Mitos en la obra de Garcilaso de la Vega

Mitos en la obra de Garcilaso de la Vega Garcilaso de la Vega fue un gran conocedor de la mitología grecolatina. Entre los mitos que inspiraron al aut...
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Mitos en la obra de Garcilaso de la Vega Garcilaso de la Vega fue un gran conocedor de la mitología grecolatina. Entre los mitos que inspiraron al autor renacentista están:

Mito de Orfeo y Eurídice

Orfeo y Eurídice, Frederic Leighton.

LIBRO X

O

RFEO Y

EURÍDICE

Llorando estaba, desconsolado, Orfeo1. Acababa de casarse con la hermosa Eurídice, y una desgracia terrible se había abatido sobre él. Tras la ceremonia, paseaba ella por el bosque, acompañada por sus hermanas las ninfas, cuando una serpiente le mordió en el tobillo y le causó la muerte. No encontraba Orfeo consuelo a su dolor. Por amor a su esposa se atrevió, incluso, a bajar al Tártaro a buscarla. Pasando entre las sombras que allí habitan, se presentó ante Plutón, el soberano de ese mundo de tristeza, y ante su esposa Prosérpina. Allí, acompañándose de su lira, inició así su canto: 1 Orfeo: Es hijo de la Musa Calíope y está considerado el cantor por excelencia. Ni los animales, ni los árboles, ni las piedras eran insensibles a la belleza de su canto. La palabra orfeón ‘coro que canta sin acompañamiento musical’ tiene su origen en este personaje.

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Metamorfosis

«Oh dioses del mundo subterráneo, al que antes o después hemos de venir todos los que nacemos mortales. Me presento ante vosotros para rogar por mi esposa, a la que una víbora introdujo su veneno y le arrebató la vida en plena juventud. He intentado, os lo juro, soportar mi desgracia. Pero es inútil, me ha vencido el amor. Si el rapto2 del que hablan es cierto, también tú, Plutón, fuiste víctima de las flechas de Cupido. Os lo pido, dioses, por este mundo vuestro, inmenso y silencioso. Tejed de nuevo el destino de mi amada Eurídice y devolvedla a la tierra. Ya regresará ella cuando haya cumplido los años que le corresponden. Mas, si el destino no lo permite, tampoco yo volveré a la tierra. Así gozaréis de la muerte de ambos.» Mientras decía él estas palabras, lloraban las almas sin sangre de los que allí habitan. También se conmovieron el soberano que gobierna el Tártaro y su esposa. Mandaron llamar a Eurídice y se la entregaron a Orfeo. Pero, al tiempo que se la entregaban, le impusieron una estricta condición: mientras estuvieran en el mundo subterráneo, él no podría volver los ojos para mirarla; si no lo hacía así, el regalo quedaría sin efecto y Eurídice se quedaría en el Tártaro. Emprendieron ellos el regreso, siguiendo un sendero empinado y abrupto que atravesaba lugares de oscuro silencio, y llegaron cerca de los límites del mundo de la luz. Allí, por miedo de que a Eurídice le fallaran las fuerzas y, a la vez, por el deseo de mirarla, volvió Orfeo los ojos hacia su esposa. Al instante cayó ella al abismo. Sus brazos, que intentaban abrazar a Orfeo, solo abrazaban ya el aire que se escapaba. Y, mientras moría por segunda vez y regresaba al mundo de las sombras, con palabras que solo él pudo escuchar, se despidió Eurídice de su esposo, Rapto: Se refiere Orfeo al rapto de Prosérpina por Plutón que cuenta Ovidio en el Libro V.

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sin hacerle ningún reproche. Pues, ¿qué podría reprocharle, sino haberla amado tanto? En vano suplicó entonces Orfeo, y en vano intentó volver al mundo de las sombras. Caronte3, el barquero que cruza las aguas de la laguna Estigia transportando las almas que allí llegan, se negó a llevarlo. Siete días estuvo Orfeo sentado en la orilla, sin más alimento que el dolor y las lágrimas. Al fin, lamentándose de la crueldad de los dioses del Tártaro, se retiró a Tracia, la tierra que lo había visto nacer. Tres años pasó allí sumido en la tristeza y apartado de toda relación amorosa, aunque muchas mujeres sintieron en su corazón el ansia de unirse a él y sufrieron al verse rechazadas. Caronte: Caronte es el barquero que con su barca pasaba a las almas al otro lado del río del mundo de los muertos. Para pagarle por su servicio, solía enterrarse a los cadáveres con una moneda en la boca. 3

Metamorfosis, Ovidio, «Clásicos a medida». Ed. Anaya. 103

Mito de Adonis y Venus

Venus y Adonis, Paolo Caliari Veronés.

Metamorfosis

EL CANTO DE ORFEO. MIRRA. ADONIS Y VENUS Nieta de Pafo fue una joven, de nombre Mirra, que violó la ley sagrada de la naturaleza y sintió una pasión incestuosa y repugnante hacia su propio padre. Avergonzada ella misma de su conducta, pidió a los dioses que no le permitieran vivir ni entre los hombres ni entre las sombras del mundo subterráneo. Los dioses, quizá compadecidos por el dolor de la joven, quizá para evitar que manchara a ambos mundos con su impureza, la convirtieron en el árbol de la mirra. Pero, antes de cambiar su figura, dio ella a luz un hijo tan hermoso que hasta la Envidia misma habría alabado su belleza. Pues era semejante a Cupido, el dios niño hijo de Venus, que con sus flechas siembra el amor en los corazones. Adonis8 era el nombre del hermoso niño. Nada hay más veloz que el tiempo. Aquel niño, hijo de su hermana y de su abuelo, era ya un joven de belleza tan extraordinaria que fue amado por Venus, la diosa del amor. Estaba ella jugando un día con su hijo Cupido cuando este, sin darse cuenta, rozó el pecho de su madre con una de sus flechas. No lo advirtió la diosa, pero la herida de amor llegó hasta su corazón. Desde entonces solo tenía ojos para Adonis. Como si fuera la cazadora Diana, acompañaba al muchacho en sus correrías por los montes. Sin embargo, la diosa era prudente. Corría tras las liebres y los ciervos, tras los animales que no suponen riesgo, pero se mantenía alejada del fuerte jabalí, del oso de garras afiladas y del lobo, destructor de los rebaños. Y aconsejaba a Adonis que siguiera su conducta: «Guárdate de los jabalíes», le decía, «que tienen un rayo en sus feroces colmillos; protégete de las fieras salvajes, pues a ellas Adonis: La belleza de este personaje era tal que de alguien muy hermoso se dice que «está hecho un adonis».

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no les impresionarán tu belleza y tu juventud, como me han impresionado a mí.» Pero poco poder tienen los consejos, y aún menos en los años de la alegre juventud. Apenas se alejó Venus, montada en su carro alado tirado por cisnes, se olvidó Adonis de las palabras de la diosa. Perseguían los perros a un fuerte jabalí y, antes de que consiguiera esconderse en la espesura, el joven lo alcanzó con su jabalina. Se sacudió el animal el dardo de Adonis y persiguió al muchacho que, aturdido, trataba de encontrar algún refugio. Furioso, el jabalí le hundió los colmillos en la ingle y lo dejó moribundo sobre la arena. Aún no habían llegado los alados cisnes de Venus a Chipre, donde la diosa tiene su morada, cuando oyó ella los lamentos del moribundo Adonis. Regresó al instante y, cuando vio desde el aire el cuerpo sin vida de su amado en un charco de sangre, creyó enloquecer. Saltó a tierra y, ante el cuerpo de Adonis, desgarró sus vestidos y sus cabellos, y se golpeó los hermosísimos pechos con las manos. Luego, quejándose del triste destino del muchacho, dijo así: «No se perderá tu recuerdo, Adonis. Cada año se celebrarán fiestas en tu honor, y en ellas se representará tu muerte. Yo haré, además, que tu sangre se convierta en una flor.» Tras decir esto, roció con néctar la sangre de Adonis. Al poco se hinchó esta, como si fuera una burbuja, y nació de ella una flor roja, la flor del granado, que esconde bajo una corteza sus dulces granos. Hizo la diosa que la flor fuera delicada y efímera, y le dio el nombre de anémona9 pues, por su extraordinaria levedad, cae pronto al suelo arrastrada por el viento, de quien recibe su nombre. Anémona: Ánemos es el nombre del viento en griego. De él procede el nombre de la anémona, por la ligereza de la flor.

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Metamorfosis, Ovidio, «Clásicos a medida». Ed. Anaya. 112

Mito de Apolo y Dafne

Apolo y Dafne, Gian Lorenzo Bernini.

Metamorfosis

DAFNE Dafne, una ninfa10 hija del río Peneo, fue el primer amor de Febo11. No fue el azar quien encendió en él el amor por Dafne, sino la cólera de Cupido12, hijo de Venus. Febo había visto un día a Cupido jugando con el arco y las flechas, y le reprochó que usara para crear la relación amorosa unas armas que solo deberían servir para hazañas gloriosas. Cupido, ofendido por las palabras de Febo, quiso demostrarle que, por poderosas que fueran sus flechas, más aún lo eran las del amor. Irritado, subió a la cima del Parnaso. Llevaba en su mano dos flechas, una de oro y afilada punta, que produce el amor en aquel en quien se clava; la otra de plomo y sin punta, que lo ahuyenta en quien la recibe. Con la primera hirió a Febo, con la segunda a Dafne. En el acto él sintió un amor intenso por la ninfa; ella, en cambio, hasta del nombre del amor huía. Dafne vivía en el bosque, dedicada a la caza, sin hacer caso de joyas o vestidos, ni de los jóvenes que la cortejaban. Muchas veces le pidió su padre que aceptara un esposo y le diera nietos; ella, a su vez, le suplicaba que le permitiera vivir en virginidad perpetua, como la diosa Diana. Pero el amor de Febo por Dafne no hacía sino crecer. Su pecho ardía de pasión, como arden los campos de trigo, una vez retiradas las espigas; o como el bosque donde alguien, por descuido, dejó sin apagar un fuego. Febo se quedaba extasiado Ninfas: Son divinidades de rango inferior a los dioses que pueblan los campos, los bosques y las aguas. Ninfa es el nombre genérico. Se llaman náyades a las que habitan en las fuentes y en las corrientes de agua, y nereidas a las que viven en el mar. 11 Febo: Dios, hijo de Júpiter, también llamado Apolo o el Sol. 12 Cupido: Es un dios siempre niño, que no crece nunca. Va provisto de un carcaj y unas flechas, con cuyos disparos provoca el amor o el desamor en el corazón de los dioses y de los hombres. 10

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ante sus ojos, que resplandecían como estrellas; ante su boca, que tanto deseaba besar; ante sus blancos brazos y sus formas, que adivinaba bajo las ropas. Deseaba acercarse a ella, pero la ninfa huía de él como la oveja huye del lobo y la paloma del águila. Le rogaba él entonces que se detuviera, no fueran las zarzas a herir sus hermosas piernas, y le hacía ver que no era un vulgar pastor quien la deseaba, sino un dios poderoso, hijo de Júpiter, capaz de revelar el futuro y de curar las enfermedades con el poder de las hierbas. Pero todo era en vano. Dafne huía aterrorizada, aumentando con ello aún más el amor de Febo. Un día corrían veloces por los montes; él, con la esperanza de alcanzarla; ella, por temor a ser alcanzada. Pero el amor da siempre alas al enamorado, y la ninfa sentía ya el aliento de Febo sobre su cabeza. Entonces ella, dirigiéndose a las aguas del Peneo, su padre, dijo así suplicando: «Ayúdame, padre. Si también los ríos sois dioses y, como ellos, podéis obrar prodigios, cambia mi figura, que es la causa de la desgracia que me aflige.» Apenas terminó su súplica, un extraño adormecimiento se apoderó de ella. Su cuerpo se cubrió de una delgada corteza; sus pies, antes tan veloces, se hicieron raíces que se hundían en el suelo; sus cabellos se transformaron en hojas, sus brazos en ramas, su cabeza en la frondosa copa de un árbol. Al poco, se había convertido en un hermoso laurel. Pero aún así la seguía amando Febo. Estrechando entre sus brazos el tronco aún palpitante, besaba una y otra vez la madera que, todaví ahora, se resistía y quería huir de él. Al fin, le habló así: «Está bien. Si no puedes ser mi esposa, serás mi árbol». Y desde entonces la corona de laurel acompaña a los jóvenes que triunfan en los Juegos deportivos, como símbolo de sus triunfos. Metamorfosis, Ovidio, «Clásicos a medida». Ed. Anaya. 28

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