REflSm ILUSTRADA DE imfiUCCIOilíRECEEO PARA NIÑOS Y NIÍÍAS.

Madrid, 8 de Diciembre de 1891.

Año II.

Núm.

XXXIV.

MONASTERIO DE PIEDRA. 11. \NUo KC hacen estos viajes á sitios donde hay tanto que ver y admirar como en Piedra, os cuando se siente máa hal)er perdido la mayor ventura de este mundo, la juventud. SCRUI;!,mentc pensábamos lo mismo los tros viajeros, Ruidavets, la señora viuda del anticuario y vuestro sri-viiloi' y ;iini"o, cnaiKlu llegamos al Monasterio, y dejamos el cocho que ])or una excelente carretera nos había traído desde Alliama. Portiuc allí, para gozar bien de aquel espectAculo, (juizi'is único en el mundo, se necesita verlo todo, no cansarse, tener las piernas lucítes, y no esLar expui'«|o :l cada momento ;i una serie inacahaMi' d- rstornudos, que le obligan á uno á hacer muclios visajes, y lo (juifan el gusto y el Iminor. v ] |i' \¡;\}c.. Trocen jc ci-1( i-ciciiKosde los (|iic mupaban cu l l'.i:; n '.i\ d preciosísimo Monaslorio de rnlilei ¡Calalnnai, \inioi'on ;\ ])oso:-a'iiiar- c ilel (';i, I llloili' j'iedi'aj jiordoiiacii'ui hcciía .'i miuclla Coniiiiiidad ])or el rey don Alfonso II (je Ara;4('iii. Veintitantos años

ill'

1 l e s I liles : e l e \ a i i l i ' i el M n i i a . ' - l e r i o d e

'•'

nil>iil ,

ílli'llr y

,^í¡r

cornil i»'.!) ludas partes, s-ubúi a ii)« peñas-

J'jedni

li orillas del rio, y del profundo aliismo,

LA EDAD DICHOSA.

530

donde, como dice D. Víctor Balagiier, qua» ha escrito un hermoso libro con el propio título de estos artículos, «viene hundiéndose por los siglos de los siglos el río Piedra, formando una cascada que de seguro no tiene rival en Europa.» —¿Por qué se llama Piedra este río?—preguntaréis.—Porque los objetos que caen en sus aguas se petritican. Disfrutó este Monasterio por merced de los reyes desde su fundación las mayores preeminencias, y tuvo cuantiosísimas rentas, con lo que pocas fundaciones del mismo liiiají,' jiiiilieían igualarse á la de Piedra, ."íolamcntc el Monasterio de las Huelgas de Burgos. Los monjes de Piedra recaudaban cuantiosos arbitrios, recibían consideral)les donaciones y legados, y eran, por consiguiente, opulentísimos. De aquí que podían hacer emprii':

lll ] l l l l > l ¡ r ; | ( | ' ] p j ' i -

morosus dcscnpcioucs del Mona.stcrio tul como fué en la época de su fundación y en la de su mayor esplendor. No puedo yo, por falta de espacio, y porque no seria ])ropio de e.«to.« articuloH dedicados á los niñón, roI "



••'•• - ' - ^ i i • ' • ¡ " l | < - :

i'-i

tos que la incuria ha dejado arruinarse, si no hubiese venido á ser su dueño una persona de grande ilustración y podero.so aliento, el Sr. D. Pablo Muntadas, d quien y á su hijo D. Federico, distinguido escritor, profundamente católico, se debe la conservación de lo que excita hoy la admiración de cuantos visitan aquel sitio cxcepcionalmento bello y grandioso. «Fué su fundador un poeta, dice 1). Víctor Balaguer en su citada obra. Un poeta ha sido su conservador y restaurador, librando al monumento de la ruina total que le amenazaba, y deteniendo la mano del hombre, que más cruel que la del tiempo, ibaá caer exterminadora sobre la morada de los monjes. El rey D. Alfonso de Aragón, el que trovó, como dicen los antiguos manu.scritos, el primer trovador catalán de quien se tiene noticia cierta, cedió aquellos lugares á los cistercienses, sin duda para que la Orden religiosa pudiese ser guarda y custodia de aq"uella« innr:ivil!as •'• '''i" P-Í.W, ,,I..-.. ,1,, Dios, no !!'"_':i el a; • fi an b i i i i i a ' ' i in, >'

lio quisimos hacerle e.'iperar; sabia que ya ostíiliamos ansiosos de i m p.v.ar a \>-: la ^ i n a r a \ i l l a - q m - ( a i i l o han nicarcri.'' ' ';•• l i a n cscrilM SU: ¡iiipi'''^iii A \ ' i aii 1 i '

ba. i i n i ' ' :i

r,*.?CAr)A •iRig.

532

LA EDAD SICHOSA.

pañero en los más lisonjeros términos. j zar un puente rústico. La cascada se llama Nos llevó el guia á gozar el incompara- la Cascada del ii-vi, nombre que le ha dado ble placer qne produce la contemplación la gente del país con tanta propiedad, por de la cascada que se llama la Cola del ca- el efecto que en el agua producen Io.s rayos haUo, porque afecta esta forma la caída del del sol, afectando todos los colores del iris. Es un espectáculo precioso, menos imrío sobre el abismo. Riudavets abrió su cartera y pronto hizo el croquis de la viñeta ponente que el de la Gola del caballo, pero que ilustra estas páginas Y lo hizo sin poético y bello como ninguno. He aquí cómo la describe, exactamente, cesar de exclamar: — jOh! (Precioso, magnífico, incompa- D. Víctor Balaguer: «Por encima de estalactitas de intensa y rable! En éxtasis quedé ante espectáculo tan abundosa cabellera de hierbas, destinadas sorprendente, tan sublime. Nada igual á convertirse en piedra, se desprende la puede soñar la más rica fantasía. Viendo Jn.í, en dos brazos, que á ella llegan ya asi, tan hermosa caída de aguas hay que pos- amorosamente abiertos, desde la cascada trarse de rodilla-s y bendecir la mano po- que existe más arriba, y que se llama de derosa del Creador. No hallábamos mo- los Fresnos baja. El agua corre en ésta mento para separamos del rústico balcón atropelladamente por varios escalones nade madera desde donde contempláljamos turales, azotando los troncos de centenarios un espectáculo que tan profundamente nos fresnos que crecen á su orilla, y dividiénimpresionaba. Ante aquella cascada, todo dose al llegar á su meseta por izquierda y lo del mundo se olvida, y el pensamiento derecha, en los dos brazos que van á caer sé fija con exclusiva y profunda atención abiertos sobre la Iris para con ellos enlaen lo que están viendo los ojos llenos de zarla.» -Esto parece un cuento de hadas—o))asombro. eervó D.* Matea.—Yo no tengo duda de —¡Oh! qué desgracia tan grande—exclamó la buena señora que nos acompañaba que en eatos sitios viven las hadas. ¡Dios —la de los ciegos, que no pueden ver esto. mío! ¡Qué feliz hubiera sido yo visitando El estruendo es inmenso y no parecido estos ]irodigios de la creación asida del á ningún otro estruendo; el agua se preci- brazo de mi marido que tan sabiamente lo pita á un abismo, cuyo fondo es imposible comprendía y lo explicaba todo. Todo esto distinguir. El remolino que fprma abajo la «pif» vemos, señortis míos, lo había visto yo li imaginación oyendo á mi marido la copiosa catarata deslumhra y ofuKcn ' vista; asómasf •!"" •< aquel balcón, y i. u,, viipción que hacía Por eso tenía tan parece que v.i lecipitado entre las vivos deseos de venir aquí. aguas. -Pues esto no es nada—repiti(j el guía. —Pues fci'j iiu L'.- iKida—dijo el guía. —Hay mucho máa que ver. —fflnd es lo que usted dice?—preguntó Y el hombre sabía l)ien lo que se decía, Kiudavets. porque en Piedra se camina de asombro en —Hay mejor—añadió con indiferencia a.«oml)ro. v lo último ouo se ve es más surel hombre. ])reiiM - se lia visto, y Aun estuvimos largo rato contemplando todo jumo L- la .suma uu maravillaa más la Cola del rahnllo, y PÍ nos decidimos á se- Fublimc f|',ie puede ofnxxT'o A la adiniraí-'uir;; 1 propósití) de voL
la mar

Ani •

amor de la madre, que había contraído otras obligaciones y había de obedecer al hombre con quien reemplazó al muerto. Y se acordó mucho de aquel padre tierno y cariñoso que tanto le había querido, y sintió más vivo en el corazón el odio al segundo marido de su madre. También el perro, que tan mal los había recibido el primer día, los despidií) con demostraciones de afecto. Ya los conocía, y sobre todo, habiendo visto que la vieja trataba á los niños con igual cariño que á ía sentado en tosco baii((iiillo, bajo la sombra del hermo.so árbol, y se disponía á continu.ar una labor. cuando, de repente, vio qUc el ama salia de la casa con un pequeño lío de ropa en la mano, y se aproximaba silenciosamente. —Tongo ((ue hal)]ar contigo, muchacha —comenzó aquélla en tono severo, (•eli puso ;'i, un lado su trabajo. —¿(Jiié mo manda usted, ra.adre?—dijo con voz cariñosa la niña.--^,l )üsea usfcd (¡ue vaya al cam])0 ])ara lloviu; algún reeado ;'i. los segadores? — No—repuso lacónicamente la (uimpesina.—Lo que tengo que decirte se refiere á ti misma. ¡Jís preciso que abandonos hoy mismo esta casal Los líennosos ojos ncirros do la niña la iiiir:ili,iii

ihhl.aniid.

¡Creo cjuo ya me comprendes!— pro.siguió irs ;'i pregundu', i'ilanilla |i|-r: IIMI¡,|;Í, ^ I ^iiiii n, Mim lii. lieije la euljja de ,^uc. nuestro sol)rino ÍA;andro so Oiiyose ayei- ({(í.sdo lo alto do un peñascx), por lialior internado coger unas llores?

538

LA EDAD DICHOSA.

Si él muere, su sangre caerá sobre ti! La muchacha, íiterrada, levantóse de su asiento y retrocedió. —¿Cómo he de tener yo la culpa de esa desgracia, cuando usted sabe que Leandro y yo hemos sido siempre tan buenos amigos? —¡Esío, pregúntalo á otros, no á mi!— gritó la mujer.—¡El amo me ha mandado que te eche de casa, y por eso repito que te vayas ahora mismo! —¿El amo, mi padre?—replicó Celi.— ¡No, no; es una falsedad! Usted misma es quien me echa Águeda temblaba de ira. —Y aunque sea yo—replicó ésta —¿quó me importa que lo hayas acertado, gitana insolente? Ahora, toma este lío que contiene tu ropa y apártate de mi vista antes de que perezcamos todos por causa tuya. Con estas palabras arrojó el envoltorio A los pies do la niña; ésta lo rechazó con altivez. —Guárdese usted lo que me lia regalado—dijo.—Pobre vine á esta casa y ])0V)re quiero salir de ella. ¡Dios me sea testigo de que no pesa sobre mí la culpa que usted me atribuye! ¡Adiós para siempre! Al decir esto dirigió una doliente mirada ¿i la casa querida, en la que había creído hallar un hogar; luego se alejó tristemente, descendiendo con lentitud la colina de Monte-Rubio. Muda é inmóvil, 1 iii.'v siguió con la vista á la poln-c IIUIIÜUKI. Su conciencia la decía que hal)ía cometido una crueldad que no podía repararse fácilmente. Uníase á esto tamljién el temor á los reproches de su marido que, al regresar por la noche, no encontraría á su protegida. Pensando en los pretextos que, por lo menos, al comienzo podrían disimular su culpa ante él, tomó al fin asiento en el banco que poco ha ocupara la gitanilla. El cielo, entretanto, comenzaba á obscurecerse poco á poco, y el sol se ocultó tras negros nubarrones que se agrupalmn á lo lejos, del lado de los montes ve-cino.s. De repente, una voz conocida la interrumpió en sus pensamiento.s.

—¡Buenos días, Águeda! ¿Por qué tan abismada ho}'? La campesina se volvió sorprendida. Era el padre cura, que se había aproximado sin que aquélla advirtiese su llegada. —Vengo de la Ribera — añadió sin esperar contestación — donde he tenido que visitar a una enferma, y os traigo una buena nueva de la que quizá no tengáis aún conocimiento. Según me ha dicho el médico de nuestro pueblo, vuestro sobrino se halla fuera de peligro. Las heridas que sufrió en la cabeza son, afortanamente, leves, y pronto estará completamente curado. -•-Gracias á Dios, padre cura, no sabéis la alegría que me da vuestra noticia! dijo Águeda levantándo.se.—De manera (juc la caída no tendrá las funestas consecuencias que nosotros temíamos —Xo, ciertamente—repu.so aquél. -Pero, ¿dónde está vuestra hija adoptiva, Celi?— añadió. —Ha salido—contestó la mujer en tono de evasiva. —JCntonccs no tíirdani en volver —obKervó aquél;—pues, según se ve, va ,i estallar una fuerte tormenta. Águeda, conmovida, bajó los ojos. —Celi no volverá más, señor cura —repuso.—Se nos ha escapado — ¿Escapado?—interrumpió éste, dirigiéndola ima mirada penetrante. — Una niña como Celi no se fuga de la casa do sus protectores si no se la obliga á ello. Sé muy bien cuánln fm-iño nvofcsaha Andrés á la muchacha i jiin inc han dicho, vuestro traümiiunto ha sido siempre duro y desdeñoso. ¿Es esto verdad, Águeda? ¡Dadme cuenta con entera franqueza! ¿Qué significa esa mirada vaga? La interrogada permaneció muda. - ,.! divinado qiio la muchacha ha Sin I M.-j)cdida de af|uí sin conociiiiienta de muestro marido?—continuó el cura, .,1,, il.tiivn ro-jpunsfa. l'ar — ¡(

:ii'-' - ' l i i ' i

:M|ih'!.

-

¡Bueno, callad ,*i quenis; pero c>']?\ p i e ciiaiiilo m e l i a b l a ;

pero ti ••,' iiiconidila, me airanadc la barlnlla y dice: .1///í/cor. ('.'oiu nn'diver-

tiré cuando viaje con él y vaya á París, á Berlín, á San Petersburgo como un i)eón agarrado á un mango de escoba »Cómo me divertiré Sí, irá bien este concierto; porque ya los ensayos salen perfectamente. »¡Y, sin embargo, me han hecho mucho efecto! «Estaba todo oljscuro en el teatro cuando yo he ido, aunque fuese de día; y sólo cerca del escenario se veían moverse aquí y allá sombras, ora cabezas de hombres, ora arcos de violín: era la orquesta que templaba los instrumentos y me parecía oir llorar en aquella obscuridad. »¡Y desqués un frío! Figúrate mamá á tu pequeña Lucía, derecha en el escenario, delante de aquel gran teatro vacío y obscuro. Primero se me estrechaba el corazón, y la primera pieza la íocjué muy mal, y sentía propiamente bajo mis pies á los profesores que decían: «- ¡Bah! No es ningún prodigio «—Parecía que iba á ser una gran cosa... »Ah, ¿así?—dije entre mi entonces. ¿Creéis de verdad que no sirva para nada? «Y al segundo trozo, dicho y liecho, tomé mi venganza. Y tuvieron que aplaudirme aquellos tontos. ¡Y después en las otras piezas, mamá, si hubieras oído! Y cuando he vuelto d la platea, todos han (luorido verme do cerca y hablarme: y ha habido uno que toca el violoncelio, flaco, pálido, con los ]ieios largos, qnn lia tomado en brazos :'i la diablillo y me ha besado en la frente, exclamando: «¡Ah, no existe mds que Italia para hacer estas caljecitas! y Y el empresario ha dicho:

5'12

LA EI)AJ3 DíCilOSA.

» Yes, yes, Italia es un gran país. »Y adiós, adiós, que esta es la carta más larga que yo haya janaás escrito desde (jue he nacido, y tú ya no podrás más. Quítate los anteojos y toma un beso de tu

llegó. Era una señora á la buena de Dios, con los cabellos ya canos y cuyas manos %rpcs y los vestidos de provinciana contrastaban extrañamente cou la elegancia juvenil y exquisita de su prima la sei'iora Goffredi. Pero ella no se ocupaba en nada » LUCÍA. »P. D. ¿Es verdad, mamá? ¿Es verdad de esto y parecía que sus ojos, donde se leía ; nello que me han dicho los tíos GoffrediV una gran bondad, no veían más que á su Míe llegarás pasado mañana para asistir Lucía. á mi concierto. Muy Iñeii; así me gusta. Habiendo quedado viuda muy joven, ¡Sería una vergüenza que estuvieras siem- no tenía, desde hacia doce años, otro penpre escondida en un rincón de aldea, mien- samiento (juc el de su criatura: y i)ara tras tu hija viajase por el mundo con su hacerla estudiar y por mandarla al Conserviolin bajo el brazo! Y así aprenderás á no vatorio , se había resignado con firmo votener miedo cuando estoy de viaje y no luntad á vivir con mucha más modestia 1 pobre pneljlo. ¿(Jué lo imcreer que el vapor sea el coco Pcrd.ii'..>..•/ .- vo-.,1 culi u n a pondiadignaní'-'''"' '• ruoam 'i Y de esto K' !ii') toda, día