Mediadores y difusores 23

23 Mediadores y difusores L / e todos los posibles m e d i a d o r e s y difusores del libro -familia, instituciones educativas, maestros, bibliotec...
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Mediadores y difusores

L / e todos los posibles m e d i a d o r e s y difusores del libro -familia, instituciones educativas, maestros, bibliotecarios, editoriales, revistas especializadas, librerías, ferias del libro, encuentros con escritores-, voy a hacer breve referencia a la escuela y a la familia, centrándome, por gusto personal, en unos receptores muy especiales: los escritores. "Tan sólo la lectura directa, sin mediador, es lectura en el más auténtico sentido de la palabra", dice Robert Escarpit refiriéndose a los hábitos de la lectura. Lectura directa, sin mediador. Éste parece ser el caso de gran cantidad de escritores que llegaron a los libros a 23. Exposición realizada en el Encuentro sobre Promoción de la Lectura entre Niños y Jóvenes, Centro de Propagación Patagónico de Literatura Infantil-Juvenil, Universidad Nacional del Comahue, 1997.

través de una búsqueda seguramente desordenada, caótica, en bibliotecas, con frecuencia en la biblioteca de la casa. ("El destino de muchos hombres -dijo Edmundo De Amicis- dependió de haber tenido o no una biblioteca en su casa.") Entre nosotros Borges, Silvina y Victoria Ocampo, María Rosa Oliver, Bioy Casares y otros tantos hablan de estos primeros y entrañables encuentros con los libros. Decía Borges: "Mi verdadera educación fue la biblioteca de mi padre,, en gran parte de libros ingleses. Yo recuerdo sobre todo la Enciclopedia Británica, que sigo releyendo y que no he agotado aún". Y José Bianco contaba cómo se escapaba de la escuela y se escondía... en su propia biblioteca. Estos y otros testimonios de escritores argentinos fueron recogidos en una encuesta a la literatura argentina contemporánea, realizada en Capítulo. Historia de la Literatura Argentina, del Centro Editor de América Latina (1979-1983). En esa encuesta se trataba de la relación de los autores con los libros, el lector ideal, las lecturas iniciales, los mediadores... En la vida de los escritores, los primeros encuentros con los libros -encuentros directos, como pedía Escarpit, o mediatizados- suelen tener que ver por lo general con el momento mítico, de iniciación, en el que el escritor se hace escritor. Tengamos en cuenta que, en ocasiones, el impacto que produce un texto se relaciona no tanto con el texto en sí, con su calidad literaria, con su atractivo, sino con las circunstancias que rodean el hecho y, muy especialmente, con el mediador. Hay un ejemplo magnífico en ese delicioso libro de memorias que es Las palabras, de Sartre: una escena de lectura del pequeño Sartre, que para ese entonces lucía bucles y miraba derechito, y su madre, que le lee "Las hadas": "AnneMarie me hizo sentar frente a ella, en mi sillita; se inclinó, bajó los párpados, se durmió. De esa cara de estatua salió una

voz de yeso. Yo perdí la cabeza: ¿quién contaba, qué y a quién?". Y sigue la encuesta de Capítulo. De familia obrera, Andrés Rivera cuenta que es iniciado en la lectura por un tío tipógrafo, que fue el encargado de poner en sus manos las novelas de Roberto Arlt. Y por otro tío, español, oficial panadero, que le hizo conocer Los miserables, de Victor Hugo, en las ediciones de Tor. (Tíos sospechosos, los de Rivera...) Para Héctor Tizón, como para Mujica Lainez y muchos otros, más que mediadores hubo mediadoras: abuelas, tías, madres, mujeres empleadas en la casa... (Sí, las mujeres son más de contar.) Sugestivamente, entre los escritores encuestados, casi nadie nombra a algún maestro o profesor. Más aún: cuando se habla de la institución escolar, de los maestros o profesores, es para descalificarlos. Escuchemos a Julio Cortázar: "El director de la escuela primaria le dice a mi madre que leo demasiado, y que me racione los libros". Y refiriéndose a la Escuela Normal cuenta: "Los planes de enseñanza hacen esfuerzos heroicos para desarraigar mis gustos literarios. Siete interminables años de magisterio y profesorado en Letras, la verdadera educación se hará puertas afuera". Abelardo Castillo recuerda un episodio en el que el rector de la escuela le confisca Robinson Crusoe. Y a mí me viene a la memoria la siguiente escena: en sexto grado, durante un recreo, la Señorita de 6 o me confisca Colmillo Blanco, por ser éste un libro -aclaró- de pura diversión (sic). "Mi papá lo tiene en la biblioteca del aula", protesté yo. "Con los varones es otro cantar", fue la curiosa respuesta. (Ahí yo me callé, no por convencida sino porque me sonó lindo eso de "otro cantar". Y le sonreí a la Señorita.)

La eficacia del maestro como mediador tiene que ver con que el maestro sea lector o no lo sea. El mismo libro -supongamos Platero y yo- llega de muy distintas maneras si viene de la mano del maestro Iglesias o de la mano de la Señorita Catalina. (La Señorita Catalina, les cuento, fue mi maestra de sexto - n o la que me confiscó Colmillo Blanco, otra-, que me hizo buscar en el pobre Platero todos los sustantivos y dividirlos en concretos y abstractos, problema de la alta filosofía e insoluble aun para las mentes más esclarecidas, y no era el caso. El maestro lector. Ése es el tema. Una observación: en un trabajo sobre la problemática de la lectura en algunas escuelas de La Pampa aparecido en la revista Lectura y Vida, se hace un cuestionario de diez preguntas a los maestros. Es interesante: lo que no se les pregunta es lo que más importa: Usted, maestro, ¿lee? ¿Cuántos libros lee? ¿Cuáles son los últimos libros que ha leído? Ahora bien: yo me digo ¿qué pasaría si estas mismas preguntas se las formuláramos a los mandamases de turno? Por ejemplo, si les preguntáramos a algunos funcionarios -los encargados de la educación de nuestros chicos y jóvenes, los que tienen en sus manos nuestro destino como nación- cuáles han sido los últimos diez libros leídos (bajemos piadosamente a cinco); libros leídos no por trabajo, no por obligación, sino por la terrible necesidad de leer que siente un verdadero lector. Oigamos a Carver,24 que hablando de literatura dice más o menos esto: ía literatura no tiene que hacer nada, ni cambiar las cosas ni salvar las ballenas, nada. Sólo tiene que estar allí por el feroz placer que nos da hacerla y el feroz placer que nos produce leer algo durable y hecho para durar. O será que, como señala Elaine Moss, en ese excelente 24. Carver, Raymond, en Confesiones de escritores, Narradores 2, Buenos Aires, E¡ Ateneo, 1996.

texto que fuera leído en un congreso del IBBY (Williambsburg, 1990): "Hemos formado una generación de no lectores, quienes se han introducido en la educación como técnicos expertos y no por la calidad de su imaginación". A veces pienso que sí, cuando veo el lugar que la literatura, esa cosa azarosa y vaga y tan poco controlable, ocupa - e n realidad no ocupa- en algunos planes de estudio. Y en la vida de las personas. Personas que dicen "no tengo tiempo para leer", o "los libros son tan caros". No tengo tiempo para leer: ¿se puede no tener tiempo de respirar, de comer, de dar besos? (Durante la campaña de Egipto, Napoleón tenía tiempo para leer Werther. Y el Che, en Bolivia, tenía tiempo para leer el Fausto. Y el comandante Marcos carga en su mochila los poemas de Miguel Hernández y los de Juan Gelman. Y las Historias de cronopíos y de famas de Cortázar, dicen, por si se le olvida cómo hay que hacer para llorar.) La otra objeción: los libros son tan caros... ¿Sí? ¿Cuan caros son los libros? Acerca de esto último, m e gustaría comentar un trabajo aparecido en la revista española ¡Atiza!, donde el autor, Emilio Pascual, hace una pregunta sobre la que les propongo refexionar: ¿qué pasaría si, por esas cosas de la vida, un día al año todas las librerías se decidieran a regalar libros? ¿Acaso los hogares en los que tradicionalmente el libro no entra se abarrotarían de libros? Y, viceversa: ¿qué ocurriría si, de la noche a la mañana, el libro duplicase su precio? ¿Acaso los habituales compradores de libros dejarían de comprarlos? Es decir: ¿cuánto vale un libro? Y ligada a esta pregunta: ¿cuál es la actitud de nuestra sociedad frente a los libros y la lectura? 25

25. Véase "Señorita Porota", en este mismo libro.

Pensemos sólo esto: es sabido que en nuestras escuelas, cuando una maestra tiene problemas de salud, en especial psiquiátricos, el destino seguro es... la biblioteca de la escuela. ¿Cómo puede entenderse?

¿Es posible enseñar literatura? Ligado a estas cuestiones, el tema de la enseñanza de la literatura. ¿Es posible enseñar literatura? Roland Barthes decía que no. Borges, que fuera durante muchos años profesor de literatura inglesa y norteamericana en la vieja y querida Facultad de Filosofía y Letras de la calle Viamonte, decía lo mismo: no es posible enseñar literatura porque no es posible obligar a leer. (Freud era más drástico: no es posible enseñar; eso implica prohibiciones, sojuzgamientos.) Por eso Borges era un profesor tan especial (fue mi profesor) y nunca mandaba a nadie a examen. Dicen que mandó a tres chicas pero porque ellas querían y querían irse a examen para volverlo a tener como profesor. Leer por obligación es un absurdo, decía Borges mientras desayunaba con nosotros en el bar Florida, y citaba a Montaigne ("No hago nada sin alegría"). "Yo he dedicado una parte de mi vida a las letras -seguía Borges-, y creo que una forma de felicidad es la lectura; otra forma menor es la creación." Es decir: para Borges, la lectura era una clase de felicidad más alta que la propia creación. (Ja. No teníamos mediador los de Letras en la vieja Facultad...)

El maestro como mediador García Márquez asegura coleccionar perlas con las que los profesores de Literatura atormentan y pervierten a sus alumnos. Como ésta elaborada en Londres para un examen de admisión: "¿Qué significa el gallo en El coronel no tiene quien le escriba?" era la pregunta. Parece que el que alcanzó el nivel deseado fue uno que contestó: "El

gallo es el símbolo de la fuerza popular". García Márquez, al enterarse, se alegró de no haber estrangulado al gallo (en el texto, claro) para hacer un pucherito, como era su propósito inicial. Yo tengo otra perlita. Acerca de "La noche boca arriba", de Julio Cortázar, un profesor preguntó en un examen escrito: "Explique el determinismo intrínseco que nos supera"... (¿?) En fin. Volviendo a García Márquez: "Un curso de literatura", dice, "no debería ser más que una buena guía de lecturas. Cualquier otra pretensión no sirve nada más que para asustar a los niños". Se trataría entonces no de enseñar, no de obligar, sino de compartir, como dicen los nenes de la salita de tres. De compartir lecturas. Y la relación entre profesor y alumno sería de alguna manera una relación de lector a lector. Lo cierto es que a hablar se aprende hablando y a leer se aprende leyendo. Y aquí entramos en otro tema: la selección de libros, el canon, los listados, que han sido y serán tema de reflexión y debate entre la gente preocupada por los libros y los chicos. Los libros infantiles se legitimarían al entrar en los listados, es decir al incorporarse al circuito escolar. Y esto tiene que ver con el peligro de la escolarización de la literatura. El peligro de que sea usada para. (Para buscar sustantivos, como quería la Catalina, para sacar mensajes y moralejas, para ejercitar la ortografía, para hacer resúmenes, para motivar, para, para...) De eso sabemos mucho los escritores que visitamos escuelas. "Estuvimos trabajando su cuento", me dicen a veces los chicos. Y a mí me corre un frío por la espalda, como cuando me asusto, o me empieza a latir la vena de la frente, como cuando me enojo. "Estos no me leen más", es lo primero que se me pasa por la cabeza. Porque yo no quiero que trabajen mis libros. Quiero que los lean y los disfruten y pidan otro. Y punto.

Pero también es cierto que si la literatura ha llegado a la escuela es gracias a los esfuerzos de tantos maestros y bibliotecarios, y que hablar de la necesidad de la desescolarización de la literatura tiene sus riesgos. Primero, a muchas, muchísimas escuelas todavía no ha llegado ía literatura. (Acaso han llegado los manuales, o los diccionarios, que son tan útiles. Acaso han llegado libritos para chicos, seudoliteratura. Pero no literatura de verdad.) Y, en segundo lugar, p o r q u e p u e d e s u c e d e r que en este m u n d o de desencuentros y malos entendidos y falta de sentido común, uno diga "desescolarizar la literatura" y otros oigan "erradicar la literatura dé la escuela". Como una directora, por ejemplo, que algo oyó mal y prohibió (así como lo oyen) las bibliotecas del aula porque (atención): "fomentaban el individualismo". Para ir terminando, quiero hacer una breve referencia a una editorial que ya no está, y a un editor que tampoco está. La editorial: el Centro Editor de América Latina, conocida en los ámbitos de la cultura como La Escuelita, y cuyo lema era "Más libros para más". El editor: Boris Spivacow, "el loco Boris", que fuera gerente de Eudeba y que, como dijo en una oportunidad Beatriz Sarlo, tenía "la pasión democrática de la difusión del libro". El Centro Editor, un proyecto cultural extraordinario, surge cuando Boris y su gente renuncian a Eudeba, en 1966, después de la Noche de los Bastones Largos. En épocas de dictadura, el Centro Editor de América Latina llegó a ser un verdadero espacio de libertad, de resistencia cultural, un gheto de intelectuales, un aguantadero, bah. Boris era el tipo que más sabía de libros. No sólo sabía; él creía firmemente que los libros podían cambiar la vida de las personas. Boris: el que más libros publicó en América Latina. El que hizo una edición del Martín Fierro ilustrada por Castagnino, que en tres meses agotó tres ediciones

(170.000 ejemplares). Eí que inventó la venta de libros en kioscos. Era audaz, culto, valiente, creativo. Él, que armaba tremendas tremolinas por una coma mal puesta, era asombrosamente lúcido y sereno frente a situaciones límite, de real peligro, que las hubo: juicios, quema de libros, secuestros y desapariciones de empleados, bombas, allanamientos. La contrafigura del típico empresario argentino: rico en países pobres. Boris, en cambio, vivió en el mayor ascetismo y no ganó un peso (cuando lo ganaba lo invertía en nuevas colecciones). Creó una empresa que sacaba decenas de colecciones semanales a la vez, con tiradas de 80.000 ejemplares cada una. Boris trabajó por la expansión del mercado del libro hacia los sectores populares. Y soñaba con una red de editoriales en América Latina. Los que estuvimos con él aprendimos el verdadero sentido social de la divulgación del libro. "Vos pensá la colección más linda, más perfecta, más innovadora, más preciosa (ésa era una palabra que usaba mucho). Después veremos." Por eso quería recordarlo aquí, porque fue un divulgador de cultura, un maestro, un maestro de libros, un maestro de vida. Boris, donde esté: qué privilegio haber podido trabajar con usted...26

Una modesta proposición Yo había traído una propuesta audaz: que los chicos no lean.27 Pero hay otra más audaz todavía, y más acorde con los tiempos que corren. Al principio me pareció algo desmesurada. Pero viniendo, como viene, de un ilustre escritor,

26. Para quien tenga interés en conocer más datos acerca de Boris Spivacow, Eudeba, el Centro Editor de América Latina, véase Boris Spivacow, Memorias de un sueño argentino, entrevistas de Delia Maunás, Buenos Aires, Colihue, 1995. 27. Véase "El vicio i m p u n e " , en este mismo libro.

muy popular entre los niños -Jonathan Swift, irlandés (16671745), antepasado mío-, hela aquí. Es una Modesta proposición -así se titula el trabajo, de 1792-, en la que, en tono mesurado, persuasivo, convincente, el autor de Gulliuer, adoptando la persona de un "honesto comerciante irlandés", se muestra preocupado por la penosísima situación de las familias de las clases populares de Irlanda. Estas familias pobres, y por ende el Estado, se veían agobiados por una verdadera carga: proles numerosas (en todos los países y en todas las épocas, los pobres son de tener muchos hijos) y ancianos empecinados en seguir con vida. Niños y ancianos que no sólo no producían sino que insistían en consumir (comida, digo). El honesto comerciante irlandés, basado en el postulado mercantilista que sostiene que la riqueza de una nación consiste en su pueblo, lo que propone es que los niños pobres sean alimentados convenientemente, y hasta engordados, para, luego... venderlos como ganado. (Sí. Es un poco fuerte, pero pragmático.) De esta manera se evitaría un destino de desnutrición, mendicidad, violencia. La mejor edad para sacrificar a los niños -continúa diciendo el honesto comerciante- sería entre el año y los dos años de vida, ya que, en ese período, la carne de las criaturas es lo bastante tierna como para poder preparar exquisitos guisados. La Modesta proposición va poniendo al descubierto el pavoroso hecho de que los cerdos y las vacas y el ganado en general - d e los que sí podía obtenerse beneficio- recibían mucho más cuidado y atención que los niños, cuyo destino final era la muerte. Más de dos siglos después, y en la misma línea de la terrible sátira de Swift, Umberto Eco reflexiona: "Es más barato matar niños que enseñarles a leer."