Del 10 al 30 de junio Museo Histórico Municipal “Casa de las Cadenas” Inauguración: Viernes, 10 de junio, a las 20:30 horas, en el Teatro Olimpia, donde se presentará una proyección audiovisual en torno a su vida y obra. A continuación, se procederá a la inauguración de la Sala Permanente en el Museo Histórico Municipal “Casa de las Cadenas” Horario de visitas: de lunes a viernes, de 17:00 a 20:00 horas Festivos, previa cita (Tlf. 957 176 767)

DIMITRI

PAPAGUEORGUIU In memoriam 1928 - 2016

Edita:

EXCMO. AYUNTAMIENTO DE VILLA DEL RÍO DELEGACIÓN DE CULTURA

Colabora: ESCUELA DE ARTE «MATEO INURRIA» CÓRDOBA Textos y poemas: Carlos Clementson Comisario de la Exposición: Antonio Lara Quero

CON ESTA EDICIÓN, YA EN IMPRENTA, NOS LLEGA LA DOLOROSA NOTICIA DEL FALLECIMIENTO DE NUESTRO ADMIRADO ARTISTA. QUEDEN, AL MENOS, ESTAS PÁGINAS COMO MELANCÓLICO TESTIMONIO DE NUESTRA PERENNE AMISTAD Y RECUERDO.

Diseño: Isabel Pérez, M. Clementson Maquetación e impresión:

CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN

Luz de Grecia

GRÁFICAS GALÁN Villa del Río (Córdoba) Dep. Legal:

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Dimitri Papagueorguiu Luz de Grecia

CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN

UNAS RUINAS JUNTO AL MAR (ANTE EL ORBE HELÉNICO DE UN ARTISTA GRIEGO AFINCADO EN ESPAÑA) Carlos Clementson ARRIBADA AL SOLAR DE LOS MITOS En el silencio tórrido de la subida —como embriagadas de sol, de azul, del azul estival del mediodía— tan sólo se escuchaba el obstinado clamor de las cigarras aserrando la luz y el calor bajo sus élitros mientras remontábamos el marino promontorio consagrado a Poseidón, cuyo templo recortaba sus blancos fustes sobre el mar, cerrando por Levante el golfo Sarónico.

desnudo entre ambas extensiones —la del cielo y el mar— se estremecía al saberse pisando, a pesar de la raída desolación de aquel paisaje medular, el inextinto esplendor de tanta historia, de una historia palpable y sostenida, a pesar de sus ruinas, refulgente en estos capiteles y fustes en los que la luminosidad solar se condensaba, como cuajándose, casi sólida, en aquellas formas claras y precisas de un divino rigor intelectual.

Blanco en azul, bajo la luz fulgían las columnas con su blancura interior intextinguible. Casi nos cegaba la deslumbrante nitidez del mármol bajo el diluvio de claridad que desde lo alto esculpía con su inesquivable cincel aquella viva arquitectura no meramente arqueológica ni tampoco vencida por los siglos, aquella especie de pórtico armonioso que como un faro desde la lejanía orientaba, en la Antigüedad, a los navegantes, al arribar al Ática, y les daba razón de encontrarse ya a salvo y como en casa, pues, nada más doblar el cabo Sunion, veían surgir ante sus ojos, ahitos de tanto mar, la aérea pesadumbre de la Acrópolis en tanto alzaban al unísono sus largos remos en señal de saludo a la divinidad.

Sobre las columnas subsistían aún los nombres tatuados a cuchillo, como signo de fe o devoción al histórico legado de estas piedras, por parte de antiguos e ilustres peregrinos; signos que el gregario viajero de hoy se esfuerza en descifrar, entre la selva de grafías de otros tantos desconocidos, mas igualmente embriagados por la austera magnificencia del paisaje: un paisaje, a la vez, telúrico y marítimo, un paisaje solar y casi intelectivo por la bien trabada armonía del conjunto y el elocuente sentido que todos estos vestigios parecían emanar de sus truncadas columnatas, de esta inmensa lira de piedra, pulsada por el viento. Muchos, como los antiguos navegantes helenos de ayer, han sentido acelerársele el corazón al contemplar tan sublime panorámica, en la que el viejo templo parece alzarse como faro de libertad en tiempos sombríos, con su mensaje tónico y exaltante de cultura, de salvación y belleza, con esa insigne y escueta arquitectura que primero aprendimos en las estrofas de Jean Moréas o Lord Byron, o habíamos presentido a través de los iluminadores grabados Dimitri, y que ahora teníamos ante nuestros ojos como un poema vivo cargado de historia y significación.

Bajo el azul tenso del cielo, desde lo alto del promontorio, avistábamos el Egeo, transparente a nuestro pies, bajo la escarpadura, extendiéndose hasta el infinito con sus aguas de un vivo azul zafiro que iba luego cambiando a un cobalto profundo y oleoso como de tinta, casi negro, mas negro de luz, de una negrura profunda y luminosa. A pesar de su brillante oscuridad, todo el mar parecía encendido como el cielo; y el viajero, sintiéndose

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traer hasta aquí, hasta estas orillas no menos antiguas del Guadalquivir el alma luminosa de su patria; una obra que es toda una invitación admirable al conocimiento más hermoso y más hondo del siempre actuante milagro griego.

El rumor de las olas, o el entresoñado y cadencioso rumor antiguo de unos remos, servía de coro clásico a la monodia arquitectónica de estas columnas que aún nos siguen interpelando con el vivo rumor de los hexámetros de la Odisea o la patriótica emoción de Los Persas, de Esquilo; de estas columnas que, a la vez, nos traían el recuerdo de la plegaria que, según Homero, los marinos dirigían a Poseidón, dios del mar: “Protege a los que viajan al abrigo de las velas”, aquellos antiguos nautas que extendieron su civilización por las costas de Europa a bordo de sus trirremes y sus afanes comerciales, siguiendo los azarosos derroteros de Ulises.

fecunda vigencia del pueblo que para sí, y para todos nosotros, lo levantara en sus columnas, y que ahora, veinticinco siglos después, aún sigue hablándonos a todos nosotros con el más hermoso discurso de razón y belleza de la historia.. Sí, sigue hablándonos con su discurso luminoso y helénico, al igual que hoy lo hace esta irradiante serie de grabados, impregnados de grecidad, que Dimitri ha tenido hoy la gentileza de traernos y ofrecernos aquí, en Villa del Río, un pueblo que se asienta al pie también de unos olivos centenarios, casi sagrados para todos nosotros, como sagrado era también para aquellos atenienses el esplendente árbol de Palas Atenea, protectora de su ciudad.

Por un momento nos abstraemos, casi religiosamente, de la abigarrada multitud turística que pulula en torno nuestro, una muchedumbre que no hace sino reconocer con su peregrina y diversa procedencia, la universalidad de este truncado poema en piedra y la

Pero abandonemos el campo de la imaginación y bajemos a tierra, a la realidad concreta y no literaria.

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Dimitri, a lo largo de la bellísima y conmovedora rapsodia helénica de sus grabados, esencialmente líricos por la histórica y a la vez muy humana emoción que los anima, nos ofrece una delicada y conmovedora teoría de esa gloria que fue y que sigue siendo la antigua y joven Grecia para tantos de nosotros, pero sin olvidar el latido colectivo de los griegos de hoy, a través de los diversos y terribles avatares, como la guerra, la sumisión extranjera, la confrontación, la dictadura,la resistencia y la pobreza, que en sus años más arduos tuvo que experimentar la sufrida península, y que Dimitri eleva a conmocionante y solidario rango estético con sus criaturas, sus gentes y su historia.

Con su permiso: todo ha sido un ensueño. Yo nunca, física y personalmente —y les pido disculpas por estos líricos devaneos—, yo nunca he tenido aún la fortuna, o la oportunidad, de hollar los antiguos caminos de Grecia, aunque ése sí fuera mi más ferviente deseo al concluir mi bachillerato. Mi único conocimiento de su cultura y sus paisajes me lo han proporcionado mi deslumbrado aprendizaje moceril del griego clásico, más algunos libros dilectos, releídos con lírica devoción, así como me lo intensificado el conocimiento, desde ha más de treinta años, de la radiante producción gráfica de Dimitri Papagueorguiu; este viejo maestro y apóstol de la estampación, que en su estudio de la calle Modesto Lafuente, de Madrid, tiene instaurada la más generosa y fecunda embajada del espíritu y la tierra y el legado de Grecia. Todo ello con un magisterio y un acrisolado dominio técnico y artístico que han suscitado una ejemplar estela de discípulos, creando una obra personalísima e inconfundible, caracterizada por la esbelta plasticidad de sus formas, por su evocadora paleta cromática y la pureza esencial de su dibujo, con esa palpitante y continua presencia del mar y de sus islas, de sus mujeres y sus dioses, en todos sus grabados, en esos grabados singulares que nos han sabido

Estos esbeltos trazos y matices, estos cromatismos y entonaciones, a veces cálidos o fríos, esas oníricas o entresoñadas lejanías verdeazuladas de sus fondos, donde casi se escucha el rumor del mar lejano como en una caracola, nos traen el recuerdo de aquel antiguo y ejemplar orbe griego que ha alimentado toda la cultura de Occidente, así como el reflejo vivo y palpitante de la Grecia de hoy, de ese pueblo austero, esforzado y aguerrido, de los griegos de hoy, de sus pastores, de sus campesinos y marineros, sin olvidar el recuerdo vívido y prestigioso del esplendor bizantino, que deja también su huella arcangélica y sagrada en las estampaciones de nuestro amigo. 7

luminosas ventanas al universo helénico, en las que también se asoma la luminosa sonrisa femenina de alguna hermosa “koré” arcaica, de largas trenzas, paseando entre los cipreses y las viñas, actualizada en esa robusta muchacha campesina, de agreste cabellera, bienoliente a orégano y tomillo, y abrazada por los plurales azules del Egeo, personificación de la Grecia eterna, y que el poeta Yannis Ritsos inmortalizó en su verso como “Nuestra Señora de las Viñas” . Pero tratándose de Grecia, no se piense que el mundo plástico de Dimitri se reduzca a una añorante y bella evocación de los mitos y de los tiempos clásicos o la Grecia ideal de la Antigüedad. La visión de su patria está ahondada y perfilada en sus primeros recuerdos y la experiencia vivida del paisaje real de su infancia y juventud, sin olvidar las ilustres referencias a la majestuosa Grecia bizantina, que en los siglos oscuros alimentara con su savia cultural y religiosa el espíritu y la llama patriótica de Grecia. Pero si en verdad pretendo transmitir a mis queridos paisanos villarrenses que visitarán esta exposición los valores de la amlia actividad de este artista hispanohelénico con verdadero conocimiento y rigor, en sus diversas etapas, y no mediante mis más o menos subjetivas impresiones literarias, no tendría más remedio que acogerme a la brillante y precisa tesis de doctorado defendida en mayo de 1983 por su hijo Aris Alfonso Papagueorghiu García en la Universidad Complutense de Madrid; tesis en la que expone y desentraña a la perfección el plástico y emotivo universo, a la vez, realista y mágico, onírico y simbólico, de nuestro artista a lo largo de las siguientes etapas de su abarcadora producción, que intentaré aquí sintetizar con la mayor nitidez posible para la ilustración de nuestros paisanos y de quienes se acerquen a Villa del Río a contemplar esta muestra:

Y junto a las ruinas, la tierra, los hombres y las aguas, el quebrantado perfil de su península, de sus recortadas islas y ensenadas, bañadas por esa misma luna que contempló el dolor de Safo y enjugara sus ojos con su luz, o bien, alumbrara los emboscados pasos del guerrillero en los años de la ocupación y la resistencia al invasor; con sus olivos y sus raíces milenarias; con sus lívidos vestigios de estatuas y mármoles sepultos sobre los que, a veces, se alza la femenina gracia jónica de una esbelta columna en forma de elegía, milagrosamente salvada de los siglos; todo ese noble ensueño e histórica metáfora de libertad y belleza, de luz y de armonía, que es el alma inmarcesible de Grecia, de la Grecia antigua y eterna, pero también de la Grecia viva y popular, cotidiana y palpitante de hoy, forjada durante siglos por la sabiduría de sus ancestros y la sangre fecunda de sus héroes tanto antiguos como modernos. Todo ello nos contempla desde estas

Una etapa inicial de ESTUDIOS ACADÉMICOS, cursados entre las Escuelas de Bellas Artes de Atenas y Madrid (1948-1956), en la que Dimitri, confirma y pefecciona

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su pujante vocación, que ya desde su infancia hubiera empezado a cultivar, dibujando y pintando en su medio campesino con todo cuanto encontraba a su alcance. Época de aprendizaje de métodos y técnicas en la estampación. Su llegada a Madrid, en 1955, becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España, le revelará una nueva realidad cultural, así como se reencontrará con el latido estético de su patria en el deslumbrante descubrimiento de la obra de El Greco en la imperial Toledo.

estos rostros, atribulados o llenos de cansancio, Dimitri sabe extraer una cálida palpitación lírica de emoción y simpatía por estas vidas humildes y sombrías. Hay un “tratamiento duro y expresionista” en estos rostros y figuras atribulados; el recuerdo de la figura noble y lejana del padre está presente con entrañable intensidad, así como el descubrimiento de los nuevos paisajes castellanos o de la Alcarria, que tanto les recuerdan a los de su patria, con sus ancestrales labores agrícolas y una atención casi familiar por los animales que acompañan la vida del hombre en el campo.

Pero el concepto que por el momento impera en los medios académicos y comerciales sobre las artes del grabado es el de una mera “forma de reproducción de imágenes y no una forma autónoma de arte”. Con su obra pionera y renovadora Dimitri hará que estos estrechos criterios valorativos cambien definitivamente; porque sus estampaciones van mucho más allá del escueto grabado convencional. Muchos de las suyos están saturados de un valiente y vívido cromatismo que va de los azules y morados a los verdes y a los ocres; son grabados que reflejan visiones llenas, a la vez, de historia y vida, de naturaleza tanto animal como geológica y vegetal, con toda clase de plantas y de arbustos, pues Dimitri, en el fondo, es un sencillo y sabio campesino mediterráneo, que todo lo ha aprendido de la tierra y del mar, de los diversos ciclos y rostros de la Naturaleza, un hombre existencialmente arraigado en la sufrida y trabajada tierra de su patria, es decir, de sus padres.

ETAPA AZUL (1965-68). En la que aumenta la intensidad lírico-visionaria. Son paisajes ya no reales y polvorientos como los de nuestra meseta, sino paisajes nocturnos, de mágicos contornos bañados por la luz anaranjada de la luna, de altos acantilados entresoñados; de islas, de sus islas del mar Jónico y del Egeo. En esta etapa aparece el recuerdo nostálgico de las canciones y vivencias de su infancia, en una temática impregnada a la vez de ingenuidad y un surrealismo onírico, con el recuerdo de rebaños trashumantes por los campos bajo la luz de la luna. En “el azul profundo de la noche aparece constantemente, redonda, la luna color yema, testigo de los sueños de los hombres desde el principio de su existencia”, que a nosotros particularmente nos recordará la indiferente luz selenia del “Canto nocturno de un pastor errante en Asia”, de Giacomo Leopardi, aunque en Dimitri este fulgor lunar está cargado de una compasiva belleza. “Aparece tímidamente sumergido el mundo clásico, junto a un mundo apacible de ensoñaciones geológicas, de los campos, de arrecifes verticales de rocas, de calas y de playas, de colinas y llanos, donde crece el olivo y el ciprés”, y que junto al laurel y las viñas serán elementos vegetales emblemáticos de su mundo simbólico, como encarnaciones del espíritu greco-mediterráneo. Aparecen esbeltos desnudos femeninos tendidos sobre la arena de alguna cala al claro de luna, en otros, niñas dormidas en cuyos sueños se insinuan ingenuos asnos juanramonianos, perros domésticos, pavos reales, y toda clase de flores y plantas.

ETAPA SOCIAL. Fruto y reflejo de la deprimida realidad económico-social que por entonces aflige tanto a Grecia como a España. En ella utiliza exclusivamente la tintación en negro. Hay un muy vivo y auténtico latido solidario por parte de este hijo de sencillos campesinos, tan ligado a la Naturaleza y a la tierra, por la vida de los niños, o por el sufrido trabajo de campesinos y obreros, por el merecido descanso de su arduas labores bajo el sol. Son estampas de desvalimiento y orfandad, de sincera ternura por el mundo de los desheredados o de las víctimas de la guerra, que parece perpetuarse en su patria, después de largo conflicto mundial. De

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enfrentarse políticamente a diversos dictadores, desde Metaxás (1936-41) a los nuevos que en abril de 1967 asestan el golpe de estado de los Coroneles, al que el monarca heleno dará su apoyo, y que, siete años después, le costará la corona. Es la terrible etapa en la que el pueblo griego, sojuzgado, sufre la dictadura de los coroneles, y muchas islas de los archipiélagos se convierten en lugares de deportación de los partidarios de la libertad helena, artistas, poetas, intelectuales, políticos, ciudadanos del común, que sufrirán una dura represión. Ritsos será obligado huésped y prisionero en varios de ellos a lo largo de su vida (campos de concentración de Limnos, Makrónisos y Ai-Stratis,

ETAPA VERDE: ACÉFALOS, HOMBRES-PLANTA (1968-75) Comienza esta etapa bajo la inspiración helénica del gran poeta contemporáneo Yannis Ritsos, del que Dimitri traduce una fundamental y espléndida antología, publicada en las selecciones de Poesía Universal de Plaza y Janés por el insigne editor y poeta catalán Enrique Badosa. En gran medida sus grabados “son correlatos visuales de su poema 18 canciones sencillas de la tierra amarga.” Ritsos es el gran cantor de la historia, del presente y de la libertad del pueblo griego, de sus míticos y ejemplares héroes de ayer y de los reales y no menos heroicos combatientes de hoy, de ese siglo XX, en el que Grecia tuvo que

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y de la que ha sido arrancada la cabeza, emerge un frondoso árbol de vida y esperanza en el que cantan una pareja de pájaros, mientras sobrevuela el desolado paisaje una paloma, y unas columnas dóricas con un libro volandero en los aires, nos trae el recuerdo de la insigne historia griega y la esperanza en la cultura y la poesía sojuzgadas. Todo ello constituirá un simbólico canto a la vida, al amor, a la solidaridad, al pueblo griego, a la libertad. En esta etapa que acabamos de describir, partiendo de la tesis de Aris Papagueorghiu, desde el punto de vista estilístisco, éste destaca “lo preciso de las líneas, así como cierta estilización y rigidez en las figuras”.

espino como las que aprisionan los isleños campos de concentración, como las que igualmente amenazan al mismo pueblo griego. Los paisajes de Grecia, sus penínsulas, sus roquedales, sus islas y ensenadas, se aúnan a una opresiva atmósfera de silencio y misterio, en la que palpita el latido de “un pueblo sufrido, heroico y silencioso. Flota una opresiva sensación de miedo y de misterio en el aire. (...) Son imágenes de lacerante y patética belleza, representada por estatuas mutiladas de las que brotan frondosos árboles llenos de vida. Árboles que no pueden echar raíces en su propia tierra. El destierro y la falta de libertad están presentes en forma de alambradas que detienen los cuerpos pero que nada pueden hacer contra las ideas y las palabras.” Bellamente expresivo de todo ello es el grabado “Estatua acribillada”, una estatua clásica cercada de alambres de espino, símbolo de la dura represión militar, pero de cuya femenina desnudez sin brazos (que nos trae el recuerdo de la divina Afrodita),

de 1948 a 1952; deportado luego a Yaros y a Leros, para ser confinado en su domicilio en la isla de Samos entre 1967 y 1969), de lo quedará cívico y patético testimonio en sus poemas. En comunión espiritual con la obra de Ritsos, la obra de Dimitri, dentro de su acusado rigor estético, cobrará un intenso carácter patriótico y reivindicativo. En sus obras irrumpe el “anhelo de libertad del espíritu perdido de su patria, un mensaje de tácita resistencia”, con un recuerdo al ilustre pasado de libertad, belleza y democracia de la antigua Grecia que le impulsa a mantener erguida al viento el hilo de la cometa de la libertad en el cielo. Todo cobra un heridor simbolismo a la vez que una dolorosa actualidad, predominando el color verde oliva, el turquesa, que cambiará luego a ultramar, y los ocres para entonar algunas figuras. Las antiguas estatuas de las divinidades helénicas aparecen rotas y quebrantadas, rodeadas de alambradas de

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ETAPA MÍTICO-TAURINA (1981-2002) En esta nueva etapa, junto a la presencia en sus grabados de figuras de “korais arcaicas que parecen estatuas de bronce salidas del subsuelo de una acrópolis”, y los nuevos temas que siguen suscitándole los versos de Ritsos, de Elytis y otros poetas neohelénicos, y manteniendo ese carácter onírico de entresueño o duermevela en el que Dimitri expresa su experiencia y visión de una Grecia íntima y popular, surge una nueva figura mítico-símbólica de hondas raíces en el pasado griego, y que a su vez, lo conectará con su experiencia personal de la vida y la cultura española; hablamos de la figura real y emblemática del toro, nuestro animal totémico, de noble tradición cretense y típica raigambre hispánica, interesado nuestro artista “por los nexos de unión entre los mitos de la antigua Grecia y la fiesta de los toros”. (Viene el juego de Grecia por el Mediterráneo / oh toros entre redes de los vasos de Creta... que cantara Agustín de Foxá). Estos juegos y cultos táuricos se conocían en Creta milenios antes de nuestra era. Hablamos de la “Taurocatapsia” o el arte de agarrar al toro por los cuernos y burlar y jugar con la acometida de la fiera, saltando atléticamente sobre sus lomos, como nos revelan los vasos arcaicos de la isla, ejercico que hoy cultivan los “saltadores” y “recortadores” de nuestras fiestas populares; se trata de una nueva etapa, pero en la que Grecia sigue presente con el recuerdo de los mitos del Minotauro

y Teseo, así como con otras presencias táuricas como el rapto de Europa o los amores brutales de Pasifae. El tema mitológico se funde con su hispánica atención por el mundo de los toros; surgen retratos y figuras de toreros, de castizas “manolas” españolas con la tradicional mantilla y la flor en el pelo, así como su extraordinaria plasmación gráfica del gran “llanto” de Lorca a la muerte del Ignacio Sánchez Mejías; es decir, su visión de la “corrida” española está contemplada o entrevista a través de los rituales sagrados y atléticos de los antiguos cultos que nos muestran los cerámicas griegas. Y dicha fusión del antiguo mundo cretense con la “fiesta” nacional española suscitó en el autor de esta presentación, que tiene ahora el lector ante sus ojos, el siguiente poema, que pretende sintetizar el arte del toreo, arte en el que el dominio racional y estético del torero triunfa sobre la instintiva y brutal acometida del

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próximos, construido con sus primeros recuerdos familiares y paisajísticos, un latido solidario con la gloriosa y sufrida historia de Grecia y de sus hombres y un canto a la libertad y a la belleza que representa su legado desde ha más de treinta siglos. Todo ello recogido plásticamente con serenidad y sabiduría, con amor a la tierra y a sus hombres, y un sentido casi religioso y sagrado de la Naturaleza en el que funde realidad y experiencia humana con una irradiante dimensión también mítico-alegórica. Una obra artística a la que, personalmente, quien escribe estas palabras mucho le debe, tanto estética como literariamente. Gran parte de la visión del orbe helénico que puede descubrirse a lo largo de mi producción poética está suscitada e inspirada, como auténticas écfrasis, por el orbe plástico griego que su autor hoy presenta a nuestros ojos en esta serie de grabados..

toro, así como en la Antigüedad los saltadores de Creta burlaban la ciega fiereza del astado: FIESTA Taurocatapsia Claro,solar, con euritmia y mesura, cual si trenzara de una danza los pasos —números leves de un pausado poema—, el sacerdote de la fiesta y el rito, tan sólo armado de la luz que lo inviste, cita a la furia en el centro del ruedo. Ahorma la norma la potencia del bruto; inerme, el hombre es un dios sin embargo: fúlgido Apolo contra oscuro Dyonisos. Como hemos visto, pues, Dimitri Papagueorguiu, con su personalísima producción, enriquecida a lo largo de sus años de activo magisterio, ha terminado por ofrecernos, por medio de una técnica mágica y realista a la vez, con una intensa palpitación lírica, una totalizadora visión esperanzada del mundo, a la vez realista, lírica, mítica, acusadamente estética e impregnada de poesía, pero también noblemente comprometida y hasta heroica; una real y poética visión de pueblos y paisajes, de su presente y de la historia que le ha tocado vivir, fundamentada en la vivencia y el reflejo de sus dos patrias mediterráneas, con especial atención a sus arraigadas e irrenunciables raíces helénicas.

Por ello me complazco en reiterar aquí que los textos de inspiración helénica que pueden leerse a continuación no han sido suscitados por ninguna experiencia real física de la geografía y los paisajes de Grecia, sino, en gran medida, como íntima ilustración lírica, de muchos de estos bellos grabados que Dimitri hoy nos ofrece en la Casa de las Cadenas, de Villa del Río, amén de por mi juvenil descubrimiento de la lengua y la literatura de la antigua Hélade en aquel exigente bachillerato de los cincuenta, que aún me alimenta, así como por mis vivencias del paisaje del Sureste mediterráneo español, tan afín al de las costas helénicas, y por la que ha sido mi particular experiencia académica durante la mayor parte de mi vida. Muchos de estos versos son, pues, la más sincera y humilde expresión de agradecimiento y homenaje al genio plástico de este artista griego, tan íntimamente telúrico y arraigado en el espíritu de su patria, que, tantos años lejos de su solar nativo, nos ha trazado los más puros y entrañables perfiles tanto de la Grecia histórica como de la contemporáena, y que, con tan generosa maestría, sencilla y gloriosamente, los ha puesto hoy ante nuestros.

Con esta encantatoria serie de estampas, Dimitri consigue acercarnos un poco más a su Grecia eterna, no tan sólo a la de sus prestigiosas y evocadoras ruinas, sino más bien, a sus nativos campos y sus hombres, a sus costas y archipiélagos, sus trabajos y sus días. Hay en esta obra ejemplar un lírico aliento cordial y afectivo de humanidad viva y contagiosa, un sincero y luminoso amor por la vida y los seres más sencillos y

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INVITACIÓN A UN VIAJE POR EL MUNDO HELÉNICO DE DIMITRI PAPAGUEORGUIU

Carlos Clementson 15

I Esta luz prodigiosa y este austero silencio... Esta dura caricia del sol sobre las rocas, y la espuma inocente, y el azul, sí, tan puro como cuando las aguas no sabían aún su nombre. II HELENIDAD Lavó el tiempo esta tierra. Lavó el sol estas piedras, esta tierra severa, mineral y luciente, donde todo es silencio, el mármol y la tierra, donde canta y destella la luz sobre la piedra, esta luz que parece tallar todas las cosas con un cincel de hierro bajo el sol de la siesta, o escucharse en la aurora con las rosas primeras cual la flauta remota que llega de otro tiempo, diáfana y transparente como un agua en las rocas. Piso antiguas pisadas: ramblas adormecidas en un rumor de abejas, cañadas perfumadas de sol y de tomillo, de aire quieto y ardiente donde el mármol fulgura, como recién cortado, con la fuerza de un dios recién desenterrado, que ascendió de muy lejos, o un hontanar que rompe con su música prístina. Una azada y un cántaro junto al arado, bajo el gran peso del cielo y la quietud del tiempo. La sombra de una higuera. Vivo tan sólo el mar.

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III

V ODYSSEUS PAPAGUEORGUIU

¿Abolida esta historia...? Ruinas, cardos, ortigas, zarzas quemadas, oro pálido de retamas... La tierra ya si apenas engendra ya otra cosa, como si fatigada de una tan larga historia. Materia solar, pura y ósea substancia heroica, besada por el mar. De arena un lecho, el río; las sílabas del agua callaron hace tiempo. Y apenas si un olivo a levantar se atreve su cana testa trémula de viejo hierofante en tanta sequedad.

Has ido a lo más alto entre astrales azules como el mar, fulgurantes signos y altas constelaciones. Has recorrido, ingrávido, los campos de zafiro, la excelsa transparencia celeste de las aguas, igual que un viejo buzo por una mar de esponjas, pisando las lucientes alturas de la Osa. Allí te has hecho amigo lo mismo de los dioses que del erizo, el cancro, la medusa y la anémona. Todos habéis hablado en la robusta lengua marina de los héroes, y has regresado luego con gotas de rocío brillándote en los hombros, una pequeña estrella de plata entre la barba y unos azules densos, perennes frente al tiempo, para plasmar con ellos tu estelar odisea entre unas pocas calas cuyas rocas te abrazan.

Al templo de la luz apenas si le queda sólo ya una columna. Tan sólo ella sostiene todo el peso del sol. IV MÁRMOL EN PIE

También como un recuerdo para alumbrar tu vuelta, del árbol de la noche luciente has arrancado no una rama o una estrella: la naranja de oro de la luna, y la has puesto a mi lado, allá sobre esos montes, y aquí, ante mí, relumbra.

Erosionado todo: la tierra, el cielo puro sin nube, o ni una gota de agua siquiera. Y yermo el campo, igual que en carne viva: tan sólo una columna, de luz edificada, indemne a la elegía, sobre el dolor del tiempo. No se abatirá nunca. Un dios piensa esta piedra.

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VI Seco, el viento desnuda el perfil de las islas: un viento rutilante que dibuja el contorno a buril de estas costas. Las afina y acerca, inmersas en un aire de diamante y rigor, hasta casi al alcance de los dedos alzárnoslas. Tierras puras y blancas bajo la luz desierta, gredas malvas, grisencas de mineral o acero. Tierra exangüe, agotada. Osamentas de piedra. Barrancas de caliza con franjas atigradas de incandescente arcilla bajo la luz frenética. Calas de guijas fúlgidas que la espuma desgasta y bruñe desde siglos. Todo ya calcinado. Hasta los mismos árboles. Todo ya consumido. Hasta la luz que ciega. El hombre, en cambio, vivo. Y allá en el mar, su espejo. VII No muy rica esta tierra de amapolas y orégano, de escuálidos olivos que han debido olvidar su alta genealogía —pasaron tantos siglos...— o ni le importa acaso. Nos queda la sonrisa del sol en la granada, la cal limpia del día purificando un orbe todo blanco y azul igual que un mármol nítido que salpican las olas... y ese coro ancestral de todas las cigarras petrificando el aire caliente del estío, el mismo aire desierto, perfumado de orégano, que habitaron los dioses.

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VIII EL ETERNO RETORNO La espada herrumbrosa y el vaso, la máscara, el oro cansado de los siglos, la coraza, el escudo, los joyeles, la traición, el veneno (el aroma viscoso de este polvo y la sangre), esta punta de flecha...

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el arado que remueve la tierra para una nueva sembradura y cosecha de miseria, de espadas, de joyeles, de sangre ante el gesto de hastío de otras tantas y ajenas deidades silenciosas.

IX NOCTURNO Contempla le heridora pureza de estos trazos, la profunda inocencia de la mano hacedora que perfiló los fustes truncados junto al agua, el silencioso cántaro que olvidó el labrador, y la perenne y rota juventud sin edad de las estatuas. Todo ello bajo el disco virginal de la luna y su blanca caricia de luz petrificada. Contempla este paisaje, este espacio vacío, descarnado, y no obstante como recién fundado: presta atención, aguza el oído: hasta aquí llegan raudas las sílabas de la sal y del viento, la frescura del alba, y el olivo parece reanimar con la brisa su plata fatigada y espumosa de antaño. Algo joven palpita y estremécese a punto de volar como un pájaro; un susurro se escucha que viene de las rocas y esos frescos azules y esos rosas que cantan: tras los glaucos y puros grabados de Dimitri se oye nacer el mar cada mañana.

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XII DIVINIDAD ENTERRADA

El esplendor sin tregua de las siete blancuras divinas de la luz. Sobre la cal de un muro la buganvilla roja batida por el viento con aromas de sal, y cerrando la calle, tras dos barcas varadas, el agua densa y pétrea como un bloque de mármol presto ya a ser tallado como un mármol azul.

Han sido muchos siglos, muchos siglos de oscuridad sin viento que esculpiera sus cabellos de mármol. Largas noches sin calor y sin luz para su pecho solitario y escueto entre las sombras. Ni una brizna de brisa. El mar tampoco dejara allí sonar su caracola ni su fresco rumor de puertos y navíos.

XI ESPÓRADAS Las islas... son las islas en la ilustre mañana. La luz las ilumina, y glaucas y doradas flotar parecen libres entre el azul y el cielo, grndes rosas de fuego ardiendo sobre el mar. 22

Mas ahora parece que palpita, que hinche un poco su pecho tan inmóvil, y que casi respira... aunque muy lenta, muy trabajosamente... Ha sido tanta la oscuridad sufrida, tanto tiempo de espera... Mira, hasta parpadea con sus ojos vacíos y tranquilos, con sus ojos abiertos al asombro del azul más azul del primer día.

Ni tan sólo un susurro en tanta sombra: el gusano y la larva primitivos. Y el silencio y los muertos y la nada... (Ni siquiera era el caos... como al principio.) Qué profunda nostalgia de la vida...

XIII CÍCLADAS Miradlas cómo ríen, triscan, brincan, se agrupan salpicando de espumas la luz fresca del alba: escolta fulgurante de delfines sagrados, síguenle al dios las islas danzando sobre el mar.

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XVII Qué limpia concisión tiene aquí todo. Qué tersa claridad de primer día. La cal sobre la cal y el mar al fondo —la vida elemental, el orden simple de todo lo real como destino—.

XVI LOS INMORTALES Ni cielo ni infierno: este fresco rumor de la brisa en los árboles o el inicial susurro matinal de las fuentes... Aunque no los notéis, andan por aquí cerca, casi esculpidos por el viento en el cambiante friso de mármol que la espuma alza sobre sus hombros; el mar tiene aún su acento como también, a veces, nos insinúa el bosque, fragante, sus secretos con la terrestre simplicidad que guarda aquí aún todo lo divino.

XIV Todavía nos embriaga tanta dicha solar, altos racimos de las uvas del sol: viña de claridad donde, por vez primera, los dioses, aboliendo su impasible gesto de eternidad, probaron de este vino.

Basta la luz para absolverlo todo. Y todo lo real se hace divino. XVIII A veces, ciertas tardes, sobre esta tierra exhausta, tan corroída por el tiempo, y a la caída de la tarde, cada vez más fragante parece hacerse el hondo respirar de la tierra; todo erguirse parece muy dentro de sí mismo, como hace muchos siglos.

Estamos en su casa. Por aquí cerca rondan y a la tarde reposan, su espalda reclinando entre el porche y la parra, y nos parece que también en el mar: muy cerca, sí, muy próximos, a la altura del hombre.

XV Era inocente el mundo, y eran los hombres libres sobre una tierra libre, pues todo era aún primicia, juventud y promesa. Aún no habíase inventado —clara la luz del alba— la turbia y tortuosa conciencia del pecado, y nadie había aún plantado con tenebroso gesto de insania o de dominio la semilla del miedo, como un árbol oscuro al borde de las aguas: la sucia estratagema tramada por el hombre contra el alma del hombre.

Y el viento entonces sopla como un leve trasunto del aliento divino sobre el cansado rostro contrito de las cosas, y un instante parecen en las postreras horas despertar de su inercia antes de caer rendidas, envueltas en el sueño.

Todo lo más, acaso, un poco más arriba, quizá al nivel de aquellas nubes tornasoladas que discurren no lejos de la tierra, que recibe sus sombras.

Mañanas, primordiales, nacerán con el alba.

Como cuentan los sabios, el Olimpo, de siempre, se alzó aquí ante nosotros.

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XXI

XIX ACRÓPOLIS

Fausta edad en que los dioses habitaban los campos, y las ninfas los frescos manantiales del bosque, cuando el bosque aún temblaba de verdes hamadríades, Diónysos, rojo y joven, palpitaba en los odres, y el laurel acezaba tras su larga carrera.

No existió esta ciudad. Fuera tan sólo como un sueño soñado por los dioses. Existió esta ciudad. En otro tiempo: cuando obraron los hombres cual los dioses. XX NOCTURNO DEL EGEO

La vida era absoluta, y los hombres, sus dueños.

Bajo este mar la luna penetra hasta muy hondo, su luz llega hasta el fondo de los primeros tiempos. Su blanca luz alumbra como un albor de mármol los sumergidos pórticos, los vastos atrios solos y los oscuros dioses de una ciudad sin nombre.

Con ingenuo fervor sus ojos descubrieron ese orden sagrado del mundo y su hermosura. Sin oscuros preceptos ni conciencia de culpa, faustos, ellos lograron darle forma tangible y humana a lo divino.

Bajo su luz, a veces, ciertas noches de agosto, el mármol parpadea con un fulgor cansado; sus rostros se iluminan con una azul nostalgia, y entre las algas, fríos, sonríen como los hombres.

Y hacedores de dioses, como los dioses, duran.

XXII DEIDAD EN EXILIO Un dios, aunque enterrado, pensando está este templo, y su poder antiguo sostiene aún estas piedras. No es cosa de los hombres tanta armonía aún incólume, venciendo los rigores del sino y de la guerra. Tras tanto ruido y furia, el hombre las contempla con cierto temblor sacro aunque no crea ya en ellas.

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XXIII CLARIDADES DEL EGEO

XXV HISTORIA

XXVII LA SONRISA DEL DÍA

Empapado de azul está el recuerdo, de un azul sin edad, como este mar, que es igual que mi mar, y cuyas olas con remoto rumor sobre otras playas me entonaron los ritmos que aquí os cuento.

La gloria saqueada El mar ensangrentado El trípode abatido El bosque sin palabras La estatua en los establos La aurora mutilada Las viñas profanadas El capitel quebrado El dios en cal deshecho La rosa pisoteada Los siglos de silencio Las sílabas borradas La tierra mancillada La libertad cercada Los signos desgastados La sangre derramada La luz encadenada

Todo era blanco en la luz: la cal, el mármol, las alas, y la montaña fue haciéndose de nieve o sal, con el viento que encrespaba las espumas llenas de sol y azahar. Todo era blanco en el día, y hasta la noche era blanca con su luz de mármol diáfano entrando por la ventana.

La lengua que perdura Todo lo absuelve el canto.

He aquí el advenimiento de la gracia y la espiga, y los cuerpos gloriosos en la luz de lo alto.

Hijo soy de esta luz y de estos cielos.

XIV PAISAJE Toda esta luz que rebosa de la ancha copa del cielo, toda esta luz inmortal que afila el viento, esta luz que esculpe igual que un diamante todo cuanto aquí se instaura en monumentos de tiempo... Y este cielo incorruptible donde cruza una paloma traspasada por la angustia de esta tierra tan desnuda, de tan pobre... y tan hermosa.

XXVIII ILUMINACIONES

XXVI CLARIDADES DE JONIA

Nos coronan los ángeles del azul y del viento y las ondas nos alzan a un empíreo en la tierra.

Diafanidad del mundo, tan fresco y tan antiguo, esta mañana límpida de sol y de azahares. La brisa en los cipreses pulsa su clara música, y en lo alto de su cima tiembla una gaviota.

Quienes aman el duro mundo opaco y mecánico, sin misterio ni magia, sin amor ni sorpresa, en sí mismos se agostan y en oscuras cavernas subterráneas por siempre, tenebrosos y ciegos, cual murciélagos chillan su destierro de sombras.

Tú también con el mundo, vestida de rocío, niña eterna en el alba, cantando entre los pájaros.

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XXIX SANTUARIO (Delfos)

XXXI ONFALOS (Cima) Ombligo del mundo

Hasta aquí, bajo el viento escarpado que baja de las cimas del nevado Parnaso; desde el haz de la tiera y el ombligo del mundo, y a los pies los olivos invictos de la sacra llanura que bañan sus raíces en las ondas de Itea, hsta aquí he ascendido, no a escuchar al oráculo ni a la Pitia agorera: a oír respirar el mundo.

El laurel en la roca. Y al fondo los olivos hasta besar las olas.

XXX ORÁCULO

XXXII ESPLENDOR

He aquí el exacto lugar del universo: el esplendor del mundo.

Tócala con tus dedos y sumerge tu brazo en su pureza: una azul claridad casi tangible como un agua marina, tersa y plena, que nos colma de sol cada mañana.

Asciendo la Vía Sacra. Piedra y cielo, todo aquí se hace abismo, vuela y se precipita. La materia es ingrávida. Ya no hacen falta alas. Todo se alza hacia todo. Y el orbe nos levanta en su puño de piedra.

Embebido de sol, los dones de lo alto laten sobre estos montes alzados para el justo que acepta cuanto el sitio le dicta en el silencio.

Todo fundado en piedra, duradera materia más que el mármol, pensamiento del hombre, solo, abierto al misterio del cosmos.

La eternidad no espera. Bajo los pies desnudos se siente el tacto rudo, se ausculta indefectible la ciega e inapelable rotación del planeta hendiendo los espacios; y a veces se oye el viento.

Y el cincel de la luz el arquitecto. XXXIII DAFNE

Ya sé que no hay respuesta: tan sólo aquí he venido a preguntarle al mundo. Y me responde el eco.

Contempla cómo late, tras tan larga carrera, su blando pecho esquivo antes de hacerse inmóvil perfume perdurable...

En el silencio augusto altas giran las águilas eternas sobre Delfos.

Amante, estás a tiempo. Es tu ocasión postrera: a este laurel que —exhausto— detiénese un instante aún le palpita virgen y rojo el corazón.

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XXXIV PANORAMA

Y en tierra, el polvo quieto como un humo de oro, mientras arden, frenéticas, cigarras delirantes como un fuego secreto en los rastrojos, crepitando sus élitros ardientes, inflamando la hora y el silencio con el calor de junio. Y el mar, el mar al fondo diario del vivir, centelleando al sol como otro incendio, y como el mar ardemos, purificados todos en la hoguera del mar.

Dondequiera que mires siempre te mira el mar: el mar que en mil espejos se refleja y contempla hechos añicos; el mar, dios de sí mismo, el mar, el mar, perpetuo, naciendo de sus olas, el mar siempre a lo lejos, o allá entre los olivos que brillan como el mar; tendido bajo el sol entre los montes, lento, y el sopor de la siesta, apenas alentando su ancho pecho de escamas argentinas, brillando con sus mil ojos fúlgidos parpadeando al sol.

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XXXV

XXXVIII MÚSICA

Todo el azul del mundo. Y la cal en los muros como un marmol humilde, destronado del cielo de Platón a esta tierra tan escueta y frugal como fiesta de aldea de pescadores pobres.

Basta esta claridad para absolverlo todo. Para lavar de sangre las rocas mancilladas, la mar ensangrentada por el dolor del tiempo y el peso de la historia, la ruina y el olvido.

Y sobre el blanco unánime la buganvilla lánguida, pulsada por la brisa cual las liras eolias, y el hibisco inflamando de púrpura los muros, su cal pura e inviolable, y el oro de la tarde que declina hacia el rosa, todo simple y hermoso, como en verdad los dioses.

Basta esta claridad para expresarlo todo. Basta esta luz tan sólo para encender de golpe las más claras palabras dormidas en las piedras y apaciguar sus gritos.

XXXVI Cuánto sabes, oh mar, cuántas historias que murmuran tus olas, cuánta sangre —y torpeza y dolor, miseria y gloria— se resuelve en un gesto displicente y en tu fresca fragancia matutina que parecen borrar cuanto ya ha sido.

Bajo el rumor insigne, bajo la voz tan pura del viento entre los árboles, nos llega con su música de esferas y planetas, glorioso, astral, sereno, el esplendor dorado y eterno de los dioses.

Cuánta vejez que en ti no deja huella. Cuánta gracia en tus ondas.

XXXIX LA LECCIÓN DE LAS OLAS

XXXVII

Con su testuz ornada de columnas cada ola destroza un templo vivo al dar contra las rocas.

Te quisieron domar, hacerte predio de la humana ambición, plantarte límites, y azotar tus plurales azules inmarchitos.

Polvo de tiempo asciende en el espacio, y se funde a la luz, al sol, al aire hasta caer de nuevo para tornarse espuma y hacerse otra vez mármol

Sobre ti nadie ha escrito aún su nombre.

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XL OLÍMPICOS

XLI LA PATRIA DEL RACIMO

I Es fácil darse cuenta:

Aquí todo es divino. Desde la luz al hondo denso añil del abismo.

En estas tardes claras de un viento luminoso, variable y alegre,

Un desborde de vida que canta en los racimos.

como una antigua herida en el pecho del hombre,

La ebriedad es destino. Y todo sabe y huele a sol, a mar, a vino.

y toda la hermosura de la vida en sus rostros, aún, desde su ausencia, resplandecen los dioses.

XLII NINFA

II O quizá un espejismo —un reflejo en las aguas, o una vaga sonrisa en el frontón del cielo, cada nueva mañana—.

Antaño aquí moraba una hermosa muchacha bajo unas claras aguas.

Quizá un infinito ocaso inextinguible de oro, púrpura y sanre ardiendo sobre el agua.

La hija del agua huyó; se evaporó en un alto trino fresco de pájaros.

Hoy es de arena el lecho de las fuentes de antaño.

Sólo ya la cigarra, envuelta en sol y polvo, nos remeda la fábula.

(Tal vez quizá la vida...) la vida como copa colmada, exuberante, la vida, sí, la vida servida hasta los bordes.

Abolido ya todo: el frescor de la vida, la música del agua. De las aves, ni el canto.

XLIII EL VIAJERO

Nadie le conocía. Quizá estuviera loco. En su delirio hablaba de sirenas y monstruos de un ojo solo enorme, de héroes y de naufragios, de aventuras horribles en las que él tuvo parte.

Ha venido esta noche. El perro había ladrado por un rato en la sombra, y luego extrañamente se calló en el silencio.

Decía que en un tiempo él fue rey de esta isla.

Pobre y casi desnudo, el mar había labrado hondos surcos de tiempo sobre su enjuto rostro de marino o pastor, quemado por los soles, y dejado en sus párpados un rojor de salitre.

Aquí ni a los más viejos les sonaba su nombre. Quizá no fuera nadie: el viento que del mar sopla en las largas noches.

Las piedras abrasadas con sus ojos de sed nos miran como a extraños.

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Se ha vuelto con las sombras.

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XLIV PIEDRAS VIVAS He cortado estas rocas y he tallado estas piedras en memoria de otras: estrofas y archipiélagos, que recojo en la orilla como cantos rodados y un instante aquí fulgen en la luz inocente igual que el mar por ellas murmurara en sus playas. (Todo era fresco y joven como un baño en el alba.) He jugado con ellas bajo el sol del verano (el juego era la vida, ya sabéis, ya sabéis...) Y fue el tiempo pasando... De este mar eran hijas, y las he vuelto al mar, al mar que las acoge con su eterna sonrisa, que olvida tanta historia, tanta sangre y tristeza al ritmo de sus olas y estas guijas sonoras. Dimitri a hombros de sus compañeros en la plaza de toros de Las Ventas, 26/10/1958.

Acéptalas por suyas con reconocimiento. Sigue cantando el mar.

Yo estuve aquí una vez, aunque he olvidado el nombre de estas islas, los perfiles exactos de este espacio esencial, e ignoro a dónde llevan estos secos caminos que jalonan cipreses y da sombra el olivo.

XLV CONTINUIDAD

Hay un polvo de siglos posado en la memoria...

Aspirando el salobre que asciende de estas olas, el olor a tomillo mezcándose a las algas, fragantes bajo el sol, en esta extrema orilla, de Sérifos o Paros, el tiempo se dilata; respiro a Hesíodo, a Heráclito, el mismo viento que soplara aquellas velas que vio arribar Helena desde su alta muralla, y, luego, al caer la tarde, el mismo aire que Sócrates aspiró y expiró con la íntima cicuta.

Y aún siguen las cigarras, ebrias de junio, locas de tanto azul, cantando la misma estrofa arcaica que otro tiempo escuché bajo estos mismos árboles en una siesta igual, recostado a la sombra de otra copuda encina como ésta, orlada la sien de hiedra fresca, y estoy casi seguro que el sabor de esas uvas no me sería extraño.

XLVI PASTORAL, ante un grabado de Dimitri Papagueorghiu

Yo estuve aquí una vez, aunque he olvidado esta lengua radiante de vocales tan diáfanas como un vaso de agua, que mi oído salpican con un frescor de espumas o una aurora en el mar.

Pero yo estuve aquí; fue hace ya mucho tiempo... El olor del salitre, estas hierbas, su aroma violento e iracundo bajo el sol... Fue en la infancia...

Al pie de aquellas rocas una cisterna clara, tanto tiempo después, quizá me esté esperando.

Vagamente, mas vivos, reconozco estas piedras, esta luz, este cielo, la arena de esta orilla, su esplendor inocente, la cadera que traza la curva melodiosa del perfil de esa isla, que igual que una muchacha se zambulle en el mar...

Hay rastros, junto al borde, de bestias y pastores que aquí un tiempo abrevaron de su agua antigua y pura entre un susurro vago de abejas y rebaños. Sí, estuve aquí una vez: mirad mis huellas.

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XLVII RECONOCIMIENTO Al caer de la tarde, recorres estas costas con su rumor de espumas que vienen de tan hondo como si hubieran sido ya tuyas desde siempre. En sucesión perpetua, el mar sigue escandiendo al ritmo de sus aguas su antiguo poema homérico, desgranando, uno a uno, su ancho caudal de hexámetros que no se acaban nunca. Como un antiguo aedos, al ritmo de los vientos, te llegan con las olas sus perennes palabras de helénica hermosura, que cantan en tu oído: “Junto a esta antigua orilla tú no eres extranjero”.

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Dimitri y Antonio López en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.

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