Primera Lectura 1Reyes 19, Salmo responsorial Salmo 15 (16)

01/07/2007 Liturgia del domingo XIII del tiempo ordinario Primera Lectura 1Reyes 19,16.19-21 Ungirás a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel, y a...
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01/07/2007

Liturgia del domingo XIII del tiempo ordinario Primera Lectura

1Reyes 19,16.19-21

Ungirás a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, le ungirás como profeta en tu lugar. Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Pasó Elías y le echó su manto encima. El abandonó los bueyes, corrió tras de Elías y le dijo: "Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré." Le respondió: "Anda, vuélvete, pues ¿qué te he hecho?" Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó, asó su carne con el yugo de los bueyes y dio a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elías y entró a su servicio. Salmo responsorial

Salmo 15 (16)

Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio. "Yo digo a Yahveh: ""Tú eres mi Señor.mi bien, nada hay fuera de ti""; " "ellos, en cambio, a los santos que hay en la tierra: ""¡Magníficos, todo mi gozo en ellos!""." Sus ídolos abundan, tras ellos van corriendo. Mas yo jamás derramaré sus libámenes de sangre, jamás tomaré sus nombres en mis labios. Yahveh, la parte de mi herencia y de mi copa, tú mi suerte aseguras; la cuerda me asigna un recinto de delicias, mi heredad es preciosa para mí. Bendigo a Yahveh que me aconseja; aun de noche mi conciencia me instruye; pongo a Yahveh ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre. Segunda Lectura

Gálatas 5,1.13-18

Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros! Por mi parte os digo: Si vivís 1

según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Lectura de la Palabra de Dios

Lucas 9,51-62

Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» Homilía El pasaje evangélico nos presenta a Jesús en un momen¬to de cambio de su vida. En efecto, en el versículo inicial leemos que se iban cumpliendo los días de su “asunción”. Ante esta inminencia, Jesús «se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» (literalmente: “endureció su rostro hacia Jerusalén”). Se trata de una decisión firme e inamovible. Jesús sabía qué significado tenía para él subir a Jerusalén: es decir, la muerte como conclusión del enfrentamiento decisivo con los jefes religiosos. En otras partes del Evangelio se habla de la oposición de los discípulos a esta decisión del Maestro, ya que también habían intuido el peligro que Jesús corría. Pero la predicación del Evangelio en Jerusalén era decisiva para Jesús; un poco más adelante dirá: «Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13, 33). A partir de este momento, el evangelista, hace recorrer a Jesús una larga peregrinación hacia Jerusalén. No se trata de una sencilla sutileza literaria. Para el evangelista, el viaje a Jerusalén es un emblema de toda la vida de los discípulos: ser peregrinos hacia Jerusalén, la ciudad de la paz. El Evangelio habla de la Jerusalén terrenal (¡qué impor¬tante sería que los responsables políticos se encaminasen “decididamente” hacia esta meta! Toda ciudad tiene derecho a la paz; Jerusalén la lleva escrita en su mismo nombre). En realidad, la meta es la Jerusalén del cielo, la plenitud del reino de Dios. En este viaje de Jesús, el Evangelio nos guiará para estar junto a él. Podemos comparar el Evangelio que nos será anunciado domingo tras domingo con el manto que el profeta Elías echó encima de Eliseo, como hemos escuchado en la primera lectura de la liturgia (l R 19, 16.19-21). Elías encontró a Eliseo, que estaba arando con doce bueyes; al pasar por su lado el profeta le echa el manto encima. Eliseo, anota la Escritura, «abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías». Eliseo no quería perder su unión con el profeta. Pero Elías desapareció y a Eliseo le quedó el manto del maestro. Cada domingo el Evangelio será para nosotros este manto, echado sobre nuestros hombros, para que podamos correr detrás de Jesús. Y no será un yugo pesado que aplasta. Al contrario, nos es dado para nuestra libertad. El apóstol Pablo, en la segunda lectura (Ga 5, 1.13-18), lo dice claramente: «Para ser libres nos ha liberado Cristo. 2

Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Vosotros habéis sido llamados a la libertad» (vv. 1.13). Y la libertad es, precisamente, poder seguir a Jesús en este viaje. Los dos episodios que se recuerdan en el Evangelio de este domingo lo explican bien. El primero está ambientado en un pueblo de samaritanos, una comunidad hostil a los hebreos. Cuando dos discípulos van a pedir a los habitantes de aquel pueblo que acojan a Jesús se encuentran ante un claro rechazo. La reacción de los discípulos también es clara e implacable: «"Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?". Pero, volviéndose, les reprendió» (vv. 54-55). Nosotros también habríamos reaccionado como aquellos discípulos. Pero Jesús no está de acuerdo. El Evangelio no reacciona como lo hace el mundo; y nunca lo hará, afortunadamente. ¡Ay si tuviésemos que aplicar la conocida ley: «Ojo por ojo y diente por diente». Todos seríamos ciegos y desdentados. Seguir el Evangelio quiere decir acoger a Jesús y a su espíritu en nuestra vida, seguirlo sin reservas. La palabra: «sígueme» es el nexo entre varias escenas evangélicas. Debería, análogamente, unir nuestros días al Señor. Seguir a Jesús, unirse a él, implica muchas disociaciones, cortes y separaciones, como nos explican las paradojas del funeral del padre y del saludo a ¬la familia, prohibidos al discípulo. Jesús no quiere impedir actos de piedad y de humanidad. Quiere afirmar con claridad inequívoca la primacía absoluta del Evangelio en nuestra vida. No se trata de la pretensión del más fuerte. Él sabe que no existe libertad fuera de él: o libres con él, o esclavos de muchos amos de este mundo. No hay alternativa. Pero Jesús nos quiere libres. Está dispuesto incluso, por este gran don de la libertad, a renunciar a su propia vida. Ésta es la razón última de la grave afirmación final: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios» (v. 62).

***** 02/07/2007

Memoria de los pobres Canto de los Salmos

Psaume 102 (103)

Bendice a Yahveh, alma mía,del fondo de mi ser, su santo nombre, bendice a Yahveh, alma mía,no olvides sus muchos beneficios. El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, satura de bienes tu existencia, mientras tu juventud se renueva como el águila. Yahveh, el que hace obras de justicia, y otorga el derecho a todos los oprimidos, manifestó sus caminos a Moisés, a los hijos de Israel sus hazañas. Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor;

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no se querella eternamente ni para siempre guarda su rencor; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso aleja él de nosotros nuestras rebeldías. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahveh para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo. ¡El hombre! Como la hierba son sus días, como la flor del campo, así florece; pasa por él un soplo, y ya no existe, ni el lugar donde estuvo vuelve a conocerle. Mas el amor de Yahveh desde siempre hasta siempre para los que le temen, y su justicia para los hijos de sus hijos, para aquellos que guardan su alianza, y se acuerdan de cumplir sus mandatos. Yahveh en los cielos asentó su trono, y su soberanía en todo señorea. Bendecid a Yahveh, ángeles suyos, héroes potentes, ejecutores de sus órdenes, en cuanto oís la voz de su palabra. Bendecid a Yahveh, todas sus huestes, servidores suyos, ejecutores de su voluntad. Bendecid a Yahveh, todas sus obras, en todos los lugares de su imperio. ¡Bendice a Yahveh, alma mía! Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 36,1-13

Del maestro de coro. Del siervo de Yahveh. De David. Un oráculo para el impío es el pecado en el fondo de su corazón; temor de Dios no existe delante de sus ojos. Con ojo harto lisonjero se mira, para encontrar y detestar su culpa; las palabras de su boca, iniquidad y engaño; renunció a ser sensato, a hacer el bien. Sólo maquina iniquidad sobre su lecho; en un camino que no es bueno se obstina y no reprueba el mal. Oh Yahveh, en los cielos tu amor, hasta las nubes tu verdad; tu justicia, como los montes de Dios, tus juicios, como el hondo abismo. A hombres y bestias salvas tú, Yahveh, oh Dios, ¡qué precioso tu amor! 4

Por eso los hijos de Adán, a la sombra de tus alas se cobijan. Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz. Guarda tu amor a los que te conocen, y tu justicia a los de recto corazón. ¡Que el pie del orgullo no me alcance, ni la mano de los impíos me avente! Ved cómo caen los agentes de mal, abatidos, no pueden levantarse.

El salmo 36 sitúa a un lado a los “que conocen al Señor” con los “hombres sinceros” y al otro a los orgullosos, impíos y malhechores. Estos últimos, que no temen a Dios y se engañan pensando que la culpa no es descubierta ni castigada, son en realidad hombres miedosos que se ven obligados a vivir de ilusiones. Piensan, en efecto, que Dios no existe: «Se halaga tanto a sí mismo, renunció a ser sensato» (vv. 3-4), apunta el salmista. Y añade: «Maquina maldades en su lecho» (v. 5). El malvado se deja arrastrar por la maldad y se imagina, incluso de noche, intrigas y maquinaciones. El hombre guiado por un corazón malvado persevera en el mal y la maldad se convierte en una costumbre cultivada y consecuente. No es un incidente del camino sino una lógica de vida: «Se obstina en el camino equivocado, incapaz de rechazar el mal» (v. 5). El hombre debe prestar atención a su corazón y a no dejarse dominar por el mal, ya que del corazón nacen los gestos y, con la costumbre, se consolidan hasta llevar a una vida obstinada en las vías del mal. La actitud de los “que conocen al Señor” es diferente. Estos deben forjar su corazón y sus actitudes teniendo ante los ojos el retrato del mismo Dios. El creyente que cuida su corazón alza los ojos hacia el cielo y reza: «Señor, tu amor llega al cielo, tu fidelidad alcanza las nubes; tu justicia, como las altas montañas, tus sentencias, profundas como el océano» (vv. 6-7). Son muchas las cualidades del Señor; el salmo subraya dos: la lealtad y la justicia. Estas dos bastan para hacer de Dios el exacto contrario del impío. La lealtad y la fidelidad que Dios muestra en las acciones a favor de su pueblo y de todos. Sí, Dios promete y mantiene la palabra dada. Suya es también la justicia que significa dar a cada uno lo que le pertenece y que a sus hijos, mejor dicho, a todas sus criaturas, no les falte nada que necesiten: «Tu proteges a hombres y animales» (v. 7).

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03/07/2007

Memoria de los apóstoles Recuerdo del apóstol Tomás. Confesó a Jesús como su Señor y dio testimonio de Él, según la tradición, hasta la India. Canto de los Salmos

Psaume 103 (104)

¡Alma mía, bendice a Yahveh!¡Yahveh, Dios mío, qué grande eres!Vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto,tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda, levantas sobre las aguas tus altas moradas; haciendo de las nubes carro tuyo, sobre las alas del viento te deslizas; tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros. Sobre sus bases asentaste la tierra, inconmovible para siempre jamás. Del océano, cual vestido, la cubriste, sobre los montes persistían las aguas; al increparlas tú, emprenden la huida, se precipitan al oír tu trueno, y saltan por los montes, descienden por los valles, hasta el lugar que tú les asignaste; un término les pones que no crucen, por que no vuelvan a cubrir la tierra. Haces manar las fuentes en los valles, entre los montes se deslizan; a todas las bestias de los campos abrevan, en ellas su sed apagan los onagros; sobre ellas habitan las aves de los cielos, dejan oír su voz entre la fronda. De tus altas moradas abrevas las montañas, del fruto de tus obras se satura la tierra; la hierba haces brotar para el ganado, y las plantas para el uso del hombre, para que saque de la tierra el pan, y el vino que recrea el corazón del hombre, para que lustre su rostro con aceite y el pan conforte el corazón del hombre. Se empapan bien los árboles de Yahveh, los cedros del Líbano que él plantó; allí ponen los pájaros su nido, su casa en su copa la cigüeña; los altos montes, para los rebecos, para los damanes, el cobijo de las rocas. 6

Hizo la luna para marcar los tiempos, conoce el sol su ocaso; mandas tú las tinieblas, y es la noche, en ella rebullen todos los animales de la selva, los leoncillos rugen por la presa, y su alimento a Dios reclaman. Cuando el sol sale, se recogen, y van a echarse a sus guaridas; el hombre sale a su trabajo, para hacer su faena hasta la tarde. ¡Cuán numerosas tus obras, Yahveh! Todas las has hecho con sabiduría, de tus criaturas está llena la tierra. Ahí está el mar, grande y de amplios brazos, y en él el hervidero innumerable de animales, grandes y pequeños; por allí circulan los navíos, y Leviatán que tú formaste para jugar con él. Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes. Escondes tu rostro y se anonadan, les retiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra. ¡Sea por siempre la gloria de Yahveh, en sus obras Yahveh se regocije! El que mira a la tierra y ella tiembla, toca los montes y echan humo. A Yahveh mientras viva he de cantar, mientras exista salmodiaré para mi Dios. ¡Oh, que mi poema le complazca! Yo en Yahveh tengo mi gozo. ¡Que se acaben los pecadores en la tierra, y ya no más existan los impíos! ¡Bendice a Yahveh, alma mía! Lectura de la Palabra de Dios

Juan 20,24-29

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus

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discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

Los Evangelios presentan a Tomás como hombre valiente e impulsivo. Empuja al resto de discípulos a ir con el Maestro a Judea a visitar a su amigo Lázaro, enfermo. Sin embargo, es el último discípulo que cree en la resurrección de Jesús. El evangelista Juan narra que no está con los demás en el cenáculo el día de Pascua y cuando le dicen que han visto al Señor resucitado, Tomás profesa su incredulidad. Ocho días después, Jesús regresa y esta vez también está Tomás; le llama por su nombre y le invita a poner sus manos en las heridas de los clavos y de la lanza. Tomás, al oír la voz del Maestro, siente su corazón estremecer y se deshace su dureza. Ya no necesita tocar con la mano aquel cuerpo todavía herido, aunque resucitado. Le basta oír su nombre. Lo mismo le sucedió a María la mañana de Pascua, cuando reconoció a Jesús al oír su nombre. Tomás, al igual que María, son vencidos por el amor. Por eso pueden ser testimonios apasionados y tenaces de la buena noticia. La tradición explica que Tomás llegó hasta India para predicar el Evangelio, realmente hasta los confines de la tierra.

***** 04/07/2007

Memoria de los santos y de los profetas Recuerdo del beato Ramón Lull (1235-1316). Catalán, próximo al espíritu de San Francisco, amó a los musulmanes y promovió el diálogo entre creyentes. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 37,1-41

De David. Alef. No te acalores por causa de los malos, no envidies a los que hacen injusticia. Pues aridecen presto como el heno, como la hierba tierna se marchitan. Bet. Ten confianza en Yahveh y obra el bien, vive en la tierra y crece en paz, ten tus delicias en Yahveh, y te dará lo que pida tu corazón. Guimel. Pon tu suerte en Yahveh, confía en él, que él obrará; hará brillar como la luz tu justicia, y tu derecho igual que el mediodía. Dálet. Vive en calma ante Yahveh, espera en él, no te acalores contra el que prospera, contra el hombre que urde intrigas. He. Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te acalores, que es peor; pues serán extirpados los malvados, mas los que esperan en Yahveh poseerán la tierra. Vau. Un poco más, y no hay impío, buscas su lugar y ya no está; mas poseerán la tierra los humildes, y gozarán de inmensa paz. Zain. El impío maquina contra el justo, rechinan sus dientes contra él; el Señor de él se ríe, 8

porque ve llegar su día. Jet. Desenvainan la espada los impíos, tienden el arco, para abatir al mísero y al pobre, para matar a los rectos de conducta; su espada entrará en su propio corazón, y sus arcos serán rotos. Tet. Lo poco del justo vale más que la mucha abundancia del impío; pues los brazos de los impíos serán rotos, mientras que a los justos los sostiene Yahveh. Yod. Yahveh conoce los días de los íntegros, su herencia será eterna; no serán confundidos en tiempo de desgracia, en días de penuria gozarán de hartura. Kaf. Perecerán, en cambio, los impíos, los enemigos de Yahveh; se esfumarán como el ornato de los prados, en humo se desvanecerán. Lámed. Toma el impío prestado y no devuelve, mas el justo es compasivo y da; los que él bendice poseerán la tierra, los que él maldice serán exterminados. Mem. De Yahveh penden los pasos del hombre, firmes son y su camino le complace; aunque caiga, no se queda postrado, porque Yahveh la mano le sostiene. Nun. Fui joven, ya soy viejo, nunca vi al justo abandonado, ni a su linaje mendigando el pan. En todo tiempo es compasivo y presta, su estirpe vivirá en bendición. Sámek. Apártate del mal y obra el bien, tendrás para siempre una morada; porque Yahveh ama lo que es justo y no abandona a sus amigos. Ain. Los malvados serán por siempre exterminados, la estirpe de los impíos cercenada; los justos poseerán la tierra, y habitarán en ella para siempre. La boca del justo sabiduría susurra, su lengua habla rectitud; la ley de su Dios está en su corazón, sus pasos no vacilan. Espía el impío al justo, y busca darle muerte; en su mano Yahveh no le abandona, ni deja condenarle al ser juzgado. Espera en Yahveh y guarda su camino, él te exaltará a la herencia de la tierra, el exterminio de los impíos verás. He visto al impío muy arrogante empinarse como un cedro del Líbano; pasé de nuevo y ya no estaba, le busqué y no se le encontró. Observa al perfecto, mira al íntegro: hay descendencia para el hombre de paz; pero los rebeldes serán a una aniquilados, y la posteridad de los impíos extirpada. La salvación de los justos viene de Yahveh, él su refugio en tiempo de angustia; Yahveh los ayuda y los libera, de los impíos él los libra, los salva porque a él se acogen.

Este salmo nace en el ambiente de la comunidad de los “justos”, de los “fieles”, de los “pobres” que “esperan en el Señor”. Es una oración que asume el tono de una lección dirigida a explicar a los “justos” el sentido de su vida y de sus aspiraciones. El hombre sabio (que es el mismo salmista) quizá quiere frenar las inquietudes de aquellos que se sienten desilusionados al ver la prosperidad de los malvados. Retorna insistente la objeción que a menudo recorre las Escrituras: ¿por qué, si Dios castiga a los impíos, el justo sufre? El autor, con una fe firme en Dios justo remunerador, aporta su contribución como hombre espiritual y afirma que la vida vivida bajo la mirada de Dios es por sí misma un bien superior a todas las aflicciones que el justo experimenta en la tierra y siempre es preferible a la efímera y engañosa vida del impío. Puede, así, 9

exhortar a no envidiar al malhechor, a no envidiar la vida que lleva, el éxito que obtiene, la riqueza que acumula. Si lo envida es signo que razona como él, que aprecia lo que el malvado aprecia, es decir, que el sentido de la vida y el valor de un hombre están en las cosas que se acumulan. El hombre debe cambiar el corazón, como dirá el mismo Jesús: “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 21). El “justo” está llamado a cambiar radical¬mente el modo de mirar el mundo y las cosas: «Disfruta pensando en el Señor» (v. 4), y también: «Más vale lo poco del honrado que la enorme riqueza del malvado» (v. 16). Envidiar al impío significa tener un corazón parecido al suyo. El justo ni tan siquiera debe irritarse contra él: «Descansa en el Señor, espera en él, no te acalores contra el que prospera, contra el hombre que urde intrigas. Desiste de la ira, abandona el enojo, no te acalores, que será peor; pues los malvados serán extirpados, mas los que esperan el Señor heredarán la tierra» (vv. 79). No se debe tener envidia ni irritarse por la fortuna del impío. Es engañosa y sus construcciones se caen solas. Además, los enemigos del Señor se agostarán como el verdor de los prados, como humo se desvanecerán; el impío desaparece, y si lo buscas no lo encuentras, canta el salmista. El Señor hará justicia, pero la hará de manera diferente a nuestras convicciones. Quien sigue al Señor debe dejar purificar su corazón por los pensamientos de Dios y por su amor sin límites. Por eso el justo no se enoja ni cede a la envidia: «No te acalores por los malvados, ni envidies a los que hacen el mal»(v. 1).

***** 05/07/2007

Memoria de la Iglesia Canto de los Salmos

Psaume 104 (105)

¡Aleluya! ¡Dad gracias a Yahveh, aclamad su nombre,divulgad entre los pueblos sus hazañas! ¡Cantadle, salmodiad para él,sus maravillas todas recitad; gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahveh! ¡Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, recordad las maravillas que él ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca! Raza de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: él, Yahveh, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios. El se acuerda por siempre de su alianza, palabra que impuso a mil generaciones, lo que pactó con Abraham, el juramento que hizo a Isaac, y que puso a Jacob como precepto, a Israel como alianza eterna, 10

diciendo: "Yo te daré la tierra de Canaán por parte de vuestra herencia". Aunque ellos eran poco numerosos, gente de paso y forasteros allí, cuando iban de nación en nación, desde un reino a otro pueblo, a nadie permitió oprimirles, por ellos castigó a los reyes: Guardaos de tocar a mis ungidos, ni mal alguno hagáis a mis profetas. Llamó al hambre sobre aquel país, todo bastón de pan rompió; delante de ellos envió a un hombre, José, vendido como esclavo. Sus pies vejaron con grilletes, por su cuello pasaron las cadenas, hasta que se cumplió su predicción, y le acreditó la palabra de Yahveh. El rey mandó a soltarle, el soberano de pueblos, a dejarle libre; le erigió señor sobre su casa, y de toda su hacienda soberano, para instruir a su gusto a sus magnates, y a sus ancianos hacer sabios. Entonces Israel entró en Egipto, Jacob residió en el país de Cam. El aumentó a su pueblo en gran manera, le hizo más fuerte que sus adversarios; cambió el corazón de éstos para que odiasen a su pueblo y a sus siervos pusieran asechanzas. Luego envió a Moisés su servidor, y Aarón, su escogido, que hicieron entre ellos sus señales anunciadas, prodigios en el país de Cam. Mandó tinieblas y tinieblas hubo, mas ellos desafiaron sus palabras. Trocó en sangre sus aguas y a sus peces dio muerte. Pululó de ranas su país, hasta en las moradas de sus reyes; mandó él, y vinieron los mosquitos, los cínifes por toda su comarca. Les dio por lluvia el granizo, llamas de fuego en su país; 11

hirió sus viñedos, sus higueras, y los árboles quebró de su comarca. Dio la orden, y llegó la langosta, y el pulgón en número incontable; comieron toda hierba en su país, comieron el fruto de su suelo. E hirió en su país a todo primogénito, las primicias de todo su vigor; y a ellos los sacó con plata y oro, ni uno solo flaqueó de entre sus tribus. Egipto se alegró de su salida, pues era presa del terror. El desplegó una nube por cubierta, y un fuego para alumbrar de noche. Pidieron, y trajo codornices, de pan de los cielos los hartó; abrió la roca, y brotaron las aguas, como río corrieron por los sequedales. Recordando su palabra sagrada dada a Abraham su servidor, sacó a su pueblo en alborozo, a sus elegidos entre gritos de júbilo. Y las tierras les dio de las naciones, el trabajo de las gentes heredaron, a fin de que guarden sus preceptos y sus leyes observen. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 38,1-23

Salmo De David. En memoria. Yahveh, no me corrijas en tu enojo, en tu furor no me castigues. Pues en mí se han clavado tus saetas, ha caído tu mano sobre mí; nada intacto en mi carne por tu enojo, nada sano en mis huesos debido a mi pecado. Mis culpas sobrepasan mi cabeza, como un peso harto grave para mí; mis llagas son hedor y putridez, debido a mi locura; encorvado, abatido totalmente, sombrío ando todo el día. Están mis lomos túmidos de fiebre, nada hay sano ya en mi carne; entumecido, molido totalmente, me hace rugir la convulsión del corazón. Señor, todo mi anhelo ante tus ojos, mi gemido no se te oculta a ti. Me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta. Mis amigos y compañeros se partan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan; y tienden lazos los que buscan mi alma, los que traman mi mal hablan de ruina, y todo el día andan urdiendo fraudes. Mas yo como un sordo soy, no oigo, como un mudo que no abre la boca; sí, soy como un hombre que no oye, ni tiene réplica en sus labios. Que en ti, Yahveh, yo espero, tú responderás, Señor, Dios mío. He dicho: "! No se rían de mí, no me dominen cuando mi pie resbale!". Y ahora ya estoy a punto de caída, 12

mi tormento sin cesar está ante mí. Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi pecado. Aumentan mis enemigos sin razón, muchos son los que sin causa me odian, los que me devuelven mal por bien y me acusan cuando yo el bien busco. ¡No me abandones, tú, Yahveh, Dios mío, no estés lejos de mí! Date prisa a auxiliarme, oh Señor, mi salvación!

La tradición cristiana ha acogido este salmo entre los siete salmos penitenciales por la fuerza espiritual con la que describe la angustia de un hombre enfermo que confiesa abiertamente a Dios su pecado. El salmista se dirige al Señor manifestando su triste situación: «Encorvado, totalmente abatido, todo el día camino sombrío. Tengo la espalda túmida de fiebre, no hay nada sano en mi carne; las fuerzas me flaquean, y hasta me falta la luz de mis ojos» (vv. 7-11). Es una descripción que se encuentra con frecuencia en los salmos. Nos encontramos muy lejos de nuestras pequeñas y a menudo ridículas lamentaciones delante de los pequeños sufrimientos que nos tocan y que hacen que nos encerremos en nosotros mismos y nos lamentemos como si fuésemos los únicos que sufren. Estas lágrimas son, en realidad, el intento egocéntrico de pensar sólo en los propios problemas sin considerar los de los demás, que a menudo son mucho más graves que los nuestros. El salmo nos habla del verdadero sufrimiento, el que golpea a tantas personas duramente, algunas veces se trata de pueblos enteros oprimidos por la guerra, por el hambre, por la enfermedad, por la violencia, por la injusticia. En este salmo, como en todo el salterio, está el eco del gran sufrimiento de los pobres y de los débiles, de los que están solos o abandonados. El hombre del salmo sufre una gran enfermedad, quizá la lepra, y con amargura confía en Dios: «Compañeros y amigos huyen de mi llaga, mis allegados se quedan a distancia» (v. 12). Todo el mundo piensa que se trata de un castigo. Y también lo piensa el salmista, y confiesa su culpa: «Sí, confieso mi culpa, me apena mi pecado» (v. 19). Reconocer la propia culpa es el inicio de la sabiduría espiritual. El creyente sabe que debe estar ante Dios con la conciencia de la propia debilidad y del propio pecado, como el publicano de la parábola evangélica que desde el fondo se golpeaba el pecho. En cambio, nuestra tentación típica es siempre la que tuvo el fariseo en pie delante del altar: elogiarse a sí mismo y acusar a los demás. No, no hay necesidad de defenderse delante de Dios, sabemos que de su misericordia desciende hacia nosotros el perdón. El salmista sabe estar en silencio delante de sus enemigos: «Pero yo me hago el sordo y nada oigo, como un mudo que no abre la boca» (v. 14). Lo mismo hará el “siervo sufriente” de Isaías y después el mismo Jesús. Él sabe elevar los ojos hacia Dios para confiar sólo en su ayuda: «Señor, tu eres testigo de mis ansias, no se te ocultan mis gemidos» (v.10). El salmista sabe que Dios escruta en lo profundo y recoge el más pequeño gemido de ayuda; con confianza puede decir a su Señor: «¡No me abandones, Señor, no te me alejes, Dios mío! ¡Date prisa en socorrerme, oh Señor, mi salvación!» (vv. 22-23).

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06/07/2007

Memoria de Jesús crucificado Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 39,1-14

Del maestro de coro. De Yedutún. Salmo. De David. Yo me decía: "Guardaré mis caminos, sin pecar con mi lengua, pondré un freno en mi boca, mientras esté ante mí el impío." Enmudecí, quedé en silencio y calma: mas al ver su dicha se enconó mi tormento. Dentro de mí mi corazón se acaloraba, de mi queja prendió el fuego, y mi lengua llegó a hablar: Hazme saber, Yahveh, mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que sepa yo cuán frágil soy. Oh sí, de unos palmos hiciste mis días, mi existencia cual nada es ante ti; sólo un soplo, todo hombre que se yergue, nada más una sombra el humano que pasa, sólo un soplo las riquezas que amontona, sin saber quién las recogerá." Y ahora, Señor, ¿qué puedo yo esperar? En ti está mi esperanza. De todas mis rebeldías líbrame, no me hagas la irrisión del insensato. Me callo ya, no abro la boca, pues eres tú el que actúas. Retira de mí tus golpes, bajo el azote de tu mano me anonado. Reprendiendo sus yerros tú corriges al hombre, cual polilla corroes su anhelos. Un soplo sólo, todo hombre. Pausa. " Escucha mi súplica, Yahveh, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas. Pues soy un forastero junto a ti, un huésped como todos mis padres. ¡Retira tu mirada para que respire antes que me vaya y ya no exista más!

El salmista, en su profundo sufrimiento, narra su lucha interior. Se había propuesto soportar en silencio su enfermedad, sin lamentarse ante nadie, ni siquiera ante Dios (vv. 2-3), para ser un buen ejemplo delante de todos. Pero la presión de la angustia había sido tan fuerte que le había empujado a ir ante Dios para narrarle su dolor. Es la actitud que encontramos muchas veces en las páginas bíblicas tanto del Primer como del Nuevo Testamento. ¿A quién acudir, ante el predominio del mal, sino a Dios? Pero sorprende que lo primero que el salmista pide al Señor no es la liberación de sus sufrimientos, sino tener el conocimiento, la conciencia, de la vida humana: «Hazme saber, Señor, mi fin, dónde llega la medida de mis días para que sepa lo frágil que soy. De unos palmos hiciste mis días, mi existencia nada es para ti, sólo un soplo el hombre que se yergue, mera sombra el humano que pasa, sólo un soplo las riquezas que amontono, sin saber quién las recogerá» (vv. 5-7). Es peculiar la insistencia en la palabra “soplo” usada para describir la vida del hombre. En hebreo tiene la misma raíz que Abel, que significa precisamente debilidad, soplo, y también “vanidad” (hebel) término particularmente querido en Qohélet, el sabio pesimista del Primer testamento. Todos somos débiles, como Abel y, podemos añadir que “todo es vanidad” (Qo 1, 2). 14

Nuestra vida es como un soplo que pasa. Las palabras del salmista están llenas de sabiduría: “De unos palmos hiciste mis días, mi existencia es nada para ti” (v. 6). Si es así, ¿para qué sirven la soberbia, el orgullo, la arrogancia, la autosuficiencia que tan a menudo caracterizan nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestros días? Realmente es falaz y estúpido confiar nuestra vida a las cosas, a las posesiones, al consumo o a tantos ídolos de este mundo. Sólo en Dios está la salvación. Por eso el salmista, liberado de todo engaño, pone su esperanza en el Señor, y sólo en Él. Sabe que alejarse del Señor es lo más grave y trágico que un hombre puede hacer. Por eso, aunque siente no tener derecho, porque es como un “extranjero” ante el amor de Dios, el creyente alza sus ojos al cielo y reza: «Escucha mi súplica, Señor, no te hagas sordo a mi llanto. Pues soy un forastero junto a ti, un huésped como todos mis padres» (v. 13). Sabe que el Señor no le abandona sino que se inclina para salvarle.

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Vigilia del domingo Recuerdo del profeta Isaías. Recuerdo de Atenágoras (1886-1972), patriarca de Constantinopla, padre del diálogo ecuménico. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 40,1-18

Del maestro de coro. De David. Salmo. En Yahveh puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa fatal, del fango cenagoso; asentó mis pies sobre la roca, consolidó mis pasos. Puso en mi boca un canto nuevo, una alabanza a nuestro Dios; muchos verán y temerán, y en Yahveh tendrán confianza. Dichoso el hombre aquel que en Yahveh pone su confianza, y no se va con los rebeldes, que andan tras la mentira. ¡Cuántas maravillas has hecho, Yahveh, Dios mío, qué de designios con nosotros: no hay comparable a ti! Yo quisiera publicarlos, pregonarlos, mas su número excede toda cuenta. Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh. No he escondido tu justicia en el fondo de mi corazón, he proclamado tu lealtad, tu salvación, no he ocultado tu amor y tu verdad a la gran asamblea. Y tú, Yahveh, no contengas 15

tus ternuras para mí. Que tu amor y tu verdad incesantes me guarden. Pues desdichas me envuelven en número incontable. Mis culpas me dan caza, y no puedo ya ver; más numerosas son que los cabellos de mi cabeza, y el corazón me desampara. ¡Dígnate, oh Yahveh, librarme, Yahveh, corre en mi ayuda! ¡Queden avergonzados y confusos todos juntos los que buscan mi vida para cercenarla! ¡Atrás, sean confundidos los que desean mi mal! Queden consternados de vergüenza los que dicen contra mí: "¡Ja, Ja!" ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: "¡Grande es Yahveh!", los que aman tu salvación. Y yo, pobre soy y desdichado, pero el Señor piensa en mí; tú, mi socorro y mi libertador, oh Dios mío, no tardes.

«Dichoso será el hombre que pone en el Señor su confianza, y no se va con los rebeldes que andan tras los ídolos» (v. 5). Estas palabras del salmo son la bienaventuranza del creyente que confía en el Señor. Es una bienaventuranza todavía más evidente si pensamos que sale de la boca de un hombre atormentado por el sufrimiento y el dolor que dice: “Desdichas me envuelven en número incontable. Mis culpas me dan caza” (v.13). Pero encuentra antes la paz en Dios que en el bienestar. La verdadera felicidad, en efecto, no es un fruto espontáneo de la vida o de un estado natural de tranquilidad. La felicidad nace del amor por la Palabra del Señor, del compromiso por anunciar su justicia y de la decisión de gastar la vida para comunicar a todos la fidelidad de Dios. La confianza en el amor del Señor que salva empuja al creyente a decir: "Aunque soy pobre y desdichado, el Señor se ocupará de mí. ¡No te retrases, Dios mío!» (v. 18). Dios es el único y verdadero apoyo para el hombre, sólo el Señor se ocupa de él, hasta decir: «el Señor se ocupará de mí». Es una confianza que hace del creyente familiar de Dios, su amigo, hasta poder hablar libremente con Él y decirle con audacia: «Dios mío, no te retrases». La amistad con Dios, que quiere decir el don del propio corazón al Señor, le hace entender que la relación con Él no es una cuestión exterior, hecha de ritos y de prácticas religiosas, sino que es una cuestión de corazón, de amor, de fidelidad, de pasión. Con sabiduría espiritual el salmista dice: «No has querido sacrificio ni oblación, no pedías holocaustos ni víctimas, dije entonces: Aquí he venido» (vv. 7-8). Estas mismas palabras, acogidas por la Carta a los Hebreos y aplicadas a Jesús, expresan con profundidad la relación del creyente con su Señor. Sí, no quiere sacrificios de animales o de cosas, sino la obediencia a su voluntad: “Y eso deseo, Dios mío, tengo tu ley en mi interior” (8v.9). Jesús, Hijo primogénito del Padre, repite varias veces en el Evangelio que había venido no para hacer su voluntad sino la del Padre que lo había enviado, para que ninguno de los que él había entregado se perdiese. Todavía hoy el Señor espera que alguien repita junto a él: “Aquí he venido”.

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Liturgia del domingo XIV del tiempo ordinario Primera Lectura

Isaías 66,10-14

Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis, llenaos de alegría por ella todos los que por ella hacíais duelo; de modo que maméis y os hartéis del seno de sus consuelos, de modo que chupéis y os deleitéis de los pechos de su gloria. Porque así dice Yahveh: Mirad que yo tiendo hacia ella, como río la paz, y como raudal desbordante la gloria de las naciones, seréis alimentados, en brazos seréis llevados y sobre las rodillas seréis acariciados. Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré (y por Jerusalén seréis consolados). Al verlo se os regocijará el corazón, vuestros huesos como el césped florecerán, la mano de Yahveh se dará a conocer a sus siervos, y su enojo a sus enemigos. Salmo responsorial

Psaume 65 (66)

Aclamad a Dios, la tierra toda, salmodiad a la gloria de su nombre,rendidle el honor de su alabanza, decid a Dios: ¡Qué terribles tus obras!Por la grandeza de tu fuerza,tus enemigos vienen a adularte; toda la tierra se postra ante ti, y salmodia para ti, a tu nombre salmodia. Pausa. Venid y ved las obras de Dios, temible en sus gestas por los hijos de Adán: él convirtió el mar en tierra firme, el río fue cruzado a pie. Allí, nuestra alegría en él, que por su poder domina para siempre. Sus ojos vigilan las naciones, no se alcen los rebeldes contra él. Pausa. Pueblos, bendecid a nuestro Dios, haced que se oiga la voz de su alabanza, él, que devuelve nuestra alma a la vida, y no deja que vacilen nuestros pies.

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Tú nos probaste, oh Dios, nos purgaste, cual se purga la plata; nos prendiste en la red, pusiste una correa a nuestros lomos, dejaste que un cualquiera a nuestra cabeza cabalgara, por el fuego y el agua atravesamos; mas luego nos sacaste para cobrar aliento. Con holocaustos entraré en tu Casa, te cumpliré mis votos, los que abrieron mis labios, los que en la angustia pronunció mi boca. Te ofreceré pingües holocaustos, con el sahumerio de carneros, sacrificaré bueyes y cabritos. Pausa. Venid a oír y os contaré, vosotros todos los que teméis a Dios, lo que él ha hecho por mí. A él gritó mi boca, la alabanza ya en mi lengua. Si yo en mi corazón hubiera visto iniquidad, el Señor no me habría escuchado. Pero Dios me ha escuchado, atento a la voz de mi oración. ¡Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi oración ni su amor me ha retirado! Segunda Lectura

Gálatas 6,14-18

En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva. Y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios. En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús. Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén. Lectura de la Palabra de Dios

Lucas 10,1-12.17-20

Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: "Paz a esta casa." Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que 18

haya en ella, y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros." En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca. Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad. Regresaron los 72 alegres, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.» Homilía El pasado domingo el Evangelio de Lucas nos introducía en el viaje de Jesús hacia Jerusalén. Cada uno de nosotros, mientras sigue sus ritmos de vida, quizá ya marcados por las vacaciones, está cerca del Señor y se ve involucrado en su viaje. Nosotros no somos los maestros o los que eligen la meta, y sin embargo, es un viaje sumamente atrayente. Este domingo el evangelista nos asocia a los setenta y dos discípulos enviados por Jesús: «Designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adónde él había de ir» (v. l). Una primera reflexión está dirigida al número setenta y dos. No se trata de una simple anotación cuantitativa. Setenta y dos eran las naciones de la tierra, según la antigua tradición hebrea. Es como decir que, desde el inicio, el horizonte evangélico se abre a todos los pueblos, a todas las naciones, a todas las culturas. Jesús, desde los primeros pasos de su viaje, tiene ante sí a todos los pueblos, y a ellos envía a sus discípulos. Nadie debe quedar sin el anuncio del Evangelio. Pentecostés, cuando todas las naciones que están bajo el cielo «oyeron proclamar en sus lenguas las maravillas de Dios» (Hch 2, 11), empieza ya aquí, mientras Jesús da sus primeros pasos. Con la mirada puesta en los confines de la tierra, Jesús dice a sus discípulos: «La mies es mucha». Su mirada y su preocupación abarcan a todos. Ante esta multitud inmensa, con un tono de tristeza, añade: «y los obreros pocos» (v. 2). Sí, es desproporcionada la relación entre la enorme espera y el pequeño número de discípulos. Pero no se trata de una sencilla desproporción numérica. El problema es otro: la calidad del anuncio. Aquí está, creo, el reto que debemos afrontar. Para que la pasta fermente es importante, sin duda, la cantidad de levadura, pero es decisivo que sea levadura de verdad. Así pues, el pro¬blema es la calidad de la levadura. En otra parte del Evangelio se lee: «Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?» (Mt 5, 13). Setenta y dos discípulos para otros tantos pueblos. Quizá nosotros somos pocos y debemos crecer también en número. Pero el problema crucial no es el número sino la calidad. En resumen, el problema no es que seamos pocos; quizá somos poca levadura, poca sal, poca luz. Por eso a nuestro alrededor se vive a menudo como si Dios no estuviese. La mies es mucha, pero los obreros trabajan poco, están prisioneros de sus propios problemas, de sus preocupaciones. Como mucho intentan salvarse a sí mismos, arar el propio pequeño terreno, conservar la propia pequeña tranquilidad. ¿Quién no necesita tranquilidad? Esta es la preocupación que el Señor quiere comunicarnos. Pero, ¿cómo ser buenos obreros? El Evangelio nos los sugiere. ¿Por qué Jesús, delante de una mies tan grande, envía a los discípulos de dos en dos? ¿No era más lógico enviarlos solos para poder así doblar los lugares de anuncio? La explicación que Gregorio Magno da sobre este pasaje evangélico es muy bonita. El gran obispo escribe que Jesús envió a los discípulos de dos en dos para que la primera predicación fuese en primer lugar el amor recíproco, y sus palabras fuesen testimoniadas con la vida. Esto es lo que quiere decir 19

ser levadura, sal y luz. «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35). La comunión entre los hermanos es la primera gran predicación. Pero, ¿dónde está nuestra comunión? ¿Dónde está la preocupación por crecer como una familia? ¿No estamos, en cambio, separados unos de los otros, cada uno por su cuenta? Pero «de dos en dos» quiere decir abrirse a todos. Sí, la evangelización empieza por el amor recíproco y conduce a la prolongación del amor. La Jerusalén hacia la que nos encaminamos con el Señor, en efecto, ¿no es quizá la ciudad donde todos los hombres, todas las naciones, todos los pueblos se encontrarán reunidos como en una sola familia? Por eso hoy nos escandaliza más que nunca la «carrera» al secesionismo, a la desmembración, a la contraposición, a la lucha fratricida, a las guerras entre grupos étnicos que se encubren a veces con la dimensión religiosa. La Iglesia, toda comunidad cristiana, considera cada vez más verdaderas las indicaciones de Jesús: «Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (v. 3). No es tarea cómoda para un «cordero» hacer cambiar de vida al «lobo»; no es fácil derrotar el individualismo y el interés por uno mismo; no es natural destruir los ídolos de la arrogancia, de la competitividad, de la fuerza, para afir¬mar la primacía de Dios. Y es todavía más difícil si estos «corderos» deben presentarse sin « bolsa, ni alforja, ni sandalias». La única fuerza es la paz que el Señor ha dado y el amor recíproco que la manifiesta. Ésta es la única fuerza que los discípulos tienen. Algunos la han llamado la «fuerza débil» de la fe; es débil porque no posee armas y no es arrogante; y, sin embargo, es tan fuerte que cambia los corazones de los hombres. Las frases finales del pasaje evangélico nos lo confirman: «Regresaron los setenta y dos, y dijeron alegres: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre"» (v. 17). Él les dijo: «lo veía caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño» (v. 18-19). Existe un poder otorgado a los discípulos: el de amar a Dios y a los hombres a cualquier coste y sobre cualquier cosa. Esta es la única gran y fuerte riqueza del cristiano.

***** 09/07/2007

Memoria de los pobres Canto de los Salmos

Psaume 105 (106)

¡Aleluya!¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,porque es eterno su amor! ¿Quién dirá las proezas de Yahveh,hará oír toda su alabanza? ¡Dichosos los que guardan el derecho, los que practican en todo tiempo la justicia! ¡Acuérdate de mí, Yahveh, por amor de tu pueblo; con tu salvación visítame, que vea yo la dicha de tus elegidos, me alegre en la alegría de tu pueblo, con tu heredad me felicite!

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Hemos pecado como nuestros padres, hemos faltado, nos hemos hecho impíos; nuestros padres, en Egipto, no comprendieron tus prodigios. No se acordaron de tu inmenso amor, se rebelaron contra el Altísimo junto al mar de Suf. El los salvó por amor de su nombre, para dar a conocer su poderío. Increpó al mar de Suf y éste se secó, los llevó por los abismos como por un desierto, los salvó de la mano del que odiaba, de la mano del enemigo los libró. El agua cubrió a sus adversarios, ni uno solo quedó. Entonces ellos tuvieron fe en sus palabras y sus laudes cantaron. Mas pronto se olvidaron de sus obras, no tuvieron en cuenta su consejo; en el desierto ardían de avidez, a Dios tentaban en la estepa. El les concedió lo que pedían, mandó fiebre a sus almas. Y en el campamento, de Moisés tuvieron celos, de Aarón, el santo de Yahveh. Se abre la tierra, traga a Datán, y cubre a la cuadrilla de Abirón; un fuego se enciende contra su cuadrilla, una llama abrasa a los impíos En Horeb se fabricaron un becerro, se postraron ante un metal fundido, y cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come heno. Olvidaban a Dios que les salvaba, al autor de cosas grandes en Egipto, de prodigios en el país de Cam, de portentos en el mar de Suf. Hablaba ya de exterminarlos, si no es porque Moisés, su elegido, se mantuvo en la brecha en su presencia, para apartar su furor de destruirlos. Una tierra de delicias desdeñaron, en su palabra no tuvieron fe; murmuraron dentro de sus tiendas, no escucharon la voz de Yahveh. 21

Y él, mano en alto, les juró hacerles caer en el desierto, desperdigar su raza entre las naciones, y dispersarlos por los países. Luego se vincularon a Baal Peor y comieron sacrificios de muertos. Así le irritaron con sus obras, y una plaga descargó sobre ellos. Entonces surgió Pinjás, zanjó, y la plaga se detuvo; esto se le contó como justicia de edad en edad, para siempre. En las aguas de Meribá le enojaron, y mal le fue a Moisés por culpa de ellos, pues le amargaron el espíritu, y habló a la ligera con sus labios. No exterminaron a los pueblos que Yahveh les había señalado, sino que se mezclaron con las gentes, aprendieron sus prácticas. Sirvieron a sus ídolos que fueron un lazo para ellos; sacrificaban sus hijos y sus hijas a demonios. Sangre inocente derramaban, la sangre de sus hijos y sus hijas, que inmolaban a los ídolos de Canaán, y fue el país profanado de sangre. Así se manchaban con sus obras, y se prostituían con sus prácticas. Entonces se inflamó la cólera de Yahveh contra su pueblo, y abominó de su heredad. Los entregó en mano de las gentes, y los dominaron los que los odiaban; sus enemigos los tiranizaron, bajo su mano quedaron humillados. Muchas veces los libró aunque ellos, en su propósito obstinados, se hundían en su culpa; y los miró cuando estaban en apuros, escuchando su clamor. Se acordó en favor de ellos de su alianza, se enterneció según su inmenso amor;

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hizo que de ellos se apiadaran aquellos que cautivos los tenían. ¡Sálvanos, Yahveh, Dios nuestro, reúnenos de entre las naciones, para dar gracias a tu nombre santo, y gloriarnos en tu alabanza! ¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, por eternidad de eternidades! Y el pueblo todo diga: ¡Amén! Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 41,1-14

Del maestro de coro. Salmo. De David. ¡Dichoso el que cuida del débil y del pobre! En día de desgracia le libera Yahveh; Yahveh le guarda, vida y dicha en la tierra le depara, y no le abandona a la saña de sus enemigos; le sostiene Yahveh en su lecho de dolor; tú rehaces entera la postración en que se sume. Yo he dicho: "Tenme piedad, Yahveh, sana mi alma, pues contra ti he pecado!" Mis enemigos hablan mal contra mí: "¿Cuándo se morirá y se perderá su nombre?" Si alguien viene a verme, habla de cosas fútiles, el corazón repleto de maldad, va a murmurar afuera. A una cuchichean contra mí todos los que me odian, me achacan la desgracia que me aqueja: Cosa de infierno ha caído sobre él, ahora que se ha acostado, ya no ha de levantarse. Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar. Mas tú, Yahveh, tenme piedad, levántame y les daré su merecido; en esto sabré que tú eres mi amigo: si mi enemigo no lanza más su grito contra mí; y a mí me mantendrás en mi inocencia, y ante tu faz me admitirás por siempre. ¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre! ¡Amén! ¡Amén!

«Dichoso el que cuida del débil» (v. 2). Con esta bienaventuranza el salmista recoge una de las enseñanzas que atraviesa todo el pensamiento bíblico, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Podríamos decir que esta bienaventuranza encuentra su confirmación más clara tanto en las palabras evangélicas: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7), como en las que pronunció el apóstol Pablo: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35). El salmista destaca la misericordia de la que sin duda alguna se beneficia el hombre compasivo: “el día de la desgracia el Señor lo liberará. El Señor lo guardará y conservará con vida, le concederá felicidad en la tierra, no lo abandonará a la saña de sus enemigos. El Señor lo sostendrá en su lecho de dolor, cambiará la postración en que está sumido” (vv. 3-4). Esta fe en el Señor no se ve manchada por la lamentación que sigue inmediatamente después. El hombre que sufre se dirige al Señor lamentando que los enemigos hablen mal de él e incluso deseen verle muerto (v.6). Los que van a verle para consolarle, una vez salen afuera, divulgan maldades contra él: «se juntan a difamarme» (v. 8) y lo juzgan severamente: «un mal diabólico se abate sobre él, ahora que se ha acostado, no se levantará» (v. 9). Y aún más: «Hasta mi amigo íntimo en 23

quien yo confiaba, mi compañero de mesa, me ha traicionado» (v. 10). Esta frase la repitió también Jesús la noche de la última cena para indicar que Judas estaba a punto de traicionarle. Es una historia que se repite también en la comunidad de los cristianos. El creyente afligido en lo más profundo del corazón le pide al Señor: «Pero tu Señor, ten piedad de mí, ponme de pie y les daré su merecido» (v. 11). Es una oración que la Iglesia continua poniendo en nuestros labios, pero sabiendo que es el Señor, y no nosotros, el que debe juzgar y pagar a los que nos obstaculizan según sus obras. Al discípulo de Jesús se le pide también que rece por los enemigos para que entiendan el mal que hacen y rectifiquen.

***** 10/07/2007

Memoria de la Madre del Señor Canto de los Salmos

Psaume 106 (107)

¡Aleluya! Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,porque es eterno su amor. Que lo digan los redimidos de Yahveh,los que él ha redimido del poder del adversario, los que ha reunido de entre los países, de oriente y de poniente, del norte y mediodía. En el desierto erraban, por la estepa, no encontraban camino de ciudad habitada; hambrientos, y sedientos, desfallecía en ellos su alma. Y hacia Yahveh gritaron en su apuro, y él los libró de sus angustias, les condujo por camino recto, hasta llegar a ciudad habitada. ¡Den gracias a Yahveh por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán! Porque él sació el alma anhelante, el alma hambrienta saturó de bienes. Habitantes de tiniebla y sombra, cautivos de la miseria y de los hierros, por haber sido rebeldes a las órdenes de Dios y haber despreciado el consejo del Altísimo, él sometió su corazón a la fatiga, sucumbían, y no había quien socorriera. Y hacia Yahveh gritaron en su apuro, y él los salvó de sus angustias, los sacó de la tiniebla y de la sombra, y rompió sus cadenas.

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¡Den gracias a Yahveh por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán! Pues las puertas de bronce quebrantó, y los barrotes de hierro hizo pedazos. Embotados de resultas de sus yerros, miserables a causa de sus culpas, todo manjar les daba náusea, tocaban ya a las puertas de la muerte. Y hacia Yahveh gritaron en su apuro, y él los salvó de sus angustias; su palabra envió para sanarlos y arrancar sus vidas de la fosa. ¡Den gracias a Yahveh por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán! Ofrezcan sacrificios de acción de gracias, y sus obras pregonen con gritos de alegría. Los que a la mar se hicieron en sus naves, llevando su negocio por las muchas aguas, vieron las obras de Yahveh, sus maravillas en el piélago. Dijo, y suscitó un viento de borrasca, que entumeció las olas; subiendo hasta los cielos, bajando hasta el abismo, bajo el peso del mal su alma se hundía; dando vuelcos, vacilando como un ebrio, tragada estaba toda su pericia. Y hacia Yahveh gritaron en su apuro, y él los sacó de sus angustias; a silencio redujo la borrasca, y las olas callaron. Se alegraron de verlas amansarse, y él los llevó hasta el puerto deseado. ¡Den gracias a Yahveh por su amor, por sus prodigios con los hijos de Adán! ¡Ensálcenle en la asamblea del pueblo, en el concejo de los ancianos le celebren! El cambia los ríos en desierto, y en suelo de sed los manantiales, la tierra fértil en salinas, por la malicia de sus habitantes. Y él cambia el desierto en un estanque, y la árida tierra en manantial. Allí asienta a los hambrientos, y ellos fundan una ciudad habitada. 25

Y siembran campos, plantan viñas, que producen sus frutos de cosecha. El los bendice y crecen mucho y no deja que mengüen sus ganados. Menguados estaban, y abatidos por la tenaza del mal y la aflicción. El que vierte desprecio sobre príncipes, los hacía errar por caos sin camino. Mas él recobra de la miseria al pobre, aumenta como un rebaño las familias; los hombres rectos lo ven y se recrean, y toda iniquidad cierra su boca. ¿Hay algún sabio? ¡Que guarde estas cosas, y comprenda el amor de Yahveh! Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 42,1-43,5

Del maestro de coro. Poema. De los hijos de Coré. Como jadea la cierva, tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, en pos de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios? ¡Son mis lágrimas mi pan, de día y de noche, mientras me dicen todo el día: ¿En dónde está tu Dios? Yo lo recuerdo, y derramo dentro de mí mi alma, cómo marchaba a la Tienda admirable, a la Casa de Dios, entre los gritos de júbilo y de loa, y el gentío festivo. ¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios: aún le alabaré, ¡salvación de mi rostro y mi Dios! En mí mi alma desfallece. por eso te recuerdo desde la tierra del Jordán y los Hermones, a ti, montaña humilde. Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí. De día mandará Yahveh su gracia, y el canto que me inspire por la noche será una oración al Dios de mi vida. Diré a Dios mi Roca: ¿Por qué me olvidas?, ¿por qué he de andar sombrío por la opresión del enemigo? Con quebranto en mis huesos mis adversarios me insultan, todo el día repitiéndome: 26

¿En dónde está tu Dios? ¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios: aún le alabaré, ¡salvación de mi rostro y mi Dios! Hazme justicia, oh Dios, y mi causa defiende contra esta gente sin amor; del hombre falso y fraudulento, líbrame. Tú el Dios de mi refugio: ¿por qué me has rechazado?, ¿por qué he de andar sombrío por la opresión del enemigo? Envía tu luz y tu verdad, ellas me guíen, y me conduzcan a tu monte santo, donde tus Moradas. Y llegaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría. Y exultaré, te alabaré a la cítara, oh Dios, Dios mío. ¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios: aún le alabaré, ¡salvación de mi rostro y mi Dios!

Los salmos 42-43 empiezan el segundo libro del salterio (que acaba con el salmo 72). Constituyen un único salmo, atravesado desde el inicio hasta el fin por la nostalgia de Jerusalén, de su templo y de sus fiestas, pero sobre todo por la nostalgia de Dios. Ya desde las primeras palabras aparece el martirizante deseo de Dios: «Como anhela la cierva los arroyos, así te anhela mi ser, Dios mío. Mi ser tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?»(42, 2-3). El deseo de contemplar el rostro de Dios es el anhelo más profundo del creyente. Y el apóstol Juan, en la primera carta, lo explica de manera clara cuando afirma: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado todavía lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (3,1-2). San Agustín decía comentando estas palabras: «Como ahora no lo podéis ver, vuestro deber es desearlo. Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Mas lo que deseas no lo ves; pero deseando, das anchura a tu alma para que quede henchida cuando llegue el tiempo de la visión. Es como si quisieras llenar un saco y sabes cuán voluminoso es lo que se te da; entonces te preocupas por agrandar la capacidad del saco, del odre o de cualquier recipiente; estirándolo aumentas su capacidad. Así Dios, al diferir la visión, extiende el deseo y con el deseo extiende el alma y extendiéndola, la hace capaz. Deseemos, pues, hermanos, puesto que seremos llenados» (Epístola de Juan Hom. 4,6). El deseo de Dios no excluye que el creyente atraviese momentos difíciles como manifiesta este salmo. El salmista que reza se encuentra en el exilio y todos se burlan de él diciéndole: «¿Dónde está tu Dios?» (42, 4.11). Para él supone un verdadero tormento, ya que sólo en Dios puede confiar. Pero al mismo tiempo se dice a sí mismo: «¿Por qué desfallezco ahora y me siento tan azorado?» (vv. 42,6.12; 43,5). Siente que en su corazón puede insinuarse la duda del abandono: «Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas?» (v.10), y confiesa: «Son mis lágrimas mi pan de día y de noche» (v. 4). Quisiera decirle a Dios con fe plena que Él es su roca; no es fácil decirlo, pero la perseverancia en la oración hace prevaler la fe. Tres veces se exhorta a sí mismo y a todo creyente: «Espera en Dios» (vv. 42,6.12; 43,15). 27

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Memoria de los santos y de los profetas Recuerdo de san Benito (+547), padre de los monjes de Occidente y guía suyo con la regla que lleva su nombre. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 44,1-27

Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Poema. Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres, la obra que tú hiciste en sus días, en los días antiguos, y con tu propia mano. Para plantarlos a ellos, expulsaste naciones, para ensancharlos, maltrataste pueblos; no por su espada conquistaron la tierra, ni su brazo les dio la victoria, sino que fueron tu diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, porque los amabas. Tú sólo, oh Rey mío, Dios mío, decidías las victorias de Jacob; por ti nosotros hundíamos a nuestros adversarios, por tu nombre pisábamos a nuestros agresores. No estaba en mi arco mi confianza, ni mi espada me hizo vencedor; que tú nos salvabas de nuestros adversarios, tú cubrías de vergüenza a nuestros enemigos; en Dios todo el día nos gloriábamos, celebrando tu nombre sin cesar. Pausa. Y con todo, nos has rechazado y confundido, no sales ya con nuestras tropas, nos haces dar la espalda al adversario, nuestros enemigos saquean a placer. Como ovejas de matadero nos entregas, y en medio de los pueblos nos has desperdigado; vendes tu pueblo sin ventaja, y nada sacas de su precio. De nuestros vecinos nos haces la irrisión, burla y escarnio de nuestros circundantes; mote nos haces entre las naciones, meneo de cabeza entre los pueblos. Todo el día mi ignominia está ante mí, la vergüenza cubre mi semblante, bajo los gritos de insulto y de blasfemia, ante la faz del odio y la venganza. Nos llegó todo esto sin haberte olvidado, sin haber traicionado tu alianza. ¡No habían vuelto atrás nuestros corazones, ni habían dejado nuestros pasos tu sendero, para que tú nos aplastaras en morada de chacales, y nos cubrieras con la sombra de la muerte! Si hubiésemos olvidado el nombre de nuestro Dios o alzado nuestras manos hacia un dios extranjero, ¿no se habría dado cuenta Dios, él, que del corazón conoce los secretos? Pero por ti se nos mata cada día, como ovejas de matadero se nos trata. ¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor? ¡Levántate, no rechaces para siempre! ¿Por qué ocultas tu rostro, olvidas nuestra opresión, nuestra miseria? Pues nuestra alma está hundida en el polvo, pegado a la tierra nuestro vientre. ¡Alzate, ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu amor!

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El salmo 44 es una súplica colectiva tras un tiempo de gran crisis. El lamento supone una batalla perdida, prisioneros hechos esclavos y un ejército diezmado. El salmista empieza dirigiendo su mirada a un pasado cargado de recuerdos estupendos: «Nos lo contaron nuestros padres, la obra que hiciste en su tiempo, antiguamente… No conquistaron la tierra con su espada, ni su brazo les dio la victoria; fueron tu diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, pues los amabas» (vv. 2-4). El verbo hebreo usado indica el afecto y la ternura de Dios que por amor salva a su pueblo. No ha sido la fuerza la que ha realizado prodigios. Esta convicción se reafirma en el transcurso del salmo: «No ponía mi convicción en mi arco, ni mi espada me hizo vencedor; tú nos salvabas de nuestros adversarios» (vv. 7-8). Desgraciadamente la situación actual es muy diferente y el salmista lamenta: "Y con todo nos rechazas y avergüenzas… nos desperdigas en medio de los pueblos… vendes a tu pueblo sin provecho» (vv. 10-13). El contraste entre el pasado y el presente aparece con toda su fuerza: “Los amabas… vendes a tu pueblo”. Sin embargo – incluso en la experiencia del más total abandono - la certidumbre de la pertenencia al Señor permanece firme y clara. La proclama la voz del creyente que se alza en la asamblea: "Tú solo, Rey mío, Dios mío» (v. 5). El salmista no dice “nuestro rey”, sino “Rey mío”, como para subrayar que la pertenencia al Señor debe ser una certeza personal de cada uno, no sólo una genérica conciencia de la asamblea: la adhesión de fe en el Señor no se puede delegar, siempre es personal, fruto de una relación directa entre Dios y el creyente. Pero hace más dolorosa e inexplicable la difícil situación del pre¬sente el hecho que el pueblo – al menos en este caso – no ha traicionado a su Dios. La asamblea se lamenta: "Todo esto nos vino sin haberte olvidado” (v.18). ¿A qué se debe entonces esta situación de dificultad? El comportamiento de Dios está rodeado de misterio. La comunidad de los creyentes, de todos modos, se dirige a su Señor y le invoca: "¡Despierta ya!” (v. 24) y con la confianza de los hijos le pregunta: “¿Por qué ocultas tu rostro y olvidas nuestra miseria y opresión?” (v.25). Dormir, rechazar, ocultar el rostro, olvidar, son verbos que expresan exactamente el contrario del obrar de Dios: primero mostraba «la luz de su rostro», ahora lo esconde. El mal y sus siervos empujan a la comunidad de los creyentes a alejarse del Señor, pero la fe que está en la base de la comunidad es más fuerte que el mal y la oración común sube hacia el cielo: « ¡Alzate, ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu amor! » (vv. 26-¬27). La ayuda viene de Dios no porque no tengamos culpa, sino porque su amor por la comunidad de los creyentes, por cada uno de nosotros, es gratuito. La salvación de los creyentes es siempre una gracia, un don del amor del Señor. Por eso continuamos rezando todavía hoy: « ¡Alzate, ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu amor! (v. 27b).

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12/07/2007

Memoria de la Iglesia Canto de los Salmos

Psaume 107 (108)

A punto está mi corazón, oh Dios,- voy a cantar, voy a salmodiar -¡anda, gloria mía! ¡despertad, arpa y cítara!¡a la aurora he de despertar! Te alabaré entre los pueblos, Yahveh, te salmodiaré entre las gentes, porque tu amor es grande hasta los cielos, tu lealtad hasta las nubes. ¡Alzate, oh Dios, sobre los cielos, sobre toda la tierra, tu gloria! Para que tus amados salgan libres, ¡salva con tu diestra, respóndenos! Ha hablado Dios en su santuario: "Ya exulto, voy a repartir a Siquem, a medir el valle de Sukkot. Mío es Galaad, mío Manasés, Efraím, yelmo de mi cabeza, Judá mi cetro. Moab, la vasija en que me lavo. Sobre Edom tiro mi sandalia, contra Filistea lanzo el grito de guerra.""" ¿Quién me conducirá hasta la plaza fuerte, quién me guiará hasta Edom? ¿No eres tú, oh Dios, que nos has rechazado y ya no sales, oh Dios, con nuestras tropas? ¡Danos ayuda contra el adversario, que es vano el socorro del hombre! ¡Con Dios hemos de hacer proezas, y él hollará a nuestros adversarios! Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 45,1-18

Del maestro de coro. Según la melodía: "Lirios..." De los hijos de Coré. Poema. Canto de amor. Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey: es mi lengua la pluma de un escriba veloz. Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán, la gracia está derramada en tus labios. Por eso Dios te bendijo para siempre. Ciñe tu espada a tu costado, oh bravo, en tu gloria y tu esplendor marcha, cabalga, por la causa de la verdad, de la piedad, de la justicia. ¡Tensa la cuerda en el arco, que hace terrible tu 30

derecha! Agudas son tus flechas, bajo tus pies están los pueblos, desmaya el corazón de los enemigos del rey. Tu trono es de Dios para siempre jamás; un cetro de equidad, el cetro de tu reino; tú amas la justicia y odias la impiedad. Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros; mirra y áloe y casia son todos tus vestidos. Desde palacios de marfil laúdes te recrean. Hijas de reyes hay entre tus preferidas; a tu diestra una reina, con el oro de Ofir. Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza. El es tu Señor, ¡póstrate ante él! La hija de Tiro con presentes, y los más ricos pueblos recrearán tu semblante. Toda espléndida, la hija del rey, va adentro, con vestidos en oro recamados; con sus brocados el llevada ante el rey. Vírgenes tras ella, compañeras suyas, donde él son introducidas; entre alborozo y regocijo avanzan, al entrar en el palacio del rey. En lugar de tus padres, tendrás hijos; príncipes los harás sobre toda la tierra. ¡Logre yo hacer tu nombre memorable por todas las generaciones, y los pueblos te alaben por los siglos de los siglos!

El salmista, presente en la fiesta de las segundas bodas del rey, canta la belleza y la gracia de la elocuencia: “Eres la más hermosa de las personas, la gracia se derrama por tus labios” (v. 3). Sobre todo se exaltan sus cualidades reales: la proeza en combate, la mansedumbre y la justicia en el gobierno, la rectitud en el juicio, el amor a la justicia. El salmista continúa afirmando que el rey no sólo observa la justicia, sino que también la ama. Dice, en efecto, de él: “amas la justicia y odias la iniquidad” (v. 8). El verbo amar usado por el autor subraya el impulso, la búsqueda apasionada de la justicia. Sabemos que en el lenguaje bíblico la justicia no es sencillamente la abstracta equidad distributiva, sino la plenitud de la vida para todos. En efecto, mientras haya pobres y débiles, la justicia no estará implantada en la tierra. Y el Señor, juez justo, actuará para que se haga justicia a los pobres, es decir, para que puedan vivir con dignidad y con honor. La pasión para que esta justicia se cumpla en la tierra debe estar por encima de cualquier otra pasión. El mismo Jesús dirá: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6,33). El salmista, cuando enumera las cualidades del rey, repite que todas son don de Dios: «Dios te bendice», «Tu trono es como el de Dios», «Tu Dios te ha ungido». El rey y todas sus obras nos hablan del Señor. Por eso su elogio se convierte en alabanza a Dios. La tradición hebrea y cristiana ha visto en la figura de este rey al mismo Mesías (Hb 1,8 ss.). En él se prefigura el Señor Jesús verdadero rostro para los creyentes y verdadero Hijo que nos lleva al Padre. El autor de la Carta a los Hebreos toma las palabras de este salmo para celebrar a Jesús: “Del Hijo: Tu trono ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos; y: El cetro de tu realeza, cetro de equidad. Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios con óleo de alegría entre tus compañeros” (1,8-9). El salmista, después de haber hablado al rey, se dirige del mismo modo a la esposa: «Olvida tu pueblo y la casa paterna, que prendado está el rey de tu belleza. Él es tu señor, ‘póstrate ante él!» (vv. 11-12). La joven esposa, en la que también vemos a la comunidad de los creyentes, la Iglesia, es invitada a alejarse de la mentalidad del mundo para pertenecer totalmente al¬ rey, para edificar con él una

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nueva familia, la que no nace de la sangre o de la carne, sino del amor del Esposo que la ha elegido. Es así para toda la comunidad y para cada creyente.

***** 13/07/2007

Memoria de Jesús crucificado Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 46,1-12

Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Para oboes. Cántico. Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto. Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes se conmueven en el fondo de los mares, aunque sus aguas bramen y borboten, y los montes retiemblen a su ímpetu. (¡Con nosotros Yahveh Sebaot, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!) Pausa. ¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santificando las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella, no será conmovida, Dios la socorre al llegar la mañana. Braman las naciones, se tambalean los reinos, lanza él su voz, la tierra se derrite. ¡Con nosotros Yahveh Sebaot, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob! Pausa. Venid a contemplar los prodigios de Yahveh, el que llena la tierra de estupores. Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra; quiebra el arco, parte en dos la lanza, y prende fuego a los escudos. "¡Basta ya; sabed que yo soy Dios, excelso sobre las naciones, sobre la tierra excelso!" ¡Con nosotros Yahveh Sebaot, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob! Pausa.

El salmo es un canto de confianza con el que la comunidad expresa su fe en el Señor y en su fuerza. El salmista, que quizá piensa en un asalto contra Jerusalén fracasado por la intervención de Dios como sucedió en tiempos de Isaías, afirma: «Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro en la angustia, siempre a punto» (v.2). El creyente se maravilla, sorprendido, ante el amor del Señor que, aún siendo el creador del cielo y de la tierra, se inclina sobre Israel convirtiéndose para él en refugio y fuerza. La fe hace cantar a los creyentes la victoria sobre el miedo: «Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes vacilan en el fondo del mar» (v.3). El Señor es refugio seguro ante las catástrofes naturales, pero también ante la violencia de los enemigos, por eso los creyentes no deben tener miedo: «Braman las naciones, tiemblan los reinos, lanza él su voz, la tierra se deshace» (v.7), pero la ciudad del Señor permaneció indemne. El Señor del universo vence todas las batallas. En realidad, el Señor quiere erradicar la guerra, acabar con la violencia y alejar cualquier injusticia de la tierra. Parece un sueño imposible. Y, en efecto, se enfrenta con el realismo de muchos que creen que la guerra y la violencia están inexorablemente escritas en la historia humana. El salmista, en cambio, invita a los creyentes a escrutar el sueño de Dios: «Venid a ver los prodigios 32

del Señor» (v. 9). Él «detiene las guerras por todo el orbe; quiebra el arco, rompe la lanza, prende fuego a los escudos» (v.10). El Señor no bendice las armas de nadie. Quiere, mejor dicho, acabar con todas las armas. En su reino no caben ni la guerra ni la violencia. Pero con una condición: reconocer la primacía de Dios. Los hombres deben acoger la afirmación que indica el salmo: «Sabed que soy Dios» (v.11). Por otra parte, en el origen de cualquier guerra y en la raíz de toda violencia, siempre hay un ídolo mudo ante el que los hombres sacrifican incluso la vida. Sólo el reconocimiento del único Dios, Padre de todos los pueblos, puede hacer cesar el odio y afirmar el amor entre todos.

***** 14/07/2007

Vigilia del domingo Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 47,1-11

Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo. ¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre la tierra toda. El somete a nuestro yugo los pueblos, y a las gentes bajo nuestros pies; él nos escoge nuestra herencia, orgullo de Jacob, su amado. Pausa. Sube Dios entre aclamaciones, Yahveh al clangor de la trompeta: ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad! Que de toda la tierra él es el rey: ¡salmodiad a Dios con destreza! Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono. Los príncipes de los pueblos se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham. Pues de Dios son los escudos de la tierra, él, inmensamente excelso.

El salmo describe una solemne liturgia que probablemente se celebraba en un día festivo en el que el pueblo agasajaba a su rey: la procesión salía del valle del Cedrón y subía cantando a Jerusalén, hasta la colina del templo; una vez llegaba a las puertas, explotaba el entusiasmo de los fieles entre aplausos, gritos de alegría y con el resonar de las trompetas. La tradición cristiana interpreta este canto en la fiesta de la Ascensión de Jesús que sube al cielo y entra en la gloria de Dios. Jesús es exaltado: «el Señor, el Altísimo, es terrible, el Gran Rey de toda la tierra» (v. 3); «Es rey de toda la tierra» (v. 8); «de Dios son los gobernantes de la tierra» (v. 10). La razón es su realeza. El Señor es el rey de toda la tierra y de todos los pueblos: «Príncipes paganos se reúnen con el pueblo de Dios de Abrahán» (v.10). El salmista une la elección de Abrahán a la universalidad de la salvación. Dios, en efecto, elige a Abrahán no para separar a los pueblos, sino para unirlos en un único destino. La elección de Israel, y por ello la de la Iglesia, está en función de la universalidad de la salvación: Dios es el gran rey, el Altísimo; todas las naciones le pertenecen; todos los reyes y los príncipes de la tierra le rinden homenaje; Él está por encima de todos y de todo; su reino es universal. Esta es la buena noticia que debe extenderse a todas las naciones, sobre todo en este tiempo, mientras cada vez se habla más de conflictos entre pueblos y civilizaciones. La fe en el 33

único Dios es la raíz de la dignidad de todo hombre y de la fraternidad de todos los pueblos. Dios es el Señor de todos; incluso los potentes de la tierra le pertenecen (v. 10). Nadie, fuera de Él, puede erigirse por encima de los pueblos, ni el gran Egipto ni la gran Babilonia. El Señor ha elegido a Israel, la más pequeña de las naciones, para que confiase en Él y anunciase a todo el mundo la fuerza y el poder del único Dios. Esta fe, es decir, que el pueblo de Israel ha sido llamado a vivir y a dar testimonio, ha encontrado en Jesús su cumplimiento. Quien escucha al profeta de Nazaret y sigue su palabra reconoce a Dios como a su único Señor y es liberado de la esclavitud de los ídolos del dinero, del poder, de la fuerza, de los intereses particulares, del amor sólo por uno mismo. Todos estos ídolos hacen que las personas y los pueblos se encierren en sí mismos y se enfrentan unos a otros. Pero el Señor, liberando a los hombres del egoísmo y del miedo, superando cualquier barrera y cualquier límite, les hace libres para amarse.

***** 15/07/2007

Liturgia del domingo XV del tiempo ordinario Primera Lectura

Deuteronomio 30,10-14

si tú escuchas la voz de Yahveh tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley, si te conviertes a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que hayas de decir: "¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?" Ni están al otro lado del mar, para que hayas de decir: "¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?" Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica. Salmo responsorial

Salmo 18 (19)

Los cielos cuentan la gloria de Dios,la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica el mensaje,y la noche a la noche trasmite la noticia. No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo. En el mar levantó para el sol una tienda, y él, como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual atleta, corriendo su carrera. A un extremo del cielo es su salida, y su órbita llega al otro extremo, sin que haya nada que a su ardor escape.

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La ley de Yahveh es perfecta, consolación del alma, el dictamen de Yahveh, veraz, sabiduría del sencillo. Los preceptos de Yahveh son rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento de Yahveh, luz de los ojos. El temor de Yahveh es puro, por siempre estable; verdad, los juicios de Yahveh, justos todos ellos, apetecibles más que el oro, más que el oro más fino; sus palabras más dulces que la miel, más que el jugo de panales. Por eso tu servidor se empapa en ellos, gran ganancia es guardarlos. Pero ¿quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas límpiame. Guarda también a tu siervo del orgullo, no tenga dominio sobre mí. Entonces seré irreprochable, de delito grave exento. ¡Sean gratas las palabras de mi boca, y el susurro de mi corazón, sin tregua ante ti, Yahveh, roca mía, mi redentor. Segunda Lectura

Colosenses 1,15-20

El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

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Lectura de la Palabra de Dios

Lucas 10,25-37

Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.» Homilía El viaje del Señor hacia Jerusalén, como nos lo presenta Lucas a lo largo de estos domingos del año, no es un viaje abstracto y apartado de la vida; pasa por las calles de los hombres y recorre las vías de este mundo. Desde el inicio de su vida pública, según el evangelista Mateo, Jesús recorría todas las ciudades y pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio y curando toda enfermedad (9.35). En realidad, el Evangelio es el mismo Jesús, como indica el Deuteronomio, «No está en el cielo, como para decir: "¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá, para que lo oigamos y lo pongamos en práctica?". Ni está al otro lado del mar, como para decir: "¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar para que lo oigamos y lo pongamos en práctica?"» (30, 12-13). El Señor Jesús está cerca, muy cerca. Su palabra no es lejana, es concreta, como la vida. Jesús responde así a un doctor de la ley que, co¬mo los que no quieren entender, le pregunta quién es su prójimo. Éste interroga a Jesús con palabras intensas y también verdaderas: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (v. 25). Son palabras que otros también habían dicho a Jesús; recordemos al joven rico. Pero no había sinceridad en el corazón de aquel doctor de la ley. Ante la respuesta de Jesús sobre el primado del mandamiento del amor, intenta justificarse: «¿Quién es mi prójimo?» (v. 29). Jesús, al igual que en el caso del joven rico, no le responde con un discurso que ni está en el cielo ni está al otro lado del mar; empieza diciendo que «bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores» (v. 30). Habla de un camino conocido por todos, y narra un hecho que probablemente sucedía a menudo: un hombre es despojado, golpeado y abandonado medio muerto en el camino. Este hombre está solo; pero en él vemos a muchos otros, hombres y mujeres, pequeños y grandes, jóvenes y ancianos, abandonados medio muertos en los caminos de este mundo; junto a él se encuentran los millones de refugiados que huyen de sus tierras; los condenados a muerte aislados de todo el mundo; también hay pueblos enteros oprimidos por la guerra y abandonados al margen de la historia; y todos aquellos que mueren de hambre y a causa de las torturas, de la violencia y del abandono. Este camino es realmente grande. También es muy elevado el número de sacerdotes y levitas que continúan caminando y pasando de largo, en la parte opuesta a los pobres. El Evangelio apunta que los dos pasaban por el «mismo camino»; 36

queriendo significar que aquel hombre medio muerto no era alguien tan desconocido y lejano como para no verlo. Hoy los pobres son conocidos, la televisión y los periódicos hablan de ellos, ya no son lejanos. Sin embargo, como nublados por una triste costumbre, normalmente se pasa de largo, en dirección a otros intereses. El sacerdote y el levita sólo se preocupaban por sí mismos y por sus compromisos rituales. Podemos pensar que probablemente tenían que ir al templo y no podían «ensuciarse las manos» con aquel herido. Sabían que había pobres y quizá también habían ayudado a alguno de aquellos que descansaban cerca del templo. Pero no podían detenerse en aquel camino; además, ¿quién era aquel extranjero? Quizá no hablaba su lengua, era un extranjero. ¡Cuántas justificaciones aparecen en el corazón y en la mente mientras se pasa cerca de ellos! Y uno no se detiene porque siempre vence la preocupación por uno mismo y por la propia seguridad. Además, quien es prisionero de uno mismo, sólo se escucha a sí mismo; y vive sin compasión por los demás. Todos sabemos, por propia experiencia, qué fácilmente nos conmovemos por nosotros y con cuanta dificultad nos conmovemos por los demás El sacerdote y el levita no se conmovieron, y aquel hombre medio muerto se quedó solo. Afortunadamente pasó el samaritano que, en cuanto vio a aquel hombre medio muerto, tuvo compasión, bajó del caballo, y se acercó a él, le dio las primeras curas y después lo llevó a una posada. Muchas generaciones cristianas han visto en aquel samaritano, que se reveló contra la indiferencia del mundo, al mismo Jesús; él, está escrito, curó a cuantos necesitaban curación, tuvo compasión por las multitudes cansadas, abatidas, abandonadas como ovejas sin pastor. Jesús es el compasivo; en efecto, «siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios sino que se despojó de si mismo tomando condición de esclavo» (Flp 2, 6). A los discípulos de todo tiempo, incluidos nosotros, deja en herencia su compasión para que continuemos como él, deteniéndonos en los bordes del camino de la vida y recogiendo a aquellos que necesitan salvación. Él, en efecto, a lo largo de estos años de nuestra historia, nos ha indicado a los pobres medio muertos a lo largo de nuestro camino y nos ha enseñado a detenernos, Él nos ha abierto los ojos para que no permaneciésemos concentrados en nosotros mismos, ha sido Él el que tantas veces ha acercado hasta nuestra puerta a los pobres para que los acogiésemos. Sí, la posada de la que habla el Evangelio y a la que el Señor lleva a aquel hombre medio muerto, somos también nosotros, es la comunidad de los discípulos. El Señor Jesús, como el buen samaritano, nos confía a nosotros, posaderos de la posada, al hombre medio muerto, exhausto, herido. Y continúa repitiéndonos, cada día: « ¡Cuida de mí!». Pero no sólo eso, también nos da dos denarios. Sí, realmente bastan dos denarios de la com¬pasión de Jesús para ayudar, confortar y curar a los débiles. Y añade: « Si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva» (v. 35). Si hay mayor necesidad de compasión, el mismo Jesús continuará dándonosla; lo que cuenta es estar siempre preparados ante la puerta, atentos al samaritano que llama. Este es el sentido de nuestra vida en el mundo, ser como la posada evangélica, escuela de compasión y de amor, capaz de acoger y custodiar a los pobres y débiles. El Señor, confiándonoslos, nos aleja del destino triste de aquel sacerdote y de aquel levita, hombres fríos e infelices, y nos hace partícipes de su amor y de la fie¬sta que se vive en aquella posada. Sí, la fiesta de los humildes y de los débiles reunidos por el Señor. En este domingo, el buen samaritano regresa entre nosotros una vez más; regresa como maestro de caridad, para que cada uno de nosotros aprenda a imitarlo, abra sus manos para recibir los dos denarios, y abra el corazón para vivir su compasión. Y oiremos una vez más con fuerza la invitación evangélica: «Vete y haz tú lo mismo» (v. 37).

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***** 16/07/2007

Memoria de los pobres Fiesta de María del Monte Carmelo. Canto de los Salmos

Psaume 109 (110)

Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra,hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión:¡domina en medio de tus enemigos! Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: "Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec." A tu diestra, Señor, él quebranta a los reyes el día de su cólera; sentencia a las naciones, amontona cadáveres, cabezas quebranta sobre la ancha tierra. En el camino bebe del torrente, por eso levanta la cabeza. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 48,1-15

Cántico. Salmo. De los hijos de Coré. Grande es Yahveh, y muy digno de loa en la ciudad de nuestro Dios; su monte santo, de gallarda esbeltez, es la alegría de toda la tierra; el monte Sión, confín del Norte, la ciudad del gran Rey: Dios, desde sus palacios, se ha revelado como baluarte. He aquí que los reyes se habían aliado, irrumpían a una; apenas vieron, de golpe estupefactos, aterrados, huyeron en tropel. Allí un temblor les invadió, espasmos como de mujer en parto, tal el viento del este que destroza los navíos de Tarsis. Como habíamos oído lo hemos visto en la ciudad de Yahveh Sebaot, en la ciudad de nuestro Dios, que Dios afirmó para siempre. Pausa. Tu amor, oh Dios, evocamos en medio de tu Templo; ¡como tu nombre, oh Dios, tu alabanza hasta los confines de la tierra! De justicia está llena tu diestra, el monte Sión se regocija, exultan las hijas de Judá a causa de tus juicios. Dad la vuelta a Sión, girad en torno de ella, enumerad sus torres; grabad en vuestros corazones sus murallas, recorred sus palacios; 38

para contar a la edad venidera que así es Dios, nuestro Dios por los siglos de los siglos, aquel que nos conduce.

El salmo canta al monte Sión, residencia del rey y lugar del templo. Obviamente se quiere alabar al Señor; Él ha elegido la ciudad y el templo como lugar de su morada. Canta el salmista: «Grande es Yahvé y muy digno de alabanza! En la ciudad de nuestro Dios está su monte santo, hermosa colina, alegría de toda la tierra» (vv.2-3). Todo israelita piadoso peregrinaba hacia Jerusalén para encontrar en aquel lugar santo a su Dios. Una vez atravesadas las puertas del templo, el peregrino quedaba maravillado por la grandiosidad de la construcción y por el esplendor del templo y quedaba como envuelto por la belleza del culto, por la solemnidad de las procesiones, por el entusiasmo de los cantos, por la escucha de la Palabra que narraba las acciones del Señor a favor de su pueblo. En efecto, en Jerusalén todo hablaba de Dios, de su gloria y de su salvación, de su predilección por Israel y de su realeza en el mundo. El israelita que allí llegaba tenía la sensación de tocar con las manos la potencia de Dios y su misericordia. A través de la narración de las maravillas realizadas por el Señor, veía, no sólo escuchaba; revivía, no sólo recordaba: «Lo que habíamos oído lo hemos visto» (v. 9), canta el salmo. Es lo que sucede cada vez que se escuchan las Escrituras: no sólo recordamos cosas pasadas, se revive en el presente lo que las Escrituras narran. Gregorio Magno, con la sabiduría espiritual de quien ha consumido sus ojos sobre la Biblia, decía: “La Escritura crece con quien la lee”. El salmista, por eso, si hace memoria de los enemigos que se alían contra Jerusalén, se refiere a acontecimientos históricos precisos, pero subraya a la vez que Dios no abandona nunca a su pueblo, continua defendiéndolo y salvando su ciudad. Jerusalén es la ciudad de Dios, rey de toda la tierra y de todos los pueblos, la ha elegido como su morada. La ciudad santa se convierte en un gran símbolo, que atraviesa los tiempos y llega hasta nuestros días, reuniendo a todas las ciudades de la tierra. En la Biblia hebrea se la nombra 656 veces. Jerusalén es, en cierto modo, la patria de todos. Desde aquí el Señor opera hasta las confines del mundo: el gran soberano, cuya potencia sacude la tierra, paraliza a los ejércitos enemigos y destroza en el mar en tem¬pestad los navíos de Tarsis, es un Dios de misericordia: «Tu amor, oh Dios, evocamos en medio de tu templo » (v.10).

***** 17/07/2007

Memoria de la Madre del Señor Canto de los Salmos

Psaume 110 (111)

¡Aleluya!Doy gracias a Yahveh de todo corazón,en el consejo de los justos y en la comunidad. Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen. Esplendor y majestad su obra, su justicia por siempre permanece.

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De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. Ha revelado a su pueblo el poder de sus obras, dándole la heredad de las naciones. Verdad y justicia, las obras de sus manos, leales todas sus ordenanzas, afirmadas para siempre jamás, ejecutadas con verdad y rectitud. Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre. Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre permanece. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 49,1-21

Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo. ¡Oídlo, pueblos todos, escuchad, habitantes todos de la tierra, hijos de Adán, así como hijos de hombre, ricos y pobres a la vez! Mi boca va a decir sabiduría, y cordura el murmullo de mi corazón; tiendo mi oído a un proverbio, al son de cítara descubriré mi enigma. ¿Por qué temer en días de desgracia cuando me cerca la malicia de los que me hostigan, los que ponen su confianza en su fortuna, y se glorían de su gran riqueza? ¡Si nadie puede redimirse ni pagar a Dios por su rescate!; es muy cara la redención de su alma, y siempre faltará, para que viva aún y nunca vea la fosa. Se ve, en cambio, fenecer a los sabios, perecer a la par necio y estúpido, y dejar para otros sus riquezas. Sus tumbas son sus casas para siempre, sus moradas de edad en edad; ¡y a sus tierras habían puesto sus nombres! El hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja. Así andan ellos, seguros de sí mismos, y llegan al final, contentos de su suerte. Pausa. Como ovejas son llevados al seol, los pastorea la Muerte, y los rectos dominarán sobre ellos. Por la mañana se desgasta su imagen, ¡el seol será su residencia! Pero Dios rescatará mi alma, de las garras del seol me cobrará. No temas cuando el hombre se enriquece, cuando crece el boato de su casa. Que a su muerte, nada ha de llevarse, su boato no bajará con él. Aunque en vida se bendecía a sí mismo - te alaban, porque te has tratado bien -, irá a unirse a la estirpe de sus padres, que nunca ya verán la luz. El hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja.

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El sabio se dirige a todos los hombres. Tiene algo que decir tanto a ricos como a pobres, a cultos y a ignorantes. Pero no se trata de una revelación divina, ni de una palabra especialmente sagrada. Es una sencilla reflexión que todos pueden hacer pero que, sin embargo, a menudo queda sepultada entre las ocupaciones de cada día. Todo el mundo puede hacerla, basta pensar en ella: es el sentido de la vida. El salmista advierte al rico que es inútil que se haga ilusiones y que esté seguro de sí mismo; el bien más valioso es la vida, y no hay riqueza que consiga asegurarla. Con la riqueza se pueden comprar muchas cosas, pero no la más importante: la salvación. Dios no se deja compra¬r: nadie podrá nunca dar a Dios el precio de su rescate... ¡demasiado caro sería el precio de la vida! Y, por dos veces, advierte con claridad: “El hombre opulento no entiende, a las bestias mudas se parece” (vv.13.21). El salmista, nacido quizá en una familia pobre, ha conocido la opresión de los ricos y de los poderosos, sintiendo ante ellos envidia y miedo. Pero consiguió liberarse. No porque haya cambiado la situación, sino porque ha cambiado el modo de mirarla. Todo su ánimo cambia cuando finalmente descubre un nuevo punto de observación que le permite una mirada completamente nueva, diferente. Entiende que la vida se debe mirar a partir de su desenlace, de la muerte. En efecto, se envidia a los ricos y a los poderosos cuando se atribuye a sus riquezas y a su potencia un valor que no tienen; pero si los miramos a la luz de la conclusión de la vida, todo se hace más claro: no hay riqueza que pueda rescatar al hombre, a ningún hombre, de la muerte. Toda potencia humana, en efecto, se extingue en el límite insuperable de la muerte. El rico a menudo se engaña; piensa que posee muchas cosas pero ninguna de ellas le salvará. Quien confía su vida a la riqueza y al poder es como si la fundase en la vanidad y, al final, en la muerte. Si esto se entiende, ya no hay motivo para que el pobre sienta envidia del rico, o peor todavía, para que tenga miedo tirándose a sus pies: «Los ricos van derechos a la tumba. Su imagen se desvanece» (v. 15). No sólo los ricos y los pobres mueren del mismo modo, sino también los sabios y los ignorantes: «Puede ver - dice el salmista – morir a los sabios, lo mismo que perecen necios y estúpidos... Sus tumbas son sus casas eternas» (v.10). Todos los hombres, ricos y pobres, sabios y menos sabios, si quieren vivir, deben dirigir sus ojos a Dios y reconocer que sólo Él «rescatará mi vida, me cobrará de las garras de la muerte» (v.16). El hombre no puede comprarse la vida con las riquezas o con la sabiduría. No existe precio alguno que pueda evitar la muerte. El hombre no puede hacerlo, pero todo es posible a Dios. Y Jesús vendrá a plantar su tienda entre los hombres precisamente para rescatarles de la muerte.

***** 18/07/2007

Memoria de los santos y de los profetas Recuerdo de san Sergio de Radonez, fundador de la Lavra de la Santísima Trinidad, en Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider muerto en el lager nazi de Buchenwald el 18 de julio de 1939. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 50,1-24

Salmo. De Asaf. El Dios de los dioses, Yahveh, habla y convoca a la tierra desde oriente hasta occidente. Desde Sión, la Hermosa sin par, 41

Dios resplandece, viene nuestro Dios y no se callará. Delante de él, un fuego que devora, en torno a él, violenta tempestad; convoca a los cielos desde lo alto, y a la tierra para juzgar a su pueblo. ¡Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron! Anuncian los cielos su justicia, porque es Dios mismo el juez. Pausa. Escucha, pueblo mío, que hablo yo, Israel, yo atestiguo contra ti, yo, Dios, tu Dios. No es por tus sacrificios por lo que te acuso: ¡están siempre ante mí tus holocaustos! No tengo que tomar novillo de tu casa, ni machos cabríos de tus apriscos. Pues mías son todas las fieras de la selva, las bestias en los montes a millares; conozco todas las aves de los cielos, mías son las bestias de los campos. Si hambre tuviera, no habría de decírtelo, porque mío es el orbe y cuanto encierra. ¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos? Sacrificio ofrece a Dios de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me darás gloria." Pero al impío Dios le dice: "¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? Si a un ladrón ves, te vas con él, alternas con adúlteros; sueltas tu boca al mal, y tu lengua trama engaño. Te sientas, hablas contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre. Esto haces tú, ¿y he de callarme? ¿Es que piensas que yo soy como tú? Yo te acuso y lo expongo ante tus ojos. ¡Entended esto bien los que olvidáis a Dios, no sea que yo arrebate y no haya quien libre! El que ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le mostraré la salvación de Dios."

El salmista imagina que Dios interviene en una asamblea, quizás en el templo, porque tiene algo que decir que no puede conservar para sí. Ve comportamientos que ya no puede soportar. Escribe el salmista: «Viene nuestro Dios y no callará (v. 3)... Escucha, pueblo mío, voy a hablar, Israel, testifico contra ti, yo, Dios, tu Dios» (v. 7). Dos comportamientos. Es tanta la ofensa que Dios no consigue soportarlo. El primero es el culto que no nace del corazón: «No tomaré novillos de tu casa, ni machos cabríos de tus apriscos, pues son mías las fieras salvajes, las bestias en los montes a millares. Si hambre tuviera, no te lo diría, porque mío es el orbe y cuanto encierra» (vv. 9-10). El Señor, que ama a su pueblo gratuitamente, no soporta que se intente “comprarlo” con los ritos y las ofrendas. El Señor quiere el amor de sus hijos, por eso repite: «yo, Dios, tu Dios» (v.7). Ante Él sólo podemos recibir, no dar; depender, no pagar; obedecer, no pretender. El verdadero culto es alabar al Señor (v.14), es invocarle en la angustia y honrarle todos los días de nuestra vida, como sugerirá también el apóstol Pablo en la carta a los Romanos (12, 1-2). El otro comportamiento que Dios no soporta es el de profesar la fe con palabras para después desmentirla con la vida. Acerca de esta segunda contradicción el salmista es severo. Afirma que la distancia entre las palabras y las obras no es sólo cuestión de poca fe, sino de verdadera impiedad: “¿A qué viene recitar mis preceptos y ponerte a hablar de mi alianza, tú que detestas la doctrina y a tus espaldas echas mis palabras?” (v.16). Se pueden ofrecer sacrificios con una intencionalidad que los traiciona en lo más profundo, despreciando a Dios en lugar de reconocerlo como único Señor. Así mismo se pueden cantar alabanzas al Señor, 42

conocer sus mandamientos y después desmentirlos en la vida (vv.16-21). Esta actitud no es muestra sólo de una simple carencia de buena voluntad, sino de un radical malentendido de Dios, concebido como amo que se complace en alabanzas, pero que permanece indiferente ante las relaciones que se instauran entre los hombres. La soberanía de Dios, en cambio, se reconoce en las obras concretas que brotan de un corazón que cree. La enseñanza evangélica retomará con claridad este tema y hará de él un signo distintivo de los discípulos de Jesús. Sus raíces arraigan en el mismo corazón de Dios. El Señor, en efecto, se distancia de esta manera de actuar: “¿Piensas que soy como tú?” (v. 21).

***** 19/07/2007

Memoria de la Iglesia Canto de los Salmos

Salmo 111 (112)

¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh,que en sus mandamientos mucho se complace! Fuerte será en la tierra su estirpe,bendita la raza de los hombres rectos. Hacienda y riquezas en su casa, su justicia por siempre permanece. En las tinieblas brilla, como luz de los rectos, tierno, clemente y justo. Feliz el hombre que se apiada y presta, y arregla rectamente sus asuntos. No, no será conmovido jamás, en memoria eterna permanece el justo; no tiene que temer noticias malas, firme es su corazón, en Yahveh confiado. Seguro está su corazón, no teme: al fin desafiará a sus adversarios. Con largueza da a los pobres; su justicia por siempre permanece, su frente se levanta con honor. Lo ve el impío y se enfurece, rechinando sus dientes, se consume. El afán de los impíos se pierde. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 51,1-21

Del maestro de coro. Salmo. De David. Cuando el profeta Natán le visitó después que aquél se había unido a Betsabé. Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he pecado, 43

lo malo a tus ojos cometí. Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas. Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre. Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría. Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Devuélveme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que machacaste tú. Retira tu faz de mis pecados, borra todas mis culpas. Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva; no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu. Vuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame; enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores volverán a ti. Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia; abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias. ¡Favorece a Sión en tu benevolencia, reconstruye las murallas de Jerusalén! Entonces te agradarán los sacrificios justos, - holocausto y oblación entera se ofrecerán entonces sobre tu altar novillos.

La tradición cristiana sitúa este salmo entre los siete salmos penitenciales, y es conocido también con el verbo latino con el que empieza: Miserere. Es la oración del creyente que se descubre pecador ante el Señor y le dirige su súplica, cierto de que la misericordia de Dios es más grande que sus culpas. El salmo recuerda al inicio el pecado de David, un pecado realmente grave: el rey hizo asesinar a Uría, (un soldado que luchaba en el frente por el rey) para tomar a su mujer, Betsabé. La conciencia de David se despertó sólo cuando el profeta Natán lo amonestó abiertamente (2 S 12, 7). En efecto, la Palabra de Dios revela al hombre la naturaleza profunda del pecado cometido. Es así desde el pecado de Adán, que sintió vergüenza de su culpa sólo cuando oyó que Dios se acercaba (Gn 3,10). Para describir la gravedad del pecado el salmista utiliza tres palabras. La primera, feshà, indica el pecado como acto de rebelión y de infidelidad: “Por tu inmensa ternura borra mi delito” (v. 3). El pecado, en efecto, traiciona la alianza establecida entre Dios y el hombre. La segunda palabra, awon, traducida comúnmente con culpa indica la condición de pesantez que el pecado provoca, como se escribe en el salmo 38, 5: «Mis culpas sobrepasan mi cabeza, como peso harto grave para mí». La tercera palabra, chatta, significa error, es decir, equivocarse de objetivo. El pecador, en efecto, cree alcanzar una meta, pero en realidad se encuentra con el vacío y la desilusión, como vemos en la parábola del hijo prodigo. El pecado marca profundamente el corazón del hombre y el sal¬mista lo recuerda: «Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre» (v.7). Son palabras destinadas a suscitar el conocimiento de nuestra radical debilidad, el límite que nos marca desde el nacimiento, pero no para caer en la desesperación, sino para que nos dirijamos a Dios que nos da un corazón nuevo: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme» (v.12). El perdón que el Señor nos concede no es un sencillo gesto de bondad, sino la creación en nosotros de un corazón nuevo, liberado de la esclavitud del pecado. El perdón es siempre liberación del mal porque el Señor infunde en nosotros la fuerza de su misericordia y de su piedad que regeneran el corazón. El salmo, en efecto, no canta el pecado sino la misericordia de Dios. Desde el 44

inicio el salmista invoca: «Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa ternura borra mi delito» (v.3). Piedad, misericordia y bondad describen la riqueza del amor de Dios por el hombre. La misericordia, en el lenguaje bíblico, no es un simple sentimiento pasajero sino la apasionada, fuerte y fiel ternura de una madre por su hijo. Dice el Señor: « ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido» (Is 49, 15). Si nosotros somos obstinados en pecar, todavía más obstinada es, podríamos decir, la misericordia de Dios por nosotros. Y suya es siempre la última palabra.

***** 20/07/2007

Memoria de Jesús crucificado Recuerdo del profeta Elías que fue llevado al cielo y dejó a Eliseo su manto. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 52,1-11

Del maestro de coro. Poema. De David. Cuando el edomita Doeg vino a avisar a Saúl diciéndole: "David ha entrado en casa de Ajimélek." ¿Por qué te glorías del mal, héroe de infamia? Todo el día pensando estás en crímenes, tu lengua es una afilada navaja, oh artífice de engaño. El mal al bien prefieres, la mentira a la justicia; Pausa. amas toda palabra de perdición, oh lengua engañadora. Por eso Dios te aplastará, te destruirá por siempre, te arrancará de tu tienda, te extirpará de la tierra de los vivos. Pausa. Los justos lo verán y temerán, se reirán de él: ¡Ese es el hombre que no puso en Dios su refugio, mas en su gran riqueza confiaba, se jactaba de su crimen! Mas yo, como un olivo verde en la Casa de Dios, en el amor de Dios confío para siempre jamás. Te alabaré eternamente por lo que has hecho; esperaré en tu nombre, porque es bueno con los que te aman

Es la oración de un hombre cansado de ser calumniado y maltratado por un rico y potente que no pierde ocasión para hacerle daño. Este hombre llega a vanagloriarse de su maldad, prefiere el mal al bien y sólo ama las palabras maléficas. En él se manifiesta la fuerza y la perversión del mal cuando toma posesión de los corazones. El salmista se dirige directamente a este hombre tuteándolo (vv. 3-6) y le anuncia el castigo de Dios: «Por eso Dios te aplastará, te destruirá para siempre, te arrancará de tu tienda, te extirpará de la tierra de los vivos» (v. 7). En el momento del castigo – desenlace inevitable de una vida construida prefiriendo el mal al bien – aparecerá toda 45

la estupidez del orgullo y de la engañosa seguridad del malvado. Y entonces los justos se reirán de él (vv.8-9)). La profunda estupidez de un hombre así, que se enorgullece de su malicia y de su arrogancia, radica en no buscar refugio en Dios sino en la abundancia de las riquezas. Pero confiar la propia vida a las riquezas, o poner la propia seguridad en cosas que no pueden darla, es realmente una estupidez. El salmo termina contraponiendo la figura del malvado a la figura del justo. A diferencia del necio que – como escribe el salmo 37 – “se empina como cedro del Líbano; pasé luego y ya no estaba”(vv. 35-36), el justo conoce la perseverancia y la estabilidad: «Pero yo como olivo frondoso en la Casa de Dios, en el amor de Dios confío para siempre jamás» (vv.10). A diferencia del malvado, el justo conoce la permanencia y la estabilidad evocada por la doble alusión a la eternidad (“para siempre jamás”, “eternamente”). Y la raíz que alimenta el olivo simbólico del salmo es la fe viva que tiene como objeto la “fidelidad” de Dios a su pueblo.

***** 21/07/2007

Vigilia del domingo Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 53,1-7

Del maestro de coro. Para la enfermedad. Poema. De David. Dice en su corazón el insensato: "¡No hay Dios!" Corrompidos están, de conducta abominable, no hay quien haga el bien. Se asoma Dios desde los cielos hacia los hijos de Adán, por ver si hay un sensato, alguien que busque a Dios. Todos ellos están descarriados, en masa pervertidos. No hay quien haga el bien, ni uno siquiera. ¿No aprenderán todos los agentes de mal que comen a mi pueblo como se come el pan, y no invocan a Dios? Allí de espanto temblarán, donde nada hay que espante. Pues Dios dispersa los huesos de tu sitiador, se les ultraja porque Dios los rechaza. ¿Quién traerá de Sión la salvación de Israel? ¡Cuando Dios cambie la suerte de su pueblo, exultará Jacob, se alegrará Israel!

Este salmo es una repetición, salvo alguna variante, del salmo 14. También aquí el salmista subraya la necedad de los que rechazan a Dios: «Dice el necio en su interior: No hay Dios» (v. 2). No se trata de una afirmación filosófica sino de una sencilla constatación de vida: negar a Dios es necedad. Para el salmista necio no es quien está privado de inteligencia o de cul¬tura, sino quien no tiene sabiduría, quien es sordo o indiferente ante los interrogantes más profundos del hombre. Se trata de un ateismo 46

práctico, es decir, una manera de vivir y de comportarse como si Dios no existiese o como si fuese irrelevante para la existencia. El salmista se imagina que el mismo Señor «se asoma desde el cielo y observa a los seres humanos por ver si hay uno sensato» (v. 3). Hombres “sensatos” dice el texto, para subrayar que la indiferencia es necedad, mientras que la búsqueda de Dios, la búsqueda del bien, del sentido de la vida es sabiduría. El panorama que se abre ante los ojos de Dios es muy desolador: «Todos están descarriados, pervertidos en masa. No hay quien haga el bien, ni uno siquiera» (v. 4). El salmista no se detiene sencillamente ante el hecho de la negación de la existencia de Dios, sino ante la inmoralidad que deriva de tal negación. Es una inmoralidad extendida, sin pudor, que se salta todas las reglas. Las palabras del salmo so¬n elocuentes: hombres corrompidos, pervertidos, no hay quien haga el bien, «comen a mi pueblo como pan y no invocan a Dios» (v. 5). Quizá el salmista está pensando en los poderosos que explotan a los más débiles para acumular riquezas y honores para sí mismos. La negación de Dios, teórica o práctica, lleva consigo la creación de una sociedad inhumana ya que no hay regla alguna sino el propio interés individual: por eso no basta la denuncia de sus males, ni bastan las leyes; se debe sanar la raíz del árbol, es decir, ayudar a que los hombres encuentren el gusto de «buscar e invocar» al Señor, como canta el salmo. Para invocar al Señor el hombre debe reencontrar la conciencia del propio límite. Y para buscarlo debe huir de los muchos deseos egocéntricos que le distraen para dirigir el corazón y la mente hacia el Señor.

***** 22/07/2007

Liturgia del domingo XVI del tiempo ordinario. Recuerdo de María Magdalena. Anunció a los discípulos que el Señor había resucitado. Primera Lectura

Génesis 18,1-10

Apareciósele Yahveh en la encina de Mambré estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados a sur vera. Como los vio acudió desde la puerta de la tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: "Señor mío, si te he caído en gracia, ea, no pases de largo cerca de tu servidor. Ea, que traigan un poco de agua y lavaos los pies y recostaos bajo este árbol, que yo iré a traer un bocado de pan, y repondréis fuerzas. Luego pasaréis adelante, que para eso habéis acertado a pasar a la vera de este servidor vuestro." Dijeron ellos: "Hazlo como has dicho." Abraham se dirigió presuroso a la tienda, a donde Sara, y le dijo: "Apresta tres arrobas de harina de sémola, amasa y haz unas tortas." Abraham, por su parte, acudió a la vacada y apartó un becerro tierno y hermoso, y se lo entregó al mozo, el cual se apresuró a aderezarlo. Luego tomó cuajada y leche, junto con el becerro que había aderezado, y se lo presentó, manteniéndose en pie delante de ellos bajo el árbol. Así que hubieron comido dijéronle: "¿Dónde está tu mujer Sara?" - "Ahí, en la tienda", contestó. Dijo entonces aquél: "Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo." Sara lo estaba oyendo a la entrada de la tienda, a sus espaldas.

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Salmo responsorial

Salmo 14 (15)

Yahveh, ¿quién morará en tu tienda?,¿quién habitará en tu santo monte? El que ando sin tacha,y obra la justicia;que dice la verdad de corazón, y no calumnia con su lengua; que no daña a su hermano, ni hace agravio a su prójimo; con menosprecio mira al réprobo, mas honra a los que temen a Yahveh; que jura en su perjuicio y no retracta, no presta a usura su dinero, ni acepta soborno en daño de inocente. Quien obra así jamás vacilará. Segunda Lectura

Colosenses 1,24-28

Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo. Lectura de la Palabra de Dios

Lucas 10,38-42

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.» Homilía También este domingo el Señor nos ha reunido para llevarnos con Él hacia Jerusalén. Es un viaje diferente a los nuestros; en efecto, nosotros no establecemos la meta y tampoco el itinerario. No somos los maestros y los pastores de nosotros mismos. En este viaje, que tiene como etapas los diferentes domingos, el Señor está delante nuestro, guía nuestros pasos para que podamos alcanzar la estatura espiritual a la que estamos llamados. El domingo pasado la liturgia nos hizo detener junto a aquel hombre medio muerto que había sido abandonado por el sacerdote y por el levita. Y nos mostró en el buen samaritano la imagen verdadera del cri¬stiano. Hoy, como si quisiera crear un díptico al describir la identidad del discípulo, se añade otra imagen, la de María sentada a los pies del Maestro. El evangelista Lucas une la escena de Marta y María con la del buen samaritano. Recuerdo con aprecio a un querido amigo, Valdo Vinay, al que le gustaba repetir que no era una casualidad la contigüidad de estos dos pasajes evangélicos; al contrario, según él, siempre se deben leer unidos, porque representan 48

el «díptico» de la identidad del cristiano, que debe ser, al mismo tiempo, Buen Samaritano y María. En estas dos imágenes, en efecto, están representadas las dos dimensiones inseparables de la vida evangélica: la caridad y la escucha de la palabra. El Evangelio no prevé expertos de la caridad por un lado y expertos en oración por el otro. Todo creyente debe escuchar a Jesús, como María y, al mismo tiempo, debe ocuparse del hombre abandonado medido muerto a lo largo del camino, como hizo el samaritano. No existe oposición, pues, entre caridad y oración, entre «vida activa» y «vida contemplativa »; lo que el Evangelio estigmatiza es más bien la oposición entre el pasar de largo y el detenerse ante quien tiene necesidad; entre el estar prisionero totalmente de las propias cosas y el dejarse llevar por la escucha del Evangelio. La contemplación que ignora la pena cotidiana es totalmente extraña al Evangelio, al igual que una vida prisionera de los propios problemas y afanes. Pero detengámonos en el episodio evangélico de Marta y María. Su casa estaba en Betania, un suburbio de Jerusalén. A Jesús le gustaba ir a visitarles: allí encontraba calor y afecto. Ante las graves y difíciles disputas que le esperaban en Jerusalén, y sobre todo ante la hostilidad sorda y malvada que a menudo allí encontraba, podemos entender que para él era muy consolan¬te encontrar una casa donde ser acogido y poder reposar. Y para Él, que ni siquiera tenía una piedra como almohada donde reposar la cabeza, aquella casa era realmente un refugio deseado. La amistad de Lázaro, de Marta y de María era un apoyo en su difícil misión evangelizadora. Por eso podemos entender el llanto de Jesús ante la muerte de su amigo Lázaro. Entonces, en esta casa de Betania - ¿no debería ser así en todas las casas de los discípulos? – parece repetirse la estupenda escena descrita en el li¬bro del Génesis (18, 1-10), que se nos propone este domingo como primera lectura. Se trata del episodio de Abrahán que acoge en su tienda a tres peregrinos. Todos conocemos la obra maestra del santo pintor ruso, Rublev, que ha inmortalizado esta escena con los tres ángeles reunidos alrededor de la mesa preparada por Abrahán. El pintor ruso tenía muy presente cuanto está escrito en la Carta a los Hebreos: «No olvidéis la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles» (13, 2). Aquí, en Betania, los tres, con su exquisita hospitalidad, han acogido al ángel de Dios, el Maestro de Nazaret. Podríamos decir que en la escena de Marta y María, que acogen a Jesús, alcanza la cúspide la acogida de Abrahán. El Evangelio no pretende disminuir los gestos concre¬tos de Marta, la acogida también está hecha de esto; co¬mo tampoco quiere hacer de las dos hermanas los símbolos de dos estados de vida. El problema está en la profundidad de la acogida. Marta está concentrada en muchos servicios; preocupada y agitada por muchas cosas, hasta el punto de olvidar el sentido de lo que estaba haciendo, es decir, la acogida a Jesús. También en la parábola del buen samaritano podríamos decir que el sacerdote y el levita están talmente prisioneros de sus tareas, incluso religiosas, que olvidan la esencialidad de sus servicios, la compasión de Dios. Como está escrito: «Yo quiero amor, no sacrifico» (Os 6, 6). En el caso de Marta, es tan evidente el distanciamiento de la finalidad que, en lugar de pensar en Jesús con afecto y premura, se deja llevar por los nervios, al ver que María estaba sentada escuchando, y explota contra Jesús acusándole: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?» (v. 41). Jesús, con calma y af¬ecto, le responde que se agita y se preocupa por demasiadas cosas, mientras que una sola es realmente necesaria: la escucha del Evangelio. Es lo más importante porque cambia el corazón y la vida. El que escuche la palabra de Dios y la custodie será un hombre y una mujer de misericordia y de paz. María, verdadera discípula de

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Jesús, ha elegido esta parte, la mejor: la primacía absoluta, en la propia vida, de la escucha de Jesús. Si le escuchamos, viviremos como Él, y seremos salvados.

***** 23/07/2007

Memoria de los pobres Recuerdo de san Antonio de las grutas de Kiev (+1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, está considerado el fundador del Monasterio de las grutas. Canto de los Salmos

Salmo 112 (113)

¡Alabad, servidores de Yahveh,alabad el nombre de Yahveh! ¡Bendito sea el nombre de Yahveh,desde ahora y por siempre! ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre de Yahveh! ¡Excelso sobre todas las naciones Yahveh, por encima de los cielos su gloria! ¿Quién como Yahveh, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. El asienta a la estéril en su casa, madre de hijos jubilosa. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 54,1-9

Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Poema. De David. Cuando los zifitas vinieron a decir a Saúl: "¿No está escondido David entre nosotros?" ¡Oh Dios, sálvame por tu nombre, por tu poderío hazme justicia, oh Dios, escucha mi oración, atiende a las palabras de mi boca! Pues se han alzado contra mí arrogantes, rabiosos andan en busca de mi alma, sin tener para nada a Dios presente. Pausa. Mas ved que Dios viene en mi auxilio, el Señor con aquellos que sostienen mi alma. ¡El mal recaiga sobre los que me asechan, Yahveh, por tu verdad destrúyelos! De corazón te ofreceré sacrificios, celebraré tu nombre, porque es bueno, porque de toda angustia me ha librado, y mi ojo se recreó en mis enemigos

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El salmo reproduce la oración de un pobre que se confía a la justicia de Dios en un momento en el que ya no puede esperar nada de los hombres. Acusado inju¬stamente, el salmista se dirige a Dios para que Él le defienda en su derecho. Los acusadores son poderosos y despiadados: «arrogantes y prepotentes» porque no tienen presente a Dios (v.5), dice amargamente el salmista. El espíritu del mal lleva a los enemigos a no tener otra finalidad que su propio provecho. El texto hebreo los llama «extranjeros» (v. 5), y, sin embargo, pertenecen a la comunidad de Israel, como se intuye por el sentido global del salmo. ¿Por qué extranjeros? Quizá precisamente porque son malvados y no tienen Dios. La pertenencia a la comunidad exige una comunidad de fe: no basta la de la sangre o la cultura. El salmo nos hace intuir que el acusado no tiene humanamente salida ante la arrogancia y la fuerza de los enemigos. En este sentido, el acusado es considerado similar al pobre que sólo pone en Dios su confianza, y lo afirma con claridad: «Dios viene en mi auxilio, el Señor defiende mi vida» (v.6). El hombre del salmo sabe que Dios le protege. Sin embargo, el salmista, que no tiene todavía el corazón grande como el del Señor, llega incluso a pedir la destrucción de sus enemigos: «¡Recaiga el mal sobre los que me acechan, destrúyelos por tu fidelidad!» (v. 7). Todavía debe realizar un camino interior, el que lleva a confiarse totalmente a Dios y afirmar: «Dios, de toda angustia me has librado» (v. 9). Esta confianza en Dios hace de este salmo la oración de todo perseguido y de cada pueblo oprimido y humillado.

***** 24/07/2007

Memoria de la Madre del Señor Canto de los Salmos

Psaume 113 (114)

¡Aleluya! Cuando Israel salió de Egipto,la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, se hizo Judá su santuario,Israel su dominio. Lo vio la mar y huyó, retrocedió el Jordán, los montes brincaron lo mismo que carneros, las colinas como corderillos. Mar, ¿qué es lo que tienes para huir, y tú, Jordán, para retroceder, montes, para saltar como carneros, colinas, como corderillos? ¡Tiembla, tierra, ante la faz del Dueño, ante la faz del Dios de Jacob, aquel que cambia la peña en un estanque, y el pedernal en una fuente!

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Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 55,1-24

Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Poema. De David. Escucha, oh Dios, mi oración, no te retraigas a mi súplica, dame oídos, respóndeme, en mi queja me agito. Gimo ante la voz del enemigo, bajo el abucheo del impío; pues vierten sobre mí falsedades y con saña me hostigan. Se me estremece dentro el corazón, me asaltan pavores de muerte; miedo y temblor me invaden, un escalofrío me atenaza. Y digo: ¡Quién me diera alas como a la paloma para volar y reposar! Huiría entonces lejos, en el desierto moraría. En seguida encontraría un asilo contra el viento furioso y la tormenta. Pausa. ¡Oh, piérdelos, Señor, enreda sus lenguas!, pues veo discordia y altercado en la ciudad; rondan día y noche por sus murallas. Y dentro de ella falsedad y malicia, insidias dentro de ella, jamás se ausentan de sus plazas la tiranía y el engaño. Si todavía un enemigo me ultrajara, podría soportarlo; si el que me odia se alzara contra mí, me escondería de él. ¡Pero tú, un hombre de mi rango, mi compañero, mi íntimo, con quien me unía una dulce intimidad, en la Casa de Dios! ¡Oh, váyanse en tumulto, caiga la muerte sobre ellos, vivos en el seol se precipiten, pues está el mal instalado en medio de ellos! Yo, en cambio, a Dios invoco, y Yahveh me salva. A la tarde, a la mañana, al mediodía me quejo y gimo: él oye mi clamor. En paz mi alma rescata de la guerra que me hacen: aunque sean muchos contra mí, Dios escucha y los humilla, él, que reina desde siempre. Pero ellos sin enmienda, y sin temor de Dios. Cada uno extiende su mano contra sus aliados, viola su alianza; más blanda que la crema es su boca, pero su corazón es sólo guerra; sus palabras, más suaves que el aceite, son espadas desnudas. Descarga en Yahveh tu peso, y él te sustentará; no dejará que para siempre zozobre el justo. Y tú, oh Dios, los hundirás en el pozo de la fosa, a los hombres de sangre y de fraude, sin alcanzar la mitad de sus días. Mas yo confío en ti.

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El salmista empieza con la oración confiada en el Señor: «Hazme caso, respóndeme». Y presenta a Dios su tormento: «Me trastorna la ansiedad. Gimo ante la voz del enemigo, bajo el abucheo del malvado; vierten falsedades sobre mí, me hostigan con saña... Dentro se agita mi corazón» (vv. 3-5). No se avergüenza de manifestar su agitación al Señor: «Miedo y temblor me invaden, un escalofrío me atenaza» (v. 6). La violencia y los altercados tienen lugar en la «ciudad» (v. l0), es decir, delante de todos, en medio de la vida de los hombres; se ha insinuado en el tejido de relaciones entre la gente. Disgustado, al hombre del salmo le gustaría huir lejos, quedarse por la noche en el desierto buscando refugio del viento impetuoso (vv. 8-9). Después reflexiona y en lugar de huir prefiere refugiarse en la oración y en el poder del Señor. La angustia no desaparece huyendo. Y, además, el mundo continuaría siempre igual. Es necesario cambiar el propio corazón si se desea que el mundo cambie. La “boca blanda” de los falsos hermanos esconde un corazón lleno de violencia y la adulación de sus palabras esconde espadas desenvainadas. Pero para el salmista la desilusión más amarga es la traición de un amigo querido: «Si fuera un enemigo el que me ultraja, podría soportarlo... ¡Pero tú, un hombre de mi rango, amigo y compañero, con quien me unía dulce intimidad en la casa de Dios!...» (vv. 13-15). Es fácil evocar el paralelo en el salmo 41: “Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, mi compañero de mesa, me ha traicionado” (v.10). Viene a la mente también la amargura de Jesús ante la traición de Judas, de Pedro y de los otros apóstoles. El salmista – a diferencia de Jesús - no re¬nuncia al deseo de castigo: «Caiga sobre ellos la muerte, bajen vivos al Seol» (v. 16). Pero acaba la súplica poniendo una vez más su confianza en Dios: «Mas yo confío en ti, Señor» (v. 24).

***** 25/07/2007

Memoria de los apóstoles Recuerdo del apóstol Santiago, hijo de Zebedeo. Fue el primero de los Doce que sufrió el martirio, su cuerpo es venerado en Compostela. Canto de los Salmos

Psaume 114 (115)

¡No a nosotros, Yahveh, no a nosotros,sino a tu nombre da la gloria,por tu amor, por tu verdad! ¿Por qué han de decir las gentes: "¿Dónde está su Dios?" Nuestro Dios está en los cielos, todo cuanto le place lo realiza. Plata y oro son sus ídolos, obra de mano de hombre. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen nariz y no huelen.

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Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan, ni un solo susurro en su garganta. Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza. Casa de Israel, confía en Yahveh, él, su auxilio y su escudo; casa de Aarón, confía en Yahveh, él, su auxilio y su escudo; los que teméis a Yahveh, confiad en Yahveh, él, su auxilio y su escudo. Yahveh se acuerda de nosotros, él bendecirá, bendecirá a la casa de Israel, bendecirá a la casa de Aarón, bendecirá a los que temen a Yahveh, a pequeños y grandes. ¡Yahveh os acreciente a vosotros y a vuestros hijos! ¡Benditos vosotros de Yahveh, que ha hecho los cielos y la tierra! Los cielos, son los cielos de Yahveh, la tierra, se la ha dado a los hijos de Adán. No alaban los muertos a Yahveh, ni ninguno de los que bajan al Silencio; mas nosotros, los vivos, a Yahveh bendecimos, desde ahora y por siempre. Lectura de la Palabra de Dios

Mateo 20,20-28

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. El le dijo: «¿Qué quieres?» Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.» Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Dícenle: «Sí, podemos.» Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre. Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»

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Jesús había encontrado a Santiago a orillas del mar de Galilea y le había llamado a seguirle, junto a su hermano Juan. Con la solícita obediencia a la invitación de Jesús empezaba para Santiago el camino del discípulo. Y, al igual que los demás, empezó a seguir a Jesús aunque no siempre entendía el diseño de amor del Señor. A veces pensaba que tenía que buscar su propia seguridad, como indica el episodio narrado por Mateo, que nos presenta a la madre pidiéndole a Jesús un lugar para sus dos hijos, uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús. Esta solicitud suscita la reacción de los demás, distantes también del pensamiento del Maestro que, precisamente ante el egocentrismo de los discípulos, ofrece una de las enseñanzas más claras al servicio en la vida de la comunidad cristiana: “Y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo”. La grandeza del discípulo es continuar siguiendo a Jesús, dejarse tocar el corazón por sus palabras y convertirse en apóstol. Como hizo Santiago. Comprendió que tenía que continuar siendo hijo (discípulo) para ser apóstol, enviado para comunicar a todos el Evangelio del amor. El encuentro que tuvo con Jesús resucitado y la acogida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés lo enraizaron en el discipulado y en la misión apostólica hasta el martirio. Aquel día, Santiago bebió el mismo cáliz que Jesús. Era lo que le había pedido su Señor.

***** 26/07/2007

Memoria de la Iglesia Recuerdo de María, enferma psíquica, muerta en Roma. Junto a ella recordamos a todos los enfermos psíquicos. Canto de los Salmos

Psaume 115 (116)

¡Aleluya! Yo amo, porque Yahveh escuchami voz suplicante; porque hacia mí su oído inclinael día en que clamo. Los lazos de la muerte me aferraban, me sorprendieron las redes del seol; en angustia y tristeza me encontraba, y el nombre de Yahveh invoqué: ¡Ah, Yahveh, salva mi alma! Tierno es Yahveh y justo, compasivo nuestro Dios; Yahveh guarda a los pequeños, estaba yo postrado y me salvó. Vuelve, alma mía, a tu reposo, porque Yahveh te ha hecho bien. Ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, y mis pies de mal paso. Caminaré en la presencia de Yahveh por la tierra de los vivos. 55

¡Tengo fe, aún cuando digo: "Muy desdichado soy"!, yo que he dicho en mi consternación: "Todo hombre es mentiroso". ¿Cómo a Yahveh podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahveh. Cumpliré mis votos a Yahveh, ¡sí, en presencia de todo su pueblo! Mucho cuesta a los ojos de Yahveh la muerte de los que le aman. ¡Ah, Yahveh, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava, tú has soltado mis cadenas! Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre de Yahveh. Cumpliré mis votos a Yahveh, sí, en presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa de Yahveh, en medio de ti, Jerusalén. Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 56,1-14

Del maestro de coro. Según: "La opresión de los príncipes lejanos". De David. A media voz. Cuando los filisteos se apoderaron de él en Gat. Tenme piedad, oh Dios, porque me pisan, todo el día hostigándome me oprimen. Me pisan todo el día los que me asechan, innumerables son los que me hostigan en la altura. El día en que temo, en ti confío. En Dios, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo, ¿qué puede hacerme un ser de carne? Todo el día retuercen mis palabras, todos sus pensamientos son de hacerme mal; se conjuran, se ocultan, mis pisadas observan, como para atrapar mi alma. Por su iniquidad, ¿habrá escape para ellos? ¡Abate, oh Dios, a los pueblos en tu cólera! De mi vida errante llevas tú la cuenta, ¡recoge mis lágrimas en tu odre! Entonces retrocederán mis enemigos, el día en que yo clame. Yo sé que Dios está por mí. En Dios, cuya palabra alabo, en Yahveh, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo, ¿qué puede hacerme un hombre? A mi cargo, oh Dios, los votos que te hice: sacrificios te ofreceré de acción de gracias, pues tú salvaste mi alma de la muerte, para que marche ante la faz de Dios, en la luz de los vivos.

56

El salmo 56 narra una historia parecida a la de tantas lamentaciones: los adversarios que oprimen, el justo golpeado, la angustia que deriva de ello, la confianza en el Señor que sostiene y, por consiguiente, la serenidad reencontrada. Parece un cuadro monótono, pero hay una insistencia: los malvados se ensañan en su violencia hasta ultrajar a los demás. Es una violencia continua, insaciable, gratuita, casi finalidad en sí misma; como insaciable y gratuita es la avidez del avaro que acumula más de lo que necesita. Su placer, en efecto, es poseer las cosas y no hacer uso de ellas, entrando así en una triste e imparable espiral. El deseo de poseer es un deseo vacío e insaciable. Por eso, la violencia del hombre a menudo golpea más que la naturaleza. Ante la encarnizada violencia de la que es víctima, el salmista se dirige al Señor: «Tú llevas la cuenta de mi vida errante, ¡recoge mis lágrimas en tu odre!» (v. 9). Errar y llorar, caminar sin dirección y sufrir sin motivo, todo esto parece ser - espe¬cialmente en los momentos de angustia - la vida del hombre, incluso la vida del hombre honesto. El camino de los oprimidos (de ellos habla sobre todo el salmo) ¿conduce a alguna parte? ¿Para qué sirve el dolor de los inocentes? Ninguna lágrima será perdida, asegura la fe del salmista. Dios recoge las lágrimas de todos los sufrientes, las conserva y las hace suyas, como algo precioso. El errar del hombre sin una ruta es en realidad – en la fe - un caminar ante la presencia de Dios: «Iluminado por la luz de la vida» (v. 15). «El día en que temo, en ti confío» (v. 4), confiesa el sal¬mista, que sin duda alguna conoce y teme el miedo, pero no se paraliza en su actuar, y reza. El milagro de la fe no quiere decir apartar al hombre de su debilidad, sino transformar la debilidad en un espacio para la invocación. El hombre del salmo es un cre¬yente, no un héroe. «En Dios confío y ya no temo: ¿qué puede hacerme un mortal?», repite dos veces (vv. 5 y 12) el salmista, como un estribillo. Sabe que los prepotentes también son «carne», es decir, hombres frágiles y mortales, como todos. Pero añade: «Yo sé que Dios está por mí.» (v. l0). De esta manera manifiesta la certidumbre en la que se basa toda su reflexión. La fe del salmista, al igual que la de cada creyente, ha sabido recoger el rasgo más verdadero de Dios: Él está siempre al lado de los más pobres.

***** 27/07/2007

Memoria de Jesús crucificado Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 57,1-12

Del maestro de coro. "No destruyas." De David. A media voz. Cuando, huyendo de Saúl, se escondió en la cueva. Tenme piedad, oh Dios, tenme piedad, que en ti se cobija mi alma; a la sombra de tus alas me cobijo hasta que pase el infortunio. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que tanto hace por mí. Mande desde los cielos y me salve, confunda a quien me pisa, envíe Dios su amor y su verdad. Pausa. Mi alma está tendida en medio de leones, que devoran a los hijos de Adán; sus dientes son lanzas y saetas, su lengua, una espada acerada. ¡Alzate, oh Dios, sobre los cielos, 57

sobre toda la tierra, tu gloria Tendían ellos una red bajo mis pasos, mi alma se doblaba; una fosa cavaron ante mí, ¡cayeron ellos dentro! Pausa. A punto está mi corazón, oh Dios, mi corazón a punto; voy a cantar, voy a salmodiar, ¡gloria mía, despierta!, ¡despertad, arpa y cítara!, ¡a la aurora he de despertar! Te alabaré entre los pueblos, Señor, te salmodiaré entre las gentes; " porque tu amor es grande hasta los cielos, tu verdad hasta las nubes. ¡Álzate, oh Dios, sobre los cielos, sobre toda la tierra, tu gloria!

“Misericordia, oh Dios, misericordia, que busco refugio en ti” (v.2). Esta oración se repite a menudo en los salmos. Además, todos necesitamos la misericordia y la ayuda de Dios en cada momento de nuestra vida. El creyente siente la necesidad de ponerse bajo la protección del Señor. Ya que el mal está siempre a las puertas de nuestra conciencia, amenazante, el creyente, sin embargo, está seguro bajo las alas del Señor: “me cobijo a la sombra de tus alas esperando que pase el infortunio” (v.2). Se describe el mal con la imagen de leones feroces “que devoran seres humanos”, con dientes como lanzas y saetas y con la lengua como espada acerada. Sin embargo, el creyente “reposa” tranquilo en medio de ellos: “Me encuentro tendido entre leones” (v.5). El enemigo intenta hacer caer al creyente, pero es él el que cae en la fosa que ha preparado: «una fosa cavaron ante mí, ¡cayeron ellos dentro!» (v.7). En efecto, el engaño se revela contra quien lo hace: al igual que la violencia, el egoísmo, la envidia. El salmista se dirige a Dios proclamando que su gracia llega hasta el cielo y su fidelidad hasta las nubes (v. 11). Esta conciencia le infunde serenidad y esperanza hasta hacerle cantar de alegría: «Voy a cantar, a tañer, ¡despertad, arpa y cítara!, ¡a la aurora despertaré!» (v.9); y dirigiéndose al Señor pide: “¡Alzate, oh Dios, sobre el cielo, sobre toda la tierra, tu gloria!» (vv. 6.12). En lugar de venganza sobre sus enemigos, el salmista desea el triunfo de la gloria de Dios; no se mira sólo a sí mismo, sino al mundo entero: «¡Sobre toda la tierra, tu gloria!». El salmista es un creyente que une sus angustias y sus miedos a los de todo el mundo y los presenta al Señor. Es la oración que Dios continua esperando cada día de sus hijos, y a todos responde rápidamente.

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Vigilia del domingo Lectura de la Palabra de Dios

Salmos 58,1-12

Del maestro de coro. "No destruyas." De David. A media voz. ¿De veras, dioses, pronunciáis justicia, juzgáis según derecho a los hijos de Adán? No. que de corazón cometéis injusticias, con vuestras manos pesáis la violencia en la tierra. Torcidos están desde el seno los impíos, extraviados desde el vientre los que dicen mentira; tienen veneno como veneno de 58

serpiente, como el de un áspid sordo que se tapa el oído, que no oye la voz de los encantadores, del mago experto en el encanto. ¡Oh Dios, rompe sus dientes en su boca, quiebra, Yahveh, las muelas de los leoncillos. ¡Dilúyanse como aguas que se pasan, púdranse como hierba que se pisa. como limaco que marcha deshaciéndose, como aborto de mujer que no contempla el sol! ¡Antes que espinas echen, como la zarza, verde o quemada, los arrebate el torbellino! Se alegrará el justo de haber visto la venganza, sus pies bañará en la sangre del impío; " y se dirá: ""Sí, hay un fruto para el justo; sí, hay un Dios que juzga en la tierra."""

El salmo empieza con una pregunta severa: « ¿De verdad, dioses, pronunciáis justicia, juzgáis a los hombres conforme a derecho? » (v.2). El mismo Dios es quien la plantea a los malhechores. El profeta Miqueas lo recuerda: «Escuchad, jefes de Jacob, y dirigentes de la casa de Israel: ¿no os corresponde conocer el derecho?. Pero vosotros odiáis el bien y amáis el mal» (3, 1). Esta pregunta – que es a la vez de Dios y del hombre – está dirigida no sólo a los individuos como a los grupos que obran el mal. Creen ser independientes y libres; en realidad, son esclavos de un poder oculto que en cierto modo los coordina para que prevalga el mal y sea derrotado el bien. Existe una complicidad objetiva entre los malvados: se apoyan unos a otros y juntos se defienden. Cometen el mal con el corazón y las manos: “Cometéis a conciencia injusticias, vuestras manos sopesan violencia en la tierra” (v. 3). El mal es tan connatural en ellos que se están sordos ante cualquier señal del bien. En efecto, el pecado no es sólo un veneno que golpea; implica también sordera: “son como un áspid sordo que se tapa el oído” (v.5b), apunta el salmista. Sí, el pecado repetido nos hace sordos ante las advertencias de Dios y nos ciega hasta el punto de considerar equivocadas las cosas justas. El salmista se abate con violencia contra ellos. La liturgia ha excluido este salmo de la oración común por la dureza de las palabras contra los enemigos. Pero detrás de las frases amenazantes que nos cuesta comprender, se esconde una justa indignación contra el mal. Está bien recuperar el desprecio del mal para no habituarse a él con resignación. Además, el salmista no se venga personalmente, sino que deja la venganza en manos de Dios: “Rómpeles, oh Dios, los dientes en la boca” (v. 7). El apóstol Pablo escribirá a los Romanos: “No tomando la justicia por cuenta vuestra, dejad lugar a la ira, pues dice la Escritura: ‘Mía es la venganza; yo daré el pago merecido’, dice el Señor” (12, 19). El salmo, que empezaba con una pregunta sobre el mal, acaba con la afirmación de que Dios hará justicia en la tierra: “Dirá la gente: hay un Dios que juzga en la tierra” (v. 12).

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29/07/2007

Liturgia del domingo XVII del tiempo ordinario Recuerdo de Marta, de María y de Lázaro. Acogieron al Señor Jesús en su casa. Primera Lectura

Génesis 18,20-21.23-32

Dijo, pues, Yahveh: "El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo." Abordóle Abraham y dijo: "¿Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Es que vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia?" Dijo Yahveh: "Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos. Replicó Abraham: "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco. ¿Destruirías por los cinco a toda la ciudad?" Dijo: "No la destruiré, si encuentro allí a 45." Insistió todavía: "Supón que se encuentran allí cuarenta." Respondió: "Tampoco lo haría, en atención de esos cuarenta." Insistió: "No se enfade mi Señor si le digo: "Tal vez se encuentren allí treinta"." Respondió: "No lo haré si encuentro allí a esos treinta." Díjole. "¡Cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ¿Y si se hallaren allí veinte?" Respondió: Tampoco haría destrucción en gracia de los veinte." Insistió: "Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: "¿Y si se encuentran allí diez?"" Dijo: "Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez." Salmo responsorial

Salmo 137 (138)

Te doy gracias, Yahveh, de todo corazón,pues tú has escuchado las palabras de mi boca.En presencia de los ángeles salmodio para ti, hacia tu santo Templo me prosterno.Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad,pues tu promesa ha superado tu renombre. El día en que grité, tú me escuchaste, aumentaste la fuerza en mi alma. Te dan gracias, Yahveh, todos los reyes de la tierra, porque oyen las promesas de tu boca; "y cantan los caminos de Yahveh: ""¡Qué grande la gloria de Yahveh! " "¡Excelso es Yahveh, y ve al humilde, al soberbio le conoce desde lejos!""" Si ando en medio de angustias, tú me das la vida, frente a la cólera de mis enemigos, extiendes tú la mano y tu diestra me salva: Yahveh lo acabará todo por mí. ¡Oh Yahveh, es eterno tu amor, no dejes la obra de tus manos!

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Segunda Lectura

Colosenses 2,12-14

Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Lectura de la Palabra de Dios

Lucas 11,1-13

Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.» El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.» Les dijo también: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite.» Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» Homilía A menudo en los Evangelios se narra que Jesús se retira a lugares solitarios para rezar. A veces, Él mismo lo comunica a los discípulos, como aquella tarde dramática en el huerto de los Olivos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar», dijo a los tres más amigos (Mt 26, 36). Sin duda los discípulos se sorprendieron por su manera de rezar. Un día, relata Lucas, cuando terminó de rezar, uno de sus discípulos se le acercó y le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos» (Lc 11.1). Quizá la pregunta se podría formular de esta manera: «Señor, enséñanos a rezar como rezas tú ». En efecto, todo profeta (incluido Juan) enseñaba a sus seguidores un método de oración. Los discípulos de Jesús, sorprendidos por la manera de rezar de su Maestro, porque se retiraba a un lugar solitario y sobre todo, por como se dirigía a Dios, insistieron para que les enseñase a rezar del mismo modo. En la oración de su Maestro había un sentido de familiaridad y confianza que les sorprendía. Nunca habían visto a nadie rezar de aquella manera, con tanta familiaridad y confianza. Hoy, junto a los discípulos, también decimos: «Señor, enséñanos a rezar». No se trata de una demanda a propósito de una enseñanza general sobre la oración. Es la misma demanda de los discípulos de entonces, o sea, participar en su manera de hablar con Dios, estar ante su presencia, dialogar con él de una manera familiar, hasta el punto de llamarle «padre ». Jesús nos responde también a nosotros: «Cuando oréis, decid, abbà, papá». Sabemos el desconcierto que provocaba dicha palabra en un ambiente donde nadie se 61

atrevía a llamar a Dios por su nombre. Jesús nos anima a llamar «papá» al Señor que ha creado el cielo y la tierra. De esta manera se abaten todas las distancias; Dios ya no está lejos, es padre de todos y todos pueden dirigirse a él sin necesidad de mediadores. Era una verdadera revolución para aquella religiosidad. En la palabra «padre, papá », Jesús nos desvela el misterio del Dios de Jesús, de nuestro Dios: por un lado la confianza y la familiaridad del hijo hacia el Padre; y por el otro la ternura protectora del Padre hacia cada uno de nosotros. Regresa, en cierto modo, la amistad de los orígenes, cuando Dios paseaba en el jardín con Adán y Eva. En la oración, en efecto, es importante la familiaridad y la inmediatez de la relación con Dios. El problema no es ni el lugar, ni las palabras, sino el corazón, la interioridad, la amistad con Dios. También fue así para Abrahán, nuestro padre en la fe. Ejemplar y sugerente es el diálogo que instaura con Dios cuando intercede para salvar a Sodoma, que había caído en la corrupción y en el desorden. Dios se dice a sí mismo: « ¿Cómo voy a ocultar a Abrahán lo que voy a hacer?» (Gn 18, 17). En otras palabras: «No puedo ocultar a un amigo mis intenciones». La amistad de Dios es transparente, sincera. Primero se acerca a Abrahán y le confía: «El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo» (v. 20). Pero Abrahán se puso ante Dios, «le abordó» dice la Escritura. Es necesario acercarse a Dios y presentarle los dramas, los problemas, las esperanzas de tantos. Y Abrahán empezó la larga intercesión: « ¿Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad» (v. 23). El Señor le respondió: «Si encuentro a cincuenta justos perdonaré a todo el lugar». Y Abrahán: «Supón que los cincuenta justos fallen por cinco. ¿Destruirás por los cinco a toda la ciudad?». Dios respon¬de: «No la destruiré, si encuentro allí a cuarenta y cinco». Y Abrahán: «Supón que encuentran allí cuarenta... ». Y así hasta llegar a diez. Ante esta oración regresan a la mente tantas ciudades y tantos países golpeados por la guer¬ra y por la injusticia, por el hambre y por la violencia: todos necesitan que alguien como Abrahán interceda por ellos. Se necesitan muchos amigos de Dios que con insistencia recen para que nuestras ciudades se salven, para que el Evangelio toque los corazones de los hombres. Las voces de dichos amigos llegan a oídos de Dios, que es amigo de los hombres. Parece como si Él no hiciese otra cosa que estar atento a la voz de los amigos. Jesús lo subraya con dos ejemplos límite, extraídos de la vida cotidiana. El amigo que llega a medianoche, y el padre que nunca dará una serpiente al hijo que le pide un pez. Y concluye: «Si, pues, vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11, 13). Es una manera de expresar la disponibilidad sin límites de Dios para acudir ante nuestra oración. Las palabras no son determinantes, lo que cuenta es el corazón, la confianza y, por consiguiente, la insistencia y la perseverancia en la oración. La ineficacia de la oración no depende de Dios, sino de nuestra poca confianza en él. Pidamos y se nos dará, busquemos y hallaremos, llamemos al corazón de Dios, como hizo Abrahán, y el Señor dirigirá su mirada hacia nosotros.

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