mientras acariciaba su pelo, sus hombros, su torso, apretándose contra el de él. Ashe la besaba en el cuello, en la garganta, tirando del top hacia abajo para chupar con fuerza uno de sus pezones. Era como estar en el séptimo Cielo. Lilah enredó los dedos en su pelo de nuevo, empujando su cabeza mientras enredaba una pierna en su cintura. Si no tenían cuidado acabarían haciendo el amor allí mismo. Lilah rio, sintiéndose libre, feliz y más atrevida que nunca. Respiraba con dificultad, la oscuridad y el aire cálido de la Página 152 de 225

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noche envolviéndolos en un mundo propio. Él seguía besando su pecho, pero temía que no siguiera adelante porque sus caricias se habían vuelto lentas cuando poco antes eran urgentes. Pensó tomar el asunto entre las manos, pero estaban en medio de la calle y si alguien los veía... —Tenemos que parar —dijo Ashe, sin dejar de besarla—. No ahora mismo, pero tenemos que hacerlo. —Lo que tú quieras. —No, desde luego no es lo que yo quiero —murmuró él, levantando la cabeza—. ¿Intentas volverme loco? Porque si ese es tu objetivo, lo estás consiguiendo. Y luego volvió a besarla, un beso duro y exigente que ella le devolvió. Cuando por fin levantó la cabeza, Lilah vio que estaba despeinado, con los ojos brillantes. —No lo entiendo —dijo Ashe—. ¿Eres así con todo el mundo? —No he estado con nadie desde mi divorcio... no, desde antes de separarme. Y no hubo muchos hombres antes de que me casara, así que no sé si soy así con todo el mundo — respondió ella, sin saber si sentirse furiosa o dolida—. ¿He hecho algo mal? ¿Debería fingir que no te deseo? ¿Debería Página 153 de 225

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apartarme o hacer que te esforzases más para conseguir lo que quieres? Él seguía respirando con dificultad, pero se había apartado. Evidentemente, no había cambiado de opinión sobre nada. —Bueno, da igual —dijo Lilah, dirigiéndose hacia su coche. —No, espera. —¿Para qué? A ver si lo adivino: nada ha cambiado. Ashe sacudió la cabeza, sin saber qué decir. —Lo siento... —Estaba segura de que sería así —dijo ella. Y luego subió a su coche y arrancó sin mirar atrás.

Ashe consiguió aguantar tres días antes de ir a hablar con Wyatt. —Crees que soy tonto, ¿verdad? Su amigo soltó una carcajada. —Todos somos un poco tontos cuando se trata de las mujeres. —No puedo dejar de pensar en ella. —Sé que tienes reglas y seguro que te han servido de mucho en el pasado, pero eso no significa que no puedas Página 154 de 225

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saltártelas de vez en cuando. Ashe negó con la cabeza. No podía ser tan sencillo. ¿Saltarse sus propias reglas? Estaban ahí por una razón, sobre todo para evitar complicaciones y errores. Él no quería complicaciones, pero deseaba a Lilah. —Piénsalo —dijo Wyatt. —No se me da bien saltarme las reglas. Soy un juez, mi vida son reglas. Su amigo se encogió de hombros. —Nadie va a detenerte por saltártelas alguna vez. De hecho, nadie tiene por qué enterarse. Y, aunque se enterasen, Lilah no ha hecho nada malo, ¿no? Era cierto. Lilah no había hecho nada malo. Y eso significaba que podía acostarse con ella... si no seguía enfadada con él. Y aunque siguiera enfadada, Ashe estaba seguro de que podría hacerla olvidar el enfado. —Deja de darle tantas vueltas a las cosas —le aconsejó Wyatt. —Es lo único que hago. No dejo de pensar en ella hasta que creo que estoy a punto de perder la cabeza. —Nos pasa a todos. Pero no te preocupes, puede que incluso seas feliz con ella. —¿Y qué hago? ¿Voy a verla y le digo que he cambiado de Página 155 de 225

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opinión? —No lo sé, tú verás. Pero ya que estás en ello podrías pensar en lo que deberías estar haciendo ahora mismo: conseguir la reelección. —Sí, lo sé. De hecho, he contratado a un jefe de campaña que me ha recomendado Eleanor. Aunque no he hecho mucho más aparte de pensar en Lilah. —No tienes que vivir como un franciscano para ser reelegido —dijo Wyatt—. Tampoco como un donjuán, claro, pero es que no lo eres. —Lilah es tan impredecible... pero no puedo pedirle que cambie por mí. Su ex marido lo hizo y yo no tengo intención de repetir ese error. Pero esa no es la única razón por la que tengo dudas. Hay muchas otras razones. Lilah era vulnerable, estaba desconcertada, no sabía lo que quería y, sobre todo, lo volvía loco. Entonces, ¿por qué no se alejaba de ella de una vez por todas? Él solía ser una persona disciplinada y sensata. ¿Cuál era la diferencia en aquella ocasión? Aparentemente, lo único diferente era ella. Ashe nunca había encontrado tan irresistible a una mujer. Desde su divorcio había sido muy cauto en sus relaciones con las mujeres y no era el momento de dejar de serlo.

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Pero Lilah era tan guapa, tan sexy, tan llena de vida, tan inteligente, tan compasiva con otras mujeres que habían pasado por lo que había pasado ella... Por primera vez en su vida, le resultaba imposible concentrarse en el trabajo y en su casa no encontraba la paz que solía encontrar. Estaba esperando que Eleanor lo llamase para preguntarle por qué no cumplía su parte del pacto y se acostaba con Lilah de una vez. Pero entonces tendría que decirle que no estaba bien intentar sobornar a un juez. En resumen, que su vida se había complicado de una manera extraordinaria y sorprendente. Y lo único que quería hacer lo empeoraría todo. Porque lo único que quería era acostarse con Lilah.

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C a p ít u lo O n c e Ashe estaba más inquieto que nunca. Su ordenada y pacífica vida se había ido por la ventana y no dejaba de pensar en ella. Incluso había invadido su casa en los pocos minutos que había estado allí. Ashe casi podría jurar que su perfume flotaba por el aire... Se decía a sí mismo que era por eso por lo que un día, la semana siguiente, en lugar de volver a casa fue a la finca de Eleanor. Intentando armarse de valor por si veía a Lilah, bajó del coche y se dirigió a la puerta... pero antes de llamar la vio en el jardín con su cámara. Al menos en aquella ocasión no había nadie desnudo, pensó, mientras la observaba hacer reír a la modelo, con un aspecto tan alegre como el de una niña. La gente era feliz cuando estaba con Lilah, pensó entonces. Incluso él era feliz cuando no lo volvía loco o lo exasperaba. Un segundo después, Eleanor apareció en el patio. —Hola, Ashe, ¿a qué le debo este inesperado placer? Como si no lo supiera... Página 158 de 225

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—Quería hablar un momento con Lilah, pero parece que está ocupado ahora mismo. ¿Sabes cuánto va a durar la sesión? —No creo que dure mucho más. Tiene una clase esta tarde y sus alumnas llegarán enseguida. Ashe frunció el ceño. Era lo mejor, pensó. No sabía qué podría decirle aunque tuviese tiempo para hablar con él. —Volveré en otro momento, no quiero interrumpir la sesión. ¿Las fotos son para sus clases? —No, no, la sesión de fotos no tiene nada que ver. Está haciéndolo como un favor para... bueno, yo había pensado que era para ti —dijo Eleanor, mirándolo con cara de sorpresa—. ¿No reconoces a la chica? Ashe volvió a mirarla, guiñando los ojos para verla mejor. —No —respondió, aunque había algo en ella que le resultaba familiar. —Ah, vaya, entonces a lo mejor quería darte una sorpresa. A él no le gustaban las sorpresas y que Lilah quisiera darle una casi le daba miedo. —No es nada malo —siguió Eleanor—. Es la chica que quería volver a su casa y dejar el tratamiento en el hospital. Tú has llevado el caso. Ashe volvió a mirarla, perplejo. Cuando conoció a Wendy Página 159 de 225

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había perdido el pelo, tenía ojeras y su aspecto era muy demacrado. Pero allí estaba, riendo y correteando por el jardín. Estaba guapísima, con una larga melena rubia y el rostro radiante. Parecía una niña sana y normal. —No lo entiendo. Eleanor frunció el ceño. —Creo que lo mejor será que te lo explique Lilah. ¿Le digo que te llame después de su clase? —No, gracias. La llamaré yo. Ashe se fue a su casa a trabajar, pero la curiosidad lo hizo volver a la finca por la noche. La encontró en el jardín, sentada sobre una manta, con la espalda apoyada en una roca y mirando la hoguera. Estaba preciosa, por supuesto. Siempre estaba preciosa. Llevaba el pelo suelto y un poco despeinado, el reflejo de las llamas dándole un tono dorado a su piel. Llevaba una camiseta con tirantitos y una de esas faldas largas. Con los pies descalzos y los brazos desnudos tenía un aspecto tan invitador... y él se sentía tan ridículamente feliz estando a su lado. —Qué sorpresa —dijo ella cuando por fin levantó la mirada. Página 160 de 225

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—Por favor, dime que no habéis bailado desnudas alrededor de la hoguera o algo parecido. Lilah soltó una carcajada. —No, no, nadie se ha desnudado esta noche. Ven, siéntate, vamos a mirar la luna. —No suelo tener tiempo de hacerlo. —Pues deberías, podrías encontrarlo relajante. ¿Tú nunca te relajas? Ashe se sentó a su lado y levantó la cabeza para mirar la luna, casi llena. —Es bonita —admitió. —Y hace una noche preciosa. La noche era fresca, agradable, con el crepitar de los leños en la hoguera y el aroma de la madreselva… en resumen, una noche perfecta. —Pasé por aquí esta tarde y te vi haciendo una sesión de fotos —dijo Ashe por fin—. Eleanor me contó que la modelo era Wendy Marx. ¿Qué estás haciendo con ella, Lilah? —Es un favor, nada más. —¿Un favor? —No podía dejar de pensar en ella después de hablar contigo y me puse en contacto con sus padres. Página 161 de 225

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—Pero sigo sin entender qué hacía aquí. —Wendy solo quiere ser una niña normal. Quiere estar guapa y yo sé cómo hacer eso. Sybil y yo la llevamos de compras y una amiga mía me regaló la peluca. Es buenísima, de las que usan en Hollywood. Aparentemente, es difícil encontrar una peluca que parezca pelo auténtico y cuestan un dineral. A Wendy le ha hecho mucha ilusión. —Ni siquiera la había reconocido —admitió Ashe. —Estaba preciosa, ¿verdad? —le preguntó Lilah, esbozando una sonrisa. —Sí, lo estaba. Y parecía muy feliz. —Creo que quiere estar guapa para un chico en particular, pero también para sus padres. Me dijo que su aspecto enfermizo los entristecía mucho y quería una fotografía en la que estuviera normal y guapa para animarlos. No sé, tal vez pensaba en cómo hubiera podido ser de no haberse puesto enferma... Cuando terminó la frase, los ojos de Lilah se habían llenado de lágrimas. —¿Y tú te has molestado en hacer todo eso por ella? —No ha sido ninguna molestia, solo un par de llamadas y una sesión de fotos. No he hecho nada. Era una buena persona, pensó Ashe, alguien que quería Página 162 de 225

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ayudar a los demás. Aunque a él lo volviese loco. —¿Te parece mal? —le preguntó Lilah. —No, no, al contrario. —¿Estás seguro? Porque has vuelto aquí por eso y dudo que lo hubieras hecho si no estuvieses preocupado. Hasta ahora nos habíamos evitado con gran éxito. —Sí, es cierto —asintió él. Y la echaba de menos—. Eleanor me dijo que la sesión de fotos era algo que hacías por mí y quería saber de qué se trataba. —Bueno, no era por ti sino por ella. Pero sé lo frustrante que fue para ti ese caso y lo mal que te sientes. Aunque no deberías, Wendy no deja de hablar sobre ti. —¿En serio? —Dice que tú la escuchaste cuando nadie más lo hacía y que eso significa mucho para ella. Hiciste lo que debías hacer, Ashe. A él le gustaría creerlo, pero no era fácil. Sentía como si no hubiera hecho nada. En realidad, sabía que nadie podía hacer nada por Wendy. —Admito que pensaba en ti cuando me ofrecí a hacerlo — siguió Lilah—. Pensé que te alegrarías al verla feliz. Ashe no sabía qué decir. No estaba intentando meterse en su vida a la fuerza sino mostrándose compasiva con una niña Página 163 de 225

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enferma. Y tal vez intentando que él no se sintiera tan mal por una situación que no tenía solución alguna. —¿He hecho mal? —le preguntó Lilah. —No, claro que no. —¿Entonces qué te pasa? —Nada —respondió Ashe—. Me alegro de que lo hayas hecho. Es un detalle muy bonito por tu parte, gracias. —Pero está claro que te pasa algo. De no ser así, no estarías aquí. Él miró la luna, pensando que podría encontrar las respuestas en el cielo. —Me he llevado una sorpresa —respondió—. Mi trabajo no es fácil y es frustrante tener que decidir entre lo que se debe y no se debe hacer. Esta decisión fue especialmente difícil y tú... Lilah había querido ayudarlo. Ashe no estaba acostumbrado a pedir ayuda y no necesitaba que nadie cuidase de él porque era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo de modo que le parecía raro que alguien quisiera cuidar de él o allanarle el camino. Lilah era un problema, pero no era una persona exigente o egoísta, al contrario. Era sorprendente, divertida, rara, y compasiva. Y él no sabía qué hacer con todo eso. Página 164 de 225

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—¿Te hace sentir incómodo? Porque si es así... —No, no. Me alegro de que lo hayas hecho. Me alegraría por cualquier cosa que hiciese feliz a esa niña. Has hecho bien. Lilah sonrió. —Lo pasamos en grande. Wendy es muy simpática y muy inteligente. —Sí, es verdad —asintió Ashe. Pero luego se quedó callado porque no sabía qué decir. Quería quedarse allí admirando la luna con Lilah en esa hermosa noche de otoño. No, en realidad quería hacer algo más, como le ocurría siempre que estaba con ella—. Haga lo que haga, no puedo dejar de pensar en ti —le confesó. —Eso es horrible —dijo ella, sin dejar de sonreír. —No es horrible. Wyatt cree que soy un tonto. —Y lo entiendo perfectamente. ¿Seguimos hablando de tus absurdas reglas? Él asintió con la cabeza. —¿Nunca te las saltas, ni siquiera un poquito? —No —Ashe rio entonces y le sentó bien hacerlo. Lilah lo hacía reír más que nadie... cuando no estaba imaginándola contra una pared en un callejón. —¿Se te ha ocurrido alguna vez que podrías estar Página 165 de 225

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equivocado sobre algunas cosas? —sugirió ella. —Sí, lo admito. Me han dicho muchas veces que mi mayor defecto es que siempre creo tener razón. En ese momento se preguntó qué pasaría si se saltara todas las reglas por una mujer que, según le decía el instinto, tenía el poder de cambiar su vida para mejor. Pero el pensamiento más insistente en ese momento era cuánto deseaba besarla, tocarla, apretarla contra su cuerpo. Maldita fuera. —Tengo que irme. —Sí, claro —Lilah hizo una mueca—. No queremos que pase nada entre nosotros, ¿verdad? —¿Quieres que te acompañe a tu habitación? —No, gracias. Voy a quedarme aquí un rato más. Hace una noche preciosa. Él asintió con la cabeza. —De nuevo, gracias por lo que has hecho. —De nada. Ashe se alejó sin tocarla, sintiéndose más triste que nunca.

Lilah estuvo triste toda la semana. Sus clases iban bien, sus Página 166 de 225

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clientes hacían progresos, Eleanor y sus amigas eran tan simpáticas como siempre y ella era complemente libre. Incluso tenía la sentencia de divorcio que lo demostraba, pero echaba de menos a Ashe. Especialmente echaba de menos provocarlo hasta que él la tomaba entre sus brazos para decirle que lo volvía loco. Pero eso solo podía ser divertido durante un tiempo y luego se volvía frustrante. Necesitaba consejo de alguien y decidió hablar con Eleanor. —¿Qué crees que debería hacer? —le preguntó—. ¿Esperar? —La verdad es que no lo sé. Yo pensé que iba a ser fácil... él parecía estar loco por ti desde el principio, pero es un hombre muy testarudo. —A veces parece tan solitario —dijo Lilah—. ¿No te lo parece? Como si mantuviera a todo el mundo a distancia. Eleanor lo pensó un momento. —Bueno, eso no me sorprende. Creció en esta ciudad y no precisamente en las mejores circunstancias. —¿Qué quieres decir? —Creo que sería mejor que te lo contase él, querida. No es un secreto para nadie, pero digamos que no tuvo precisamente un hogar estable. Ashe es un hombre hecho a sí mismo. —La verdad es que a veces me dan ganas de abrazarlo y no Página 167 de 225

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soltarlo nunca —admitió Lilah—. Trabaja mucho y me pregunto quién cuida de él porque parece que no lo hace nadie — después de decirlo sacudió la cabeza—. Debería haber aprendido de mi matrimonio... no es inteligente entregarse demasiado. —No siempre es malo cuidar de un hombre —dijo Eleanor—. Sé que suena anticuado, pero es verdad. Todo depende del hombre. Si se trata de un hombre bueno, una persona que te quiere y cuida de ti, entonces sería muy diferente a lo que sospecho fue tu matrimonio. —Tienes razón. Mi marido no cuidaba de mí, pero creo que Ashe lo haría. —Es un buen hombre —asintió Eleanor—. Uno por el que merece la pena esperar. —¿Entonces no crees que pueda hacer algo para apresurar las cosas? —Deja que lo piense. Pero hablaré con Kathleen y Gladdy... si a alguien se le puede ocurrir algo para arreglar esta situación, es a ellas. Eso debería haber asustado a Lilah, pero estaba desesperada. Iba a lanzar a tres excéntricas ancianas al cuello de Ashe y no se sentía culpable. Pobrecito. No tendría una sola posibilidad de escapar.

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Ashe conducía bajo una luna llena y, por supuesto, pensó en Lilah. ¿Estaría de nuevo sentada en el jardín, mirando el cielo? Seguramente sí, le había dicho que le gustaba hacerlo. Sería tan fácil ir a verla, solo tendría que girar el volante. Ella le había dejado claro que estaba interesada... Hizo un esfuerzo sobrehumano para contenerse, pero cuando llegó a su casa vio el coche de Lilah en la entrada. ¿Qué hacía allí?, se preguntó, mirando alrededor. Unos segundos después la encontró sentada en el sofá del patio, pensativa. Llevaba una de esas faldas de flores y un top con tirantitos que destacaba sus bonitas curvas. Estaba descalza, las sandalias en el suelo, a su lado. Y tenía lágrimas en los ojos. De hecho, parecía como si llevase un rato llorando. —¿Qué ocurre? —¿No te has enterado? —le preguntó ella. —¿A qué te refieres? ¿Qué ha pasado? Lilah sacudió la cabeza. —Wendy ha muerto. —¿Wendy? —Ashe cerró los ojos, apenado—. Apenas ha pasado un mes desde que volvió a casa. Debería haber tenido Página 169 de 225

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más tiempo, eso es lo que dijeron los médicos. Una lágrima rodó por la mejilla de Lilah y Ashe no sabía qué hacer. —Han dicho que murió mientras dormía. Nadie oyó nada, ni siquiera se dieron cuenta de lo que había pasado hasta la mañana siguiente, cuando su madre fue a darle la medicina. Es tan triste. Sin saber qué decir, Ashe sentó a Lilah en sus rodillas y la envolvió en sus brazos, acariciando su pelo mientras ella lloraba por los dos. Esa pobre niña enferma había muerto... Sentía como si una garra apretase su corazón y lo único que podía hacer era abrazar a Lilah, desolado. Lo más importante del mundo era hacer que dejase de llorar. No podía soportar sus sollozos. —Lilah, por favor —le suplicó—. No llores. Ella levantó la mirada. —Lo siento, no puedo parar. Estaba temblando y tenía las manos heladas... Ashe puso los labios sobre los suyos, presionando ligeramente y notando el sabor salado de sus lágrimas. —Para, por favor —le suplicó de nuevo.

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Sentía el absurdo deseo de cuidar de ella con la parte más esencial de sí mismo. De protegerla para siempre. La besó de nuevo, esta vez abriendo sus labios con la punta de la lengua. Tenía que saber que no estaba sola, que no iba a dejarla así. Al principio, ella no hizo nada. Sencillamente se quedó allí, sobre sus rodillas, apoyando la cara en su pecho mientras él intentaba hacerla entrar en calor. Ashe redobló sus esfuerzos, metiendo una mano bajo el top para acariciar sus pechos, tan suaves, tan perfectos. Luego, sin poder evitarlo, inclinó la cabeza para besarlos, metiendo un pezón en su boca. En ese momento, Lilah dejó de llorar y se arqueó hacia él, sujetando su cabeza con las manos. Ashe se tomó su tiempo, saboreando la suave piel, su olor, el roce de su pelo en la cara. Sentía la brisa fresca a su alrededor, la oscuridad de la noche, la paz y la soledad del jardín. Aquello era como estar en el Cielo. Tiró de ella para levantarla y la colocó a horcajadas sobre sus rodillas, solo una capa de ropa entre los dos. Ashe le quitó el top de un tirón, liberando sus pechos y atacándolos como un hombre hambriento. Lilah gimió, empujando las caderas hacia él en un movimiento que lo paralizó de placer. Página 171 de 225

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Pensó por un momento que no llevaba braguitas, pero sí las llevaba... un tanga, nada más que unos centímetros de tela. Podría haberla explorado a placer, pero tenía que pensar. De verdad tenía que pensar en lo que estaba haciendo. Ashe levantó la cabeza y miró alrededor. Era de noche y, por supuesto, no había nadie en el jardín. Durante semanas había llevado un preservativo en la cartera, como un adolescente, por si acaso ocurría algo entre ellos y era capaz de llegar hasta el final. Y aquella noche iba a llegar hasta el final. La tumbó en el sofá, enganchando el tanga con los dedos para tirar hacia abajo, y se apartó un poco para bajar sus pantalones y sus calzoncillos a la vez. Iba a sacar el preservativo de la cartera, pero se distrajo al verla, su pelo extendido sobre los almohadones del sofá, sus ojos aún húmedos de las lágrimas, los labios hinchados, los pechos desnudos. Tenía la falda por la cintura y podía ver los rizos castaños entre sus piernas... era tan bella, tan salvaje, tan libre. Ashe alargó una mano para acariciarla y Lilah movió el cuerpo hacia delante hasta que por fin él le dio lo que quería, introduciendo dos dedos en su interior. Cuando gritó, Ashe cubrió su boca con la suya. —Maldita sea —murmuró. Estaba allí, sobre ella, y como si Página 172 de 225

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su cuerpo tuviera mente propia parecía buscarla—. Lilah, no te muevas... Pero ella movió las caderas ligeramente, buscándolo. Y Ashe se rindió sin poder evitarlo. Entró en ella un poco, solo la punta. Debería haber parado de inmediato, debería decírselo. «No me he puesto un preservativo». Lilah abrió las piernas un poco más, enredándolas en su cintura y levantando las caderas hacia él. Ashe no quería hacerlo, de verdad no quería... pero se encontró enterrado en ella. Su cuerpo lo abrazaba íntimamente, tan caliente y húmedo. Sospechaba que había pasado algún tiempo desde la última vez que hizo el amor con un hombre y, aunque una vocecita le decía que se apartase, no era capaz de encontrar fuerzas para hacerlo. Empujó una vez, despacio, y luego una vez más, la exquisita sensación dejándolo sin aire. Lilah se movía contra él, arqueando el cuerpo, pidiendo más. Podía hacerlo y apartarse a tiempo, se dijo a sí mismo. El momento era tan exquisito, el placer tan profundo. Empezó a moverse con un ritmo suave, pero Lilah se pegaba a él, intentando que aumentase el ritmo hasta que no pudo más... y cuando la oyó gritar en un clímax interminable se apoderó de su boca para capturar sus gemidos. Página 173 de 225

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Su propio clímax llegó como un terremoto. Ashe quería apartarse, tenía que apartarse, hacer algo para protegerla, pero cuando ella sujetó sus caderas supo que estaba perdido. Cayó sobre ella, completamente saciado, apenas capaz de respirar, su corazón latiendo a mil por hora. Y no podía hacer nada más que quedarse allí, entre sus brazos.

Cuando por fin abrió los ojos, Lilah sabía que estaba al aire libre porque notaba el aire fresco en la piel. Sentía frío en un costado y calor en el otro. Por Ashe. Estaba allí con Ashe, medio desnuda y entre sus brazos en el sofá del patio, mareada, agotada y muy, muy feliz. Al recordar lo que habían hecho se puso seria de repente, sintiéndose culpable. Culpable porque Wendy acababa de morir y ella se sentía tan feliz... culpable porque Ashe solo había querido que dejase de llorar. Y se preguntó entonces si lamentaría lo que había pasado. Pero entonces él abrió los ojos, parpadeó un par de veces y miró alrededor con cara de sorpresa. —¿Estás bien? —Sí, estoy bien. Página 174 de 225

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—Espera, vamos dentro. Debes tener frío. No se molestó en encender las luces, pero Lilah pudo ver que la habitación era grande y muy ordenada, con un sillón de cuero, una cómoda, dos mesillas y una cama con un cabecero forrado en piel. —Espera un momento, tengo que ir al baño. —Sí, claro. Lilah se lavó la cara y se miró al espejo sacudiendo la cabeza. —¿Qué he hecho? —susurró. Por fin, encontró valor para salir del baño y lo encontró esperando al otro lado de la puerta. —¿Quieres que me vaya? —No —respondió él—. ¿Tú quieres irte? —No —respondió Lilah. Ashe la tomó por los hombros, con manos firmes y cálidas. —Me encantaría que dijeras que utilizas algún método anticonceptivo. —Ah —Lilah no lo había pensado siquiera—. Sí, la verdad es que sí. Cuando te conocí pensé que... en fin, tarde o temprano ocurriría. No tienes que preocuparte por eso. Además, me hice todo tipo de prueba cuando me separé de mi Página 175 de 225

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marido, de modo que... —Yo también —la interrumpió él—. Lo siento mucho, Lilah, no tuve tiempo... no sé qué me ha pasado, pero al final no pude esperar. Estuve saliendo con una mujer que se marchó de la ciudad hace seis meses y no ha habido nadie desde entonces. Eso sí era asombroso. ¿Seis meses? Para un hombre como Ashe debía ser una eternidad... aunque ella no sabía mucho de eso. Había estado diez años casada con un hombre al que había conocido durante el primer año de universidad. —Estoy perfectamente sano, te lo prometo. —Muy bien. Y se quedaron allí, mirándose el uno al otro, sin saber qué decir. Por fin, Ashe tomó su mano. —¿Vienes a la cama conmigo? —Sí, claro. Él apartó el embozo y se quedó mirándola un momento mientras se tumbaba sobre las sábanas blancas. Luego, despacio, empezó a desnudarse y se metió en la cama para tomarla entre sus brazos.

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Cuando despertó a la mañana siguiente, a su lado, Ashe tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse. Lilah emitió un murmullo de protesta, pero luego enterró la cara en la almohada y siguió durmiendo. «Levántate y vete», se dijo a sí mismo. «Date una ducha, aféitate y vete a trabajar». Podría marcharse y dejarle una nota diciendo que se quedase allí el tiempo que quisiera. Y no decir nada más. No iba a mencionar lo que había ocurrido la noche anterior, ni lo que sentía o lo que significaba. Ashe hizo una mueca. ¿Lo que significaba? No podía significar nada. Él no podía dejar que significase nada. Había ocurrido porque sí y quería que volviese a ocurrir lo antes posible, muchas veces, pero no podía significar nada. Sin embargo, temía que Lilah no se lo tomase bien. Además, había olvidado usar un preservativo... él, un hombre que nunca fallaba en nada. Ashe se llevó una mano a la cabeza, sintiendo como si tuviera resaca. ¿El sexo producía resaca? Saltó de la cama y consiguió ducharse y vestirse, pero mientras abrochaba los últimos botones de su camisa frente a Página 177 de 225

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la cama, no podía dejar de mirarla. Lilah tenía el sueño inquieto y había estado moviéndose toda la noche. En aquel momento estaba tumbada boca abajo, un pie desnudo asomando por debajo de la sábana. Le gustaría sentarse y acariciarla... Pero él sabía lo que había que hacer en ocasiones como aquella y ese no era el camino. No debería seguir pensando en Lilah. Sabía que había un sitio y un momento para todo y aquel era el momento de volver a los Juzgados y olvidarse de ella. Por fin, bajó a la cocina y, después de prepararse una taza de café, recogió la ropa que habían dejado tirada en el patio la noche anterior. Dobló la de ella y la dejó en el baño, junto con dos toallas limpias y un albornoz. Luego tomó un papel para escribirle una nota. Tenía que hacerlo. Al menos debía darle el código de la alarma, pero no podía decir solo eso. Suspirando, Ashe empezó a pensar qué podía decirle: «Gracias». «Lo siento». «Yo no quería que ocurriese». «Volveré a la seis y media. ¿Quieres que nos veamos aquí?». Todas esas ideas aparecieron en su cabeza, pero de Página 178 de 225

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inmediato las rechazó. Tengo que ir a los Juzgados, por favor siéntete como en tu casa. Activa la alarma cuando te marches, el código es 63696. Ashe. Era lo único que se le ocurría y de verdad tenía que irse. Le enviaría flores, decidió. A las mujeres les gustaban las flores y Lilah le recordaba a las flores silvestres, de modo que podía enviarle un ramo lleno de color. Eso le gustaría, ¿no? Pero entonces tendría que decidir qué iba a escribir en la tarjeta, el único fallo en su plan. Podría llamarla por teléfono en lugar de enviar flores, pero entonces tendría que pensar qué iba a decirle. Debería alejarse, no decir una palabra, pero eso lo convertiría en un canalla y él no era un canalla. Solo un hombre que se sentía perdido, desconcertado. Ashe decidió que las flores eran lo mejor. Las encargaría a mediodía y tal vez para entonces se le habría ocurrido qué podía escribir en la tarjeta.

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C a p ít u lo D o c e Ashe tenía intención de quedarse en su despacho todo el día haciendo el trabajo que debería haber hecho en su casa por la noche y que, por razones obvias, ni siquiera había podido tocar. Pero se sentía inquieto, preguntándose qué estaría haciendo Lilah, qué pensaría de lo que había pasado por la noche. No lo había llamado; lo sabía porque había mirado su móvil mil veces para ver si tenía algún mensaje. Y seguía sin saber qué iba a poner en la nota que iría con las flores. A mediodía fue a la floristería y se puso a mirar alrededor. —Hola, señor Ashford —lo saludó la propietaria, una mujer de unos cincuenta años—. Hace mucho que no pasaba por la tienda. Ashe metió las manos en los bolsillos del pantalón y se encogió de hombros. —Hace tiempo que no mando flores. —¿Y qué le apetece comprar hoy? —¿Tiene flores silvestres? O algo parecido, me da igual lo Página 180 de 225

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que sea, solo flores con muchos colores. Exuberantes, pensó. Alegres, un poco excéntricas. —Sí, claro. Venga conmigo. Ashe señaló unas flores que le recordaban a Lilah y la florista prometió hacer un bonito ramo con ellas. Podía sentir la mirada de la mujer clavada en él mientras intentaba decidir qué debía escribir en la tarjeta. Como si alguien pudiera escribir alguna vez algo importante en una tarjeta diminuta. Se preguntó entonces si la abriría y la leería antes de enviarla... no, seguramente no. Estaba sacando la cartera del bolsillo cuando recordó a Wendy Marx. —También necesito flores para una chica de quince años. —Rosas, seguro. Todas las chicas de esa edad sueñan con que un chico les mande rosas —dijo la florista—. Si es tan joven, yo diría que de color rosa o blanco. O tal vez lavanda. —Son para un funeral —dijo Ashe, preguntándose si algún chico le habría mandado flores a Wendy—. No sé si... —¿Wendy Marx? —¿Cómo lo sabe? —Hemos enviado muchos ramos esta mañana. Pero no se preocupe, llegará a tiempo.

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—El funeral es hoy, ¿verdad? —A las cinco, creo. Demonios. ¿Querría ir Lilah? Él no quería ir... Pero si iba, Lilah acabaría en sus brazos de nuevo. Era un pensamiento increíblemente cínico, incluso para él, pero fue lo primero que se le ocurrió. Si Lilah estaba triste, ¿volverían a hacer el amor? ¿Qué clase de justificación era esa? ¿Lilah lloraba y él podía hacer lo que quisiera con ella? —¿Alguna cosa más? —le preguntó la florista. Ashe se dio cuenta entonces de que estaba mirando al vacío como un idiota. —No, gracias. Eso es todo.

Lilah durmió hasta tarde e intentó estar lo más ocupada posible durante todo el día para no pensar en Ashe. Había esperado que tuviese experiencia en la cama, por supuesto, pero no había esperado esa emoción, esa pasión desenfrenada. Aunque era mucho más sexy y más emocionante de lo que había imaginado. Página 182 de 225

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Esas manos grandes podían ser suaves o duras y exigentes, tomando lo que querían de ella... Lilah se sentía asombrada y feliz. No había tenido nunca un encuentro amoroso tan satisfactorio. Aunque dudaba que Ashe quisiera escuchar eso. Todo lo que había ocurrido esa noche daba vueltas en su mente hasta que pasó frente a una floristería y decidió enviar un ramo de flores al funeral de Wendy. Una mujer estaba haciendo un ramo particularmente bonito, lleno de flores de colores, como una pequeña pradera. —Son preciosas —le dijo. —Gracias —respondió la mujer—. Soy Anita y esta es mi tienda. ¿Puedo ayudarla en algo? —Necesito un ramo de flores para un funeral. Para Wendy Marx —dijo Lilah—. Algo parecido al que está haciendo ahora mismo. Odio las coronas funerarias, son demasiado tristes. —¿No es usted Lilah Ryan, la sobrina de Eleanor Barrington Holmes? —Su prima, en realidad, pero sí lo soy —respondió ella, sorprendida. ¿La florista la conocía? —He llevado flores para un par de bodas en la finca desde que usted llegó a la ciudad y me había parecido verla. Página 183 de 225

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—Ah, ya entiendo. —El juez Ashford estuvo aquí antes y encargó un ramo para el funeral de la niña. —¿Ah, sí? La florista sonrió. —También puso su nombre en la tarjeta, la tengo aquí. Lilah sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas al ver el ramo de rosas de color lavanda. —Son preciosas... perfectas para Wendy. Gracias. —Vino él personalmente, aunque nunca lo hace —dijo la mujer—. Además, quería elegir algo que era importante para él. —Ya lo veo —asintió Lilah. Se daba cuenta de que intentaba decirle algo, pero no sabía qué. ¿Que Ashe enviaba flores a muchas mujeres? No le sorprendería. —Lo siento, pero ya que está usted aquí... el juez Ashford también ha encargado flores para usted. —¿Para mí? «Buen detalle, Ashe». ¿O era lo que hacía siempre que se acostaba con una mujer? Página 184 de 225

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—Las eligió él mismo —insistió Anita. Y normalmente no lo hacía; eso era lo que quería decirle. —Lo siento, no debería habérselo dicho, pero... mire, este es el que ha elegido para usted. Lilah lo miró, boquiabierta. Era un ramo absolutamente perfecto. Todos esos colores tan vibrantes, tan alegres. Las flores de tallo largo delicadas y salvajes a la vez. Ashe la conocía bien. La entendía. Y eso tocaba algo dentro de ella, haciendo que se sintiera ridículamente feliz. Lilah sonrió, intentando contener las lágrimas. —Aquí está la tarjeta —dijo Anita. Ella abrió el sobrecito con manos temblorosas. En la tarjeta había escrito: Me recuerdan a ti. Ashe. —Muchas gracias. Son perfectas.

Ashe no pensaba hacerlo, pero en el último minuto decidió acudir al funeral de Wendy. Había muchísima gente y se quedó atrás, esperando que sus padres no se fijaran en él. Temía que siguieran enfadados por dejar que la niña saliera del hospital o Página 185 de 225

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que lo culpasen por haber dejado el tratamiento. Sentía que debía estar allí, pero no quería estar. Y no había ido para guardar las apariencias. Entonces, ¿qué estaba haciendo?, se preguntó. Un segundo después vio que Lilah se acercaba a él y respiró profundamente, preparándose por no sabía qué razón. Parecía triste y estaba tan bella con el vestido blanco y negro y el pelo suelto... Lilah nunca debería sentirse triste, decidió. Ella era la alegría personificada. Cuando llegó a su lado y tomó su mano con una sonrisa en los labios, Ashe tuvo que tragar saliva. Aún seguía intentando contener sus emociones para que ella no se diera cuenta, pero no estaba solo y lo sabía. Y ese era un consuelo inesperado para él. El servicio le pareció eterno y las lágrimas de la gente le rompían el corazón, sobre todo las de Lilah. Era terrible enterrar a alguien tan joven... Cuando creía que no podía soportarlo más, el servicio terminó y la gente empezó a despedirse. Pero Lilah se quedó a su lado, sin soltar su mano, la cabeza apoyada en su brazo. —Gracias por enviar las flores por los dos. Ashe frunció el ceño. Página 186 de 225

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—¿Cómo lo sabes? —Fui a la misma floristería que tú y la florista me lo contó. Por cierto, también he visto las flores que encargaste para mí, son preciosas. Él asintió con la cabeza. —La florista me dijo que las chicas de la edad de Wendy sueñan con recibir rosas. ¿Tú crees que algún chico le envió rosas? —Ashe se dio cuenta de que no debería haberlo preguntado porque Lilah empezó a llorar de nuevo—. Lo siento, perdona, soy un idiota —murmuró, abrazándola y acariciando su pelo. Seguían abrazados cuando Eleanor se acercó unos minutos después. —Qué pena, ¿verdad? —¿Nos vamos o vais a quedaros un rato más? —le preguntó Lilah. —Nosotras nos vamos. Ashe puede llevarte a casa más tarde si quieres quedarte un rato. —No, me iré con vosotras. Ashe no podía dejar que se fuera sin él y, sin pensar lo que hacía, la apretó contra su costado. —Yo la llevaré. Lilah esperó hasta que Eleanor se había ido para mirarlo a Página 187 de 225

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los ojos. —La verdad es que no quería volver sola a la finca, pero no sabía si pedirte que fueras conmigo. —Y yo no quería venir aquí, pero en el último momento me di cuenta de que era mi obligación. —Tú hiciste lo que ella quería cuando nadie le hacía caso. Déjalo, ya ha terminado. Wendy ha muerto y tú hiciste lo que debías hacer. Seguro que siempre haces lo que crees que debes hacer. —No, anoche no lo hice —le confesó él, más enfadado de lo que pretendía. Lilah se apartó, dolida. —Muchas gracias. —No, por favor, no quería decir eso... —Sí querías decirlo —lo interrumpió ella—. Me había jurado a mí misma no enfadarme dijeras lo que dijeras sobre lo que pasó anoche y si no estuviéramos en un funeral no me habría enfadado, pero hoy estoy un poco emocionada. Se dio la vuelta para salir del cementerio, pero Ashe la tomó del brazo para llevarla hacia su coche. —Por favor, sube. Ella suspiró.

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—No tienes que darme explicaciones. Yo sabía que tarde o temprano pensarías que había sido un error. —No, tú sabes que yo lo deseaba tanto como tú. No quiero desearte, pero no puedo evitarlo y tú lo sabes. Ella lo miró, obstinada y dolida. —Ya, claro. —Por favor, sube al coche. Y, por fin, Lilah lo hizo. Solo quedaba por decidir qué iba a decirle cuando llegasen a casa.

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Capítulo Trece Lilah intentó calmarse durante el viaje. Aquello era exactamente lo que Ashe no quería: una escena. Eso era lo último que deseaba, la razón por la que temía estar con alguien como ella. Cuando llegaron a la casa, tuvo que apartar la mirada al recordar lo que había ocurrido en el sofá del patio... —Lo siento —empezó a decir Ashe cuando entraron en la cocina. —No tienes que decir eso. Él levantó las manos en un gesto de desesperación. —Ya sé que no tengo que decirlo, pero quiero hacerlo. —Lamentas lo que pasó, pero fue culpa de los dos... —No es verdad. Fue culpa mía, lo único que tú hiciste fue venir aquí. —Y no debería haber venido. Fue un error. —Tú estabas triste y yo no pude soportarlo. Solo quería que dejases de llorar y... bueno, en fin, luego pasó lo que pasó. —No tenemos que hablar de ello. No tenemos que hablar de nada. Y no me gusta verte triste —dijo Lilah, poniendo una Página 190 de 225

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mano en su torso. —¿Qué haces? Ofrecerle un poco de consuelo, pensaba ella. Un beso, una caricia. Pero, por su reacción, era evidente que también él quería hacer el amor y eso la hizo sentir feliz y culpable al mismo tiempo. Wendy había muerto, pero Ashe y ella estaban vivos. ¿Tan difícil era comprenderlo? —Estoy haciendo lo que quiero en lugar de discutir contigo. —Creo que te encanta discutir conmigo. —Tal vez, pero no tenemos que discutir ahora mismo — Lilah apoyó la cabeza en su torso. —Oye... —Estoy diciendo que no tienes que darme explicaciones, que no tenemos que discutir. Vine anoche porque quería estar contigo en todos los sentidos y quiero lo mismo ahora. —Maldita sea, Lilah. No puedes decirle eso a un hombre. —No estoy diciéndoselo a cualquier hombre, te lo digo a ti. Se estaba ofreciendo otra vez, sin promesas, sin expectativas, sin ataduras. —No lo dices en serio. Página 191 de 225

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—Claro que sí. Hoy es un mal día... lo entiendo y tú lo entiendes también. Era lo único que se le ocurría decir para volver a su cama, para estar entre sus brazos. Además, era cierto. Lilah sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas en el peor momento. No quería que pensara que estaba intentando manipularlo, pero todo era tan triste. —No, por favor —murmuró Ashe, tomando su cara entre las manos. —Solo son lágrimas, no importa. Se me pasará enseguida. —A mí sí me importa —dijo él, con voz ronca—. No quiero que te sientas triste. Lilah sonrió. —No creo que ni siquiera tú, tan decidido y tan perfecto como eres, puedas hacer feliz a una mujer todo el tiempo. Pero es una idea muy dulce. —¿Dulce? Yo no soy dulce —protestó él, como un hombre en guerra consigo mismo. Ashe se inclinó para besarla; un beso largo y apasionado que era como una droga y que hizo que a Lilah le temblasen las rodillas. Sus pechos parecían más pesados de repente, todo su cuerpo temblando de anticipación. Y Ashe la tomó en brazos para llevarla a la cama Página 192 de 225

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—He perdido la cabeza —le contó a Wyatt durante un receso a la mañana siguiente. Su amigo lo miró, con una sonrisa en los labios. —¿Lilah? —Sí, Lilah. Nadie más me vuelve loco. —Muy bien, deja que señale lo obvio, por si no te has dado cuenta: si no te acuestas con esa mujer y no piensas salir con nadie más, acabarás completamente loco. O encuentras a otra persona o te acuestas con ella. —Ya lo he hecho —admitió Ashe. Él no era de los que se jactaban de haberse acostado con una mujer, pero aquel era un momento desesperado. —¿Ya has hecho qué? —Acostarme con Lilah. Puede que ella siga en mi cama en este momento. —Ah —Wyatt frunció el ceño—. Bueno, si te acuestas con ella, ¿cuál es el problema? Deberías estar contento. —No debería acostarme con ella en absoluto. No quería hacerlo... había tomado la decisión de no hacerlo, pero ahora no puedo parar. Es como... —¿Como una droga? ¿No te cansas nunca?

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—Y no es porque no lo intente —dijo Ashe—. Solo han sido dos días... dos noches en realidad. Dos noches y una mañana fabulosa. —Estás intentando cansarte de ella. —¿Tú crees? —Es la única manera. Hacerlo como conejos hasta que... —No, no, con ella no es así —lo interrumpió Ashe. —¿Y entonces cómo es? —No lo sé. —Pensé que Lilah era una complicación excesiva que había aparecido en un mal momento. —Sin duda lo es —respondió Ashe. —¿Pero? —Es interesante, un reto. Le gusta provocarme y es inteligente, amable, generosa, idealista, divertida... no sé si sabes que Wendy Marx ha muerto. —Sí, he leído un artículo en el periódico esta mañana. Duro, ¿eh? Él asintió con la cabeza. —Mucho. —En una de las fotos del funeral aparecéis Lilah y tú, por cierto. Página 194 de 225

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—¿En serio? ¿Haciendo qué? —Nada impropio, no te preocupes. A ella se la ve muy disgustada y tú estas a su lado. Parecéis buenos amigos — respondió Wyatt. —Lilah hizo una sesión de fotos con ella. Encargó una peluca a una amiga y le regaló ropa... la sacó muy guapa, como una chica normal, que era lo que Wendy quería. —¿Es la foto que sale en el periódico? —No lo sé, aún no he leído el periódico. —En la foto no parecía enferma en absoluto. Parecía una adolescente normal —Wyatt sacudió la cabeza—. Seguro que eso significó mucho para ella. —Y para los padres de Wendy, ahora que no está. Así podrán recordarla siempre feliz. —Muy bien, entonces Lilah es una mujer encantadora, pero complicada —dijo su amigo—. Ya te he dicho muchas veces que no tienes que ser un santo para salir reelegido, así que tendrás que decidir si esa mujer te interesa o no. Con todas sus complicaciones. Lilah era complicada, desde luego. En cuanto a quererla en su vida... la verdad era que ya no podía imaginarla sin ella. —Sí, lo sé. —Eres un tipo inteligente, seguro que tarde o temprano Página 195 de 225

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eres capaz de tomar una decisión. Ashe asintió con la cabeza. Pero no lo tenía nada claro.

Lilah se levantó tarde, feliz al verse en la cama de Ashe, agotada y relajada después de todo lo que le había hecho... Esperaba que él no lo lamentase tanto esa mañana como el día anterior. Esperaba que no volviera a disculparse y no tener que convencerlo de que no habían hecho nada malo. Canturreando alegremente, Lilah se puso un albornoz antes de bajar a la cocina para servirse un café. Ashe había dejado la cafetera puesta, pero esa mañana no había dejado una nota... Lilah recordó entonces que habían ido en el coche de Ashe. Bueno, podía pedir un taxi o llamar a alguien para que fuese a buscarla. Sybil, decidió, pensando que necesitaba el consejo de otra mujer. Así que la llamó y su nueva amiga fue a buscarla para ir a comer. —De modo que al final se ha rendido, ¿eh? Me alegro por ti. Lilah se puso colorada. —Sí, bueno... Página 196 de 225

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—Y parece que el juez es todo lo que dicen —Sybil le hizo un guiño. Lilah vaciló. ¿Las mujeres se contaban esas cosas? Seguramente sí. En cualquier caso, Sybil ya se había dado cuenta de lo que había pasado por el rubor de su cara. —¿De verdad? ¿Tan bueno es? Ella asintió con la cabeza. —Pero tienes que ayudarme porque no sé qué hacer ahora. Y tenemos que ir a un sitio discreto donde no me encuentre con Ashe. —Muy bien, conozco el sitio perfecto. Veinte minutos después estaban en un bar-grill a las afueras de la ciudad. Lilah estaba hambrienta y comió con gran apetito mientras Sybil la estudiaba en silencio. —Anoche te libraste de varias calorías, ¿no? —bromeó. —Anoche no cenamos —dijo Lilah. —¿Pasasteis toda la noche en la cama? Qué bien. Sí, muy bien. Increíblemente bien. —Tienes que ayudarme, Sybil. No sé qué hacer. No tengo mucho con lo que comparar porque me casé muy joven, pero Ashe es... tan increíble que no quiero que termine nunca. —¿Después de una sola noche? Página 197 de 225

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—Dos —admitió Lilah. —Anoche y... —La noche anterior, pero Ashe estaba enfadado consigo mismo y decía que no deberíamos volver a hacerlo. —Pero volvisteis a hacerlo anoche. —Y esta mañana. Sybil soltó una carcajada. —¿Entonces cuál es el problema? —Que ahora no sé qué hacer. ¿Qué debo hacer, llamarlo? —Eso depende, cariño. Si no habéis quedado en nada y solo es sexo debes tener cuidado. Si esperas algo que él no está dispuesto a dar, te llevarás una decepción. —No hemos quedado en nada, salvo que yo quería y él pensaba que sería un error —Lilah suspiró—. No, espera, anoche le dije... que solo sería una vez, nada más. —Ah —Sybil puso cara de pena. —Pero yo quiero más. Quiero tener una relación con él. ¿Qué hago? —Creo que deberías esperar que el juez te busque. —¿Y si no lo hace? No quiero quedarme en casa pendiente del teléfono. Tal vez no había sido nada especial para él, pensó. Página 198 de 225

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¿Sería posible? Ashe era tan sexy que sentía un cosquilleo entre las piernas cuando pensaba en él, pero era mucho más que eso. Era un hombre bueno, amable, fuerte, capaz, responsable, serio. Irritante, discutidor, obstinado, pero también adorable. —Espera a ver qué hace —sugirió Sybil—. Los hombres no se apartan de una mujer que les gusta a menos que esa mujer sea un problema enorme. —Ashe cree que yo soy un problema —dijo Lilah, entristecida—. O que puedo serlo. Cree que es demasiado pronto para mí y tiene esas reglas sobre las mujeres divorciadas... —Pero las reglas están para saltárselas. Y ya se las ha saltado contigo —le recordó su amiga. —¿Y si me he enamorado de él? —No, no hagas eso. No sería bueno para ti. Lilah no dijo nada más. No podía hacerlo. Ni siquiera quería decir en voz alta lo que ya sabía en su corazón. Que era demasiado tarde.

Debería llamarla, pero tal vez no era lo más acertado, pensaba Ashe. Podría enviarle las flores en lugar de llamar, Página 199 de 225

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pero le había enviado flores el día anterior. Podría ignorarla, pero él no era un grosero ni un imbécil. O podría ir a verla, acostarse con ella y despertar al día siguiente con el mismo dilema. Lo único bueno era que se acostaría con Lilah de nuevo y tal vez tarde o temprano se cansaría. Tal vez el año siguiente. La década siguiente. Aunque le gustaba el plan de Wyatt, Ashe no encontraba una respuesta. Y entonces se dio cuenta de que nunca la había invitado a cenar. Nunca habían tenido una cita. ¿Qué clase de hombre se acostaba con una mujer y no la invitaba a cenar? Ashe la llamó y la invitó a cenar esa noche. La vería, pero estarían rodeados de gente y de ese modo ninguno de los dos se quitaría la ropa. Pero más tarde se le ocurrió pensar que iba a tener que hablar con ella y aún no sabía qué iba a decirle. Maldita fuera.

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C a p ít u lo C a t o r c e Durante la cena, Lilah esperaba que Ashe dijera que no quería volver a verla. Que había tenido tiempo para pensar y que lamentaba lo que había pasado. ¿Qué otra cosa iba a querer decirle? Pero no pensaba ponérselo fácil. Se arregló con esmero, usando su perfume favorito, uno que había creado ella misma con una mezcla de aceites esenciales, se sujetó el pelo en un elegante moño y se puso una falda negra a juego con un top de cuello halter en color crema que dejaba sus brazos y su espalda al descubierto. Con unos pendientes largos y un chal negro sobre los hombros estaba lista. Si iba a decirle adiós, quería que viera lo que iba a perderse. Podía vivir sin él. Tenía a Eleanor, a Kathleen y a Gladdy y a Sybil, a sus alumnas. Las clases estaban a punto de terminar, pero no creía que Ashe fuese a oficiar la ceremonia de divorcio. Resultaba difícil creer que todo aquello había empezado con esa simple petición y con los manejos de Eleanor, Kathleen y Gladdy, claro. Página 201 de 225

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Además, quería pasar algún tiempo con Erica, que empezaba a estar seriamente asustada por las amenazas que había proferido su ex marido en cuanto recibió la sentencia de divorcio. De hecho, estaba a punto de recomendarle que desapareciese durante unas semanas, por si acaso. Y luego estaba Sybil y su nueva colaboración profesional, de modo que tenía cosas que hacer. Sobreviviría si Ashe le decía que no podían volver a verse. Él llegó a la hora prevista, tan elegante y serio como siempre. Guapo, amable, el acompañante perfecto. La llevó a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, a juzgar por la decoración, y uno de los más populares, a juzgar por la cantidad de gente que había, donde parecía ser bien conocido. El maître lo saludó por su nombre y varias personas hicieron una inclinación de cabeza, mirándolo con cara de sorpresa. De modo que no quería esconderse. Eso era inesperado. Lilah no sabía qué pensar. No habían metido la pata últimamente, pero el jefe de Ashe seguía vigilándolos y había salido una fotografía de los dos en el periódico durante el funeral de Wendy. Nada impropio, pero estaban juntos, ella apoyada en su brazo. Lilah lo miró a los ojos. Si no lo conociera bien, pensaría que estaba nervioso. ¿Porque iba a dejarla? Seguramente lo habría hecho más de Página 202 de 225

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una vez. Aunque le parecía un poco raro que hubiese elegido precisamente aquel restaurante para hacerlo. —No tenías que invitarme a cenar. —¿Por qué no? Llevas dos noches seguidas sin cenar nada y mañana me iré dejándote solo con un café y unas galletas en el armario. —¿Estamos aquí porque te sientes culpable? —No, yo no diría eso. Más bien... —¿Qué, una cuestión de buenas maneras? No tienes que preocuparte por eso. —Pero sí me preocupo. —¿Sueles invitar a cenar a las mujeres antes de acostarte con ellas? ¿Es una de tus reglas? Ashe dejó escapar un suspiro. —¿Por qué crees que estamos aquí? —Vas a decirme que no podemos seguir viéndonos — respondió Lilah. —¿Por qué? —le preguntó él, sorprendido. —Sé que te encuentras incómodo en esta situación. Ashe se echó hacia atrás en la silla. —No era lo que pretendía... —Ya lo sé. Tampoco yo entiendo cómo ha ocurrido. Página 203 de 225

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—... pero por mucho que lo he intentado no soy capaz de lamentarlo —terminó Ashe la frase. —¿En serio? —Me digo a mí mismo que debería olvidarme de ti, lo creo durante cinco segundos y luego empiezo a pensar en ti de nuevo. Te imagino desnuda en mi cama, con el pelo extendido sobre la almohada, moviéndote todo el tiempo... aunque no me importa. El corazón de Lilah se aceleró de felicidad. —Creo que es lo más sincero que me has dicho nunca. Ashe rio. —Puede que sea lo más sincero que le he dicho a nadie. Salvo cuando hablamos de Wendy —Ashe sacudió la cabeza—. No es la clase de conversación que suelo permitirme a mí mismo, pero la verdad es que me ayudó mucho. —Deberías tener a alguien con quien hablar de esas cosas. Todos necesitamos saber que le importamos a alguien y que esa persona quiere escuchar nuestros problemas. —¿Una persona que nos vuelva un poco locos? El corazón de Lilah parecía a punto de salirse de su pecho. —Tú lo necesitas más que nadie. Ashe sonrió.

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—Es curioso que digas eso porque he estado hablando con Wyatt. No debería y no quiero que pienses que voy por ahí contando cosas sobre ti a nadie... —Lo sé, no tienes que decírmelo. —Le he contado que no soporto estar un solo día sin verte —admitió él, sacudiendo la cabeza. —¿Y qué ha dicho Wyatt? —Ah, lo siento, pero eso no puedo decírtelo. —¿Te ha sugerido que aproveches la oportunidad mientras puedas? —sugirió Lilah—. ¿Te ha dicho que es la única manera de cansarte de mí? Ashe asintió con la cabeza. —Muy bien, intenta cansarte de mí. Te reto —dijo ella entonces. —No lo dirás en serio. —¿Por qué no? —Porque tú no eres ese tipo de mujer. No pudieron seguir hablando porque en ese momento se acercó el sumiller para ofrecerles la carta de vinos. —No me digas qué clase de mujer soy o lo que quiero —le advirtió Lilah cuando los dejó solos—. No estamos en tu sala y tú no tomas las decisiones. Página 205 de 225

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—Estuviste casada durante diez años. —Y ahora ya no lo estoy. —Sé qué clase de mujer eres y creo que es hora de que dejemos de fingir que esto es solo sexo. Ella lo miró, boquiabierta. —¿Ah, sí? —Hemos intentado fingir que solo es eso, pero no es verdad —insistió él—. Yo no me molesto tanto solo para acostarme con alguien. —¿Te estás molestando mucho por mí? —Lo nuestro es algo más que sexo. ¿Podemos poner eso sobre la mesa? —Esto no tiene por qué ser un problema. De hecho, si lo es puedes acostarte con otra persona que no... —Lilah, no me estás escuchando —la interrumpió él—. No sé qué es lo que quiero, pero sea lo que sea, lo quiero contigo. Solo contigo. —Ah —Lilah se echó hacia atrás en la silla, atónita—. Había pensado que... —Yo también, pero o estaba equivocado desde un principio o he cambiado de opinión. Eres una persona interesante, complicada, adorable y me gustas mucho.

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—Ah —Lilah no parecía capaz de articular palabra. —Podrías decir que tú sientes lo mismo —sugirió Ashe. —Así es. —Me alegro. —Yo también —Lilah tuvo que recordarse a sí misma que debía respirar, sintiendo que le daba vueltas la cabeza. Le gustaba, la deseaba. Unas palabras tan simples para un hombre tan complicado. Palabras que la emocionaban, que la hacían feliz, que la excitaban y la asustaban al mismo tiempo porque era lo que deseaba escuchar, lo que había soñado escuchar. —No te asustes ahora —dijo él, riendo—. Eres tú la que nunca tiene miedo, ¿no? —Muy bien, de acuerdo, no tengo miedo. Pero tenías tantas reservas sobre esto. ¿Qué pasará con tu reelección? —No voy a pedirte que cambies por mí si eso es lo que te preocupa. Yo no te haría eso. —¿De verdad? Pues yo había pensado... —Me gustas tal y como eres, Lilah. Y si fuéramos capaces de no arrancarnos la ropa cada vez que estamos solos... aunque creo que yo soy más culpable que tú en ese sentido. —Yo sé lo importante que tu trabajo es para ti y, además, Página 207 de 225

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creo que lo haces muy bien. Debes salir reelegido y yo no pienso estropearlo, te lo prometo. —Gracias —dijo él—. Tal vez esto no sea tan difícil como hemos creído. —Ashe...

Durante las semanas siguientes, Ashe tuvo que admitir que era un hombre feliz y que, a pesar de sus reservas iniciales, le resultaba muy fácil estar con Lilah. No, más que eso. Era maravilloso estar con ella. Lilah era una persona tan alegre, tan entusiasta. Era una persona inteligente, amable, hermosa, apasionada en la cama, aventurera y encantadora. Se había puesto el body de color carne la otra noche y él terminó tumbándola sobre su escritorio, como un banquete que quisiera devorar. Que era lo que había hecho. Para él, Lilah era la mujer perfecta. Pero ningún ser humano era perfecto, él lo sabía muy bien. De modo que Lilah era un rompecabezas. La vida en aquel momento le parecía demasiado buena para ser verdad. Había pequeños problemas, como tener que hacer campaña para su reelección, algo que lo horrorizaba, y la Página 208 de 225

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enorme cantidad de casos que llegaban al Juzgado, aunque eso siempre era así. No había vivido con una mujer desde su breve matrimonio quince años antes, de modo que también tenía que acostumbrarse, pero eso significaba que Lilah estaba en su cama cada noche y él la quería en su cama cada noche. El único problema serio eran las notas amenazadoras que había recibido últimamente de un hombre furioso porque Ashe había firmado su sentencia de divorcio, pero eso era parte del trabajo. Un policía lo acompañaría durante un par de días, hasta que localizasen al sujeto y decidieran si era un riesgo de verdad. Tenía que contárselo a Lilah, pero no quería asustarla. Lo haría en la cama, decidió. Así estaría distraída y no se preocuparía demasiado. No quería que se preocupase. De hecho, quería verla feliz porque así también él se sentía feliz. ¿Cuándo había podido decir eso? Estaba terminando de repasar unos informes cuando el policía que lo custodiaba entró en su despacho con una expresión que lo asustó. —¿Qué ha pasado? —Creo que hemos encontrado al hombre que le envía notas amenazadoras. Se llama Joe Reynolds. Página 209 de 225

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—¿Dónde? —En la finca Barrington... Ashe sintió que su corazón se detenía durante una décima de segundo. —Lilah... la mujer —empezó a decir, nervioso. La mujer por la que estaba loco, la mujer que lo hacía feliz—. La mujer con la que salgo. Esa descripción parecía totalmente inadecuada y Ashe tuvo que contener el deseo de decir simplemente: «mi mujer». —No han dicho que haya heridos, pero por lo que he oído en la radio debemos tener cuidado. ¿Qué quería decir con eso, que Reynolds seguía en la finca? —¿Ha tomado rehenes? —No lo sé —respondió el policía—. Solo sé que un hombre entró en la casa buscando a su ex mujer y, al no encontrarla en el interior, salió al jardín, donde había un grupo de mujeres reunidas alrededor de una hoguera. Ashe asintió con la cabeza. —Es parte de las clases de Lilah. Debía haber una docena de mujeres, todas recién separadas. Pero Lilah no sabía nada sobre las notas amenazadoras.

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—Vamos a la finca ahora mismo. —No puede ir. Solo he venido para contarle que... —Puede venir conmigo o no, haga lo que quiera —lo interrumpió Ashe. El policía intentó convencerlo para que no hiciera nada, pero él estaba decidido y, por fin, subieron al coche para ir a la finca. El viaje duró diez minutos, que le parecieron interminables, y cuando llegaron a la entrada, rodeada por coches patrulla, otro policía lo tomó del brazo. —No puede pasar. —Soy el juez Ashford. Es a mí a quien busca ese hombre porque firmé su sentencia de divorcio —le informó Ashe. —Y yo soy el comisario encargado de este caso. Lo siento, pero no puede pasar. Ha tomado a unas mujeres como rehenes... —Por eso estoy aquí. Le diré que puedo revertir la sentencia de divorcio, le diré lo que sea. —No —repitió el comisario—. No voy a dejar que tome a un juez como rehén. Ashe insistió, pero no era capaz de convencer al testarudo policía, que insistía en saber por qué habían hecho una hoguera en el jardín. Pero no era el momento de explicarle que a Lilah le gustaba hacer rituales a la luz de la luna. Además, no Página 211 de 225

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tenía importancia. —¿Es posible que alguna de esas mujeres lleve puesto un vestido de novia? ¿Un vestido desgarrado? Ashe recordó la «teoría destructiva» de Lilah, pero decidió que sería muy largo de explicar. —¡Hay un hombre con una pistola ahí dentro! ¿Qué importancia tiene el vestido? Yo firmé la orden de alejamiento que pidió la mujer de Reynolds después del divorcio, pero puedo decirle que voy a revocarla. Eso es lo que quiere, hablar con su mujer —dijo Ashe, intentando convencer al comisario— . Aunque, por supuesto, no voy a hacerlo. —No puedo dejar que tome a un juez como rehén. Mis superiores se subirían por las paredes. —Yo conozco los riesgos de mi profesión, no se preocupe. Y es mejor un hombre que una docena de mujeres asustadas, que es lo que tiene ahora. —Pero no sé si puedo protegerlo... ese hombre está trastornado. —Es más fácil proteger a una sola persona que proteger a una docena. Ofrézcale un trato, dígale que puedo firmar la orden ahora mismo —insistió Ashe, pero luego lo pensó mejor—. No, dígale que he venido con un secretario del Juzgado y que puedo revocar la sentencia de divorcio aquí mismo. ¿Cree que está tan trastornado como para creerlo? Página 212 de 225

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—Sí, seguro. Hemos intentado hablar con él, pero no razona. —Dígale que tengo que firmar unos documentos... y que para eso tenemos que entrar en la casa. Una vez que esté dentro será más fácil detenerlo, ¿no? Por fin, el comisario aceptó. Tardaron un poco, pero lo organizaron todo, incluyendo al agente de policía que se haría pasar por el secretario del Juzgado. Y, afortunadamente, Reynolds aceptó hablar con él. Una docena de mujeres vestidas de novia, con los vestidos rasgados o manchados de barro, empezaron a salir una a una, dejando a los policías boquiabiertos. Pero Ashe no miraba a ninguna de ellas, solo a Lilah. Al comprobar que estaba bien respiró tranquilo por primera vez en más de una hora, pero iba del brazo de una aterrorizada Erica Reynolds, con su ex marido detrás, apuntándolas con una pistola. Por supuesto, allí era donde estaba Lilah, al lado de la víctima. Ashe tuvo que hacer un esfuerzo para calmarse. Todos estaban en silencio, esperando, el agente de policía que se haría pasar por secretario del Juzgado tras el escritorio en un salón que los policías habían elegido porque podían ver desde todos los ángulos y colocar a sus tiradores donde querían. Página 213 de 225

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Lilah miró alrededor y, al verlo, hizo una mueca de rabia. Pues peor para ella si se enfadaba. Ashe haría lo que tuviese que hacer para defenderla y ya podía ir acostumbrándose. También él estaba enfadado por poner su vida en peligro cuando le había advertido que tuviese cuidado. Él le hizo un gesto para que se fuera, pero Erica la agarró del brazo, asustada, y Lilah lo miró, sin saber qué hacer. «No lo hagas, no te atrevas». Pero ella se quedó. Maldita fuera. —No me dejes sola, Lilah —murmuró Erica. —No, claro que no. Me quedaré —respondió ella. —Esta es una vista privada —dijo Ashe—. El secretario del Juzgado, el marido y la esposa, no puede quedarse nadie más. Lo siento, Lilah, tienes que irte. Reynolds la apuntó con la pistola y Ashe sintió como si su corazón hubiese dejado de latir, como si el mundo hubiera dejado de girar sobre su eje. ¿Por qué no lo detenía el comisario? ¿Por qué no entraban los policías de una vez? Angustiado, tuvo que hacer un esfuerzo para no ponerse Página 214 de 225

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entre Lilah y esa pistola. —Espere un momento —dijo Reynolds, mirando de uno a otro—. ¿La conoce? —Sí. —Están en esto juntos para que Erica se aleje de mí... —No, eso no es cierto. Pero Lilah y yo nos conocemos, es verdad —afirmó Ashe—. Y por eso su presencia aquí es totalmente inapropiada. —Ella quiere alejar a Erica de mí... —Para eso estoy aquí. Yo puedo invalidar la sentencia de divorcio, así podrá hablar tranquilamente con su esposa. Lo importante es resolver esta situación. —¿Sin orden de alejamiento? —preguntó Reynolds. —Sin orden de alejamiento —mintió Ashe—. Solo tiene que sentarse un momento. Reynolds pareció arrugarse entonces, abrumado de desesperación. —Da igual, ya da igual. Ahora que he hecho esto no hay vuelta atrás —el hombre miró su pistola y todos supieron que iba a usarla, que iba a disparar a alguien. Pero, en unos segundos, los policías se lanzaron sobre él y mientras lo tiraban al suelo para arrebatarle el arma, Ashe aprovechó para abrazar a Lilah. Página 215 de 225

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Él temblaba más que ella, pero estaba a salvo, que era lo importante. Y nunca se había sentido más aliviado en toda su vida.

Tardaron una eternidad en marcharse porque los policías tenían que hacer un informe. Mientras tanto, Lilah intentaba convencer a Eleanor, Kathleen y Gladdy de que todo había terminado y podían irse a dormir, pero las pobres estaban muy alteradas. Ashe no se apartó de ella, fulminando con la mirada a todo aquel que quisiera separarlos. Tuvieron que soportar las preguntas de los periodistas, reunidos frente a la casa, pero Lilah quiso aprovechar la oportunidad para llamar la atención sobre la violencia doméstica, de modo que tuvo que esperar. Lilah se mostraba brillante, apasionada, fuerte y comprometida con algo en lo que creía de verdad. Por supuesto, algunos periodistas solo querían hablar sobre la extraña ceremonia alrededor de la hoguera, pero Lilah fue capaz de decir lo que quería decir. Ashe se sentía orgulloso de ella. También hubo preguntas sobre su relación y el potencial conflicto de intereses entre su trabajo y el de Lilah, pero unos minutos después por fin pudo llevarla a casa y olvidarse del Página 216 de 225

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resto del mundo. Y, una vez allí, la estrechó entre sus brazos, apretándola con tal fuerza que temía hacerle daño. —Estoy bien, te lo prometo —dijo ella. Ashe apenas era capaz de respirar. Se decía a sí mismo que estaba a salvo, pero eso no ayudaba nada. —Casi me vuelvo loco cuando me dijeron que ese tipo estaba en la finca. —No ha pasado nada, estoy bien —insistía ella. Ashe sentía como si estuviera sobre arenas movedizas hasta que, por fin, Lilah lo empujó hacia un sillón y se sentó sobre sus rodillas, echándole los brazos al cuello. —¿Mejor? —Sí, mucho mejor. No me sueltes. —No lo haré. Así era Lilah. Él necesitaba algo y ella se lo daba. Tan generosa, tan dulce, tan extravagante. Era un regalo del Cielo y la vida era mucho mejor, más feliz, estando a su lado. Ella era capaz de hacer que se sintiera a gusto en el mundo y en su propia piel, eso era lo que había encontrado con Lilah Ryan. —Te adoro —dijo Ashe. —Y yo a ti. Página 217 de 225

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—Te necesito. Tanto que me da miedo. —Yo también. —No me imagino viviendo sin ti. Ni siquiera querría intentarlo. —No tienes que hacerlo —murmuró Lilah. Y fue entonces cuando Ashe lo supo. No, lo había sabido antes, unas horas antes. Y aquel fue el momento en el que dejó de luchar. Se había enamorado de ella.

Ashe sentía como si hubiera despertado en otro mundo, uno que lo asustaba un poco. Estaba tumbado en la cama y Lilah, por razones que no entendía, lo abrazaba por la cintura, con el pelo extendido sobre su torso, la cabeza sobre su abdomen. Tenía muchas cosas en las que pensar y más que decirle. —Te vas a morir de hambre si sigues conmigo —bromeó, acariciando su pelo. Ella frotó la nariz contra su abdomen. —Me da igual. —Al menos, debería tener algo en la nevera para el Página 218 de 225

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desayuno. —Tú nunca estás en casa a la hora del desayuno —le recordó Lilah. —Pero tú sí —Ashe tiró de ella para buscar sus labios—. Quiero cuidar de ti, Lilah. Eso es lo que hace un hombre cuando le gusta una mujer. —Eres un poco anticuado, ¿no? —Sí, lo soy. Pero tenía que hablar con ella, pensó. Tenía que decirle lo que había descubierto la noche anterior. Ashe miró el reloj, suspirando. —Tengo que irme a trabajar. Voy a cancelar todas mis reuniones de hoy, pero he de pasar por el despacho un par de horas. Prométeme que no te irás, por favor. —¿De verdad tienes que irte? —Me temo que sí. Debo disculparme por interferir con la operación de la policía y probablemente darle una explicación al juez Walters. —¿Qué vas a decirle? —No lo sé, ya se me ocurrirá algo. Eso no me preocupa en este momento. Ella levantó la cabeza, apartando el pelo de su cara.

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—¿Y qué es lo que te preocupa? —Tú —respondió Ashe—. Las cosas que tengo que decirte. —No tienes que decirme nada... —Sí tengo que hacerlo —la interrumpió él—. Anoche tenía tanto miedo por ti que no podía pensar con claridad. Los policías me miraban como si tuviera dos cabezas. —Lo siento, pero... —No estoy enfadado contigo, Lilah. Pero sigo aterrorizado. Y de verdad tengo que irme al Juzgado, pero prométeme que estarás aquí cuando vuelva dentro de un par de horas. —Muy bien, te lo prometo —dijo ella, antes de apoyar la cabeza en su pecho. Ashe se quedó inmóvil hasta que volvió a quedarse dormida, pensando... Lilah no sabía lo que sentía por ella, estaba claro. ¿Cómo podía estar tan ciega?, se preguntó. Claro que él acababa de reconocer sus sentimientos, de modo que no era una sorpresa.

Lilah durmió hasta tarde una vez más, pensando que una mujer que había estado amenazada a punta de pistola merecía un descanso. Además, le encantaba estar en la cama de Ashe, calentita, saciada, relajada y feliz. Página 220 de 225

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Todo lo que había ocurrido la noche anterior era un borrón. Recordaba al marido de Erica amenazándolas con la pistola y recordaba que Ashe había aparecido de repente... Se sentía mucho mejor al saber que él estaba allí, pero cuando le pidió que lo dejase solo con aquel loco... no, nunca lo habría hecho. Aunque Ashe no podía entender hasta qué punto estaba dispuesta a intentar ayudarlo. Y luego, cuando por fin se quedaron solos... «No puedo imaginar mi vida sin ti, ni siquiera quiero intentarlo». Lilah sintió un escalofrío. No quería pensar en lo que significaba esa frase. No quería hacerse ilusiones. Cuando bajó a la cocina para tomar un café, Sybil llamó para decirle que pusiera la televisión. Había un programa en el que hablaban de lo sucedido la noche anterior en la finca de Eleanor Barrington. Ashe parecía tan serio mientras la tomaba por la cintura para atravesar el grupo de reporteros... alguien hizo un comentario grosero sobre lo excéntrico de sus clases y Ashe saltó en su defensa, diciendo que sus medios podían ser poco convencionales, pero que lo importante era el resultado. Que sus clases eran importantes para que muchas personas pudieran rehacer sus vidas... y que se sentía orgulloso de ella. La defendía con tal pasión que Lilah empezó a llorar sin Página 221 de 225

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poder evitarlo. Ashe veía todo eso en ella a pesar de haberle tomado el pelo tantas veces. A pesar de lo diferentes que eran había visto quién era y estaba orgulloso de ella. La entendía. Y eso significaba un mundo para Lilah. Seguía en la cocina, con lágrimas en los ojos, cuando Ashe volvió a casa. —¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras? —Nada, es que estaba viendo en televisión lo que ocurrió anoche. —¿Y algún imbécil ha dicho algo malo sobre ti? Dime lo que sea, yo lo arreglaré. Podemos demandarlo... —al escuchar eso, Lilah empezó a sollozar—. No, por favor, cariño, no llores. Esos reporteros son idiotas, dirían lo que fuera para conseguir audiencia... —No, no, es eso. Es que he oído lo que dijiste de mí anoche. Me defendiste... —Pues claro que te defendí, por supuesto. Siempre lo haré. —Dijiste que estabas orgulloso de mí. —¿Cómo no iba a estar orgulloso de ti? Eres una mujer asombrosa. —Nunca me habían dicho eso —Lilah intentó secar sus Página 222 de 225

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lágrimas con el dorso de la mano. —Bueno, pues entonces tendré que decírtelo más a menudo. —¿De verdad? Ashe asintió con la cabeza. —No puedo soportar la idea de perderte. No puedo imaginar la vida sin ti y no quiero hacerlo. Eso es lo que siento y eso es lo que quería decirte. Me sorprende... bueno, de hecho me asusta, pero es la verdad —Lilah se limitaba a mirarlo sin decir nada y eso lo asustó aún más—. Di algo. Pero en lugar de hacerlo, lo que hizo fue ponerse a llorar otra vez. —Por favor, Lilah, no llores. —Es que estoy tan sorprendida... —También yo lo estoy. —Pensé que no me lo dirías nunca. —Cuando me enteré de que estabas en peligro perdí la cabeza. Los policías estuvieron a punto de maniatarme para evitar que fuera a buscarte —dijo él, acariciando su pelo—. Quiero una boda, una alianza, todo. Aunque sé que nada de eso es garantía para que no me dejes. No sé por qué necesito todo eso, pero así es y... —de repente, Ashe hizo una pausa, mirándola a los ojos—. Te quiero, Lilah. ¿Te lo había dicho? Página 223 de 225

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—No, no me lo habías dicho. —Maldita sea, lo estoy haciendo todo mal. Lilah rio. —No, no es verdad. Y yo también te quiero. —¿Y te casarás conmigo? —Sí. —¿Así de sencillo? —Ya te lo he dicho: te quiero. Y no pienso irme a ningún sitio, quiero estar contigo. Pero tu campaña, las elecciones... yo no quiero dañar a tu carrera. —¿Y por qué ibas a dañarla? Todo el que te conoce te quiere. Habrá idiotas que intenten hablar mal de ti para hacerme daño, pero también habrá mucha gente dispuesta a defenderte. No quiero que tengas que pasarlo mal por mi culpa... —Ashe, yo haría cualquier cosa por ti. —Yo también. No pienso rendirme y creo que tú y yo juntos podemos con todo. ¿Lo crees tú también? —Desde luego que sí. —Entonces, está decidido. ¿Te casarás conmigo? —Sí —respondió Lila—. Eleanor, Kathleen y Gladdy van a dar saltos de alegría. Han conseguido lo que querían. Página 224 de 225

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—Cariño, consiguieron lo que querían hace semanas. —No, esto es lo que querían. La mujer de Wyatt, Jane, me lo contó todo ayer. Se creen unas casamenteras fabulosas y nos han manipulado desde el principio. Ashe soltó una carcajada. —Lo sabía, pero pensaba que... —¿Que se conformarían con que nos acostásemos juntos? No, lo que querían era casarnos. —Bueno, pues entonces sí van a dar saltos de alegría — dijo él. Y, a partir de ese momento, serían parte de sus vidas para siempre, con excentricidades y todo. —Creo que les pediré que sean mis damas de honor en la boda —anunció Lilah—. Eso les encantaría. —Intentarán coquetear con todos los invitados. —¡O encontrarán otra afortunada pareja a la que manipular! —exclamó ella, echándose en sus brazos.

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