RELATOS DE VERANO 2013 Muchas son las personas que acuden a lo largo del año a la Biblioteca Pública de Albacete: unos buscan fantasía, otros información, otros estudiar…. Y hay quienes encuentran en la Biblioteca un lugar, o un motivo de inspiración, para poder escribir. Son escritores. Son NUESTROS escritores, porque escribir es una voluntad, no un don ni un momento de inspiración pasajera. Y los relatos que forman esta “serie” tienen esa determinación. Tienen, en definitiva, algo que contar. Y lo cuentan. Los relatos que te ofrecemos en las próximas semanas no están escritos por autores que puedan consultarse en una Biblioteca: son lectores que, por esta vez, han cambiado la afición de leer páginas por la de escribirlas. Para la Biblioteca de Albacete es un placer ser mucho más que el lugar donde se guardan los libros: queremos contribuir a ese inmenso patrimonio cultural que es una biblioteca con la vida de quienes nos visitan y nos dan la razón de ser. Añadiendo su obra. Suyo es el mérito, nosotros sólo ponemos la intención y los medios. A lo largo del verano y el otoño te ofrecemos el fruto de quienes, con su silencioso trasiego, habitan esta biblioteca. Estás invitado a pasar a leer, estudiar, investigar y… escribir. Disfrútalo.

LA MARQUESA Ana Yeste

Aquella tarde, el autobús estaba abarrotado y el calor era insoportable. Era sábado y, al igual que yo, muchos aprovechaban para ir al centro comercial más grande de la ciudad. Tras la parada en la plaza principal de la ciudad, todavía faltaban siete más para llegar a nuestro destino. Fue aquí cuando subió, no sin cierto esfuerzo, una sesentañera. Resulta verdaderamente complicado resumir la primera impresión que me provocó, así que me veo obligada a dejarlo en “almodovariana”. Observó inquisitivamente el interior y fue sin dilaciones a un asiento doble ya ocupado por una joven. Esta, se apremió a levantarse con el fin de cederle a la mujer el lado de la ventana quedando ella en la zona del pasillo. Las leyes de la física provocaron que la estudiante quedara desterrada al borde del asiento. Entonces, la señora miró fijamente a la chica y, mientras hacía aspavientos, comenzó a conversar con ella en un modo muy dicharachero. La conversación no debió de resultar muy grata para la chica, puesto que, aprovechó la siguiente parada para inventar en ella su destino real.

Seguidamente, la señora, se sentó al lado de un hombre. Y luego, al lado de otro. Y de otro. Parecía estar causando malestar a su alrededor. He de reconocer que, tenía curiosidad por conocer a la señora con quien nadie quería sentarse así que en la siguiente parada decidí acercarme a ella; en el peor de los casos, mi destino distaba de cinco paradas. Al percatarse de mi presencia, dirigió su cabeza hacia la ventana mientras, de reojo, me observaba. , dijo por fin. Quitó las bolsas que ocupaban el asiento de al lado y, con la mirada, me ofreció una vez más su compañía. Yo, con una tímida sonrisa, accedí. , me preguntó. Tras esta carta de presentación, mi desconcierto se hizo patente. La “Marquesa”, no demoró en cambiar de tema iniciando un monólogo de dispares hechos. Los ligaba aún sin establecer ningún nexo de conexión entre ellos. Cambiaba el ritmo y el tono de su voz igual que de tema. Su estilo también mutaba, pasaba de ser Carmen Lomana al Señor Barragán. No entendía muchas de las cosas que decía, pero aún así, seguía sonriendo como única alternativa de respuesta. Entonces, removió entre sus bolsas y extrajo una botella de vidrio. La figura que dibujaban sus formas resultaban artísticamente elegantes. Podría confesar que era una bella fémina hecha botella, esbelta y altiva. La transparencia de su tono azulado,

mostraba un líquido oscuro que iba de un lado a otro por el traqueteo del vehículo. En su superficie, había restos de pegamento de lo que debió ser una etiqueta. - reparó en sus uñas y las mordisqueó-, . Esperó y tanteó mi reacción. Yo me mantenía sonriendo sin saber muy bien qué decir. Ella comenzó a jugar con el colgante de oro que adornaba su busto mientras continuaba con la narración. - Verás, en Burdeos hay unos terrenos propiedad de un Marqués del siglo XIX. Allí, construyó una bodega bajo un pequeño pero profundísimo lago. Sí, sí, ¡bajo un lago! Su intención era conseguir un vino con un sabor único y, tras estudiar las características del lugar, se obsesionó con conquistar su fin bajo esa estúpida idea. Bueno, se cuenta que, cada año, enviaba a uno de sus criados para comprobar que los recipientes que contenían el placer de Baco, se encontraban en perfecto estado. Los pobres criados... ¡la mayoría se ahogaban! El Marqués tenía que conocer el estado de su creación, por lo que no tardó en desarrollar un efectivo método para averiguarlo: enviar a un criado tras otro hasta que el superviviente le informase. Los chavales, por miedo a formar parte de aquel

cementerio acuático, fueron abandonando al Marqués. Decían que no era vino lo que alberga aquella extraña bodega, sino sangre. El Marqués, poseído por la enajenación, decidió adentrarse en el lago para no salir nunca más de allí. Eso sí, no fue sólo, antes de su final, descuartizó a su mastín y a los cinco sirvientes que quedaban. Así, esa noche, la luna llena iluminó el lago pintado de carmín. - . Para su sorpresa, yo había prestado atención a cada una de sus palabras, con las que se deleitaba y que parecían recitadas de memoria. La curiosidad mataría al gato, pero a mí me estaba matando aquella indescriptible situación: yo, al lado de una extraña señora que acababa de conocer en el autobús y que, a modo de presentación, me contaba el sádico origen de una botella de vino. -la Marquesa, abrió los ojos de forma desorbitada y, con satisfacción, golpeó dos veces con la palma de la mano la botella, remarcando la importancia de la misma, y su suerte por conseguirla-. , añadió. Bajo un sentimiento de obligación, la acaricié. Estaba fría, sin embargo, en aquel averno, resultaba reconfortante.

, inquirió satisfecha. Echó un vistazo al exterior a través de la ventana. Seguidamente, clavó sus ojos en mí y sentí su mirada vacía. Incluso, juraría haber percibido cierto cambio de color en sus ojos. Diría que me miraba sin mirarme, o peor aún, con ojos que no eran suyos. Bajó la mirada y cabizbaja, acarició la botella. Sus dedos estaban vestidos por cinco anillos de oro y pedrerías, aunque uno de ellos parecía ser una tira verde y brillante de aluminio preparada a modo de anillo; sus uñas, derrochaban colorido con una tonalidad bermeja a juego con sus labios. . Tomó aire, y durante un eterno silencio, avistó el exterior a través de la ventana. . Mientras pronunciaba estas palabras, su cara comenzó a enrojecerse y su respiración se aceleró. Pasó de travesear con el colgante a ahogarlo con la palma de la mano hasta herirse. La abrió, acarició las marcas, y siguió apretando. Cada vez más fuerte. La grabación automática del autobús indicó la siguiente

parada. Me miró y sonrió con picardía. Juro, esta vez sí, que el color de sus ojos había cambiado. La Marquesa hizo ademán de querer dirigirse a la salida, y me aparté para permitirle pasar. . Acarició mi mano temblorosa a modo de despedida. Antes de que las puertas se abriesen, otros dos chicos se acercaron a ella. Los tres bajaron juntos del autobús. Queriendo averiguar más sobre ellos, escudriñé a través de la ventana. Un hombre con bata blanca fue hacia ellos sonriendo con satisfacción y alegría. Con la cabeza, les indicó el camino por el que debían dirigirse de vuelta a casa. Ya estaba en las afueras de la ciudad. La siguiente parada era el centro comercial. Aturdida por la experiencia, me resultó difícil rescatar de la memoria la razón de mi viaje. Debía ir a comprar comida al supermercado para una cena que, esa misma tarde, decidí realizar en mi casa. Aquella mañana había sonado el teléfono con el encargado de una librería al otro lado de la línea. Su intención era ofrecerme un puesto de trabajo y, tras meses en el paro, la ocasión merecía ser celebrada. Una vez dentro de Mercadona, fui pasillo por pasillo revisando los productos que podía necesitar. Mientras escogía la cerveza que más podría gustar a mis invitados, advertí una botella de vidrio. Por un momento, el tiempo se

paró y llegué a discernir sólo el vertiginoso latido de mi corazón. La botella tenía una figura elegante y el vidrio azulado dejaba transparentar un líquido oscuro. En ella, estaba adherida una etiqueta de aluminio verde radiante con un texto que rezaba “Marqueses de Villena. Tempranillo. Crianza 2007. Denominación de origen La Mancha”. En la parte inferior, una marca de papel fijaba su coste en 2’49€. Sin dudarlo, tomé una de las botellas del estante: ya sabía qué bebida serviría durante la cena. A fin de cuentas, las Marquesas también compran en Mercadona.

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