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QUIERO DEJAR DE SER OBESO EL PACIENTE CON OBESIDAD, PERSONA HUMANA Dr. Alejandro Weber Sánchez Director del Grupo Omega y Excelencia en Cirugía. Jefe del Departamento de Cirugía. Hospital Ángeles de las Lomas

Dice el refrán popular que “somos lo que comemos” y muchos lo piensan así, tanto los que sufren la obesidad como los que no. Sin embargo, la realidad de la persona va mucho más allá que sus atributos físicos y tiene dimensiones que la medicina conoce bien al considerar la salud como el equilibrio biológico, psicológico, social y (algunos agregan) espiritual. En un campo tan delicado y tan íntimo como es la medicina, se hace indispensable tanto para el médico como para el propio paciente, hacer consideraciones profundas sobre la persona, porque toda su esfera de acción es por y para la persona, no se trata de una máquina o de un paciente abstracto y despersonalizado, se trata de una persona única e irrepetible, que tiene que ser considerada como tal. Es fundamental tratarla no sólo en su dimensión corporal biológica, sino en toda su complejidad multidimensional. Esto es particularmente necesario al hablar de las personas que sufren obesidad, pues como veremos a lo largo de este libro, la obesidad es una de las enfermedades en las cuales más frecuentemente por desgracia, podemos apreciar el desequilibrio de todas las dimensiones personales. Conocemos personas que sufrían de obesidad mórbida que habiendo sido tratadas de esta forma parcial, aún cuando con la cirugía llegaron a su peso ideal, continuaron padeciendo, tal vez ya no desde el punto de vista biológico pero sí en las otras dimensiones de su persona que no se tomaron en cuenta.

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Weber Para comprenderlo mejor les comparto lo que una paciente que sufría de obesidad me escribió narrando cómo esta realidad de la persona no se respeta y se instrumentaliza desconociendo el infinito valor que tiene tan solo por ser persona: “….gracias por ayudar a sanar de mi alma, mi corazón, mi espíritu y todo mi ser, además de reconstruirme en mi totalidad, a recuperar mi integridad y la confianza en mi misma, ante la sociedad, dejar de ser el punto señalado al que siempre agredían todos por la obesidad, Por esta enfermedad o desgracia, somos sometidos a un trato desagradable, humillante, tan sólo por ser gordos!. ….Antes era utilizada por la gente de mi alrededor y lo aceptaba, pero en cuanto el favor se cumplía, se rompía el encanto y de nuevo las injusticias…..”

En uno de los encuentros que tenemos periódicamente con los pacientes del grupo omega operados y no operados se hizo una dinámica de grupo en la cual se consideraron los valores más importantes para cada uno. Aunque evidentemente hubo diversidad en cuanto a lo que cada quien consideraba lo más importante en su vida, sin duda todos estimaban que era aquello que les ayudaba a su realización y desarrollo como personas, en una palabra a su felicidad. Curiosamente hubo opiniones muy diversas en su jerarquía de valores (amor, dinero, educación, amigos, familia, libertad, salud, honestidad, etc.). Al analizar la obesidad como cualquier otra enfermedad (pues no cabe duda que es una enfermedad) y compararla con otras, se concluyó que evidentemente, ni esta ni ninguna otra enfermedad disminuye en nada su realidad como personas ni su dignidad como tales. Ya es dañino que la mayoría sufran desde el punto de vista físico, para que por factores externos, sufran además desde el punto de vista psicológico y social. Con frecuencia vemos que los pacientes con obesidad sienten marginación y discriminación, lo que les causa una baja importante en la autoestima, pero sobre todo perciben

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Weber que su dignidad es frecuentemente ultrajada por otros por ser obesos, incluso algunas veces en el propio seno familiar, lo que causa alteraciones psicológicas y problemas en su desarrollo personal y social. Es evidente que ni los valores de la persona ni su dignidad, pueden estar en función de su saludni de su constitución física, pero la realidad que perciben estos pacientes pareciera ser otra.



Si bien la obesidad es un flagelo para la salud, no debe alterar la maravillosa verdad de la dignidad de la persona, que es la realidad más valiosa del universo a la cual ninguna enfermedad puede restar valor.

Después de que llegó a su peso normal Maricarmen nos relató: ”Lo más impactante para mí, es cómo me acostumbré y me las ingenié para ser invisible ante la gente para sobrevivir en mi humana realidad con mi obesidad. Ahora al recobrar mi peso normal, de pronto nuevamente soy vista! La gente te regresa la mirada, te sonríe, te habla y te nota. Esto es un gran aliciente para tu autoestima y te motiva a seguir, hasta llega el momento…en el que estoy yo ahora contenta conmigo misma, es monumental… te ves flaca y feliz contigo, por el resto de tus días!!!!” Por ello más que nunca en esta época de lo material, de lo utilitario, de lo desechable, de lo mutable, es necesaria una reflexión sobre quién es la persona. Con ello hemos querido iniciar este libro que está escrito especialmente para los pacientes y los que se preocupan de verdad por ellos, ya que es a estas personas a quienes queremos tratar y ayudar a devolver su

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Weber equilibro, su salud y su armonía integral y no sólo ofrecer el peso adecuado a alguien sin rostro ni personalidad. Aunque este tipo de reflexiones requieren un espacio amplio para ser tratadas, nos esforzaremos por dejar en claro que si bien la obesidad, como se tratará a lo largo del libro, es un flagelo para la salud, no debe de ningún modo alterar la maravillosa verdad de la dignidad de la persona, que es la realidad más valiosa del universo a la cual ninguna enfermedad puede restar valor. El Hombre es un organismo vivo. El cuerpo de una persona muerta ya no es considerado como un hombre, aunque merece todo el respeto por haber sido la persona que fue en vida. El hombre ocupa un espacio, se puede medir y pesar, ocupa un espacio entre los cuerpos. Como todo organismo está compuesto de materia, formado por átomos de diversos elementos y moléculas, estos a su vez se constituyen en las células que forman los órganos que tienen diversas funciones que hacen que sigamos con vida. El hombre se forma en el útero materno y nace, crece, se desarrolla y pasa de niño a adulto, está sujeto a todas las leyes de la materia orgánica, no puede evitar la enfermedad ni la muerte. Sin embargo durante toda la vida, desde su nacimiento hasta su fin, a pesar de los cambios y transformaciones (incluidas las enfermedades, deformaciones, pérdidas orgánicas y otras eventualidades) la persona no cambia su naturaleza ni su identidad. Pase lo que pase, sigue siendo la misma durante toda la vida. El cuerpo humano (el organismo por el cual está el hombre en el mundo) es el primer dato de la identidad del hombre y lo que lo distingue visiblemente de otros organismos con vida, tanto vegetales como animales y también de los otros hombres. Tiene funciones vitales como el latido del corazón, la respiración y otros datos medibles que nos permiten afirmar que

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Weber está dotado de vida. Tiene sentidos, que aun y cuando puedan tener alteraciones o faltar, permiten percibir los estímulos, es decir, nos dotan de un conocimiento sensible. Este conocimiento de percepción también lo tienen los animales, incluso en algunos aspectos puede superar al del hombre (hay animales que tienen mejor oído, olfato, vista que los humanos), pero en ellos tiene una finalidad estrictamente biológica porque con ellos se evitan las cosas nocivas y se buscan las necesarias para el sustento. En el hombre, van más allá de la sola función biológica y además de permitir la conservación de la vida y el cuerpo, se ordenan al conocimiento intelectual, que entiende no sólo a través de ideas innatas (como en los animales) sino además, por medio de ideas tomadas de los sentidos y presenta estos datos a la inteligencia para captar, juzgar y razonar. Además de los actos que realiza originados y ejecutados directamente por el cuerpo como alimentarse, ver, tocar, desplazarse, etc., en el hombre se realizan otros actos que no dependen directamente del cuerpo, ya que no son materiales, no pueden medirse, no son concretos y le son propios, específicos y exclusivos. Algunos comportamientos del hombre requieren actos no materiales

como

pensar,

desear,

elegir,

amar,

odiar,

angustiarse,

compadecerse, etc. Con el pensamiento el hombre elabora “ideas” no materiales, abstractas, universales. Por ejemplo, cuando la persona piensa en una realidad que conoce, como “silla” o “mesa” puede abarcar con el pensamiento a las sillas o mesas con las características o cualidades que las hacen ser tales y representarlas a todas ellas en su mente. También puede pensar en una silla o mesa en particular con las características que distinguen a una de estas en particular,

mismas que la hacen diferente a las otras

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Weber conocidas; capta lo particular a la vez que lo trasciende para captar el todo universal. Las ideas abstractas y universales que experimentan sólo los seres humanos no tienen una realidad material, no pueden ser pesadas ni medidas, menos aun otros conceptos que no existen en sí mismos, sino sólo como cualidades de seres concretos, como por ejemplo la bondad, la sabiduría o la justicia (no existe la “bondad” sino el hombre bueno, no existe la “sabiduría” sino el hombre sabio, etc.). Ningún animal tiene estas ideas abstractas y su conocimiento es sólo sensible e innato, infuso en su naturaleza para la conservación de la vida y de la especie. Pueden captar sensaciones porque están dotados de sentidos, pero conceptualizar, juzgar y razonar es propio sólo de la persona, ningún animal es capaz de hacerlo. Con las ideas abstractas hacemos juicios y razonamientos, se hacen afirmaciones universales, relaciones de causa-efecto, reflexiones, y podemos llegar a ciertas ideas reflexionando sobre otras. Empleamos un lenguaje para expresarlas. El hombre habla, expresa su pensamiento mediante la palabra, el hablar es una característica

específicamente humana. Los animales se

comunican con otros animales a través de señales, una especie de lenguaje, pero no se puede decir que hablan. El lenguaje animal usa señales de comunicación fijas e inmutables:

el león ruge, la gallina cacarea, el perro

ladra, pero siempre de la misma manera, en todo el mundo y en todo tiempo. En cambio el lenguaje humano cambia de lugar a lugar, de época a época. El lenguaje animal es natural, pertenece a su naturaleza, mientras es claro que el del hombre es un lenguaje convencional, pertenece a su naturaleza, pero es establecido de común acuerdo con otros hombres y puede adoptar al

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Weber aprenderlo lenguajes diferentes. El lenguaje humano es simbólico, es decir expresa su pensamiento con signos de voz, gráficos o de otro género, creados por él mismo, que no tienen una relación natural y necesaria con lo que indican. Por ejemplo: entre la palabra “casa” escrita o hablada, no existe ninguna relación natural con la construcción que tal signo significa. Por ello, diversos lugares usan

palabras diferentes para designar la misma cosa

(casa=house=haus=domus). Por otra parte, hay sentimientos que percibimos en nuestro interior que no se pueden dimensionar, como el amor. No se pueden medir tampoco, no ocupan espacio, pueden siempre crecer y modificarse y a pesar de que no son tangibles podemos compartirlos con otras personas. Tenemos también la capacidad de hacer elecciones libres, de querer u optar por una cosa en vez de otra, no sólo en base a nuestros instintos, sino en ocasiones aun

en contra de ellos (como no comer, aún cuando sentimos

hambre), de escoger un color en vez de otro, de escoger una carrera en vez de otra, o de ver televisión o leer un libro. De estas elecciones libres sentimos la responsabilidad, el peso de la decisión, ya que está en mí elegir una cosa u otra. Por ello, podemos sentirnos dignos de alabanza o de reproche por las elecciones que hacemos cuando las confrontamos con una valoración éticomoral, según juzguemos que lo que hacemos está bien o mal. Todos estos actos suponen y requieren del hombre una capacidad cualitativamente diferente a la de la materia, es decir inmaterial, abstracta y universal. Puesto que todos estos actos no materiales, es decir, por no ser reducibles a las nociones espacio-temporales, se requiere de una capacidad igualmente no material como su fuente y origen, distinta a la del cuerpo

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Weber material. Dicha capacidad es llamada espíritu o alma espiritual. A diferencia de la materia, la existencia del espíritu no puede demostrarse científicamente porque no es una realidad empírica, pero por la misma razón, tampoco podrá negarse

científicamente.

Si

hay

en

nosotros

actos

no

materiales,

necesariamente la causa de esos actos no puede ser material, el origen de ellos no radica en el cuerpo, es decir, requieren de algo inmaterial que los origine, por ello, es un hecho que el hombre es un ser espiritual. El hombre además de ser racional, está consciente de su existencia, de su existencia encarnada y le son específicos sólo al hombre, esta interioridad o conciencia de sí mismo y su libertad de elección. Ya lo decían filósofos clásicos como Boecio: la persona es el individuo de naturaleza racional o Plotino quien definía la esencia del hombre a partir de su interioridad. Dicho de otra forma como Joseph De Finance: el hombre es un “espíritu encarnado”. El cuerpo material y el alma espiritual forman la persona humana. La unión es tal que no existe persona sin la existencia del uno o de la otra, y viceversa. Es una unión vital, sustancial. En la persona, el cuerpo es cuerpo humano porque está presente el alma y el alma es humana porque vivifica un cuerpo. La persona es un sujeto, alguien que pertenece a sí mismo, que existe en sí y por sí, y no en relación con, o con dependencia de otro. Tampoco es más o menos persona por sus características como el color de ojos, o si tiene pelo o no, de si hay algo que lo distinga de los demás como la falta de un miembroo la disfunción de un órgano. Otros atributos incluyendo el peso de su cuerpo, no le quitan ni le dan la cualidad de persona, no importa cuanto sea el exceso o su decremento en relación al resto de las personas, esto de ninguna manera

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Weber cambia su condición, ni su naturaleza. Ser sujeto personal, implica tener valor propio y no sólo como un objeto que puede ser utilizado o poseído. Las cosas tienen un valor instrumental, es decir sirven para algo. Ser sujeto personal es la condición real de la presencia de determinadas capacidades, del ejercicio de ciertas operaciones y la manifestación exterior de comportamientos precisos, su identidad permanece indefinidamente en el tiempo. Una persona siempre es la misma persona y el mismo individuo con la misma identidad personal a pesar de los cambios físicos que pueda experimentar. La persona es única e irrepetible, se distingue numérica y cualitativamente de los demás. Toda persona es singular, inconfundible, insustituible, única. La razón propia y específica del respeto debido a cada ser humano, se debe a que es una persona única e irrepetible. La persona es un ser racional, esto no quiere decir solamente que hace actos racionales como pensar, hablar, etc. sino que su ser es espiritual. La racionalidad no es un acto que la persona hace, sino un modo de ser. Se es o no se es racional y consecuentemente se pueden, o no se pueden hacer “actos racionales”. Racional indica tener todas las capacidades superiores del hombre (inteligencia, amor, sentimientos, moralidad, religiosidad aun cuando esta capacidad no se manifieste plenamente. En las personas, estas capacidades siempre están presentes como capacidad y potencial esencial: así también la persona quien duerme, el minusválido, el que padece SIDA o una enfermedad mental o terminal, el embrión, el obeso. Un individuo no es persona porque se manifiesta como tal, sino al revés, se manifiesta así, porque es persona. Como el perro no es perro porque ladra, sino al revés, ladra porque es perro, lo mismo sucede con las manifestaciones de la persona. El criterio fundamental

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Weber se encuentra en la naturaleza propia del individuo. La persona es o no es; el estatuto personal no se adquiere o disminuye gradualmente, sino que es un acontecimiento instantáneo y una condición radical. Con frecuencia se oye decir que el hombre es persona cuando es capaz de manifestar determinadas propiedades, como la libertad, la capacidad de establecer una vida de relación, la conciencia de sí, incluso hay quien desprecia a las personas y que las discrimina por tener determinadas limitaciones o características diferentes a las de los demás, la obesidad como leímos al principio, es un ejemplo claro. Reducir a la persona sólo a sus funciones o atributos, es ignorar su valor intrínseco y produce una peligrosa discriminación entre quien tiene y quien no tiene determinados requisitos. La persona, unidad de cuerpo y alma; toda persona, por el hecho de serlo, tiene la misma dignidad. El concepto de persona expresa lo más perfecto que hay en el universo. Al concepto de persona está ligado intrínsecamente el de dignidad y valor. No existe la dignidad en ninguna otra de las realidades del mundo. No hay más dignidad que la de la persona, sólo de la persona podemos decir que es digna y no hay persona que carezca de dignidad. Y aunque cada persona es, efectivamente, digna, la dignidad de todas es idéntica porque cada una es digna, no por ser una persona, sino por ser persona.



La persona es un sujeto que pertenece a sí mismo, que existe en sí y por sí, y no en relación con, o con dependencia de otro.



No es más o menos persona por sus características, éstas no le quitan ni le dan la cualidad de persona, ni cambian su condición, ni su naturaleza. Ser sujeto personal, implica tener valor propio.

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Es la realidad que fundamenta o dota de valor al universo entero. Si el universo careciera de la persona, perdería su carácter de universo, pues faltaría el sujeto –la persona- capaz de omnicomprenderlo. Como lo refiere Carlos Llano en su libro: Como lo dice agudamente Chesterton: “el agua no tiene sed, y el ser no sabe que existe”. El universo sería lo mismo que nada, o un conjunto caótico de átomos, si no hubiera persona alguna que pudiera comprenderlo y concebirlo en su unidad y coherencia. Todo lo que hay en él tiene un valor, en la medida que se relaciona con la persona. Todas las amplísimas extensiones universales de la materia no tienen valor si no hay entre ellas, dígase así, una chispa de espíritu.

La razón fundante del valor y dignidad está en el hecho de que la persona humana goza de una interioridad que la constituye como sujeto único y la abre al absoluto y, por lo tanto, es fin en si misma; esto hace que posea una inviolabilidad y derechos y deberes fundamentales. El valor eminente de la persona, su dignidad y su no disponibilidad a ser medio o instrumento para otro, se basa en la apertura por la que el espíritu es espíritu; por tanto, en el hecho de que el hombre no es sólo materia, sino también espíritu, o mejor dicho, es un espíritu encarnado. La “personalidad”, en contraste, expresa la progresiva manifestación de las características de la persona. Tales características le permiten alcanzar el desarrollo gracias a factores físicos, sociales, psicológicos y morales. Es un deber el desarrollar con todas nuestras capacidades, la plenitud de nuestra

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Weber personalidad, es decir, todo aquello “bueno” que podemos llegar a ser. Mejorar, crecer, ampliar, extender, corregir. Cumplir nuestro destino utilizando los medios a nuestro alcance para ser mejores. Debemos estar conscientes de esta maravillosa realidad, de nuestra persona que es igual a la de todas las personas. No importa que características físicas tengamos o no tengamos, no importa si somos más o menos inteligentes, esta dignidad es propia, irrevocable y debemos estar felices y orgullosos de ella y honrarla con un comportamiento acorde a nuestra dignidad.



Reducir la persona sólo a sus funciones o atributos, es ignorar su valor intrínseco y produce una peligrosa discriminación.



Toda persona por el hecho de serlo, tiene la misma dignidad. El concepto de persona expresa lo más perfecto que hay en el universo.

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REFERENCIAS

2. El Hombre espíritu encarnado. Compendio de filosofía del hombre. Ramón Lucas Lucas. Ed. Atenas. Madrid 1981. 3. Dilemas éticos de la empresa contemporánea. Carlos Llano Cifuentes. Fondo de Cultura Económica. México 1997.

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