Reuniones Divinas: Parte I por Franky Lara

Una gran mesa central, completamente abarrotada de manjares de todo tipo, era el único mobiliario de la sala, todas las mesas y sillas habían sido retiradas a ambos lados del restaurante y tapadas con sábanas, en el Tower Sphere center de la isla de Tennozu, ahora llamada isla de los dioses. El camarero daba continuos paseos de la cocina al salón para llevar los nuevos platos que el chef preparaba, todos habían sido elaborados con el máximo mimo y cuidado, la comida era enviada desde todo Japón, eran ofrendas de los mortales a sus dioses. Amaterasu cogió un nigiri maguro con los delgados palillos, observo complacida su perfecta construcción, empapo el pescado en salsa de soja y lo saboreo de un bocado. Pudo ver a las mujeres que recogían el arroz con el agua hasta las rodillas y a los marineros sacando del mar uno a uno los enormes atunes, eran sus ashigaru y pescadores, eran su pueblo, la amaban y adoraban y ella pretendía pagarles de la misma manera. -La situación debe cambiar, mi pueblo sufre y nuestro poder no va en aumento, ¡necesitamos respuestas! -Jejeje, ¿a qué preguntas?-Takami Musubi se sentaba a la derecha de la diosa sol, no había parado de devorar platos en toda la noche, sin embargo, tras su pregunta dio un sorbo de sake y permaneció a la espera depositando sus palillos sobre su plato vacío. -¿Cómo podemos conseguir más poder? ¿Cómo podemos derrotar a los demás dioses? ¿Cómo podemos ganar esta guerra?-El dios del trueno estaba más irascible que nunca desde su enfrentamiento con Thor en el Coliseo. -Jejeje desde luego las respuestas a todas esas preguntas no las hallaras en tu lanza, Kone. El dios del trueno, Aji-Suki-Taka-Hi-Kone no pudo evitar ponerse rojo de ira y vergüenza tras las palabras del dios del aire, pero no contesto al mordaz reproche, en su lugar lo hizo Hachiman, que se sentaba a la izquierda de Amaterasu. -Lo que debemos averiguar es ¿Cómo consolidar lo que tenemos? ¿Por qué la energía de los puntos de poder conseguidos mengua cada día? ¿Por qué, salvo los nórdicos, el resto de dioses no ha luchado por conseguirlos? -Jejeje, quizás esas respuestas las tienen precisamente el resto de dioses. 82

-El resto de dioses saben aún menos que nosotros y lo único que poseen es miedo, deberíamos acabar con todos ellos de inmediato.- Las palabras de Susanno-wo sacaron de su ensoñación a Ameno-mi-Kurami, que se sentaba entre el belicoso dios y Hachiman. -No podemos permitirnos más masacres como la de Roma, Susanno, con las armas actuales después de una guerra, no quedarían humanos que nos adorasen ni que le preparasen comida a Takami. Debemos establecer unas normas, acordar unos procedimientos y averiguar cuánto sepan. -Jejeje, eso es cierto Kurami. Todos esperaron pensando en las palabras de la diosa del agua, mientras el camarero servía unos platos de verdura y gambas en tempura, Hachiman cogió con sus palillos un brécol y observo su forma de árbol, cada una de las diferentes ramitas provenientes de un tronco central, después de unos segundos lo baño en salsa tentsuyu. -Debemos concertar una reunión con los demás dioses, unificar criterios y proteger a los humanos de nuestras guerras, ese es el camino que debemos recorrer para encontrar las respuestas.-Dicho esto, dejo rodar el pequeño brote de brécol por el plato dibujando una estela de salsa. -No pienso sentarme a compartir el sake con ese rubio gaijin.-El dios del trueno estaba claramente molesto ante la idea de volver a cruzarse con su rival nórdico. -Hay un tiempo para el sake y otro para la sangre Kone, Hachiman ha hablado con sabiduría, invitare a los demás a la isla de dioses, se les ofrecerá protección y hospitalidad. Kurami y Takami me ayudaran en los preparativos. Los demás encargaros de la seguridad, puede que el sake traiga respuestas o puede que traiga sangre. Tras las palabras de Amaterasu, los demás mostraron su respeto hacia la diosa y excepto uno, todos abandonaron el restaurante. La diosa sol tomo un trago de sake mientras Takami volvía a llenarse el plato. -¿Traerá respuestas la reunión? -Jejeje ¿Traen lluvia las nubes? -A veces, aunque a veces viene acompañada de tormenta. -Jejeje, así es.

83

Reuniones Divinas: El vuelo de los origamis por Iworven Isawa

Unas horas más tarde Amaterasu, acompañada de su ashigaru, entró en la sala de nuevo con una bandeja en la que había 4origamis perfectamente doblados. Cada uno de un suave tono, que fue depositando con sumo cuidado en la mesa frente a la mirada de los presentes. La sala no estaba tan concurrida como en el anterior consenso. Pero Kurami seguía jugando con las carpas dibujadas en su kimono y Takami reposaba el copioso almuerzo con una taza de té de arroz y unos dulces tradicionales. - Amarillo arena para mi hermano del Sol Ra – lo colocó con primor el primero- Verde musgo para Huitzilopochtli, el gris del mármol para Zeus, el azul del cielo para Odín. Antes de dejar la bandeja cogió un quinto Origami, era casi transparente, un papel de arroz tan fino que no parecía washi. - ¿Los humanos tienen derecho a participar en el destino de su civilización? Kurami se puso en pie tenía las manos húmedas del juego con los peces, asintiendo con la cabeza emocionada por la decisión que se iba a tomar. Ella siempre amo a los humanos y quería preservar la vida por encima de todo: - Pero en quién confiar para una decisión de tal magnitud, debería ser alguien con potestad y medios para dar a conocer lo decidido a toda la Humanidad. Era una difícil decisión, todos sabían que los mandatarios habían dejado el mundo de la Fe, otros aprovecharían la situación para confabular y tramar su propio beneficio. No hacía falta decir en voz alta lo que todos estaban pensando. Entonces Midori pidió permiso para hablar: - Mi señora, si me lo permite… - intento elevar un poco la voz pero su timbre sonaba insignificante al lado del de los tres Dioses que la acompañaban – hay una reportera, la que le comenté que hizo ese reportaje con el monje. Cada uno son de un país, por sus rasgos y acentos. Tienen mucha difusión por internet... Ya le explique lo que es internet... Ellos están intentando concienciar al resto del planeta de los cambios que suceden. Takami que hasta ahora había estado tomando pequeños sorbos sin mediar palabra esbozo una leve sonrisa: - Jejeje, la fama y el egocentrismo de los Dioses frente a la humildad de dos seres mortales que trabajan por el bien de su raza. Suena divertido. - No seas tan sarcástico Takami – Amaterasu le reprendió con bondad – puede ser algo bueno o puede ser un insulto para algún Dios, no sé que representantes enviaran y si acudirá alguien a nuestra invitación. - Hagámoslo Amaterasu, ellos tienen derecho a saber qué pasa y tomar cartas en el asunto. Kurami había tomado el Origami semitransparente en sus manos y miraba con ojos de suplica a la Diosa Sol.

84

Reuniones Divinas: La Decisión Azteca I por Antonio Montenegro

Huitzilopochtli estaba sentado en una sala cerrada dentro de la Basílica de Guadalupe. Era una cámara desusada, antes que la abrieran sus servidores se había encontrado llena de polvo y telarañas. El poder que tenía Huitzilopochtli en esta época era solo una fracción del que tenía antes, lo mismo los otros dioses aztecas, por lo que las reuniones entre ellos siempre debían de ser en algún sitio nuevo. Era algo irónico que decidiera juntarlos en un sitio que representaba la religión que les había quitado seguidores y poder. A pesar de que se habían producido suficientes apariciones de los viejos dioses aztecas, la gente se ceñía a sus creencias. Uno a uno empezaron a llegar los otros dioses. Chicomecoatl fue la primera en llegar, y como siempre, Quetzalcóatl fue el último. Ser el dios de la sabiduría le permitía saber cuándo todos los dioses estarían ahí y llegar después para no perder su tiempo. Huitzilopochtli sostenía el papel verde en sus manos. Era la razón por la que había convocado a todos. A pesar de que su poder había disminuido, aún tenía el suficiente para que cuando pidiera algo los otros lo obedecieran. “Quiero que esto sea lo más corto posible, sé que todos vosotros estáis ocupados en vuestros esquemas para conseguir más poder.” “Pues creí que por eso nos habías llamado.” Interrumpió Xipetotec. “Para que distribuyéramos mejor las regiones y hiciéramos un plan en conjunto para expandir nuestra red de poder. No me parece justo que algunos de nosotros” en ese momento miro fijamente a Chalchiuhtlicue, “hallan decidido apoderarse de alguno de los puntos más importantes, y que tu hallas prohibido un enfrentamiento entre nosotros…” “Yo fui el que le recomendó prohibir eso,” dijo Quetzalcóatl, “tienes que darte cuenta que somos los más viejos de los dioses, y hay cosas que nosotros sabemos que los jóvenes no saben. ¿No crees que si los Griegos o los Nórdicos nos vieran peleando por Tenochtitlan, como quieres hacer, no sospecharían que haya algo ahí más importante que viejas estructuras? Descubrirán como usar los nodos…” “¡Suficiente!” retumbo la voz de Huitzilopochtli, ocasionando que incluso las paredes temblaran un poco. “¡No os he llamado para debatir mis decisiones! ¡No habrá conflicto sobre estos puntos como he ordenado!” “Entonces…” sonrió la macabra cara de Mictlantecuhtli “tal vez deberías de decírselo más claramente a Coatlicue, que está metiendo sus narices en mis asuntos…” “¡Eso es porque estas matando indiscriminadamente a la gente!” grito la diosa. “Eso es gracioso… uno de nosotros hablando en contra de matar gente. ¿Qué eran todos los sacrificios que demandábamos antes?” 85

“¡Silencio! ¡Nadie más hablara hasta que yo haya terminado!” Todos los dioses callaron y vieron fijamente a Huitzilopochtli. Nadie, ni siquiera el poderoso Xipetotec se atrevería a enfrentarse a el dios de la guerra. “He recibido un mensaje de Amaterasu. Quiere que nos reunamos en un sitio que ella determinara para hablar sobre los problemas que tiene el mundo ahora. Os he llamado acá para discutir, de forma civilizada, si debemos asistir o no.” Xipetotec fue el primero que hablo. “¿Cuántos de nosotros asistirán?” “Aquellos que quieran acompañarme y no estén dispuestos a crear problemas. Pero primero es la pregunta de si deberíamos ir o no.” “Sabes que si vamos probablemente intenten sacarnos algunos de nuestro secretos.” Dijo Tlaloc, siempre frio y calculador. “Secretos que los egipcios ya tienen, ellos también entienden el secreto de los puntos de poder.” Dijo Quetzalcóatl. “No creo que estén convocando una reunión para aprender de nosotros.” “Yo digo que no vayamos. A mí no me interesa reunirme con ningún otro dios, a duras penas si me gusta juntarme con vosotros… “dijo Mictlantecuhtli. “Esa es tu opinión… yo creo que en la unión hay la fuerza, y que deberíamos de al menos ir a oír que es lo que quieren.” Xipetotec siempre le interesaba hablar con otros dioses, para aprender de ellos. “Es una decisión difícil, pero estoy seguro que de ella dependerá nuestro futuro…” termino Huitzilopochtli, mientras contemplaba las expresiones de los dioses ahí reunidos. No pudo evitar ver que Mictlantecuhtli parecía algo nervioso.

86

Reuniones Divinas: La Decisión Azteca II por Antonio Montenegro

Huitzilopochtli contemplaba el cielo desde su apartamento en el centro de la Ciudad de México. Se encontraba relativamente cerca del centro de Tenochtitlan lo que le permitía inundarse del poder del nodo. Aún no había llegado a recuperar todo su poder, pero ya se encontraba bastante restablecido después de tanto tiempo descansando. Junto a él estaba Quetzalcóatl. De entre todos los demás dioses él era el único en que podía confiar. Cada uno de los demás aztecas tenía siempre su propia agenda y solo le hacían caso cuando esto coincidía de alguna manera con sus planes. “¿No has logrado averigua nada?” le pregunto Huitzilopochtli a Quetzalcóatl. “¿No sabes nada de lo que planea Mictlantecuhtli?” “No. Algo evita que mis poderes penetren la mente o la morada de Mictlantecuhtli. Es un poder más allá de lo que él ha manifestado en el pasado. Aunque puede ser que aún no he recuperado toda mi fuerza y él ya está restablecido.” Huitzilopochtli examinaba el pequeño sobre negro con la droga que le había traído uno de sus agentes. “Es curioso cómo ha descubierto una manera de utilizar la adicción de los humanos para ganar más seguidores. Su propuesta de compartir este secreto con los demás es interesante, aunque algún motivo secreto tiene que tener, él nunca ha estado muy dispuesto a compartir su secreto. Entre esta droga y el hecho que es el único que nunca llego a perder realmente seguidores es más poderoso que yo en este momento. Si no fuera porque el resto de dioses no confía en el me temo que llegaría a ocupar mi lugar…” “Sin embargo sé que no me has hecho llamar por eso… te preocupa la reunión, ¿no?” “Veo que ya tienes tus poderes de leer las mentes de otros Dioses.” “No sería el Dios del conocimiento si algo se me escapara, pero no es necesario leerte la mente. Tu cara lo dice todo. Somos amigos desde el comienzo, se cuándo algo te preocupa. La última vez que te vi esa cara fue cuando llegaron los españoles a nuestras tierras.” “Creí que era una buena idea seguir la tradición japonesa de rechazar la invitación tres veces, pero aunque he recibido tres veces la invitación, no ha llegado la definitiva. No sé si Amaterasu ha entendido que quería honrar sus tradiciones. Creo que puede ser que la haya ofendido. ¿Sabes algo más de los otros panteones?” “Sé que Odín ha decidido ir, los otros aún están planteándoselo.” Huitzilopochtli miro de nuevo a los cielos. El sol iluminaba con fuerza esta tarde de otoño. Bajo la vista y contemplo el parque que quedaba en frente de su edificio. Muchas familias disfrutaban de una placentera tarde, comiendo y riendo. Se preguntaba si estaban conscientes de que había empezado una nueva era, y que aunque él lo intentara evitar, muchos de ellos morirían. Tenía que tomar la mejor decisión para su pueblo y para ellos. De pronto el cielo se oscureció. Parecía que una gran nube había tapado el sol, pero no había nubes en el firmamento. Levanto la vista y vio que lo que tapaba al sol era un sin número de aves de papel. 87

Todas de color verde. Cogió una con la mano y vio que era un origami perfecto en forma de colibrí. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Contenía una nueva invitación de parte de Amaterasu. Quetzalcóatl recogió una de ellas. “Presentía que volvería a invitarte. Ahora puedes mandarle la verdadera respuesta y aceptar ir.” “Si, lo hare ahora mismo.” “¿Iras solo?” “No, sería una tontería. Pero tampoco iremos todos. Solo llevare a tres de vosotros conmigo. Tu iras, eso es seguro.” “Supongo que llevaras a Coatlicue, ella siempre es buena para entablar conversaciones.” “No, no la llevare. Llevare a Mictlantecuhtli.” “¿Por qué? ¿No es un poco arriesgado?” “Sé que trama algo, y creo que no es el único dios que lo hace. Si lo llevo con nosotros podemos observarlo de cerca y más importante, ver si hay algún dios en la reunión con el que tenga comunicaciones especiales. Sé que si hay alguien más planeando algo en otro de los panteones junto con él, intentaran de cualquier forma asistir a la reunión.” “¿Y el tercero?” “Xipe Topec.” “¿El guerrero? ¿Crees que habrán problemas?” “Nunca se sabe, y siempre es bueno tener un poco de musculo para tratar ya sea con amenazas externas o internas.” “Y… ¿compartiremos todos nuestros secretos?” “Ya veremos cómo va la reunión. Si veo que realmente es en beneficio de mi pueblo lo haré. Aunque puede que los egipcios se nos adelanten.” Miro con ojos de ternura a la gente que se hallaba en el parque. Esta vez sí evitaría que masacraran a su pueblo, aunque en ello se dejara la vida. **** Mictlantecuhtli se encontraba sentado en su trono de huesos. “Así que Huitzilopochtli quiere que lo acompañe a la reunión. No entiendo porque. Fui el que más se opuso a que fuéramos a la reunión.” La figura que se encontraba al otro lado del teléfono tras meditar concluyó: “Asiste, que siempre es bueno tener más información. Ten en cuenta que los otros intentaran asistir también. Eso sí, sabe que lo ha hecho porque te quiere tener controlado. Pero esto juega en nuestros planes.” “Lo sé, M. Iré con cuidado.” 88

Reuniones Divinas: La Decisión Griega I por Franky Lara

Zeus mantenía la vista clavada sobre el extraño papel de color gris, doblado exquisitamente en forma de ave, que descansaba en la gran mesa de marfil, los demás dioses permanecían sentados a su alrededor, alternando miradas entre el señor del Olimpo y la pequeña grulla de papel. -¿Que nuevas me traes de tu isla de hielo, hermano?-La voz de Zeus había perdido cierto poder, ya no resonaba con la misma fuerza de antaño, se le veía apagado. -Los progresos son lentos, las excavaciones en esas condiciones son costosas y peligrosas, pero vamos avanzando, se siente el poder bajo las toneladas de hielo- Poseidón sabía perfectamente que su hermano no esperaba noticias de la Atlántida aun, algo muy importante debía de ocurrir para que le hubiese convocado. -¿Y cómo va la economía, Hefestos?- Zeus continuo mirando el delicado origami mientras el marido de Afrodita exponía sus avances. -El ochenta por ciento de la producción está controlada por nosotros, el resto lo será en breve, la reorganización del dinero se está destinando a obras de reparación y mantenimiento de los servicios públicos, la respuesta de los mortales está siendo la esperada, los griegos nos adoran. -Bien.- Si el dios del trueno griego quería mostrar entusiasmo, desde luego no lo consiguió.- ¿Alguna otra novedad? -En realidad si.-El dios del amor se levantó de su asiento antes de continuar, cosa que hizo que por fin Zeus levantase la vista de la figurita de papiroflexia. -¿Algún problema con las iglesias locales, Eros?- La mayor parte de la población pertenecía a la iglesia ortodoxa griega, pero cuando les dieron a escoger entre algo real y algo ficticio, la mayoría no discutió en ponerse del lado de los dioses, de los que se opusieron se encargó Ares igual que hizo con los políticos. -Ningún problema señor, los conocidos como neopaganos helénicos han sido muy útiles a la hora de convertir a todos los demás, pero no son esas las novedades que os traigo, he recibido informes de la península itálica, al parecer hay dioses que están ayudando en la reconstrucción de la ciudad de roma, ya se habla de dos grandes cultos que han resurgido allí, el de Isis y el de Juno. -Estupendo, mas problemas- Las palabras de Zeus estaban totalmente desprovistas de emoción, en otros tiempos hubiese maldecido, golpeado la mesa e incluso desencadenado algún trueno en el cielo. Sin embargo sus puños apretados delataban sentimientos, una duda se había instalado en su corazón tras las palabras de Eros.-Se permitió unos segundos para relajarse y cambio de tema.- He recibido una invitación de Amaterasu, nos solicita que viajemos a Tokio, no sé qué quiere esa mujer, pero debemos pensar si merece la pena averiguarlo o no.-Volvió a mirar el origami durante unos segundos.-Poseidón averigua que trama nuestro hermano y porque no ha acudido a mi llamada de hoy y tu Eros entérate de que está sucediendo en Roma, nos volveremos a reunir cuando decida si aceptamos la invitación.- Dando por terminada la reunión se levantó de su trono y se alejó, pensativo, dejando atrás la grulla de papel. Una vez la sala quedó en silencio, uno a uno los dioses se fueron levantando para volver a sus tareas, Afrodita aprovecho para acercarse a Eros antes de ir en busca de su marido. -Muy buena maniobra Eros, ¿ya tienes lo que querías? ¿Realmente crees que puede tratarse de Hera?- El susurro de Afrodita solo fue oído por el dios del Amor, que le dedico su mejor sonrisa falsa. -Quien sabe preciosa.-El dios del amor miro con disimulo al dios Apolo.- A veces las cosas son lo que parecen, y otras veces no. Cuando el resto de dioses abandonaron la mansión de cristal, Atenea se apresuró a deshacer el origami, para leer el contenido de su interior, una vez termino, sonrió y lo guardo en su túnica. 89

Reuniones Divinas: La Decisión Griega II por Franky Lara

Zeus volvía a presidir la gran mesa, alrededor de la cual estaban sentados los demás dioses, a excepción de Hades y Hera, uno por uno habían relatado los progresos de las últimas dos semanas, las cosas iban despacio, la ausencia de su mujer le había dejado un gran vacío en el alma, y las continuas excusas de su hermano mayor le tenían preocupado, era difícil tomar una decisión respecto a la invitación de Amaterasu, Atenea le había aconsejado aceptarla al contrario que Apolo, que insistía en que debía rechazarla. -Hermano, no podemos demorar más la decisión, ¿Que vamos a hacer? – Las palabras de Poseidón sacaron a Zeus de su ensoñación. Zeus estaba decaído, le costaba mostrarse enérgico y resoluto como antaño, tomar decisiones determinantes nunca le había costado tanto, salvo la última, había tomado una decisión drástica y aun lo lamentaba, sabía que había sido justificada pero… -Creo que mi Padre estará de acuerdo conmigo en que es mejor no intervenir, debemos seguir siendo prudentes y continuar con nuestros planes. – Zeus ratifico las palabras de Apolo con un leve asentimiento. Apolo se había convertido poco a poco en la voz de su padre, los remordimientos y la culpa no le dejaban pensar con claridad, y poco a poco había cedido su poder a su hijo. Atenea no estaba conforme con esto y con ella, la mayoría de los dioses, sin embargo quien osaría contradecir al señor del Olimpo, debía hacerlo reaccionar, pero con cuidado, en ese momento capto la mirada de Afrodita, estaba sonriéndole picaronamente mientras acariciaba la mano de su esposo. -¿Sabemos que harán los demás dioses? – Atenea esperaba haber entendido el juego que afrodita le proponía y comenzó la partida. -He oído que los nórdicos acudirán. – Apolo había recogido el guante lanzado por su hermana y contraatacaba con toda la caballería. - Probablemente Odín asista acompañado de su hijo… -¡Baldr! – Afrodita intervino interrumpiendo a Apolo, mencionar a Thor en presencia de Zeus habría sido el final del juego. – Dicen que están muy unidos últimamente y que está muy orgulloso de su victoria en Sidney. -¿Tú crees? Yo pensaba más bien en… - El dios solar no quería perder su mejor baza tan rápido, e insistía en introducir el nombre del dios nórdico del trueno en la conversación. -¿Y los aztecas? – Atenea reacciono rápidamente antes de que su hermano continuase hablando de los nórdicos. -Quetzalcóatl seria el emisario más probable, aunque no estoy seguro de si han decidido ir. – Hefesto se ganó una mirada de odio de Apolo, pero el suave pellizco de afrodita le había hecho entender que debía responder a Atenea para dar por terminada la discusión sobre los nórdicos. -De los egipcios supongo que acudirá Thot y Ra , este último siente mucha afinidad con Amaterasu. – Apolo no era estúpido y se anticipó a la jugada. Las esperanzas de Atenea desaparecieron, contradecirle seria descubrir el juego y eso enfurecería a Zeus. -Yo también lo creo. – Afrodita no se había dado aún por vencida y lanzo el último ataque. – Aunque precisamente por su buena relación estoy casi segura de que su comitiva será la mayor de todas, es posible que también acudan Isis y Osiris. – Fin de la partida, el nombre de la diosa egipcia tuvo el efecto deseado, se la había visto en Roma junto con una posible Hera. -¡Basta de Suposiciones! Iremos a Japón y veremos quien acude y con qué propósito hemos sido invitados. – Las palabras de Zeus resonaron por toda la sala con fuerza y vigor. 90

Reuniones Divinas: La Decisión Egipcia I por Oriol Villanueva

El sacerdote bajaba las escaleras despacio, llevaba ya un buen rato descendiendo hacia las estancias privadas del dios Thot, que se encontraban en el nivel más profundo del Templo. Thoth se encontraba atravesando las puertas hacia el espacio infinito a través de la meditación y nadie podía molestarlo. Solo Ra, el Dios Sol, tenía poder para ello y era precisamente su llamada la que había llevado al sacerdote a interrumpir la meditación estelar del dios del tiempo. Reinaba un profundo silencio en las estancias personales de Thot. Apenas existía iluminación, solamente la procedente de dos velas dispuestas sobre una mesa, junto a un cuenco con agua. En el centro de la habitación, sentado en el suelo con las piernas entrelazadas, se encontraba el dios con cabeza de Ibis, cuya silueta apenas se adivinaba en medio de la penumbra. Su respiración era tan pausada que si alguien hubiera querido sentirla, habría tenido que pegar el oído a su pecho. El sacerdote se sentó frente a él, imitando su postura. No era sencillo traerle de vuelta del espacio infinito, no serviría llamarle ni tocarle. Su mente estaba lejos, en lugares que el sacerdote no entendería ni conocería jamás. La única certeza que tenía era que Thot permanecía unido a su cuerpo mediante un débil vínculo, y que ese vínculo sería el canal para traerle de vuelta. Extrajo una flauta de madera labrada de entre los pliegues de su túnica. Un instrumento sumamente sencillo con tan solo cuatro orificios, consciente de que no hay idioma más universal y potente que la música; comenzó a tocar una melodía suave y rítmica, repitiendo las mismas notas una y otra vez. Tal era la concentración con que se había entregado a su tarea que no era capaz de saber si habían pasado minutos o si, tal vez, habían sido horas. En algún momento, en esa cámara atemporal, la respiración del dios Thot se volvió más firme y fuerte. Su pecho se movía respondiendo al compás de sus inspiraciones y espiraciones, y poco a poco le siguió el resto de su cuerpo, dando signos de que su mente había regresado. Por fin abrió los ojos, mirando fijamente al sacerdote. El hombre se apresuró a entregarle su mensaje sin más preámbulos. -Mi señor, lamento haberos despertado. Ra os reclama, necesita urgentemente vuestro consejo y he de llevaros hasta la tienda desde donde dirige la construcción de las nuevas pirámides. -¿Las nuevas pirámides? -La voz de Thot era suave y profunda, nunca la elevaba, sencillamente porque no era necesario; sus escasas pero certeras palabras siempre tenían la atención de quienes le rodeaban. Se levantó con parsimonia, colocándose junto al sacerdote, a quien casi doblaba en estatura. Por el camino, el hombre le relató todo cuanto había acontecido en el mundo material durante su ausencia. Pese a que la noche había caído horas atrás, los hombres seguían trabajando sin descanso en la construcción de las pirámides. Thot se dirigió directamente al interior de la tienda, cuya entrada se encontraba flanqueada por dos robustos guardias que se hicieron a un lado para dejarle pasar. El espacioso interior estaba atestado de gente: criados, músicos, guardias, y para su sorpresa un buen número de dioses, todos ellos revoloteando alrededor de Ra, cuya sola presencia iluminaba la estancia, creando la ilusión de que, en aquel lugar, la luz del día no se había ido con el ocaso. En cuanto el dios Sol vio aparecer a Thot, ordenó inmediatamente que todos los presentes, salvo los dioses, los cuales tomaron asiento a ambos lados de la mesa dejando en el centro la silla vacía de Ra, 91

abandonaran la estancia.A la derecha del asiento del Dios del Sol se colocaron, Osiris el predilecto junto a su hermana Isis y el hijo de ambos, el joven y valiente Horus. El último asiento lo ocupaba el hermano de Osiris, el iracundo Set que como siempre tenía aspecto de no estar muy contento. A la izquierda tomaron asiento Anubis junto con Hator y Bastet que no dejaban de reír y compartir confidencias. Ra acercándose a él, le tomó del brazo en muestra de afecto sincero. -Siento haberte interrumpido, pero debemos tratar un asunto importante y de gran urgencia. -¿Tiene algo que ver con esas nuevas construcciones que has ordenado comenzar? Ra tomó asiento de nuevo mirando fijamente a Thot. Era imposible, incluso para él, conocer sus pensamientos, y su rostro de Ibis era tan inexpresivo que no era capaz de discernir si contaba o no con su aprobación respecto a la construcción de las nuevas pirámides, pese a que les serían enormemente útiles para canalizar el poder de la Fe y para fortalecerles ante sus rivales. Antes de responder, el dios Sol tomó un sorbo de vino de una copa de oro. Y ofreció a Thot el último asiento a su izquierda al lado de la Diosa Gato, el Dios con cabeza de Ibis declino la invitación pues prefería quedarse de pie y poder mirar a todos los demás dioses de frente. –He recibido un mensaje de Amaterasu, mi hermana Sol. Nos invita a participar en un cónclave para discutir el destino de la humanidad y nuestros propios conflictos con los otros dioses. Parece ser que ha avisado a todos los panteones, aunque ignoro si acudirán. -Bebió un nuevo sorbo de vino. -Opino que debemos asistir, tal vez nos sea útil para trabar nuevas alianzas. Cuando termino de hablar hubo un pequeño murmullo por parte de los dioses, Set impulsivo y guerrero no quería parlamentar y abogaba por una declaración de guerra. Horus apoyaba el conflicto bélico deseoso de comandar los ejércitos a bordo del disco solar, la nave de guerra de Ra, que ya había comandado en alguna ocasión. Bastet la más pacífica de todos pedía calma y parlamentar y Hator la más alegre y coqueta reclamaba asistir al conclave para usar sus dotes “diplomáticas” Ra que ya llevaba horas oyendo a unos y otros hizo un gesto con la mano pidiendo silencio, eso y su mirada profunda que anunciaba tormenta hizo callar al resto. Después todos miraron al Dios de la sabiduría esperando sus palabras. Thot fijó sus profundos y oscuros ojos de ave sobre el fino papel de arroz que se encontraba sobre la mesa, guardando silencio, pensativo. Al fin respondió. -Algunos de nuestros hermanos, como los asiáticos, conocen el camino del espíritu, algunos incluso han tratado de recorrerlo en pos del verdadero conocimiento. Los nórdicos sólo conocen el camino de la guerra, hasta Odín tuvo que renunciar a un ojo para alcanzar el conocimiento. Los aztecas sólo se mueven a través de la sangre, por el poder del miedo. Y los griegos por el placer y las pasiones. No alcanzo a imaginar un cónclave en el que, aunándose tantas y tan diversas motivaciones, se pueda llegar a un acuerdo para alcanzar un único fin.

92

Reuniones Divinas: La Decisión Egipcia II por Oriol Villanueva

Las aguas del Nilo permanecían tranquilas, la luna llena se reflejaba sobre sus aguas, era una noche perfecta, sin nubes, con una leve brisa que empujaba las velas del la Barca Real. Ra no había querido usar ningún barco moderno y ordeno construir una replica de los antiguos navíos fluviales con los que navegaron milenios atrás por las mismas aguas y bajo el mismo cielo estrellado. No estaba solo esa noche , otros dos dioses le acompañaban; Bastet y Thot eran los elegidos para acompañarle en la travesía. Thot contemplaba el cielo con la mirada perdida, posiblemente estaba mirando hacia delante y también hacia atrás en este mismo momento. Bastet por el contrario disfrutaba tumbada del apacible viaje y el delicioso vino. -No os he traído aquí solo para dar un paseo.- Rompió el silencio Ra, ansioso por comunicar sus planes. – Después de meditarlo mucho he decidido que aceptamos la invitación de Amaterasu, mi hermana Sol y vosotros sois los escogidos para acompañarme. Bastet le miro con sus ojos de gata y habló con un tono de voz suave y delicioso que se asemejaba al ronroneo de un gato. – Hathor y Horus se mostraran muy decepcionados, ellos ansiaban que aceptaras la propuesta y los escogieras como compañía... -Horus es joven e impetuoso, su belicismo no nos seria favorable en este momento, en cuanto a Hathor, su sonrisa haría derretirse al dios más temible, pero no es eso lo que necesitamos para la reunión. Vosotros sois los mas antiguos entre los de mi casa. Por eso debéis venir conmigo. Necesito de vuestra sabiduría y experiencia para decidir si debemos compartir nuestros conocimientos con ellos y mostrarles como canalizar y fortalecer el poder de la Fe.-¿Eso no nos haría perder nuestra ventaja?- Había algo inquietante en la mirada de la diosa gato, de carácter afable y conciliador, ocultaba en su interior una ferocidad y agresividad cuando se enfurecía , que haría palidecer al mismísimo Set. –No creo que debamos confiar en ellos, tal vez tu hermana Sol tenga buenas intenciones pero eso no significa que todos sean como ella.-Tampoco nosotros compartimos los mismos criterios y no por ello permanecemos separados- Thot había tomado la palabra sin dejar de contemplar el cielo nocturno. -Creo que debemos revelarles lo que sabemos, recuerdos de un tiempo muy lejano acuden a mi mente, de cuando este mundo era joven y otros lo gobernaban a sangre y fuego. Ra se removió inquieto en el asiento, el también había empezado a recordar tiempos remotos, horrores antaño olvidados. –¿Estas diciendo que los Antiguos están retornando?-¿Qué te dice el corazón Padre de todos?, respondió Thot con su calma habitual mirando a los ojos al dios del Sol por primera vez en toda la travesía. -Que mas que nunca debemos acudir a la reunión y compartir lo que sabemos.

93

Reuniones Divinas: La Decisión Nórdica I por Franky Lara

La taberna estaba decorada con todo tipo de detalles vikingos, escudos y hachas colgaban de las paredes de madera junto a fotografías de Drakkars, pieles de distintos animales, e incluso podía encontrarse el típico aunque totalmente erróneo casco con cuernos. Precisamente Odín estaba contemplando uno de estos cuando acabo la actuación de Tyr. Todos en la sala aplaudieron y felicitaron al dios de la guerra, que aunque había abandonado su carrera musical, le gustaba salir a cantar cuando se reunían en aquella taberna de Lerwick. Había motivos para la celebración, los dioses nórdicos allí reunidos eran conocidos y temidos en todo el mundo, su influencia era fuerte en midgard, algunas de sus tradiciones aún se mantenían a día de hoy y el resto de dioses les temían, ¿Por qué si no, la mismísima diosa Amatersasu les convocaba a una reunión? ¿Por qué otro motivo le habría enviado aquel origami de color celeste? Les tenían miedo y querían llegar a algún tipo de acuerdo. Odín apuro de un trago su cuerno de cerveza, saboreando la dulce e inminente victoria y observo el resto de la sala, la música invitaba a la celebración, los mortales embriagados danzaban alrededor de Eir y su vaporoso vestido blanco, dos bellas muchachas estaban sentadas en las rodillas de Thor, dándole de comer frutas y pescado , procurando que nada le faltase al dios del trueno, Tyr rodeado de doncellas que le adoraban pidiéndole autógrafos y otras cosas que no llegaban a oídos del padre de todos, parecía que hubiesen regresado todos al Valhalla, todo el mundo estaba feliz. Todos salvo Baldr, no había celebrado su última victoria, los sueños seguían acosándole en la noche y nada le hacía cambiar de humor. Un regusto a hiel subió por la garganta de Odín, la verdad es que aquella sucia y mugrosa taberna de las Shetland, se parecía al salón del Valhalla lo mismo que el meado de burra se parece al hidromiel. Escupió el resto de la cerveza, deshizo el pajarito de color azul y volvió a releer el mensaje de la diosa japonesa.

94

Reuniones Divinas: La Decisión Nórdica II por Franky Lara

Odín se aventuró fuera de la taberna, el ambiente festivo y viciado del interior no le ayudaba a tomar una decisión, respiro el aire puro e intento despejar su mente, mas no consiguió lograrlo, un molesto ruido era el culpable. El padre de todos cruzo la acera hasta llegar a un pequeño parque, de esos que tienen pequeñas construcciones en las que juegan los niños, allí localizo la fuente del maldito ruido, una pequeña de no más de seis años se balanceaba en un columpio, provocando el insoportable sonido. -¡Niña! ¡He tú, niña! - Odín se acercó a la chiquilla, estaba totalmente absorta columpiándose, con las piernas extendidas y la cabeza inclinada hacia atrás, observando el cielo estrellado. – Niña ¿No me oyes? ¿Podrías parar de hacer ese ruido? – La niña se incorporó y dio un salto, consiguiendo aterrizar a escasos centímetros del dios nórdico de un solo ojo. - ¿No es muy tarde para que estés aquí sola? ¿Qué estás haciendo? - Miraba las estrellas, solo pueden verse a estas horas. – Permaneció un instante observando al dios fijamente. – Se quién eres, tu eres a quien llaman Odín, el padre de todos, te reconozco por el parche. ¿Qué haces en mi parque? -Desconocía que fuese tu parque, de hecho pensaba que estaba bajo mi dominio al igual que toda la ciudad y el resto de la isla, hace meses que me pertenecen ¿Lo sabias? – Odín no estaba acostumbrado a mediar con niños, así que intentaba hacer un ejercicio de paciencia con la pequeña. -Yo vengo cada día y a ti es la primera vez que te veo, así que es más mío que tuyo, ¿No te parece? – El razonamiento de la chica era bastante simple, aunque no por eso carecía de sentido. -¿Y porque estas mirando las estrellas? – Odín prefirió cambiar de tema en lugar de continuar una discusión carente de sentido. -Todos los días vengo aquí a mirarlas a estas horas, ven, siéntate. - La niña recupero su asiento en el columpio e invito con un gesto al dios, a que ocupase el de al lado. – Ves aquel claro en el que no hay estrellas? -Sí, lo veo, ¿Que le sucede? – Odín se había sentado en el columpio y miraba al cielo al igual que hacia la niña. -Si te fijas bien, veras que justo en el centro brilla una pequeña estrella con muy poca luz. - La niña ya estaba columpiándose otra vez mientras hablaba, volviendo a producir aquel insoportable ruido. 95

-No la veo. – El viejo dios inspeccionaba aquel espacio con su único ojo sin encontrar la pequeña estrella. -Balancéate como yo y veras su brillo. – Sin saber muy bien porque, Odín empezó a balancearse en aquel columpio. -Ya la veo ¿Cómo es que su brillo solo se ve de esta manera? – El dios nórdico cada vez se encontraba más a gusto con la pequeña y ya no le molestaba el ruido, más bien le recordaba el cantar del uso y la rueca. -Porque todo lo que hay alrededor es oscuridad, una oscuridad muy profunda, no la que se encuentra ante la falta de luz, se trata de otro tipo de oscuridad, es una que devora el resto de las estrellas, y solo ella, la estrella salvadora, se mantiene en su posición luchando contra la oscuridad y guiando a sus hermanas. – La niñita iba desgranando su relato como si tal cosa mientras se balanceaba. – Hubo un tiempo en el que todo el cielo estaba cubierto de estrellas, pero estas se peleaban entre ellas, igual que ahora lo hacéis entre vosotros, eso provoco la llegada de la oscuridad, esa pequeña estrella, casi oculta por las sombras, sigue luchando y consigue transmitirnos su mensaje. Hay ocasiones en que la salvación no se ve, porque nos ciegan los problemas y los conflictos, hay que buscarla. Por extraño que parezca la historia conmovió a Odín, aquella niña hablaba con una gran sabiduría y sus palabras le habían ayudado a tomar una decisión, iría a la reunión en busca de soluciones. Se giró para agradecer a la pequeña su relato, pero allí solo había un asiento vacío columpiándose al viento.

96

Reuniones Divinas: La Decisión Japonesa I por Pedro Rebolledo

Takami viendo la expresión en la cara de Kurami, decidió apoyar su posición así que se dirigió a la Dama Sol.

- Amaterasu-sama yo también creo que es de vital importancia que los humanos puedan participar en nuestra reunión, al fin y al cabo es su mundo nuestro campo de batalla –dijo Takami – tu ashigaru tiene razón, estos dos mortales gozan de gran seguimiento en internet, me he informado sobre ellos en internet y utilizando métodos un poco más arcaicos – sonrió Takami. - Amaterasu-sama, sin su apoyo nosotros no tendríamos nuestro poder, su fe en nosotros es de vital importancia- prosiguió Kurami - Bien os veo empeñados en que los mortales participen en esta reunión – respondió Amaterasu – que piensas tu Hachiman-san. Hubo un silencio largo, el resto de dioses estaban empezando a sentirse incómodos, Takami estaba a punto de decir algo, cuando Hachiman dio un golpe seco en la mesa levantó la cabeza. - ¡¡¡NO!!! No habría insulto más grande para los dioses que la presencia de unos simples mortales! – gritó Hachiman- Amaterasu-sama sabéis que los humanos no merecen participar, ellos han ido destruyendo la Creación. Kurami y Takami son testigos ello, han podido verlo, los mares y el cielo están contaminados- se dirigió a los dos dioses. - Pero… -balbuceó Kurami - PERO NADA KURAMI! ¿Cuantos peces muertos encuentras cada día en tus paseos por los mares? ¿CUANTOS?!- interrumpió Hachiman. Se hizo el silencio, Takami y Kurami no tenían respuesta para las acusaciones del dios de la guerra, Kurami jugueteaba nerviosa con el papel transparente que tenia entre las manos, todos ellos sabían que tenía razón. Amaterasu permanecía impasible, contemplaba la bella ciudad que crecía a sus pies, el tiempo pareció detenerse mientras la Dama Sol se giro hacia el resto de dioses, posó su mano sobre el hombro de Kurami, la calma invadió a la Diosa del Agua, las carpas de su kimono empezaron a subir por el cuerpo de la Diosa para situarse cerca de Amaterasu. Miró a Takami y a Hachiman, hizo un gesto con la cabeza para que ambos se tranquilizaran. - Todos tenéis razón, son grandes argumentos pero hemos de resolver esta cuestión ahora mismo, el tiempo es fundamental, ya sabéis porque – se detuvo Amaterasu. Se abrió la puerta, Nobunaka con un kimono rojo entro en la habitación, estaba arrodillada en la puerta esperando que le dejaran entrar, aguardando la señal. Amaterasu se dirigió a ella para que se levantara y entrara. Portaba con ella cajas de colores, cada uno correspondía con el color del papel de las figuritas que había en la mesa. Había un hueco transparente. En el cual estaba la mirada de todos los presentes en la sala. 97

Reuniones Divinas: La Decisión Japonesa II por Xavier Villalba

-¿Sabes por qué te he traído aquí, Midori?- preguntó Amaterasu con su cálida voz. Sin esperar respuesta siguió- necesitamos tu ayuda para contactar con los humanos. Sabemos que son esenciales en este planeta y queremos que entiendan qué está pasando y quizá también que empiecen a asumir qué puede pasar. Midori se encontraba sentada en un pequeño taburete de madera frente a la Diosa que flotaba en posición de flor de loto. Se sentía diminuta e insignificante pero sabía que no podía sufrir ningún mal junto a ella. Realmente no estaba segura de dónde se encontraba ni de cómo había llegado allí. Aún impresionada como estaba era incapaz de apartar la vista de Amaterasu y del talismán que colgaba de su cuello. Éste tenía un color rubí que iba mutando lentamente, a veces parecía un volcán, otras una tormenta de fuego y cuando más calmado parecía era el fuego de la humanidad. -Me gustaría poder escuchar tu opinión.- dijo la deidad, mientras hacía una pausa y cerraba los ojos por un momento. Cuando los abrió, Midori se dio cuenta, no tenía que decir nada, ya había escuchado sus pensamientos.- Que así sea jovencita. Tras éstas últimas palabras Amaterasu unió sus manos y sopló suavemente haciendo volar una figura de papel, un origami casi transparente que voló grácilmente hasta posarse sobre las manos de Midori. Sonaba un despertador.- ¿qué hora es?- se preguntaba mientras abría los ojos y miraba hacia todos lados. - ¿Las 6 de la mañana? Debo ponerme en marcha. Midori se levantó con suavidad, sin prisa. En el momento de tocar el suelo pudo revivir su estancia con la señora del fuego y supo qué debía hacer y cómo debía hacerlo. Metió la mano en su batín con delicadeza y cogió la pequeña figura de papel que le fue entregada. La dejó descansar sobre su mesita mientras se vestía y cogía sus cosas para emprender un viaje. Un viaje que sería un antes y un después, sabía que este periplo podría decidir el destino de toda la humanidad. Bajó por las escaleras, con ese ritmo de quien está decidido a llevar a cabo su objetivo. Sin preocuparse por los posibles obstáculos, confiaba en que no estaba sola. Tomó un autobús, luego el tren hacia el aeropuerto y compró el primer billete hacia New York. Pocas horas la apartaban de su destino. -¿Por qué confiaste esta misión a una chiquilla como esa? ¡Deberías haber enviado a un hombre de verdad, con fuerza y vigor!- reprendía Hachiman. Ambos Dioses se encontraban compartiendo una frugal comida. Él con su armadura roja como el magma ardiente y su casco demoníaco en su regazo. Ella con su kimono purpúreo con tonos anaranjados y su suave cabello reposando en sus hombros. Sobre la mesa, fruta, pan y un poco de sake. Dos velas iluminaban la escena. -Estimado. Cálmate. ¿Acaso crees que voy a dejar que sufra algún mal? ¿O estás poniendo en duda mis decisiones? Sabes tan bien como yo que los tiempos han cambiado y aún queda mucho más por cambiar.- el tono de Amaterasu era tranquilo, como siempre. Nunca necesitó sonar amenazador. 98

-En cualquier caso pronto tendremos una respuesta. ¿Sabemos dónde? ¿Cuándo? -Todo a su debido momento, no tengas prisa. Cuando tenga que llegar el momento lo sabremos.clausuró ella con una suave sonrisa en sus labios, quizá dando a entender que sabía algo más. New York. Ya estaba allí. Bajó del bus en Central Park para dirigirse al metro. Sus pies iban solos y ella no se preocupaba del camino que tomaba. Bajo las escaleras y cruzó las puertas del vagón que se abrieron automáticamente para ella. El viaje fue corto, menos de 20 minutos. Bajó y subió otra vez las escaleras para salir a la calle. Giró a la izquierda y siguió recto un par de calles, giró a la derecha y siguió un poco más hasta un local un poco mugriento. Con la persiana bajada y cierta pinta de abandono. Dio unos suaves golpes contra la persiana y a los pocos minutos obtuvo respuesta. Una mujer enorme con un chándal fosforescente abrió una portezuela, sorprendida vio como Midori no le dirigió palabra y entró directamente hasta la sala central, donde Pak estaba discutiendo junto con sus compañeros. Era la base del Portal de la Verdad, muchos habrían dado un brazo por estar allí. ¿Cómo había llegado ella sin conocer el camino? Pak se giró hacia ella, el resto guardaba silencio. Midori hizo una profunda reverencia y juntando las dos manos entregó su origami. Inclinándose él para tomar el mensaje pudo ver como Midori empezó a emanar luz propia hasta que apareció su armadura y su lanza al mismo momento que Amaterasu apareció un breve momento con una mirada de satisfacción. En ese momento quedó claro, los humanos debían tomar una decisión. Trisha habia llegado a toda prisa, casi corriendo. Había estado haciendo unas averiguaciones en la biblioteca publica de New York, en pleno corazón de Manhattan, cuando recibió la llamada de Jason. Estaba asustado y su voz tenía un tono tembloroso. El camino de vuelta hasta la guarida lo había pasado indagando en su móvil sobre la noticia. Cómo no, Fox ya había publicando en la web la parte de la grabación que había conseguido rescatar. El whatsapp en clave entre Pak y ella eran mensajes de “ven rápido”, ”no tardes”. Pensaba que se quedarían de piedra cuando les contara la versión de Jason sobre lo ocurrido. -Ni la cabeza de medusa los dejaría más de piedra- se dijo en voz alta pensando en todo lo ocurrido. Llevaban tiempo haciendo bromas mitológicas y ya tenían unas cuantas coletillas usadas por todos. La humanidad sabia de los Mitos, cientos de personas los habían visto. Los gobiernos los acaballaban como podían. Manipulaban la información diciendo que eran grabaciones de películas, efectos especiales de grupos radicales que aprovechaban los cambios climáticos y los desastres que habían ocasionado unas lluvias magnéticas. “Pronto todo se calmará y volverá a la normalidad” era el titular más visto. Eran excusas y mentiras que la masa prefería creer, era lo más sencillo, lo “normal”. Aún así las reuniones religiosas, y de grupos étnicos que se llamaban así mismos los nuevos creyentes había proliferado por todo el planeta. Una cosa quedaba clara, no había vuelta atrás y el movimiento no se calmaría como dijo la convención de las Naciones Unidas, algo estaba empezando. Muchos lo sabían y lo intentaban silenciar. Ella tenia que saber más que todos ellos, necesitaba ir a la Antártida. Cruzó el umbral y saludó a la madre de Fox, ese chándal verde no podía ser de otra persona, era reconocible incluso de espaldas. Ella una fanática cristiana y todo lo que hacia su hijo era insultar al 99

Señor. ¿Otros Dioses? Herejía, freaks. Quizá por ello ni se inmuto al ver a una jovencita con una armadura ashigaru por su casa. -¡No os lo vais a creer! Jason, un antiguo compañero de trabajo, era el entrevistador de la Antártida el documental. Me ha llamado y…- en ese momento miró a su alrededor y vio la escena. Por un lado Pak, Fox y Tayron miraban alternamente un origami casi transparente que tenía Pak en su mano y a la joven con armadura y lanza de plata que estaba de pie en medio de la sala. Por otro lado pudo ver o quizá fue su imaginación, pero por solo un segundo vio como una Diosa desaparecía de la sala. Pak se recompuso como pudo y directamente le ofreció el origami, que se abría lentamente al tocarlo. Mientras leía como podía el mensaje una y otra vez, el monje le relató el encuentro: - Midori nos ha traído este mensaje de parte de Amaterasu, Diosa del Sol de Japón. Es una invitación a una reunión donde irán distintos Dioses de diversas mitologías e invitan a la humanidad a asistir y a nosotros como sus representantes. Trisha soltó con delicadeza el origami en las manos del monje y agarró un paragüero cercano para vomitar en él. Unos minutos después mientras bebía agua para restituirse e intentar comprender la situación entró Tayron, había ido a lanzar el paragüero al contenedor. - Gracias por el agua Fox.- empezó Trisha tras recomponerse- y yo que venía a contaros algo tremendo…Bien, resulta que unos compañeros de Jason, el reportero y presentador del reportaje de la Atlántida, han muerto. No solo cortaron la emisión por lo que parece, tengo que ir a la Antártida a averiguar qué hay que no podemos ver. - Antes o después de ir a ver a los Dioses a Japón? – bromeó Fox. - Tomen la decisión que tomen, yo les acompañaré, puedo ser de ayuda.- saltó una delicada y suave voz. Pak hizo una inclinación de cabeza a Midori, indicando su conformidad, y puso la mano en el hombro de Fox. -Es mejor visitar la Antártida primero.- sentenció Pak. -Recuerden, sólo han de escribir su respuesta y dejarla bajo el Sol de la mañana.- aclaró la enviada de Japón. -De acuerdo Midori. Pero primero debemos visitar el continente helado, luego hablaremos con los Dioses. Debemos tener claro que está pasando para asumir el papel que nos depara en esta reunión. Fox, como siempre, lo organizó todo en unos pocos días. Tayron los acompañaría en calidad de… guardaespaldas, pensó Trisha, no les iría nada mal visto lo visto. Midori también se había unido al grupo, aunque su armadura se había volatilizado. ¿Era capaz de hacerla aparecer a su voluntad?, se planteó Trisha, ya no sabía qué pensar. El avión descendió, aquello no es un aeropuerto común, ni siquiera uno de alguna ciudad pequeña. Era más bien como los aeropuertos militares de las películas. Cuando bajaron del avión había un jeep esperándolos. Encima de éste 4 hombres con armas automáticas que les observaban. Ésa última imagen los dejó casi más helados que el frío, que se había llevado su cálido aliento. 100

La Antártida y La Orden: Pirámides en la Antartida por Oriol Villanueva

-Esta noche en Canal 9 tenemos una entrevista en directo como primicia mundial – Jason no había podido destacar en el canal 9 hasta que Trisha Sellers fue despedida. Siempre le daban las mejores noticias. El empezó como segundo de a bordo de investigación científica y siempre estuvo a la sombra. Este sería su momento. Los contactos que había adquirido de Ses su antiguo compañero le habían llevado a lo que pasaría en pocos minutos. - El profesor Villanueva, un reputado y controvertido experto en culturas antiguas y mitologías parece ser el jefe de la misión que esta explorando las misteriosas pirámides del Polo Sur. El cual nos ha concedido una entrevista através de uno de nuestros corresponsales en Sidney. Gracias a las videoconferencias e Internet, el profesor y su ayudante, el estadista y profesor de cálculo Abraham Gimenez nos explican sus asombrosos hallazgos en estos primeros meses de investigación en el interior de las pirámides. Ninguno de los dos ha querido comentar quien esta financiando la expedición ni con que fin, es la única condición que han pedido para acceder a esta entrevista. Ellos han querido contar al mundo sus descubrimientos por temor a que el secretismo y los intereses privados oculten uno de los descubrimientos más asombrosos de la historia de la humanidad. La expectación se reflejaba en los ojos del presentador, consciente de que una noticia así seria vista en el mundo entero y era el quien estaba dando la exclusiva. La imagen impecable y nítida del estudio cambio cuando se inicio la emisión del tan esperado video. De una calidad mejorable, mostraba una tienda de campaña que debía de ser de grandes dimensiones, llena de cajas de equipos de investigación de alta tecnología. Parapetados tras unas cajas de gran tamaño se encontraban dos hombres. Con barba, grandes gafas y un gorro de lana bastante ridículo, se encontraba el profesor Villanueva. A la derecha de la imagen el segundo hombre perfectamente rasurado, con gafas de montura al aire, el pelo corto y bien peinado, portaba en la mano una pda. Ambos estaban frente a la pantalla de un ordenador portátil. La imagen del corresponsal aparecía en un pequeño recuadro en el margen izquierdo de la pantalla, su voz sonaba alta y clara cuando comenzó a preguntar lo que todo el mundo quería saber de tan asombroso descubrimiento. -No saben cuanto les agradecemos que hayan venido a nosotros para informarnos del hallazgo mas sorprendente de los últimos tiempos y espero puedan responder a todas nuestras preguntas...-Si, ya. Abrevie, que no tenemos todo el día.- Espeto Abraham al cual le gustaba ir directo al grano. Después de tres interminables segundos de silencio por parte del periodista, retomo la conversación preguntando directamente. -¿Tienen algo que ver las pirámides con los maremotos y demás catástrofes que están ocurriendo? -No, mas bien su descubrimiento ha sido a causa de ellos. Desconocemos el motivo de los cataclismos pero no hay nada en el interior de las pirámides que indique que han sido las causantes, al menos hasta donde hemos visto, que de momento son los niveles inferiores.-¿Podría haber algún tipo de artefacto...alienígena en su interior?101

Abraham miro de reojo a Oriol Villanueva el cual parecía divertido ante el comentario. Se rasco la barba y tomo la palabra. -Es una opción que no puede ser descartada todavía, como ha mencionado antes mi colega aun no hemos explorado al completo las pirámides, pero yo no apuntaría a alienígenas si no a una civilización anterior a la nuestra.-¿Esta insinuando que la Atlántida existió realmente?- Solo había que poner en cualquier buscador de Internet el nombre del científico para que la palabra Atlántida surgiera por todas partes. El profesor Villanueva esbozo una sonrisa radiante antes de comenzar a hablar, una de esas sonrisas que muestran los niños la mañana de Navidad cuando descubren que Papa Noel les ha traigo el regalo soñado. -No lo insinúo, lo afirmo. Siempre lo he hecho, aunque muchos me han tildado de loco por ello. La Atlántida existió y ha dejado restos de su cultura esparcidos por todo el mundo. Desde los sumerios, pasando por Egipto, Sudamérica, Asia, en todas partes hay pirámides y restos de su cultura y enseñanzas. Solo que hasta ahora no habíamos descubierto las primeras pirámides que construyeron fuera de sus fronteras, aquellas que hicieron cuando su continente aun estaba bajo el sol. – -¿Que pruebas tienen de eso, que han descubierto que pueda sustentar sus teorías?Fue entonces cuando Abraham consulto su pda antes de volver a tomar la palabra: -Las pruebas del carbono14 han datado las pirámides con una antigüedad de 20 mil años, en su interior hemos descubierto una escritura en forma de glifos. En un principio la comparamos con la escritura cuneiforme sumeria de los primeros tiempos, encontramos coincidencias, pero era como comparar un texto de Shakespeare con un libro para niños de dos años. Enseguida nos dimos cuenta de la enorme complejidad del lenguaje que habíamos descubierto en comparación .Hicimos lo mismo con los jeroglíficos egipcios y tampoco aporto nada de claridad. Entonces el profesor Villanueva tuvo la idea de compararlo con el Aimara y ahí fue cuando empezamos a ver las conexiones...-Perdón por la interrupción profesor Gimenez, pero ¿que es el Aimara? -El Aimara... –Prosiguió el profesor Villanueva.-..Es un idioma que se comenzó a hablar en los Andes, en Tiahuanaco una de las colonias atlantes hace 15 mil años, esa región que ahora es montaña estaba a ras del mar y Tiahuanaco era un puerto. Allí se instalaron los Atlantes fundando una de las primeras civilizaciones y que sin lugar a dudas dio lugar a todas las grandes culturas sudamericanas. Solo los dioses y sus descendientes podían hablar el idioma sagrado. Es un idioma perfecto, que no permite juegos de palabras, de una sencillez y claridad matemática... y esa es la clave. Abraham asintió sonriendo por primera vez, mientras mostraba a la pantalla del ordenador su pda, en la cual un programa de desencriptación mostraba secuencias de números, símbolos y letras. – Cuando descubrimos que se asemejaba en estructura y composición al Aimara, entendimos algo que los matemáticos dicen siempre. “Los números son el lenguaje universal” Así que diseñe un programa que convirtiera el Aimara en números para después pasarlo a código binario y así encontrar secuencias que después poder comparar con los símbolos hallados en las pirámides, el resultado esta siendo sorprendente y nos ha permitido encontrar algunas respuestas a la extinción de la Atlántida.-¿Y dígannos, que paso realmente para que un continente entero desapareciera de la faz de la tierra?

102

El profesor Villanueva se ajusto las gafas, ordeno sus pensamientos unos instantes entrelazando los dedos sobre su estomago antes de responder: -Los Atlantes eran un pueblo orgulloso, fuerte, inmensamente rico y más avanzado que nosotros tecnológicamente. Eran humanos o al menos eso creemos, aunque no como nosotros, ellos eran como decirlo... superiores física y mentalmente, tal vez por la evolución, factores ambientales o mejoras genéticas. Eso se desprende de lo que hemos traducido hasta ahora, aunque no estamos seguros. Lo que si sabemos es que sus conocimientos eran muy superiores a los nuestros, eran los señores del mar, del cielo y de la tierra. Desgraciadamente para ellos su aumento de poder sobre los elementos no vino acompañado de un aumento de sentido común. Cuanto mas poderosos mas ambiciosos se volvieron y finalmente las luchas de poder y la guerra civil termino con ellos. No hay vestigios de una guerra nuclear, estamos casi seguros que conocían la fisión nuclear. Y también de que tenían un gran control sobre el clima y los fenómenos atmosféricos. Aunque no sabemos que facciones había, ni cual fue el detonante de la guerra, lo que si hemos podido descifrar hasta ahora es que la Atlantida se encuentra bajo estas aguas. Que la Antártida en tiempo de los atlantes no estaba totalmente cubierta de hielo y fue su primera colonia. Y también que cuando se hundió en las profundidades muchos escaparon y no todos se quedaron en la tierra...-¿Qué quiere decir con eso prof..- En ese momento los continuos sonidos de ráfagas de viento chocando contra la tienda se amortiguaron por voces y sonidos de pasos, una potente luz de linternas irrumpió en la tienda, lo ultimo que capta la Webcam es a los dos profesores dándose la vuelta asustados y una sombra derribando el portátil. La emisión ha terminado devolviéndonos la imagen del estirado presentador que mira fijamente a la cámara con expresión adusta. -Me temo que nuestro corresponsal en Sidney no pudo recuperar la conexión, esperamos que no les haya ocurrido nada trágico a estos dos valientes científicos que han puesto en peligro su vida para informar al mundo del que es sin duda el hallazgo más importante de todos los tiempos. Buenas noches desde el Canal 9. Fin de la emisión. -¿Marxall? – no se oye nada tras la pantalla del estudio de sonido - ¿¡Marshall!? ¿Qué demonios ha sido eso? ¿Alguien puede recuperar la conexión? – Jason salió del plató de rodaje y se dirigió a donde estaría su compañero Marxall grabando y emitiendo. Marxall estaba en el suelo con la cabeza entre sus manos y la nariz sangrando. - ¡Marxal! ¿Estás bien? ¡¿Qué ha pasado?! - Dos tipos de negro entraron, sin mediar palabra – explicaba a trompicones mientras se secaba la nariz con la camiseta – se han llevado los dos portátiles y las conexiones con la emisora central y panel de emisión. Después de decir lo de la Atlántida hemos dejado de emitir Jason lo siento… Jason no daba crédito a lo que oía. Que locura es esta se preguntaba una y otra vez en su cabeza. Miro la pantalla de emisión actual y en canal 9 había un episodio archirepetido de una conocida serie humorística. Desbloqueo, contactos, Trisha Sellers, llamando…

103

La Antártida y La Orden: Sleipnir I por Marc Simó

Durante su viaje de vuelta había estado recordando el combate con el Dios Japonés, arrepintiéndose de no haber encastrado su martillo en la cabeza de ese escurridizo danzarín, sin embargo la contienda había tenido éxito. Roma ardía y habían tomado el control. Recibiría los más altos honores. Nadie tenía ya derecho a dudar de que Thor fuera el verdadero Dios del Trueno y también el mejor de los guerreros. Había llegado a Copenhague hacía menos de una hora y ahora se encontraba a los pies del imponente edificio de cristal que el Dios de Asgard había escogido como su base en Midgard, admiraba como se alzaba alto como cuatro gigantes y estaba coronado por unas sinuosas letras verdes que brillaban en la noche como la aurora boreal. — Le esperan en la última planta señor. — anunció la recepcionista cuando Thor cruzó la puerta de entrada del edificio. — Ya tiene el ascensor esperándole. — Gracias Kirsten. — dijo mientras pasaba por su lado en dirección a los ascensores. Ya no se fabricaba cerveza en ese lugar pero su aroma seguía impregnado en sus muros. Thor levantó la cabeza a tiempo para ver como Loki se escurría entre las puertas del lujoso ascensor. — ¡Hermano! ¿Quién iba a decirme que te encontraría aquí? — saludó alegremente, con su eterna sonrisa burlona dibujada en los labios. —¿Qué estás haciendo aquí, Loki? ¿Y qué se supone que estabas haciendo en Londres? — gruñó Thor, frunciendo el ceño. —Yo también me alegro de verte, Thor. Lo de Londres no fue tan bien como esperaba… he venido a hacer lo que se espera de mi, y además… — hizo una pequeña pausa y miró a los ojos de Thor. — … no podía dejar pasar la oportunidad de felicitar a mi hermano por su victoria en Roma. —Padre nos crió juntos y te acogió en su casa, pero no somos hermanos… Sin dejarle tiempo para terminar la frase Loki se giró de espaldas y miró a los ojos de Thor a través del reflejo que le ofrecían las pulidas puertas del ascensor. — Y sin embargo no soy yo quien le ha decepcionado… — apuntó. El rostro de Thor se ensombreció. 104

—¿Qué insinúas? "Ding." La campana del ascensor indicaba que habían llegado, interrumpiendo la réplica de Thor y permitiendo a Loki escabullirse directamente al pasillo donde los demás esperaba. Todos se giraron a tiempo de ver salir al Dios del Trueno del ascensor, algo molesto por las palabras que acababan de golpearle. Se negó a titubear y salió firme, cruzando entre ellos hasta llegar a las imponentes puertas de metal forjado que dibujaban Yggdrasil, el árbol del mundo. Se detuvo, posó su mano encima del relieve y empujó. Las puertas cedieron.

Durante la reunión con Odín, no se llenaron cuernos de hidromiel ni se entonaron canciones de gloriosas batallas. Ni siquiera se giró para ver a su hijo mientras él relataba lo vivido en el Coliseo. Thor aún recordaba las palabras del padre de todos > Tras esto, asignó nuevas tareas para todos menos para Thor que sólo recibió la acusadora mirada de Hugin y Munin, los dos cuervos de Odín, que permanecieron apostados y vigilantes en los recargados capiteles de sendas columnas hasta que todo terminó. El Dios del Trueno salió el último de la habitación y sólo se giró a tiempo de ver como desaparecía la silueta del Señor de la Victoria tras las puertas. De regreso al exterior, no vio cómo la enorme criatura de piel azulada se acercaba directa hacia él antes de tenerla demasiado cerca. — ¡Thor, amigo mío! Me alegro de verte de vuelta. — saludó. Las palabras de Ymir eran sinceras lo que reconfortó al abatido dios nórdico. — Yo también me alegro de verte Ymir, — contestó Thor mientras se saludaban sujetándose fuertemente del brazo como dos grandes guerreros después de una dura batalla. — ¿Qué estás haciendo aquí? Sabes que a mi Padre no le gusta que os paseéis por la ciudad. — Quería felicitarte por tu victoria en Roma, todos hemos escuchado las noticias y hemos visto las imágenes de la batalla. Ha sido una verdadera lección de furia y poder para nuestros enemigos. — Las palabras del gigante de escarcha estaban cargadas de admiración y sana envidia por no haber podido participar en un ataque como ése. — Y sin embargo, parece que a Padre le he decepcionado. — contestó amargamente. — Tu padre ha cambiado, Thor, ya no recuerda lo que es una verdadera batalla, ha olvidado la fuerza y la ira de antaño, ya no tiene la misma sed de sangre. — Ymir hizo una pausa como si dudara si debía decir lo que seguía. Miró fijamente a los ojos de Thor y continuó. — Y lo que es peor… nuestros enemigos hablan y dicen que es débil. — ¡Eso no es cierto! — estalló. — Claro que no es cierto, pero deberíamos acallar esas voces. No nos hacen ningún bien. — replicó el gigante, apoyando su enorme y nudosa mano en el hombro de Thor. — Si Odín volviera a empuñar a Gungir de lado a lado del horizonte, batalla tras batalla… Volverían a cantar acerca de sus victorias entre ríos de cerveza. Y juzgaría tus acciones como se merecen.

105

Ymir se limitó entonces a darle un abrazo y alejarse sin más despedida. Thor se quedó solo, tan absorto pensando en las palabras del gigante que no vio como Loki y Frigg habían ido detrás de él, siguiéndole por las frías calles. La desagradable risita de Loki captó su atención. — Tienes unos amigos muy extraños últimamente, querido hermano. — se burló a modo de saludo. Frigg carraspeó, regañándole. — Siento éste frío recibimiento, Thor. Sé que no es lo que esperabas pero debes entender a tu padre. — añadió ella, con voz pausada. Loki asintió, sonriendo. — Al fin y al cabo, adaptarse a los tiempos modernos no significa substituir a nuestras valkyrias por helicópteros. — ¡Loki! — le reprendió de nuevo Frigg, frunciendo el ceño. El hijo de los gigantes agachó respetuosamente la cabeza, inclinándose ante la esposa de Odín. Sin añadir nada más, Loki se alejó de ambos, perdiéndose entre los callejones. — Sabes que su única intención es enfurecerte, Thor. — terminó la diosa. — Pero es cierto… — gruñó Thor, pensativo. — Debemos recuperar nuestra antigua gloria. Frigg clavó sus ojos en él, intrigada, intentando discernir lo que ocultaban sus palabras. Como un trueno en las cuevas de hielo resonaban sin cesar las palabras de Ymir en la mente de Thor… Sleipnir, el corcel de ocho patas, el único ser capaz de recorrer el mundo de horizonte a horizonte, de cabalgar sobre tierra, mar y aire y de llegar al mismísimo Helheim. Tenía que recuperarlo, traerlo de vuelta de Helheim, donde llevaba encerrado desde el ocaso de los dioses; y devolvérselo a Odín. Ymir tenía razón y le había hecho un regalo mejor que mil batallas: la oportunidad de recuperar su honor y su gloria y a la vez reforzar la posición de Asgard. Pero, ¿cómo? Heimdall no le permitiría tal viaje, y no podía pedir usar la embarcación Skidbladnir, como habían hecho antaño para cruzar el Bifrost. — Entonces sabes lo que debes hacer, Thor. Sleipnir debe regresar con su amo. — sentenció Frigg, como si leyera sus pensamientos. Se desató su manto de plumas de halcón y lo depositó con cuidado en sus manos. — Toma y usa mi capa. Con ella podrás volar entre los reinos de Yggdrasil y así llegar hasta Helheim si ese es tu destino. Minutos más tarde la silueta negra de una enorme águila cruzaba el cielo de Midgard iluminada tan sólo por el débil resplandor de la Luna, con el único objetivo de arrancar a cualquier precio al corcel de Odín del reino de la muerte. —Y allí va mi hermanito. ¡Qué fácil ha sido siempre manipularlo! — dijo Loki mientras veía como se alejaba Thor. — ¿No hubiese sido más rápido arrancárselo con nuestras propias manos? — preguntó su acompañante, sin salir de entre las sombras. —Ymir… ¿Otra vez tenemos que discutir esto? ¿Quieres que Odín nos aplaste y nos eche de comer a sus lobos? Es mejor si nos lo da él por voluntad propia. Y además… — hizo una pausa. Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios. — Así es más divertido. 106

La Antártida y La Orden: Sleipnir II por Marc Simó

La majestuosa águila se posó en el suelo helado. Se cubrió con sus propias alas, y mientras crecía de tamaño fue revelando el trabajado cuerpo de Thor. Finalmente quedaron plegadas alrededor de su cuello, formando de nuevo la capa que le había entregado Frigg. De los Nueve Reinos de Yggdrasil, Helheim es, ha sido y será, el más profundo, oscuro y lúgubre de todos, un mundo donde el hielo, la roca y los huesos forman la prisión perfecta de las almas de los muertos en desgracia. Nueve días y nueve noches le costó a Hermod a lomos de Sleipnir llegar a las puertas de la ciudad de la muerte, nueve veces más le pareció a Thor su descenso al abismo. Helway era un serpenteante camino que descendía a través de las gélidas regiones del Norte en un mundo al que no llegaba la luz del Sol. Un eterno viaje en el que el hambre, la desesperanza y la desolación acompañaban a cada paso al viajero que osara afrontarlo. Los helados páramos que recibieron a Thor a su llegada daban paso a un oscuro túnel minado a través de la montaña que conducía a una región todavía más sombría y yerma. El Dios del Trueno se cubrió con la capa cuando un viento helado que provenía del Norte empezó a soplar en contra dificultando y ralentizando su avance. A medida que se adentraba en la oscuridad el viento soplaba más y más fuerte llevando con él cristalizados en copos de nieve los lamentos de las almas atrapadas en el frío. Los ligeros copos pronto se convirtieron en afiladas agujas que una vez clavadas ya no se desprendían del caminante. Casi sin darse cuenta la nieve había escalado más de un palmo haciendo que moverse por el terreno fuera como arrastrarse a través de una montaña de cadáveres. A pocos metros vio como una enorme raíz se elevaba por encima de la nieve, formando una pequeña cueva en la que refugiarse parecía la mejor de las ideas. Thor retomó el paso firme con renovadas fuerzas apartó la nieve, se sentó y se cubrió con la capa de Frigg a la espera de que cesara la tormenta de nieve. No sabía cuánto tiempo había pasado en aquel blanco y maldito infierno pero cuándo volvió en sí, el frío se había adueñado de sus músculos. Entumecido y aturdido se obligó a levantarse y continuar. Estaba exhausto, al borde de la rendición, moviéndose en un mecánico letargo, más por rutina que por voluntad, lo que le había permitido terminar el tramo final en el que las hermanas de la muerte 107

le llamaban a sentarse junto ellas en un último descanso eterno; cuando el lejano rumor del agua corriente le despertó. — Gjöll... — murmuró. El camino conducía hacia un gigantesco puente hecho de oro y cristal. Ya sabía el precio por cruzar. Desenvainó la pequeña daga que colgaba de su cinturón y cerrando el puño sobre su hoja, se hizo un corte en la palma de la mano izquierda, derramando la sangre sobre la pulida superficie de cristal. Cruzó el resbaladizo puente que lo separaba de las heladas aguas por las que fluían cuchillos suficientes para armar a todos los muertos de Helheim y de nueve Infiernos más. La ciudad de la muerte estaba en mitad de la nada, protegida por altas murallas de hielo y acero, y envuelta en una espesa niebla color ceniza que impedía apreciar su verdadera inmensidad. El camino terminaba ante las monstruosas puertas del Infierno. Estaban abiertas, como si supieran de la llegada del hijo de Odín, y tras ellas sólo la muerte lo aguardaba. Los edificios eran un mero eco vacío de un Asgard decadente en el que la enfermedad y el infortunio se ensañaban con las almas a las que debían torturar. Allí, en mitad del macabro espectáculo, tumbada en una de las raíces de Yggdrasil y vestida de finas sedas blancas una hermosa mujer acariciaba suavemente a Garm, su fiel perro, mientras observaba el hipnótico vaivén de las almas. Apenas giró su cabeza para ver al hombre que se había adentrado en el mismísimo corazón de la ciudad de los muertos. — Seas bienvenido, Dios del Trueno, te invito a quedarte conmigo para siempre. — Se apartó delicadamente un mechón de pelo negro como la noche y clavó su tentadora mirada en los ojos del Dios. Antes de que Thor pudiera aceptar la oferta la dulce voz de Hela volvió a sonar. —¿Que estáis haciendo allí arriba? Cada día llegan más y más invitados a mi reino para no volver… ¿Es que acaso habéis empezado el Ragnarok sin mi? — Hela... ¡He venido a pedirte que liberes a Sleipnir! — Interrumpió Thor saliendo de su embrujo. — Los Dioses estamos en Guerra. Con un suave gesto apartó al perro de su lado dejando ver sus deformadas y putrefactas piernas; de las pústulas emanaba un líquido negruzco que parecía latir con el aroma de la carne fresca recién llegada mientras los gusanos devoraban lentamente los trozos más oscuros de su muerta piel. Pues esa era la auténtica naturaleza de la muerte, monstruosa y tentadora. El tamaño de Hela comenzó a crecer a medida que se acercaba peligrosa y sensualmente hacia su invitando mostrando su verdadera condición. —¿Y por qué se supone que debería permitir tal cosa? Estás muy equivocado si piensas que entregaré a Sleipnir al hijo de aquél que me desterró en este infierno para el resto de la eternidad a cambio de nada. — Gruñó Hela. —Desde nuestro regreso Padre no ha desterrado ni castigado a nadie, viniste aquí voluntariamente. —¿Tan estúpido eres? Heimdal vigila cada movimiento de los hijos de Loki. Instintivamente Thor movió su mano hacia Mjolnir y evaluó rápidamente el terreno, pero ella le interrumpió. — Tu arrogancia no tiene límites si crees que puedes vencer a la muerte. — Sabía que ella tenía razón. Pero no podía volver con las manos vacías, no podía volver a fallar. Sintió la vergüenza constriñendo su pecho como si fuera el mismísimo Jörmungandr quien lo tenía prisionero. — Entonces, ¿qué es lo que propones? — dijo abatido. 108

Hela no dudó, sabía lo que tenía que pedir a cambio. — Quiero tu cinturón. Thor vaciló. Ese cinturón podía conferirle la fuerza de nueve mil hombres si lo usaba y eso le había salvado ya en varias ocasiones, pero lo que realmente le preocupaba era que si se lo quitaba estaría debilitado y a merced de Hela durante tiempo suficiente para que jugara con él como si de un insecto se tratara. Sin embargo, no tenía alternativa. — Jura que después nos dejarás marchar a los dos. — Gritó amenazante. No tenía intención de retener, torturar ni matar a Thor pero sus palabras le ofrecían la oportunidad de exigir más. Su encargo era arrebatarle su cinturón de poder pero nada le impedía ganarse algo para sí misma. Desde que había visto a Thor entrar en sus dependencias se había fijado en la hermosa capa de plumas de halcón que llevaba. Sonrió. — Eso te costará algo más, Dios del Trueno, también quiero la capa de Frigg. Los sensuales ojos de Hela brillaban con la luz de la victoria y una macabra sonrisa se dibujó en su rostro. Thor agachó la cabeza, se quitó el regalo de la Diosa y el cinturón. Al momento Thor cayó desplomado al suelo, el cansancio, el hambre y el dolor acumulado eran insoportables sin ese cinturón que fulguraba como el dorado del Sol y tenía la resistencia del más puro de los aceros. Gram entró en la sala tirando de las riendas de un imponente corcel negro de ocho patas y las dejó a sus pies. Sleipnir arqueó el cuello, acercándose para rozar su hocico contra el hombro del dios. Flexionando las ocho patas, el corcel se agachó junto a él, resoplando. Thor alzó la cabeza y con un último esfuerzo se dejó caer sobre el lomo del caballo. Sleipnir rascó el suelo helado con los cascos antes de emprender el camino de vuelta hasta su legítimo dueño. Hela se acercó a sus nuevos tesoros, recogió el cinturón y lo miró como si tratara de ver dentro de él. Orichalcum lo habían llamado… lo dejó a un lado, no le importaba. Ella tenía su propio regalo. Cogió la capa y se la puso, dos gigantescas sombras se desplegaron en su espalda. Y así la muerte ganó sus alas y de nuevo, su libertad.

109

La Antártida y La Orden: Luz y Oscuridad en la Antártida por Iworven Isawa

“¿Cómo podía el monje estar tan tranquilo? “Su calma la irritaba aun más. - Buenos días, soy el arqueólogo Oriol Villanueva y este es mi ayudante Abraham Giménez. Soy el encargado de esta excavación. – dos hombres armados estaban en los asientos delanteros del Jeep mirando hacia atrás con curiosidad – les seremos de ayuda en todo lo que necesiten. Hasta el mismo Fox se sorprendió, un día nadie quería volar allí, ni ofreciendo cantidades indecentes de dinero y otro día el mismísimo jefe de la expedición, les llamaba diciendo que necesitaban aclarar el corte de emisión ante la prensa y hacer público que; “por las malas condiciones meteorológicas” no pudieron acabar el informe del Canal 9. Lo que parecía una agresión ante los dos científicos, ellos lo explicaban como; “unos fuertes vientos y temblores sísmicos”. Necesitaban un grupo atrevido y profesional para entrevistar y grabar aunque todo se retransmitiera en diferido, la humanidad sabría de sus hallazgos. Tayron llevaba algunas medidas de seguridad que él llamaba especiales. Trisha ya lo había escuchado hablar de sus dardos y venenos. Aquello era una farsa y todos lo sabían. Pero si había gente en peligro o si el secreto era tan importante para estar así de custodiado, la recompensa justificaría el riesgo. Tenían que intentarlo. La visita no fue nada interesante, instalaciones militares usadas como arqueológicas. Unas 20 personas heladas, trabajaban allí excavando y haciendo pruebas a una pirámide medio sepultada entre hielo y roca. Con un aparato de ondas magnéticas, podían bombardear el hielo y la costa cercana, para ver las siluetas de edificios y construcciones que estaban sumergidas bajo sus pies, revelando una estructura muy elaborada. -Todo esto irá emergiendo debido al cambio climático y los sismos que se han ocasionado y que creemos irán en aumento. Cada día sube unos pocos metros. Eso comparado con lo que lleva haciéndolo estos años atrás es una progresión increíble. - Espera, espera – intento aclarar el monje - ¿Me está diciendo que el continente perdido, lleva años emergiendo de las aguas y ustedes han estado desde el primer momento investigándolo? – Así es, hace 15 años que nuestro patrocinador descubrió la Atlántida bajo las aguas de la Antártida Australiana, de hecho como ven, ambos continentes están casi pegados, posiblemente estaban unidos mediante puentes. Los barcos de nuestra fundación captaron la ubicación mediante el sonar y 110

desde entonces hay una base permanente aquí y tres barcos monitorizando el proceso – se paró un momento para ver las caras de sorpresa de sus invitados. Y decidió que era mejor remarcar lo importante - Sí, he dicho la mítica Atlántida, la de Poseidón y la de no sé cuantos más antes que él. Esa última frase del arqueólogo se grabó en la mente de la reportera. ¿De no sé cuántos antes que él? Esa noche la pasaron en su habitación, les habían dado un barracón para los cuatro. Mientras descansaban y meditaban con la excusa de haber ido a editar el video para la última toma, sintieron otro temblor. Les habían avisado que eran corrientes que no temieran. -Esto es una locura, no están heridos, no parece que corran peligro. Lo único sospechoso es su misterioso proveedor pero vamos, si Fox tuviera que explicar sus proveedores y benefactores… Tayron intentaba quitar leña al fuego. - No Tayron – Aclaro Pak – ellos tienen explosivos, me fije al pasar por el cobertizo, están acelerando el ascenso, hay temblores sí, pero esta gente busca algo ahí abajo. Y sinceramente después de todo lo vivido creo que está muy relacionado. No es una casualidad. - Sí.- dijo una voz profunda desde el fondo de la sala. Asustados se sobresaltaron y vieron al enorme ser. - No os asustéis, sabía de vuestra llegada, he oído sobre vosotros. Yo también estoy investigando que buscan en la Atlántida. Era grandioso, incluso sentado como estaba se intuía que debía superar holgadamente los dos metros de altura, su pelo oscuro entrelazado con algas le caía sobre el torso descubierto y un enorme tridente resplandecía en su mano. Sin duda era Poseidón. Estaba allí, delante de ellos, pero en realidad no lo estaba, era una imagen, como la que habían visto de Amaterasu en la base del Portal de la Verdad. - Yo he reinado en esta ciudad durante muchos años, cuando estaba bajo mis mares, era mi emblema y mi capital. Pero no siempre estuvo sumergida. Cuando estaba sobre el mar, se la había conocido por muchos nombres. La Sepultada, La sacrificada, La Atlántida, R'lyeh… y otros eran los que la habitaban. Otros antes de nosotros y otros antes de los Padres de los Dioses. Pero me estoy extendiendo… Yo vengo a traeros esto. – Era un libro antiguo, muy antiguo pero estaba muy bien conservado. Con inscripciones y grabados, el material de sus coberturas era parecido al cuero pero algo mas escamoso y el interior sin duda parecía papiro estaba pirograbado con alguna técnica desconocida pero los dibujos eran de un detalle fabuloso. - Iba a dárselo a mi hermano Zeus, pero no se qué uso le dará en su estado actual. Creo que pertenece a vuestro mundo como antes perteneció al nuestro… visitar esto otra vez me ha traído recuerdos muy antiguos… recuerdos que otros preferirían haber olvidado, entre ellos mi hermano. El es uno de los Padres, de los primeros, de los que huimos. Los cuatro habían bajado la tensión, incluso Midori estaba en paz interior, buscaba esa conexión que siempre tenía con Amaterasu en su interior pero la Diosa debía estar demasiado lejos. Estaban como hipnotizados ante su melodiosa voz. Parecía lejana y cercana. Pero Pak reacciono al ver el objeto. El había visto ese libro antes… un dibujo de él. - Este manuscrito ha estado bajo el hielo inalterado – Continuo Poseidón - en su interior alberga técnicas y maneras de trabajar como sólo los antiguos sabían hacer las cosas. Explica, entre otras cosas, cómo se trabaja un metal, un metal muy especial, el Orichalclum que permite dominar el poder. 111

Poseidón los invitó a sentarse, Pak a la vez que lo escuchaba recordaba todo lo estudiado y enseñado por sus maestros. Todo lo investigado por científicos poco reconocidos. Los temas místicos y mitológicos siempre fueron desechados por la ciencia moderna. Como decían que los Mitos estaban relacionados, como todas las mitologías antiguas hablaban de viajeros que provenían del mar, viajeros que los enseñaron a construir, cultivar, viajeros que se convirtieron en sus Dioses. El Dios de los mares con suma paciencia pasó horas con ellos explicándoles lo que necesitaban oír. A veces lo interrumpían para preguntar, pero el sólo contestaba lo que debía. ¿Sabrían los Dioses todas las respuestas? También ellos tenían preguntas. -Los Padres hicieron 5 objetos superiores con dicho metal. Hay otros muchos, de menos poder, pero son estos 5 los que interesan ahora y los que hay que proteger. El metal proviene de las estrellas pues de allí vino, tiene propiedades y poderes que jamás imaginaríais. Los Padres forjaron objetos con él y aquí se explica las propiedades de cada objeto. Creo que conviene decidir a la humanidad, ya que es ahora vuestro tiempo, si los Padres deben recordar que hacían y quienes eran. Si deben volver a sus antiguos dueños o si deben guardarse. Los Padres han perdido el camino y la memoria y no siempre velan por la humanidad. Vosotros decidiréis si le enseñáis el manuscrito en el concilio de Amaterasu a los que asistan. Y si deben buscarse en unión o si por el contrario queréis guardar el secreto y proteger una raza que se autodestruye a sí misma. Su rostro se oscureció y empezó a desaparecer. -El poder está volviendo, el magnetismo cambiando, Ellos están volviendo, estos cambios los atraerán como los atrajeron en los tiempos antiguos. Algunos siguen aquí, sus sicarios duermen en vuestras casas y comparten vuestro planeta. Algunos son humanos, si, Pak El Monje, tus sospechas son ciertas. Eso que piensas. Ellos los siguen, los guardan, los invocan o lo intentan… Ellos también buscan los objetos. Quizás poseen alguno, lo desconozco. No deben volver, son el mal encarnado, somos un juguete para ellos. ¡Mi mundo cayo para expulsarlos! Si, ahora lo recuerdo… cada vez está más claro… debéis ser cautos. Debemos unirnos contra ellos. El planeta corre un grave peligro, otra vez. Se habían quedado solos en la habitación una vez más. Más solos que nunca.

112

La Antártida y La Orden: La Gran Reunión: Caminos paralelos I por Pedro Rebolledo

Un hombre de armadura roja miraba por la ventana, delante tenía una imponente ciudad bien iluminada, muy diferente de como la recordaba. A sus espaldas un gran ajetreo, cuatro mujeres estaban preparando la mesa para la gran reunión. De repente se hizo el silencio, el hombre de la armadura se dio la vuelta y vio a las cuatro jóvenes arrodilladas en el suelo, levantó su mirada y encontró a una hermosa mujer que irradiaba luz en toda la habitación. -Amaterasu-sama – dijo mientras se inclinaba el hombre -Hachiman-san, ya estáis aquí- respondió Amaterasu- ¿cómo van los preparativos para la reunión? - Están casi listos- dijo Hachiman, dirigiendo su mirada a las cuatro mujeres Amaterasu se acercó a la ventana, ambos contemplaron juntos aquella gran ciudad que tenían a sus pies, era Tokio. Una de las cuatro jóvenes se acercó a Amaterasu para comunicarle que ya habían preparado la mesa, se despidió con una reverencia y abandonó la sala junto a las otras tres chicas. Hubo quietud, ambos dioses parecían no necesitar palabras para comunicarse, siglos de relación condensados en un silencio. Unos golpecitos en la puerta rompieron el silencio. -Amaterasu-sama, Hachiman-sama han llegado los primeros invitados, pero hay un inconveniente no quieren entregar sus armas- dijo la joven. -Muchas gracias, Midori-san – respondió Amaterasu Antes de que Amaterasu pudiera decir nada, Hachiman ya había salido por la puerta y se estaba dirigiendo a la entrada. El ascensor llegó a la planta baja, las puertas abiertas se abrieron Hachiman distinguió tres figuras, dos de ellas eran mucho más corpulentas que la tercera. En ningún momento dudó de la procedencia de los invitados, eran Nórdicos, y uno de ellos era Tyr, un viejo conocido, se le veía bastante recuperado de su combate en Moscú. Las tres figuras escucharon el sonido típico de los ascensores al llegar a su planta de destino, se dieron la vuelta y clavaron sus miradas en el hombre de la armadura roja. Tyr, sin pensarlo en ni un segundo, empezó a correr en dirección a Hachiman, desenfundó su hacha. El dios Japonés permanecía inmutable en la puerta del ascensor. Tyr se preparaba para decapitar a su enemigo, su arma describió un arco a la altura del cuello, no encontró más resistencia que el aire. Consiguió no caer dentro del ascensor, se dio la vuelta, allí estaba Hachiman, tenía su mano en el hacha de Tyr. El dios Nórdico recibió una patada en el pecho con una fuerza brutal, obligándole a soltar su arma, chocó con la pared del ascensor. Antes de que pudiera reaccionar, las puertas del ascensor se cerraron ante la mirada incrédula del Dios Nórdico. Mientras en la recepción Odín perplejo entregaba su arma, mientras tanto Loki esbozaba una sonrisa y posaba su cetro. Hachiman se acerco a los dioses nórdicos con el hacha de Tyr en las manos, hizo una reverencia y entrego el arma a un ashigaru, Odín y Loki saludaron levantando la mano. El dios nipón hizo un gesto para que les acompañara en dirección al ascensor. Al llegar a su destino, Tyr estaba esperando en la puerta, antes de que pudiera hacer nada Odín se adelanto y le susurro al 113

oído. Hachiman prosiguió, abrió una puerta los tres dioses nórdicos buscaban por toda la habitación sillas, taburetes o algo semejante, hasta que Amaterasu apareció. -Saludos Odín-sama, Tyr-sama y Loki-sama tomad asiento – les dijo la Diosa Sol, mientras se arrodillaba y se sentaba en el suelo. - Saludos Amaterasu – respondieron a coro los dioses Nórdicos, mientras intentaban acomodarse en el suelo. - Me alegra que estéis aquí, ahora os traerán algo de beber – respondió Amaterasu, y después dijo algo en japonés y apareció una joven con una bandeja con una botella de sake. Antes de que pudieran saborear el licor de arroz, la puerta se abrió nuevamente, era la delegación Azteca, al frente estaba Huitzilopoctli, el dios de la guerra azteca, que lucía una armadura verde con muchos toques de color; tras él el dios de la sabiduría, Quetzalcóatl, Xipe Tótec y Mictlantecuhtli. Amaterasu se puso en pie para saludar a los invitados, les hizo una señal para que se sentaran, inmediatamente una chica entró con una bandeja con más vasos para los recién llegados ; los dioses nórdicos, en cambio, saludaron sin levantarse, sin duda la etiqueta no era su punto fuerte. Un silencio inundó la sala, hasta que entraron en la sala entre risas Ame-no-mi-Kurami y Takami-Musubi entre risas, acompañados por los representantes de la humanidad, el monje Pak y la periodista Trisha. Amaterasu miró a ambos dioses, estos callaron, se inclinaron ante los invitados. - Pak y Trisha acercaros- dijo Amaterasu – estos son los representantes de la Humanidad, hemos creído necesario invitarles al fin y al cabo nuestra guerra también les afecta. Tanto Odín como Huitzilopoctli asintieron con la cabeza. La sala se llenó de ruido inmediatamente, se entremezclaban los murmullos de los representantes de los panteones. Finalmente la puerta se abrió Hachiman no entró dejo pasar al resto de la comitiva, por orden entraron Thot y Atenea, Bastet y Eros, por ultimo Zeus y Ra, se desprendía que los dos panteones eran viejos conocidos. Amaterasu, como buena anfitriona, procedió a las presentaciones correspondientes, muchos de ellos se conocían por los rumores que circulaban últimamente. Hachiman cerró la puerta, un ejército de mujeres entró en la habitación con muchos manjares. Tras un momento, cuando todos los comensales estaban servidos, Amaterasu empezó a hablar. -En primer lugar me gustaría agradecer vuestra presencia en este encuentro inédito, todos hemos enterrado el hacha de guerra – dirigió su mirada hacia Hachiman y Tyr – para poder solucionar el problema que tenemos ante nosotros. El resto de dioses asentían ante las palabras de la Dama Sol, Ra poso su vaso sobre la mesa y se dirigió al resto de deidades. - Hermana Sol gracias por la invitación, y os presento mis respetos a todos vosotros – mirando a todos los asistentes – tenéis razón tenemos unos cuantos problemas que resolver. - Yo también os agradezco vuestra invitación Amaterasu – dijo Huitzilopoctli. - Todo esto está muy bien, yo también estoy agradecido, etc. Pero ¿podemos empezar a hablar ya?dijo rotundamente Zeus. - Eso estoy de acuerdo con Zeus, ¡empecemos ya! – dijo Odín, mientras masticaba un panecillo.

114

La Antártida y La Orden: La Gran Reunión: Caminos paralelos II por Franky Lara

- ¡Empecemos ya! - Las palabras de Odín fueron acompañadas de un golpe de su puño sobre la mesa, provocando que mas de un vaso de sake se agitase de forma inestable. Miradas de estupor, indignación y rabia a partes iguales se centraron sobre el padre de los dioses nórdicos. - Respeto tu premura por comenzar, pero creo necesario entrar en antecedentes, al fin y al cabo la impaciencia y el actuar sin conocer toda la información es lo que nos ha llevado a la actual situación. - Las palabras de Amaterasu calmaron a Odín y centraron de nuevo la atención en la diosa Sol.- Aun no sabemos que nos ha hecho regresar a la tierra de los hombres, algunos hemos podido usar viejos caminos anteriormente cerrados, y los hemos usado de forma voluntaria o forzosa para volver. Primero Kurami y luego Loki asintieron en este punto. - Otros al parecer han vivido siempre entre los mortales, reencarnándose una y otra vez, pero han recuperado su conciencia y poderes justo ahora. Quetzalcóatl y el resto de aztecas inclinaron sus cabezas de forma afirmativa. - La realidad- interrumpió Zeus- es que todos estamos aquí, da igual el como y el porque, y sería interesante conocer las intenciones de cada uno. - Debo discrepar Zeus,- huizlitopochtli cambio de postura y continúo. - A mi si me interesa saber cómo y por qué, incluso también me interesa saber si alguien mas ha regresado o puede regresar en un futuro. - El comentario del dios Azteca levanto murmullos en toda la sala - Deberíamos averiguar esos por qué, y estar prevenidos. - ¿Pretendes pues que finalicemos nuestras hostilidades y aunemos fuerzas contra un posible enemigo común?- Fue Odín el que intervino,- La verdad, creo que todos los aquí presentes tenéis miedo del poder de los Aesir, sabéis que somos superiores a vosotros y queréis forzar una paz. Os diré una cosa, habrá paz cuando controlemos todos los centros de poder y vosotros seáis desterrados al olvido. - ¿Controlar los centros de poder dices? A día de hoy aun no sabes como hacerlo, estoy seguro de que cada día notas como mengua la fuerza de los que conseguiste. - Ra se detuvo un instante a observar la expresión del dios nórdico. - En efecto nosotros conocemos ese secreto, miedo dices, sabemos que esos puntos de poder no sirven de nada a largo plazo si no se "conservan" de manera adecuada. -Así es- la voz de Zeus sonó fuerte y clara- Ten por seguro que no es el miedo lo que nos ha retenido hasta ahora de arrasar ciudades y sembrar el pánico. - Ese punto también es interesante para tratarlo, no podemos seguir actuando con total desprecio hacia la humanidad,- Amaterasu miraba a Trisha y Pak mientras hablaba con su voz dulce y calmadadebemos resolver nuestras disputas sin involucrar a los mortales. 115

La Antártida y La Orden: Sombras Reunidas II por Fernando Arsuaga

Castillo de Bran, Rumanía El cambio en el resoplido del viento desde una fuerte ventisca de nieve que arreciaba en el exterior interrumpió las deliberaciones de la figura de toga blanca. Al intentar volver a sus pesquisas, se dio cuenta que otra figura encapuchada y jalonada de cadenas, y portando una capa oscura que tiempo antes pudo ser una capa arcana, esperaba en el quicio de la puerta a ser recibido. - Pasa, no te quedes ahí… - Si, Maestro…. De repente, cambiando de actitud, el señor M preguntó pretendiendo no parecer interesado: - ¿Por qué continuas llamándome “Maestro”? Somos iguales hace desde hace ya mucho tiempo, y el alumno era más avanzado que el maestro desde el inicio. La figura avanzó con paso solemne y sus cadenas parecían seguir esa cadencia de forma natural. Al sentarse en una refinada silla de madera, contestó: - No es del todo cierto, yo he tenido mucho más tiempo para aprender e instruirme…, además, cuando nos conocimos eras ya un aspirante al liderazgo de esta “organización”... y prefiero que me llames como lo hacían los de antaño: Couger. - Bien, después de esta revelación – dijo procurando mantener la mayor de las desidias – vamos a otros asuntos de mayor interés: ¿Qué novedades traes?- El señor M era un hombre pragmático y sus intereses comunes los habían unido pero ambos sabían que no duraría para siempre. Dos llamas de curiosidad brillaron en sus ojos, y desde la capucha parecieron volverse muy pequeñas, como queriendo escrutar esa actitud, pero casi inmediatamente, obviando esa postura, respondió: - Tal como queríamos, la noticia de una Congregación de Demonios de todos los Panteones se ha diseminado muy rápidamente entre los Susurros adecuados…, y más aún después de saber que la Reunión entre Dioses que ha propuesto Amaterasu ha fructificado. - Excelente, con esa noticia, la adhesión a nuestra Causa será más sencilla…

116

De repente, una forma reptiliana salió de entre las sombras de la habitación y, de forma torpe, se acercó al que ostenta el grado de “Maestro”. - No es posible, con estas temperaturas deberías estar hibernando... Entonces intentas avisarme de…Sin terminar la frase, un estruendo de pisadas apresuradas se oyó más allá de los bosques que rodean los muros del Castillo. Y cada vez más cerca. Poniéndose un jubón de pieles y tomando un zurrón con un símbolo de poder, se encaminó a salir de sus aposentos hacia la entrada Principal. Couger, haciendo restallar sus cadenas, desapareció de la habitación. Al salir a través de la pequeña puerta del Portón Frontal pudo ver una enorme figura de color azulado se dirigía a grandes pasos hacia su localización. Al momento, Couger apareció en los límites de la fortaleza, como si de un rayo se tratara; su velocidad asombraría a cualquiera que lo hubiera visto. La descomunal figura se detuvo, como si algo lo retuviera…, puesto que así era. Una cúpula cristalina se formó alrededor de todo el perímetro exterior de las murallas, una defensa arcana que sabiamente colocaron sus acólitos por orden de su Mentor, ante lo que se avecinaba. El poderoso Mago parecía coordinar tal prodigio, desde su posición del pórtico, mostrando signos evidentes de fatiga. Al verse detenido, el Gigante enarboló una maza gigante y la hizo golpear contra la cúpula. La estructura resistió el primer envite, pero unas grandes vetas que nacían del punto de impacto no hacían presagiar nada bueno. De la boca del señor M comenzó a brotar sangre, pues la defensa iba ligada a su propia esencia para ser mantenida. Tras el segundo empellón, viéndose toda la defensa mágica superada por la incalculable fuerza, se desvaneció en un amasijo que aparentaban unos cristales rotos. Tras un gruñido de insatisfacción, gritó: - Soy Ymir, descendiente del Gran Ymir, uno de los últimos Gigantes de Hielo… ¿¡Cómo osas oponerte a mí, insignificante humano!?... Después de esto volvió a elevar su arma con intención de aplastar a su oponente, el cual estaba rodeado del fuego de Cthugha y se afanaba en poder sobrevivir ante este Demonio Nórdico, con lo que parecía su última oportunidad de sobrevivir. Couger, entonces, se planto ante el gigante sin miedo alguno, como si supiera algo que los demás desconociesen. El demoniaco ser pareció sorprendido, pero de inmediato fijó su nuevo objetivo a destruir sin piedad. En ese instante, con una orden del encapuchado ser, y con los ojos incendiados de un color naranja, unas extrañas cadenas surgieron del suelo rodeando al formidable monstruo hasta formar una jaula estrecha que le dejaba en una posición totalmente recta y con los brazos alzados. Al verse atrapado, profirió un rugido gutural e intentó romper dicha celda de aspecto medieval. Sin tiempo para que un grupo de lugartenientes ayudaran a su malogrado Jefe, el sonido de unos aplausos solemnes iban resonando de entre la cortina de nieve…, y parecían apaciguar la tormenta… 117

Una risueña figura se acercaba andando por la nieve, aplaudiendo y, al llegar a la altura del grupo de gente, dijo en tono socarrón: - No me habéis decepcionado en mis expectativas…, incluso me han sorprendido gratamente vuestras dotes… - ¿Qué quieres de nosotros, Loki, hijo de Odín? – espetó escupiendo algo más de sangre- ¿Es acaso esto una prueba de valía? – prosiguió entre estertores el Gran Maestre. Sin intención de responder, pensó en voz alta: - Mmmmm…, interesante. Muy interesante…, tan fuerte como Gleipnir y sin embargo más similar a Droma…- mientras observaba el material del que estaba hecho el Ataúd de Tortura que conseguía contener a la inmensa criatura. Luego, prosiguió: - Llevo un tiempo observándoos y, desde mi desafortunada pérdida en la Ciudad de la Niebla y viendo que hasta un pajarraco es capaz de hacerme “variar” mis propósitos, me he propuesto adaptarme a los nuevos tiempos y no desdeñar ninguna de las oportunidades que se me aparecen… - Si es así, te sugiero que acudas al lugar y fecha convenida…- jadeó- y podrás añadirte al plan…, si lo conoces, claro… - Allí acudiré, o no…, no te molestes en darme la clave de entrada, ya la descubriré…, si es que no la conozco ya…- Loki hizo un gesto a Couger, como quien espera que algo ocurra, y las cadenas dejaron de apresar al gigante de hielo. - Adiós- Esa fue la fría despedida del Dios Nórdico, mientras el sol aparecía entre las oscuras nubes y los dos seres se esfumaban entre la niebla. Tras unos instantes de silencio, todos volvieron al Castillo con un mismo pensamiento: Convencer al Dios del Engaño con su propio juego… Magnífico…, aunque demasiado peligroso…

118

La Antártida y La Orden: Estación de Paso por Marcos Dacosta

Una cacofonía de ruidos afilados hacía eco en la oscuridad, cada pequeño sonido tornado estridente en contraste con el ominoso silencio que reinaba en este reino subterráneo. Pies etéreos protegidos por unas finas sandalias caminaban con sobrenatural silencio sobre baldosas antaño blancas mas ahora moteadas por mugre y décadas de abandono. En algún punto desconocido de las tinieblas, una gota de agua caía rítmicamente, en una cierta cadencia que se le antojó como una vil burla de una de esas fuentes de agua tan típicas de los hermosos jardines de su señora, el tranquilizador sonido del bambú contra la piedra al volcarse el agua desde el caño; mas aquí abajo cosas como la luz del sol desperezándose entre las flores del cerezo eran del todo alienígenas. Si hacía frío, ella era incapaz de sentirlo. Cuando los dioses te otorgan su protección muchas cosas dejan de tener importancia alguna. Midori avanzó con paso sereno por la estación abandonada, ojos cerrados y cabeza gacha, sin necesidad de abrir los ojos más que en contadas ocasiones a fin de escudriñar brevemente la negrura que la había tragado, cerciorándose de que sombra ninguna se desperezase más allá de su campo de visión para abalanzarse contra ella y añadir su sangre a la suciedad bajo sus suelas. Su señora le había encomendado descender hasta las olvidadas y putrefactas entrañas de la ciudad armada tan solo con una misión y una advertencia. Si el hecho de hallarse sepultada varios metros bajo el asfalto urbano perturbó a la muchacha, la expresión de esta no traicionó indecisión alguna. Impávida, de un blanco fantasmal, una belleza común pero tocada por lo divino. Ella era la Ashigaru de la diosa Amaterasu. Siguió caminando con movimientos elegantes y corteses, su expresión serena y sus ojos cerrados, mientras los bajos de su delicado kimono rosa acariciaban con delicadeza el suelo de la estación. Abrió los ojos nada más escuchar el inconfundible sonido de plumas frotándose unas con otras, como un jilguero sacudiendo sus alas dentro de la jaula. Midori trató de encarar el sonido, tarea inútil a causa del eco del lugar, intentando tornar la penumbra en silueta y localizar así a quien había sido enviada a encontrar allá abajo. Otro sonido de alas agitándose en las tinieblas a su espalda le hizo volverse con rapidez, su calmada apariencia rompiéndose con cada insoportable segundo de silencio y duda. Una solitaria gota de sudor descendió por su nuca provocándole escalofríos. La muchacha tomó una bocanada del aire viciado y cargado de polvo y trató de recuperar el control latido de corazón a latido de corazón. Midori volvió a abrir los ojos y decidió romper el terrible silencio. - O Tengu-sama, mi señora Amaterasu os envía sus saludos –dijo la chica acompañando la cortesía con una reverencia al vacío-. - ¿Amaterasu? ¡Bah! –bramó una voz grave y fanfarrona-. ¿Qué quiere tu señora de mí, niña? Tengo asuntos aquí abajo, ¡no voy a perder el tiempo con grullas de papel y ceremonias de té! Hubo más ruido de alas en la oscuridad, hasta que una solitaria bombilla se encendió sobre la Ashigaru, iluminando con cansada luz amarilla una pequeña parte del oscuro andén. Unos pasos sonoros y con aire marcial sonaron más allá del claroscuro, hasta que la imponente figura del O Tengu se asomó a la luz. El demonio de piel roja transmitía un aura de respeto, sus ojos feroces 119

enmarcados por su leonina melena blanca inspeccionaban a la muchacha con intensidad, mas en unos instantes la expresión de la criatura pareció relajarse y una sonrisa bravucona se asomó bajo su larga nariz. Al lado del demonio una silueta más pequeña se asomó a la claridad con paso tímido. Un hombrecillo con gafas rotas, aspecto demacrado y lo que antaño habría sido un traje mas ahora era poco más que harapos llenos de manchas y agujeros miraba embobado a Midori. Esta decidió ignorarlo por el momento. Tenía una misión que cumplir, y una advertencia que tener en cuenta. Decidió lanzar una bola curva al orgulloso O Tengu. - Mi señora Amaterasu sabe que habéis enviado a vuestros sirvientes a explorar el mundo humano, O Tengu-sama –habló la muchacha con tono educado y suave, claro contraste con la voz de su interlocutor-. A pesar de lo que queráis aparentar, el destino de los humanos y de este mundo es algo que os preocupa. - ¿Amaterasu sabe lo de mis observadores? –preguntó con clara confusión el demonio mientras se rascaba la cabeza, para acto seguido dejar escapar su temperamento con histriónicos movimientos sacados de una obra de teatro Kabuki -. ¿¡Pero cómo se ha enterado?! ¿¡Ha sido alguno de vosotros?! ¡No servís para nada! Hubo ruido de plumas y algún que otro graznido removiéndose más allá de la vista de Midori, quien logró con éxito evitar una sonrisa divertida que sin duda habría encolerizado aún más al demonio. - De acuerdo, niña. Es verdad que tengo un ojo puesto en lo que pasa ahí fuera, ¡y los humanos son demasiado divertidos como para dejar que les pase algo malo! ¿Verdad, Umehara? –dijo el O Tengu palmeando la espalda al sorprendido hombrecillo que se limitó a asentir nervioso-. Sí, ¡además está claro que tu señora necesita de mi ayuda! Por suerte soy un Tengu honorable y... ¡vosotros dejad de reíros! ¡¿Os creéis que no os escucho?! ¡Bah! La muchacha realizó una ligera reverencia en dirección al demonio rojo. - Mi señora agradece vuestra ayuda, O Tengu-sama –continuó Midori ignorando las miradas furibundas que su anfitrión lanzaba a las sombras-. Es un honor poder... Un ensordecedor rugido se abrió paso desde el fondo de algún oscuro túnel lejos, muy lejos de la trémula luz de la bombilla, ahora temblando casi al mismo ritmo que la maltrecha figura del hombrecillo llamado Umehara. El gran Tengu miró en dirección a la oscuridad y adoptó una teatral postura de combate mientras llevaba la mano al gigantesco arma que colgaba de su cinto. - ¿¡Qué ha sido eso?! –preguntó el O Tengu. - Mi señora me ha enviado para advertiros que no solo los dioses han despertado, sino también otras criaturas antiguas y terribles –explicó la muchacha con rapidez. El demonio rojo mantuvo la mirada sobre Midori durante un breve momento. - ¡Karasu Tengu, seguid a vuestro señor! –ladró el gran Tengu con furia-. ¡Niña, conmigo, y tráete a Umehara! ¡Vamos a necesitar algo de cebo! Midori frunció el ceño y, cogiendo la mano de un todavía tembloroso Umehara, se adentró en la oscuridad siguiendo las atronadoras risotadas del demonio rojo. Al cabo de unos minutos estas cesaron por completo, dejando a ambos mortales completamente perdidos en los túneles subterráneos. La Ashigaru se detuvo un instante, tratando de orientarse en la opresiva negrura. Tal era el silencio que, de no haber sido por la nerviosa y sudada mano de Umehara casi podría haber jurado que estaba sola allí abajo. Entonces una fuerte luz la obligó a cerrar los ojos con un quejido de dolor. - T-tengo una linterna y... – tartamudeó el hombrecillo. Midori iba a responder cuando otro sonido se escuchó justo al lado suyo. - Shh –susurró el O Tengu, cuya roja e impotente figura estaba siendo ahora iluminada por la trémula linterna de Umehara-. Está justo delante nuestra. La muchacha y el hombrecillo se miraron durante un momento. La linterna dejó de alumbrar al Tengu para, inspeccionando un poco las vías del metro, terminar parando sobre lo que parecía un gigantesco montón de carne color púrpura. Luego unos cuernos retorcidos. Entonces unos terribles ojos amarillos se abrieron, pupilas completamente dilatadas bajo la luz artificial. - ¿Qué es eso? –susurró Midori, el blanco de su cara causado por el miedo en lugar de por maquilaje. - Mon no Oni –respondió con curiosa calma el demonio rojo-. Todo está bien mientras... 120

Umahara dejó escapar un grito agudo y se abalanzó hacia la oscuridad intentando escapar del gran demonio púrpura. El chillido del hombrecillo fue respondido con celeridad por otro feroz rugido del Oni. Hubo un mero segundo de indecisión antes de que Midori y el O Tengu comenzasen a correr detrás de la linterna de Umehara, las pesadas zancadas de Mon no Oni haciendo temblar los viejos túneles de metro, graznidos de los Karasu Tengu tratando de detener al gigantesco demonio el tiempo necesario para dar un respiro a su señor. Sin embargo estas distracciones no servían de mucho, el Oni avanzando con hambre y rabia, sus ojos puestos en aquel punto de luz y en las dos siluetas enfrente suya. Con un bramido, el O Tengu desenfundó su espada y, con gestos teatrales, se dio media vuelta dispuesto a enfrentarse a su rival. - Niña, será mejor que sigas corriendo, ¡voy a intentar detener al Mon no Oni! –clamó el demonio rojo, su melena blanca, visible aún en esta penumbra, dándole un aspecto aún más salvaje. Midori asintió, dispuesta a continuar la huída cuando se detuvo observando que no estaban tan lejos de la estación donde había encontrado al poderoso O Tengu por primera vez. La luz de aquella vieja bombilla amarilla proyectaba tímidas sombras sobre las vías del tren. A la Ashigaru se le ocurrió una idea. - O Tengu-sama, ¿hay electricidad aquí abajo? – preguntó de súpito la muchacha. - ¡Pues claro, niña! Son cables viejos pero aún funcionan –rió el gran Tengu, espada en mano y expresión desafiante, esperando a que el Oni asomase sus cuernos en cualquier instante-. Umehara es quien conectó los cables a... - ¡Sígame! –chilló Midori cogiendo al O Tengu del brazo y empujándole hacia la luz. El Oni olfateó el lugar, buscando el rastro de sus presas. Era fácil seguir al hombrecillo, el hedor de la orina marcando con claridad el camino de este a través del laberinto de túneles y vías. No obstante Mon no Oni estaba interesando en las otras dos criaturas. Había notado su poder y era un bocado demasiado delicioso como para dejarlo pasar. Demasiadas horas en la oscuridad devorando a bocados cadáveres medio putrefactos. No, él necesitaba poder. Y esas criaturas, el demonio rojo y la mujer, hedían a poder. Los habría alcanzado antes pero esos malditos cuervos se lo habían impedido. El gran demonio púrpura notó algo húmero en sus dedos. Se los llevó a la nariz y aspiró. Sangre. Sangre humana. Eso le hizo sonreír, su boca llena de dientes afilados e irregulares. Siguió el rastro, casi saboreando la dulce carne de la muchacha en su boca cuando llegó a un lugar iluminado. Frente a él, la muchacha humana. Su garganta dejó escapar un gorgoteo que pretendía ser una risa. Dio unos pasos adelante y se preparó para abalanzarse sobre ella. Fue entonces cuando advirtió que la mujer tenía una cuerda negra en sus manos y que este parecía echar chispas. Midori dejó caer el cable eléctrico sobre las vías del tren. El Oni se desplomó como impactado por un rayo. Ella no sabría hasta días más tarde que había dejado sin luz a varios barrios de la ciudad de Tokyo. Los tres se acercaron hasta el cuerpo del gigantesco demonio púrpura. - ¿E... E-está muerto? – susurró Umahara asomando su cabeza desde detrás de una columna. - ¿Muerto? ¡No tendremos tanta suerte! –bramó el O Tengu-. ¡Y no esperes que te de las gracias, niña, yo podría haberme encargado del Oni por mí mismo! ¿Entendido? - Por supuesto, O Tengu-sama, ¿informo pues a mi señora de que aceptáis luchar a nuestro lado? – preguntó con dulzura Midori mientras se enjugaba el sudor de la frente, mirando de igual a igual al orgulloso demonio rojo. - ¡Bah! ¡Cuenta con nosotros, niña! –rió de nuevo el gran Tengu y dio otra palmada a la espalda del hombrecillo-. ¡Con todos nosotros! Umehara ahogó un sollozo.

121

La Antártida y La Orden: Sombras Reunidas II por Fernando Arsuaga

En el interior del Bosque Aokigahara O Tengu reposaba ocioso ante la tranquilidad que proporcionaba el pequeño claro donde se encontraba, intentando encontrar la mejor forma de atormentar a un par de estudiantes que se habían aventurado en el bosque a pesar de las advertencias en casi todos los idiomas para que no lo hicieran… Pobres ilusos, traían consigo gran cantidad de cachivaches que suponían que podrían detener a sus demonios o eludirlos…, si realmente fueran de verdad… Siguió observándoles de la misma manera que un niño observa dos hormigas antes de quemarlas bajo una lupa, cuando unos graznidos le sacaron de su ensoñación. - ¿Qué noticias traes desde la isla más allá de los dos océanos, donde sentí brotar poder de la ciudad de la gran Pagoda con reloj dentro, mi fiel Karasu? - Conseguí esa amalgama de energía para vos, mi Señor…, pero se va difuminando con el paso del tiempo, como agua en las manos de un niño… Al pronunciar esas palabras, una perla dorada de fulgor indescriptible se formó en el interior del bosque y les hizo visibles en un parpadeo ante los ojos de los aventureros, los cuáles salieron huyendo del lugar despavoridos… Con un gruñido de desaprobación, el gran demonio rojo hizo un gesto hacia otra silueta, una bella figura que había permanecido callada y semioculta hasta ese instante: - Son tuyos, Yama-Uba, haz con ellos lo que te plazca.- En un instante, tornó su cuerpo hacia una forma más horripilante y se esfumó en un siseo en dirección hacia los exploradores… - Y hace 3 días era aún más inmensa…- señalando con su garra córvida la refulgente esfera. - Entonces, me lo comeré…, para retener así todo su potencial…- y abriendo sus fauces, la esfera fue engullida dejando salir unas pequeñas vetas de luz a través de las fosas de su alargada nariz. En unos matorrales, oculto ante la escena, una figura humana observaba minuciosamente a los Demonios impasible. Portaba un solo artefacto, muy sencillo y desgastado, pero sin duda, EFECTIVO… Días más tarde… Los graznidos en el bosque eran ensordecedores, hojas y ramas volaban por doquier, y sus diabólicos habitantes huían despavoridos. Un grito de rabia desatada se diseminó por toda la frondosa arboleda haciendo esconderse hasta a la más pequeña de las almas condenadas en él. Después de un tenso silencio, O Tengu comenzó a calmarse y empezó otra vez a sentir y oler todo lo que existía en sus dominios, cuando se percató de un humano. Parecía indefenso ante los ojos del Gran Tengu y, tras la frustración sufrida, sería el “muñeco” donde acabar de dirigir el mal genio que todavía le recorría… - ¿Querrías poder usar y mantener todo ese Poder para tí?- La voz se oía detrás de él, pero era imposible, ningún mortal podría burlar su poderoso olfato, salvo que fuera aquel humano… 122

- Pues sí y no, “Mago de Túnica Blanca”. Amaterasu no ha contado con los de mi condición para la Gran Reunión, por tanto, he decidido acumular tanto de ese “Poder” para mí como me sea posible. Pero antes, voy a saciar mi hambre con ese mortal. - Es uno de mis lacayos, por tanto no te lo puedo permitir, como tú no lo permitirías con uno de los tuyos…, salvo que fuera estrictamente necesario, ¿no?- una leve sonrisa surgió del rostro de M, mostrando un extraño artefacto de talla antigua. - Éste es mi hogar, humano. Aquí soy yo y solamente yo el que permite o no. Tu arrogancia me cansa. – espetó el Señor demoniaco con aire altivo. - Bien. Conócelo, pues, y decide... – le propuso. A continuación gritó hacia los árboles: Ses! Preséntate ante el Gran O Tengu. El humano salió de entre los árboles y se aproximó. Era un gaijin corriente, juzgó elevando su prominente nariz, de treinta-y-pocos, pensó, con rostro amigable y esos estúpidos ojos grandes de los extranjeros. Se movía con confianza y su sonrisa era encantadora, suficiente para engañar a cualquiera…, pero O Tengu podía oler el miedo, y éste lo emanaba como un conejo acorralado. Aún así, el esfuerzo que el humano hacía para enmascarar su pavor era divertido. El chico le hizo una reverencia perfecta y marcial, lo cual le complació. - Soy Ses, O Tengu sensei. Por favor, sea amable conmigo. – entonó el hombre, mientras repetía la reverencia. Su japonés era perfecto, tanto en la elección de palabras como en la entonación. Y sin embargo… - ¿Por qué me llamas sensei, gaijin? No soy tu maestro. – gruñó el Jefe de los Demonios en tono amenazante. - No personalmente, por desgracia, y sin embargo sigo tu escuela. Aspiro a ser Yamabushi, uno de tus magos guerreros. – explicó el tal Ses. - ¿Tú? ¿Un gaijin con traje? ¡Jamás! – gritó el demonio, alzándose. El humano se mantuvo impasible, si bien su miedo se acrecentó. - ¿Si lo demuestro, me perdonarás la vida, O Tengu sensei? – pidió Ses. Al demonio le gustaba la reverencia con la que este ser le trataba, mucho más que la del Mago Blanco. Asintió. El chico hizo una nueva inclinación de cabeza, se preparó y realizó una kata, un conjunto de movimientos de combate al aire. En algunas de las patadas y puñetazos se notaba que su técnica no estaba muy pulida, pero le ponía espíritu. Al concluir, se inclinó de nuevo al demonio, y dijo: - Ahora invocaré fuego para vos, O Tengu sensei. Hizo unos gestos místicos con las manos, abrió los ojos, y de repente surgió una pequeña llama de su puño cerrado. Hizo un gesto con la otra mano y el fuego se extinguió. - Te queda mucho por aprender aún, gaijin. – menospreció el gran demonio. – Así que permitiré que vivas para mejorar. No quiero que deshonres mis artes con tu falta de técnica. - Hai, O Tengu-sama. – contestó educadamente. - ¡Excelente! – exclamó M entusiasmado, aunque O Tengu no había olido ni una pizca de preocupación en él cuando la vida de su mortal pendía de un hilo. – Ahora volvamos a los negocios. ¿Has pensado tu respuesta, O Tengu? lo único que debes hacer es acudir con la corte que creas conveniente al lugar y fecha señaladas – indicó un árbol manchado con una M de sangre – y pronunciar la clave y te presentaré un plan que no podrás rechazar para alcanzar ese y otros grandes objetivos… - Puede que no vaya. Siempre he procurado no deshonrarme con asuntos gaijin. – sentenció el demonio. - …pues no me gustaría veros desaparecer, O Tengu-sama. – dijo respetuosamente Ses. - ¿Qué insinúas? ¿Osas amenazarme? – comenzó a rugir enarbolando una enorme no-dachi hacia su posición. - Jamás. Solo digo que hay mucha gente dispuesta a creer en los demonios, y lo harán, cuando llegue el momento. Pero si decides no tomar parte… puede que tu poder y el de los tuyos vuelva a mermar tanto que ni siquiera podais mantener vuestra forma corpórea. Ya nadie teme a los espíritus guardianes del bosque. Ya nadie respeta las antiguas costumbres. Por ello, deberíais uniros a 123

aquellos afines de otros panteones, y demostrar al mundo cómo se pena la arrogancia y la falta de fe. ¿Me equivoco, O Tengu-sama? – sonrió frente al afilado filo de la espada infernal. O Tengu se giró hacia el Sr. M. – Tu lacayo me intriga. Es astuto y parece honorable. Acudiremos a ese encuentro. - Bien. Pues en ese caso… Mientras discutieron los detalles, Ses se alejaba del encuentro, pensando en el mal que había hecho hasta entonces y que ahora era el momento de empezar a restaurar. También pensó brevemente en lo útil que era llevar siempre un mechero encima, así como los años de karate que, hasta ahora, le habían aportado palizas. Pues bien, hoy le habían salvado de… ¡demonios! Aún no podía creerlo. Era el momento de huir de todo esto y empezar una nueva vida. Tales deliberaciones se hubieran perdido en la brisa…, pero unos brillos áureos entre las nubes supieron percibir la verdad de esos pensamientos y el fuego purificador que los alimentaba desde lo más hondo de ese humano… En algún lugar muy lejos de este lugar… Engwar batió sus alas de forma abrupta para remarcar su enojo: - ¡NO! ¡No puedo permitir que hagas eso…! - …pues siendo lacayo de mi socio, estoy en mi perfecto derecho a no dejarle ir…- Las palabras de Couger resonaron en el lugar de manera imposible, ya que les rodeaba un vacío insondable desde la pequeña roca suspendida donde se encontraban. – Si los caminos que has intentado cerrar por todos los medios se han abierto de par en par, no creo que ese hombre marque una diferencia… En fin, por esta vez no me opondré activamente, HERMANA, pero no prometo nada por parte del señor M.inquirió con sinceridad la figura con cadenas. - Ahora mismo me acerco a aquello que busco - las cadenas que le rodeaban se pusieron tensas ante tal anuncio - y ese insignificante humano me resulta anodino. Engwar miró con sus brillantes y dorados ojos, enmarcados en un rostro querubíneo, hacia los flamígeros ojos de Couger, en la oscuridad de su capucha, que tenía enfrente. - Este es diferente…, he visto como, a pesar de estar bajo el mando de ese que llamas M, después de largos años construyendo su red y ascendiendo puestos en su organización, no ha sucumbido a su nefasto influjo ni al de aquellos a los que adora… - insistió Engwar. - Pues si así lo crees, me deberás un favor, y en la futura contienda que se avecina, cualquier ventaja resultará útil. – una sonrisa se vislumbraría si se pudiera ver en la negrura que oculta la capucha del Encadenado. - Llevas eones vagando para recomponer las ciencias perdidas y encontrar los antiguos artefactos, ¿acaso crees que podrás ocultarte de ELLOS en este momento? – dijo Engwar con un gesto de aflicción. - Su regreso significa que cada vez estoy más cerca de lograr todas mis metas, y si con ello desaparece una raza inferior, ¿qué importa? – y las cadenas de Couger partieron una roca que estaba a su lado. Una lágrima resbaló por el rostro perfecto de la Atlante alada – No sé por qué sigues acudiendo a estos encuentros, en esta grieta abierta entre mundos, ahora que el resto de nosotros va regresando… - Prefiero tu compañía a la de la inmensa mayoría de homínidos inferiores, su perspectiva del mundo es demasiado simple. Además, desde su regreso, los otros muestran haber perdido la memoria de lo ocurrido en la Tierra, y prefiero sacar provecho de ello hasta donde pueda. Y por último, vigilo que no te metas en mis planes, eso sería muy desagradable… - sentenció Couger, en postura amenazante. - Sea pues, cuando volvamos a vernos será porque estaré protegiendo a la Humanidad y no tendré ninguna piedad sobre aquellos que intenten evitarlo. – explicó con convicción Engwar, al tiempo que se enfundaba un extraño yelmo y levantaba el vuelo. - Bien, lo tendré en cuenta, no lo dudes. – y con un contundente golpe de sus cadenas, abandonó también el lugar.

124

La Antártida y La Orden: La Última Odisea del Hombre I por Toni Hudd

Cuando la aguja perforó su piel notó un pinchazo de dolor. Otra persona hubiera hecho una mueca, inspirado cortadamente entre los dientes, o gemido, tal vez. Pero él no. Llevaba muchos años ocultando cualquier sentimiento tras esa sonrisa encantadora. No iba a cambiar ahora. La enfermera le fijó el catéter con esparadrapo al dorso de la mano. ¿Sería realmente enfermera? Y si lo era, ¿por qué se dedicaba a esto? La vio llenar una jeringa con un líquido blanco, y conectarla con la cánula de su mano. “Tranquilo, no te dolerá.” – le garantizó la enfermera mientras inyectaba el líquido. “No notarás nada. Ni siquiera soñarás.” – le sonrió. La última visión de Ses fue del médico ajustándose la mascarilla, bisturí en mano. La enfermera se equivocó. Ses sí que soñó. Recuerdos y ficción se entrelazaron como en una vieja historia de la infancia, pese a que sólo habían pasado unos días desde los acontecimientos en el Bosque de Aokigahara. Había tenido razón. Siempre, desde que le contrataran una década atrás, había sospechado que su empresa tenía una cara oculta. Y que la hermandad de la que presumía, casi sectaria, podría llegar a suponerle problemas. Por eso había mantenido una pequeña porción de su vida en secreto. Por eso aún tenía esperanza. Ella lo estaría esperando. Siempre lo esperaba. Y esta vez, con suerte, no tendría que volver a marcharse. En sus borrosas visiones, ebrias de sueño, morfina y anestesia, P se estaba acercando a la camilla sobre la que él yacía, con esa sonrisa picarona que le encendía la sangre, cada paso una felina seducción equiparable a la mirada con la que lo fijaba. Solo llevaba puesto ese finísimo camisón de seda que él le había traído de Malasia. Ahora desplazaba un tirante por encima del hombro, los rizos caracoleando por su cuello, y la prenda empezaba a bajar, revelando más y más de ese cuerpo que él tanto deseaba. Ella le repetía que era normal, nada de otro mundo. Pero para Ses, su amada P era una visión, una musa, una diosa! La palabra hizo que su sueño cambiara bruscamente de tono, en esa manera en la que solo un onironauta nota que las cosas van mal. Todo se oscureció, y vislumbró de nuevo al hombre cuervo y al demonio de gran nariz envuelto en llamas. Sintió otra vez el pánico ante su terrible poder. Y las palabras del Mago se repitieron una y otra vez en su turbia mente: “Los antiguos dioses andan entre nosotros, Ses.” “Ayúdanos a convencerles, Ses.” “Ses, esto es parte de algo mucho más grande.” “Es tu hora, es tu momento. No nos defraudes.” La intensidad de la pesadilla fue en aumento, paralela al agobio y pavor que sentía, y todo el rato aquellos brillantes ojos negros estaban clavados en el, leyendo su alma. “AH!” – exclamó Ses, incorporándose repentinamente. Abrió los ojos. La habitación estaba oscura. Sintió ganas de llorar, orinar, reír y vomitar a la vez. La anestesia, supuso. La cara le picaba. Alzó la mano para rascarse cuando una voz le detuvo. “No!” – le reprendió la voz masculina. “No debe tocar cara, Ses-san.” – el cirujano hablaba pésimo inglés. Pero no importaba, mientras fuese bueno con el bisturí. “Quitar vendaje en 4 días. Entonces tocar cara. De momento permanecer aquí. Enfermera Suki-chan traer comida. Mañana Ses-san salir a jardín. Sol bueno para cicatriz.” Ses se enjuagó la boca con agua de un vaso que había en la mesilla. La tenía muy seca. “Ha ido todo bien, doctor?” “Hai, Ses-san. Y puede confiar en mi honor. No le delataré.” “Gomen nasai, Doctor.” – se disculpó Ses. 125

“Porqué, Ses-san?” “Porque usted no puede confiar en el mío. Uno de mis hombres tiene a su hijo de rehén. Lo liberarán en cuanto yo aterrice en mi hogar, en una semana.” El médico quedó mudo, horror y rabia arrugando su rostro. Ses sintió una punzada de remordimiento. Solo era un farol. Ya no podía usar a los matones de la organización de M, y contratar a uno free-lance para esa clase de cosas podría conducir a su antiguo jefe hasta él. Y le estarían buscando, de eso no cabía duda. Así que había pagado a la prostituta más decente que había encontrado para que se llevase al hijo del médico una semana de…vacaciones…y le perdiera el móvil. No era un mal plan. “Lo lamento, Doctor, de veras. Pero por desgracia no hay suficientes hombres de honor en el mundo.” El cirujano respiró hondo y salió de la habitación. Ses durmió con la televisión de fondo. Las imágenes de Roma en llamas se intercalaban con la del maldito hombre cuervo en Londres. Eran reales. Y si los dioses y demonios eran reales, entonces, lo otro que tramaba M también podía serlo… Los Primi… Se obligó a no pensar en la palabra. A la mañana siguiente estaba sentado en el jardín, gozando de la tranquilidad del lugar, el murmullo del riachuelo jugando a correr entre las piedras, el silencioso esfuerzo de las flores del cerezo blanco por ser, si cabía, aún más bonitas. Podría pasar días sin moverse en aquel lugar y no se aburriría. Escuchó unos pasos. Los identificó. La enfermera. “Su almuerzo, Mr Ses.” – le dijo, su inglés mucho mejor que el del médico. Dejó una bandeja con té y mochis a su lado. “Arigatoo gozaimasu, Sukichan.” – le sonrió. El gesto hizo que le doliera toda la cara, todavía vendada. “Ah! Nihongo-wo hanashimaska?” – le preguntó ella, emocionada. “Hai. Hablo japonés, y algunos idiomas más.” – le explicó, divertido. “Cuantos?” “Demasiados.” – replicó con amargura. “De dónde eres, Mr Ses?” “De demasiados sitios a la vez.” Ses se sumió de nuevo en sus pensamientos. ¿De dónde era? ¿De Grecia, como su familia? ¿De la isla escocesa a la que había huido su abuelo en los años 30, escapando del fascismo? Allí había nacido y crecido. ¿De Londres, donde estudió la mayor parte de su juventud? ¿De Nueva York? Se había sentido como en casa en las oficinas del Canal 9, trabajando codo con codo con la divertidísima Trisha, dándole caña a su interno Jason… Sus años de RRPP para la cadena de comunicaciones habían sido los mejores. Durante ellos conoció a P. Suspiró con una sonrisa. ¿En qué mal hora se había dejado seducir por la Organización de M? Le habían hecho una oferta que no pudo, ni supo, rechazar. Y a partir de ese momento se había convertido en un nómada sin patria, viajando por incontables países cerrando tratos para M. Para eso le habían contratado: su don de gentes, su carisma y poder de persuasión, sus astutos planes, su capacidad para embaucar, si se terciaba. Reflexionó sobre cuánto se parecía a su máximo jefe, el Mago, ahora que lo había conocido en persona. Y a la vez no. Ses era diferente. Ses utilizaba sus trucos para ganar el dinero que le permitiese huir de ellos, dejar atrás la lucha por el poder, y jubilarse en su islita, con su mujer. El Mago, en cambio… Mejor no pensar en ello. Ni en lo que había tenido que hacer durante la última década, desde que la Organización lo reclutara. Las grandes estafas en Europa, como Ges Cartera, que enriquecieron a M en dinero y poder. Tendría que haber previsto que al final no estaban robando a los políticos y banqueros corruptos, sino a la población. Asqueado, se consoló pensando que dejaba esa vida atrás. ¿Pero también había hecho cosas buenas, no? Había salvado a muchos de los compañeros de la tentadora llamada a invertir en construcción, haciéndoles ignorar el hipnótico cántico del dinero rápido que a tantos otros había hundido. Les había avisado de no tocar los negocios preferidos de los Vor en Rusia, su ganado sagrado. Los que no escucharon pagaron en sangre, pues había lugares en los que siquiera la poderosa organización de M podía protegerte. ¿Y la estancia en el palacio del Sultán? Los habrían tenido años “encarcelados” fumando shisha de loto en aquél harén si no fuera por él. M se había vengado bien, después, iniciando la primavera árabe que les permitió adquirir los derechos petrolíferos de los magnates derrocados. Recordó los tiroreos con la tríada Shy La en Shanghái, o las duras negociaciones con Poll&Fem., a cuyo director general acabó cegando con drogas y jovencitos para que M la absorbiera a coste mínimo . Con cada una de estas victorias, y muchas otras, Ses había ido subiendo peldaños en la Organización, hasta que le revelaron el mayor secreto, el más taimado plan, y le hicieron ir a convencer a un demonio japonés. Y él, en su infinita 126

arrogancia, acababa de abandonar la terrible Organización, ya no por la puerta trasera, sino por la ventana. De la última planta. ¿Se estamparía contra el suelo? Puede. Pero el hombre que no intente volar tiene que renunciar al cielo. Y él no renunciaría. Aún no. Era de noche de nuevo, y ya estaba acostado. “¿Necesita algo más, Mr Ses?” – le preguntó Suki-chan, la enfermera, apoyada en el marco de la puerta. Por su tono, su postura y su mirada, Ses supo inmediatamente lo que le estaba ofreciendo. Se le daba bien leer a la gente. La chica era tentadora, con su estrecha cintura, y la falda corta. “No, gracias, Suki-chan. Estoy casado.” “¿Usted?” “Sí, en secreto.” “¿Por qué?” “Si te lo dijera, tendría que matarte.” – bromeó. Ella rió, inconsciente de la viabilidad de la amenaza. Pero no. No más muertes. Le pondría droga amnésica en la copa de despedida. Con eso bastaría. Volvió a pensar en P, esperándole en las islas escocesas que habían comprado con el dinero que él había ido ganando. Las había sembrado de Bed&Breakfast, pequeñas atracciones turísticas para familias que buscasen tranquilidad, como los viajes de avistar ballenas, las granjas ecológicas y el pequeño casino. Diversión para pequeños y grandes. P lo regentaba en su ausencia, a la par que dirigía el tradicional taller de tapices que ya había allí a su llegada. Por fin podría quedarse allí con ella durante más de 3 días seguidos. Diez años llevaban ya así, viéndose en secreto cuando él tenía días libres, no atreviéndose siquiera a hablar por Skype. Ses había sido muy cauto. Había intuido que abandonar la organización podría traerle problemas a su mujer y a él. Ahora sabía que estaba en lo cierto. Le costó dormir esa segunda noche, ahora ya sin las nanas de la morfina. A las dos se dio por vencido, salió de la cama, plantó un cojín con un cuadro detrás en una silla, sacó su arco y se puso a practicar. Le encantaba la arquería. Había jugado a golf con los peces gordos americanos; había tirado con carabina, a caballo o camello, con los Jeques, mientras sus halcones surcaban el cielo del desierto; se había batido en duelo de sables deportivos con los Vor. Pero nada le llenaba tanto como tirar con su arco. De pequeño era el único deporte de las tierras altas que su delgada constitución le permitía hacer, y había pulido su destreza con maestría. Descargó el dolor de las heridas en la cuerda, liberó la angustia de la persecución que la organización estaría montando para atraparle con cada flecha, incluso diluyó un poco la culpabilidad de la vida que había llevado cuando las recogió, todas clavadas en el centro de la diana improvisada. Cuando se volvió a acostar, el sol filtrándose por la persiana, durmió profundamente. Dos días después le quitaron las vendas. ¡Qué raro era mirarse al espejo y ver otra cara que no era la suya! Bueno, ahora lo era. Se seguía reconociendo en sus ojos castaños y agudos, por supuesto. Le habían cortado la coleta y ahora el pelo le llegaba solo hasta la nuca, o hasta los ojos por delante. Aún así…no estaba mal. Los puntos no se veían. Podía acostumbrarse. Se dejaría un poco de barba, tal vez. Miró también el tatuaje con el que le habían tapado la cicatriz que lo podía delatar. Una orca. Curiosa elección. Era bonita y discreta. Serviría. Justo entonces escuchó el pitido de su teléfono. ¡Pero eso no era posible! Lo había destruido. A menos que… Corrió a su cartera, la abrió y tocó los puntos necesarios para abrir el falso fondo. Debajo estaba el otro teléfono. ¡Pero solo una persona tenía este número! Había un icono de sobre en la parte superior de la pantalla. Reconoció el número. No lo guardaba en la memoria por si alguien le arrebataba el aparato. Borraba sistemáticamente todas las llamadas, todos los sms. Clicó para que se abriera y leyó: “Dicen que has muerto. Tengo mucho miedo. Ven a verme en cuanto puedas, por favor, Ulises. Te amo mucho, mi vida. Penélope.”

127

La Antártida y La Orden: La Última Odisea del Hombre II por Toni Hudd

El asiento tembló cuando el avión despegó. Ulises estaba sentado al lado de la ventana, su mirada perdida a través de ella. El avión estaba casi vacío. Poca gente se atrevía a volar estos días, desde que Trisha Sellers publicara por internet ese documental que las autoridades intentaron acallar. Ulises pensó en su amiga y ex compañera del Canal 9. ¿Estaría pasando por algo parecido a él? ¿Huyendo de la CIA, tal vez? Al principio Ses pensó que se Trisha se había vuelto loca. Pero ahora… Tal vez intentaría contactar con ella, y darle más material. Pero era un riesgo. Si alguien trazaba la llamada… La seguridad de Penélope y de Teleo, el retoño que habían tenido tres años atrás, y la suya misma pendía de un hilo. No se la podía jugar. Ocultó perfectamente su nerviosismo cuando los agentes de aduanas le pidieron el pasaporte en el aeropuerto de Edimburgo. Coló. Por suerte, tenía contactos con falsificadores y otra gente de talentos poco declarables que no trabajaban para la Organización. Condujo un coche alquilado hasta Skye, deleitándose con el paisaje. Pasó la noche en un B&B, y cogió el primer ferry a las Hebridas exteriores. Una vez allí preguntó cómo llegar a la isla de Ceann Ear, como si fuera un turista más. Le indicaron que había un barquero que hacía el viaje dos veces al día. Esperó con una pinta y un haggis en el mejor pub del puerto. Horas más tarde se subió, con su equipaje, a un barquito que lucía el nombre de “Ítaca” en la popa. Ulises se contuvo justo a tiempo de saludar a su amigo y empleado. Debía mantener la tapadera que su nueva cara le brindaba. Zarparon. Por suerte, él era el único pasajeo. “¿Así que unas relajantes vacaciones en Ceann Ear?” – le preguntó el barquero amablemente. “Nada mejor para un hombre de negocios como usted. Y, si me permite la sugerencia, en la pequeña isla de Calipso hay los mejores B&B de Escocia. Y un casino familiar, y muchas cosas para hacer. Yo mismo hago viajes desde allí a ver las orcas cazando salmones. Es un espectáculo único.” “Gracias. Aunque, de hecho, no estoy de vacaciones. Tengo que hablar con la dueña de la isla. Una tal Srta Penélope Wallace, creo.” – disimuló Ulises. “¿Es usted otro de esos buitres de hacienda? ¿Qué pasa, con tres no había suficiente para intimidar a la pobre mujer que te han enviado a ti también?” – el tono del marinero se había vuelto bruscamente hostil. “¿Qué tres?” “Los tres tipejos como tú que vinieron ayer. Aún están varados en Ceann Ear, ¡donde te dejaré a ti! ¡No pienso llevaros a la casa de Lady Penélope, y con los oleajes que hay nadie más se atreve a navegar, ya te lo digo yo! ¡Y me da igual que tengáis una tarjeta con la M o con la mismísima Reina Isabel!” Dos emociones se enfrentaron dentro de Ulises: agradecimiento por la lealtad de este hombre al que él y Penélope habían devuelto el barco que el banco embragó, pero a la vez pánico; pavor; impotencia; desesperación! Los esbirros de M habían llegado hasta allí. Se fue a su equipaje. “Lo siento, William!” – gritó por encima del ruido del oleaje y el motor diesel de la embarcación. Tensó la cuerda del arco, apuntando la flecha hacia la cabeza del marinero. “Debo insistir en que me lleves directamente a Lady Penélope. Por el bien de ella misma.” El hombre gruñó, pero obedeció. Media hora después, Ulises saltó a la tierra de la playa de su isla. No la isla de sus comercios. El pequeño islote, a media milla náutica, donde había su casa. Solo su casa. Corrió hacia ella impulsado por el miedo y la adrenalina, su corazón palpitando como al huir del Bosque Aokigahara. La puerta delantera estaba abierta. Entró despacio, sin hacer ningún ruido. Oía voces que venían del estudio. Fue hasta allí e intentó serenarse antes de entrar a la estancia. Cargó la flecha en el arco y se preparó. Al otro lado se oían los gritos desafiantes de una mujer. Su mujer. Oyó una fuerte palmada y Penélope se calló. “Si vuelves a abrir la boca para cualquier cosa que no sea decirnos dónde está Ses, te vuelvo a abofetear, ¿entendido zorra? Y ahora a lo que íbamos. ¿Qué no nos lo dices por las buenas? Pues por 128

las malas. Poneros en fila, chicos. Yo me la pido primero. Ese cerdo de Ses tiene buen gusto, ¿eh?. Hu, hu, hu.” Ulises oyó el chirrido metálico de una cremallera corta y adivinó lo que pasaba. Penélope empezó a balbucear una súplica. Había llegado el momento. Entró en la estancia con el arco tensado. Su esposa estaba sobre una mesa maniatada, pataleando al hombre que intentaba forzarla. Los otros dos se habían puesto en fila, riendo. Imbéciles. Ulises tensó con toda su ira y soltó. La flecha atravesó a los dos primeros y se clavó en la espalda del tercero. El trío cayó al suelo. Ses sacó el cuchillo dirk que había comprado como souvenir en Skye, y apuñaló a los dos primeros en la garganta. Por si acaso. El tercero, que solo estaba herido en la espalda, estaba intentado sacar la pistola de la ristra que llevaba en la axila, pero el brazo no le respondía muy bien. Ulises se agachó sobre él y le arrebató el arma. Con dos atronadores disparos le voló ambas rodillas. El matón gritó y se revolvió en el suelo. “¿Cómo habéis llegado hasta aquí? Dímelo o te volaré los huevos antes que la cabeza.” – amenazó Ses. “Estamos buscando a alguien. No eres tú. Pero ahora irán a por ti. La has cagado, gilipollas!” – gruñó el matón, pero le sobrecogió un achaco de tos, y le salieron unos hilos de sangre por la comisura de los labios. “Te has metido con la gente equivocada.” “¿Eso crees? ¿Crees que tú vales tanto para M?” – se burló Ulises. “¿Conoces a M?” – preguntó el matón, desconcertado. “M me envía a castigaros por vuestra inutilidad. Mis fuentes personales me acaban de decir que han descubierto que la presa, Ses, está en Londres, con un amigo de la universidad. Puede que ya haya hablado con la prensa. Y vosotros aquí, de vacaciones en un Bed and Breakfast. M está poco receptivo al fracaso últimamente.” “En Londres?” – peguntó el matón, perplejo. “No lo sabía. Seguimos su pista. Siempre acababa volando a Escocia!” “Para disimular, idiota. Todo esto,” – señaló la casa- “debe ser otra de sus tapaderas. Ahora, M te perdonará la vida si llamas a tu superior y le cuentas algo interesante. Si no… badabum!” – amenazó Ulises. “Tienes un minuto.” El hombre comprendió la gravedad de la situación, sacó el teléfono y marcó un número. “Señor, seguimos las pistas hasta la tumba de su padre en Skye, pero no estaba. Creo…creo que estará en Londres, señor, con algún amigo de la universidad. Por favor, señor, pídale a M que me perdone…” Ulises le quitó el teléfono de la mano y colgó. “¿Ahora me robas mi información?” – preguntó amenazadoramente. “¡Tenía que decir algo! ¡Tenía que salvarme!” Un último disparo retronó en la casa. Penélope se puso a llorar. Ulises sintió un peso abrumador en el corazón. Otra muerte más. Otro fantasma para sus noches de insomnio. Ulises desató a su mujer y la fue a abrazar. Ella le golpeó la cabeza con un cenicero decorativo que él siempre había odiado, y corrió hacia la puerta. “¡Penélope! ¡Mi vida, soy yo!” – balbuceó, sujetándose la cabeza con ambas manos. “¡¿Ulises?!” – preguntó, perpleja, asomando de nuevo la cabeza a la estancia. “Sí. Me lo he tenido que hacer para que no me encuentren.” – se señaló la cara. “El médico dice que si no me gusta, tengo dos semanas para devolverla.” – bromeó. Ella, reconociendo su voz, corrió hacia él y se abrazaron fuertemente. “¿Dónde está Teleo?” – preguntó él, preocupado. “Escondido con los McCouligh. ¿Crees…crees que se lo habrán tragado?” – preguntó Penélope, haciendo un gesto con la barbilla hacia los tres cadáveres. “Puede. Pero mandarán más. Alguno nos encontrará. Solo es cuestión de tiempo.” “Entonces…¿qué hacemos? ¿Huímos?” “El mundo no es suficientemente grande para huir de M. No. Solo queda una opción. Acabar con él antes de que él acabe con nosotros.” “Pero, ¿Cómo?” “Pidiéndoselo a Dios. A cualquiera de ellos, de hecho.” – sonrió. 129

La Antártida y La Orden: La Gran Reunión: Caminos paralelos II: Decisiones y Recuerdos por Iworven Isawa

Y entonces fue Thot, el sabio, el que tomó la palabra y su mirada se centraba en el azteca Huitzilopoctli, habían estudiado juntos y tenía la esperanza que lo apoyara: Thot: Debéis hacer un esfuerzo por recordar, mis viajes y entrenamiento en la meditación me han permitido ir recobrando fragmentos. Sé que han pasado milenios pero no todos podéis haber olvidado todo. Nuestra ciudad, el ataque, de donde obtuvimos la tecnología. No todos nacimos Atlantes, algunos erais humanos y cambiasteis después de nacer. El azteca se estremeció, todo era cierto, lo presentía. Le había atemorizado pensar que no sólo hubiera estado desvariando en visiones y sueños y, finalmente, todo eso era verdad. La sorpresa arrugaba el ceño de Odín y los nudillos de Zeus apretaban la taza de té dejándolos blanquecinos. Ra: Decidme que no tenéis sueños o visiones. De una ciudad arrasada por monstruos. Huitzilopoctli tú sabes que lo que hablo es cierto. Si no, para que ibas a hacer crear esas pirámides a tus seguidores durante siglos y siglos. Sabemos que con ellas defendimos la ciudad de los invasores. Pero algo hicimos mal y nuestra ciudad fue destruida. Tuvimos que emigrar pero logramos expulsarlos… creímos que para siempre pero no fue así. Loki se puso en pie y levantando una mano con la suavidad y el carácter ladino que lo caracterizaba pidió la palabra, Amaterasu asintió. Loki: ¿Estáis diciendo que ya pasamos por esto? ¿Que éramos vecinos de una misma ciudad? Que la defendimos de algunos invasores luchando juntos y nuestra ciudad sucumbió y emigramos dispersándonos… y ¿Quién eran esos invasores y qué ciudad era esa? Odín tuvo una visión y gritó. Odín: ¡La Atlántida! ¡Lo recuerdo! Mi familia era la mejor armería de los ejércitos, una tecnología de armas como jamás el mundo había conocido. Ra fue el que asintió esta vez.

130

Ra: Vais recordando. Tú, Odín, tenias la tecnología armamentística. Nadie había como Hefesto aprendiendo de los manuscritos que encontramos en las forjas. Tú, Zeus, eras el mayor estratega en tácticas bélicas, pasabas horas estudiando aquellos libros junto a tu hermano. Amaterasu, tú y los tuyos estudiabais el tiempo y la medicina de ahí que consiguiéramos la vida eterna. Todos sabíais de nuestro trabajo con la creación de vida después de la muerte y criaturas. Huitzilopoctli: Nosotros junto a los tuyos, Ra, nos encargábamos de canalizar el poder. Thot, tú fuiste mi hermano en los laboratorios y experimentos, acabamos con la enfermedad y con las debilidades, hicimos una raza superior, más fuerte. Si tienes razón todos esos libros encontrados por nuestros antepasados fueron estudiados y analizados y avanzamos en unos pocos cientos de años más que la humanidad en milenios. Musubi, que hasta ahora no había sino mirado los posos de té en su vaso habló casi en un susurro. Musubi: Entonces ellos llegaron reclamando su ciudad y su tecnología. La habían dejado allí para que creciéramos. Si no, no habríamos sido rivales divertidos para ellos. Vinieron arrasando y reclamaron su ciudad primigenia. La llamaban R’lyeh. Kurami puso una mano en el hombro del que consideraba su hermano. Kurami: Entonces empezó la guerra. Intentamos defendernos pero su poder era inmenso. Y en un alarde de estrategia usamos las pirámides y el metal estelar para expulsarlos. Atenea: Pero algo hicimos mal, los cimientos de la ciudad no aguantaron y todo se hundió. Miles de los nuestros murieron. Y tuvimos que huir buscando nuevas tierras en firme y no bajo el mar. Bastet: Prometimos ayudar a la humanidad a evolucionar y protegerse por si volvían, pero lo olvidamos, caímos en el olvido y no hemos hecho nada. Una lágrima caía por la mejilla de Trisha. Ella y Pak no habían mediado palabra pero todo iba encajando. Y Amaterasu había tenido la amabilidad de ir proyectando imágenes en su mente para que comprendieran lo que el resto de Dioses estaban explicando. Quetzalcóatl: Y ahora están despertando algunos bajo nuestras Tierras y Mares, otros vienen en camino. Hicimos un calendario para calcular su vuelta… no nos equivocamos. Loki empezaba a encajar las piezas. Su misterioso Mr. M, estaba tramando algo. Su organización, LA ORDEN, seguro que sabían de la vuelta. Igual estaban en contacto con ellos tenía que averiguar todo lo posible. Y luego decidiría sus intereses. Amaterasu se puso en pie. Amaterasu: Tenemos que unirnos contra ellos. Debemos volver a vencerlos si es que tenemos posibilidad. Necesitamos organizarnos. Reunir todo el metal estelar posible. Sé que muchos tenéis cantidades bajo vuestros templos, pirámides o como deseéis llamarlos. Sé que otros forjasteis talismanes y objetos místicos con ellos. Debemos unir nuestras armas y defender a la humanidad de La Invasión Primigenia. El resto de la reunión fue para repartir tareas y decidir cómo se comunicarían y como lo explicarían al resto de sus Panteones.

131

Pidieron no alarmar a la humanidad con la invasión pero si intentar que los principales líderes supieran y prepararan planes de evacuación de ciudades pues algunas podrían resultar atacadas en breve. La sensación de la habitación era demasiado fría. Trisha tenía la piel helada. El monje Pak entendió a que se dedicaba su orden por fin. La orden de la que fue expulsado por sus pensamientos y toda la información que iba encontrando. Los portales que intentaban abrir. Los símbolos el lenguaje antiguo ahora todo tenía sentido. Acordaron no guardar secretos, explicar todo lo que pudieran conocer para de nuevo tomar las decisiones más acertadas. Recontarían sus recursos y los pondrían al servicio de la humanidad. Hasta Zeus bromeaba con Odín al final de la reunión sobre sus músculos oxidados y lo que les hacía falta una Gran Batalla de nuevo. Mientras salían de la habitación Amaterasu suspiraba por lo sorprendida que estaba de que todos hubieran prestado al 100% sus recursos y nadie había negado la evidencia de que algo pasaba. La realidad sería diferente seguro que los recelos de las familias le traerían problemas. Pero ya los solucionaría conforme fueran surgiendo. Tenía a su hermano Ra para ayudarla. Se acercó al Dios del Trueno con delicadeza y disimulo y llevándolo por un pasillo a uno de los jardines del templo, comenzaron un paseo entre los lagos de carpas. Amaterasu: Zeus, necesito hablar contigo algo más. Zeus: Dime Sol, qué es lo que necesitas. Amaterasu: Recuerdo que todos forjamos la unión del metal estelar y creamos el arma que potenciaba cada una de las ramas del conocimiento. Yo tengo el espejo del tiempo. Huitzilopoctli tenía la espada Colibrí como él la llamaba, Ra tiene su ojo… se que teníais el vellocino dorado. Tenemos que recuperar estos objetos y protegerlos, nos harán mucho bien si comienza la batalla. No sé si los otros Padres conservan alguno aún o la humanidad los ha robado. Pediré a mis ashigarus que los encuentren y sean puestos a salvo. Luego forjamos los talismanes, el del fuego aun lo conservo, otros andan perdidos. Espero no hayan caído en malas manos. Pero tu talismán se quebró. Zeus: Sí, aquella monstruosidad se lo trago en sus fauces y apenas le dañó. Tengo esa imagen en mi mente como si fuera ayer. Mil veces desperté a Hera con la misma pesadilla. Ahora tengo la certeza que fue real. Amaterasu: El talismán del trueno debe ser forjado de nuevo. Y solo tú puedes hacerlo. Confío en ti para ello. Sabes que es necesario. No expliques a los demás dónde vas. Marcha, te lo ruego no te llevará demasiado tiempo.

132

La Antártida y La Orden: La vuelta de Zeus por Marc Simó

— Hermano... — dijo el Padre de Dioses y Hombres dirigiéndose a Poseidón. — Deberías haberme hablado de ése pergamino antes de la reunión, hubiese sido una importante ventaja frente a nuestros enemigos. — ¿Todavía no lo ves? Es precisamente esto lo que quería mostrarnos Amaterasu. Ellos no son nuestros enemigos. — contestó entristecido. Zeus, miró con recelo al Dios de los mares, examinándolo como si tratara de adivinar qué escondía detrás de sus palabras. — ¿De verdad crees al Egipcio? — preguntó. — Creo que sí. También a mi me han llegado avisos en mis dominios que me han preocupado últimamente. — dijo tratando de no recordar. El Dios de Todos se levantó y miró al cielo. No sabía si era su imaginación, no sabía si era él que se sentía ofuscado, pero esa noche se le antojaba menos estrellada y más oscura que ninguna otra. —Está bien, forjaremos el talismán. — dijo todavía no muy convencido. Su hermano no mostró sentimiento alguno pero en su interior estaba seguro de que sería lo mejor para todos. A la mañana siguiente Zeus se había propuesto emprender su viaje. Sería largo, duro y pesado incluso para un Dios pero no podía prescindir de ninguno más de sus hermanos ni de sus guerreros. Las palabras de buena voluntad de la Diosa Japonesa no implicaban que nadie se fuera a quedar parado viendo cómo los otros iban conquistando territorios y ganando adeptos, pero no quería hacer solo el viaje. Si su intención era pasar desapercibido no podía viajar como un Dios, adoptó una apariencia más humana, menos altiva, dejó sus armas a buen recaudo y fue en busca de un compañero de viaje, necesitaba a alguien más acostumbrado al mundo moderno y del que poder aprender. Owen era el 133

candidato perfecto. Desde el “incidente” había mantenido la palabra de Ares de proteger a la familia del humano, ahora era el momento de cobrarse su deuda. Vislumbraba indicios en ese muchacho que le gustaban, tenía madera de guerrero, pero le faltaba algo… Un rápido ferry, que les permitiera cruzar de Grecia a Italia, y de allí enlazar algunos autocares parecía la mejor manera de cruzar el continente para 2 amigos turistas que viajaban a bajo coste. Sentado en ese autocar veía cómo pasaban las horas mientras pensaba si se refería verdaderamente a eso cuando dijo que tenían que adaptarse a los nuevos tiempos y le entregaba los papeles del divorcio a Hera. La echaba de menos, la que era su hermana y esposa, la única que había permanecido siempre a su lado y la única mujer o diosa que de verdad había amado... Su comportamiento impulsivo debía ser castigado; pero, quizás, expulsarla del Olimpo había sido una medida exagerada. Finalmente llegaron, como Owen había predicho, sin controles, sin aglomeraciones y sin contratiempos inesperados. Muchos de los tramos del viaje los hicieron prácticamente solos, parecía que nadie utilizaba el autocar y Zeus creyó comprender el porqué cuando su espalda se quejó por la incomodidad de aquel asiento medio roto y con olor a rancio. — ¡Es aquí chico! — dijo a su acompañante. — Hemos llegado. La entrada al jardín estaba cerrada por una enorme puerta de metal forjado de más de 5 metros de altura. Decorada con el esqueleto de un temible Dragón que daba la bienvenida a los visitantes con la boca abierta de par en par. El Dios hizo una señal con la mano a su acompañante para que se mantuviera a cierta distancia. Tomó aire y se acercó a la puerta. Cuando se encontraba a tan sólo un par de metros la escultura/figura de la criatura cobró vida. Perezosamente se sacudió los siglos de encima y con un suave movimiento posó su pata izquierda en el suelo impidiendo el avance del Dios y obligándole a ceder algo de terreno. A medida que se despegaba de la puerta, el cuerpo del Dragón iba recuperando su verdadero aspecto hasta que quedó posado en el suelo, con la mirada fija en Zeus, preparado para atacar. - ¡Ladón! - Gritó Zeus devolviendo la mirada a la bestia. - Déjame pasar, he venido a buscar lo que es mío. - La voz del Dios sonaba fuerte y desafiante. -¿Tuyo?- preguntó. Siseante y grave dejaba entrever un tono irónico en sus palabras. -Creo que Gea regaló las manzanas de este jardín a Hera por vuestra unión, no a ti… El Dragón se enroscó sobre sí mismo antes de sacar de nuevo su cabeza de debajo de una de sus alas, como si estuviera dándole tiempo para comprender/que comprendiera sus palabras. - ¿Hicisteis también separación de bienes en vuestro divorcio? - rió. / - Ahora ya nada suyo te pertenece. - rió Las palabras de Ladón se clavaron como un puñal en el corazón del Dios. Pero aguantó. -No pienso repetirlo lagarto. ¡Déjame pasar o ataca! Como si de una orden ineludible se tratara, el Dragón se abalanzó sobre su presa. Atrapó con sus garras los brazos de Zeus y lanzó un feroz bocado a la yugular del intruso. Pero esto no cogió a Zeus desprevenido, con los brazos inmovilizados propinó un brutal cabezazo al cuello de Ladón antes de que éste finalizara su ataque. 134

El Dragón liberó a su presa y recuperó el aliento mientras mantenía la distancia. El Dios griego se movía lentamente alrededor de la bestia esperando el momento. Ladón valoró otro ataque frontal pero lo descartó. A pesar de estar desarmado, su enemigo no era un rival a menospreciar. Con un rápido movimiento saltó hacia atrás y tomó impulso contra el muro de piedra que custodiaba el jardín. Los movimientos del Dragón eran mucho más rápidos e impredecibles en el aire. Zeus observó el terreno buscando la mejor posición para defenderse de las embestidas, pero Ladón no quería brindarle esa ventaja. Atacó desde el aire con una temible llamarada que Zeus esquivó en el último momento. Tras sortear el ataque había quedado separado del muro y desde su posición ventajosa la bestia atacó, descendiendo desde el aire golpeó con un contundente cabezazo que el Dios no pudo evitar, tirándole de nuevo al suelo. Aturdido por el impacto no pudo reaccionar a tiempo para evitar otro ataque aéreo de Ladón que lo hizo rodar y golpear contra uno de los árboles de la zona. El Dragón dio un par de vueltas en el cielo marcando su presa como un ave de carroña/carroñera. pensó. Antes de actuar buscó con la mirada a su acompañante para asegurarse que estaba a salvo. Owen estaba agachado detrás de un coche pendiente de cada movimiento de la batalla. Parecía excitado y con ganas de participar, aunque no tenía muy claro qué podía aportar al Dios que luchaba contra un Dragón. Zeus percibió la duda. El Dios corrió de nuevo hacia la puerta de metal y esperó el siguiente ataque. Una segunda bocanada de fuego brotó de la boca del Monstruo hacia Zeus. Esta vez no pudo evitar el ataque, la bola de fuego golpeó contra el exterior de su brazo izquierdo antes de volar la puerta de metal en mil pedazos. El ardiente desgarro en el brazo no formaba parte del plan para vencer al Dragón. Por un momento el Dios flaqueó y cayó al suelo abatido por el dolor. Desde el otro lado de la escena Owen contemplaba cómo Ladón descendía para terminar el trabajo. Poso su pata derecha encima de la cabeza del Dios y presionó contra el suelo, aumentando poco a poco la fuerza como si se tratara de un juego. Sin saber cómo, Owen se encontró lanzando una piedra del tamaño de un puño directamente a la cabeza del Dragón. Impactó. El rugido del monstruo ante la agresión fue suave, comparado con la sarta de improperios que conjuró mientras olvidaba el cuerpo del Dios y cargaba contra el Hombre. — ¿De verdad crees que puedes luchar contra mí? — Dijo justo antes de lanzar la mayor de sus llamaradas en la dirección que se encontraba el humano. En ese instante el Dragón notó como un punzante dolor atravesaba su espalda y el mundo se oscurecía. Zeus bajó de la espalda de Ladón. A tiempo de ver como se transformaba lentamente en la escultura de huesos de hierro forjado que había sido. — ¿Está muerto? — preguntó Owen mientras salía de detrás del vehículo que había usado de escudo todo el rato. — No, sólo está cansado. — contestó el Dios mientras volvía dirección a la entrada del jardín. El camino ascendía a través de un bosque de olmos, sauces y álamos y pasaba por un pequeño cenador hecho de los mismos árboles, allí descansaron prácticamente toda la noche. 135

Tras el combate con el Dragón, ese muchacho había demostrado que si estaba preparado para luchar, y su inesperada intromisión en el combate, a pesar de la clara desventaja, había permitido al Dios coger por sorpresa al monstruo. Antes del amanecer retomaron el camino que conducía finalmente a una terraza elevado a la que se accedía a través de unas escaleras de piedra. El Jardín escondía un claro con una docena de manzanos alrededor de una fuente de piedra de la que brotaba un líquido dorado. Zeus decidió tomarse unos minutos para contemplar el amanecer. Los jóvenes rayos de Sol trepaban por la ladera a medida que el astro ganaba altura, iluminando poco a poco el Jardín. Mientras dejaba que sus huesos se calentaran le pareció que el calor que le proporcionaban los suaves rayos de luz estaba cargado con la gratitud de la Diosa Japonesa. Detrás suyo una hermosa voz comenzó a cantar entonando una vieja y olvidada canción acerca de héroes y batallas que nadie podía recordar ya. Zeus no se giró, cerró los ojos y escuchó. Al rato una segunda voz se unió a la primera y la canción se tornó más triste y desgarradora. Las muertes se contaban por miles y la sangre teñía mares y praderas, hombres y Dioses caían en ambos bandos en la que parecía la última gran batalla del mundo. Cuando terminó la canción una tercera voz reprendió a las otras. — ¿Así tratamos a nuestros invitados? Deberíais cantar algo más alegre para el Padre de Dioses y Hombres. — Tras estas palabras Zeus salió de su trance, se volvió hacia las voces y extendió los brazos hacia las chicas. — Acércate Guerrero te presento a las hespérides, hijas de la noche y guardianas del jardín. El chico no se percató del cambio de adjetivo. Las ninfas lo tenían cegado/abstraído del resto del mundo. Vestían túnicas de color marfil atadas con un cinturón de seda y sandalias de tiras de cuero. Eran jóvenes y realmente hermosas. — Esta es Egle, dicen que es la más hermosa de todas las hijas de Nix. — La chica hizo un leve gesto de agradecimiento por las palabras de Zeus y sonrió mientras miraba con curiosidad al humano que acompañaba al Dios. Sus ojos brillaban hipnóticamente bajo la luz del amanecer. Se acercó al chico y lo rodeó como valorando cuánto podía ofrecerle aquel mortal que sólo volvió en sí cuando Zeus movió su mano hacia la segunda chica. — Ella es Eritia, la más joven y también la más mala. — dijo susurrando la segunda parte. Era algo más baja que las otras pero no menos atractiva. Parecía mucho más resuelta y decidida que su hermana. Estaba jugando con su melena negra y por su sonrisa no parecía que le hubiera molestado el comentario del Dios. Se dirigió directamente hacia el muchacho y puso la mano en su pecho, se acercó más y más, hasta que sus miradas apenas estaban separadas por unas pulgadas. Ella se mordió el labio inferior mientras miraba fijamente a los del humano. En un acto reflejo él la imitó. La chica se apartó triunfante y recuperó su sitio entre sus hermanas. — Y por último... bueno.... — Señaló a dos chicas que estaban enlazadas en una especie de abrazo imposible. No habían dejado de mirarse la una a la otra en todo el rato, excepto para susurrarse cosas al oído y reír. — Son Hesperia y Aretusa, o al revés... nunca lo he sabido. Mientras una hablaba, la otra jugaba con su dedo tratando de silenciarla y recuperar su plena atención. Zeus se acercó a su guerrero. 136

— Por esto algunos pensaban que sólo eran 3 hermanas. — Rió. Egle cogió de la mano a Owen y se la entregó a su hermana menor. — Llevaros a nuestros invitados, haced que se sientan como en su propia casa. — ordenó a sus hermanas. — Curad sus heridas y dádles de comer y de beber, que no les falte de nada. Los dos hombres se dejaron cuidar por sus anfitrionas, probaron frutas de éste y de otros mundos y cataron vinos fríos y calientes y se deleitaron con las canciones y los bailes que las hermanas tenían para ellos. No sabían cuantas horas llevaban comiendo y bebiendo en compañía de las ninfas, pero tampoco les importaba, se habían propuesto recuperarse de todas sus heridas antes de continuar con su viaje. Eran realmente hermosas, inteligentes y divertidas, Hera había sido brillante al ponerlas de guardianas de su tesoro. > — ¡Mierda! — gritó Zeus mientras se levantaba del suelo. — Ahora vengo a por ti guerrero. — Ese pensamiento le había devuelto a la realidad. Egle le siguió de vuelta al jardín. — ¿Qué pretendes Zeus? — preguntó mientras juzgaba y reprochaba los actos del Dios con una sola mirada. Zeus no se giró, pero aminoró el paso cuando alcanzó los manzanos de frutas doradas. — Nada que sea de tu incumbencia, ninfa. — Sentenció mientras estiraba su brazo izquierdo, libre de toda herida del pasado, para acariciar una de las manzanas. — ¿Era aquí? — Si, debajo tuyo. Pero no estoy de acuerdo con lo que haces. — reprochó la muchacha. — No te preocupes por tus manzanas, sólo cogeré lo que necesito. Cavó en el suelo con sus propias manos hasta que lo encontró, un pequeño alijo de lingotes de un metal que sólo con verlo le inspiraba una fuerza primigenia y real. Los miró detenidamente, eran del color del fuego y a pesar de llevar varios siglos enterrados tenían el mismo brillo de antaño. Cogió sólo dos lingotes el resto permanecería a salvo en el jardín, nutriendo la tierra y alimentando sus frutos. Cuando hubo tapado el agujero fue en busca de Owen. Al fin salieron del Jardín, el tiempo había cambiado en la ciudad. Hacía mucho más frío que cuando habían entrado y el suelo estaba mojado. — ¿Cuándo ha llovido? — Preguntó inocentemente el humano. — Anoche. — contestó Zeus algo enojado por haberse dejado engañar por un truco tan viejo. Levantó el brazo y le mostró la zona donde una vez Ladón le había hecho una herida, ahora ya, perfectamente curada. — ¿Semanas, meses? No lo sé. — contestó Zeus a una pregunta que Owen no llegó a formular. Según los periódicos habían perdido más de dos meses allí dentro, ahora tenían que asegurarse de no perder más tiempo y forjar el amuleto. Hefesto terminaría el trabajo.

137

La fragua del Dios del fuego era un lugar lúgubre, descuidado, lleno de polvo y restos de metales, el ambiente era cargado, costaba respirar a causa del humo negro que no dejaba de emanar de las brasas y sólo la luz que salía de ellas mal iluminaba la estancia. Hefesto les estaba esperando y había empezado a avivar el fuego. Zeus le dio los dos lingotes e instrucciones muy precisas de cómo tenía que ser el talismán. El Dios de la forja no necesitaba más, sabía cómo domar aquel metal. Cogió uno de los lingotes y lo metió en las brasas, no levantó la cabeza hasta que hubo terminado. Noche y día se turnaron Dios y Guerrero alimentando el fuego para Hefesto. Cuando lo sacó, lo observó unos segundos y lo sumergió en agua. Al sacarlo ya templado había perdido el color rojizo de la forja y se podían apreciar los detalles. Una semiesfera de metal hueco que contaba con una base circular en la que había tallado un rayo. Desde el circulo exterior unos pequeños e intrincados arcos que completaban la forma esférica. Más parecía el trabajo de un joyero que de un rudo herrero de un solo ojo, pero sin duda era el trabajo de un Dios. Zeus cogió el amuleto con sus manos, lo miró impresionado y dio las gracias a Hefesto. La alzó a la altura de su pecho y con unas palabras lo infundió de poder. El artefacto comenzó a brillar con luz propia, muy tenue al principio, prácticamente cegadora al final, pequeños relámpagos crujían en su interior mientras otros saltaban dentro y fuera del amuleto como con voluntad propia.

138

La Antártida y La Orden: Traición Olímpica por Javi Góngora

Actualidad, isla de Annesbrook, Nueva Zelanda Dejó el paraguas mojado, entró en casa y se quitó la chaqueta. Siendo el dios de los mares, llevar paraguas bajo la lluvia le agobiaba. No conseguía acostumbrarse a actuar como un humano pese a que hacía ya tiempo que había emigrado a Annesbrook, las antípodas de su tierra, para separar su camino del de su hermano Zeus. Y aunque la casa era todo un lujo para un ser humano, él echaba de menos las comodidades de vivir con los dioses Se sentó en la silla de madera a descansar del largo paseo que había tomado. Bajo el duro cuerpo de Poseidón se ocultaba una mente atormentada. A cada instante se cuestionaba de todas las decisiones tomadas los últimos meses. Pensaba en si había hecho bien regalando el libro a Trisha Sellers, en la reunión de dioses y en si había actuado correctamente al no impedir la decisión de su hermano de ir a la reunión. pensó. Pasaron varias horas, como cada día, ocupando su mente en los mismos asuntos, hasta que por agotamiento al final se durmió. Mientras dormía, Poseidón volvió a tener el mismo sueño extraño de siempre desde que habló con su hermano y le contó lo sucedido en la reunión. Antes de eso, soñaba con su hermano, que decaído arrastraba a todos los dioses griegos al olvido a favor de las demás mitologías. No obstante, esta vez el sueño era más aterrador. Vio un lugar que le resultaba familiar , pero estaba infestada de unos seres espantosos, que realizaban canticos de guerra y proferían amenazas de destruir en la tierra en nombre de una tal R'lyeh. Cuando despertó, tenía la boca seca de tanto dormir. No obstante, seguía igual de cansado que antes. Cuando abrió los ojos, Poseidón vio a Loki sentado en una silla de madera que cojeaba en la otra punta de la habitación -¿Qué haces aquí? -preguntó Poseidón. -¿Cómo has llegado y como has sabido donde me encontraba? -La pregunta no es la correcta, viejo. La cosa es porque estoy aquí y en qué te puedo ayudar. 139

-contestó Loki vacilante. -Vuelve a llamarme viejo y te atravieso el gaznate antes de que parpadees. Se levantó y cogió el tridente brillante colgado de la pared situada detrás de su silla. A simple vista parecía el tridente de un meticuloso coleccionista de armas, pero cuando Poseidón lo cogía adquiría un brillo que mostraba la naturaleza divina del arma. -Tranquilo, no era mi intención ofenderte. - se apresuró a contestar Loki mientras caminaba hacia atrás intentando distanciarse de la deidad helena. -¿De verdad no quieres saber a qué he venido? -Tus asuntos no me causan ningún interés, pequeño. Pero ahora que estas aquí explícame que se ha decidido en la reunión –Poseidón sabía la versión de Zeus, pero le interesaba saber que le podía ofrecer la versión de Loki. -¿Reunión? ¿Qué reunión? - preguntó Loki. El dios griego miró con desconfianza al pequeño dios nórdico. pensó Poseidón. Sabía muy bien que detrás de las palabras que decía Loki, se escondía un segundo significado. Y tal vez otra reunión de la que no tenía conocimiento. -La reunión de dioses, ¿qué reunión va a ser sino? Loki estuvo durante casi una hora explicando los detalles de la reunión: las visiones sobre el ataque primigenio, los recuerdos que iban consiguiendo, la alianza que se había establecido para combatirlos... -¿Así que los primigenios están de vuelta y cinco de las grandes familias se han aliado para combatirlos? Pese a que ya sabía que familias habían asistido a la reunión, le preocupaba que el padre hindú Brahma y el padre celta Daghda se alzaran de su letargo y no estuviesen de acuerdo con la alianza. O mucho peor, que ya estuvieran despiertos y tramando alguna cosa. -Y entre otras cosas, tu hermano se ha erigido como líder griego en esta alianza... -Loki siguió hurgando en la atormentada mente de Poseidón. -No me extraña, Zeus siempre ha tenido un afán de protagonismo importante. Y muy pocas veces le ha importado lo que pensáramos los demás. –admitió el dios de los mares. -A parte, lo he visto reunirse con Amaterasu a solas. Quiere recuperar todos los objetos de metal estelar para ponerlos en disposición de las demás mitologías. Quiere aliarse con Amaterasu y Ra para quitaros de en medio a todos los dioses griegos que no le secundasteis. –mintió Loki Loki sonrió pícaramentePoseidón se quedó pensativo un rato. No le encontraba el sentido, pero sabía que Zeus siempre había sido muy orgulloso. 140

-En el caso que todo esto sea cierto, ¿cuál es tu proposición para evitarlo? -Preguntó a Loki. -¿Cómo quieres frenar el avance de mi hermano? Aun en sus momentos más bajos desde hace siglos, sigue pudiendo fulminarte con un chasquido de dedos. En ese momento, Loki se dio cuenta que era el momento de dejar caer el anzuelo final. -¿Te he hablado de la otra reunión? -¿La otra reunión? -Pregunto Poseidón -¿Quien participa en esta otra reunión? -Si tienes tanto interés te lo contaré. -Loki se hizo un poco de rogar. -Mientras Amaterasu nos convocaba para una reunión de dioses, una nueva organización llamada La Orden ha estado convocando una reunión con los demonios de todas las mitologías. Hades, tu hermano traidor, incluido. -¿Estás sugiriendo que me alíe contra aquellos que juramos destruir, incluido el traidor de mi hermano? - el dios de los mares volvía a enfadarse -Jamás prestaré ayuda a Hades. -No hace falta que le ayudes para siempre... Rebélate contra Zeus, arrebátale el poder del trueno y su lugar como rey del Olimpo y después derrota a Hades. Al sentir estas palabras, Poseidón empezó a sentir un nudo en el estómago y se hizo el silencio. Ayudar al hermano que le había traicionado para traicionar a su otro hermano le parecía una locura, pero una locura factible. Sabía que una vez siendo el referente como dios griego más poderoso podría conseguir doblegar a Hades y hacerse con su poder de invisibilidad. Loki volvió a intervenir: -Pero para conseguir esto, antes debemos recuperar el libro de los metales que tu entregaste a... ¿Cómo se llamaba la chica? ¿Triza? ¿Tresa? -¿Pero cómo…? -Poseidón se sorprendió de que estuviera tan informado, pero tardo poco en recordar con quien estaba hablando. -su nombre es Trisha, Trisha Sellers. Me da igual que sepas de su existencia y la del libro, pero no arriesgare su vida. -No te pido que la mates, simplemente que recuperes lo que es tuyo antes de que tu hermano o cualquier otro dios se haga con el... Con el poder de ese manual podremos allanar el camino de tu triunfal regreso -contestó Loki, sabiendo que si conseguía ese libro podría conseguir una fuente de inmenso poder. Poseidón, dejado llevar por la idea de Loki, aceptó el plan. -Acepto recuperar el libro. -dijo Poseidón tras meditar unos segundos el camino que tomaba el plan. -pero no sin antes asegurarme que tenemos un plan y que ella no va a sufrir daños. -Me encanta hacer planes contigo, Poseidón. -dijo Loki mientras buscaba un sobre en el bolsillo interior la chaqueta. -este sobre esta hechizado y se abrirá cuando llegue el momento. Ahí encontrarás dónde y cuándo nos volveremos a ver. Y una última cosa. Acuérdate de este nombre: Engwar. Te resultará de ayuda. En ese momento, Loki pasó por detrás de la silla donde reposaba Poseidón. Cuando el dios del mar se giró para contestarle, el dios nórdico ya había desaparecido.

141

Los Objetos Atlantes: El Espejo de Obsidiana por Jordi Magester

El latigazo retumbó en la sala como si de un trueno se tratase. La multitud estaba muda ante el terrible espectáculo que se presentaba ante sus ojos. Un hombre negro, maduro y mal envejecido, tenía las manos atadas abrazando un poste de madera con fuerza tras el corte que acababa de recibir. Su torso estaba desnudo, por lo que todo el público podía observar cómo su piel se desgarraba tras el cuero del látigo. Nadie se percataba, sin embargo, de una figura serpenteante que rodeaba el patio con un brillo audaz en los ojos. El hijo del hombre que estaba siendo azotado formaba parte del público, y estaba siendo agarrado con fuerza por su madre, que lloraba en silencio. Abel era el nombre del pequeño, que no debía de tener más de doce años. Su mirada era completamente distinta a la de otros de su condición, brillaba en todo momento como un reflejo de su alma, que quería ir a salvar a su padre. Otro latigazo siguió con la percusión que marcaba el silencio de la sala, y el niño propinó un pisotón a su propia madre, que ahogó un grito de dolor y soltó a su hijo, aprovechando este para correr contra el enorme hombre que asía el látigo. Este cogió al niño por el cuello, lo levantó como si pesara menos que una hormiga y apretó, ahogando los gritos del pobre muchacho. Abel se levantó de golpe de la cama, sin aire. Palpó en su mesilla hasta acariciar el inhalador, lo agarró y se insufló su dosis. Ésta no era la primera vez que tenía sueños tan vívidos, pero sí el primero en el que su vida había corrido peligro. No conseguía entender cuán profundos debían ser los sueños para que pudiera creerlos con tanto fervor, pues él era un chico simple de Juárez de veinte años de edad. Desde que había empezado a trabajar en la excavación de las afueras como obrero, pesadillas de todo tipo lo atacaban por las noches y cada vez descansaba menos. Los arqueólogos no se dignaban a aparecer porque aún tenían que preparar la excavación, y eso llevaba su tiempo, pero por lo que se ve podría tratarse de una pirámide enterrada. ‒ ¡Hijo! ¡Baja a desayunar, que no llegarás a tiempo para trabajar! ‒gritó su madre desde la cocina. ‒ Vaya por dios ‒suspiró Abel para sí‒, ¿por qué no me buscaría curro de oficinista o barrendero? Al menos tendría sentido levantarse… ‒se quedó un rato pensativo y se encogió de hombros‒ poco, pero lo tendría. La excavación estaba desierta. Abel aún estaba soñoliento y con un vaso de plástico con el café sin terminar en la mano. El jefe siempre pedía puntualidad en cuanto a llegar a la obra; cuando era hora de marcharse siempre encontraba alguna excusa para que tuvieran que quedarse un poco más. Y desde el primer toque de atención a Abel por llegar diez minutos tarde, el chico siempre llega media hora antes. No le gusta su trabajo, pero tampoco quiere perderlo. Lo necesitan en su casa, se repite una y otra vez mientras levanta peso y lo lleva de una punta a la otra de la excavación. Abel se bebió el café a sorbos cortos pero frecuentes porque el paso del tiempo era terrible a dos grados y a las seis y media de la mañana. Aún faltaba un buen rato, pensó, para que llegaran los demás, así que dio una vuelta por la obra. Aún había zonas cuyo paso estaba prohibido por unas cintas que el viento sacudía sin reparo. Abel no entendía para qué prohibían el acceso a ciertas zonas de la excavación si, de todas formas, tenían que encontrar una pirámide. 142

‒Digo yo ‒pensó el chico mientras se agachaba y cruzaba la cinta de plástico‒ que si buscan una pirámide ya la reconocerán cuando sobresalga la punta. ¿Qué importará si alguien la pisa? Antes de empezar esta tontería la gente pasaba por aquí y nadie pisó ninguna pirámide… Algo pareció moverse bajo los pies de Abel, y tras dar un paso hacia delante la arena se hundió llevándose al chico hacia abajo. Este chocó contra un objeto liso y empezó a rodar arena abajo por una pendiente bastante pronunciada, dejando tras de sí el rastro de un edificio imponente, enterrado y olvidado hasta el accidente. El chico rodó y rodó, y aunque se mareaba no apartó la vista de un objeto liso y oscuro que rodaba pendiente abajo con él. Un golpe contra el suelo arenoso de la caverna donde parecía estar enterrada la gran pirámide de corte azteca desorientó al muchacho, pero al ver un brillo oscuro descendiendo se arrastró apresuradamente para que no recibiera el mismo viaje que él y lo agarró con ambas manos antes de cerrar los ojos un rato. Solo… un rato. ‒ Desspierta… Desspierta… ‒Abel oía una voz siseante que le susurraba al oído‒ Ess la hora… El chico se incorporó. No había sido un sueño. Seguía tumbado en una superficie arenosa. Miró hacia arriba, pero no había ningún agujero por el que pudiera haber caído. La única luz del lugar la desprendía una piedra oscura y lisa que tenía entre las manos, que emitía un fulgor oscuro muy desagradable. Oscurecía la oscuridad. Parecía una especie de anti luz. Y de la misma forma que una luz fuerte ensombrece las débiles, esa anti luz esclarecía la oscuridad. ‒ Tantoss añoss busscando… en las sombras se esscondía… ‒volvió a susurrar la voz, a la cual la acompañó un hilo serpenteante de humo negro que rodeó al muchacho‒ Y la osscuridad lo ha mosstrado… ‒ ¿Qué…? ‒Abel empezó a temer estar dentro de otra de sus pesadillas. Ésta, sin embargo, no tenía ningún tipo de lógica. Humo parlante, enterrado en la excavación, un espejo que ensombrece… no tenía sentido. ‒ El esspejo sse desspertó… ‒siguió la voz, y el chico no supo si le contestaba o lo ignoraba y seguía una especie de discurso o monólogo‒ Y el olvido sserá recordado… la osscuridad sse iluminará y la luz osscurecerá… ‒ ¿Quién…? ‒balbuceó Abel asustado, al cual empezaba a faltarle el aire‒ ¿Quién eres? ‒ Tezcalipoca sse llama… Ssombra de la vida, luz de la muerte… ‒el humo fue materializándose en una especie de víbora oscura y grande que serpenteaba en el aire como si fuera su pecera sin prestar atención al humano que sujetaba el espejo. ‒ Qui… qui… ‒volvió a trabarse el chico, que no encontraba el inhalador‒ Quiero… salir… ‒pero no podía seguir. No tenía aire, y al darse cuenta el terror lo invadió y empezó a buscar frenéticamente el inhalador. ‒ La muerte perssigue al portador del esspejo… ‒siguió la serpiente que se hacía llamar Tezcalipoca, rodeando a Abel‒ Pero tú has salvado mi alma… El chico seguía buscando frenéticamente el inhalador mientras la serpiente adoptaba la forma de una mujer indígena y le arrancó el espejo de su mano izquierda, que en ningún momento se había separado de la piedra oscurecedora. Tezcalipoca acarició el espejo y pronunció unas palabras impronunciables para un humano, todo apuntando a Abel, que estaba ya agonizando. Una bocanada de humo emergió del espejo, revuelta y desordenada se posó sobre el cuerpo agonizante del chico y poco a poco fue adoptando forma. Forma de mujer. A medida que el humo contorneaba la silueta, se materializaba en ella la carne de la que estaría hecha después del ritual. Abel alcanzó a ver a una mujer desnuda a su lado antes de perecer por su disfuncionalidad pulmonar. ‒ ¡¿Qué?! ‒ gritó la mujer mientras se tapaba las partes íntimas insegura de si debería hacerlo o no‒ ¿Qué ha pasado? ¡Estoy muerto! ¡Pero vivo! ¿Qué es esto? ‒ El esspejo ssepara el alma en ssuss opuesstoss… ‒respondió la mujer serpiente desde la oscuridad‒ Ssi muere uno de loss doss… El alma sse une en el nuevo contenedor… ‒ ¡Pero…! ¿Y mi vida? ¡Mi identidad! ¿Qué está pasando? ‒Abel, o la mujer desnuda, cayó de rodillas y rompió a llorar. Sin embargo, se sorprendió al no atragantarse en el llanto. El aire fluía por sus fosas nasales. ‒ Ya no eress un humano essclavo… ‒la mujer serpiente, mientras hablaba, se transformaba otra vez en una serpiente grande‒ Eress Isse… mi ssalvadora y… mi ayudante… 143

La Llegada Primigenia: La llegada de Azathot por Marc Simó

2 de octubre de 1966 Hace ya varias noches que un sueño recurrente interrumpe mis descansos. Todo empieza con la titilante luz de una vela blanca que desciende suavemente por unas húmedas y frías escaleras de piedra roja. Mis pasos resuenan marcando el ritmo como tambores. El aire viciado me acompaña durante el breve descenso hasta el final del enroscado caracol donde una vieja puerta de madera espera paciente mi llegada. Palabras que no logro comprender abren la puerta permitiendo el acceso a una oscura habitación. Lejos, muy lejos, la dulce melodía de una flauta empieza a sonar como vanguardia de las cosas que están por llegar. Antes de que el sudor frío y los temblores me despierten atormentado en mitad de la noche, puedo ver y sentir como mi alma es arrancada de este mundo. 10 de octubre de 1966 Pensaba que mis pesadillas habían cesado, la copa de viejo Bourbon antes de acostarme me garantizaba algunas horas de plácido descanso. Hasta hace tres noches que el sueño volvió a abrazarme. Hoy de nuevo se ha vuelto a repetir. 15 de octubre de 1966 Ahora los sueños me atormentan prácticamente cada noche. Cuando el velo que separa los dos mundos cae y nubla la mente, deja de existir cualquier diferencia entre realidad o fantasía. Lo imposible se transforma en razonable y lo absurdo en lo sensato, y es en este instante cuando la flauta comienza su función. Noche tras noche mi alma recorre vidas y recuerdos enlazados de otros que ya no son y de otros que serán. 26 de octubre de 1966 He revivido fragmentos de vidas desconocidas y que ahora son prácticamente parte de mi, Nicolle Millet, Cornelia Zangari di Bandi o Mary Reeser entre otros, han dejado de ser sólo nombres para convertirse en mi familia.

144

Creo distinguir de fondo la agria melodía de la flauta, como un director que entre bambalinas mueve y dirige a sus actores, como un leitmotiv que anuncia la entrada en escena de la muerte y la locura. Sin embargo, no son meros fragmentos de vidas rotas, sino almas iniciadas que ya han culminado su misión y aceptan con orgullo el fin como parte de su propio ciclo. ¿Será su destino, también, mi sino? 28 de octubre de 1966 Esta noche ha sido diferente, he viajado hasta la Siberia de 1908, una gélida mañana de verano en las inmediaciones del río Tunguska, allí un fornido joven vestido con una camisa de algodón y pantalones gruesos esta absorto en el eterno correr de las aguas. Horas antes ha dispuesto todo el escenario para el ritual. El cuchillo ceremonial, el viejo libro encontrado a través de sus peores pesadillas, un extraño círculo con un símbolo dibujado en el suelo y sólo dos antorchas iluminando la escena. Con el fuego limpia la hoja del cuchillo y lo usa para derramar sólo unas gotas de su sangre en el símbolo y en el fuego, alza el libro abierto entre sus manos, y recita las primeras palabras: “Del Caos al Caos…”. Pero algo superior le arrebata su consciencia y sus palabras se convierten en sonidos que no son de este mundo, sus rezos atraen a la locura y escupen a la vida. El cielo mismo se estremece y el fresco aire se torna viciado, entre fuego, relámpagos y gritos se desgarra la realidad formando una ventana hacia otro mundo. La amarga melodía vuelve a sonar. Perezosamente unos tentáculos de carne hinchada van desplegándose desde el otro lado del portal y lo empujan hacia fuera como si trataran de ensanchar el espacio entre dos barrotes de una prisión cósmica. Otro tentáculo mayor aparece serpenteando como si tratara de explorar, palpando, aquello que no puede ver. Del tronco del apéndice, ramificaciones y protuberancias imposibles se mueven con voluntad propia danzando con la sinfonía que anuncia y precede el fin. Un rugido demencial, un fogonazo y luego nada… Por la mañana, cientos de hectáreas arrasadas por la explosión, árboles doblados, animales calcinados y una macabra melodía de fondo. 3 de noviembre de 1966 He logrado comprender que mis "viajes" son mucho más que visitas al reino onírico y van más allá de toda naturaleza sensible, fruto de una consciencia superior que me ha escogido para un fin y una misión que todavía no soy capaz de inteligir.

11 de noviembre de 1966 Esa execrable melodía ha llegado a obsesionarme hasta insanos límites, inconscientemente tarareo sus escabrosos compases a todas horas y mis movimientos se acompasan mecánicamente a las notas. Pierdo toda consciencia y voluntad cuando trabajo bajo su influencia y despierto de mi embrujo rodeado de hojas y hojas en las que he plasmado aquello que ella me ha revelado. 14 de noviembre de 1966 En la revelación de esta noche, te he conocido, ahora se que todo mi trabajo será tuyo, me he levantado con renovadas energías, dispuesto a terminar lo que he empezado, he decidido ordenar todas mis notas y pasar a limpio mis bocetos, sólo espero encontrar un recipiente digno de la verdad que me ha revelado nuestro guía. 145

18 de noviembre de 1966 Al fin, hoy, la consciencia suprema que ha estado guiando mis sueños y mis vigilias se ha mostrado ante mi. Esta noche, mi sueño ha sido completamente diferente y revelador. Estoy más allá de la tierra, he viajado a través de planetas, soles y galaxias, he viajado más allá del todo y de la nada, he viajado hasta el lugar de dónde nace la melodía. El mismo centro del universo. Me encuentro "de pie" suspendido en el vacío y a mi alrededor unas columnas de color piel se yerguen cada pocos pasos creando una espaciosa prisión. Desorientado y confuso creo ver en las columnas rostros que me observan y me examinan. Fuera, el universo, veo galaxias y constelaciones imposibles, veo mundos y estrellas explotando, extrañas criaturas armadas con las sombras deformadas de instrumentos humanos. Dentro, delante de mi, una colosal masa informe del mismo color que las columnas. Duerme, plácidamente, esperando ser liberado. 2 de diciembre de 1966 He conocido, casi por casualidad, a Mery Ann. Es una joven preciosa, amable, atenta y con una graciosa mancha de nacimiento en el cuello en forma de trébol. 3 de diciembre de 1966 Siguiendo las indicaciones de mis sueños he logrado hallar el sótano en el que todo comenzó… ahora se que no estoy loco. 4 de diciembre de 1966 Siento que ya he concluido mi misión y estas son las últimas líneas que lego al futuro. He dejado en estas notas todo aquello que necesitas saber para poder cumplir ahora tu cometido. Como si de una macabra máquina de Goldberg se tratara la canica rodó entre flautas y tambores malditos y golpeó la llama que prendió los hilos que me ataban al vacío mundo humano, las fichas de dominó caían y golpeaban las siguientes en un incesante avance hacia la única verdad, el Sultán de los Demonios regresaría y nosotros no éramos más que meros engranajes que giraban perfectamente engrasados y acompasados allanando el camino para ti. Hoy, he aceptado que mi papel en todo ya ha finalizado, y lo he dejado todo dispuesto para que en unos años estos escritos lleguen a tus manos, traducidos a tu idioma y en el momento que así, Azathoth, ha decidido para su regreso. Sabes que mis palabras son ciertas porque también has tenido los mismos sueños que he descrito, has visto las mismas columnas de carne-viva que yo he visto y has escuchado la misma melodía que a mi me hundió y luego me salvó. Esta noche vendrán mis amigos, jugaremos al Poker, fumaremos tabaco de pipa importado y abriré la mejor botella de Bourbon, una de aquellas que uno siempre guarda para las ocasiones especiales. Y créeme, hoy lo será... Reiremos y beberemos y a las 9, como cada miércoles, ellos se marcharán a su casa. Después con mucha dificultad, me sentaré en el baño de mi casa, lejos de objetos que puedan prender y destruir esta obra, y le abrazaré, abrazaré la locura igual que los otros hicieron al terminar su parte en todo 146

esto. Invocaré al sultán y podré contemplarlo con mis propios ojos, no más sueños ni dibujos garabateados en las esquinas de las hojas. Él lo sabe, pero también sabe que no es su momento, y por ello seré salvado y castigado. Mañana por la mañana los periódicos y la policía dirán que me dormí en el baño con la pipa y me quemé, pero tu y yo ya sabemos la verdad, y el mundo debería conocerla y temerla. Por ello, antes de invocarle dejaré mi pipa en la habitación adyacente. Así... el que quiera ver... verá... Corre, ahora... Y termina lo que nosotros empezamos por ti. Sólo puedo envidiarte por ser quien eres, el último de todos nosotros, el que, al fin, le traerá de vuelta. Gracias. Hoy, 4 de diciembre de 1966, finalizo mi trabajo y me entrego en cuerpo y alma al servicio y a la voluntad de Azathoth. Doctor John Irving Bentley. ————————————————

Cuando terminó de leer, volvió a enrollar las hojas con sumo cuidado y las metió de nuevo en el tubo de cuero en el que el repartidor se lo había entregado. Estupefacta, resiguió con su mirada todas las costuras del objeto hasta que quedó fijada en una extraña marca. -Señora... - interrumpió el hombre - ¿Está todo en orden? A la chica le costó reaccionar. pensó. -Si... Si... Todo bien, gracias.- dijo al levantar la cabeza. Se aparto el largo pelo liso que le había caído por delante de sus oscuros y cansados ojos. El trabajador de la compañía de repartos estaba esperándole con un bolígrafo de propaganda en la mano y una tablilla con el certificado de entrega. -Por favor, DNI, nombre y la firma. - dijo mientras hacia un leve gesto con el bolígrafo para que lo cogiera. firmó, le dio las gracias y se adentró en el primer callejón oscuro sin rumbo fijo. No sabía cuantas horas habían pasado, pero se sentía cansada y le dolían los pies de andar por la ciudad, todo el sinsentido que había vivido esos días estaba empeorando. Sin saber porqué, hacía dos noches que había abandonado su casa, había dejado atrás a su pareja y había tomado rumbo Oeste en el primer tren. Pensaba que así podría deshacerse de los sueños que la atormentaban, pero no había sido así... Y ahora, ese tubo maldito había llegado a sus manos, el mismo tubo que había visto arrancar, curtir y moldear en aquel maldito sótano al doctor Bentley en una de sus peores pesadillas. El tubo con la mancha en forma de trébol. Su deambular por las frías calles de Madrid la había conducido hasta el kilómetro 0. Miró a su alrededor y lo comprendió… Era lo que tenía que hacer. 147

La locura, justa y ciega, del Sultán era exactamente lo que necesitaba esa sociedad en decadencia que hacía más de un año estaba perdiendo el rumbo con tantos falsos dioses, ídolos y aberraciones. Subió las escaleras que conducían a la azotea del viejo edificio e hizo el último tramo con una mezcla de excitación y miedo. Empujó la puerta de seguridad y cedió fácilmente. Avanzó lentamente hacia la cornisa y contempló la ciudad. Sólo un chico se percató de su presencia. Con mucho cuidado vació el contenido del tubo de cuero. Una tiza, los documentos y un cuchillo ceremonial. Dibujó el extraño símbolo que había visto decenas de veces en sueños, sabía dónde debía buscar entre los documentos hasta que encontró las palabras y se cortó la palma de la mano para derramar su sangre mientras recitaba su oración. Cuando terminó, el cielo de todo Madrid oscureció por completo. Y un intenso fogonazo anunció la aparición del portal de fuego y relámpagos. – ¡Ahora todos podrán escuchar la melodía ! – Gritó. Toda la plaza se había girado en dirección a ella y contemplaron su último y más macabro espectáculo. Los tentáculos salieron del agujero y desgarraron el cielo hasta que dejaron paso a la bestia. Aquellos que se habían quedado a contemplar el espectáculo murieron calcinados, a los que intentaron huir la explosión que siguió les desgarró la carne, desintegró huesos, vehículos y edificios. Nada quedó en trescientos quilómetros a la redonda, nada, excepto ella, de pie en su azotea mirando cara a cara al Nuevo Dios. La bulliciosa ciudad era ahora un desierto erial de arena, ruinas y muerte, en el que el único sonido que se escuchaba era la melodía de una flauta y las carcajadas de la chica que se fueron apagando poco a poco, mientras ella ardía más y más hasta que el Gran Azathoth le permitió formar parte de él.

148

La Llegada Primigenia: La llegada de Yig por Fernando Arsuaga

Antes de la Reunión Divina… Ciudad de México - Quetzalcóatl, ¿qué te ocurre? Tu comportamiento dista mucho de lo habitual… Necesito toda tu sabiduría para decidir si acudimos al llamamiento de Amaterasu o no… - dijo Huitzilopochtli, con gesto contrariado. - No soy yo mismo, Gran Colibrí Azul, en mi búsqueda de conocimiento para abordar nuestra situación algo me interfiere… Es una voz que me susurra y me indica que me una a él, que es mi auténtico Amo…, que nosotros no somos los verdaderos Dioses…, y la inminencia de su llegada devolverá a todo y a todos a su lugar… No consigo profundizar más - explicó la Serpiente emplumada con gran dificultad. - Esas palabras me suenan conocidas, pero aún no consigo encontrar su sentido… Pero debemos actuar ante lo más acuciante y aparcar esas extrañas influencias por ahora… - sentenció el poderoso Dios de la Guerra Azteca. - Hijo, yo también he sentido esa presencia, pero algo me dice que ya combatimos a ese ser en el pasado… Lo derrotaremos una vez más, sea quien sea… - intervino Coatlicue, mirando fijamente a los Tezcalipocas azul y blanco – Por tanto, creo que deberíamos acudir con más razón al encuentro del resto de Panteones… Luxor - Thot, ¿qué es lo que nos puede aguardar en la reunión? – La voz del Dios Sol resonó por la gran sala – Tus presagios son siempre de gran ayuda e iluminan mi razón… - Gran Ra, mis visiones son halagüeñas ante ese evento…, pero Apofis ha escapado de su prisión y, por una extraña razón, no se dirige a atacaros, mi Señor… - las palabras de la deidad de cabeza de Ibis no sonaban tan inescrutables como antes – Parece encaminarse hacia un llamamiento de una energía muy antigua…, más aún que nosotros… Los ojos de Halcón del Patriarca de los dioses egipcios se pusieron a escudriñar en su propia memoria, tratando de dilucidar que podría ser anterior a ellos mismos, y tan poderoso como para poder invocar a la Gran Serpiente… - Yo también he sentido algo de ese influjo, y deberíamos tomarlo en serio… - siseó Seth, desde las sombras – El riesgo es real, y creo que podría tener relación con la asamblea de tu “hermana”…., otra razón por la que deberíamos acudir con mayor precaución… 149

Días después de la Asamblea… París - Es increíble lo que se puede conseguir con un poco de veneno refinado en aerosol - reflexionó Alejandro Putoud. Los pocos guardias que vigilaban este monumento ya habían caído a su paso hacia la sala accesoria del tabernáculo de la Catedral de Notre Dame. Sabía que la facilidad con la que se había internado no era fruto de la casualidad…, ni mucho menos de sus dotes de infiltración. Desde hacía meses, la ciudad del amor estaba impregnada de una espantosa sensación colectiva de peligro y un hedor a podredumbre empapaba cada esquina del lugar. Los enamorados no se sienten atraídos por el antiguo encanto parisino. Junto con este hecho, parte de la población había decidido irse lejos de allí, conociendo demasiado bien los hechos ocurridos a otras ciudades como Roma y temiendo que ese extraño cambio sea solo un preludio de algo peor… Los escépticos, a pesar de todas las imágenes y noticias, no solían aventurarse mucho cuando se ocultaba el astro rey. Parecía haberse creado un microclima estable húmedo y cálido en la Ciudad de la Luz que la oscurecía definitivamente…, aún más si tenemos en cuenta que se encontraba en pleno invierno y a tan sólo unos pocos kilómetros, el viento y la lluvia arreciaban el resto de la región. Tras acceder a un claustro en obras, se topó con un acceso al subsuelo de la plaza de notre dame en desuso, en donde unas pequeñas, pero numerosas, muescas de colmillos de serpientes apuntaban hacia el interior. Si desde los celtas, pasando por los romanos, habían tomado este lugar como lugar de culto, es normal que esta “Isla de la Cité” ocultara algo más sobrenatural de lo aparente… - Todas las pistas conducen a este lugar y este punto… – susurró Álex para sí mismo releyendo sus anotaciones. Estaba orgulloso, había conseguido desentrañar este misterio él solo. Nadie lo hubiera pensado: Gran amante de los ofidios desde su juventud, nunca fue un buen estudiante. Tuvo que conformarse con llegar a ser ayudante del veterinario, recogiendo los excrementos y los animales muertos, cuidando y alimentando a las mascotas de otros, mientras su jefe se llevaba las medallas…, por una cantidad mísera en comparación con los ingresos del licenciado en veterinaria. Lo odiaba, pero por lo menos podía cultivar su afinidad por las serpientes y le daba para vivir… Cierto día comenzó a encontrar noticias misteriosas de muertes de serpientes en pajarerías y tiendas de animales, que se habían destrozado la cabeza al intentar usarla para romper los cristales de sus terrarios, como si quisieran salir a toda costa. Todo el mundo lo achacó a las apariciones de dioses por todo el mundo…, menos él. Algo le decía que existía una razón diferente, que existía un patrón. Comenzó entonces una frenética investigación sobre noticias curiosas relacionadas con serpientes y obtuvo muchas respuestas: Los encuentros desafortunados con serpientes se habían saldado con una huida de las mismas en vez de atacar y morder. También habían aparecido “manadas” de serpientes de razas no autóctonas en un movimiento casi migratorio, siguiendo un camino invisible hacia un lugar, sin importar carreteras, autopistas o lugares transitados; dejando tras de sí miles de cuerpos aplastados por el tráfico o por grupos de exterminadores de plagas. Todas estas pistas le habían llevado a este lugar. Le había costado el poco dinero ahorrado que tenía, pero lo había conseguido. Por fin podría demostrar su teoría de la existencia de un “Rey Serpiente”, un poderoso ser capaz de organizar y usar a las serpientes para conquistar el mundo…, y él quería estar a su lado para vengarse de todos aquellos que le menospreciaron y se burlaron durante toda su vida… Llegó a lo que parecía una entrada rudimentaria de una cueva natural, cerca de las más antiguas catacumbas, pero en realidad era un escabroso túnel recientemente excavado que llevaba a un ensanchamiento que se asemejaba a una enorme sala. Se deslizó por el angosto acceso y pudo 150

observar como una gran maraña de serpientes parecía fusionarse hasta formar una forma homogénea. El colosal amasijo parecía bullir de vida, cientos de cuerpos escamosos siendo aplastados y asimilados para ir tomando una nueva y aterradora forma. De pronto, la mole comenzó a disminuir la velocidad de asimilación y de una manera imposible, parecía haberse dado cuenta de su presencia. Antes de poder decir nada, la masa comenzó a hablarle telepáticamente – Mortal, vas a tener el gran honor de admirar el regreso de un Dios. Tu carne será el sacrificio final que he decidido para volver a tomar forma corpórea en este planeta. Tu esencia será el néctar que volverá a recordarme el placer de la muerte de todos los seres inferiores. Tu mente será absorbida para actualizar mis conocimientos sobre los de tu clase – Acto seguido, con un gesto mudo de terror, Álex fue engullido por el incipiente ser, dejando tras de sí su uniforme y su distintivo de la clínica, y éste comenzó a adquirir una forma más definida. Brazos y torso humanoides surgieron de un lado del naciente cuerpo y decenas de extremidades brotaron del otro. Su cuerpo escamoso vibró al terminar la metamorfosis. El Primigenio se había vuelto a invocar a través de sus súbditos… Con un estruendo quebró la superficie y, con un aura verdosa, emergió imponente, como si la isla en medio del Sena fuera la cáscara de un huevo destrozado por su huésped. Sus extremidades tentaculares arrancaron la vetusta catedral que le impedía asentar su colosal forma. Y del ruido surgió el caos. Hombres y mujeres huyendo en todas direcciones. El Louvre sucumbió a la ira del gigante como si de una casa de muñecas se tratara. La sombra de la muerte se apareció en los Campos Elíseos. Gritos de horror y desesperación surgían al avance del cuerpo reptiliano del portentoso ser. Su movimiento era rítmico e inexorable, sin retumbar en el suelo. La marca de su destrucción formaba un camino lleno de gases de la disolución de todo lo que había contactado con él y sus poderosos ácidos surgidos de su gigantesco bajo-vientre y apéndices, marcando como lugar de destino el Arco del Triunfo. Las calles aledañas bullían infestadas por sus súbditos e hijos: Todo tipo de serpientes, reptiles venenosos y mutaciones escamosas imposibles nacidas de las pesadillas más salvajes que siquiera el humano más desequilibrado podría soportar. Los rezagados servían de comida a tales seres, mostrando solo los huesos sin digerir bañados en jugos gástricos. Transcurrieron tan sólo unas horas y la capital de Francia quedó en silencio. El ruido blanco surgido del siseo colectivo era un sempiterno leitmotiv que acompañaba a los primeros rayos del sol. Y, acompañado de este coro sibilino, se aposentó sobre la retorcida torre Eiffel, como si de un trono de hierro se tratara. Y con una mirada de satisfacción al ver la desolación absoluta de la urbe, un aterrador murmullo surgió de la reptiliana boca del colosal ser, haciendo saber al mundo su nombre: “YIG”

151

La Llegada Primigenia: La invocación de Yog Sothoth por Antonio Montenegro

Mictlantecuhtli estaba sentado en su trono de huesos. Sus planes de distribución de la droga a nivel mundial estaban dando grandes frutos, y su poder crecía día a día. La gente no solo lo estaba adorando con mayor intensidad que antes, sino que el terror que se estaba sembrando gracias a su droga iba en crecimiento. Su lengua recorrió sus labios esqueléticos deleitándose, como si pudiera saborear el terror de la gente. Definitivamente aliarse con el misterioso M le había sido de mucha utilidad. Pronto su poder sería suficiente para rivalizar con Huitzilopochtli. Ni siquiera el poderoso y sabio Quetzalcóatl sabía cuál era su plan. Sin embargo algo le preocupaba. De las almas de los que morían por la droga ninguna había pasado por las puertas de Xibalba, como él creía que pasaría. Sabía que podían ir a los otros inframundos de los otros panteones, pero no podía estar seguro. El no saber lo mantenía en duda. Podría contactar con los otros dioses que se encargaban de los distintos inframundos, pero no era una opción que quisiera hacer. Hades era un curioso, y le haría preguntas sin cesar de porque tenía interés. Hela era tan difícil de tratar que sería un esfuerzo muy grande y al final pararía sin respuestas y con un dolor de cabeza. Y los otros eran seres tan despreciables que los evitaba en todo lo posible. Mejor, son menos almas de las que preocuparme, pensó. Que los otros traten con ellas. Era hora de empezar a mover las fichas para lograr usurpar el poder del dios colibrí y colocarse a la cabeza del panteón azteca como siempre quiso. Por fin sus deseos milenarios se llevarían a cabo. *** El viejo leía un libro sobre teoría cuántica. Era un tema muy interesante, y su ansia de conocimiento lo llevaba a utilizar hasta el último segundo posible de su vida para llenar su cabeza de nueva información. Era un proceso muy lento, y siempre estaba deseando que llegara el día en que su deseo se pudiera cumplir y lo pudiera saber todo. Cuando llego a la última página puso el libro sobre la mesa. Miro su reloj y vio que llevaba ya cuatro horas leyendo este libro. Cuanto tiempo perdía aprendiendo nuevos conocimientos de esta manera. Sabía que su plan tardaría aun unos días en surtir efecto, pero no podía esperar. Sin embargo, su larga vida le había enseñado a siempre esperar lo peor, así que continuaba con su rutina de lectura por si su plan fracasaba. Que fácil había sido manipular a los peones en su plan, más fácil de lo que se imaginaba, pero tener tantos conocimientos le servía mucho a la hora de realizar y ejecutar planes. Se levanta y camino hacia la parte más escondida de su vasta biblioteca. Ahí, en un lugar privilegiado se encontraba su tesoro. Un libro muy antiguo, escrito en un idioma que solo él y el misterioso M entendían. No le agradaba M mucho, siempre que conocía a alguien que supiera algo que él no sabía 152

no compaginaba con él. Pero sin embargo lo soportaba, ya que le había enseñado la llave para entender aquel libro y lograr poner en marcha su plan maestro. Acarició el libro y una sonrisa se dibujó en su rostro. Pronto, pronto lo sabría todo. *** El guardia de seguridad estaba dando su última vuelta antes del cambio de guardia en el Museo de Antigüedades de El Cairo. Caminar por la cámara de objetos de la antigua babilonia siempre le causaba un escalofrió que no podía comprender. Especialmente cuando caminaba enfrente de una extraña urna de color negro con unas runas rojas. La descripción decía que era una urna funeraria con marcas que aún no habían podido ser descifradas. Aunque pareciera supersticiones tontas, él estaba seguro que podía sentir un aura de maldad emanar de ella. Sonrió, ya que siempre pensaba lo mismo. Su mujer le había dicho en numerosas ocasiones que era un tonto por pensar así. Distraído como estaba viendo la urna no se dio cuenta que una sombra se colocaba detrás de él. Un segundo más tarde se dio la vuelta justo cuando un cuchillo se le clavo en el pulmón, evitando que pudiera gritar. Lo último que pudo ver justo antes de morir fue a dos personas que parecían gemelos parados sobre él, con los ojos brillando. Uno miró al otro y dijo “La alarma ya ha sido desconectada, coge la urna mientras me deshago del segundo guardia y aseguro nuestra ruta de salida. Nos vemos en la salida, Hunahpu” Hunahpu asintió con la cabeza. No le gustaba trabajar para el despreciable Mictlantecuhtli, pero la promesa de liberar a su madre del sufrimiento de Xibalba era lo que lo movía a seguirlo. No era tan sanguinario como Ixbalamque, su hermano, pero sabía que intentar disuadirlo de matar era muy difícil. Rompió el cristal y tomo la urna. Se aseguró de ponerse guantes antes, no por miedo a dejar huellas, sino por la advertencia de Mictlantecuhtli de que no debían de tocar la urna. La envolvió en la bolsa que llevaba para ese propósito y empezó a caminar hacia la salida. Encontró a su hermano esperando en la salida, con un cuerpo a sus pies. Siglos atrás su hermano era una persona tranquila, sin deseos de sangre, pero tanto tiempo sufriendo atrapado en Xibalba lo había convertido en casi un monstruo. Hunahpu también era más violento que antes, pero había conservado más su humanidad. Salieron del museo y caminaron hacia el coche que los esperaba. Ahí una persona recogió la urna, les dio un paquete grande a cambio y se fue. Caminando alejándose del sitio de reunión se cruzaron con un distraído turista que tropezó con ellos mientras consultaba un mapa. “Lo siento, estaba distraído”, dijo el turista. “Mi nombre es Juanan. Estoy buscando el Museo de Antigüedades, me podrían indicar el camino?” Ambos hermanos se miraron mutuamente. Hunahpu sonrió e Ixbalamque se dio cuenta que pretendía su hermano. Cerró los ojos mientras Hunahpu saco su daga y con una velocidad inhumana le corto la garganta. La sangre que cayo sobro el suelo formo un gran charco. Hunahpu recito una oración a Mictlantecuhtli y en el pozo de sangre se formo la imagen del dios. “Ya tenemos la vasija” “Bien, ahora ya sabéis lo que debéis hacer, os esperan en Irlanda.” *** El viejo esperaba impaciente en la plaza Tahrir. Siempre que sus planes dependían de otras personas se ponía nervioso. Él podía controlar todas sus acciones, pero no podía predecir las de los otros seres humanos no le gustaba. Era algo que no conocía, y como todo lo que escapaba de su conocimiento, era algo que no podía controlar. El coche llego 2 minutos tarde, pero ya era suficiente para que el viejo estuviera furioso. Se dirigió hacia el coche y le grito a su subordinado porque había llegado tarde. La explicación de tráfico no le basto, y lo golpeo con su bastón. Tomo la bolsa con la urna y se dirigió al punto donde ya tenía todo preparado. 153

Saco la urna de la bolsa y leyó las inscripciones. Pensar que los idiotas del mueso creían que era babilónica, cuando él sabía que era mucho más antigua, llegando a los tiempos de la Atlántida. Pensar que los dioses habían sido tan tontos como para encerrar en esta urna una parte de aquel ser que habían logrado derrotar con tanto sacrificio. La abrió con rapidez en el centro y procedió a introducir el receptáculo que había preparado. Mictlantecuhtli no sabía que las almas de los que morían por la droga que estaba distribuyendo iban realmente a parar a este receptáculo. El sabia por sus lecturas que la única manera de despertar a la fuente de todos los conocimientos era con un sacrificio, y ahora sabía que tenía suficientes almas para que el sacrificio fuera efectivo. Las leyendas todas eran iguales a través de la historia. A cambio de un sacrificio obtendría conocimientos escondidos, mientras más sacrificio mayores los conocimientos. Lo que Mictlantecuhtli no sabía es que el ritual en el que había participado para vincular la droga a él, también lo había convertido en un sirviente de la Puerta y la Llave. Si la promesa de servirlo de un mortal traía recompensas inconmensurables, que le traería la promesa de servidumbre de un dios? Empezó la invocación con las frases que tanto eran usadas por nigromantes… Y'AI'NG'NGAH YOG-SOTHOTH H'EE-L'GEB F'AI THRODOG UAAAH Un vórtice negro se formó encima de la vasija. Una masa indescriptible de esferas se empezó a formar por encima de la vasija. Relámpagos empezaron a salir de las esferas. La mayoría de la gente que se encontraba alrededor de la plaza Tahir hecha famosa por los recientes disturbios se quedó petrificada al ver la horrenda imagen del dios primigenio. Este día habría más muertes en esa plaza que en todos los recientes meses de conflictos. El anciano solo sonrió pensando en su recompensa.

154

La Llegada Primigenia: El deshielo de Byakhee por LaAnjanaBrenna

Olaus Wormius estaba arruinado, de eso no quedaba la menor duda. El cómo un hombre con la estabilidad económica de la que había disfrutado durante tantos años había terminado hipotecando sus propiedades y viviendo de la caridad era un secreto a voces. Olaus había perdido propiedades, amigos y cordura por su extrema adicción al conocimiento, como El mismo decía. El ansia de conocer es lo que le había convertido en lo que actualmente era. Ir más allá en sus investigaciones en sus hasta ahora fallidas expediciones, le habían llevado a la mas absoluta de las ruinas. Aún así esperaba conseguir los fondos necesarios que le permitiesen finalizar la tarea a la que estaba predestinado. En los últimos tiempos, el mundo parecía haber cambiado lo suficiente como para que las extravagancias del Señor Wormins, fuesen tomadas más en cuenta. Había gastado los últimos ahorros en dormir en una cama blanda, darse un baño y lavar el único traje decente que le quedaba. Ataviado como todo un caballero, incluyendo un abultado y desordenado maletín, salió hacia su destino, El Instituto de Estudio de Sucesos y Entes Paranormales. Los mismos que en el pasado se habían reído de sus ideas, le habían localizado y deseaban hablar con El. ¿Que esperaba Olaus de aquella reunión? … tan solo dinero. Se había estado preparando para esto durante toda su vida. Había comprado libros antiguos, visitados los cinco continentes, hablado con chamanes, brujos, profetas… Lo había intentado en varias ocasiones…fracasadas todas y una nueva oportunidad, quizás la última se cernía sobre El. Tenía el Silbato. Tenía la piedra. Sabía exactamente cual era el lugar. Solo necesitaba poder llegar hasta allí. Al llegar al gran edificio, el Portero le saludó como si de un viejo amigo se tratase. - Buenas Señor Olaus. Cuanto tiempo sin verle. Ya comenzaba a echarle de menos. - Lo mismo digo, Señor Pintor. - Que tenga suerte ahí arriba… - Gracias Pablo. Y la tuvo…. La burla que en otras ocasiones vislumbrase en sus ojos se había transformado en temor. Si, el temor del hombre siempre ayudaba en la financiación de las expediciones. “El hombre gobierna donde ellos gobernaban, Los antiguos Amos volverán a gobernar la tierra” El viaje hasta la Ciudad de Butan en el Tibet, se había hecho mas largo de lo que cabria esperar. El mal tiempo, había retardado los vuelos, el transporte por carretera también estaba siendo dificultoso y algunas líneas de tren estaban fuera de servicio debido a la cantidad de nieve que bloqueaba las vías. Olaus no quiso perder tiempo y desoyendo las advertencias de los lugareños se adentró, a pie en la última parte de su camino. No muy lejos de aquella ciudad se encontraba un pequeño lago 155

congelado, bordeado por una línea semicircular de cordillera que hacía del lugar un perfecto escondite. En la historia de aquel País, muchos eran los que habían utilizado sus cavernas como madrigueras en las que esquivar una muerte segura a manos del poder. Pero ninguno sabía que en aquel lugar se escondía un poder mucho mayor que el que ostentaban aquellos a los que temían.

Bien pasada la media noche, llego Olaus a su destino. No era la primera vez que estaba allí y aún así le costó encontrar la gruta, parcialmente ocultada por la nieve. Tenía las manos entumecidas por el frío, un frío que se colaba por sus fosas nasales reptando, como si tuviese vida propia, hasta golpear con dureza su pecho. No podía desfallecer ahora. Sacó una pequeña pala de la mochila en la que llevaba su equipo básico y comenzó a sacar la nieve que interrumpía su paso. Cuando terminó de cavar lo suficiente para hacer una pequeña apertura que le llevase al interior de la montaña se preguntó si aquella espesa niebla ya estaba a su llegada. No recordaba la sensación de no ver un palmo más allá de su cara. Una vez dentro, prendió un pequeño fuego para calentarse un poco de sopa deshidratada. Se cambió de ropa, sintiéndose menos entumecido y se dispuso a descansar unas horas antes de comenzar el ritual. Necesitaba tener la mente y el cuerpo en estado de lucidez, por lo que pudiera pasar. *** - ¡Chssssss!, está dormido - Thorey giró el rostro hacia las demás con el dedo índice sellando sus labios. Llevaban horas tras el humano, siguiendo su pista sin dejarse ver. El poder atrae al poder y Olaus Wormius no había tenido en cuenta que las Fuerzas desatadas irían tras las huellas que había estado dejando a lo largo de los años. - He aquí al loco invocador. Nuestro Padre y sus informadores tenían razón. Veamos que tiene en su poder. Solo así sabremos que desea despertar- Sigrum hablaba mientras husmeaba entre las pertenencias de Wormius. Dentro de la mochila un montón de papeles enrollados y atados con un fino cordón de cuero aparecieron entre las manos de la Valquiria. Yvette, observaba a sus compañeras custodiando la entrada de la caverna. Las pequeñas llamas de la hoguera de Olaus se reflejaban en sus cabellos rojizos haciendo que estos cobrasen vida. La mano derecha aferrada a la cuerda del arco, que llevaba cruzado a la espalda, jugaba a destensar y tensar la fibra sobre su torso. - Déjame ver Sigrum- Brenna se acerco a la rubia guerrera- creo que aún puedo leer los antiguos símbolos. Thorey y Sigrum esperaron pacientes a que Brenna revisara los pergaminos. Cuando su voz se volvió a escuchar lo hizo a través de un pequeño susurro. - Byakhee. Esta criatura servirá fielmente a quien le invoque. Es un ser alado, bastante rápido en la superficie terrestre. Aquí dice que para convocarlo hace falta un silbato de hierro y plata procedentes de un meteorito. -El invocador debe de tener el silbato… hay que encontrarlo - Thorey se acercó al dormido Olaus. Este se removió en su lecho. Parecía que no tendrían mucho más tiempo antes de que despertase. - Veamos - continuó Brenna - el ritual tardará en tener éxito casi 24 horas. Creo que tenemos tiempo en pensar en cómo actuar. 156

- Deberíamos atar a ese Baykhee - dijo Yvette casi sin dejar terminar de hablar Brenna - Que sirva a los intereses de nuestro Padre. - Deberíamos, sin duda - apoyó Sigrum - ¿cómo atar a una criatura así? Quizás Frigg pueda tejer una red lo suficientemente grande, lo suficientemente fuerte. Thorey e Yvette os quedareis custodiando a la pieza fundamental del ritual, El invocador. Yo iré junto a Brenna a buscar a Frigg. Puede incluso que si la llamamos venga en nuestra búsqueda. - Chissssss, se despierta… a esconderse. Olaus despertó tiritando, el fuego había comenzado a extinguirse y sus sueños no le habían propiciado un buen descanso. Son los nervios de estar tan cerca de poseerle, se decía así mismo mientras resoplaban los brasas y echaba al fuego unas pastillas de madera concentrada. Solo un poco mas de calor y comenzaría los preparativos. Buscó el plano y las instrucciones del culto que tenía de llevar acabo y los contempló con pasmosa lentitud. Tras ello, palpó el silbato que llevaba colgado al cuello y la piedra que guardaba en su bolsillo y salio con una improvisada antorcha a la intemperie. Había dejado de nevar, pero el frío viento no daba tregua. Con la brújula, se orientó, para así ubicar el altar alineado con Aldebarán, la estrella más brillante de la constelación de Tauro. Con las manos semi congeladas buscó las piedras necesarias para construir el portal en forma de uve. Una vez terminada la tarea volvió a la cueva, buscó un poco de la sopa que aun estaba posada sobre las brasas y se calentó el cuerpo a sorbos. La hora había llegado. Yvette y Thorey, lo podían advertir desde el lugar en el que estaban escondidas. El invocador había cambiado sus ropas y salía de la gruta con varios objetos en las manos, entre ellos una botella de un líquido verde y humeante. Ambas esperaban que sus compañeras no tardasen en volver y lo hiciesen con aquello que necesitaban. Aun no percibían su vuelta. Sigrum y Brenna habían contado con la ayuda de Skadi en la búsqueda de Frigg. La gran Dama Valquiria solía estar siempre pendiente de sus chicas, casi como una madre lo estaría de sus cachorros y había salido en su búsqueda cuando presintió que necesitaban ayuda. Frigg tenía justo lo que las guerreras necesitaban. Las Valkirias, sin perder tiempo, emprendieron la vuelta. Skadi las acompañaba, se unía a la batalla. Cuando llegaron al lago helado, escucharon la voz ronca de Olaus como si surgiese de las mismísimas entrañas de la tierra. Es mi voluntada invocar al horror alado. Es mi voluntad que me sirva fiel y dócilmente. A ti, te invoco Byakhee A tus mandíbulas despiadadas, A tus sádicas garras. Yo que soy seguidor del Innombrable. El invocador hizo sonar entonces tres veces el silbato y continúo con su liturgia. Es mi voluntad traerte de nuevo a este mundo. Es mi voluntad atarte a mí. A ti te invoco demonio alado 157

Y con Ello invoco tu poder Yo que soy seguidor del Innombrable. De nuevo volvió a hacer sonar el silbato y tras ello derramo el contenido verde de la botella, sobre un cuenco situado en el vértice de la uve de piedra. El humo verde teñía como por arte de magia la niebla alrededor del altar. Dos veces mas se escucharon las palabras de Olaus y cuatro veces más el desgarrador sonido de aquel silbato. Las Valkirias protegían sus oídos, cubriéndoselos con las manos y aún así persistían en ellos una vez finalizo el silbido. A una señal de Skadi, todas se prepararon. El plan ya había sido trazado. EL último toque de silbato, lo llevaría a cabo Thorey. Con ello esperaban que la criatura, se rindiese a la valquiria, aunque era de esperar que para nada fuese una rendición dócil. Las demás tenían su papel asignado. Sigrum Ataría al invocador. Yvette, Brenna y Skadi apresarían con la red al engendro. Olaus no advirtió la presencia de las mujeres hasta que Sigrum lanzándose sobre El lo apresó, mientras Thorey le arrebataba el silbato. Fueron las palabras de Esta las que ocuparon el espacio, fueron sus labios los que se posaron sobre el frío metal y lanzaron de nuevo un atroz silbido al aire. Y el Byakhee apareció. Aquella especie de insecto gigante, similar a un humanoide alado con un rostro espantoso, dotado de dos armas mortíferas en sus extremidades anteriores, se presentó dejando una brillante estela en el cielo a su paso. Los gritos que profería eran como cuchillos que se clavaban en los tímpanos de quien los escuchaba. La criatura se lanzó hacia Thorey. No era fácil adivinar sus intenciones y más aún cuando Olaus chillaba como un loco poseído que El era su amo. - ¡Hazlo callar! - fue Skadi la que dio la orden. La mano de Sigrum cerró con fuerza la bocaza del hombre y fue entonces cuando Thorey hizo sonar de nuevo el silbato y recitó los versos aprendidos. Es mi voluntada invocar al horror alado. Es mi voluntad que me sirva fiel y dócilmente. A ti, te invoco Byakhee A tus mandíbulas despiadadas, A tus sádicas garras. Yo que soy hija de Odín Es mi voluntad traerte de nuevo a este mundo. Es mi voluntad atarte a mí. A ti te invoco demonio alado Y con Ello invoco tu poder Soy Thorey, hija de Odín. Fue necesario combatir y enredar al Byakhee. Necesarias las monturas, espadas y flechas. Las palabras de Thorey no tuvieron el resultado esperado. Quizás si Odín permitía el sacrificio de Olaus, la criatura consintiese el mandato de su nueva ama.

158

La Llegada Primigenia: El primer acto de Hastur por Marcos Dacosta

Ojos bien abiertos, labios fruncidos en una línea fina y dura, el cursor del ratón temblando en la pantalla plana. Una horrenda sensación sin nombre había tomado residencia en su mente, descomponiendo en su intensidad cualquier intento de razón o lógica. Permaneció sentada frente a su ordenador pero viendo más allá, congelada ante ese súbito abismo de vagos y oscuros presagios que se había abierto ante ella. Era del todo irracional pero, dentro de su incomprensión, una parte de sí misma entendió lo que había visto y ahora aullaba en las profundidades de su cabeza. Se sintió enferma, febriles llamaradas de frío erizando su piel, mas era incapaz de cerrar los ojos y arrastrarse hacia algún lugar seguro lejos del objeto de su espanto. No, necesitaba asegurarse. El tedio de otra madrugada en casa le había llevado hasta aquel video. El tenue brillo de la pantalla tornaba espectral una expresión aburrida, su mentón apoyado en su mano izquierda, el sonido de los ventiladores de la CPU como única compañía. Su hermana mayor lo había colgado en su red social, una simple grabación de la obra de teatro infantil en la que participó su sobrino. Ella no recordaba que en su escuela, cuando era niña, se organizasen esta suerte de actividades, pero supuso que tales eventos habían de ser comunes en el colegio privado al que asistía el pequeño; si bien no el más reputado, sí el más caro en Hiroshima. Cuando el video comenzó todo era normal... hasta que dejó de serlo. Volvió a clickear el botón de play y la habitación en penumbras se llenó de colores cálidos. La luz amarilla de los focos bañaba el escenario del salón de actos, las excitadas voces de los padres formaba una cacofonía de murmullos sobre a la que a duras penas pudo oírse un aviso en el megáfono. Al fondo de la escena, del dibujo de una ciudad oscura a la orilla de un lago surgían deformes torres alzándose hasta un cielo iluminado por dos soles. Líneas inciertas y caóticos colores sin duda realizados por una legión de niños vagamente coordinados. El murmullo de voces dejó paso a un silencio casi reverencial cuando varios pequeños salieron a escena, uno de ellos con una desagradable máscara hecha de papel maché. A pesar del terrible sonido, pudo entender que uno de los personajes, interpretado por una chiquilla de voz chirriante, se llamaba Cassilda. Poco más pudo entender de la obra hasta un momento donde el resto de niños de la clase salen de entre bastidores para entonar una extraña canción mientras los actores principales bailaban en primer plano. Cuando terminó la canción la pequeña Cassilda se acercó al niño enmascarado. – Usted, señor –habló de nuevo con su vocecilla puntiaguda, más para el público que para su compañero–, debería quitarse la máscara. – ¿De veras? –preguntó una voz amortiguada bajo la horrenda máscara. – De veras, es hora –respondió la pequeña Cassilda asintiendo de forma enfática–. Todos nos hemos quitado las máscaras salvo usted. Hubo un pequeño instante de silencio, donde el niño enmascarado se situaba en primer plano, dirigiéndose hacia el público. – No llevo máscara. Era en este punto donde la calidad del video parecía deteriorarse, la pantalla llenándose puntualmente de cuadrados de colores brillantes, el sonido rompiéndose en chasquidos digitales. Mas ella no tenía intención de volver a ver la horrible introducción al segundo acto de la obra, el cursor de su ratón saltándose partes del video, cada vez más corrompido, hasta que llegó a una escena en la que entre el ruido se podía ver claramente cómo una gigantesca figura de más de cuatro 159

metros hecha con listones de madera y cubierta por una túnica amarilla entraba en escena para horror de los personajes, que caían al suelo de rodillas. Era esa inocente figura la que sin duda alguna iba a llenar su noche de pesadillas. Con un gemido de terror apagó el ordenador directamente, sin esperar a que su sistema operativo se cerrase y, tras tumbarse en la cama, se cubrió de mantas más en un infantil intento de sentirse a salvo que para esperar un sueño que estaba segura no vendría. La mañana siguiente le llegó a hurtadillas, aprovechando sus breves momentos de inconsciencia para avanzar con velocidad sobre ella. Al otro lado de su ventana brillaba un sol amarillo, algo que por primera vez en su vida encontró profundamente perturbador. Algo dentro de ella le impidió posar siquiera sus ojos sobre el ordenador apagado en la esquina. Lo ignoró, su mirada recorriendo todo su apartamento salvo esa precisa esquina, como si de un extraño juego infantil se tratase. Para su sorpresa logró lavarse, vestirse, maquillarse y hasta prepararse una tostada con mermelada que terminó en la basura por falta de apetito sin echar tan solo un simple vistazo a la oscura pantalla. Quizá pensó que tal vez así todo sería menos real, que seguía siendo la misma persona de siempre, una que encontraba las obras infantiles adorables y no aterradoras hasta el punto de provocar insomnio. De camino a su trabajo las calles de Hiroshima se le antojaron extrañas, desconocidas, a pesar de que había empleado ese mismo trayecto cinco días a la semana durante los últimos cinco años. Las sombras no estaban situadas donde siempre, los colores se le antojaban distintos, incluso los sonidos de la urbe parecían apagados, como al otro lado de una máscara. Una voz tímida e insegura en su interior quiso culpar al enorme sol colgando en el cielo, pero solo necesitó subir un poco el volumen de su reproductor de música para ahogarla bajo un muro de éxitos de los ochenta. Solo necesitaba dejar su mente en blanco durante unos minutos. Solo necesitaba olvidarse de Cassilda y de la máscara. De esa terrible sensación que le congelaba las entrañas. De la figura alta en amarillo. Sin aviso, sus pies se detuvieron por sí mismos en la entrada a una bocacalle. Sus ojos permanecieron fijos en la acera durante unos interminables segundos antes de girarse a ver mejor lo que quiera que le hubiese llamado la atención de forma tan poderosa. Allí, en una sucia pared cubierta de pintadas soeces, un extraño símbolo del mismo color que aquel sol enfermo parecía brillar incluso a la sombra. Algo en aquel glifo le hizo recordar la obra de teatro, los ominosos diálogos distorsionados en el video, las canciones de notas extrañas y melodías claustrofóbicas. Tomando de nuevo control de su cuerpo continuó caminando hasta su trabajo, poniendo extremo cuidado en ignorar todos y cada uno de los símbolos amarillos que se iba encontrando por el camino. ¿Cuánto tiempo llevaban ahí? ¿Por qué no se había fijado antes en ellos? Su jornada laboral fue confusa y cargada de silencio. Lejos de unirse a sus compañeras en la sala de personal durante el almuerzo, prefirió tratar de masticar su sándwich de máquina en su cubículo. Los números del reloj digital sobre su mesa seguían cambiando, pero ninguna de esas nuevas horas había sido capaz de llevarse con ellas la silueta en amarillo, los símbolos adornando las paredes como ojos atravesando dimensiones entre Hiroshima y el lugar donde el niño enmascarado bailaba bajo los dos soles. El timbre del teléfono le sacó de su ensimismamiento y, al menos durante unos minutos más, le devolvió a una realidad que, en su normalidad, se le antojaba cruel. Como si estuviese gastándole una broma. ¿Es así cómo se siente uno cuando pierde la cabeza? No esperó a que el minutero se arrastrase todo el camino hasta las en punto, a las menos cuarto ya estaba abandonando el edificio sin despedirse de nadie, tratando de controlar un pequeño ataque de pánico. Deshizo el camino entre su trabajo y su apartamento, ojos de nuevo en el suelo tratando de fingir que, a su alrededor, el símbolo aparecía una y otra vez en los recovecos más insospechados, asomándose burlón en el rabillo del ojo, tentándola a encararlo frente a frente. Un juego en el que ella sabía que su cordura estaba en juego. Todo o nada. Su agitado trayecto a través del centro de la ciudad fue interrumpido por una gran muchedumbre que parecía rodear una de las plazas complicando su paso hasta el otro lado. Hombres, mujeres y niños parecían contemplar curiosos un espectáculo, inmóviles y callados como estatuas salvo para, de tanto en cuanto, preguntarse con voz queda sobre la naturaleza de lo que estaban viendo. Casi sin pensarlo, ella se acercó a su vez a echar un vistazo a aquello que tanta atención había despertado. Simple morbo. 160

En el centro de la plaza un numeroso grupo de personas parecían estar haciendo una especie de baile, unos de rodillas, otros realizando extraños gestos con sus manos. Los murmullos hablaban de un Flash Mob, nueva moda llegada al Japón. Se deciá que un cineasta famoso que había estado grabando el evento, Jordi Magester, era su nombre. Hablaban que habia desaparecido hacia unos dias. Todos los noticiarios locales habían publicado con primicia. La ultima vez lo vieron susurrando la palabra amarillo como un demente por los callejones de la ciudad. Desde esa distancia era difícil descifrar los ecos de sus voces. Velas encendidas en el suelo, manos alzadas... ¿eran eso dagas? Los celebrantes giraban, bailando entre ellos casi... casi como aquellos niños en el vídeo. Ella dio un paso atrás, chocando contra otro espectador. Las voces se alzaron, entonando cánticos en un idioma que ella no reconoció pero que le resultaba repugnante al oído. Uno de ellos sacó un spray de pintura amarilla y comenzó a dibujar algo en el suelo. Ella no necesitaba verlo para saber lo que era. Miró a su alrededor con angustia, el grito de auxilio atascado en su garganta. Pero antes de que ella pudiese chillar, del oscuro grupo de personas en el centro de la plaza se escuchó una palabra con claridad cristalina. Esa palabra era un nombre y repicó como una campana en su cabeza. No pudo hacer nada más que huir. Subió las escaleras que llevaban hasta su apartamento de dos en dos. En alguna parte del camino había perdido su bolso, pero eso le daba igual. Cerró la puerta principal tras de sí y, tras cerrar con llave, se aseguró de que todos los cerrojos estuviesen echados. Fue entonces cuando corrió hacia la cocina y vomitó en el fregadero; una vez hubo terminado alzó una mano pálida y débil hacia la alacena y, tras coger un vaso, lo llenó con agua del grifo y lo bebió de una sola vez. Se había vuelto loca. Era la única explicación posible. Necesitaba ayuda. Con paso vacilante se puso a buscar una vieja guía de teléfonos en la sala de estar. Tenía que haberla puesto en alguna parte, ¿pero dónde? No importaba. Llamaría a su madre; ella sabría lo que habría que hacer. Desbloqueó su móvil y pulsó sobre "Mamá". Se lo llevó al oído y esperó que diera señal. Y esperó. Y esperó. Sus manos comenzaron a temblar. Iba a volver a intentar llamar a su madre cuando de fuera vino un ruido lejano, una marea de voces atrapadas entre el horror y el éxtasis. Gritos desgarradores que parecían crecer de intensidad. Dejó caer el móvil al suelo y permaneció inmóvil durante minutos y minutos. Se llevó las manos a los oídos y cerró los ojos, fingiendo que esas voces no repetían aquel abominable nombre una y otra vez. Pronto ni siquiera sus gimoteos podían ahogar el horror en la calle. Sus piernas a duras penas eran capaces de sostenerla y tuvo que tambalearse hacia la ventana, casi como si estuviera borracha. Vio su reflejo en el cristal, una cara pálida y congelada en una expresión de horror. Apartó las cortinas y bajó la mirada. Al principio no vio nada, pero en la esquina al final de la calle pronto aparecieron hombres y mujeres corriendo, chocando contra los coches aparcados, como si fuesen incapaces de verlos para luego continuar su lunática carrera, indiferentes a heridas abiertas y huesos partidos. Luego llegaron los celebrantes bailando, todavía bailando, seguidos de una procesión de gente que aullaba incoherencias que parecían coagular en una sola y horrenda palabra. Y pronto la calle se llenó de un solo color. Era más alto que en la obra de teatro y su presencia fue recibida con enloquecidos alaridos por aquellos que como ella se habían asomado a las ventanas. Los adoradores continuaron recorriendo la calle, anunciando la venida del terror de más allá de nuestro mundo. La figura en amarillo estaba pasando por debajo de su ventana. Ella pronunció entonces el espeluznante nombre casi en un susurro y el Rey la miró. Ella se alejó de la ventana de un salto y comenzó a gritar hasta que sus cuerdas vocales dejaron de emitir sonido alguno y su horror se quedó afónico; luego siguió gritando en silencio.

161

La Llegada Primigenia: El renacer del Horror de Dunwich por Marc Simó

Las extrañas palabras de Armitage en 1928 acerca de la naturaleza de aquel monstruoso horror fueron fielmente recogidas y publicadas por un periodista local que recopiló todas y cada una de las disparatadas versiones de lo ocurrido a los excéntricos pueblerinos de Dunwich y las sacó a la luz con no demasiado éxito editorial. Antes que de una historia verídica o de una historia de terror, el escaso público al que llegó la tachó de sádica sátira de las gentes de Dunwich. Llevadas al oscuro límite de la cordura por culpa de sus excesivos años de anti-cultura endogámica y que había deformado tanto sus físicos como sus cerebros, convirtiéndoles en carnaza de mitologías y folklores más propios del medievo europeo que del actual mundo moderno. Sin embargo, una de esas pocas copias llegó a manos de Joseph Flagstone un joven bibliotecario estatal encargado de custodiar la biblioteca de uno de esos pequeños pueblos al Norte de Salem de los que nadie en su sano juicio visitaría por propia voluntad.

El joven Flagstone apenas tenía 19 años cuando recibió un extraña oferta de alguien desconocido proponiéndole una gran recompensa por permitirle retirar un libro de su biblioteca de manera "permanente". El embalaje estaba firmado por un tal W. Whateley y parecía realmente interesado en una vieja y polvorienta traducción de un libro más antiguo y más misterioso y del que ya nadie recuerda su paradero ni su origen. El ejemplar portaba como título el Necronomicón grabadas en extrañas letras rojas y apenas había sido abierto en dos ocasiones en los más de doscientos años con los que se había fechado la primera vez que se abrió.

162

Al terminar de leer la oferta, dirigió su mirada a la destartalada caja de cartón que venía juntó a ella, contenía tres docenas de antiguas monedas de oro como muestra de la buena voluntad de su nuevo "mejor amigo". Y, aunque le pareció una más que interesante cantidad, las misivas de aviso de su homólogo de la biblioteca de Miskatonic en Arkham le llevaron a decidirse por poner a buen recaudo el libro, las monedas y a posponer la decisión unos cuantos días. Había pasado más de un año desde todo aquello y, ahora, tenía prácticamente olvidada aquella misteriosa oferta cuando el libro de la horrorosa historia de Dunwich llegó a sus manos. Un nombre, Wilbur Whateley, escrito en aquellos terroríficos relatos le hizo recordar su oculto alijo. Y, al ver que tras un año nadie había echado en falta el libro quiso replantearse la sustanciosa propuesta. Dolorosa, penetrante y cruel fue su frustración al descubrir, unos capítulos más tarde... que el mismo día que se envió la carta con la generosa oferta, su interesado benefactor había muerto tras ser mordido por un perro. En ese instante una idea, brillante y clara como la luz del Sol, le iluminó de nuevo su futuro: Hizo los preparativos y cogió lo estrictamente necesario, si su plan tenía éxito le bastaría con el libro, las monedas y un pequeño mapa de carreteras de Massachusetts para empezar su nueva vida lejos de la tediosa y oscura monotonía en la que el destino y Dios le habían abandonado. Al llegar a la vieja finca de los Whateley un leve pero nauseabundo aroma, como un viejo rastro adherido en los mismos cimientos de la montaña, le recibió. Pareciera que ni animal ni planta se hubiera atrevido a acercarse a menos de 30 pies de la derruida granja, los restos de paredes y techos seguían amontonados allí donde hubieren caído meses atrás. El suelo, deformado como por enormes pisadas de un gigantesco y desproporcionado elefante. El aire, pegajoso y viciado en la garganta. Y allí, de pie, con la carta en la mano y rodeado de escombros en los que la nada y la muerte eran las únicas especies que podían considerarse como autóctonas, toda esperanza de una nueva y próspera vida bajo el mecenazgo de su desconocido amigo parecía estar escurriéndose como agua maldita de entre sus jóvenes manos. Pero todo cambió en tan sólo unos segundos. Cuando ya se disponía a abandonar aquel lugar, reparó en el pequeño cobertizo destartalado en el jardín trasero. Una oxidada anilla de poco más de 7 pulgadas abría una trampilla en el suelo que conducía a un improvisado y descuidado sótano. Pieles humanas y de reses decoraban las paredes de la estremecedora estancia que evocaba la imagen de un altar en una cripta, dónde el objeto de culto y adoración no era otra cosa que una pequeña mesa de trabajo debajo de una estantería atestada por igual de polvo, libros y manuscritos. Debajo de la mesa, en un lateral, un cofre con su tesoro le aguardaba plácidamente. Cargó su descubrimiento y varios de los libros y manuscritos y puso rumbo a su nueva vida más allá del océano.

Los viajes del joven Flagstone le llevaron a conocer diferentes ciudades y pueblos del viejo continente. Finalmente a los 27 años decidió establecerse en el que antaño fue conocido como el último pueblo de la tierra, la vida en el pueblo le era familiar y en concreto el acervo cultural de Finisterre le recordaban en cierto modo a su pueblo natal. El día a día estaba profundamente marcado de las artes ocultas y la brujería pagana. sonrió mientras pensaba en la madre de Wilbur. Allí, su vida cambió por completo, decidió comenzar de cero. A pesar de ser un extranjero en extrañas tierras, las gentes del pueblo supieron acoger rápidamente a un joven apoderado americano. Buscó una casa en la que establecerse, y adaptó su apellido por el de Losada, mucho más común en la zona. Con el oro compró en metálico unas cuantas tierras en los fríos aledaños de la villa que le garantizaron renta y liquidez suficiente para no hacer nada más en su vida que dedicarse a la 163

contemplación. Sus aportaciones económicas a la comunidad le granjearon una buena fama entre sus vecinos. A los 35 años conoció a Carmen, una atractiva muchacha 15 años más joven que él, morena, risueña y esbelta, de ojos brillantes y llenos de vida. Joseph se enamoró de ella nada más conocerla. Finalmente logró seducir a la joven hija de los Vázquez y darle los mejores y más felices años de su vida. La felicidad, sin embargo, trajo consigo la peor y más oscura noticia de todas. Tras varios intentos y pasados ya los 40, los médicos comunicaron a la pareja que jamás podrían tener descendencia. La noticia fue un duro golpe para ambos. Pero el amor que les unía era mayor que la mayor pena y Joseph se encargó de que cada mañana su esposa despertara con una sonrisa en sus labios y que cada noche se acostara entre sus brazos. Carmen sólo pudo reprocharle a su marido, que su dedicada y concienzuda atención hacia ella fuera a terminar algún día. En este mundo, tarde o temprano, todo tiene un fin y el de Joseph llegó a finales de 1990, a sus 81 años, por una angina de pecho mal tratada que pudo con él. Viuda y desesperada, la que fue seguramente la mujer más feliz de toda la zona, cayó en profunda pena que fue incapaz de superar en más de año y medio. Una mañana de invierno de 1992, Carmen reunió las fuerzas y el valor suficiente para volver a poner orden en su vida y pasar la más amarga página de su historia. Se había quedado sola, para siempre. Con 68 años estaba condenada a reptar por los últimos años de vida sin nadie que la acompañara, pero se había resuelto a pasarlos con dignidad. Esa mañana subió al desván y se puso a recoger las cosas de su difunto marido, pasando uno a uno por todos los recuerdos encerrados en su memoria. Prácticamente había terminado, cuando encontró una vieja caja de cartón en las que todavía quedaban varias docenas de monedas de oro y algunos libros viejos en mal estado. Tras contar las monedas por tercera vez pudo fijarse bien en aquellos tratados de ciencia oscura y funestas historias. Abrió y leyó, página a página interiorizó cada fragmento y cada pasaje. Y a punto estuvo de, como otros tiempo atrás, pensar que todo aquello eran meras fantasías y alucinaciones de algún enajenado, pero no lo hizo. Las aterradoras palabras recogidas en aquellos volúmenes contaban historias que parecerían imposibles a cualquier lector ajeno. Sin embargo, aquellas monedas de oro eran reales y quizás, sólo quizás, aquellos rituales también lo fueran. El miedo se mezcló con la esperanza, en uno de aquellos tratados de brujería se hablaba de la posibilidad de engendrar un hijo independientemente del estado o de la edad de la madre. Leyó ávida y desesperada una y otra vez las disparatadas aserciones acerca de lo sobrenatural y lo desconocido que prometían llenar aquel oscuro y lóbrego pozo en su corazón, tratando de decidirse a dar la espalda a la voluntad del Señor y abrazar a un Nuevo Dios capaz de ofrecerle aquello que le había sido negado. Advertía empero el manuscrito, en una nota aparte, que el conjuro debía realizarse en local oscuro de más de 17 pies de alto y 20 de ancho, cerrado a cal y canto y en el que jamás nada ni nadie ajeno al ritual pudiera entrar o salir sin consentimiento. El vástago así engendrado debía ser atendido con todos los cuidados al menos durante los tres primeros años y, como un niño normal, no dejaría de crecer hasta pasados los veinte. Sólo una semana le llevo tener todo lo necesario preparado. Al principio se había sentido estúpida por plantearse siquiera que algo así, contra-natura, pudiera funcionar, pero poco a poco se había convencido de que nada malo pasaba por intentarlo. Una de las tierras de su esposo tenia una casa a medio construir, prácticamente al final de la Rúa Cabello, a las afueras del pueblo, torciendo al oeste 164

en dirección a una pequeña cala. Por fuera, tenia la apariencia de estar terminada, las anchas y altas paredes amarillas ocultaban que dentro no había pared alguna levantada. Sería un lugar perfecto, tranquilo y apartado. Unos minutos después de terminar el blasfemo ritual y destrozada por haberse dejado llevar por la fantasía rompió a llorar en mitad de la nada. Le costó varias horas recomponerse lo suficiente como para permitirse salir y afrontar su soledad. Pero al tratar de incorporarse comenzó sentir algo dentro de su cuerpo. Había perdido la cuenta de las horas que llevaba encerrada en aquel descuidado y oscuro almacén, el círculo hecho en blanca tiza sobre el frío cemento se había desdibujado merced de la sangre que había salido de su interior mientras aquel intenso dolor se había clavado en su misma alma como una aguja de lana incandescente. En poco más que minutos se había formado en su vientre, se había desarrollado y había salido de ella. Lo cogió entre sus brazos y lo miró. El llanto se apoderó de sus ojos, en parte por el dolor que había pasado y por otra parte por el hecho de comprender cuan enorme había sido su error al mirar el rostro de aquella criatura. No se puede decir que fuera algo deformado pues su naturaleza le hacía ascos a toda forma que pudiera ser esperada. Era entre blanquecino y etéreo más bien redondo o como un huevo de 13 pulgadas, estaba caliente y húmedo al tacto, una viscosa mucosidad lilácea recubría el cuerpo del recién nacido, la piel hinchada y abultada asemejaba la de un cadáver abandonado varios días bajo el agua. Contaba con un solo ojo encima de una gran boca sin labios y cuatro pequeñas pero hinchadas extremidades que asemejaban tentáculos antes que brazos o pies. Rápidamente, sin soltar a la criatura, cogió otro de los libros y comenzó a recitar otra sarta de blasfemias mientras miraba como aquella cosa tomaba, lentamente, forma de un niño casi humano. Soltó el libro y alzó al niño con ambas manos; lo examinó y lo abrazó mientras sollozaba, de rodillas en el frío y ensangrentado suelo susurró a aquel demonio de otro universo… -Fer… Fernando Losada Vázquez… tu eres mi hijo… Esa noche, ni los avisos de los perros de todo el pueblo con sus incesantes ladridos, ni los de la Tierra con la ira de agua y truenos que se desató en los cielos, fueron atendidos por hombre alguno. Nadie supo que esa noche el hijo de YOGG SOTHOTH había regresado. Nada excepto, quizás, un leve hedor proveniente de la casa amarilla de las afueras pudo haber hecho sospechar a los lugareños que algo tan horroroso y monstruoso se ocultaba entre las paredes de la casa de la vieja Carmen. Si bien su comportamiento se volvió más reservado y ajeno a la vida del pueblo, nadie pudo reprochárselo tras la muerte de su esposo y fue achacado a su avanzada edad. Durante los primeros años, el niño se satisfacía con alimentarse con la sangre de gatos y pequeños animales de la zona pero, a medida que crecía, la madre se vio obligada a comprar y criar animales mayores para sostener las crecientes necesidades de su hijo. Hasta los quince años el desarrollo de Fernando fue exageradamente rápido, hasta el punto de llegar a aparentar la constitución de un adulto de más de veinticinco años ya a los trece. Pero mantuvo las proporciones esperadas para un humano. De su padre había heredado parte de su omnisciencia pero se mostraba tosco con las artes y saberes terrenales, casi como si su mente se llenara cada día de conocimientos ajenos a nuestra realidad. Fue a partir de esa edad, los quince, que su verdadera naturaleza comenzó a imponerse al conjuro que había lanzado su madre años atrás. A medida que pasaban los días, su cuerpo parecía hincharse, como si su piel humana fuera un disfraz viejo que empezaba a quedarse pequeño a lo que realmente vivía en su interior, al verdadero hijo de “El Oculto”. Carmen trató de contener con el mismo conjuro inicial al ser que había dentro de su hijo y que luchaba por salir. Pero los años, la culpa y el imperdonable desgaste físico y mental de criar y mantener a su hijo pudieron con ella. Carmen falleció en diciembre de 2013. No quedó nadie que pudiera controlar, cuidar, alimentar y contener a aquella bestia. 165

¡¡¡KOTHOGA, YGNAIIH YOGG SOTHOTH YGNAIIH!!! Fueron las palabras que se escucharon en Finisterre el 30 de marzo de 2014 pasadas, ya, las nueve de la noche. Quienes pudieron escuchar esas palabras y todavía pueden contarlo, afirman que fue como si sus corazones perdieran toda esperanza por la vida y solamente pudieron quedarse allí, de pie, esperando a ver el amargo final que les ofrecían aquellos chillidos. Aquel monstruo había derruido la casa de los Losada desde dentro, sólo 3 meses más tarde del fallecimiento de su madre, cuando el hambre fue superior a todo otro pensamiento. Cruzó con apenas dos zancadas el terreno que lo separaba del pueblo y se puso a destrozar cuanto pudo en busca de algo con lo que saciarse. Y, de ser posible, mejor si era con sangre. A su alrededor, la tormenta que golpeaba violentamente el lugar llenaba rápidamente las enormes huellas que dejaba el monstruo en barro y asfalto a su paso. Los lugareños, asustados, corrían a entrar en sus casas buscando una falsa sensación de seguridad, pues habían podido ver como salían despedidos cascotes de casas y vehículos destrozados a medida que ese rugido invisible había ido avanzando hasta llegar a la calle principal del pueblo. No sólo sentían el temor de que un monstruo como los de Madrid, Paris o Washington había aparecido entre sus casas, también sentían un horror, más profundo, más visceral, el horror a lo desconocido. No sólo estaban a merced de aquella descontrolada criatura apestosa, que había inundado con su aroma a cobre oxidado y azufre, sino que tampoco podían verla. Este pensamiento duró poco entre aquellos que, a eso de las once y media de la noche pudieron ver como las nubes de tormenta ocultaban el blanquecino rostro de la luna y dejaban el pueblo iluminado meramente con las escasas farolas que todavía quedaban en pie. Por un instante, cuando la luz natural había desaparecido por completo pudieron ver, como allí, de pie, el enorme monstruo succionaba la sangre de una de las hijas de la familia Lago y lanzaba el cuerpo vacío y seco a escasos metros de la ventana de su casa. Ningún parecido quedaba ya con su anterior aspecto, la criatura, tan ancha como alta, se alzaba un par de metros por encima de las casas de su alrededor. Como un gigantesco huevo entre blanquecino y lila, con media docena de cabezas que salían de su cuerpo y otras protuberancias y tentáculos que podían funcionar de extremidades. Con uno o dos enormes ojos saltones por cabeza, escudriñaba en todo momento cuanto le rodeaba, tratando de no perder detalle de cuanto poder llevarse a cualquiera de sus grandes bocas, aberturas en la piel, como profundos y negros cortes, sin labios, pero con afilados dientes y delgadas lenguas que restallaban como látigos al cambiar de dirección. Pronto las nubes volvieron a dejar paso a la luz de la luna y aquella aterradora visión desapareció. Pero no el monstruo. Como si jugaran a un macabro juego de escondite, las gentes del pueblo pasaron la noche tratando de descubrir cuan cerca estaba la muerte de sus puertas cuando, entre víctima y víctima, el monstruo se detenía y rugía su verdadero nombre, el nombre que se había dado a si mismo . Nadie acudió esa noche, ni ninguna otra, mientras el monstruo siguió atormentando Finisterre.

166

La Llegada Primigenia: El encuentro de Itaqua por Marcos Dacosta

El rechoncho hombrecillo de rasgos orientales caminaba por las vacías calles de la ciudad de Washington, escarcha crujiendo bajo sus botas, calva cubierta por la capucha de un sucio abrigo de invierno. El tiempo y el uso continuado habían ahogado los estridentes colores de la prenda, ahora pálidos y muertos bajo la luz de la luna, los atisbos de naranja, amarillo y verde poco más que una broma privada. Bajo la ajada vestimenta el hombre todavía llevaba el mismo traje azul marino con el que había sido abducido por los cuervos hacía ya demasiado tiempo atrás; estaba deshilachado y lleno de manchas, pero le recordaba su antigua vida, la de verdad, esa en la que tenía un seguro cubículo en las entrañas del edificio de su compañía en Tokyo y una casa a la que regresar cuando los neones se encendían y las calles se tornaban ruidosas. ¿Qué demonios estaba haciendo Umehara tan lejos de su ciudad? Lo cierto es que más que demonios, los culpables eran Tengu. Era por ellos por lo que en esos momentos se encontraba deambulando entre nieve, hielo y ventisca; explorador reticente de una ciudad engullida por un invierno florecido a destiempo. Las sedes del Banco Mundial, el FMI, hasta la piscina reflectante más famosa del mundo pasaban a su lado y el solo pensaba en lo hambriento que se encontraba. Cruel. No hacía falta entender los nerviosos graznidos de los Karasu Tengu para darse cuenta de que este frío no podía tener un origen natural. El japonés recordaba los inviernos con su abuelo en la montaña cuando era un niño, cómo el blanco arropaba la tierra y los árboles bajo un silencio sereno; días de risas cálidas que eran ahora ecos a duras penas audibles por encima de una extraña sensación de angustia que parecía haberse anclado a su alma. A su alrededor Umehara no veía la promesa de una primavera, sino el fin de su mundo. Una violenta ráfaga de aire helado le sacó de su ensimismamiento y, tras soltar un gemido de sorpresa, le hizo correr a refugiarse en el umbral de un edificio de apartamentos. El hombre trató de darse calor frotándose los brazos desistiendo al cabo de un minuto. El frío había llegado a Washington para quedarse, y sus huesos no eran excepción alguna. Armándose de valor, decidió asomarse ligeramente y escudriñar el gran fondo blanco en busca de atisbos de edificios con los que orientarse hasta su destino. Como de costumbre los cuervos le habían dejado atrás, saltando de azotea en azotea, graznidos burlones mientras abajo en la calle Umehara lidiaba con callejones sin salida y coches abandonados en la calzada. Fue su señor quien insistió en que el japonés acompañase a los Tengu a investigar murmullos de oráculos en tierras lejanas. A fin de cuentas los cuervos necesitaban un guía en la superficie; el Salaryman sabía que en realidad el término niñera habría descrito su papel con mayor exactitud. Llevaba tiempo sin oírlos. Los graznidos. Decididamente estaba perdido, las calles de Washington le eran extrañas y apenas contaba con puntos de referencia que le ayudasen a navegar esta ciudad congelada. A su alrededor los altos edificios se perdían en la niebla, las hileras de ventanas huecas recordando al humano los múltiples ojos negros de una araña. Aún quedaba gente, atrapada en el interior de la ciudad bien por miedo o por orgullo. Cuando el frío reclamó las calles y sus habitantes, los ciudadanos respondieron con mantas y sopas calientes. Cuando el hielo entró en las casas y arrulló a muchos que no volvieron a despertar la evacuación de la ciudad se hizo inminente. Millones 167

de personas congeladas antes de poder escapar. Cuando cadáveres de aquellos infortunados que se habían quedado atrás comenzaron a aparecer a medio devorar por las esquinas de Washington todos cerraron los ojos por temor a recibir la atención de ese invierno con fauces. ¿Qué demonios estaba haciendo Umehara allí? A lo lejos, entre la tormenta blanca, el japonés adivinó la familiar silueta de la estación, tan solo separada de él por unos cientos de metros que, bajo esas condiciones, bien podían haber sido kilómetros. En su pecho, la sensación de alivio por haberse topado finalmente con el lugar al que él y los cuervos habían sido enviados por su señor, el gran O Tengu, entró en conflicto con el miedo y la angustia que en él despertaba saber que, lo que fuera que le aguardaba en el interior de aquel edificio era algo que no pertenecía a este mundo. O quizá todavía no, y el antinatural frío que había reclamado la urbe y le mordía con más y más insistencia con cada paso que daba era la forma en que aquello que le estaba esperando en aquel lugar trataba de redecorar su nuevo hogar. Tras varios minutos que se le antojaron eternos,buscando carteles para alguna referencia, eracomo ver una película americana en el cine de su barrio. Pero aparte de tiendas lo único que se repetía una y otra vez eran los carteles de Vota a Muork, “Muork es tu senador””De abogado a Senador” “Carrera meteorica” eran los slogans que distraían su mirada de los cadáveres congelados en cada rincón, de algo le sirvió estudiar inglés después de todo. El candidato de moda en las próximas elecciones. ¿Habría conseguido escapar ese tal Muork? . Su cara estaba pegada en cada farola, en cada parada de bus, en cada kiosko. El hombrecillo se encontró frente a frente con la estación de tren. Cristales rotos, puertas destrozadas, el aullido del viento arrastrando la nieve hacia el oscuro interior. Un escalofrío recorrió a Umahara y, al menos tan solo durante un breve momento, el humano se permitió fingir que había sido a causa del aire gélido a su alrededor. Comenzó a avanzar hacia la entrada de la estación, ojos entrecerrados, vista fija en el suelo. Fue entonces cuando se fijó en una solitaria pluma negra, a medio enterrar por la alfombra invernal. Era de esperar que los Tengu hubiesen llegado a este lugar casi media hora antes. A veces el japonés se preguntaba si a su señor le divertía torturarle de esa manera, obligándole a lidiar con los peculiares demonios cuervo. Lo más probable es que fuera así. Maldijo de nuevo el día en que se quedó dormido en el metro de Tokyo y despertó en esta pesadilla. En cuanto puso un pie dentro de la estación de trenes, el antiguo Salaryman supo que algo había salido mal. Terriblemente mal. Una vez dejó atrás las puertas y el ensordecedor temporal, un silencio sepulcral recibió sus primeros pasos en la penumbra. Ni un solo graznido haciendo eco en las vacías salas de la estación, ni el murmullo de un aleteo de negras plumas. Solo un atronador vacío que inundó su mente con un miedo salvaje y descontrolado. Permaneció congelado durante interminables segundos, tan solo su pesada respiración como compañía, resonando entre las losas de mármol y los altos techos abovedados. Se forzó a sí mismo a reaccionar. Puede que fuese un cobarde, pero si de algo no podía acusársele a Umehara era de tener demasiada imaginación. Lo más probable es que los Tengu hubiesen llegado, resuelto lo que tuviesen que resolver en tan tétrica localización y se hubiesen marchado ya a hacer lo que quiera que hiciesen esos malditos cuervos. Era tentador dar media vuelta y regresar al aún aterrador, pero desde luego mucho más familiar, invierno de Washington, pero asegurarse de que ese lugar se encontraba vacío solo le costaría unos segundos de su tiempo. Además, incluso pese al frío, el humano agradecía encontrarse a refugio de los vientos y la nieve. Tras tomar otra bocanada de aire, el japonés se envalentonó lo suficiente como para romper el silencio. –¿... Hola? –preguntó una vocecilla, casi un chillido, que al hombre le costó reconocer como propia. A su alrededor la oscuridad permaneció callada. El japonés lo tomó como una invitación a abandonar ese lugar tan pronto como le fuera posible y ya había comenzado a girarse en dirección a la puerta cuando, del interior de la estación, un estruendo le hizo saltar del susto y volver a prestar atención a las tinieblas. Había sido un ruido pesado al principio y frágil después, como si alguien hubiese lanzado una bola de bolos contra el parabrisas de un coche. Sus instintos le pedían a gritos que abandonase la estación, pero Umehara no podía volver a Tokyo con las manos vacías. Sus piernas temblaron notablemente mientras trataba de abrirse camino hacia el origen de aquel sonido. Meses con los Tengu en los subterráneos bajo la capital de Japón le habían enseñado a caminar con sigilo por miedo a ganarse la ira del demonio rojo o de sus sirvientes. Tras unos metros 168

en sombras, al final brilló una luz blanca y fría. Una parte del techo de la estación se había venido abajo permitiendo que un rayo de luz revelase lo que ocultaba el edificio. Todo quedó en silencio. Ni siquiera Umehara se atrevió a respirar. Las estatuas brillaban bajo la claridad, pequeños copos de nieve descendían desde el techo hasta caer sobre ellas con una serenidad tal que casi tornó el horror del japonés en pánico. A algunas les faltaban extremidades, cortadas limpiamente como en el caso de una vieja escultura griega, otras estaban a medio destruir, cristalinas entrañas de un rosa enfermizo brillando cálidas bajo la luz. El humano había encontrado a los cuervos, silenciosos, congelados. Muertos. Todos muertos. Con los ojos abiertos y la mandíbula desencajada, un confuso Umehara se adentró en el bosque de estatuas con pasos bruscos y torpes, alejándose de los ojos muertos, las garras mutiladas y los picos cubiertos de escarcha; plumas congeladas rompiéndose bajo sus botas. Una de los cadáveres congelados se había caído, partes del cuerpo del Tengu repartidas alrededor del tronco, aunque el humano no estaba en situación de deducir que tal vez ese había sido el origen del ruido que le había atraído hasta ese lugar. Al cabo de unos minutos, el cerebro del hombrecillo fue por fin capaz de abrirse paso a través de la cortina de horror que esa terrible visión había conjurado, sus primeros pensamientos conscientes fueron una plegaria para que aquello que hubiese sido responsable de hacerle eso a los demonios cuervo estuviese lejos, muy lejos, de la estación y, por ende, de Umehara. Tenía que salir de allí y ponerse en contacto con el gran O Tengu, él sabría lo que hacer. Quizá mandar a más Karasu Tengu a encargarse del problema en Washington pero desde luego no a él. El japonés solo quería volver a casa, su señor se lo permitiría. Solo tenía que caminar fuera del edificio y luego seguir hasta dejar el invierno atrás. Con paso titubeante comenzó a dirigirse hacia la entrada tratando de no pensar en el súbito frío que había comenzado a manifestarse. El plan habría funcionado de no ser por una enorme sombra blanca de brillantes ojos rojos moviéndose por el rabillo del ojo del aterrado humano. Fue entonces cuando Umehara soltó un alarido y comenzó a correr entre las estatuas de hielo que horas antes habían sido sus compañeros buscando poner obstáculos entre él y lo que quiera que fuese la criatura que había atisbado en las sombras de la estación. Su huída le llevó hacia los pasillos de la antigua estación de trenes, llevándose las manos a la boca para sofocar su angustiada respiración, sus botas resbalando en el mármol y el hielo. Intentó forcejear con una puerta de madera, gimiendo con desesperación mientras sus manos golpeaban la madera. Su perseguidor se acercaba, podía sentir el hielo en su sangre. Probó otra puerta. Y otra. Se descubrió gritando presa del pánico. Corrió hacia la siguiente, esta adornada con una enorme señal de prohibido el paso. A la cuarta fue la vencida. Irrumpió en la habitación y cualquier idea sobre cerrar la puerta y bloquear el paso a la criatura simplemente desapareció de su mente. Extraños símbolos grabados a cuchillo en el suelo; cinco figuras envueltas en túnicas negras formando un círculo postradas ante el arcano grabado dándose las manos unas a otras; recortes de prensa pegados a las paredes y adornados con terribles mensajes escritos en un marrón sangre; algo sobre el Wendigo. Eran cadáveres. Momias. Desecadas por el frío, hueso y tendones bien visibles bajo la piel amortajada. Un grimorio negro abierto parecía presidir tan horripilante escena, vuelto hacia la puerta, como si hubiese estado esperando a que Umehara entrase en la habitación. El japonés se acercó al libro casi como si fuese presa de un encantamiento. No entendía las palabras, pero estas giraban y bailaban en las páginas, su cabeza le dolía. Solo mirar el texto le hacía sentirse enfermo. Una gota de sangre manchó las páginas del libro rompiendo el hechizo, el humano se llevó las manos temblorosas a los ojos, tratando de protegerse del abominable contenido del libro. Cuando las bajó se dio cuenta de que su nariz estaba sangrando. El hombrecillo dio unos pasos hacia atrás, alejándose de la escena, iba a huir de la ciudad y de los cadáveres congelados, pero sobre todo iba a huir de esos símbolos que le mareaban, de la profunda sensación de maldad que había comenzado a ahogarle. El frío se volvió entonces más cruel, más hambriento. El miedo golpeó a Umehara, líquido caliente bajando por sus piernas, su cerebro incapaz de transmitir orden alguna al resto de su cuerpo. Notó una presencia a su espalda. No te des la vuelta. No te des la vuelta. No te des la vuelta. Umehara ahogó un sollozo. 169

La Llegada Primigenia: Emerge R´lyeh, el inicio de la Segunda Gran Guerra por Fernando Arsuaga

La Antártida El día amanecía perezoso entre las nubes, que habían descargado con toda su furia la nieve, como si quisieran ocultar el lugar elegido por el mandatario de la organización llamada “La Orden”, y mostrar así su disconformidad. Los restos de la expedición que tuvieron que “desalojar” sus subordinados jalonaban el lugar de forma perezosa, intentando olvidar la brutalidad usada para alejar a todos los curiosos de ese lugar, la enorme pirámide de hielo. Al vislumbrarse esos primeros rayos de sol reflejándose en la superficie nívea, comenzaron a aparecer los invitados a tan macabro Aquelarre: Hades surgió, junto un séquito de espíritus aullantes, a través de la tundra, al son de funestas trompetas. Casi a la vez, el gigante de hielo Ymir caminó de forma cansina hacia las heladas pirámides, dejando tras de sí unas enormes pisadas, que iban disminuyendo hasta alcanzar la figura azulada actual, del tamaño de un humano grande. De entre las nubes, una bandada de karasu flanqueaba a su gran líder, O-Tengu, acompañado a cierta distancia de una hermosa y vaporosa mujer, Yama-uba, flotando sobre extrañas nubes amarillentas. La escena se completó con la llegada, al son de tambores, de un pedestal de piedra transportado por una compañía de seres oscuros, con aspecto de personas, de ojos desorbitados y en blanco, en donde reposaba Mictlantecuhtli. Tlaloct hizo su entrada al lado del demonio azteca, surgido de un rayo. M apareció en un helicóptero, que había pasado inadvertido entre las espesas nubes y por no producir casi ningún sonido. Descendió del aparato gracias a una cadena que le sujetó, surgida desde el hielo, mostrando la ubicación del ser llamado Couger. Cuando el silencioso aparato se alejó del lugar, el Maestre de La Orden comenzó a decir: -“Ya casi podemos comenzar el encuentro, solo faltan al…”, la frase fue interrumpida por una carcajada venida desde todas partes. – “No tan rápido, faltando el invitado de honor, nada puede dar comienzo…”- dijo Loki mientras se volvía visible ante los demás. – “No os importará que os haya traído un acompañante...”. – “¡Hermano!, ¿qué haces aquí?” exclamó Hades sorprendido. El dios de los mares le miró de manera inquisitiva: - “Lo mismo que tú, pero ya hablaremos de ello más tarde…” Couger notó una vibración extraña de sus cadenas y se giró en dirección del viento. Casi al unísono, los demás demonios notaron también esas presencias que se acercaban rodando sobre las aguas. El 170

destripado demonio azteca hizo un gesto de tranquilidad para con los demás y sonriendo en una mueca terrible dijo: - “Yo también he traído compañía, invitados también al Encuentro, como tú me pediste” M asintió con satisfacción al ver la llegada de Anubis y Seth, sobre sendos carruajes tirados por caballos mecánicos, resoplando llamaradas a través de sus hocicos. –“Lamento que Tezcalipoca no haya podido venir, tal como me advertiste” comentó M devolviendo la sonrisa al señor de los 9 ríos subterráneos. Por último, Hela hizo acto de presencia descendiendo como un ave con su capa emplumada. – “Ya he llegado, me he auto invitado al saber que mis homónimos de otras casas estaban en la lista. Los muertos no saben guardar secretos, Hades…” - “Siendo así, os invito a entrar al salón de la reunión” y con un movimiento circular de un artefacto, el centro de la construcción megalítica se desdibujó, separando gigantes bloques a ambos lados de la abertura en posturas imposibles, hasta mostrar un acceso hacia otro lugar. Tras un descenso de varios minutos alumbrados por linternas luminiscentes, decoradas para la ocasión, llegaron a una gran sala donde sobresalía la presencia de una gran mesa ovalada de oscura madera rematada en terciopelo rojo sangre con ribetes en dorado vetusto. Las comitivas acompañantes observaron como la “puerta” desaparecía, volviéndose a encajar de forma imposible todos los fragmentos de piedra congelada, y se quedaban solos en las heladas llanuras del Polo Sur, esperando pacientemente el regreso de sus infernales amos. En el amplio salón se sentía la tensión de ver a otros seres de otros inframundos, escudriñando sus respectivas intenciones. Cada comensal se mantuvo de pie vigilante, delante de un sillón, hasta que el anfitrión tomó la determinación de sentarse para mostrar que no existía trampa alguna. La velada comenzó a transcurrir menos tirante cuando se comenzó a comer y explicar lo horribles que eran sus compañeros de panteón, algo en lo que todos parecían de acuerdo. Los sirvientes usaban unas togas similares a la de su Señor M, menos lujosas y sin distintivo alguno, en vez del acostumbrado traje negro. Comenzaron a contarse historias de cuando vivían en una gran ciudad, dándose cuenta que sus relatos se solapaban en muchos detalles... Después de un rato, Hades tomó la palabra y marcó una rotunda conclusión: - “Todos somos Atlantes, diferenciados por familias, siendo los aquí reunidos los de menor importancia entre los suyos…” Y siguiendo el hilo, M continuó: “…y por eso os reuní, para conseguir la importancia que merecéis en vuestras moradas y obtener el poder de los objetos hechos de metal estelar para llegar a ese objetivo…” – “Oricalco, aunque sólo los más poderosos son del metal puro. Otros son aleaciones…, útiles pero con menor potencial…” señaló Couger mostrando sus cadenas, “…pero eso ya lo sabías, Loki…” El dios del engaño se mantuvo impasible, pero un brillo casi imperceptible le delató frente a la mirada flamígera del atlante desheredado. - “¿Entonces, qué ofreces a esta labor y qué pretendes obtener?” exclamó Seth, su afilada cabeza apuntando inquisitivamente a M. – “Simplemente deseo estar en el bando ganador de esta disputa…, y puedo enseñaros la ubicación de muchos de esos artefactos, tales como éste que ya poseo” Mostrando el artefacto que había usado en anteriores ocasiones, lo dejó sobre la mesa. “Es un aparato que antes usaba para doblegar las mentes de los débiles y, gracias a los conocimientos de mi socio, crear defensas momentáneas contra otros seres mucho más poderosos” O-Tengu mostró una mueca de disgusto, pero se mantuvo al margen. Poseidón comenzó a fijarse en la habitación y comenzó a resultarle familiar la arquitectura de la misma. Tras unos breves instantes llegó a una inequívoca conclusión: Este salón era una copia casi exacta de uno de los salones principales de su reino submarino, pero a pesar de ello, poseía un aura ajena a la misma. Al correr las cortinas, solo pudo ver una obscuridad insondable. - “Dado que están las cartas sobre la mesa, ¿podría saberse en qué lugar secreto nos encontramos?” comentó Mictlantecuhtli, al fijarse en el panorama que se veía a través de los ventanales descubiertos. – “Nos encontramos en las profundidades del océano Atlántico” contestó M con solemnidad – “En un palacio del antiguo reino de la Atlántida” 171

- “No es posible, la Atlántida se encuentra sumergida y anegada por las aguas” la voz de Poseidón se endureció y pareció recordar – “Yo mismo he vigilado todo el proceso durante siglos, antes de nuestra marcha” Sin tiempo para discutir, la estancia comenzó a temblar y del suelo comenzó a surgir un cieno verde oscuro, de olor inenarrable, que corrompía la mesa y las sillas dejándolas irreconocibles. Un cántico apagado surgió desde el exterior, desde la profundidad abisal: Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah´nagl fhtagn… Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh swal wgah´nagl fhtagn… Un gran ojo apareció al otro lado del cristal y escudriñó a todos los presentes. Su mirada destilaba el horror y la locura más primaria que el mundo había conocido desde hace eones. Su efigie escamosa y terrible evocaba todas las pesadillas que cualquier ser hubiera soñado en toda la historia del Universo. Con la determinación de un dios, comenzaron a notar como toda la estancia se elevaba a una velocidad vertiginosa, y de manera imposible, las paredes y el techo parecían sostenerse a pesar de la fuerza ejercida. En unos minutos que parecieron horas, de los cristales comenzó a entrar luz solar; y la vista era totalmente increíble. Toda una ciudad se abría paso entre las olas: calles y edificios surgiendo majestuosos de la inmensidad del mar, estatuas y efigies de seres cuidadosamente tallados aunque ajados por el deterioro de la fauna y flora oceánica…y una figura titánicamente inmensa cubriendo con su sombra todo este panorama. Un estruendoso bramido hizo salir de la estancia a todo el grupo, sin saber si el miedo o la curiosidad les instaba a hacerlo. La extraordinaria criatura sobresalía del agua y era bastante más alta que los edificios. Sus tentáculos surgidos por encima de lo que podría ser su orificio oral restallaban en el aire destruyendo sin siquiera proponérselo las puntas más elevadas de los edificios cercanos. Su sola presencia imbuyó a todos los presentes un estado de estupor y horror inconfesables. Con ayuda de una de sus extremidades superiores, alzó su robusto y putrefacto cuerpo abisal sobre la recién elevada ciudadela, posicionando sus extremidades inferiores terminadas en unos inenarrables pies de dedos tentaculares palmeados en lo que parecía la Avenida Principal de la nueva isla. - “…y ésta es la capital del Reino de la Atlántida, estoy seguro…” pronunció solemne Poseidón, “…y por tanto se trata de Lemuria, antiguamente conocida como…” – “…R’yleh” concluyó Anubis. Todos los presentes llegaron a la misma aterradora respuesta, con la inconmensurable visión del enviado de los Primigenios a la Tierra, su mayor y primer mensajero, Cthulhu. Por las calles surgió una marea de horriblemente deformados seres subacuáticos, que entonaban cánticos de júbilo ante el regreso de su señor. Cientos y cientos de seres apodados como profundos rodeando a su Supremo jefe y al séquito reunido por M. El gran sacerdote de los Dioses exteriores observó al grupo, y fijándose en ellos, lanzó desde sus fauces una espora que impactó en el pecho del señor M. Después de estremecerse durante unos segundos, la mirada del Maestre de la Orden se tornó oscura e inescrutable. Con una voz gutural, comenzó a hablar Cthulhu por boca de él: “A través de la mente de este humano conozco vuestros planes. Yo os propongo que derrotemos a vuestros hermanos junto a los verdaderos dioses, mis amos. Los que os opongáis, seréis destruidos. Esto es la GUERRA”

172