RECUERDOS DE MI BARRIO 1

RECUERDOS DE MI BARRIO 1 Por Silvio Oscar Villan Fotografía: “Los 25 años de casados de mis padres en el living de casa, con mi hermano y el combinad...
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RECUERDOS DE MI BARRIO 1 Por Silvio Oscar Villan

Fotografía: “Los 25 años de casados de mis padres en el living de casa, con mi hermano y el combinado último modelo, armado por mi viejo. Año 1968”. Cedida por Silvio Oscar Villan.

Corrían los sesenta y yo, con mis primeros años de vida, recuerdo hoy, cómo se vivía en mi barrio, Los Boulevares. En el año 1957 mis padres se trasladaron desde el centro a vivir en este barrio, ya por aquellas épocas huyendo del ruido y del cemento. En esos tiempos los Boulevares era un pequeño caserío con muchas quintas a su alrededor y limitado por el canal maestro al norte, una franja de quintas al sur, la avenida Padre Claret al oeste, y al este el camino al aeropuerto. En 1958 nací en esa casa, precisamente en el dormitorio donde la partera, y no un médico, fue la encargada de traerme a este mundo. Los Primeros recuerdos de mi infancia son: En octubre de 1965 bajo la presidencia de don Arturo Illia, visita Córdoba Charles de Gaulle, héroe de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Pasó por Bv. los Alemanes en un auto negro y grande con banderas y custodiado por otros vehículos. Recuerdo que todo el barrio estaba sobre la ruta y lo saludaban. Más tarde nos enteramos que en un acto público hubo disturbios, disparos y represión policial, ya que se lo vinculaba con la figura de Perón, y había mucha agitación en ámbitos políticos y universitarios. La calle de tierra de mi casa, Bv. los Húngaros; la principal que era Bv. los Alemanes a la que le decíamos la ruta, siendo la única asfaltada; Bv. los Almogovares; y el Bv. los Italianos. En esas calles era donde vivían mis vecinos. La escuela donde hice mis primeros años “Juan María Gutiérrez”. 1 Silvio Oscar Villan presentó este trabajo en el Primer Concurso de Historias Barriales para Radioteatros “El barrio cuenta” organizado por la Subsecretaría de Cultura de la SEU (UNC), la Secretaría de Educación y Cultura y la Dirección General de Coordinación de los CPC de la Municipalidad de Córdoba. Se presentaron 86 historias de 25 barrios de la ciudad. Si bien el trabajo de Villan no resultó dentro de los 11 ganadores del premio, fue seleccionado por su excelente calidad para publicarlo en este espacio.

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La canchita de atrás, a la que llegaba saltando la tapia del fondo de mi casa. Las vecinas tomando mate bajo la parra de casa, contando los chismes del barrio Doña María Alcázar, Doña Eda Jorge, Chichi Arnold, Chita Rosello, alguna que otra más, y mi mamá Doña Anita Brignone de Villan, a la que le gustaba tomar el mate tan caliente que cada vez que me acercaba para tomar alguno me decía “esperá que te lo enfrío un poquito”, y lo mismo te quemaba hasta el alma. Siempre tenían tema para tratar mientras cosían, tejían, bordaban, remendaban y esperaban a que llegaran sus maridos del trabajo; más de una vez aparecía alguno buscándolas porque se extendía demasiado la reunión que se realizaba cada tarde en una casa diferente. Mi padre (Oscar Villan) trabajaba la mayor parte del tiempo en casa, arreglaba y vendía radios, equipos de música, y por esos años comenzaba la TV por aire con todo lo que ello movía, como la venta y colocación de antenas, también las utilitarias mesas con rueditas, o sin ellas, (más de una vez causantes de ocasionales caídas de aparatos). Además en muchos hogares donde la corriente eléctrica era insuficiente el televisor debía de funcionar con un estabilizador de tensión, sino las válvulas no funcionaban... Por aquellos tiempos era todo un arte el lograr que la imagen se viera correctamente, había que buscar la altura y la orientación justa de la antena, que cuando hubo un canal sólo (el 12) no daba mucho trabajo; pero después apareció el 10, complicando la operación, y bastante más tarde el 8, y entonces ya había que colocar dos antenas y renegar un buen rato para lograr una imagen aceptable. En los primeros tiempos de la televisión en Córdoba él le vendió a gran parte del barrio su primer TV en blanco y negro, y recuerdo que al principio no todas las casas tenían. Entonces después de la cena era normal que mi padre sacara el TV al jardín se pusieran sillas en la vereda, y hasta en la calle, para que todo el que quisiera pudiera ver alguna película o series como “Combate, El Hombre del Rifle, Perri Mason, las películas del “Mundo del Espectáculo”, etc. Sin necesidad de invitarlos a cada uno, era ya como un punto de reunión. Las mejores noches eran la de los fines de semana cuando pasaban alguna película, y los que se acercaban traían algo para picar y tomar cuando aparecían las propagandas. En esos momentos se ponían al día con las noticias del barrio y las novedades de los vecinos. También recuerdo las fiestas de fin de año, cumpleaños, carnavales, donde utilizábamos las calles para juntarnos todos los vecinos a festejar, cada uno aportando lo que tenía, y no recuerdo que existieran diferencias entre los que estaban mejor económicamente y los demás. Se regaba la calle, se adornaban los frentes y postes, se preparaban las mesas con caballetes y tablones, se recolectaba hielo de las heladeras en la casa y se los ponía en las de picnic con las bebidas, alguien sacaba algún equipo de música de los que tenían más potencia a la calle y cada familia traía sus discos para que todos sean escuchados. Por aquellos años había mucha solidaridad, como que las alegrías y los problemas se compartían o solucionaban entre vecinos, más que ahora… Los vehículos no abundaban y recuerdo más de una vez por enfermedad o alguna gauchada, movilizar a integrantes de una familia con cualquier vehículo disponible en ese momento. El camioncito de don Gabriel Alcazar, siempre dispuesto, era el indicado para trasladar grandes cosas y cualquier mudanza de los vecinos. La utilitaria de don Emilio Jorge que usaba para el mantenimiento de jardines en el barrio o en el Liceo Militar General Paz, donde trabajaba. En su propiedad tenía, vivero, quinta, gallinas, conejos, perdices, martinetas, patos y toda clase de pájaros. Visitar su casa era como hacer un recorrido por el zoológico y el jardín botánico juntos. Coco y Chichi Arnold vivían al lado de casa, él era visitador médico, y una noche, muy tarde en que él no volvería sino hasta el otro día, la cigüeña tocó a la puerta de Chichi. Entre los nervios de esa mujer y los de mi padre salieron junto a mi madre rumbo al sanatorio, con el único auto disponible en ese momento, que era el nuestro. A poco de llegar nació Laurita y se dieron cuenta que con el apuro de llegar se habían olvidado la ropa para la bebé y algunas otras cosas. Recuerdo que tenían un Renault Gordini y nosotros un Auto Unión, existía una puja sobre esas dos marcas que corrían juntas, y recuerdo después de cada carrera de pista o de montaña, las cargadas de unos sobre los otros según como llegaran. 2

Quién en el barrio no compró cal, arena o cemento en la popular esquina (Bv. Los Alemanes y Bv. Los Italianos) donde estaba “Cal Candonga”, de los hermanos Montserrat (Antonio, Juan y José) Era el negocio más grande del barrio, al frente tenía una báscula, que hoy todavía está, (año 2008) donde se pesaban los camiones y camionetas que cargaban materiales. Tenían su planta procesadora de la piedra caliza al costado de un ramal del canal maestro, este ramal atravesaba Bv. los Alemanes para luego derramarse como riego en las distintas quintas frutales y de verduras hacia el sur del barrio, de las familias: Griffo, Giardi, Tofanelli, etc. En los días de verano solíamos reunirnos para bañarnos en las aguas de estos canales, que por aquellas épocas eran bastante limpias. En sus orillas se quedaban aquellos que le tenían un poco de miedo al agua, o que simplemente se encargaban de la merienda y vigilaban que todo dentro del agua se desarrollara sin problemas. Donde se hacía más profundo nos decían que había remansos y tratáramos de mantenernos alejados, como también de las compuertas que unían los ramales, lugares que estaban envueltos de historias que contaban sobre ahogados y desaparecidos cuyos nombres se desconocían. También existía otro pequeño canal que desviaba el agua para que pasara por la planta de procesamiento de cal, corría paralelo al anterior por muchos metros. Al ser angosto, y estar flanqueado por muchos y muy altos árboles de Siempre Verde, Acacias y cañas, no dejaba entrar los rayos del sol y tenía una apariencia muy oscura y tenebrosa. Le decíamos el canal fantasma, y se contaba de desapariciones de personas, apariciones de animales salvajes peligrosos y ruidos extraños. Como este canal recorría los terrenos de la fábrica, para llegar a él, había que traspasar un alambrado y no dejarse ver por el personal; era toda una aventura de chicos. Como cada tanto los arcos de la canchita donde jugábamos al fútbol (que estaban hechos con troncos muy rectos de Siempre verdes), se rompían, organizábamos una travesía con los más audaces para reemplazarlos por los que crecían solo a la vera del canal Fantasma. Normalmente no llevaba agua, sino en los momentos en que desde la fábrica procesaban la piedra caliza, entonces abrían las compuertas, y un torrente con fuerza debido a la pendiente, producía un rugido que asustaba y obligaba a salir corriendo del cauce. Cuando lográbamos cortar con hachas y machetes los mejores troncos, había que regresar ocultos por la vegetación hasta fuera del perímetro cercado, donde celebrábamos el éxito de la misión. La despensa del barrio era atendida por el matrimonio Valladares, personas muy serviciales a los que frecuentaba casi todos los días, para comprar el pan francés, el criollo, la leche la Lacteo y el vino Luchessi, cosas que no podían faltar a la mesa diaria. Allí se podía comprar desde maíz para las gallinas, ya que muchos teníamos gallineros en el patio, hasta algún regalo que sacaba del apuro a más de un vecino. También era el lugar de poner avisos clasificados o noticias del barrio. Otro lugar de encuentro era la carnicería de los Frigo, también con verdulería, tenía un lugar estratégico ya que se situaba al medio del barrio. Por muchos años fue la única y como tal, para mí el mejor carnicero que conocía…. Siempre daba un poco más y hacía que lo que cualquiera llevara en dinero le alcanzara. Su mujer le ayudaba y siempre tenían la palabra justa y la noticia de actualidad, y ante la pregunta de las amas de casa en cuanto a ¿qué hacer de comer? También aconsejaban el corte de carne o la verdura precisa. Juan y Chita Rosello eran los vecinos más perjudicados por la cancha de fútbol, ya que estaban al lado, por supuesto que le llegaban todas las pelotas extraviadas, o mal pateadas, los gritos, las malas palabras, algunas peleas y las barras que alentaban a los distintos equipos. Realmente fueron fantásticos porque se bancaron muchas cosas que otros vecinos no lo hubieran hecho. Todavía recuerdo su cerco de ligustros deformados por los pelotazos y las ropas tendidas de los jugadores durante los partidos... Un personaje inolvidable fue Joaquín Álvarez, hijo de uno de los dueños del café Álvarez, siempre recorría las calles enrollando un hilo entre los dedos, hablando solo, pidiendo un cigarrillo, o queriendo jugar a la pelota con nosotros en la cancha. Le decíamos “el loquito Joaquín”, hablaba poco y nada coherente, sabía nuestros nombres y los decía en forma burlona; por ahí se quedaba mirándote y salía con algo gracioso, una palabra, un gesto, una sonrisa o una puteada. A veces parecía como que hacía el papel de loco, para 3

burlase de los que parecíamos cuerdos, y otras veces te daba lástima ver como quería decir algo, se le llenaban los ojos de lágrimas, y no podía…. Si de prendas de vestir se trataba, había solo un lugar al cual se tenía que ir, y bien vestido. La tienda de don Pepe Regis, quién cuando uno entraba lo recibía de impecable traje y corbata a la moda, y todo lo que allí se encontraba era de muy buena calidad, desde medias o pañuelos hasta el vestido o traje para una fiesta. Como no había gran variedad de talles, él si veía que la prenda no se ajustaba a tu cuerpo, tomaba el centímetro de sastre y comenzaba a tomar las medidas para entallarla. Entonces llegaba la pregunta de, ¿Cuánto costaría todo?, porque seguramente no sería barato. Recuerdo a mi madre regatear los precios, a lo que él respondía con otra pregunta, ¿Le hace falta, le gusta?...... Entonces lo lleva y lo paga como puede. Luego pasaba detrás del mostrador, sacaba un cuaderno, anotaba las medidas a entallar y detallaba el plan de pagos que el cliente le proponía. Fue un precursor de las tarjetas de crédito! Otra institución en el barrio era la peluquería masculina de don Juan Cechetto, persona muy ordenada, que tenía en una mesa, con un gran espejo detrás, todos los elementos necesarios como si fueran instrumentos de cirugía, (Máquinas de cortar el cabello, tijeras, peines, navajas, etc. clasificado por tamaño e impecables). Recuerdo que desde muy chico mi madre me llevaba y le decía “Corte bien cortito para que le dure”, entonces don Juan buscaba una sillita alta para pequeños y me decía que si me portaba bien y lo dejaba hacer su trabajo me premiaría con caramelos que tenía dentro de una bombonera de vidrio, con toda clase de dulces. Hasta muy entrada mi adolescencia seguía siendo el peluquero del barrio, y aunque me esmeraba en pedirle que me cortara menos de aquí y de allá, cuando salía me daba cuenta que el pacto con mi madre seguía… “bien cortito para que dure” Así fui dejando mi niñez y entrando a la adolescencia, se fueron haciendo nuevas casas con otros vecinos, tuve que dejar el colegio del barrio porque no había secundario, empezamos a hacer fiestas en distintas casas para bailar, me puse de novio con chicas vecinas, nos peleábamos nos amigábamos. El barrio fue creciendo, se había hecho más grande, mi hermano Osvaldo que me lleva 6 años y con el cual no pudimos compartir salidas debido a esa diferencia de edad se casa y alquila un departamento cerca, dejándome la habitación para mi solo. Empiezo a ayudar a mi padre en el taller detrás de casa, y así, como jugando o entreteniéndome con la electrónica, también comienzo a forjar mi futuro laboral, que con esta iniciativa y luego con el refuerzo del estudio, hasta hoy se constituyó en mi sustento y en el de mi hermano, con el cual trabajamos juntos pero no en el barrio. Ya en plena dictadura de 1977 terminando el secundario, entre sirenas, ruidos de disparos, con la policía parándote los sábados a la noche pidiéndote documentos, no me daba cuenta de lo que estaba pasando en el país. No perdí a ningún amigo, ni pariente, ni vecino, por suerte no estaba en ninguna lista. Por ahí pienso, ¿qué hubiera pasado si aparecía en alguna agenda de algún detenido? Hoy, a 30 años de aquel genocidio, me cuestiono qué poco hice por lo que estaba pasando, cómo fue que no me di cuenta? ni aún cuando en el 78 hacía la colimba en el Liceo Militar General Paz llegué a sospechar algo. Hasta llegué a pegar una calco en el auto que decía “Los Argentinos somos derechos y Humanos”, que bien nos engañaron a muchos, y como felicito a aquellos que se dieron cuenta de lo que pasaba e hicieron lo que pudieron. Quizás el barrio se mantuvo ajeno a todo ello por su lejanía del centro y que no había participación política en el sector donde vivíamos. Con el fin de la dictadura me caso y a principios del 1983 alquilo una casita frente al canal en la calle Jujuy a una cuadra y media de la ruta, mi primer año de casado lo paso allí con Susana, que venía de Arguello, y sin embargo aprendió a querer el barrio como yo. En esa casa vivía anteriormente uno de los policías más conocidos, el sargento Rivarola. El y otros estaban asentados en dos garitas situadas: una al lado del puente del canal sobre Bv. Los Alemanes, donde este sargento normalmente estaba apostado, y la otra al frente de la carnicería de los Frigo, donde ahora está el colegio Luis Leloir. A partir del segundo año de casados pasamos a vivir en el departamento detrás de la casa de mis padres, construido por mi viejo mi hermano y yo durante los fines de semana que no 4

trabajábamos en el taller. Allí nació nuestra hija Julieta, Susana se recibió de Licenciada en Historia, y comenzamos a construir nuestra casa en Arguello, donde estaban las canteras de la familia Caparrós. Fue en Noviembre de 1986 cuando dejamos el barrio y nos trasladamos a la nueva casa, donde tres años más tarde nacería Javier. Agradezco todos esos años vividos, las enseñanzas de mis padres, de la escuela Juan María Gutiérrez, los vecinos y los amigos con quienes compartimos tantas horas, y a todos aquellos que de una forma u otra ayudaron en mi formación. Un GRACIAS enorme al barrio LOS BOULEVARES.

Silvio Oscar Villan [email protected] Te: 0351-155527678 Fecha de realización: 16-09-2008 Fecha de publicación: abril de 2011

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