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“El libro tachado, Prácticas de la negación y del silencio en la crisis de la literatura” / Notas (2); por Patricio Pron Patricio Pron · Wednesday, July 2nd, 2014

3/CENSURADOS/ QUEMADOS/ DESTRUIDOS/ PERDIDOS/ DESAPARECIDOS/ REPRESALIADOS Pág. 57 Algunas otras víctimas de la censura en Estados Unidos: Wilhelm Reich -en julio de 1956 la policía irrumpió en su casa y quemó en su jardín todas sus obras; cuatro años después, en marzo de 1960, incineró otras seis toneladas de ejemplares de sus libros que había extraído previamente de bibliotecas públicas de todo el país (Fuld 115)-, Allen Ginsberg y Vladimir Nabokov.

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Pág. 61 A continuación, el listado de autores cuyas obras fueron destruidas por los nazis en las quemas públicas del 10 de mayo de 1933: Isaak Bábel, Henri Barbusse, Walter Benjamin, Ilja Ehrenburg, Ernst Bloch, Bertolt Brecht, Max Brod, Otto Dix, Alfred Döblin, John Dos Passos, Albert Einstein, Hanns Heinz Ewers, Lion Feuchtwanger, Marieluise Fleißer, Leonhard Frank, Sigmund Freud, André Gide, Iwan Goll, Maxim Gorki, George Grosz, Jaroslav Hašek, Heinrich Heine, Ernest Hemingway, Georg Hirschfeld, Ödön von Horvath, Heinrich Eduard Jacob, Franz Kafka, Georg Kaiser, Erich Kästner, Alfred Kerr, Egon Erwin Kisch, Siegfried Kracauer, Karl Kraus, Theodor Lessing, Alexander Lernet-Holenia, Karl Liebknecht, Jack London, Georg Lukács, Rosa Luxemburg, Wladimir Majakowski, Heinrich Mann, Klaus Mann, Ludwig Marcuse, Robert Musil, Carl von Ossietzky, Erwin Piscator, Alfred Polgar, Erich Maria Remarque, Joachim Ringelnatz, Romain Rolland, Joseph Roth, Nelly Sachs, Felix Salten, Anna Seghers, Arthur Schnitzler, Upton Sinclair, Carl Sternheim, Bertha von Suttner, Ernst Toller, Kurt Tucholsky, Jakob Wassermann, Franz Werfel, Grete Weiskopf, Arnold Zweig, Stefan Zweig. Muchos de ellos estaban prohibidos tanto en el Reich alemán como en los Estados Unidos, donde sus obras también eran destruidas, aunque no públicamente. Pág. 63 A menudo la persecución de autores y de obras por parte de los nacionalsocialistas adquirió ribetes absurdos, por ejemplo en el caso de la prohibición de Wolf Durian, autor alemán de literatura infantil cuya obra fue considerada “proamericana”; en el de Waldemar Bonsels (quien, cuando su obra fue quemada públicamente en 1933, decidió demostrar a las autoridades que era perfectamente antisemita y no merecía ser marginado; fruto de su esfuerzo es el popular personaje de la Abeja Maya); o el del popular poema “Die Lorelei” (1822) de Heinrich Heine: cuando se hizo evidente que el poema no iba a poder ser desterrado de la tradición alemana, las autoridades hicieron que pasase a figurar como una obra de “Autor Desconocido”. Pág. 63 No parece posible sistematizar las reacciones de los escritores germano hablantes al régimen de terror impuesto por el nacionalsocialismo. Un intento (provisorio, conjetural) debería dividirlos en tres grupos: el de aquellos escritores que optaron por “el exilio interior” (Gottfried Benn, Werner Bergengruen, Hans Blüher, Otto Dix, Hans Heinrich Ehrler, Werner Finck, Gertrud Fussenegger, Ricarda Huch, Ernst Jünger, Erich Kästner, Volker Lachmann, Oskar Loerke, Erika Mitterer, Walter von Molo, Friedrich Reck-Malleczewen, Richard Riemerschmid, Reinhold Schneider, Frank Thiess, Ernst Wiechert), el de aquellos que marcharon al exilio (Jean Améry, Stefan Andres, Ernst Angel, Bruno Apitz, Rose Ausländer, Kurt Barthel, Johannes R. Becher, Lilly Becher, Richard Beer-Hofmann, Schalom Ben-Chorin, Bertolt Brecht, Willi Bredel, Hermann Broch, Elias Canetti, Elisabeth Castonier, Eduard Claudius, Louis de Wohl, Inge Deutschkron, Alfred Döblin, Hilde Domin, Albert Drach, Fritz Erpenbeck, Lion Feuchtwanger, Bruno Frank, Leonhard Frank, A. M. Frey, Erich Fried, Salomo Friedlaender, Georges-Arthur Goldschmidt, Oskar Maria Graf, Alfred Grosser, Henriette Hardenberg, Walter Hasenclever, Paul Hatvani, Stephan Hermlin, Max Prodavinci

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Herrmann-Neisse, Stefan Heym, Edgar Hilsenrath, Ödön von Horváth, Richard Huelsenbeck, Walter Huder, Heinrich Eduard Jacob, Georg Kaiser, Alfred Kerr, Imre Kertész, Hermann Kesten, Irmgard Keun, Heinar Kipphardt, Egon Erwin Kisch, Ruth Klüger, Annette Kolb, Siegfried Kracauer, Werner Kraft, Lola Landau, Else LaskerSchüler, Otto Lehmann-Rußbüldt, Alexander Lessin, Rudolf Leonhard, Primo Levi, Jakov Lind, Fritz Löhner-Beda, Emil Ludwig, Jacques Lusseyran, Erika Mann, Heinrich Mann, Klaus Mann, Thomas Mann y Katharina Mann, Walter Mehring, Konrad Merz, Frederic Morton o Fritz Mandelbaum, Friedrich Muckermann, Robert Musil, Robert Neumann, Ernst Erich Noth, Balder Olden, Rudolf Olden, Leo Perutz, Jan Petersen, Kurt Pinthus, Theodor Plievier, Alfred Polgar, Gustav Regler, Erich Maria Remarque, Ludwig Renn, Alexander Roda Roda, Joseph Roth, Hilde Rubinstein, Tuvia Rübner, Alice Rühle-Gerstel, Otto Rühle, Nelly Sachs, Albrecht Schaeffer, Hans Sahl, René Schickele, Gershom Scholem, Alice Schwarz-Gardos, Anna Seghers, Oskar Seidlin, Jura Soyfer, Hilde Spiel, Albert Vigoleis Thelen, Ernst Toller, Friedrich Torberg, Kurt Tucholsky, Bodo Uhse, Fritz von Unruh, Herwarth Walden, Ernst Waldinger, Erich Weinert, Franz Carl Weiskopf, Ernst Weiss, Helmut Weiss, Peter Weiss, Franz Werfel, Ernst Wiechert, Elie Wiesel, Christa Winsloe, Friedrich Wolf, Karl Wolfskehl, Paul Zech, Max Zimmering, Hedda Zinner, Arnold Zweig, Stefan Zweig) y el de los que adhirieron al Partido por convicción o por conveniencia, sin que nunca quede claro qué primó en cada caso particular y muchos sean motivo de controversia: Heinrich Anacker, Josefa Berens-Totenohl, Walter Best, Werner Beumelburg, Walter Julius Bloem, Herbert Böhme, Waldemar Bonsels, Hermann Burte, Artur Dinter, Kurt Eggers, Richard Euringer, Dietrich Eckart, Hanns Heinz Ewers, Gustav Frenssen, Hermann Gerstner, Günter Grass, Maria Grengg, Friedrich Griese, Henrik Herse, August Hinrichs, Mirko Jelusich, Hanns Johst, Emil Maier-Dorn, Herybert Menzel, Agnes Miegel, Eberhard Wolfgang Möller, Otto Rahn, Hans Rehberg (luego fue expulsado), Herbert Reinecker, Georg Schmückle, Gerhard Schumann, Karl Schworm, Fritz Spiesser, Emil Strauß, Will Vesper, Karl Heinrich Waggerl, Josef Magnus Wehner, Alfred Weidenmann, Josef Weinheber, Kurt Ziesel, Hans Zöberlein. Acerca de un caso particular entre los muchos del exilio alemán, el de Joseph Roth (Brody bei Lemberg, actual Lwiw, en Ucrania 2.9.1894 – París 27.5.1939), escribió Soma Morgenstern: Había hecho ya la experiencia luego de la muerte de Alban Berg de que tras la muerte de un amigo querido no se sueña tan pronto con él como se querría. Semanas transcurrieron hasta que soñé por primera vez con Roth. Yo iba a través de un parque. Era otoño, un día claro. Entonces lo veía. Estaba sentado en un banco y me hacía señas. Al acercarme, él se levantaba y se iba rápidamente a un banco más distante, donde tomaba asiento y me saludaba con la mano nuevamente. Esto se repetía unas cuantas veces. Finalmente, cuando ya no había más bancos en las cercanías, él permanecía sentado pero se llevaba ambas manos al rostro. Le preguntaba por qué lo hacía. “Me han cortado la cara…” decía. Y entonces desaparecía (296, mi traducción). Véase Morgenstern, Soma. Joseph Roths Flucht und Ende. Erinnerungen[Joseph Roth. Fuga y final, recuerdos]. Schulte, Ingolf, ed. Epíl. Ingolf Schulte. Lüneburg: zu Klampen, 1994.

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Pág. 71 Pío Baroja sufrió la censura de sus novelas Miserias de la guerra y Los caprichos de la suerte; la primera sólo fue publicada en 2006 y la segunda, hasta donde sé, permanece inédita. Bartolomé José Gallardo, autor de un interesante Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos y bibliotecario de las Cortes de Cádiz, había debido asistir antes a la quema de su biblioteca el día de San Antonio de 1823 por parte de los partidarios de Fernando VII; aun antes, las críticas al rey Charles II por parte de John Milton llevaron a que sus libros fueran quemados públicamente en 1660; más tarde, también en Reino Unido, el obispo de Yorkshire llevó a cabo una quema pública de Jude el oscuro de Thomas Hardy, “Seguramente ante su desesperación por no poder quemarme a mí”, afirma David Markson que dijo Hardy. Pág. 71 Acerca de Chile tras el golpe militar del 11 de setiembre de 1973: En el nuevo gobierno no hubo una acción debidamente planeada y coordinada para eliminar impresos, tampoco una orden central que estableciera procedimientos y criterios precisos. Conscriptos que apenas sabían leer y escribir, a veces ni eso, tuvieron la misión de requisar material de inspiración marxista. Y en ese sentido, según relatos difícilmente comprobables pero ampliamente difundidos, destruyeron hasta libros de cubismo, creyendo que trataban de Cuba. […] Testimonios hablan de la destrucción de un millón de ejemplares de textos escolares impresos por encargo del gobierno cubano y de treinta mil ejemplares de una edición económica de Canción de gesta de Pablo Neruda que saldría a quioscos y librerías en esos días (100). Véase el importante libro de Juan Cristóbal Peña La secreta vida literaria de Augusto Pinochet (Santiago de Chile: Debate, 2013). Págs. 71-72 Miguel Ángel Bustos (Buenos Aires, 1936 – Buenos Aires, 1976). Viajó por Brasil, Perú y Bolivia y su poesía -“Cuatro murales” (1957), “Corazón de piel afuera” (1959), “Fragmentos fantásticos” (1965), “El Himalaya o la moral de los pájaros” (1970)- tiene como fuentes primordiales tanto la experiencia personal obtenida en estos viajes como la literatura americana previa a la conquista española, en especial el Chilam Balam y el Popol Vuh. Al último recuerdo que tiene de él su hijo, el poeta Emiliano Bustos, es fácil otorgarle una fecha: se remonta al 30 de mayo de 1976, el día en que un grupo que se identificó como de la policía lo secuestró en su casa del barrio Parque Chacabuco. “En el último momento me dio un beso y se despidió; estaba esposado. Uno de los hombres que lo detuvieron […] le dijo ‘llevate una manta que hace frío’. Y se fue con una colcha verde de mi cuarto”. Bustos es uno de los desaparecidos de la última dictadura militar argentina; recientemente sus restos fueron identificados por miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense en una tumba sin nombre del cementerio de Avellaneda, en las afueras de Buenos Aires. Santoro, Roberto (Buenos Aires, 1939 – Buenos Aires, 1977). Formó distintos grupos de escritores, entre ellos Barrilete y Gente de Buenos Aires, y publicó una docena de Prodavinci

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libros de poesía antes de ser secuestrado el 1 de junio de 1977 por un grupo comando de la escuela donde trabajaba como preceptor. Entre quienes compartieron una suerte similar a las de Bustos y Santoro se encuentran Dardo Sebastián Dorronzoro, cuyo poemario Viernes 25 fue publicado en el exilio mexicano en 1989 por su mujer con epílogo del poeta Jorge Boccanera; y Daniel Omar Favero, cuyo libro Los últimos poemas fue publicado en 1992 gracias a sus padres, quienes conservaron los poemas ocultos durante años. Pág. 72 Ray Bradbury volvió a escenificar su temor a la destrucción de la literatura por parte de un régimen totalitario en su relato “Los desterrados”, del libro El hombre ilustrado; en él, Ambrose Bierce, Charles Dickens y William Shakespeare, y sus personajes, se preparan para librar una batalla destinada a impedir la quema de los últimos libros de misterio que quedan en el mundo. (En 1953, por cierto, Bradbury vio la publicación de una edición limitada de su libro Fahrenheit 451 impresa en asbesto para resultar incombustible.) Pág. 74 Al escritor y dramaturgo húngaro István Örkény se le prohibió publicar entre 1958 y 1963 a raíz de su participación en la revolución de 1956, pero no publicó otra obra sino hasta 1967, cuando vieron la luz sus famosos Cuentos de un minuto, que lo convirtieron en uno de los principales autores de la literatura del absurdo. Pág. 75 Daniil Charms (en 1942 en Leningrado, por desnutrición), Fritz Fink (en el frente de Letonia en 1945 luchando contra el ejército soviético), Nordahl Grieg (en 1943 cuando viajaba como periodista en un bombardero de la Royal Air Force que fue derribado cerca de Berlín), Antoine de Saint-Exupéry (durante una misión de reconocimiento sobre el Mediterráneo, en 1944), Jakob Schaffner (en Estrasburgo en 1944 durante los bombardeos aliados), Bruno Schulz (asesinado por la Gestapo durante la ocupación alemana de Polonia, la Unión Soviética ocupó ese país poco después y prohibió su obra; su desaparición tuvo una reparación parcial -ya que la muerte no admite reparación alguna- en la figura de Arthur Sandauer, quien en la década de 1960 consiguió convencer a un editor francés de publicar la obra que no se había perdido durante la guerra; su obra narrativa está a la altura de la de Franz Kafka: su existencia, por completo centroeuropea, es casi una desaparición. Pág. 76 “Los escritores mueren dos veces, primero sus cuerpos, luego su obra, pero lo mismo producen libro tras libro, como pavos reales desplegando sus colas, una maravillosa llamarada de color que muy pronto es arrastrada por el polvo”, escribió Leonard Michaels. Pág. 76 Una suma de todo ello motivó que, a pesar de haber sido contratado en 1836, el libro Prodavinci

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de Aloysius Bertrand Gaspard de la nuit no fuese publicado hasta 1842 y que no hubiese una edición confiable de la obra hasta 1980. Pág. 79 Nathaniel Hawthorne solía destruir cada copia que encontraba de su primera novela, Fanshawe (1828), la que, por cierto, había publicado de forma anónima; algunos años antes de morir, y posiblemente a causa de la depresión, abandonó un relato titulado “Septimius Felton”, que fue publicado póstumamente: su tema era la búsqueda por parte del protagonista del elixir de la eterna juventud. El poeta italiano Dino Campana vendía ejemplares de sus Cantos órficos en los cafés de Florencia, sometiendo previamente a sus clientes a estudio, tras la cual arrancaba las páginas que consideraba que el cliente no comprendería; se dice que a Filippo Tommaso Marinetti, que era uno de los poetas italianos más famosos de su tiempo, sólo le entregó las tapas, el frontispicio y el índice: Campana había perdido la primera versión de los Cantos órficos, que se titulaba “El más largo día” y fue extraviada por unos editores; había reconstruido el libro pero lo había considerado un fracaso creativo, no obstante lo cual solía venderlo personalmente, como hemos visto. Pablo de Rokha sólo pudo salvar unos ejemplares de su libro Los gemidos antes de que el impresor, al que el poeta le adeudaba una cierta suma, entregase sus páginas a los asiduos del matadero para que estos envolvieran la carne con ellas. Los últimos poemas de Gerard Manley Hopkins fueron quemados tras su muerte por orden de sus superiores (era sacerdote jesuita). John Steinbeck perdió un primer borrador de su obra De ratones y hombres a manos de su perro, que lo destrozó. Arthur Conan Doyle suspiró aliviado cuando su primera novela, titulada The narrative of John Smith [La historia de John Smith], se perdió en el correo, ya que, en retrospectiva, consideraba que buena parte de su material era difamatorio. Jean Genet comenzó la escritura de su obra Nuestra señora de las flores cuando se encontraba en prisión, pero el manuscrito fue descubierto por las autoridades y destruido; Genet lo reconstruyó de memoria y consiguió contrabandearlo fuera de la cárcel. La viuda de sir Richard Burton quemó las casi mil trescientas páginas de su traducción de El jardín perfumado, así como otros veintiséis libros del autor, escandalizada por su erotismo. Sir Walter Raleigh quemó un volumen de su History of the world cuando se encontraba en la cárcel. Pág. 80 A los nombres de Benito Mussolini, Saddam Hussein, Kim-Jong-il, Muamar el Gadafi y Saparmyrat Nyýazow, se deben sumar los de Jeffrey Archer, Benjamin Disraeli y Winston Churchill, entre otros, como los de aquellos políticos que escribieron en alguna ocasión u otra alguna obra de ficción. La aspiración de ser reconocido como un intelectual parece haber presidido la trayectoria de Augusto Pinochet (véase el libro de Juan Cristóbal Peña ya mencionado); como recuerda Pierre Michon en su novela Los once (Trad. María Teresa Gallego Urrutia. Barcelona: Anagrama, 2010), la mayor parte de los responsables de El Terror habían intentado abrirse camino como escritores, principalmente como dramaturgos, antes de dedicarse a la política descabellada. Pág. 81

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Véase el libro de Elaine Martin Nelly Sachs. The poetics of silence and the limits of representation [Nelly Sachs: Las poéticas del silencio y los límites de la representación]. Berlín: Walter de Gruyter, 2011. Págs. 81-82 Algo similar sucedió con las memorias de Laurence Sterne, la destrucción de cuyas memorias obligó a la escritura apresurada de unas apócrifas. Aquí, la historia en la versión que ofrece Enrique Vila-Matas en su novela Aire de Dylan (Barcelona: Seix Barral, 2012): Se titulaban Memorias de la vida y familia del difunto y Reverendo Mr. Laurence Sterne. Moritse preguntó inmediatamente si existía de verdad el libro del reverendo y Vilnius empezó a contar historia de esas Memorias no ahorrando detalles. Yo conocía bien la historia y vi que no añadía invención alguna a ella. La creación de esas memorias póstumas arrancó el mismo día en que, a la muerte de Sterne, su cuñado John Botham, un mojigato párroco de Surrey, se apresuró a ir a la casa de la Old Bond Street para hacerse con los papeles del escritor, las cartas de amor de sus amantes, así como diversos manuscritos de contenido desconocido, que quemó de inmediato. La pérdida de gran parte de la herencia literaria de Sterne dejó a la viuda y a su hija Lidia en grandes dificultades económicas, lo que las llevó a poner todas sus esperanzas en unos papeles que Botham no había visto, o había salvado creyendo que no eran comprometedores. Viuda e hija los dieron al periodista Wilkes con la idea de que éste escribiera la biografía de Sterne. Sin embargo, el giro de los acontecimientos políticos llevó a la alcaldía de Londres a Wilkes y éste, con temores de todo tipo, se deshizo de muchos papeles que podían complicarle la vida, entre ellos los escritos póstumos de Sterne que fueron a parar al fuego de su hogar. Desesperada, la esposa de Sterne, sabiendo que Wilkes había leído aquellos papeles ahora destruidos, le pidió que los memorizara y que por favor escribiera algunas líneas con el estilo propio del autor deTristram Shandy, todo con el fin de publicarlo y poder cobrar algo. Así es como años después apareció Memorias de la vida y familia, autobiografía que pasó por ser de Sterne, pero que contenía demasiadas imprecisiones y errores de bulto como para creer que alguien como el autor de Tristram Shandy, de quien se sabía que tenía una gran memoria personal, hubiera podido escribirlas (Vila-Matas 2012: 188-189). No sólo desaparecieron las memorias y los textos póstumos del creador deTristram Shandy, sino también sus restos mortales, y no sólo una sino dos veces. Aquí, la historia en el resumen de Javier Marías (y es un placer reunir a estos dos escritores en una misma entrada, mostrando que, en sustancia, todos seguimos girando obsesivamente en torno a Laurence Sterne y a su revolución privada): Murió en Londres en 1768 […], y fue enterrado sin pompa en una iglesia de Hanover Square. A los pocos días fue robado su cuerpo y entregado al profesor de anatomía de la Universidad de Cambridge. Cuando éste acababa ya la disección, un testigo reconoció al difunto. El profesor, incómodo por haber troceado a una gloria literaria, procuró que al menos se conservara el esqueleto, pero durante muchos años se buscó su calavera sin éxito entre los huesos cantabrigenses. No Prodavinci

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sé si al final hubo suerte: junto a la iglesia de St Michael, en Coxwold, que visité hace algún tiempo, hay una tumba y una lápida con su nombre, pero vaya usted a saber lo que encierran. Véase el artículo de Javier Marías “Un hombre de buen conformar”. El País Semanal, 24 de noviembre de 2013. 30.05.2014. Pág. 84-86 Algunos otros libros inconclusos publicados tras la muerte de su autor:Adventures in the skin trade de Dylan Thomas; Emma de Charlote Brontë, Las confesiones del estafador Felix Krull de Thomas Mann; The weir of Hermistonde Robert Louis Stevenson; El último magnate de Francis Scott Fitzgerald;The Garden of Eden de Ernest Hemingway; El misterio de Edwin Drood de Charles Dickens; A Death in the family de James Agee, Billy Budd de Herman Melville, El hombre sin atributos de Robert Musil. (Aubrey Dillon Malone incluye en su libro Stranger than fiction otras cinco novelas inconclusas que, afirma, no deberían haber sido publicadas nunca: True at first light de Ernest Hemingway, completada en 1999 por su hijo; The buccaneers de Edith Wharton, “reconstruida” por Marion Maiwaring a partir de una sinopsis de su autora en 1993; Poodle Springs de Raymond Chandler, de la que Chandler dejó sólo un capítulo a partir del cual Robert B. Parker completó el libro en 1989; The siege of Malta de Walter Scott, publicada en 1977; e Iolani de Wilkie Collins, escrita por su autor a los veinte años de edad y rescatada en 1999.) Pág. 86 Pero lo que resulta realmente raro y digno de ser retenido es ver las últimas obras inacabadas de ciertos artistas convertirse en objeto de una admiración más grande aún que las de las obras terminadas, pues en ellas es posible observar las trazas del esbozo y la concepción misma del artista, y la tristeza por el hecho de que la mano de éste se hubiera detenido en pleno trabajo contribuye a ganarse el favor del público. (Plinio, Historia natural, libro XXV.) Pág. 86 Todas estas obras son como el mundo: existiendo, no han sido jamás creadas, y esto las diferencia del arte efímero, conceptual e inmaterial (como la obra con la que Yves Klein contribuyó a la exposición colectiva de 1969 Quant les attitudes deviennet forme y Op Losse Schroeven de Wim Beeren), que ha sido creado pero ya no existe, o sólo lo hace como nostalgia. Pág. 88 “Los libros, como los seres humanos que son sus autores, tienen sólo una manera de llegar al mundo, pero diez mil de abandonarlo y no regresar jamás”, Jonathan Swift. Pag. 88

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Jean Tinguely es, por su parte, el creador de dos obras concebidas para ser destruidas frente al público: su “Homage to New York”, que fue parcialmente destruida en el Museum of Modern Art de esa ciudad en 1960 y un “Study for an end of the world no. 2”, hecho volar en pedazos en las afueras de Las Vegas en 1962. (En YouTube pueden hallarse dos cortos que documentan la creación/destrucción de ambas piezas.) Algún tiempo atrás, también, la escultura de Richard Serra “Equal- Parallel/GuernicaBengasi” desapareció del museo Reina Sofía de Madrid, que ahora exhibe una copia, cuyas dimensiones y peso (38 toneladas) hacen difícil imaginar cómo pudo haber desaparecido la obra original. A la larga tradición de arte efímero y de performances y happenings que “desaparecen” al tiempo que son realizados (excepto por su registro documental, por supuesto), que ponen en cuestión la unidad y la trascendencia de la obra de arte, se debe añadir el cuestionamiento de la figura del autor. Victor Fowler sostiene que ésta recibió “dos ataques terribles” en los inicios del siglo XX, el primero de los cuales fue el urinario de Marcel Duchamp que los responsables de la exposición de la “Sociedad de Artistas Independientes” de Nueva York de 1917 rechazó por considerar que “no era arte” (“si alcanza con firmar un objeto de producción industrial para convertirlo en arte, entonces ¿qué es o queda del arte?”, 3); siendo el segundo la pieza “Cuadrado blanco sobre fondo blanco” del abstraccionista ruso Kasimir Malevich (1918): “Al vaciar el contenido de cualquier indicio de figura a representar, Malevich entregó el cuadro al color puro y estampó la segunda firma en el acta de defunción de la pintura” (Fowler 3-4). La pieza de Malevich tiene, por cierto, un antecedente en las obras del excéntrico francés Alphonse Allais (autor de piezas singulares como su “Primera comunión de niñas cloróticas nevando”, la “Recolección del tomate por cardenales apopléjicos a orillas de un mar rojo” y el “Combate de negros en una cueva durante la noche”) y su continuidad en los lienzos también monocromos de Yves Klein, todos los cuales parecen responder a un gesto de rebeldía ante la idea de que la pintura debería representar “algo”. Al respecto, Samuel Beckett sostuvo en una ocasión que le parecía “absurdo hablar, como hacía [Wassily] Kandinsky, de una pintura liberada del objeto. De lo que la pintura se ha liberado es de la ilusión de que existe más de un objeto de representación, quizá incluso de la ilusión de que ese único objeto se deja representar” (Cronin 367). Al hacer esta afirmación, Beckett viene a decir implícitamente que lo único que el arte representa es al arte mismo en su tarea de representar o (en términos más propios de Beckett) en su “expresión de que no hay nada que expresar, nada con que expresar, nada a partir de lo cual expresar, junto con la obligación de expresar” (Cronin 409). Al hilo de esto, cabe mencionar que Iván de la Nuez dedicó recientemente un artículo a los autores que especularon con el fin de su disciplina en las artes plásticas. Para el ensayista cubano, al sostener que […] “pintar se ha acabado” [Marcel] Duchamp inaugura, de paso, una cadena prescriptiva en la que se inscribe el Roger Caillois que habló de [Pablo] Picasso como el gran liquidador del arte o el Milan Kundera que percibió a [Francis] Bacon como el último pintor; el [Theodor W.] Adorno que negó la posibilidad de la poesía después de Auschwitz o el [Francis] Fukuyama que decretó el fin de la Prodavinci

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historia con la caída del Muro de Berlín. Véase Nuez, Iván de la. “Artes de ultratumba”. Jot Down Magazine, sin fecha. 30.05.2014. Félix de Azúa abunda en el tema al afirmar que Las a veces llamadas “posvanguardias” cortarán de raíz con el idealismo aún presente en las vanguardias y procederán a la sistemática representación del acabamiento del Arte como encarnación del fin del mundo, más exactamente: del mundo burgués y revolucionario. Conceptuales, land art, body art, performance, happening, video-art, minimal… una multitud de escuelas que aún llamamos “artísticas” exponen entre 1960 y 2000 el momento final del arte, momento del que aún no hemos emergido del todo. Esta última y quizá definitiva crisis, cuyos albores pueden rastrearse en el precedente esencial de Duchamp, es abismalmente superior a la que separa el Antiguo Régimen del mundo burgués y revolucionario. Podría decirse que el Arte se disuelve en el magma democrático (225). Pág. 89 Una literatura que no se cuestionara y se negara a sí misma no requeriría el concurso de tantos escritores y obras: le bastaría escoger el texto que mejor diese cuenta de un tipo o de una forma específicos (por el caso, el mejor soneto) para celebrarse a sí misma; claro que esa celebración sería la de una disciplina muerta, un museo por cuyas salas ya no transita nadie y que ha sido cerrado a las visitas. Afortunadamente no es el caso, y el hecho de que tengamos grandes escritores (y también mediocres y pésimos, por cierto) se debe únicamente al hecho de que esos autores negaron parcial o totalmente los textos que los precedieron creyendo poder hacerlos “mejor” y con la convicción de que tenían algo para contar inaplazable y personal y ese rechazo es el que hace posible que la literatura siga siendo producida; consecuentemente, es lo que lleva a que exista algo llamado «autor» y un lector y una industria editorial. Pág. 89 “Borrar el polvo de su propio rostro / Limpiarlo hasta desaparecer” describió el poeta chino Wang Wei en el siglo VIII como una actividad provechosa, y un destino conveniente para quienes somos autores. Págs. 91-93 Henry de Montherlant se quedó ciego. A Philippe Soupault le extirparon las cuerdas vocales. Luc Dietrich (autor de Le Bonheur des tristes [La alegría de las personas tristes], en cuyo título el lector tal vez encuentre ecos de un libro posterior, escrito por cierto escritor argentino) fue herido durante un bombardeo en 1944 y quedó hemipléjico. Moisés, Virgilio, W. Somerset Maugham y Philip Larkin fueron tartamudos, según David Markson; para David Malone, los tartamudos habrían sido Lewis Carroll, Arnold Bennett, Charles Lamb y Elizabeth Bowen, y Roberto Merino atribuye a la tartamudez la afición por los circunloquios de Henry James: claro que estos últimos no fueron autores mutilados, sino (de alguna forma) autores duplicados Prodavinci

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en su expresión. Pág. 97 Aquí una lista provisoria y parcial de autores que también pintaron, distribuida entre aquellos que (en mi opinión, también parcial y provisoria) pintaron muy bien (Charles Baudelaire, John Berger, William Blake, William S. Burroughs, Henry Darger, Guy Davenport, George Du Maurier, William Faulkner, Lawrence Ferlinghetti, Xingjian Gao, Théophile Gautier, Johann Wolfgang von Goethe, Nicolai Gogol, Günter Grass, Hermann Hesse, Aldous Huxley, Alfred Jarry, David Jones, Gottfried Keller, Rudyard Kipling, Carlo Levi, Wyndham Lewis, Pierre Loti, Lucebert o Lubertus Jacobus Swaanswijk, Edgar Allan Poe, Dante Gabriel Rossetti, Bruno Schulz, Adelbert Stifter, August Strindberg, Derek Walcott, Evelyn Waugh, T.H. White, Tom Wolfe, W.B. Yeats), los que lo hicieron mediocremente (Rafael Alberti, Djuna Barnes, Max Beerbohm, André Breton, Breyten Breytenbach, Lewis Carroll, Joseph Conrad, e.e. cummings, Fernando del Paso, Odysseus Elytis u Odysseus Alepoudhelis, Dario Fo, Kahlil Gibran, Edmond y Jules de Goncourt, Kate Greenaway, Thomas Hardy, Patricia Highsmith, E. T. A. Hoffmann, Victor Hugo, Max Jacob, Alfred Kubin, Edward Lear, Mijail Lermontov, Jonathan Lethem, Franz Kafka, Hugh Lofting, Vladimir Maiakovski, Gisèle Prassinos, William Makepeace Thackeray, John Updike, Paul Valéry, Peter Weiss, Pierre Klossowski, Denton Welch) y quienes lo hicieron rematadamente mal, pésimamente: Hans Christian Andersen (se le daba mejor recortar papel), Guillaume Apollinaire, Ludwig Bemelmans, Charlotte y Emily Brontë, Pearl S. Buck, Charles Bukowski, Jean Cocteau, Fiódor Dostoievski, Alejandro Dumas (hijo), Robert Duncan, Federico García Lorca, Allen Ginsberg, Franz Grillparzer, Henrik Ibsen, Eugène Ionesco, Jack Kerouac, Else Lasker-Schüler, D.H. Lawrence, Prosper Mérimée, Henri Michaux, Henry Miller, Alfred de Musset, Vladimir Nabokov, Sean O’Casey, Sylvia Plath, Beatrix Potter, Jacques Prévert, Marcel Proust, Antoine de Saint-Exupéry, Alexander Pushkin, Arthur Rimbaud, Robert Louis Stevenson, George Sand, George Bernard Shaw, Charles Simic, Rabindranath Tagore, Dylan Thomas, Jan Willem Van de Weteberg, Paul Verlaine, Tennessee Williams, William Carlos Williams, Witkacy (pseudónimo de Stanislaw I. Witkiewicz), Jean-Pierre Duprey, Ernesto Sábato. Pág. 97 Un examen, aun el más sumario, de las relaciones entre la literatura y Hollywood quedaría incompleto si no se mencionara a los actores que escribieron novelas: Simone Signoret, David Niven, Jean Harlow, George Kennedy, Tony Curtis, Joan Blondell, Mary Astor, Mae West, Orson Welles, Carrie Fisher, etcétera; o a los escritores que dirigieron filmes: James Clavell, Nora Ephron, Norman Mailer, Tom Stoppard, Michael Crichton, Sidney Sheldon, Stephen King, Paul Auster y Robert Towne. Pier Paolo Pasolini y los españoles José Luis Garci, David Trueba y José Luis Cuerda fueron (y son) tanto directores de cine como escritores por derecho propio. Por su parte, Gregory Peck es el único actor (que me conste) que interpretó a dos escritores distintos en el cine: a Ambrose Bierce en Gringo viejo y a Francis Scott Fitzgerald en Beloved infidel, conocida en España como “Días sin vida”. Pág. 97

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El novelista estadounidense Frank Deford afirmó que los escritores son vistos en Hollywood como “primeros borradores de seres humanos”. Págs. 97-98 Basil Bunting, Ian Fleming, John Le Carré, Graham Greene, Daniel Defoe, Alexandre Dumas, Lord Byron y W. Somerset Maugham fueron espías en un momento u otro de sus vidas. John Mortimer, Scott Turow, Robert Louis Stevenson, Nathalie Sarraute, Wallace Stevens, John Grisham, Louis Auchincloss, Joseph Sheridan Le Fanu y Earle Stanley Garrdner, entre otros, fueron abogados. August Strindberg, Frank O’Connor, Philip Larkin, Giacomo Casanova y Jorge Luis Borges, bibliotecarios. Ken Kesey fue enfermero durante un periodo de su vida (Agatha Christie también); Collen McCullough, Arthur Conan Doyle, William Carlos Williams, Anton Chéjov, Oliver Goldsmith, A.J. Cronin, Robert Bridges, Louis-Ferdinand Céline y Tobias Smollett fueron médicos. James Herriott (pseudónimo de James Alfred Wight) fue veterinario. Gerald Durrell dirigió varios zoológicos a lo largo de su vida. John Keats fue farmacéutico. Gerald Manley Hopkins, Horatio Alger, Thomas Merton, Lewis Carroll y Ralph Waldo Emerson fueron religiosos. William S. Burroughs fue exterminador y detective privado. Sinclair Lewis fue conserje. P.G. Wodehouse trabajó en un banco, como William Faulkner y T.S. Eliot. Alan Sillitoe trabajó en una fábrica, como Yukio Mishima. Patrick Kavanagh fue zapatero. Tom Sharpe, fotógrafo. Elmore Leonard, James Dickey, Fay Weldon y Rodolfo Enrique Fogwill trabajaron en agencias de publicidad. Sean O’Casey fue jornalero, como Roberto Bolaño en Francia. Dick Francis fue jinete (buena parte de sus novelas tienen como trasfondo el mundo de las carreras de caballos, que el autor conocía bien). Sherwood Anderson dirigió una fábrica de pinturas aislantes, además de destacar como un hábil empresario antes de la crisis personal que lo hizo dejarlo todo para dedicarse a la literatura. Anne Sexton fue modelo. H.G. Wells trabajó en una mercería. Truman Capote fue chico de los mandados en el New Yorker antes de comenzar su carrera como escritor. Págs. 99-103 El bloqueo de Ernest Hemingway se intensificó en la última década de su vida debido a su alcoholismo y a la depresión. Graham Greene llevaba un libro de sueños para combatir el bloqueo; fue publicado. Delmore Schwartz, Sylvia Plath, John Berryman, Dandall Jarrell, Anne Sexton, Robert Lowell, poetas del desenfreno y de la autodestrucción, estuvieron bloqueados en algún momento de sus vidas y, en general, temieron la posibilidad de dejar de escribir, lo que les llevó a vivir aun más deprisa. La vida de Hemingway es un importante episodio de la historia de las relaciones entre literatura y alcohol; en su libro The thirsty muse: Alcohol and the American writer [La musa sedienta: El alcohol y el escritor estadounidense] (1989) Tom Dardis estudia su caso junto con los de Francis Scott Fitzgerald, Sinclair Lewis, Eugene O’Neill, William Faulkner, John Steinbeck, Edna St. Vincent Millay, Hart Crane, Thomas Wolfe, Dorothy Parker, Ring Lardner, Djuna Barnes, John O’Hara, Tennessee Williams, John Berryman, Carson McCullers, James Jones, John Cheever, Jean Stafford, Truman Capote, Raymond Carver y James Agee. Págs. 103-109

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Dino Campana pasó los últimos catorce años de su vida en un manicomio, mientras sus Cantos órficos se convertían en uno de los libros más importantes de la poesía italiana del siglo XX. Ezra Pound fue ingresado gracias a la influencia de escritores como Ernest Hemingway para evitar un castigo mayor en su condición de colaborador y promotor del régimen fascista italiano. Pág. 105 Martín Adán (Perú 1908-1985). Fue pseudónimo de Rafael de la Fuente Benavides. Su relativa longevidad, insólita para un poeta vanguardista peruano e inexplicable si se considera que los poetas vanguardistas peruanos siempre están al borde de la muerte, simbólica o real y concreta, no redundó en una mayor cantidad de obra, ya que Adán cayó tempranamente en un círculo de pobreza y alcohol del que nunca volvió a salir. Sus libros se componen de poemas que sus amigos y un reducido círculo de admiradores arrebataban al autor antes de que, con él, desaparecieran. Pág. 106 Por el caso, tampoco incluye a Thomas Urquhart, quien escribió un tratado matemático incomprensible (aquí, un fragmento citado por Nick Page: In amblygonosphericalls, which admit both of an extrinsecall and intrinsecall demission of the perpendicular, nineteen severall parts are to be considered… The axioms of plain triangles are four, viz. Rulerst, Eproso, Grediftal and Bagrediffiu. The directory of this second axiome is Pubkegdaxesh, which declareth that there are seven enodandas grounded on it, to wit, four rectangular, Upalem, Ekarul, Egalem, and three obliquangular, Danarele, Xemenoro and Shenerolem, 7), una propuesta para la creación de un lenguaje universal cuyas palabras significarían lo mismo del derecho y del revés (es decir, serían palíndromas) y una obra genealógica que remonta los orígenes de su familia hasta Adán y Eva; al magnífico “Lord” Timothy Dexter, quien se candidateó como emperador mundial desde Newburyport, Massachusetts; William Nathan Stedman, poeta y dramaturgo que dedicó una de sus obras a denunciar que William Gladstone era el Anticristo y gobernaba el mundo mediante el uso de sus poderes hipnóticos: Stedman se imaginaba montado en una “carroza alada” con “la espada de la Verdad en una mano y el látigo de la sátira en la otra”, lo que, apropiadamente, supone que su carroza iba sin control. Pág. 107 No estuvo loca, pero Katherine Anne Porter fue la escritora más enferma de la historia de la literatura del siglo XX. A continuación viene Samuel Beckett y después Flannery O’Connor. Umberto Saba, por su parte, fue uno de los escritores más desafortunados de la historia: padeció depresión durante buena parte de su vida, tuvo malas críticas, rechazos editoriales, fue perseguido y obligado a la clandestinidad y al exilio por ser judío y sobrevivió a dos guerras mundiales. Págs. 109-110

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Brendan Behan pasó varios años en la cárcel por su participación en una campaña del IRA en Inglaterra en 1939 y estuvo condenado a diecisiete años de cárcel por el intento de asesinato de un policía en 1942; fue amnistiado. Václav Havel pasó cuatro años y medio en prisión a partir de 1979. Jean Genet comenzó a escribir en la cárcel, mientras cumplía una condena a cadena perpetua por diez robos. Gabriele d’Annunzio pasó cinco meses en prisión en 1891 por tener un affaire con la mujer de un noble napolitano. Émile Zola pasó un año en prisión a raíz del caso Dreyfus. Oscar Wilde estuvo dos años en la cárcel de Reading, donde compuso su famosa balada. O’Henry pasó tres años en la cárcel por desfalco, entre 1905 y 1908. Jack London fue detenido en las cataratas del Niágara por vagancia y condenado a treinta días de trabajos forzados en 1894. Joe Orton fue encarcelado por seis meses por arruinar los libros que obtenía en la biblioteca pública. Honoré de Balzac pasó una semana en la cárcel mientras cumplía el servicio militar obligatorio; no se había presentado en una guardia. Robert Lowell pasó siete meses en la prisión de West Street (Nueva York) y en la de Danbury (Connecticut) en 1943 por ser objetor de conciencia, y estuvo hospitalizado por “desórdenes mentales” en 1949, 1954 y 1959, en todos los casos por varios meses. E.E. Cummings, Miguel de Cervantes, Jean Paul Sartre, Kurt Vonnegut, Geoffrey Chaucer, Ezra Pound, Primo Levi, Cesare Pavese, Heinrich Böll y Robert Lowell fueron prisioneros de guerra. Pág. 110 La locura parece haber sido más elocuente en las artes plásticas que en la literatura: piénsese en Arthur Bispo do Rosário y Martín Ramírez, por ejemplo. También en Vincent Van Gogh y en Aby Warburg. Pág. 111 Tadeusz Boy-Zelenski (fusilado en Lemberg en 1941), Helga Deen (campo de concentración de Sobibor, 1943), Felix Fechenbach (asesinado cerca de Warburg en 1933), Else Feldmann (Sobibor, 1942), Anne Frank (Bergen-Belsen, 1945), Julius Fucik (ejecutado en 1943 en Berlin-Plötzensee), Mordechaj Gebirtig (asesinado a tiros en la calle en el ghetto de Cracovia, 1942), Peter Hammerschlag (Auschwitz, 1942), Albrecht Haushofer (encarcelado en Berlín y asesinado en la cárcel en 1945 por miembros de las SS), Georg Hermann, (Auschwitz, 1943), Franz Hessel, (Sanary-su-Mer en 1941, por agotamiento mientras huía), Rudolf Hilferding, Etty Hillesum (Auschwitz, 1943), Jakob van Hoddis (Sobibor, 1942), Max Jacob (en el campo de concentración de Drancy en 1944), Milena Jesenská (Ravensbrück, 1944), Jizchak Katzenelson (Auschwitz, 1944), Marcell Klang, (Mauthausen, 1942), Erich Knauf (en la prisión de Brandenburg en 1944), Gertrud Kolmar (Auschwitz, 1943), Anton de Kom (en el campo de concentración de Neuengamme, 1945), Alma Maria König (en el gueto de Minsk en 1942), Janusz Korczak, (Treblinka, 1942), Paul Kornfeld, Adam Kuckhoff (ejecutado en 1943 en Berlin-Plötzensee), Walter Lindenbaum (Buchenwald, 1945), Fritz Löhner-Beda (Auschwitz en 1942, apaleado), Selma Meerbaum-Eisinger (en el campo de trabajo de Michailovska en 1942), Erich Mühsam (Oranienburg, 1934), Arno Nadel, Irène Némirovsky (Auschwitz, 1942), Karel Polácek (Auschwitz, 1944), Friedrich Reck-Malleczewen (asesinado o a consecuencia del tifus en el campo de concentración de Dachau, dos meses y medio antes de la liberación de este campo por parte de los norteamericanos), Ruth Rewald (en fecha desconocida en Auschwitz, Prodavinci

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a donde fue deportada en 1942), Bruno Schulz (en Drohobytsch, Ucrania, en 1942; asesinado a tiros en la calle por un miembro de la Gestapo), Jura Soyfer (Buchenwald, 1939), Else Ury (Auschwitz-Birkenau, 1943), Vladislav Vancura (1942, en Praga, a tiros), David Vogel (en Auschwitz, en 1944 o 1945), Ilse Weber (Auschwitz, 1944), Theodor Wolff (Berlín, 1943, por los malos tratos recibidos en la cárcel); Armando Valladares (pasó veintidós años en la cárcel), Jorge Valls (veinte años en diferentes prisiones cubanas), Armand Robin (asesinado o muerto por causas naturales en una comisaría parisina en 1961), Werner Bräunig (cuyo enfrentamiento con las autoridades de la así llamada República Democrática de Alemania a raíz de la prohibición de su novela inconclusa Rummelplatz lo condujo al alcoholismo y a una actividad literaria marginal hasta su muerte en 1976, a los cuarenta y dos años de edad), Robert Brasillach (fusilado en 1945 bajo la acusación de colaboracionista), Hayim Lenski (“de inanición en un campo de trabajos forzados soviético. Adonde lo enviaron por haber escrito poemas en hebreo”, Markson 139), “Emmanuel Ringelblum, su esposa y su hijo pequeño fueron ejecutados en las ruinas del gueto de Varsovia en 1944. Algunas de sus Notas habían sido enterradas en latas de leche” (Markson 223), Hannah Szenes (asesinada en 1944 tras infiltrarse en la antigua Yugoslavia con la finalidad de salvar a judíos húngaros), Jean Sénac (asesinado en 1973 por su compromiso con la independencia de Argelia), Wilfred Owen, algunos war poets, los expresionistas alemanes, Pádraig Pearse, fusilado por los británicos tras el Alzamiento de Pascua de 1916; Federico García Lorca, asesinado; Erskine Childers, ejecutado por las autoridades en el transcurso de la Guerra Civil irlandesa; Primo Levi, Bruno Bettelheim, Jean Améry, Tadeusz Borowski, Etty Hillesum, Zalmen Gradowski, Jorge Semprún. Escritores escondidos: “Una vez Samuel Beckett tuvo que esconderse diez días debajo de un falso piso en el altillo de Nathalie Sarraute en París mientras trabajaba para la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial” (Markson 33). Pearl S. Buck (en China, durante la guerra). “Aharon Appelfeld escapó de un campo de concentración nazi a los ocho años. Ocho. Y pasó tres años escondido en los bosques de Rumania y de Ucrania” (Markson 205). Pág. 112 La lentitud en la escritura también puede ser vista como una desaparición parcial, en tanto supone la “desaparición” del autor de la escena literaria durante períodos de duración variable, en su mayoría prolongada. Algunos ejemplos: James Joyce tardó diecisiete años en completar el Finnegans Wakey nueve en terminar el Ulises. Gustave Flaubert tardó dieciocho años en escribir Madame Bovary. A Katherine Anne Porter le tomó más de veinte años el completar su única novela, La nave de los locos. Las némesis o antítesis de Joyce, Flaubert y Porter serían (de acuerdo con el libro de Mallone) Walter Scott, quien escribió catorce novelas en seis años; John Creasey, que completó quinientas sesenta y cinco en cuarenta años, veintiséis de ellas en 1937; y Barbara Cartland, que también escribió veintiséis en un año, en 1983. (Claro que ninguno de ellos escribió Madame Bovary ni Ulises, lo que supongo que sirve de consuelo a los escritores poco veloces.) El inicio literario tardío (el del escritor mayor de cincuenta años, día más o día menos) también es considerado aquí una desaparición, aunque una parcial, porque retira de la vista pública el período de formación del escritor formando sistema con el abandono prematuro de la profesión Prodavinci

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(Baudelaire y compañía) en el sentido de que el segundo constituye la desaparición del “final” del escritor y el primero la de su “comienzo”.

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