Monumento al General Bulnes

Monumento al General Bulnes Carta dirigida al senador don Romualdo Silva Cortés por GONZALO U R R E J O L A Santiago de Chile IMPRENTA UNIVERSITARIA ...
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Monumento al General Bulnes Carta dirigida al senador don Romualdo Silva Cortés por GONZALO U R R E J O L A

Santiago de Chile IMPRENTA UNIVERSITARIA Estado, 63 1937

Monumento al General Bulnes

Monumento al General Bulnes Carta dirigida al senador don Romualdo Silva Cortés por GONZALO URREJOLA

Santiago de Chile IMPRENTA UNIVERSITARIA Estado, 63 1937

Santiago, 7 de Octubre de 1931Señor don Romualdo Silva Cortés, Presente. Mi querido y viejo amigo: Comprenderá Ud. con cuánto sentimiento m,e vi privado de asistir a la' inauguración del monumento al general Bulnes, acto reparatorio del injusto olvido que la posteridad había dado como único premio a quien con tanta energía como patriotismo trabajó diez años en la Presidencia de la República por consolidar la grandeza de la patria, a la cual coadyuvó también eficazmente en los campos de batalla. Una inesperada dolencia que me tuvo en cama unos cuantos días, me impidió asociarme, como era mi deber, a una ceremonia, lucidísima y que está destinada a estrechar los vínculos de fraternidad que crea el patriotismo entre todas las clases sociales. A Ud., que me conoce de tantos años, puedo confiarle además que a ese sentimiento se unía otro que, aunque más personal, lo cito porque me honra y me enorgullece. En efec-

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to, tengo razones para sentirme padre de este monumento en cuyo pie el Excmo. Sr. Alessandri ha hecho un cumplido elogio de las virtudes que adornaron al general Bulnes. Y para refrescar su memoria y para que no olvide Ud. la parte que me ha cabido en esta celebración, me voy a permitir copiarle los documentos que prueban mi intervención en la erección de una estatua al Presidente Bulnes. El día 2 de Enero de 1929 presenté al H. Senado, yo solo—porque no quería comprometer a ninguno de mis honorables colegas en mis actos de senador, notoriamente desafecto a la política dictatorial entonces dominante,—la moción de ley que sigue: «Honorable Senado: Honrar la memoria de sus grandes ciudadanos, de sus heroicos generales que dieron gloria a la patria, como de los servidores de la nación en sus diversas actividades, es la tarea que todos los pueblos se han impuesto al grabar sus nombres en el bronce o en el granito. «La República de Chile ha llenado esta tarea, que es el más honroso de sus deberes, en forma cumplida en cuanto a algunos de sus grandes héroes e ilustres ciudadanos; pero esta obra es incompleta. Se olvida a otro hasta hoy, no menos grande que sus héroes militares, ni menos ilustre que sus más encumbrados estadistas; se olvida a quien ha reunido en su persona ambos merecimientos. «Nps referimos al que fué gran general del Ejército de Chile y gran Presidente durante el decenio de 1841 a 1851: don Manuel Bulnes Prieto.

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«Una ligera excursión a través de su vida militar, primero, y de estadista, en seguida, bastará para pintar al hombre benemérito que no tuvo inflexiones ni sombras en su doble como larga carrera. «Nacido en Concepción en los últimos días de Diciembre de 1799, no pudo, por sus cortos años, figurar entre los que al grito de independencia ofrecieron a la patria su contingente de esfuerzo y de sangre, hasta 1817, en que los vencidos de Rancagua de 1814, volvieron a la brecha contra los ejércitos realistas en las memorables acciones de Chacabuco, de Cancha Rayada y de Maipú, que dió el golpe de gracia a la dominación española en Chile. «Don Manuel Bulnes, hijo del capitán del ejército español de su mismo nombre, y de la señora Carmen Prieto, hermana del que fué después general y Presidente de Chile, don Joaquín Prieto, se enroló en 1817, contra la voluntad de su padre, en el ejército con que O'Higgins sitiaba a Concepción, como porta-estandarte del Regimiento Cazadores a Caballo, formado por Freire. «Se halló en el asalto de Talcahuano, a las órdenes de Brayer; en los diversos combates de las fuerzas de O'Higgins y Las Heras contra el bravo coronel Ordóñez en Talcahuano, en Quechereguas con Freire, y en Cancha Rayada y Maipú con San Martín. «Vencido el ejército organizado realista, en Maipú, marchó Bulnes a las órdenes de Freire hacia el sur a combatir a las fracciones de aquel ejército, que bajo distintos mandos, siguieron una guerra de sorpresa, que causó algunos reveses a las divisiones chilenas. El co-

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ronel Lantaño, el coronel Picó, el caudillo Benavides, que unía a la fuerza organizada montoneras de indios, y los hermanos Pincheira, por último, mantuvieron en constante actividad a las divisiones chilenas, durante varios años. «Bulnes se encontró en casi todas las acciones libradas contra estas tropas irregulares. En Vega de Saldías, que produjo el desbande de las fuerzas de Benavides y su muerte, en Gualaguaico y Niblinto contra las de Picó, en el mismo año 21. Durante 10 años, casi ininterrumpidos, permaneció Bulnes en las regiones del sur hasta concluir, en 1831, con los temibles hermanos Pincheira, iniciándose desde entonces una era de relativa tranquilidad en las asoladas provincias del sur de la República. «Este bravo oficial era, desde 1830, general, ganado cada grado por una acción guerrera, y hubo de seguir como comandante en jefe del Ejército del sur, en la ruda tarea de pacificación de los indios hasta 1838. «Este año 38 se iniciaba para la República en condiciones tan desairadas como graves. «La expedición militar encargada de disolver la confederación perú-boliviana que formó y gobernaba el mariscal boliviano Santa Cruz, expedición confiada al general Blanco Encalada, había fracasado apenas tomaba posesión de Arequipa. Sin haberse disparado un tiro, el ejército se reembarcaba para Chile, previa la firma

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del tratado de Paucarpata entre los representantes del general chileno y del Protector Santa Cruz, que seguiría tranquilamente como Supremo Dictador de la Confederación. «El ominoso tratado fué desautorizado por el Gobierno del Presidente Prieto, en resguardo del honor del Ejército y del país, siguiendo de nuevo Chile en estado de guerra con la confederación perú-boliviana. «La elección del jefe del ejército que debía trasladarse de nuevo al Perú a destruir la Confederación, no fué dudosa. El nombre del general don Manuel Bulnes se impuso, y fué llamado a ponerse al frente del Ejército, en los mismos días en que se produjera la sublevación del batallón Maipo y el asesinato del gran Ministro Portales, cuando le pasaba revista en las puertas de Valparaíso. «El ejército restaurador, compuesto de 4.500 hombres, desembarcó en Ancón en principios de Agosto. Contaba el general Bulnes con que, junto con desembarcar, acudirían a engrosar las filas del ejército los ciudadanos peruanos que anhelasen ver a su patria libre de la ignominia de un dictador extranjero. «Pero grande fué su desengaño, porque el general Gamarra y otros jefes emigrados que acompañaban a Bulnes, confiados en que formarían una fuerte división auxiliadora, sólo obtuvieron levantar un cuerpo no mayor de mil soldados. «El general Bulnes ocupó a Lima, después de forzar la entrada con la victoriosa acción de la portada de Guías, y allí esperó al fuerte ejército perú-boliviano; pero és-

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te no se acercaba. Entre tanto el 18 de Septiembre se celebraba por el ejército chileno con nueva jornada victoriosa ganada por una corta división en Matucana, en dirección a la sierra. «Pero el ejército se consumía en la capital peruana. A las hostilidades de sus habitantes y a la privación de recursos para los soldados y de forraje para la caballada, se agregaba la dureza del clima que hacía llegar a 1.000 el número de enfermos. «Hubo, pues, de pensar el general Bulnes en abandonar la capital y dirigirse hacia el nor-este, donde el clima y la relativa abundancia de recursos y de forraje, se unía al hecho de que allí era menos ostensible la animadversión de los habitantes hacia los chilenos. En esos parajes se esperaría al Protector Santa Cruz, que habría de acudir a desalojarlos. «Quien contemple tantos planes fracasados y el sinnúmero de factores contrarios con que tropezaba el pequeño ejército chileno, en un país donde todo le era hostil, comprenderá que se requería un hombre de alma más que superior, de héroe, para no desmayar en la grandiosa tarea en que Chile entero tenía fijada su mirada y su suerte. «El ejército perú-boliviano, al mando de Santa Cruz, llegó frente a las posiciones del ejército restaurador y el 3 de Enero hubieron las avanzadas chilenas de trabarse, a pesar de su número inferior, en recio combate, con la vanguardia del enemigo en el histórico puente del Buin, que se convirtió en acción sangrienta, pero victoriosa para nuestros soldados.

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«La situación volvía a tornarse crítica para el ejército restaurador, por la inclemencia del clima y escasez de alimentos y forrajes, y llegó a pensarse en iniciar la retirada hacia el norte; pero prevaleció en un consejo de jefes a que asistieron los peruanos que acompañaban y comandaban parte del ejército, la opinión del general Bulnes, y de Cruz, jefe del Estado Mayor. «Avanzó, pues, el ejército hacia las posiciones perúbolivianas, y el 20 de Enero se trabó la legendaria batalla de Yungay. Ella se inició por la posesión del famoso cerro «Pan de Azúcar», que, al igual que otros cerros, el enemigo había artillado y, para defenderlo, colocado fuertes destacamentos. El Pan de Azúcar fué tomado a la bayoneta, con enormes bajas de nuestros soldados que para llegar a la cima tenían que apoyarse en sus fusiles. «Trabada la batalla en toda la línea y después de seis horas de la más reñida como sangrienta lucha, el ejército del Protector Santa Cruz era dispersado después de dejar en el campo 1.500 muertos, otros tantos prisioneros y toda su artillería y parque. «La confederación del Perú y Bolivia quedó para la historia desde ese memorable 20 de Enero; y el general Gamarra quedó en pleno ejercicio del cargo de Presidente del Perú, que se le asignara al comienzo de la expedición libertadora. «El Gobierno de Chile, apenas impuesto de este fenomenal triunfo y haciéndose eco del entusiasmo nacional, ordenó que al general Bulnes se le regalara una espada de oro con empuñadura de brillantes, y que se le-

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vantara un arco de triunfo a la entrada de Santiago, con inscripciones grabadas en él, que anotasen el nombre del general Bulnes y la fecha de 20 de Enero de 1839. «Otro de los homenajes rendidos al ejército vencedor fué la vuelta del régimen constitucional suspendido con motivo de los motines e intentos revolucionarios pasados, y decretada en esta hora gloriosa, por el general y Presidente Prieto. Este benemérito general completó su generosa como patriótica obra, restituyendo sus grados a los jefes y oficiales vencidos en Lircay el año 30. «Pero se guardaba para el general Bulnes el más elocuente premio que un pueblo agradecido podía discernirle. En las elecciones presidenciales de 1841, su nombre era señalado de un extremo a otro del país como el Presidente que con su justo prestigio gobernaría a Chile en forma ideal de orden y de progreso. «Los partidos, sin embargo, quisieron aprovechar las garantías de libertad electoral que el Presidente Prieto les ofrecía, y lanzaron a la lucha dos candidatos: el general Pinto, por los liberales, y don Joaquín Tocornal, por los conservadores ultra, porque Bulnes era conservador. «La elección se verificó con perfecta legalidad y dió al general Bulnes el triunfo por enorme mayoría. La reunión del Congreso Pleno del 30 de Agosto fué solemne y concurrieron en gran mayoría los congresales que habían sido hostiles a su candidatura.

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«Ocupándose Barros Arana de este triunfo electoral, dice en su obra «Un decenio», 1841-1851: «Ante la ley, « su triunfo era irreprochable y casi correspondía a la « unanimidad de los sufragios, constituyendo la mues« tra más brillante y más honrosa de aplauso y de adhe« sión que un hombre ilustre podía recibir de sus conciu« dadanos.» «Bulnes correspondió a la confianza depositada en él, comenzando su Gobierno con la elección de los más ilustres estadistas de entonces, para Ministros de Estado. «Su Gobierno fué de administración severa y las escasas rentas fiscales bastaban para los servicios públicos. «No obstante la exigüidad de las rentas, con las economías del Erario fundaba en 1841 la Escuela Normal de Preceptores, base elemental para formar los educadores primarios. «Su primer Director fué el ilustre argentino Sarmiento. «Extendió el servicio de apelaciones de los juicios, radicado en Santiago, creando la Corte de Concepción, con jurisdicción de Maule al sur. «En 1843 restableció y organizó la enclenque Escuela Militar de años atrás. «Inició y construyó el Instituto Nacional de 1842, con 250 mil pesos de fondos nacionales. «Inauguró la Universidad de Chile en 1843, nombrándose Rector al sabio don Andrés Bello. «Pero una de sus más grandes, si no la mayor de sus obras de estadista, fué la toma de posesión el 17 de Septiembre de 1843, del Estrecho de Magallanes y del terri-

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torio que hasta ese entonces aparecía como res nullius. Y este acto fué tan oportuno como providencial, porque tres días después llegaba el vapor de guerra francés «El Phaéton» a tomar la misma posesión. «Llevado de su espíritu patriótico, inició y promulgó la ley de Septiembre de 1842, que rehabilitaba en sus grados y hacía volver del destierro a los padres de la patria, O'Higgins y San Martín. Pero desgraciadamente, O'Higgins moría en Noviembre, sin alcanzar a imponerse de la reparadora ley. «El Presidente Bulnes presentaba al Congreso un proyecto que luego se convirtió en ley, que ordenaba la repatriación de sus restos y la creación de un monumento en la Alameda de Santiago. «En 1846 concluía su primer período presidencial el general Bulnes, y el pueblo agradecido le reelegía sin lucha y sin contendor, por otro nuevo quinquenio. «Este período lo concluyó sin que la tranquilidad pública fuera turbada, como no lo fué en el primero. Su Gobierno fué de todos, para todos, sin hacer obra de exclusivismo de partido, porque llamó a colaborar con él a los más hábiles y dignos de sus conciudadanos. «En las elecciones presidenciales del 51 triunfaba el candidato don Manuel Montt, que lo era del partido imperante en el Gobierno; pero su contendor, el general don José María de la Cruz, movido por sus partidarios, encabezaba un fuerte ejército revolucionario que se dirigía a ocupar la capital. «El general Bulnes que en Septiembre entregaba la banda presidencial, no titubeó en asumir el primer pues-

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to de sacrificio y de peligro ante la necesidad de consolidar la estabilidad gubernativa y el orden público. Al efecto, dejando a un lado las afecciones de la amistad y de la sangre, porque el general Cruz era su primo-hermano y ex-jefe del Estado Mayor del ejército restaurador, tomó el mando del Ejército y el 8 de Diciembre ganaba la porfiada batalla de Loncomilla, que concluyó con la revolución. «Estos son, Honorable Senado, los antecedentes del gran patriota que representa las glorias más puras del Ejército chileno, así como los del eminente ciudadano que gobernó al país durante 10 años, gozando del cariño de su pueblo y del prestigio que supo dar a su sobresaliente personalidad. «Sin embargo, la patria a la cual prestó sus heroicos servicios militares desde su adolescencia, 1817 hasta 1839, y su obra como Presidente, desde 1841 a 1851, no ha tallado en el bronce ni el granito su gratitud, cómo lo ha hecho con tantos otros proceres de la independencia y ciudadanos más o menos esclarecidos. «Se han dictado leyes que ordenan estos honores para el general Bulnes, pero no se han llevado a cabo. «Así, en 1904 se dictó la ley 1659, que ordena la erección de una estatua ecuestre, de bronce, y se consultan por el plazo de 2 años, 75 mil pesos, 200 mil pesos de hoy. «En 1910 se promulgó la ley 2335, que acordaba 500 mil pesos, 900 mil de hoy, para levantar estatuas en

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Santiago en honor de Las Heras, Zenteno y Camilo Henríquez, y en Concepción en honor de los generales Prieto y Bulnes. Pero ninguno de estos homenajes se ha traducido en hecho. «Con estos antecedentes y creyendo que tanto el Supremo Gobierno como el Congreso acogerán gustosos esta obra de reparación, tengo el honor de proponer el siguiente Proyecto de Ley: «Artículo único.—En atención a los eminentes y no interrumpidos servicios prestados al país por el benemérito general y Presidente de Chile, don Manuel Bulnes, se autoriza al Presidente de la República, por el término de dos años, para que invierta la suma de quinientos mil pesos en levantar una estatua ecuestre de bronce en honor de dicho general. «Este monumento se instalará en la Alameda de Santiago, frente a la calle Bulnes. «Los fondos que se destinen para esta obra, se cargarán al presupuesto extraordinario de los años 1929 y 1930. «Santiago, 2 de Enero de 1929.—Gonzalo Urrejola.» Sobre esta moción recayó el siguiente informe de que se dió cuenta en la sesión del Senado celebrada el 22 de Enero de 1929. «Honorable Senado: «El Senador don Gonzalo Urrejola ha presentado recientemente una moción con la que inicia un proyec-

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to de ley sobre erección, en la ciudad de Santiago, de un monumento ecuestre en bronce que perpetúe la memoria del que fué ilustre Presidente y gran general de la República de Chile, don Manuel Bulnes Prieto. «Vuestra Comisión de Gobierno acoge con especial interés tan justa iniciativa y comparte todas y cada una de las razones que, en su abono, se aducen en el preámbulo de esta brillante moción. «Estima que la figura bien conocida de don Manuel Bulnes, y sobre todo, el completo estudio biográfico que sobre su personalidad hace el señor Urrejola, la eximen de tener que fundamentar su voto favorable a la idea que encierra el proyecto. «En cuanto a la manera de llevarlo a la práctica, ha creído conveniente reducir a 300.000 pesos el monto de la autorización e imputar este gasto a las economías que produzca la inversión de la deuda interna, autorizada por la ley N.° 4586. «En mérito de estas consideraciones, la Comisión de Gobierno tiene a honra recomendar a vuestra aprobación el siguiente Proyecto de Ley: «Artículo único.—En atención a los eminentes y no interrumpidos servicios prestados al país por el benemérito General y Presidente de la República de Chile, don Manuel Bulnes, se autoriza al Presidente de la República para que, con cargp a las economías que produzca la conversión de la deuda interna, autorizada por la ley N.° 4586, pueda invertir hasta la suma de 300.000 pesos en hacer levantar en la Alameda de las Delicias

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de Santiago, una estatua ecuestre de bronce en honor de dicho ciudadano. «Sala de la Comisión, a 16 de Enero de 1929.—R. Me' dina Neira.—Nicolás Marambio M.—Artemio Gutiérrez. —R. Sánchez.—Manuel Cerda M., Secretario.» El texto de la ley N.° 4588, publicada en el «Diario Oficial» de 14 de Febrero de 1929, reproduce íntegramente los términos de la forma que dió a mi proyecto la comisión informante, y por ellos podrá ver Ud. que no se fijaba límite al tiempo en que el Presidente de la República podía hacer uso de la autorización que se le daba, contrariamente a lo dispuesto en una ley anterior sobre la misma materia, de 1904 para ser más preciso, que dice así: «Ley N.° 1659.—Santiago, a 22 de Junio de 1904.—Por cuanto el Congreso Nacional ha dado su aprobación al siguiente proyecto de ley: «Artículo único.—Eríjase una estatua ecuestre de bronce en honor del General don Manuel Bulnes; y autorízase al Presidente de la República, por el término de dos años, para que invierta hasta la suma de setenta y cinco mil pesos ($ 75.000) en la erección de dicha estatua, y para que se fije su forma, lugar de su colocación y demás condiciones de la obra hasta dar cumplimiento a esta ley. «Y por cuanto, oído el Consejo de Estado, he tenido a bien aprobarlo y sancionarlo; por tanto, promulgúese y llévese a efecto como ley de la República.—Germán Riesco.—M. E. Ballesteros.»

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La ley de 1904 que acaba Ud. de leer, caducó en dos años: ¿cómo ha podido decirse entonces que al inaugurar el Excmo. Sr. Alessandri la estatua al general Bulnes ha dado cumplimiento al mandato de aquélla ley? Es sin embargo lo que he visto en varias publicaciones, alguna de ellas oficial, que debieron haberse informado mejor, si no por consideración a mí, que soy el autor de la ley que ahora se cumple, por respeto a la verdad histórica, nunca excesivo cuando se trata de personas de la importancia de nuestro Presidente Bulnes. Me refiero a un folleto que se hizo circular entre los invitados a la ceremonia inaugural del 11 de Septiembre y que contiene documentos seleccionados por don Guillermo Feliú Gruz. Allí se lee, al comenzar: «El monumento erigido a la memoria del General Bulnes e inaugurado durante la administración del Excmo. señor don Arturo Alessandri, en 1937, tuvo su origen en la siguiente ley.» Y copia a continuación la N.° 1659 que Ud. ya acaba de leer. En seguida agrega: «Por razones que no tenemos para qué detallar aquí, el cumplimiento de la ley anterior sólo ahora ha venido a realizarse.» (P. 7 del folleto mencionado.) Al leer semejante cosa temerá Ud. ser víctima de una broma, como lo temí yo mismo. Y sin embargo, ahí lo tiene Ud. en ese folleto que sin duda obra también en su poder. El autor de esas notas seguramente no leyó la ley que copiaba, porque no paró mientes en que ella autoriza al Presidente de la República «por el término de dos años» para invertir determinadas sumas en la erección del monumento a Bulnes, autorización que una vez termi-

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nado ese plazo caduca automática y fatalmente. Ni leyó la moción que yo mismo presenté al H. Senado en 1929, como paso a demostrar. En efecto, al copiarla dice: «En la sesión del Senado de la República de 2 de Enero de 1929, el señor senador don Gonzalo Urrejola presentó a la consideración de aquella Cámara la moción que va a leerse, destinada a realizar el proyecto de levantar una estatua al General Bulnes, consultada en las dos leyes anteriores que se han trascrito.» Y copia en seguida mi moción (p. 8 y sigtes.), sin darse cuenta de que ella con su solo texto le desmiente. Las dos leyes a que se ha referido son la N.° 1659, ya trascrita, y la N.° 2335, de 1910, que autoriza la inversión de ung, suma determinada de dinero para levantar a Bulnes una estatua en Concepción. La primera caducó en dos años, porque su texto mismo así lo indicaba; la segunda no hablaba en parte alguna de levantar un monumento a Bulnes en Santiago, como dijeron mi moción y la ley que de ella resultó. ¿Cómo puede entonces decirse que mi moción pretendía hacer realizar lo dispuesto por aquellas dos leyes? Yo todavía no termino de explicármelo, y me limito a llamar la atención de Ud. hacia la poca seriedad que muestra aquella publicación, sin duda oficial, al contener semejantes absurdos. Pero como el autor los ha encontrado cortos y veniales, les agrega en la p. 15 de su folleto el siguiente florón: «Con fecha 11 de Febrero de 1929 se dictó la ley N.° 4588, destinada a ratificar la ley de 1904 sobre erección de un monumento al General Bulnes. Dicha ley no fué tampoco ejecutada. Tales son, pues, los antecedentes del monumento erigido a don Manuel

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Bulnes. El Gobierno del Excmo. señor Arturo Alessandri, después de 33 años, ha dado cumplimiento a la ley de 1904, al inaugurar el monumento al General don Manuel Bulnes...» Estas palabras me indican que el autor de dicho folleto quiere pasar en silencio el verdadero carácter de mi iniciativa y hacer como que no es la ley que yo obtuve en 1929 la que se ha realizado, sino la de 1904, aun cuando ésta tuviera una vigencia limitada de dos años. Afortunadamente, en el propio folleto que estoy comentando para Ud., mi querido amigo, aparece un mentís a tan insólitos propósitos. En efecto, volteando las páginas que lo forman, llego hasta el discurso de nuestro Presidente en la inauguración del monumento, y allí leo las siguientes palabras, que me envanecen y que por eso le citaré textualmente: «En la sesión del Honorable Senado de 2 de Enero de 1929, el Senador por Ñuble don Gonzalo Urrejola, haciendo resaltar la verdadera injusticia que significaba no haber perpetuado aún en el bronce la figura histórica del Presidente Bulnes, presentó una moción nutrida de datos sobre los merecimientos de este gran ciudadano. Fué unánimemente informada por la Comisión respectiva y acogida favorablemente por el Poder Legislativo; se promulgó como ley de la República el 11 de Febrero de 1929, ley a la cual no se había dado cumplimiento, siguiendo igual suerte que las anteriores.» (P. 296-7.) Esa forma de copretérito que emplea aquí el Excmo. Sr. Alessandri muestra, con meridiana claridad, que al inaugurar él este monumento el 11 de Septiembre últi-

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mo, supo que daba cumplimiento a la ley N.° 4588 y no a otra alguna, puesto que las anteriores que versaban sobre la misma materia, no podían servirle. Como ya he dicho, una porque había caducado a los dos años de promulgada, y la otra porque mandó elevar un monumento en Concepción y no en Santiago. Al autor del folleto, que parece haberse propuesto arrebatarme el legítimo orgullo que me produce ver materializado en tan hermosa estatua el propósito de glorificación del General Bulnes que me guió la mano al redactar la moción de 1929, opongo yo las palabras textuales del Presidente de la República, quien espontáneamente me reconoce la paternidad de la iniciativa y con toda hidalguía indica que es la ley nacida de mi moción la que él ha cumplido y llevado a la realidad. Ha tocado al Excmo. Sr. Alessandri la fortuna de no abandonar el alto cargo que le confiara la nación el 30 de Octubre de 1932 sin antes cumplir la que debe haber comprendido como una de las más gratas satisfacciones de su vida de hombre público: dar prueba de su admiración a quien desde el Gobierno de la República trazó una línea de honestidad y de respeto a la ley, para cuantos más tarde ocuparan la Presidencia de Chile. ¿Y qué mejor elogio podemos hacer del señor Alessandri que proclamar una vez más, muy alto, que ha sido digno continuador de Bulnes y eficaz depositario de la confianza de sus conciudadanos ? A Ud., que tan bondadoso ha sido siempre para juz- gar mis actos, a Ud., que con tanto júbilo se asoció a la inauguración de la estatua pronunciando en el Senado

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un elocuente y bien cortado discurso, a Ud., en fin, inspirado siempre en el amor a la patria y a sus buenos servidores como Bulnes, me atrevo a confiar este desahogo. Sé de antemano que contaré con su benevolencia y que comprenderá el propósito que me guía al dirigirle estas líneas. Alejado a pesar mío de la vida pública después de más de cuarenta años de vida parlamentaria y de intervención activa en la discusión de importantes asuntos de interés general, quisiera haber dejado en mis conciudadanos la impresión de que había trabajado honradamente por el bienestar de todos ellos y por la prosperidad de la patria que a todos nos alberga. Y entre los actos que con más emoción recuerdo, ninguno tiene para mí el significado que reviste el homenaje al General Bulnes, modelo de mandatarios prudentes y sagaces y espejo de militares que pusieron el cumplimiento de la ley y el respeto a las instituciones por encima de todo. Y ya que de recuerdos se trata, permítame copiar un último documento antes de terminar. Procede de una mujer delicada y fina, hija de Bulnes, y es la más gentil recompensa a que pudo aspirar nunca un legislador que no pretendía otra cosa que tributar un voto de reconocimiento a un ilustre Presidente de Chile. La carta de la señora Bulnes de Vergara a que me refiero, dice así: «Santiago, 3 de Enero de 1929. Señor Senador don Gonzalo Urrejola.—Mi distinguido y respetado señor: Mi gratitud conmovida lo ha acompañado, señor, pidiendo al cielo que derrame sobre Ud. y todos los suyos todos sus bienes y su bendición.

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Ya resignada veía yo aumentarse los años sobre mi cabeza, sin oír que una voz justiciera y patriota se alzara recordando a mi padre idolatrado. Hoy, al leer «El Mercurio», en el cual se hace la relación de la sesión del Senado y de las palabras que, a su memoria, dijo Ud. señor, se embargó mi voz y las lágrimas brotaron de mis ojos mientras que de lo más profundo de mí brotaron las palabras: «Que Dios lo bendiga», que a Ud. iban dirigidas. Perdone, señor Urrejola, que con tanta libertad me dirija a Ud. que, siendo de la noble tierra que dió a la patria sus mejores servidores, sabrá comprender lo que pasó hoy por mi corazón de hija que siente como los penquistas; esa tiera mía, de los míos y de mi predilección. De allá tenía que venir la justicia, y de uno de sus hijos! Un millón de gracias, señor Urrejola. Cuánto me gustaría poder estrecharle la mano, diciéndole cuán sinceramente le agradezco a Ud., y con cuán sincera amistad será para siempre su muy afma. y agradecida.—Lucía Bulnes de Vergara.» Al estrechar a Ud. la mano después de esta larga exposición de antecedentes, que pudo ser desabrida si no la hubiese redimido esta última carta que me he permitido copiar, quiero hacerle llegar una vez más la expresión de mi afecto muy sincero. La vida nos aleja, la salud ya no me permite llegar a su lado con la frecuencia de antes, y por eso deseo dejar estampado aquí el ferviente voto que elevo a la Divina Providencia para que le conserve a Ud. por muchos años la energía que dedi-

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ca a la cosa pública, el tesón con que sirve las doctrinas que nos han unido por tanto tiempo y la luminosa inteligencia que le ha hecho a Ud. buen abogado y mejor parlamentario. Reciba Ud., pues, una vez más el testimonio de mi amistad y disponga de su afmo. amigo y S. S., Gonzalo Urrejóla Compañía 1477

Santiago, Octubre 8 de 1937. Señor don Gonzalo Urrejola, Presente. Querido don Gonzalo, he tenido hoy el honor y el agrado de recibir la atenta carta de Usted sobre los antecedentes y circunstancias de la erección del monumento del Presidente y General Bulnes; y si Usted cree conveniente que yo entregue esa carta al Senado de la República para que se archive agregada a los documentos parlamentarios sobre la misma materia, lo haré en el curso del próximo período de sesiones extraordinarias del Congreso Nacional. Después del recuerdo que, con especial solemnidad, hizo el Presidente de la República en su discurso al inaugurar la hermosa estatua, también se expresó en un debate del Senado el hecho de haber sido Usted autor de la Ley

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que autorizó el honor público para los grandes servicios del ilustre político y militar; y todos los Senadores aceptaron el concepto y reconocieron la histórica verdad de aquella proposición legislativa y de los méritos del que fué eminente Senador por Ñuble, Concepción, Biobío, Talca, Linares y Maule, después de haber sido en su juventud Diputado por Itata y por Lautaro. Deseo que Dios dé a Usted y a su Señora Esposa muchos años de Vida y buena Salud; y, con cariñosos sentimientos de respetuosa consideración, soy su servidor y amigo. Romualdo Silva.