Los personajes del Evangelio de San Juan. Pedro (I)
Pedro es un eje transversal del todo el Evangelio de Juan, junto con el discípulo amado. Son los dos personajes fuertes. La figura de Pedro siempre aparece con la figura de Juan en el Evangelio, pero dejando claro que Juan es el héroe de la comunidad. Para entender esto debemos entender el contexto de la Iglesia en el siglo I, donde la Iglesia era una Iglesia muy plural, no como ahora donde hay un concepto mucho más monolítico. En el siglo I se hablaba de la comunión de las Iglesias, de hecho podían vivir comunidades cristianas en la misma ciudad y tener muy poco contacto entre ellas. Hoy en día, la comunidad católica tiene distintos ritos que se expresan en Jerusalén, lo que es un eco de toda la historia de la Iglesia y que allí se ha ido respetando. Algo parecido a lo que hoy ocurre en Jerusalén es lo que sucedía en la Iglesia primera. Por un lado había el grupo de las comunidades judeo – cristianas, que aparecen alrededor de Mateo. De otro lado las comunidades paulinas, las que funda Pablo. Cercanos a ellas aparece el Evangelio de Marcos y Lucas, porque quizá los miembros de las comunidades paulinas eran los destinatarios de estos Evangelios. Por otro lado están las comunidades juánicas, distintas a las anteriores a pesar de participar y vivir de lo mismo. Al principio del Libro del Apocalipsis se habla de siete ciudades, siete comunidades emblemáticas, que son las que representan todo el entorno de la comunidad juánica, con una sede: Éfeso, donde reside el “patriarca” de la iglesia juánica, que en las Cartas habla del presbítero, el mayor, el que tiene más autoridad. Desde Éfeso todo el grupo de las comunidades juánicas tenía un centro, lo que no quiere decir que estuviesen enfrentados a las otras comunidades. En Éfeso Pablo visita a comunidades. En Éfeso coexistieron comunidades cristianas diversas. Cuando Ignacio de Antioquía pasa por Éfeso, dicen que en su Carta saluda a la comunidad paulina, y no dice nada de la comunidad juánica. No es un enfrentamiento, es una afirmación natural de cómo coexistían distintas comunidades que se respetaban, que tenían una total independencia, pero no quería decir que estuviesen enfrentadas, sino todo lo contrario: vivían en comunión con un especial respeto, aceptando cada una el papel que tenían. En el texto de Juan encontramos planos diferentes. Hay un plano explícito, que está por fuera, que nos habla de la vida de Jesús, de lo sucedido en la vida de Jesús. Y hay otro plano más profundo, que es cuando habla de la situación vivida en el momento en el que se escribe el Evangelio. En el texto, en las noticias que Juan nos da, nos encontramos estos dos planos. Cuando Juan habla de la comunidad, encontramos que nos va hablando de la relación que hay entre los cristianos y la sinagoga, y también de las relaciones que hay entre las comunidades cristianas. De estas relaciones podríamos aprender mucho, de la forma en que las comunidades
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cristianas están en medio de un territorio y se entienden como Iglesia que camina en ese territorio en concreto, y cómo aprenden a comunicarse con otras comunidades de una forma quizá diferente a la que entendemos ahora, tendente al centralismo. En el comienzo de la Iglesia hay voces distintas, apóstoles distintos, pero hay un respeto y una comunión que nos puede sonar extraña por no estar viviéndola así, pero siempre es un tesoro del que podríamos aprender. La comunidad de Juan reconoce que las otras iglesias apostólicas son fieles al Señor y no se rompe la comunión, es más, las comunidades juánicas tienen un continuo referente en Pedro. Pedro va a ser el referente de la Iglesia, pero el héroe es Juan. Aparecen dos figuras: una como el héroe, al que le vuelcan el afecto porque es el que ha fundado la comunidad, es al que han conocido. Por otro lado está la figura de Pedro como aquel que reconocen como el que centraliza la vida de la Iglesia, el referente de la comunión con el resto de las iglesias. Y lo ven muy bien, aunque siempre aparecen Pedro y Juan como contrapuestos: Cuando el discípulo amado descansa en el pecho de Jesús, aparece Pedro que no se entera y que tiene que hacerle señas para conseguir una información porque Pedro está distante de Jesús. El discípulo amado entra en el patio del sumo sacerdote cuando Jesús es detenido, mientras que a Pedro se le deniega la entrada. Cuando sucede la resurrección y las mujeres avisan, salen los dos discípulos pero el discípulo amado llega antes que Pedro al sepulcro, y solamente se dice de él que creyó. Cuando Pedro pregunta “¿y este qué?” en el discurso al lado del agua, Jesús se decanta por Juan y le dice algo así como “¿y a ti qué?” Jesús aquí aprovecha para decir que era un ejercicio desmedido de la curiosidad de Pedro. Finalmente, cuando Pedro acaba de negar y se alega de Jesús, quien está junto a la cruz es Juan. Siempre que aparece Juan aparece Pedro, pero Pedro no aparece en buen lugar. Esto no significa que Juan desdeñe a Pedro. Juan respeta y acoge. Antes que un enfrentamiento entre Juan y Pedro, lo que se nos está explicando es cómo se entendían las dos comunidades. Nos habla de dos comunidades cristianas que creen en Jesús, que no se niega la fidelidad a Jesús, pero tienen sus afectos distintos. Por un lado la comunidad de Juan y por otro lo que sería la gran Iglesia, la comunidad de todos los que están en torno a Pedro. Brown en su libro “La comunidad del discípulo amado”, nos presenta a la comunidad de Juan a veces como enfrentada, como si fuera una secta, le da un toque un tanto sectario pero también tiene datos interesantes. Nos habla de que la comunidad no niega la legitimidad de los discípulos, al contrario, lo subraya. Los discípulos están presentes en la cena, hay discípulos que están hasta el final, hay discípulos a los que Juan llama los “suyos”, hay discípulos que confiesan a Juan como Tomás, hay discípulos como Pedro que acompañan en la pesca… Es decir, no es que ponga a Juan como el único, si no que cuando escribe el Evangelio vemos que los otros discípulos también
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tienen papeles muy importantes y no lo niega. Lo que sí es cierto es que subraya a Juan y que tiene una reverencia especial por Pedro. Leyendo todo el Evangelio de Juan vemos que aparece la llamada a ser Piedra, y ese nombre se lo da Jesús, hay un reconocimiento específico. Aparece que Pedro confiesa la fe en un momento difícil, cuando todos querían irse. Aparece la deferencia que tiene el discípulo amado de dejar que Pedro sea el primero que entre en el sepulcro, porque es el primero que tiene que tener contacto con la resurrección. De Pedro surge la iniciativa de ir a pescar en el momento previo de la aparición de la resurrección, y Pedro es el que se tira al agua y el que capitanea el traer la red a tierra. Juan nos está diciendo que si Pedro tiene ese papel es porque tiene una relevancia muy especial. Por otro lado se ensalza la clarividencia de Juan para reconocer y para estar cerca de Jesús. Se ve en la última cena, en la aparición de Jesús en la que el único que dice y que reconoce a Jesús es Juan. Se ensalza también la predilección que el maestro tuvo con Juan, hay una cercanía afectiva. Si hablamos de Juan como el hijo del Zebedeo, no como el discípulo amado, vemos que Juan y Pedro en los momentos importantes están juntos y que según los Hechos de los Apóstoles Juan y Pedro están juntos, aparecen liderando la comunidad. Toda la narración de los Hechos de los Apóstoles tiene muy a gala equiparar a Pedro y a Juan. Se llega a la conclusión de que hay dos bloques dentro de la primera comunidad: por un lado la Iglesia general, la Iglesia que capitanea Pedro. Y por otro lado la Iglesia de Juan, pero la Iglesia de Juan nunca se enfrenta a la Iglesia de Pedro, respeta la figura de Pedro y se entiende como una especificidad, que es que Juan es el que la ha fundado.
LA VOCACIÓN DE PEDRO El hermano de Pedro, Andrés, fue uno de los primeros discípulos que escucharon la voz del Bautista y, a través de su indicación, siguen a Jesús. Tan fuerte fue la llamada a Andrés y la experiencia de Andrés, que pasa el testigo al hermano y le dice “vete a Jesús”, es Andrés el que conduce a Pedro. Cuando la vocación llega a Pedro, lo primero que hay es un cambio de nombre. Para Mateo el cambio de nombre se producirá después, hay varios encuentros y en el segundo es cuando Jesús cambia de nombre a Pedro. Juan entiende desde el principio que es en el primer momento, en la primera fase, el momento vocacional de Pedro, la llamada de Pedro, cuando Jesús le cambia el nombre y le llama Roca. En
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griego Petros significa piedra, pero piedra de las que se lanzan. En arameo es Cefa, designando más bien el término Roca, aquella roca grande sobre la que se asienta un edificio, lugar fiable para cualquier tipo de construcción. Es la misma palabra que Jesús utiliza cuando dice “sobre esta roca edificaré mi Iglesia”. Cefa va asociado a edificación. Cuando Juan define a Pedro como roca, inmediatamente nos presenta la entrañable debilidad de esta roca. Aparece cómo esta “roca” se tambalea ante los primeros temblores de tierra, y nos extraña cómo Juan habla de Pedro como la roca pero inmediatamente se cae abajo, se resquebraja. La experiencia de Pedro que nos transmite Juan es una experiencia mucho más profunda, y nos ayuda a ver en qué consiste la vocación cristiana, la llamada a ser cristiano, y es que nunca la vocación consiste en apoyarnos en nosotros mismos. La roca no somos nosotros, la roca es Jesucristo. En concreto, Pedro no es la roca. La roca es la llamada que Jesús hace a Pedro. Jesús elige a Pedro y en la elección está la roca. En la vocación, lo que da la fuerza al cristiano no es el que sea el mejor, sino el que ha sido llamado. La fuerza no sólo viene del propio cristiano, sino de la fuerza que da Jesús para realizar la vocación a la que se le ha llamado. Si todos descubrimos nuestra vocación a ser cristianos, a vivir la fe, la fortaleza no la tenemos en nosotros mismos. Nuestra roca no está tanto en nuestras fuerzas, sino en descubrir la llamada de Jesús a cada uno de nosotros, ahí está la roca, en la propia llamada. La fortaleza que descubre Pedro no es porque él elija, sino porque a él le han elegido y, al ser elegido, el mismo que te elige te da fortaleza para ello. El ser cristiano no es una elección nuestra, es una llamada de Jesús, y todo lo que trabajemos en descubrir la fuerza de esa llamada, es lo que nos va a dar la fuerza para ser cristianos. Cuando nos veamos sin fuerzas habrá que recuperar la llamada de Galilea, volver a Galilea (como dice Juan al final) para recordar quién nos llamó, porque quien nos llamó nos capacita para la acción, no nosotros mismos. Por eso Pedro es roca, porque la roca no está en sí mismo, sino que es roca porque ha sido llamado por Jesús y, cuando Jesús llama, capacita. Si Jesús te ha llamado para ser cristiano, te capacita para serlo, ahí está la roca y la fortaleza. Cuando Jesús llama a Pedro, el texto nos dice que Jesús “fija su mirada” sobre el propio Pedro. El verbo griego no habla de una mirada de abrir los ojos y echar un vistazo. La mirada que marca esta vocación es una mirada que revela lo escondido. Mirada que, sin palabras, dice quién es esa persona y lo que está esperando. Es la palabra “mirada” que utilizan los evangelistas para hablar cuando Jesús se dirige al joven rico. O la mirada que repite después de la triple negación de Pedro.
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Esa mirada es la que está presente en el momento de la vocación de Pedro. Los ojos de Jesús descubren que en el interior de Simón hay un hombre escondido, descubre en él a la persona escondida, cómo Pedro es mirado por Dios. Y de ahí rescata al hombre: aunque seas un tipo cabezota, aunque no lo tengas claro, aunque me traiciones, tú eres Pedro, tú eres Cefa, eres la Piedra, porque yo te he llamado. Por eso entra en el texto la contraposición “te llamas Simón – te llamarás Piedra”. El cambio de nombre es muy importante en los momentos vocacionales. En la vida religiosa es común el cambio de nombre porque es un signo de que lo que Jesús mira no es lo que somos, sino lo que podemos llegar a ser. Jesús no mira la debilidad de Pedro, sino su potencial, y en Pedro a todos nosotros. En los momentos vocacionales Jesús no mira exactamente cómo nos llamamos, sino cómo nos llamaremos, lo que podemos llegar a ser. Cuando Jesús llama – y en eso nos da la fortaleza, la piedra, a cada uno de nosotros también – lo que está llamando es a una nueva existencia. Cuando nos está llamando a ser cristianos y nos invita a ser cristianos (no porque lo elijamos nosotros sino porque Él nos ha llamado), inmediatamente nos hace personas nuevas y por eso, aunque Él no nos cambie el nombre, en el fondo sí hay un cambio de nombre. En el bautismo es muy importante el nombre, es el nombre que la madre tiene que proclamar en alto en la iglesia, es el nombre de la nueva existencia. Cada cristiano pronuncia su propio nombre porque Jesús se lo ha nombrado así. Cuando Jesús llama a Pedro le dice tú no eres el resultado de tu pasado, tú eres alguien que está llamado a ser algo diferente por el propio Dios. Hay un salto fundamental, esta es la vocación, como la vocación a la que hemos sido llamados todos. La fe se funda en una llamada, y si Dios nos ha llamado nos ha capacitado para un fututo espectacular. Lo primero que nos dice es que nuestra vida no es sólo el resultado de la voluntad de Dios, de lo que Dios sueña en nosotros. Como Dios sueña en ti, te ha llamado y esa es tu vocación, tú puedes llegar a ser lo que Dios quiere de ti, esa es tu roca. Al principio del Apocalipsis aparece el siguiente texto “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Ap. 2:17). Dios nos da a cada uno un nombre grabado en una piedrecita blanca. De nuevo la piedra. El Apocalipsis recuerda de nuevo este Cefa, esta piedra de la vocación de Pedro, y al final nos viene a decir que ahí tenemos nuestra piedrecita blanca, en la que tenemos que mirar cuál es el nombre que Dios nos da, porque Dios en cada momento nos está dando un nombre nuevo por el que sueña que lleguemos a ser lo que Él quiere que seamos, cómo vamos desarrollando nuestra vocación.
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En el texto vocacional de Pedro lo que le llama es a negarse a ser Simón, ya no se llama Simón, ahora se llama Piedra. Es decir, ahora lo que tendrá que hacer es coger la cruz de ser Piedra, la cruz de un hombre nuevo que le va a hacer una nueva creatura. Pedro es la piedra, pero la piedra es la vocación específica que ha recibido del Señor, y ahí está su fortaleza. Nosotros tenemos la piedrecita blanca en el bolsillo, que es también nuestro nombre, y la vocación que hemos recibido. Y tendremos que escuchar cada uno cuál es nuestro nombre, el nombre por el que el Señor nos llama y nos dice “tú eres piedra, y sobre esta piedra, esta piedrecita, seguiré edificando Iglesia”, porque lo que se le dice a Pedro se le dice a todos los discípulos.
CONFESIÓN DE PEDRO Un momento fundamental en la vida de Jesús es la crisis de Galilea. Todos los Evangelios la relatan, e históricamente es un momento duro y crucial, pero que se resuelve porque Pedro tiene la capacidad de aglutinar al resto de los discípulos con sus palabras. Desde ahí Pedro aparece como el “capitán del equipo”, en momentos difíciles Pedro es capaz de animarles y se va ganando la autoridad y confianza de los discípulos. Podemos preguntarnos de dónde nace esa importancia que tuvo Pedro en medio de los doce, por qué es portavoz y moderador del grupo, por qué los demás tienen con él tanta deferencia, por qué este estado no se pierde ni después de la vergüenza de las negaciones y de la vergüenza del abandono. Por los textos vemos que Pedro tiene esa importancia porque él cataliza y anima al grupo en los momentos de crisis: En la crisis de Galilea, cuando muchos de los discípulos empiezan a abandonar a Jesús, Jesús tiene que irse de Galilea, Pedro es el que hace una confesión de fe que anima a los que quedan. Cuando Jesús resucitado aparece, la actuación de Pedro fue decisiva para reconstruir la comunidad. En este momento la labor de Pedro es vista por todos como decisiva. En la aparición, en Juan 21, se ve cómo Pedro capitanea, Pedro aparece como el que aglutina, convence, el que hace, el que organiza, cuando todos estaban de bajón. De aquí podemos entender lo que Lucas dice “Satanás os ha venido para cribaros como al trigo, porque yo he orado por ti (dice Jesús a Pedro) para que tu fe no desfallezca y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc. 22: 31-32) Esta es la función que va a tener Pedro en un principio y esa es la que descubre. Pedro en estos textos no es el que manda, es el que confirma la fe, el que va confirmando en la fe a sus discípulos.
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Bastan estas dos actuaciones, pero históricamente vemos que también Jesús, en su caminar, debió haber tenido algún pronunciamiento que le diese a Pedro un estatus especial dentro de los doce. La metáfora de la piedra es uno de los momentos en los que Jesús identifica a Pedro como un lugar de confirmación, como un punto de referencia para el resto de la comunidad. Otro de los momentos es al final de la resurrección, el propio mandato de Jesús que queda incorporado, y Juan es el primero que lo relata, el de “pastorea a mis ovejas”. Jesús entrega a Pedro una tarea especial. Si Lucas lo definía como “confirma en la fe”, Juan lo define como “tú eres roca, tú tienes la misión de pastorear a mis ovejas”. Volviendo a la crisis de Galilea, en el momento crucial Jesús se ve solo y se va a Cesarea de Filipo. En este momento Cesarea de Filipo es un lugar pagano, con muchos templos. Allí se encuentra una de las fuentes del Jordán que está sobre una gran piedra. Es una gran piedra con grietas de las que saben agua, y esa agua enriquece el Jordán. En este entorno, en un momento de crisis, es donde Jesús posiblemente paseando y contemplando la roca sobre la que se asienta la ciudad y sobre la que se asentaban el resto de templos, Jesús ve la roca y ve sus fisuras, y de sus fisuras aparece el agua que va a llegar hasta Jerusalén. En este precioso contexto quizá Jesús pudiera decir este es el destino: me han dejado solo, esto es una roca rota, pero toda ruptura puede generar vida, y una vida que va a Jerusalén. Ahí Jesús toma la decisión de ir a Jerusalén, y en ese momento es cuando necesita la voz de sus amigos y les pregunta “¿y quién dice la gente ahora que soy yo?”. No encuentra la respuesta en nadie, y sólo Pedro, inspirado por el Espíritu Santo contesta “Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo”. Esta confesión, en ese entorno, consigue ilusionar al pequeño grupo que quedaba, los consigue reactivar. En otro momento de crisis, la multiplicación de los panes, cuando la multitud quiere hacer rey a Jesús, éste se aparta inmediatamente de ese planteamiento y entonces muchos discípulos huyen y lo dejan solo. Esta situación se recrudece (Capítulo 6) “desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban ya con él”. Aparece el entusiasmo de la gente por un lado y la desbandada de muchos porque no hace lo que la gente quiere. En este momento, cuando Jesús les pregunta si se van todos, Pedro expresa “Señor ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (6:68). Esta confesión dicha por Pedro, la roca agrietada y frágil, tiene la capacidad de reilusionar a los discípulos. La fidelidad de Pedro a Jesús contagió al pequeño grupo que quedó, les animó. Esto no obsta para que Marcos, cuando aparece la confesión, le reprenda como a Satanás porque Pedro mantiene la fidelidad, pero los caminos para esa fidelidad todavía no los tiene claros. Marcos lo identifica a veces como el camino de Satanás, que no es que sea el camino perverso, sino el camino de la tentación de Jesús. Pedro es fiel, pero todavía le cuesta aceptar el camino de Jesús, prefiere el camino fácil, que es el camino que a Jesús se le ha presentado en la tentación. En Jesús esta manifestación de Satanás no va tanto por Pedro, sino que va por Judas.
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Como cada pasaje del Evangelio, acaba en una profesión de fe. La profesión de fe de Pedro acaba en un “tú eres el Santo de Dios” (6:69). Pedro confiesa en Jesús como el que está cerca de Dios, el que pertenece directamente a la esfera de Dios. Con esto Pedro nos está diciendo que todo el que pertenece a la esfera de Dios será santificado en Dios. La santificación en la verdad, de la que luego hablará Juan, viene desde aquí. El “santo de Dios” es el que mantiene la esfera de Dios, el que ancla la presencia de Dios. Todo aquel que se acerque al Santo de Dios, que es Jesús, inmediatamente queda santificado en la Verdad, que es lo que Jesús pide para los discípulos. Primero Pedro lo ha manifestado “tú eres el Santo de Dios” y al final Jesús pide “Padre, santifícalos en la Verdad” (17:17). Este es el título cristológico que da el Cuarto Evangelio a Jesús después de toda la confesión de fe, y ahí está Pedro, como el portavoz de este título cristológico que tiene el poder de animar a los discípulos.
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