MINISTERIO DE INSTRUCCION PUBLICA COMISION NACIONAL DE BELLAS ARTES EXPOSICION SALON NACIONAL DE. BELLAS ARTES

MINISTERIO COMISION DE INSTRUCCION NACIONAL DE PUBLICA BELLAS ARTES EXPOSICION PEDRO FIGARI 1861 - 1938 SALON NACIONAL MONTEVIDEO • URUG...
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MINISTERIO

COMISION

DE

INSTRUCCION

NACIONAL DE

PUBLICA

BELLAS

ARTES

EXPOSICION

PEDRO FIGARI 1861 - 1938

SALON

NACIONAL

MONTEVIDEO



URUGUAY

DE . BELLAS •

ARTES

AGOSTO - SETIEMBRE 1945

CATALOGO

DE LA

PEDRO

EXPOSICION

FIGARI

De este catálogo se tiraron 3.000 ejemplares para la C~m-isión_ Nacional de Bellas Artes del Uruguay, y se terromo de Imprimir el día 17 de Julio del año 1945. en los talleres de la "Impresora Urn"u~va" S ._"1... • d e1uone\1 ~-• t. ·'deo. :::, ""' ... '"

EXPOSICION

PEDRO FIGARI 1861. 1938

ORGANIZADA POR LA

COMISION NACIONAL DE BELLAS ARTES Y PATROCINADA POR EL SR. PRESIDENTE DE LA REPlJBLICA

Dr. Dn. JUAN JOSE AMEZAGA Y EL MINISTRO DE INSTRUCCION PUBLICA

Dr. Dn. ADOLFO FOLLE

JUAJ~ICO

SALON NACIONAL DE BELLAS ARTES

MONTEVIDEO - URUGUAY Printed in Uruguay

AGOSTO- SETIE:\1BRE DE 19±5

COMISION NACIONAL DE BELLAS ARTES 1943 -1947 Presidente:

Sr. RAUL MONTERO BUSTAMANTE Vice·Presidentes:

Sr. Arq. CARLOS A. HERRERA MAC LEAN Dra. CLOTILDE LUISI DE PODESTA Tesorero:

Sr. Arq. RAUL FAGET Vocales: Sr. Rector de la Universidad

Dr. JOSE PEDRO

V-~ELA

Sr. Decano de la Facultad de Arquitectura

Arq. LEOPOLDO CARLOS AGORIO Sr. Director del Museo Nacional de Bellas Artes

Sr. JOSE LUIS ZORRILLA DE SAN MARTIN Sr. Arq. RAUL LERENA ACEVEDO » DOMINGO BAZZURRO » ADOLFO PASTOR » C~LOS PREVOSTI » FERNA.."N" SILVA VALDES » Arq. ROMAN BERRO » ALVARO A. VASSEUR » CARLOS M. DE SANTIAGO » Arq. OCTAVIO DE LOS CAMPOS » PEDRO CARVE Secretarios:

Sr. ORESTES BAROFFIO » CARLOS RODRIGUEZ PINTOS Secretario de Comisiones del Ministerio de Instrncción Pública: Jefe de Sección Sr. JUAN PEDRO CORRADI Secretario de la Comisión: Sr. ERNESTO PINTO Comisario General del Salón Nacional: Sr. PEDRO M. CATELLI

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PREAI\tiBULO

Ciertos artistas son, a la vida espiritual de los pueblos, lo que fueron los héroes de la nacionalidad a su vida política e institucional. Son base y cumbre, a la vez.- Base sobre la cual se levanta el edificio de la cultura estética, y cumbre desde la que la mirada se extasía en la contemplación de un ideal de belleza y de perfección. PEDRO FIGARI está entre ellos. - Y cuando el Estado honra su memoria abriendo a la admiración popular el rico tesoro de sugestión y de color que nos legara su inspiración plástica; tributa justiciero homenaje de gratitud a quien supo colocar a su patria en primer plano en el escenario del arte universal.

Adolfo Folle ]uanicó Ministro de Instrucción Pública

PEDRO FIGARI

LA VOCACION SALVADA Hay algo único que se acerca al milagro, en esta rara existencia de pintor, abriéndose en una floración extraordinaria, vecinos los sesenta años. Transcurso de una vida de hombre integral y perfecto, como tantas 'idas que nos rodean; dándose al estudio profundo, a su profesión de jurista, al mantenimiento de su poblado hogar. Luchando y luchando en su jornada ruda de tra· bajo, desde el alba hasta la noche. Escondiendo cuidadosamente, sin saberlo, desde su adolescencia precoz, una misión, un destino, una vocación escondida en su alma. Y que vino a entregar su mensaje, comenzada la declinación de su vida física. Es esa maravillosa vocación de Figari, salvada de un fatal naufragio en estas playas donde la inteligencia es siempre reclamada para todos los más diversos menesteres, lo que lo vuelve destacado y único en la geografía del arte americano, y aún quizás del arte universal. Grande y nueva, con un auténtico sentido renovador, es toda su obra pictórica. Profunda y humana, entroncada con la verdadera raíz del suelo ame· ricano, está la verba pura y jugosa de sus cuadr·os. Reluciente, como un collar de pedrerías, todo el lenguaje con que cuenta su aventura plástica. Pero por sobre esa cabal grandeza de su producción, está la salvación milagrosa de su vocación de pintor, alejada en horas de penuria, de los vulgares llamados de la vida. ¿Cuándo sintió Figari que su existencia viva y fecunda se iba a prolongar sobre la muerte, porque su espíritu guardaba la palabra en luz, que vence el ohido de los hombres? No lo sabemos. Pero sabemos, sí, que desde muy joven frecuentó el trato devoto con la pintura a través de cortas y fugaces experiencias. Y que fué en su viaje de novios a Venecia, totalmente envuelto en tules de romanticismo -romanticismo que se destilaba en agonía finisecular; que latía en su edad en flor en el enlace amoroso; y que dominaba en el ámbito propicio de una Venecia bañada en plata lunar- cuando penetró convencido en el claustro misterioso de la verdadera creación pictórica, en el taller del maestro italiano Ripari. Después siguió frecuentando con insistente y regular contacto, el conocimiento de todo lo que el arte nuevo estaba dando, por las revistas, los ll

libros, y los artistas VIaJeros. Así en un incesante coloquio con el fenómeno estético, solazó los ligeros instantes de sus descansos, después de la ardua faena, abriendo sus interrogaciones ante el misterio de la pintura. Figari reclamaba siempre para el artista un bagaje grande de conocimientos. Y decía -y lo repetía al cansancio- que sin una base sólida de cultura el arte nuevo no podía elevar sus planos de significación. ¿Prepararía él, su sólida cultura, en el obstinado estudio, pensando que algún día le llegaría el turno de dar su palabra inédita? No lo creemos. La ansiedad de conocimientos y su perpetua vecindad con el fenómeno artístico, estaban en sus ansias de sentir, de sufrir la belleza. Y también, en una noble y abnegada postura crítica, tratando de abrir caminos y de preparar creadores nuevos, para que frente al hecho americano, levantaran 1a propia cosecha .. Así deslizó su vida profícua, en las difíciles tareas de todos los días, dando siempre, en el foro, en la prensa, en el parlamento, y en cuanta comisión era convocado, su palabra original y sentida. En el fondo de toda su elaboración mental, estaba una cosa común a la creación artística, pero que no es privativa de ella. Estaba su pasión. Todo lo que encendía su espíritu, nacía de su pasión desbordada. Y cuando su palabra incidía sobre la función o el destino del arte, su ademán, su gesto, el tono de su voz grave, adquirían una prestancia profética. Así pasó su vida en madurez, entre~J:ándola, mitad al diario vivir, y mitad al goce estético. En horas furtivas, estaba su huída a las quintas aledañas, o al campo, para darse al goce ele sentir y copiar la naturaleza. Después volvía al círculo ele sus amigos, dando siempre su palabra certera en su incansable discurrir sobre el arte. Pero no le pareció bastante darla en el pensamiento fugaz. Y he ahí que poseído como por un mandato interno, en uno de los períodos más difíciles ele su vida, concibe el plan ele encerrar en un libro ele tesis lo que reclamaba y entreveía su espíritu. Fué ese el primer entregamiento del artista a un destino de creación. El, que solo robando las fugaces horas dominicales, podía abrir el cauce, cada vez más exigente del llamado artístico, pintando y anotando escenas de la realidad, ahora encontraba el medio de darle más vida y más sacrificio a su vocación oprimida. Y fué entonces cuando el alba, asomándose a las ventanas de la quinta de Castro, lo vió llenar con frenesí ele inspirado, cuartillas y cuartillas de papel, allá donde había instalado, con la alta pila de lihros de filosofía, su claustro de investigaciones. Así salió a luz, incomprendido y no juzgado hasta ahora, su grueso volumen de filosofía crítica, que tituló: "Arte, estética, ideal". Un tiempo después, a raíz de sus estudios sobre la enseñanza, le nombran Director de la "Escuela de Artes y Oficios", con plenos poderes de reformador. Aquí el artista, de la oculta y frenada vocación, encontró un taller, diez, veinte talleres, donde, como un maestro ele corporaciones, podía dar lihre juego a toda su fuerza creadora. Era el maestro, pero era también el artesano. Una inspiración nueva, en pleno desborde, se puso a luchar con el hierro, la madera, el vidrio, la piedra, el mimbre, los paños y las sedas. Y todo un nuevo plan didáctico, conmovido desde su hase, orientó la creación ele un arte ornamental como nunca se había visto en nuestro país, y seguramente en toda América. Aquí, en esta corta fiebre creadora, enlazó a toda su familia. Y fué su hijo Juan Carlos, flamante arquitecto entonces, el que desemhocó en ese orden de creación nueva, todos sus anhelos de constructor de formas armoniosas.

Demasiado rara y osada fué la tentativa, para un Montevideo apocado y temeroso. Y llegó entonces, arteramente, la nota oficial con el alejamiento de su alto cargo. Aquí surgió el milagro anunciado. Fué ésta la postrer aventura de esta vida, que no le huía a la vida, y la que sumiéndolo en la rota amargura, hahía de salvar para nuestro país, y para América toda, el más alto destino del primer pintor americano. En esas horas de derrota, una luz nueva se aposentó en su espíritu en tinieblas, y le marcó su camino de creador salvado. Nada pudo detenerlo entonces. Pensó con su secreto a cuestas, huír hacia París, la ciudad de todos los llamados. l\ías no pudiendo dar el salto sohre el océano, contentarse debió con cruzar el ancho río, y llevar su tienda a la acogedora patria vecina. Sobre sus anteriores sueños pisoteados, se alzó dominadora su voluntad de nueva creación. Aquel hilo de agua pura, que fué primero su vocación escondida, corriendo como agua de cachimba por entre las yerhas silvestres; aquel hilo de agua se hahía hecho arroyo, rodeado de árboles espinosos y cruzado por el ·vuelo de los pájaros salvajes. ¿Quién podía detenerlo? Su vida entera estaba por medio. Y también la vida de su hijo, que con él se hahía iniciado en el generoso entregamiento de belleza. Pero el dolor quería morder, por todas sus riberas, el agua pura, buscando su lecho. En el exilio voluntario, el silencio dulce, y el amor filial velaron entonces para que el agua recién nacida, pudiera abandonarse a su destino de correr. Fueron los días de la turbulencia creadora. Allá en la calle Charcas, serenadas las 'idas, el arroyo pronto se hizo torrente. Y el agua de su pura creación corrió dándose a raudales desde las madrugadas, hasta los atardeceres. Toda la amargura que arrastraba tras si esta lúcida vida de artista, hahía desaparecido. En un estado inefahle de transporte, siempre sonriente; ajeno a todas las angustias de la vida que otros le apartaban de su lado, se daba a una frenética creación que surgía como por extraño sortilegio de sus pinceles siempre cargados de colores y de sueños. Recobró un estado de concepción inocente, casi vecina al imaginar del niño. Despertó todo el mtmdo dormido de sus recuerdos. Lo adornó; lo enriqueció de nuevas galas. Y toda esa maravillosa cosa soñada, que tantos y tantos años había dormido aprisionada bajo el peso de sus altos pensamientos, se despertó con fuerza niña y virginal, para hablar, para cantar una nueva alegría. Fueron diez, quince años de un incesante producir, sin decaimientos ni tristezas, siempre en ese clima de beatitud que ampara al artista cuando sabe eme está dando el fruto que no perece. Así fué, hasta que el dolor, que le había dado una tregua a su vida en éxtasis, le clavó su puñal artero. La pérdida de su hijo, en plena juventud, le hizo abandonar sus sueños en color, para darse un tiempo a la divagación filosófica. Después volvió al llamado de sus pinceles, en una segunda evocación pictórica, pintando tan levemente, que sus colores, casi sin sustancia, se vohieron de aire. Más tarde, en la declinación de su vida, escuchó el llamado poderoso de su tierra. Aquí vohió un día, sin rencores, cargando el fabuloso tesoro de sus cartones y con su espíritu en plenitud de sahiduría. Y a había cumplido la deslumbrante paráhola de sus días. Y abandonó la vida, dejando ese encantado caudal de sus sueños, para enseñar a los artistas nuestros a dialogar con las cosas del lugar donde se nace, se sufre, se sueña y se desaparece.

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EL PRIMER TEMARIO

AMERIC.!\J.~O

Como en un vértigo del espíritu, sin conocer treguas ni descansos, se despertaban todas las escenas. Todo palpitaba su nueva vida. Y los cantos de la tierra y de la historia; y los cantos lmidos de tierra e historia, se agolpaban sobre su mente, en una fiebre de creación, sin torturas ni alucinaciones, en un dulce aire de recuerdos despiertos. Después, en su modesto taller·, todo surgía limpio y nuevo en la euforia creadora. Los días largos eran para pintar. Las noches, antes de alcanzar el sueño, eran para pensar los ternas que debían viYir en cada mañana. Los cartones se apilaban en las estanterías. Cuando se insinuaba un cierto cansancio al insistir sobre un "candombe", el descanso no era detener los pinceles, sino pasar a un tema nuevo. Y entonces se abrían los cielos azul y rosa, o las cansadas carretas corrían por los caminos ondulados. Rara y casi única en la historia del arte, esta perpetua e inagotable creación de Figari, sin reposo ni silencio, pasando a los temas más opuestos, y realizándolos todos, con la firme seguridad de un maestro. ¿De qué ignorados confines le llegaba ese conocimiento pleno de naturaleza y hombre, para hacerlos re>ivir nuevos, en el escenario de la pintura? ¿Quién le anudaba esa fuerza a su mano de pintor para crear "cosas nuestras", que nadie antes había mostrado; y crearlas en un tropel que no surgía de un lecho de dolor o de delirio. como en otros creadores torturados. sino de un dulce lecho donde la risa y la alegría colmaban las horas de inca~sable labor? Fué toda esa riqueza de temas, que pasando los varios miles de cartones, encerró su obra revolucionaria, hablando la primera palabra americana. Y fué así cumplido el alto propósito que él predicó siempre a los jóvenes, de hacer la cosa nueva en las tierras nuevas. Y que él ya viejo, en fáustico rejuvenecimiento le cupo alcanzar, para hacer vivo el destino de estos pueblos, no sólo por la consigna, sino por la obra lograda en toda plenitud.

Salvada la vocacwn, pensemos qué palabras, por vías de la emocionada sustancia del arte, llegó a darnos el artista. Es necesario admitir que toda alta vocación humana, así, como la de Figari, resguardada y sufrida durante tantos años, se mantiene en su porfía porque algo grande esconde para decir. Podría haberse limitado solo al canto puro del color, dándose sin la atracción del terna, a un juego pictórico nuevo y opulento. Pero tal destino no incitó jamás su pintura. El quería que hablara todo su arte, pero dándole a su lenguaje una trascendencia nativa. He ahí, con la palabra "nativa", felizmente encontrada por el poeta Silva Valdez, como se abrió a la vida lma expresión nueva que por vez primera cantó en el suelo americano. Y no surgió al acaso, sino después de una bien macerada meditación y lucha. Algo reclamaba siempre Figari, con porfiada insistencia, para el destino del arte americano: el decir su cosa, sin atarse a la servil imitación euTopea. No quería nada violento y nuevo, rompiendo con la raíz latina que alimentó la vida vernacular. Pedía algo que, calentando los jugos que vinieran de culturas centenarias, se hiciera jugo nuestro, americano. La exigencia de la expresión autóctona, en un empeño heroico de desprendimiento, vivia siempre en sus prédicas. Así, en su feliz ensayo de la Escuela de A.l'tes y Oficios, fué solo lo autóctono, lo nacido de lma raíz nuestra, lo que inspiró siempre su renovación ornamental. Allí poblaban los febriles talleres, las hojas del timbó, del ceibo, o del algarrobo; allí, los pájaros nuestros, el terutero, el tucán, la calandria; allí se exaltaba siempre todo lo que del campo nuestro o .de la historia podía pasar, en viva estilización, al ornato del útil o del mueble. Fué en ese corto ensayo, donde toda la ansiedad de autoctonía, invadió la primera y fuerte expresión artística de Figari. Después vino la huída a la tierra vecina, y su entregamiento total, vehemente, de iluminado, a la propia creación pictórica. Tenía siempre a su hijo a su lado, como un compañero creador, por veces, otras como un guía. Y entonces, en el fervor de la creación, la ansiedad de la cosa indígena, invadió la nueva producción. Todo aquello que era del campo -uruguayo o argentino- que era de la historia o del pasado, adquirió su carta de ciudadanía. J arnás un mito o una leyenda, o los cansados símbolos del arte europeo, hicieron su aparición sobre sus cartones. Era lo nativo; lo que habían alumbrado los soles nuestros en las ciudades recién desprendidas en su independencia; en los campos l'Íscosos; o en las anchas llanuras pampeanas, dialogando con los horizontes. Y sobre esos escenarios, el hombre americano: el gaucho rioplatense, y la china dulce; y también el negro, y sobre todo el negro, el más vivo y pintoresco personaje del pasado. Y las arquitecturas enjalbegadas; y los patios florecidos, y los interiores encOI·tinados, donde se vivía la almidonada vida colonial. Fué así la historia, lm poco tocada de leyenda, lo que animó su pintura. El abominaba siempre la persecución de la técnica, y decía que consideraba falaz misión de la plástica, el detenerse en las conquistas técnicas. La "peinture peíntm·e", le arrancaba duros apóstrofes. Y solo le pedía al pintor que dijera algo nuevo, que le llegara desde bien adentro de su espíritu y su tierra, en humilde y desprendido juego de técnicas. Y fué lo que él hizo. Un mundo nuevo, despierto desde el pasado de la historia y del recuerdo; enjoyado por su imaginación siempre en el iluminado trance del sueño, se animó a la vida. Irrumpió en una carrera casi temiendo que su mano sarmentosa no pudiera trasmitir todo lo que el pasado guardaba para ser dicho.

Dos perfiles altísimos de la obra de Figari, dejarnos apuntados: la salvación de su vocación empedernida, llevada a tumbos, que pudo dormirse o desvanecerse en el difícil oficio de la \ida; y la entrega de todo su verbo iluminado para expresar cosas nuestras. Pero nos es necesario tocar al final la conquista más grande de este poseído de su pintura. Porque vocación salvada y propósito alcanzado, hubieran sido hermosos en su porfía, pero efímeros, si una sustancia perdurahle no sostuviera la trama de sus creaciones: la invencible sustancia del arte. Con el oro más pm·o, labró su verbo nuevo, este artista. Oro, como el de los inca~. arrancado a la misma entraña americana para darle permanencia a su conquista. Quizás los tres perfiles en que hemos circunscripto la obra de Figari, constituyen una cosa sola: su legado artístico. Que si la cosa de arte no ~a ce con el canto que la anime, pasa y perece, como tanta cosa humana. El canto en que envolvió Figari su legado, fué el canto del color. A tal efusión pictórica, a tal derroche evocador, le respondió su fuerza creadora entregándole un recurso que la hiciera vencedora: el recurso mágico del color. Es cierto que Figari, como ya dijimos, trató con menosprecio la técnica por la misma técnica; y que solo le adjudicó predicamento a lo que quería decir con su pintura. Pero todo hubiera caído, si él no hubiera encontrado para el misterio de su creación, el juego divino de la cosa artística, que en un instante no nos deja pensar si es mt1sica o si es color lo que guarda el llamado de sus cartones.

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LA :NUEVA TEC~ICA RECUPERADA

Es en este terreno de la armoniosa orquestac10n colorista, donde la obra de Fizari se sitúa con dominio absoluto, no sólo para nuestros ojos vecinos de am~ricanos, sino para los otros ojos foráneos, que abandonan su admiración ante su obra. Figari canta, con el canto de los elegidos, todo un himno de belleza nuestra, americana; y elige, el primero, el vehículo del color para cantarlo. ¿Cómo a esta cosa responde fielmente una técnica nueva, en toda fidelidad al propósito? He ahí un enigma artístico, inalcanzado para los indagadores, pero que siempre se ha dado, no sólo en la creación aislada, sino en las in~ortales creaciones de los pueblos. Toda palabra nueva, en las grandes horas del arte, se ha labrado su propia técnica: técnica del granito, del mármol, de la madera, del mural, del cuadro, del grabado. Figari, sin inventar procedimientos nuevos, en toda libertad de acción, buscó y encontró pronto sus medios expresivos. Sabemos de su predilección en su juventud por los pintores impresionistas, entonces poco comprendidos. Y sabemos también de su fugaz aprendizaje con los artistas que recién llegados de Francia, como entonces Milo Beretta, traían los secretos luminosos de esa pintura libertada de la Academia. Figari, antiacadémico esencial, se enamoró al principio de las conquistas del impresionismo. Buscó penetrar sus misterios; y hay algunas telas de esa primera época de escondida devoción pictórica, que denuncian sus empeños difíciles frente al aire libre. Poco le duró este aprendizaje. Pero le dejó en cambio una libertad de mancha para organizar su cuadro rápidamente, al conjuro de sus reclamos espirituales. No tenía que preparar la tela; que realizar el boceto; que estudiar los modelos; que componer fríamente el conjunto; que trazar la rígida cuadrícula. Podía, como un mago, enfrentarse a una tabla o un cartón, y con la paleta cargado de colores, dejarlos caer, como por encantamiento, toque tras toque, en la superficie desnuda. El nada sabía ni pensaba como caían. Pero allí, obedientes a un propósito suyo, se enlazaban y jugaban en la maravillosa ronda de los colores. Así empezó sus primeras manchas audaces en Malvín, cuando Figari era el jurista, el periodista, el conferenciante, el crítico, y a quien nadie reconocía como el pintor. Después llegó el arranque liberador hacia Buenos Aires. En e:.tn hora nueva de diaria exaltación, la técnica que había ensayado, se puso mansa en sus manos para ayudarlo a cantar su canto. Nada de trabas, de oscilaciones, de pruehas dubitativas. Cantar y cantar por el color. Desde muy temprano, con el mate criollo jnnto al caballete, y con los sueños, también criollos, que habían nacido en la vigilia nocturna, y que al clarear el día se le ahrían, como flores, en un prado en perpetua primavera. Figari tomó así del impresionismo finisecular el nuevo lenguaje para la nueva pintura. Allá en Francia, después de la maravillosa eclosión del ¡!:rupo impresionista, y haciéndose polvo de colores una pintura de aire, se había alzado el zenial intento de Cézanne, llamando a un camino nuevo a la pintura, para que ~iguiera el clásico derrotero de los museos. Del árbol impresionista Van Gogh. vecino a la locura, daba un brote lleno de pujanza. Gauguín se alejaba del realismo en dulces evocaciones exóticas. Mientras tanto, bajo la tienda de Cézanne, y en un ambiente de anarquía y de prevalencia,· el arte nuevo se dió a todas las búsquedas, cargado de rebeldías, Hiriente y lleno de filos, persiguió, antes que la emoción, la sorpresa. La dulce emoción artística huyó, como una ninfa, a esconderse en los bosques. Y un comercio nuevo, con crítica y prensa asalariada excitó las conquistas funambulezcas.

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¿A dónde huyó la dulce ninfa de la dulce emoc10n artística? Huyó a las vírgenes tierras americanas. Aquí, un pintor sin escuela ni antecedentes. arrancó del breviario impresionista una técnica renovada para seguir cantando por el color. Y darle al sublime juego de las armonías pictóricas, des· tinadas-, antes que nada, para la blanda retina de los hombres, su perdido poderío. . 1' _ • • No ya frente a la adusta realidad, smo ~rente al ensueno, la tecmca liberada le permite a Figari, envolver el río salido de madre, de sus imágenes. No las vé, las sueña. Y se ar.LJ.para en la pintura nue\~a-: para que no escapen del campo sin fronteras de la in{aginación. El mundo de los recue:rd~s se. despi~rta. Pero se enriquece y se acrecienta. Y en instantes de extraordmana lucidez, se fija al dócil cartón con ]a dócil técnica. . . Así Figari vino a clausurar, con materia totalmente nueva, el Ciclo Impresionista. Eludió la cosa objetiva, directa, para concebir con el st:eño. Y la materia pictórica que antes había vencido las apuestas de una reahclad cambiante, le sirvió para fijar la irrealidad precisa de su mente. Fué así que nació toda esta pintura que hoy, unida por vez pr_imera en la gran exposición consagratoria, nos entrega su altísimo mensaje. No sólo el trémulo v emocionado mensaje, distinto para cada uno, y que duerme en e1 secreto de cada cuadro, sino el mensaje de un verdadero artista americano. Faltaba. en el continente nuevo, un iluminado canto del color, que acompasara las ~tras altas expresiones de la vida y ~el espír~tu. Faltaba que al guerrero, al héroe, al poeta, al pensador, al estadista, s1gmera el hombre que ;e acerca a los pueblos hablándoles con las dulces imágenes. . Como uno de los grandes de América, se levanta sobre los nuevos hon· zontes. Como un Artig;s, un Bolívar, un Lincoln, un Sarmiento, un Rodó, un Martí, un W alt Whitman, un Roosevelt, Figari acercó s~ piedra para el ~o­ numiembre 1923.

Algunos artículos de importancia aparecidos sin firma en diarios y revistas jranceses en los años de 1923 a 1930: L'Art Contemporain, París, lO octubre 1926. Charivari. París. 18 no;iembre 1923. ]ournal des Débats, París, 15 noviembre 1923. La Semaine a París. París. 12 diciembre 1930. La Temporada, ParÍs, Ver~no 1927. La Temporada, París, Imierno 1927-1928. Le Temps, París, 23 octubre 1925. Inglaterra: CRÉAIIEUX, BENJAliiiN: The Studio, Londres, 15 mayo 1926. KoNODY, P. C.: The Observer, Londres, mayo 1926. WILENSKI, B. H.: Tlze Graphic, Londres, l mayo 1926. X. X.: The Sunday Times, Londres, 20 mayo 1926. Italia: FIUliiE, LIO:'iELLO: Cronaca Prealpina, Varese, 24 julio 1931. L'Ora, Palermo, 29 julio 1931. G. P.: Giovedí, Roma, 29 mayo 1930. VoLTA, SANDRO: Il Tevere, Roma, 29 agosto 1926. R. O. del Uruguay: .AnGUL, JosÉ PEDRO: Turismo en el Uruguay, Montevideo, julio de 1938. BAROFFIO, 0RESTES: El Bien Público. Montevideo. 15 abril 1940. Mundo Uruguayo, Montevideo; 26 setiembr~ 1940. Mundo Uruguayo, Montevideo, 22 julio 1943. BoLLO, SARAH: La 1'1--fañana, Montevideo, 22 noviembre 1933. La Mañana, Montevideo, 19 enero 1937. Suplemento de La Mañana, Montevideo, 30 octubre 1938. "Boy": El Plata, Montevideo, 25 abril 1924. El Plata, Montevideo, 5 mayo 1924. El Plata, Montevideo, 8 mayo 1924. El Plata, Montevideo, 9 setiembre 1924. El Plata, Montevideo, 30 noviembre 1933. CANDIN, PASCUAL: El Bien Público, Montevideo, l3 octubre 1936.

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