LOS ESCUDERO, DE ACAPULCO

LOS ESCUDERO, D E ACAPULCO Mario GILL M U C H O SE H A ESCRITO sobre l a Revolución mexicana; m u c h o , pero desorganizadamente, en forma caprich...
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LOS ESCUDERO, D E ACAPULCO Mario

GILL

M U C H O SE H A ESCRITO sobre l a Revolución mexicana; m u c h o , pero desorganizadamente,

en forma caprichosa, sin método, siguiendo inspiracio-

nes personales o personalistas. Se h a creído que los más indicados para escribir l a h i s t o r i a de l a Revolución mexicana son los que en ella participaron.

Es u n error. Los actores del gran d r a m a social de México, p o r

grandes y sinceros que sean los esfuerzos que hagan, no podrán evitar q u e sus juicios resulten matizados de acuerdo con l a bandera política bajo l a cual actuaron; es n a t u r a l que traten de interpretar los sucesos históricos en función de sus m u y particulares simpatías. no

Q u e yo sepa,

se ha emprendido todavía el análisis crítico, objetivo, de l a R e v o l u -

ción.

Se h a n narrado hechos, episodios, anécdotas.

Se h a n acumulado

materiales, documentos, datos, como en el l i b r o del general G i l d a r d o Magaña sobre el zapatismo, pero nada más.

L a Revolución

mexicana

sigue esperando su historiador; narradores y cronistas aparecen todos los días. Entre tanto, conviene i r reuniendo materiales y apuntando corrientes generales; esta labor mínima facilitará luego el trabajo de conjunto. De

acuerdo con ese criterio, deseo referirme en esta ocasión a u n

suceso casi ignorado p o r los historiadores (o comentadores) de l a R e v o l u ción mexicana; u n episodio de nuestra l u c h a social que en m i concepto tiene, aparte su dramático contenido h u m a n o , u n a dimensión nacional: el

brote revolucionario que encabezaron en A c a p u l c o los hermanos Es-

cudero. M u c h o habló la prensa de México —exagerándolos y deformándolos, por

supuesto— de los excesos del radicalismo en Veracruz, cuando gober-

nó aquella e n t i d a d el ingeniero A d a l b e r t o Tejeda.

M u c h o se h a escrito

acerca de l a etapa de izquierdismo demagógico que vivió Yucatán

bajo

F e l i p e C a r r i l l o P u e r t o . Pero m u y pocos saben que, simultáneamente, l a hoz y e l m a r t i l l o regían los destinos del Estado de Guerrero. E l movim i e n t o radical de los Escudero completa lo que yo llamaría l a trilogía sangrienta d e l anarquismo en México. E l paralelismo ideológico y cronológico de los movimientos radicalesde G u e r r e r o , Veracruz y Yucatán no es u n a simple coincidencia. Se exp l i c a por el hecho de tener los tres l a m i s m a fuente, el mismo origen: l a Casa del O b r e r o M u n d i a l , cuartel general del anarquismo mexicano, centro

motor del proceso de radicalización de las masas en nuestro país, y

por

obedecer a las mismas causas y factores históricos: el triunfo de l a

Revolución mexicana y el tremendo impacto que fué l a conquista del poder por l a clase obrera en la R u s i a zarista. Los la

dirigentes de los tres movimientos habían salido de las aulas de

Casa del O b r e r o M u n d i a l , fundada p o r el anarquista español

Juan

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Francisco Moncaleano. Aparte los matices propios que los mexicanos i m p r i m i e r o n seguramente a las doctrinas de P r o u d h o n y B a k u n i n (el anarquismo mexicano resultaba menos negativo que el europeo), éstas fueron modificadas, completadas o combinadas con las tesis socialistas y marxistas de l a Revolución rusa de 1917. Así, pues, la doctrina en que se inspiraron los dirigentes de los movimientos radicales de Guerrero, Veracruz y Yucatán eran u n a mezcla confusa y caótica de anarquismo y socialismo, ambos m u y m a l digeridos, e interpretados de acuerdo con el temperamento personalísimo de los líderes. Los tres movimientos coincidían en sus líneas generales —convertir a los obreros y campesinos en fuerza d i r i g e n t e — , pero cada uno tuvo sus características peculiares, según el medio y las circunstancias; de los tres, seguramente el de Guerrero fué el menos desorbitado, el menos demagógico, el más serio y consecuente. Es n a t u r a l que se le desconozca si se piensa que Acapulco estaba entonces (1920-1923) aislado del centro de l a República. Para llegar al puerto había que emprender u n a verdadera odisea: u n largo viaje por tren hasta el Istmo o M a n z a n i l l o , para luego embarcarse en este puerto o en Salina C r u z hasta Acapulco, a no ser que se prefiriese l a r u t a de ios arrieros, por l a sierra: quince días del mar a l altiplano. Los grandes diarios de l a metrópoli no llegaban a l puerto, n i sostenían allí, por supuesto, corresponsales que i n f o r m a r a n oportunamente. A eso se debe que el movimiento escuderista que hoy reseñaremos sea conocido exclusivamente de los guerrerenses.

TRES SIGLOS DE RETRASO Antes de que e l turismo lo desnaturalizara, Acapulco era uno de esos puertecillos de pescadores de los mares del Sur; p a r a los viejos residentes, aquélla fué l a edad feliz, a pesar de todo. N o había palacios n i hermosas avenidas costeras, pero cada habitante podía escoger, en los cerros, el terreno que le gustase para construir allí su casa; bastaba dar aviso a l A y u n t a m i e n t o de que se i b a a ocupar aquel terreno, para que u n empleado se presentase a dar posesión y tomar nota de las dimensiones del P r e d i o . E l nuevo propietario correspondía con u n donativo voluntario de diez o quince pesos para ayuda de los gastos de l a administración m u n i c i p a l . E l recibo correspondiente equivalía a u n título de propiedad indiscutible. (Años más tarde, cuando surgieron las compañías fraccionadoras, y gracias a la intervención del presidente Cárdenas, esos recibos salvaron a sus propietarios de l a expropiación acordada por la Tunta Federal de Mejoras Materiales.) E n aquellos dichosos días no había carreteras escénicas, n i elegantes malecones de pesca, pero las playas estaban cubiertas por cardúmenes de ojotones (especie que se refugia en las partes bajas de l a costa), que proveían a l a población de alimento gratis, abundante y sabroso. Quienes r e n u n c i a b a n a l placer de i r a pescarlos podían adquirirlos a razón de dos docenas p o r cinco centavos. H o y , si se encuentra, cuesta setenta y cinco centavos... ¡cada ojotón!

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E n aquellos tiempos —hace apenas treinta años— el salario mínimo era de $1.00 (ahora es de $8.50), pero el l i t r o de leche costaba diez centavos, y u n centavo los huevos, que ahora cuestan, respectivamente, $1.50 y $0.50. A c a p u l c o no era " l a octava m a r a v i l l a del m u n d o " , n i tenía renombre internacional, n i había sido descubierto por los aburridos millonarios norteamericanos, n i por los prósperos políticos "revolucionarios". L a v i d a de los cinco o seis m i l habitantes d e l puerto transcurría t r a n q u i l a y soñadora; disfrutaban despreocupadamente de su paraíso t r o p i c a l , meciéndose en las hamacas, bajo las palmeras, a l a h o r a de l a siesta. N o se había inventado todavía esa institución que como u n a maldición cayó sobre los habitantes del puerto: l a J u n t a Federal de Mejoras Materiales. Acapulco, pues, era simplemente u n rincón de México. L o era por su espíritu, p o r su carácter, por sus costumbres, pero económica y políticamente A c a p u l c o no era de los mexicanos, sino de los españoles. A u n cuando Acapulco trabó grandes batallas por l a Independencia de México y fueron las montañas del Sur baluarte donde el insurgente que dió su n o m b r e al Estado sostuvo l a bandera de l a l i b e r t a d cuando l a causa nacional parecía p e r d i d a ; a u n cuando en Guerrero se firmó el pacto de consumación de l a Independencia, Acapulco siguió viviendo de hecho bajo l a dominación española. Desde el punto de vista formal, después de 1821 los mexicanos reivindicaron su derecho a gobernarse a sí mismos pero, en l a práctica, fueron en Acapulco los gachupines los que siguieron gobernando. C o n paciencia y astucia, aprovechando l a inercia de tres siglos, l a i n comunicación, las pugnas intestinas y l a indolencia y miseria de los nativos, los españoles se fueron apoderando poco a poco de todas las riquezas de l a región y controlando todas las actividades productivas. A través de los años, tres casas españolas, B . Fernández y Cía., P . Uruñuela Cía. y Sucs., y Alzuyeta y Cía., habían llegado a d o m i n a r en forma absoluta la economía de ambas costas —Costa C h i c a y Costa G r a n d e — , donde se halla l a riqueza de Guerrero. A l iniciarse l a segunda década del presente siglo, el d o m i n i o de los gachupines era quizá más absoluto que el que ejercían en todo el país a l iniciarse l a guerra de liberación nacional, en 1810. Esas tres casas españolas controlaban en forma total l a economía de ambas costas y, p o r lo tanto, l a v i d a política. E r a n las dueñas del comercio, de l a tierra, de l a producción agrícola, de las fábricas, de las comunicaciones y del crédito. N o había muchacha h u m i l d e , si era hermosa, que escapara a los caprichos de los propietarios; todo podían a d q u i r i r l o por l a buena o por l a mala: poseían e l dinero y el poder público. A c a p u l c o vivía en pleno régimen colonial. E l secreto de ese d o m i n i o era l a incomunicación. Los españoles l u charon por mantenerla, amenazando, asesinando, cohechando. Todos los enviados del gobierno federal comisionados para estudiar las posibilidades de abrir l a carretera regresaban ricos, pero con u n informe negativo en l a cartera. Las tres casas españolas poseían u n a flotilla de pailebotes que hacían e l servicio de cabotaje entre Acapulco y M a n z a n i l l o , hacia el N o r t e , o hasta S a l i n a C r u z , p o r el Sur. Siendo ellos los armadores de esos

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barcos, ningún competidor podía proveerse directamente de mercancías. Poseían además los chalanes que hacían el servicio de carga y descarga desde los barcos a l a costa, pues no había muelle. E l tráfico por los caminos de herradura estaba también bajo su control; los grandes atajos de muías que recorrían las montañas sureñas estaban al cuidado de sus agentes Félix T e r á n en Acapulco, Rosendo Cárdenas en Coyuca, Zeferino T o r r e b l a n c a en San Gerónimo, M a u r o Guerrero en San Marcos, y Josefa G u i l l e n v i u d a de P a m p l o n a en Ometepec de ia Costa Chica. Estos individuos eran, al mismo tiempo, agentes de compra y acaparadores, a l servicio de los españoles y financiados por ellos. Los campesinos desamparados se veían obligados a entregar sus cosechas o venderlas al tiempo a cambio de mercancías (una m u d a de manta para una familia campesina por u n a carga de ajonjolí). E n P i e de l a Cuesta las tres casas españolas poseían grandes bodegas, destinadas a guardar las cosechas acaparadas con fines de regularización del mercado, o de encarecimiento. Para hacer más absoluto su d o m i n i o , los españoles habían a d q u i r i d o enormes extensiones de tierra en ambas costas. P a r a poder subsistir, m i les de campesinos despojados se veían obligados a arrendar las tierras o a trabajarlas como medieros; en uno y otro caso debían sembrar aquello que el patrón les ordenase. C u a n d o los españoles levantaron sus fábricas de hilados y tejidos —El Ticuí y Aguas Blancas—, exigieron a los campesinos que sembrasen algodón, y se lo compraban a precios arbitrarios. Para aprovechar las cosechas de copra, que adquirían a precios ínfimos, construyeron u n a fábrica de jabón, La Especial, cerca de Acapulco. E l pequeño comercio ejercido por los mexicanos dependía asimismo de las tres casas españolas, que proporcionaban las mercancías a crédito y en condiciones de tal manera onerosas, que el deudor estaba siempre a merced del acreedor. Las tres casas habían creado u n fondo destinado a hacer quebrar a los competidores peligrosos, que naturalmente no eran los mexicanos, sino los libaneses. T a l vez por su misión siniestra, l l a m a ban La Calavera a l a caja fuerte que guardaba ese dinero destinado a cohechos, a " m o r d i d a s " , a c u b r i r las pérdidas originadas por l a venta de mercancías en competencia a precios de dumping y también a pagar servicios especiales de los pistoleros de alquiler. Los agentes viajeros que llegaban al ^puerto y se atrevían a ofrecer su mercancía a los mexicanos eran boycoteados por las casas españolas. Los gachupines habían puesto el pie en el pescuezo a los comerciantes mexicanos. P a r a librarse de esa asfixiante sujeción, algunos hombres de negocios nativos conjugaron sus fuerzas y adquirieron barcos propios para transportar su mercancía. Los españoles, entonces, cohecharon a los capitanes para inducirlos a hacer naufragar los buques. T a l cosa ocurrió con El Progreso, de nueve toneladas, y con La Otilia, de seis toneladas, que, con el pretexto de alguna tormenta, fueron arrojados contra los arrecifes. Esa "economía d i r i g i d a " que habían implantado para su propio beneficio las tres casas españolas tenía que apoyarse en el control político. E l triunvirato español ejercía el poder político a través de testaferros y

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peleles mexicanos, designados por los gachupines. D o n Cecilio Cárdenas, d o n Simón Funes, d o n A n t o n i o Pintos y otros se turnaban en el ejercicio de l a autoridad m u n i c i p a l . Sus cargos eran honorarios, pero ningún sueldo podía igualar las ventajas de estar en gracia con los españoles. A su influencia corruptora no escapaban las autoridades federales: jueces, administradores de aduana, celadores, jefes de guarnición de l a plaza, etc. E n los tiempos del porfiriato, como recurso n o r m a l contra los campesinos que se rebelaban contra los gachupines, existía l a leva: a los insumisos los hacían detener y los entregaban a los cuarteles, para que les pusieran el chaco (la gorra m i l i t a r , según l a expresión popular en Guerrero). F i nalmente, como expresión definitiva de su d o m i n i o político, eran las casas españolas las que pagaban a l a policía del puerto. Naturalmente, a esa hegemonía económico-política hacía falta el dom i n i o espiritual. Los dueños de ambas costas jamás crearon u n a institución de servicio social, n i u n hospital, n i u n asilo, pero sí f u n d a r o n en A c a p u l c o el Colegio G u a d a l u p a n o , que dirigía l a profesora Nicolasa Vizcarra, bajo l a vigilancia de la Iglesia. Se impartía allí u n a educación confesional, y se esforzaban por arrancar a los niños su respeto y amor a l a p a t r i a mexicana. E n ese colegio, en lugar del h i m n o nacional, se cantaba a l a entrada y salida de clases l a marcha real española. Este intento de desmexicanización se realizaba con toda l a población del puerto. Las fiestas patrias pasaban casi desapercibidas; en cambio, el 8 de septiembre —aniversario de l a batalla de Covadonga— se festejaba con gran p o m p a : tedeums, desfiles bajo palio, procesiones encabezadas por las autoridades militares y eclesiásticas con atuendos de l a época del I m p e r i o de I t u r b i de y, naturalmente, l a marcha real española día y noche.

E L DESPERTAR DEL PUEBLO T a l era l a situación de Acapulco en 1910.

E n el siglo transcurrido

desde el G r i t o de Dolores, ios gachupines del puerto habían recobrado totalmente su d o m i n i o . L a Revolución triunfante, con M a d e r o , no operó ningún cambio en l a situación de A c a p u l c o , pero poco después —1913— empezaron a ser motivo de comentarios en el puerto las veleidades de u n joven acapulquense, m i e m b r o de u n a de las más encumbradas y ricas familias de l a l o c a l i d a d : J u a n Rfeguera] Escudero. Resultaba i n e x p l i c a b l e para todos que aquel muchacho alegre y simpático, hijo de u n español m i l l o n a r i o , se codeara con los estibadores y cargadores de l a playa. A l regresar en i g i o de los Estados U n i d o s , donde había estudiado tres años en el Saint Mary's College de O k l a h o m a , construyó u n a lancha de motor —La Adelina—,

l a p r i m e r a que h u b o en

Acapulco, y manejándola él mismo organizaba excursiones a L a R o q u e ta, cobrando cincuenta centavos por i d a y vuelta.

E n esa época, J u a n

conoció l a terrible situación en que vivían los trabajadores del mar, que ganaban salarios de u n peso por jornadas de trece y catorce horas, descargando bultos hasta de cien kilogramos, con eL agua a l a cintura, de los lanchones a l a playa.

Conoció las infamias de los enganchadores norte-

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americanos, que llegaban a l puerto a "levantar, l a contrata"* de carne morena para los cafetales de Centroamérica. Los negreros norteamericanos rechazaron l a demanda de dólar y medio por jornada que exigieron los trabajadores de Acapulco aconsejados por J u a n , y los enganchadores se fueron a recoger su cargamento h u m a n o a Manzanillo. Escudero, joven i n t u i t i v o , y que además había observado las luchas de los grandes sindicatos portuarios de San Francisco, California, comprendió que el camino era l a organización, y congregó en u n a Unión a todos los trabajadores de mar y tierra, estibadores y cargadores. ( L a L i g a de trabajadores a bordo de los barcos, fundada entonces por Escudero,, subsiste todavía; es u n poderoso sindicato, que dirige u n discípulo de J u a n , " T a n c h o " [Constancio] Martínez.) Sus demandas se reducían a la jornada de ocho horas, el descanso dominical y el aumento del salario. L a colonia española se alarmó; a través del padre, don Francisco Escudero y Espronceda, trataron de someter al hijo pródigo, pero todo fué en vano. E n su fuero interno, d o n Francisco veía con simpatía las actividades de su hijo. Los gachupines decidieron entonces aplicar a l revolucionario sus métodos acostumbrados: halagaron a l jefe m i l i t a r , Silvestre M a riscal, interesándolo en negocios productivos, y lo convencieron de que J u a n era u n peligro en el puerto y debería ser eliminado. A l producirse l a traición de V i c t o r i a n o H u e r t a , Mariscal reconoció al gobierno usurpador; el momento era p r o p i c i o y el jefe m i l i t a r decidió expulsar de Acapulco a J u a n R . Escudero. E l deportado desembarcó en Salina Cruz y siguió a l a ciudad de México, donde se hallaba su hermano Fulgencio. E n l a capital trabajó para sostenerse como inspector de jardines. Se relacionó con algunos líderes del movimiento anarquista. Dedicaba todas sus tardes, después del trabajo, a l a Casa del Obrero M u n d i a l , que se hallaba en su apogeo como centro rector de l a v i d a revolucionaria y tenía entonces sus oficinas en l a Casa de los Azulejos. Pasó después u n a temporada en el puerto de V e r a cruz, donde se gestaba el gran movimiento izquierdista que culminó d u rante el gobierno d e l coronel Tejeda, y, ya r u m b o a Acapulco, se radicó algún tiempo en Tehuantepec, donde trabajó como secretario de u n juzgado de distrito y aprendió a redactar amparos, conocimiento que tan útil le sería más tarde. E n agosto de 1919, J u a n se hallaba de nuevo en Acapulco. E r a u n hombre de treinta años, fuerte y optimista. Llegaba con u n bagaje filosófico, obtenido en l a Casa del Obrero M u n d i a l , en sus lecturas y en su trato, por correspondencia, con su maestro R i c a r d o Flores Magón. L a Revolución mexicana se había consolidado, y l a clase obrera había tomado el poder en l a R u s i a zarista. Escudero desconocía el marxismo, pero intuía que L e n i n era en esos momentos el guía de l a h u m a n i d a d progresista y que el futuro del m u n d o debía ser modelado p o r los trabajadores. Cuando regresó sabía ya, con exactitud, qué era lo que tenía que hacer. T o m M i x , el héroe de las películas yanquis, despertaba por entonces mucho interés entre los sencillos acapulquenses. C u a n d o se exhibía alguna de sus películas, el "Salón R o j o " se llenaba a reventar. Escudero aprovechó l a o p o r t u n i d a d , compró u n boleto de galería, y durante el inter-

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m e d i o de u n a de estas funciones se dirigió a los trabajadores en u n discurso exaltado y ardiente, invitándolos a organizarse en u n p a r t i d o político, para- l u c h a r contra los explotadores españoles. L a batalla se había iniciado e n el p r o p i o reducto de los enemigos. E l propietario, M a x i m i n o Sanmillán (español), llamó en su a u x i l i o a l a policía, y se produjo u n zafarrancho sangriento. Así se inició en Acapulco u n período de agitación; no había acto de masas en el puerto que no fuese aprovechado por Escudero o sus discípulos para llamar al pueblo a organizarse y luchar contra sus expoliadores seculares. Esa táctica bolchevique y el contenido de las prédicas le valió a Escudero el mote de " e l L e n i n de Guerrero". Finalmente, en l a casa núm. 3 de l a calle de Rosendo Posada se constituyó el P a r t i d o Obrero de Acapulco. E l p r i m e r presidente fué el "herrero Santiago Solano, pero el a l m a de l a organización era indiscutiblemente J u a n R . Escudero. E l 1° de mayo de 1920, durante l a demostración obrera, se planteó l a participación del flamante partido en l a lucha electoral, para arrebatar el d o m i n i o político a los gachupines. J u a n se resistía a figurar en l a p l a n i l l a , para evitar que el p u e b l o supusiera que había fundado u n partido para su beneficio personal, pero cedió finalmente a las instancias de sus partidarios, y aceptó su postulación. Su triunfo fué arrollador, pero en l a computadora —reunida en l a casa de Matías Flores— se intentó escamotearle l a victoria; el pueblo, a pesar de l a intervención de l a policía y de las fuerzas federales, hizo respetar su voluntad. E l presidente de los computadores, mayor Esteban Estrada, tuvo que proclamar oficialmente el triunfo de Escudero. E l 1° de enero de 1921 l a bandera del P a r t i d o Obrero de Acapulco, roja y negra, con l a hoz y el m a r t i l l o en el centro, ondeó en el asta del palacio m u n i cipal. L a comuna acapulqueña no existía en realidad; había sido hasta entonces u n instrumento de d o m i n i o de los gachupines; no había normas, n i bando de policía, n i policía (pues l a que existía era u n grupo armado y pagado por los españoles); los impuestos se fijaban caprichosamente; no había tesorería; los funcionarios del Ayuntamiento no percibían sueldos; en f i n , era u n verdadero caos organizado en beneficio de los amos d e l puerto. J u a n tuvo que crearlo todo. Fijó sueldos de cinco pesos a los regidores y de ocho al presidente m u n i c i p a l ; nombró policía pagada por el A y u n t a m i e n t o ; designó. a su hermano Felipe tesorero m u n i c i p a l , para lo cual le exigió u n a fianza que garantizara sus manejos (la fianza l a dió el padre de los Escudero). R e d u j o los cobros que se hacían en el mercado, e impuso como impuesto máximo el de $0.25; creó las j u n tas municipales, para evitar a los residentes de los pueblos el tener que hacer viaje hasta l a cabecera para tratar sus asuntos; emprendió u n a batida contra l a i n s a l u b r i d a d ; exigió que todos los propietarios barrieran el frente de sus casas. E n suma, J u a n implantó en Acapulco el imperio de l a ley y de la justicia. E n cierta ocasión, u n perro, propiedad de l a f a m i l i a Escudero, mordió a l a anciana F e l i p a Buenaga; J u a n citó al propietario del a n i m a l . D o n Francisco Escudero y Espronceda se presentó en el palacio m u n i c i -

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pal ante su hijo. Éste exigió a su padre que pagara el costo de l a curación de l a anciana, y le aplicó además u n a m u l t a de $100; ordenó que su padre fuera detenido hasta que no hiciera efectiva l a m u l t a . E l anciano se paseaba furioso por los salones, tirándose de las barbas de plata: " P e r o ¿es decir que n i a tu p r o p i o padre respetas?", clamaba. " E l buen juez, contestaba J u a n , por su p r o p i a casa empieza." Fué necesario enviar a u n policía a l a casa del detenido para recoger el importe de la m u l t a ; sólo entonces fué libertado. O t r o tanto ocurrió con Ernesto, medio hermano de J u a n , multado por no barrer el frente de su casa, y con el cura de Acapulco, d o n Florentino Díaz, y con muchos otros poderosos. P o r falta de personal y de dinero para pagarlo, J u a n en persona, con su hermano Felipe, recorría el mercado; para vigilar l a calidad de los alimentos, conocer los problemas de l a ciudad y escuchar las quejas de los humildes. E l joven alcalde trabajaba día y noche. E l palacio m u n i c i p a l se convirtió en l a casa del pueblo. P a r a atender mejor los asuntos oficiales, J u a n decidió instalarse en l a p r o p i a casa m u n i c i p a l ; tomó u n a habitación, y se asignó u n a renta de treinta pesos mensuales, que pagaba puntualmente. E l P a r t i d o . Obrero se fortalecía y crecía arrolladoramente. Hombres y mujeres ingresaban en masa y pagaban su cuota de $0.25 semanarios, con l o que el P a r t i d o se sostenía en forma independiente. N o se aceptaba ayuda económica de n i n g u n a persona ajena a l a organización. D o n José Saad, comerciante árabe que simpatizaba con Escudero, le envió u n obsequio — u n par de zapatos—, que J u a n rechazó; Saad ofreció entonces u n a cantidad para ayuda del P a r t i d o . A n t e l a nueva negativa de Escudero, el árabe inquirió a través de " C o b i t o s " (Gustavo Cobos Camacho, fiel ayudante del alcalde) " s i aceptaría u n 30-30". Escudero aceptó inmediatamente. " L o recibo —comentó con Cobos— porque con esas armas acabaremos con todos esos capitalistas." L a colonia española temblaba de i r a y de miedo ante el avance de l a revolución escuderista. Mantenía aún férreamente el control económico y seguía contando con l a complicidad de las autoridades federales del puerto. E r a u n a l u c h a desigual: l a comuna de Acapulco, pobre y apenas improvisada, contra el poderío económico de los gachupines, que se extendía por ambas costas. J u a n decidió dar l a batalla en todos los frentes, y el P a r t i d o O b r e r o fué controlando u n o tras otros los municipios de ambas costas de Guerrero. E l único medio de acabar con el d o m i n i o económico de los españoles consistía en l a apertura de l a carretera a México. J u a n acudió a l gobierno federal y logró l a simpatía d e l presidente Obregón para el proyecto. E r a u n a l u c h a a muerte. J u a n vivía constantemente amparado, pero a pesar de eso no p u d o evitar i n f i n i d a d de atropellos, encarcelamientos en el castillo de San Diego, amenazas de muerte; pero el líder del P a r t i d o Obrero tenía teniple bolchevique; mientras más d u r a l a lucha, mayor era su entusiasmo para el combate. Desde las páginas de su pequeño periódico, Regeneración — a f l o r a m i e n t o magonista, creado a raíz de l a fundación del p a r t i d o y que se hacía en u n a imprenta p r o p i a , a d q u i r i d a por 90 dólares en los Estados Unidos—, flagelaba sin descanso a sus enemigos,

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los gachupines. Éstos crearon su prensa para combatir al escuderismo, pero viendo que perdían terreno, decidieron emplear sus viejos métodos, radicales pero efectivos: el cohecho y el asesinato.

E L TIRO DE GRACIA L o s gachupines h i c i e r o n girar l a combinación de La Calavera. A l g o siniestro debería ocurrir. Cuatro de los regidores de l a comuna encabezada p o r Escudero sucumbieron a l a tentación: Ismael Otero, Ignacio Abarca, Plácido Ríos y E m i g d i o García. L a crisis estalló en el seno d e l cabildo cuando se planteó e l problema del rastro. Hasta entonces el abastecimiento de carnes p a r a la población había sido u n o de los negocios más productivos, porque se ejercía sin control oficial y porque l a mayoría de las 1

reses sacrificadas procedían del abigeato. Escudero trató de acabar con esa anarquía. H u b o u n a serie de sesiones turbulentas, durante las cuales J u a n estuvo varias veces a p u n t o de ser asesinado, en u n a ocasión por Ismael Otero y en otra por A l f r e d o R e b o l l e d o ; en ambas le salvó l a vida su mujer, Josefina ("Chepina") Añorve, hermosa y brava morena de diecisiete años, que además de amante era su guardaespaldas. Pero nada hacía retroceder a Escudero; estaba resuelto a restituir al m u n i c i p i o sus legítimos ingresos, para beneficio, del pueblo. Los gachupines, coligados con e l mayor de órdenes de l a Plaza, mayor J u a n S. Flores, y con el comandante del Resguardo, L u i s M a y a n i , decidieron acabar de u n a vez. L a sesión del 11 de marzo de 1922 fué la más tormentosa; terminó a las dos de l a mañana con l a decisión inquebrantable de Escudero de acabar con l a i n m o r a l i d a d en el asunto de l a carne. E l palacio m u n i c i p a l estaba cercado p o r las fuerzas federales. D e acuerdo con el p l a n trazado p o r los gachupines, se hicieron algunos disparos desde el palacio m u n i c i p a l hacia el edificio del Resguardo Marítimo; fingiéndose agredidos, los celadores replicaron y se lanzaron a l asalto con l a cooperación de las fuerzas federales. J u a n , con sus quince policías m a l armados, resistió el ataque. A las tres de l a mañana l a puerta fué violentada, y los asesinos penetraron en busca de Escudero; éste intentó escapar por l a parte posterior, pero a l escalar u n m u r o fué alcanzado por las balas de los soldados apostados en u n edificio fronterizo; herido, cayó a l interior del palacio m u n i c i p a l ; arrastrándose, ayudado p o r C h e p i n a , llegó hasta el cuarto que ocupaba en el mismo palacio m u n i c i p a l . C u a n d o su mujer trataba de a u x i l i a r l o se presentó el mayor Flores: "Vengo a darle el tiro de gracia a este tal por c u a l " , dijo. Se acercó hasta donde estaba el herido y le disparó a l a cabeza; a la frente afloró l a masa encefálica. C h e p i n a se arrojó sobre el asesino, que intentaba seguir disparando sobre Escudero; l a mujer luchó desesperadamente con el c r i m i n a l , que a l f i n se retiró, considerando su misión cumplida. Los amigos de J u a n , entre tanto, habían movilizado a l a justicia feder a l . E l juez de distrito, L i c . R o d o l f o N e r i , se presentó en persona en el palacio m u n i c i p a l p a r a recoger a J u a n y llevarlo a l H o s p i t a l C i v i l . E l

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tiro de gracia sólo había afectado u n sector del cerebro. Gracias a su extraordinaria constitución, Escudero sobrevivió, pero perdió el brazo derecho y quedó paralizado de medio cuerpo. E l Ayuntamiento fué desconocido, y se nombró en su lugar u n a j u n t a de Administración C i v i l . Los despojos del líder fueron llevados a su casa, que desde ese momento se convirtió en el cuartel general del escuderismo. J u a n estaba vivo, por lo tanto l a l u c h a no había terminado.

L A TRAGEDIA DEL ACUACATILLO Después de l a terrible experiencia del 11 de marzo, con u n brazo menos y paralizado de medio cuerpo, Escudero podía haber abandonado la lucha sin provocar la crítica. Su cuerpo quedó maltrecho, pero su espíritu salió más templado de l a prueba. A u x i l i a d o por sus ayudantes —su hermano F e l i p e , Alejandro Gómez M a g a n d a , Cobos Camacho, J u l i o Diego, A n i t a B e l l o y otros muchos— y de acuerdo con sus colaboradores, los hermanos Baldomero y Amadeo Vidales, doña María de l a O , Feliciano R a d i l l a , entre otros, continuó la batalla contra el feudalismo español, con renovados bríos. E l P a r t i d o Obrero era ya u n a fuerza estatal, que había logrado llevar al gobierno de Guerrero al L i c . R o d o l f o N e r i , abogado honesto y progresista. J u a n había sido electo diputado, teniendo como suplente a Santiago Solano. Fué seguramente éste el período más intenso de l a vida de J u a n Escudero. Su invalidez, su reposo forzado estimulaban su actividad intelectual, que había quedado intacta a pesar del tiro de gracia. Desde su sillón de inválido, dirigía l a vida del P a r t i d o y u n a escuela de comercio que había fundado. Se cuenta que, desesperado ante l a i m p o s i b i l i d a d de contar en cualquier momento con u n secretario que tomase su dictado, había aprendido a escribir con los pies. L a verdad es que poseía u n extraño d o m i n i o sobre sus facultades físicas. Antes del 11 de marzo era n o r m a l en él atender simultáneamente u n a conversación con dos personas, sobre temas distintos y, al mismo tiempo, escribir en máquina sobre cualquier otro asunto. E r a una personalidad magnética y dinámica, de una irresistible simpatía, u n líder n a t u r a l , que en otras circunstancias h u b i e r a llegado m u y lejos. Inteligencia p r i v i l e g i a d a , carácter, honestidad política y personal, de l a que sólo pueden encontrarse antecedentes entre los hombres de la R e f o r m a . L a l u c h a continuaba más enconada que nunca. Los gachupines veían angustiados el f i n de su imperio, pues proseguían los trabajos en la carretera; los obreros y campesinos habían logrado algunas conquistas.

Con

sus propios recursos, Escudero había creado u n a tienda pequeña — l a llamó El Sindicato—,

atendida por C h e p i n a , en donde se vendían mercan-

cías de p r i m e r a necesidad a los obreros en huelga, a precios m u y inferiores a los d e l mercado.

L a bandera rojinegra de Escudero era paseada

victoriosa p o r las calles del Puerto. E l P a r t i d o Obrero se preparaba para nuevas batallas, cuando el 1° de diciembre de 1923 se sublevó en Iguala, en contra del gobernador N e r i ,

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e l general Rómulo Figueroa. L a sublevación tenía u n carácter local, al menos así lo aseguró el rebelde al presidente Obregón; éste rechazó l a pretensión de que los jefes militares se arrogasen el derecho de vetar a las autoridades estatales. " D e consentirlo —dijo Obregón a Figueroa—, se derrumbaría por su base el orden constitucional." E l general R o b e r t o C r u z fué destacado para combatir a los rebeldes. E l día 6 de diciembre d e l mismo año se sublevó en Veracruz el general Guadalupe Sánchez, i n i ciándose así u n o de los movimientos reaccionarios más sangrientos y funestos que ha habido en México. A l estallar l a sublevación, Obregón dió a Escudero el grado de general y a sus hermanos Felipe y Francisco el de coroneles. Les ordenó, a l a vez, poner en pie de l u c h a a todos los campesinos revolucionarios de Guerrero. E l jefe de l a guarnición de Acapulco, coronel Crispín Sámano, y el mayor de órdenes de l a plaza, J u a n S. Flores, se mantenían a l a expectativa. Cuando los escuderistas se presentaron con u n mensaje de Obregón a recoger seiscientas carabinas, los jefes militares declararon: "Díganle a Escudero que nosotros no obedecemos órdenes de Obregón." Escudero había quedado de hecho atrapado en Acapulco. Las señoras María de l a O y Carmen Galeana de Solano fueron a l telégrafo para i n f o r m a r a Obregón de lo que ocurría en el puerto, pero sus mensajes no pasaron. D u r a n t e una semana, Acapulco vivió las horas más tensas de su historia. Obregonistas y delahuertistas, dentro de l a ciudad, frente a frente, contemplándose con recelo. P o r u n lado, todo el pueblo de Acapulco apoyando a su líder, y p o r el otro, fuerzas federales b i e n equipadas, que no se atrevían a atacar. E l p u e b l o hacía guardia en l a plazuela frente a l a casa de los Escudero — l a plaza roja de Acapulco—, aguardando órdenes del jefe. P a r a rescatar al líder llegaron a l puerto, desde Atoyac, a l frente de sus hombres, los hermanos Vidales y Feliciano R a d i l l a . Propusieron a Escudero que se fuera al monte, para formar u n ejército y batir a l a reacción. Pero los enemigos de Escudero no querían soltar su presa. A través del cura F l o r e n t i n o Díaz — l a Iglesia cumplía u n a vez más con el papel de auxiliar del capit a l i s m o — , presionaron sobre el ánimo de l a señora Irene Reguera, madre de los Escudero, y sobre el ánimo de doña T r i n i d a d Hernández, esposa de Francisco Escudero, para que éstos se entregaran;, de hacerlo así —insistía el c u r a — , se les respetaría l a v i d a . Doña Irene corría del curato a l cuartel (donde Sámano confirmaba que daría garantías a los Escudero) y de allí a su casa, rogando y ordenand o a sus hijos que se entregasen. E l cerco se estrechaba. Los atoyaqueños, impacientes, exigían u n a decisión. J u a n resolvió partir con ellos; sus amigos y ayudantes organizaron l a fuga: deberían salir de noche, a cabal l o , y embarcarse en el M u e l l e del Carbón. J u l i o Diego conduciría a J u a n (incapacitado p a r a sostenerse en l a silla), montado en las ancas del cabal l o . A l darse cuenta de estos preparativos, l a madre se plantó frente a sus hijos y les dijo dramáticamente: " S i ustedes se van, les j u r o que me arrojaré de cabeza al pozo." "¡Vayanse ustedes!", dijo J u a n a los atoyaqueños; y dirigiéndose a doña Irene: " M a d r e , nos van a matar, pero te haremos el gusto; nos quedaremos."

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A l salir de Acapulco los guerrilleros de Atoyac, el cerco se fué estrechando sobre l a casa de los Escudero. Dos horas más tarde llegaron a detenerlo. Decía J u a n a doña Irene: "Oye, madre, ¿dónde están las garantías que te ofrecieron? ¡Yo no salgo de m i casa!" L a madre llamó al cura en su a u x i l i o , para que convenciese a sus hijos. J u a n se negó a recibir a d o n Florentino. Impacientes, los soldados forzaron l a entrada y detuvieron a los tres hermanos, para conducirlos al castillo de San Diego. D e l 15 al 21 de diciembre estuvieron en l a prisión. E l pueblo proponía asaltar el castillo y libertar a sus jefes. Doña Irene se oponía: " Q u e n o se mueva nadie, ordenaba, porque matan a mis hijos." ¿Por qué no fueron asesinados desde luego? Doña María de l a O lo explica: " L o s militares no los asesinaron luego, porque estaban gestionando venderlos a los españoles, como cualquiera otra mercancía. Se hizo u n a colecta, que encabezaron Alfredo y Alfonso G u i l l e n , con diez m i l pesos cada u n o ; el resto, hasta completar treinta m i l , lo aportaron F i d e l Salinas, José Osorio, Pedro Galeana, los hermanos Samuel, Félix y M a n u e l Muñúzüri, Francisco V e l a , los Garay y otros. E l día 20 llegó a Acapulco l a p a n d i l l a de Rosalío R a d i l l a , a l a cual se incorporaron en el puerto R e y n a l d o Sutter, E m i g d i o García, Facundo Morlet, Policarpo Domínguez y otros muchos. A ellos les fueron entregados los presos para que los asesinaran." E l 20 de diciembre, por l a tarde, doña Carmen Galeana de Solano visitó con su pequeña hija H i l d a a los Escudero, en su celda del Castillo. L a niña lloró cuando oyó a Felipe tocar en el violín su vals predilecto, Evelia. " D o n d e llora esa criatura, sin motivo, comadre, es que nos van a matar", comentó J u a n , amargamente. A l día siguiente, a las cinco de l a mañana, fueron sacados del castillo en el camión de una fábrica de los españoles —La Especial—, hasta donde terminaba el camino; luego, amarrados y a pie, hasta el Aguacatillo, cerca de L a V e n t a . Allí fueron acribillados en forma salvaje. E n el camión que los conducía, Felipe logró arrebatar el máuser a uno de los soldados y se enfrentó a l a escolta, pero fué desarmado después de haber herido gravemente a uno de los guardias. A l a hora del sacrificio, los verdugos se ensañaron contra Felipe: su cuerpo presentaba catorce heridas. A J u a n , caído y atravesado por las balas, le colocaron u n arma en la nariz y le dispararon el tiro de gracia. Luego los dejaron abandonados. L a noticia de que los Escudero habían sido sacados del castillo puso en movimiento a todo el puerto. Centenares de mujeres, encabezadas por doña María de l a O, salieron en su busca. Cuando llegaron al Aguacatil l o , h a l l a r o n a J u a n con v i d a , completamente lúcido. E l segundo tiro de gracia le había roto l a p i e l , sin penetrar en l a cabeza. H i z o u n a relación detallada de los hechos y señaló a sus asesinos. Las autoridades de L a V e n t a se negaron a levantar el acta y a a u x i l i a r al herido. J u a n seguía revolcándose en su sangre, p i d i e n d o que lo condujeran a Acapulco, con su pueblo; con perfecta lucidez hacía recomendaciones a sus amigos: " Q u e m i sangre no sea estéril", decía. "¡Sigan adelante!" Las mujeres lloraban, y el herido seguía desangrándose, a l rayo del sol.

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Cerca de las cuatro de l a tarde, el mismo camión que los había conducido al sacrificio fué a recogerlos. J u a n seguía con vida. N o perdió su lucidez n i u n momento, y ante el dolor de sus amigos tenía frases de aliento. Cerca de las seis de l a tarde —doce horas después de haber recib i d o el segundo tiro de gracia—, ya entrando en el puerto, a l a altura del sitio donde hoy está el C i n e Río, J u a n expiró en el regazo de doña Carm e n Galeana. " Q u e Dios me deje con v i d a , para reprocharle esto a m i m a d r e " , fueron sus últimas palabras. Doña Irene recibió en su casa los cadáveres de sus hijos, impasible, sin u n a lágrima en los ojos; cuando fueron tendidos en sus camas, los persignó, les besó las plantas de los pies y se arrodilló a rezar el rosario. D o ñ a Irene Reguera v i u d a de Escudero —don Francisco había fallecido e l 26 de marzo de 1923—, con la razón p e r d i d a , sobrevivió diez años a sus hijos.

LOS HERMANOS VlDALES Menguado papel histórico el del delahuertisnio. Rebelión sin cabeza, s i n principios, sin bandera. Revancha sangrienta y cruel de políticos frustrados, d e l latifundismo y del gachupinismo. N o es una simple cas u a l i d a d que algunos de los que l a provocaron estén ahora al servicio del imperialismo norteamericano. E l delahuertismo fué l a reacción violenta de l a burguesía más reaccionaria en contra de l a Revolución; y precisamente en aquellos lugares en que ésta había a d q u i r i d o u n profundo sentido de clase —Veracruz, Acapulco y Mérida— fué donde se expresó con m a y o r ferocidad. E l delahuertismo, sin apoyo en las masas, fué vencido rápidamente. T a l parece que su misión consistía simplemente en asesinar, en hacer desaparecer a los líderes más avanzados d e l movimiento social mexicano en esos momentos. E n Guerrero, el delahuertismo fué derrotado con facilidad. E l 17 de marzo de 1924 se r i n d i e r o n ante el general C r u z los generales Figueroa y Sámano (ascendido a general por su "acción heroica" en Acapulco) y ante el general Castrejón, pocos días después, los hermanos Ambrosio y Francisco Figueroa y Rosalío R a d i l l a . Acapulco, entre tanto, había sido evacuado p o r los rebeldes. Los gachupines, que naturalmente habían apoyado a los delahuertistas, se hallaban consternados. T o d o s los escuderistas habían tomado las armas p a r a defender al gobierno de Obregón; ahora estaban a las puertas de Acapulco, y al frente de ellos los hermanos Baldomcro y Amadeo Sfebastián] Vidales, copartícipes, con los hermanos Escudero, en l a gran batalla contra los españoles. Aterrorizados hasta l a locura, más p o r los gritos de su conciencia que por hechos reales, convencieron a l cónsul norteamericano en el puerto, doctor H a r r y K. P a n g b u r n , para que, a su vez, solicitase del jefe m i l i t a r que había ocupado l a plaza, u n oficial de nombre A m a d o r Estrada —lamentable destino el de ese apellido—, su intervención, para que desembarcaran tropas norteamericanas del crucero y a n q u i Cincinnati a f i n de proteger contra las "hordas agraristas", no al pueblo de Acapulco, sino ¡a la coló-

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nia española! E l 13 de marzo de 1924, e l comandante del buque de guerra norteamericano, u n tal Nelson, se dirigió al secretario de G u e r r a , general Francisco R . Serrano, en los siguientes términos: " A solicitud personal urgente del jefe de las tropas federales que ocupan el puerto de Acapulco y del cónsul norteamericano, me estoy preparando para desembarcar u n a fuerza a r m a d a . . . con e l f i n de ayudar al jefe m i l i t a r mexicano a mantener la ley y el orden en l a c i u d a d . . . ; [en vista de que] no hay jefe m i l i tar de responsabilidad al mando en esa ciudad, he accedido a esta petición, únicamente por razones h u m a n i t a r i a s . . . Las tropas agraristas están llegando constantemente, indicando todo graves desórdenes para antes de la noche. . . " E l general Francisco R . Manzo, subsecretario de Guerra, contestó, en ausencia del titular de l a dependencia: "Ningún oficial está autorizado para solicitar apoyo de fuerzas extranjeras, cualesquiera que sean las condiciones en que se encuentre.. . U d . no debe basarse en l a solicitud de u n jefe que U d . mismo califica de irresponsable. . ." Sin embargo, l a infantería de m a r i n a del Cincinnati desembarcó, tal como lo anunció el comandante Nelson. Cuando al día siguiente (14 de marzo) entró Vidales, exigió l a retirada inmediata de las tropas yanquis; en u n enérgico oficio hacía responsable al cónsul P a n g b u r n de lo que ocurriera si los norteamericanos no evacuaban el puerto inmediatamente. Los yanquis se embarcaron después de algunas horas de ocupación. L a prensa de l a c i u d a d de México comentó: " A c a p u l c o fué ocupado p o r el señor Amadeo Vidales, persona de toda confianza y h o n o r a b i l i d a d . " Los escuderistas, dueños militarmente del puerto, podían haber tomado represalias; podían haber saqueado o incendiado las casas de los españoles; el pueblo de Acapulco pudo hacerse justicia a l a Fuenteovejuna; a nadie se habría culpado de ello. Sin embargo, los Vidales hicieron guardar el orden. Los miles de escuderistas armados para defender el gobierno de Gbregón fueron concentrados en l a ciudad de México; después de algunos meses, a instancias de ellos mismos, fueron comisionados por l a federación para trabajar en el tramo de brecha que faltaba para abrir l a carretera Acapulco-México. T o d o s , sin tener en cuenta sus grados militares, cogieron el pico y l a pala. T r a b a j a r o n con entusiasmo; bien sabían que aquel l a brecha significaba l a victoria final contra el dominio de los gachupines. Escudero les había enseñado que mientras no se abriese ese camino no podría derrotarse al enemigo. E n esa forma aquellos hombres rindieron homenaje al jefe querido. De esa manera también Escudero, a través de su gente y ya muerto, ganó l a última batalla contra los gachupines. L a conclusión de la brecha fué el p r i n c i p i o del derrumbe del d o m i n i o español; pero antes de que éste se produjera hubo que trabar todavía muchas batallas y sufrir muchas derrotas. L a bandera de J u a n R . Escudero había quedado en manos de Amadeo S. Vidales. T r i u n f a n t e Obregón, recompensó a los escuderistas con tierras, expropiando algunas haciendas de los españoles. C o n ellas se formaron dos cooperativas agrícolas, l a p r i m e r a en tierras cercanas a L a V e n t a —regadas con l a sangre de los hermanos E s c u d e r o — , donde se formó l a sociedad agrícola que llevó

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e l nombre de Juan R. Escudero y otra, posteriormente, en tierras de l a vieja hacienda de San L u i s de l a L o m a , que perteneció a la casa B. Fernández y Cía., cerca de Cacalutla. Obregón entregó m a q u i n a r i a agrícola a los campesinos, que realizaron u n o de los primeros esfuerzos de explotación colectiva de l a tierra. E n t r e las cláusulas de l a sociedad Unión de Ambas Costas figuraban las siguientes: 1 ) « A d q u i r i r por medio de l a cooperación y el trabajo unido de m u chos los recursos necesarios para l a satisfacción de las necesidades de sus miembros y asegurar su independencia económica. 2) »Desarrollar y fomentar l a producción agrícola de l a región, contribuyendo a l aumento de l a riqueza del país. 3) »Desarrollar las facultades físicas y morales de sus miembros para el mejor c u m p l i m i e n t o de sus deberes naturales, cívicos y patrióticos. 4) »Contribuir al afianzamiento de l a paz pública y al engrandecim i e n t o de l a p a t r i a . 5) »Desarrollar en sus miembros el amor al trabajo y fortificar en ellos el espíritu de unión, fraternidad, amor al suelo que los vió nacer y a l a patria.» L a l u c h a se había desplazado de l a ciudad a l campo. Tenía ahora caracteres más generales y profundos. Arrancada l a tierra de manos de los gachupines, se rompía l a c o l u m n a vertebral de su dominio económico. L a l u c h a se reanudó; pero ahora en proporciones de mayor magnitud. Los latifundistas españoles armaron grupos de guardias blancas para destruir a los escudero-vidalistas. Y a que se trataba de u n a l u c h a a fondo, A m a deo Vidales consideró conveniente poner a toda su gente en pie de guer r a . P a r a dar u n a bandera a l m o v i m i e n t o , redactó el P l a n del Veladero, d i r i g i d o a l a Nación Mexicana, en el cual, después de interesantes considerandos, expresa: " P o r lo expuesto, México, con e l propósito de m a n tener su paz interna, procede a corregir su error constitutivo, [se refiere a l a cláusula 13 del P l a n de Iguala], tomando posesión desde luego de todas las fincas rústicas y urbanas, negociaciones mineras, agrícolas, i n dustriales y mercantiles, buques y toda clase de embarcaciones matriculadas en puertos mexicanos, vehículos, semovientes, ganadería, mercancía, dinero, negociaciones bancadas, alhajas y toda clase de valores, muebles, etc., que los españoles tengan en territorio mexicano desde el día 6 de mayo de 1926." Las bases concretas d e l P l a n del Veladero eran las siguientes: 1) «Se reconoce nuestra Carta fundamental, promulgada en l a ciudad de Querétaro el 5 de febrero de 1917. 2) »Se desconoce de ahora para siempre l a cláusula núm. 13 del P l a n de Iguala de 1821, por l a que ios españoles aseguraron los bienes que manejan, despojados a l a nación mexicana p o r l a fuerza. . . 3) T> Expulsión general de españoles y nacionalización de los bienes que manejan como reintegro del despojo consumado a l a n a c i ó n . . . 4) »No se permitirá el retorno de españoles a l a nación mexicana hasta después de quince años de nacionalizados los bienes reintegrados a l a nación, a u n cuando éstos lo hagan bajo el amparo de otra bandera. 5) »Será n u l a l a escritura pública o p r i v a d a p o r l a que se transfiera

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la propiedad de inmuebles o negociaciones que en las oficinas fiscales y del Registro Público de l a P r o p i e d a d hayan estado inscritas hasta el día 6 de mayo de 1926 a nombre de españoles. Se desposeerá a q u i e n esté en posesión de ellas, sea mexicano o extranjero, y los notarios, escribanos, jueces o cualquiera que autorice títulos de tal naturaleza serán castigados como reos de alta traición a l a patria, así como los jefes y empleados de las oficinas de Migración que permitan la entrada de españoles que salgan del territorio nacional después del día 6 de mayo de 1926 y regresen nacionalizados en cualquier otro país. 6) »De los bienes reintegrados a l a nación pasarán al m u n i c i p i o libre, para su manejo como fuente de vida propia, los consistentes en fincas urbanas, factorías y toda clase de industrias que manejen españoles en el territorio mexicano, y su usufructo será destinado única y exclusivamente al fomento de l a enseñanza pública y a la agricultura nacional. 7) »De los bienes reintegrados a l a nación consistentes en fincas rústicas, inmediatamente serán dotados de tierra los pueblos, cuadrillas, rancherías y congregaciones que carezcan de ella, aplicando para el procedimiento el decreto de 6 de enero de 1915... E l reparto estará a cargo de los jefes militares del actual movimiento, que será legal y reconocido por los gobiernos de l a nación. Este capítulo afecta a los latifundios del país. 8) »De conformidad con lo prevenido por el título p r i m e r o , capítulo primero de l a Constitución General de l a República, serán respetadas y protegidas p o r este P l a n las vidas e intereses de nacionales y extranjeros no españoles. 9) »Los intereses de extranjeros no españoles que en el curso de l a guerra sean lesionados por causa de fuerza mayor, serán pagados inmediatamente p o r el gobierno de los intereses reintegrados a l a nación. 10) »Los Estados de l a República que se adhieran o secunden el M o vimiento L i b e r t a r i o de Reintegración Económica M e x i c a n a , reconocerán como directriz l a establecida en el Estado de Guerrero. . . 11) »Los inválidos en campaña serán recompensados y socorridos liberalmente. Los padres, hijos, viudas de los que sucumban en defensa de esta causa, serán pensionados y protegidos hasta su muerte por todos los gobiernos de l a nación. 12) »Este P l a n reforma en su totalidad el Manifiesto de Linares, Estado de N u e v o León, lanzado a l a nación mexicana el día 16 de septiembre de 1922 por los ciudadanos R i c a r d o y R o b e r t o D . Fernández y F. Bautista.» E l P l a n hacía u n cordial llamamiento al Ejército N a c i o n a l para que secundase el M o v i m i e n t o L i b e r t a r i o de Reintegración Económica

Mexi-

cana, y corría traslado a las naciones extranjeras del acuerdo de desconocer para siempre l a cláusula 13 del P l a n de Iguala. E l jefe del movimiento fué A m a d e o , y B a l d o m c r o Vidales el de las Fuerzas Libertadoras; suscribieron el P l a n treinta y dos personas, entre ellas Feliciano R a d i l l a , Florencio Guatemala, P a b l o Cabanas, Jesús R . Zamora, M i g u e l Baltasar Martínez, etc., todos ellos discípulos de J u a n R . Escudero.

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E l grito de guerra del Ejército L i b e r t a d o r era: " ¡ V i v a México Independiente! ¡ M u e r a n los Españoles!" E l 7 de mayo de 1926 A m a d e o Vidales atacó el puerto de Acapulco, defendido p o r el general José Amarillas. E l combate duró seis horas. Los rebeldes se fortificaron en el Cerro de l a Cruz. H e r i d o el jefe A m a deo, los rebeldes se retiraron hacia Costa Grande. E l gobierno federal, alarmado, envió a l secretario de G u e r r a , general Joaquín A m a r o , con m i l hombres; como no encontraran resistencia, se consideró l i q u i d a d o el movimiento; pero el 11 de mayo los vidalistas atacaban Zihuatanejo. E l general A m a r o llegó el 14 de mayo a Acapulco, dejó a l general Adrián Castrejón encargado de las operaciones y regresó a México; al llegar, expidió u n boletín en el que afirmaba: " N o hay campaña m i l i t a r en Guerrero." Sin embargo, seguían llegando a los periódicos noticias de las actividades de los vidalistas. L a l u c h a no era contra el gobierno, sino contra los españoles: u n a pequeña segunda G u e r r a de Independencia. Los periódicos no podían explicarse aquel fenómeno; comentaban: " E n Guerrero todo es c o n f u s i ó n . . . , todo se vuelve c o n f l i c t o s . . . ; inclusive prevalecen todavía prejuicios de r a z a . . . Parece mentira, pero en ese estado hay gentes que creen v i v i r en l a época de la conquista e indígenas que g r i t a n todavía: ¡Viva l a V i r g e n de Guadalupe! ¡Mueran los gachupines!" (Excélsior, 12 de mayo de 1926.) Las gentes de Guerrero no creían vivir en l a época de l a Conquista; vivían en ella, y l u c h a b a n por su Independencia, con el mismo grito de guerra del cura H i d a l g o . N o era ignorancia, n i prejuicios de raza de los "indígenas de G u e r r e r o " lo que les hacía gritar: " ¡ M u e r a n los gachupines!" E r a que, p a r a los habitantes de ese estado, no se había consumado todavía l a Independencia: vivían con más de u n siglo de retraso.

SANGRE Y TRAICIÓN Fué u n a l u c h a d u r a y sangrienta, localizada en ambas costas de Guerrero, que duró cerca de tres años. Baldomero, jefe d e l Ejército L i b e r t a dor, murió en u n combate en l a L a g u n a de Coyuca, el 24 de j u l i o de 1926. E l gobierno federal, al comprobar que el movimiento vidalista no i b a dirigido a derrocar a l presidente Calles, hizo u n acuerdo p r i v a d o con los hermanos Vidales: dejarles en l i b e r t a d para que l u c h a r a n contra los gachupines; no los ayudarían, pero tampoco los hostilizarían. S i n embargo, como l a l u c h a se prolongase demasiado, el general Calles envió como su representante a l general José Álvarez y Álvarez para que buscase u n arreglo. Éste se logró, finalmente, después de l a muerte d e l general Obregón, que era el p r i n c i p a l protector de los escudero-vidalistas. E l L i c . Portes G i l vió con simpatía l a causa de Vidales y acordó que se les facilitara m a q u i n a r i a , armas para rechazar a las guardias blancas, crédito, asistencia técnica, etc., y las colonias agrícolas volvieron a trabajar. N a t u r a l m e n t e , los españoles n o se dieron por vencidos y resolvieron aplicar a l a situación el mismo procedimiento que usaron en 1923: el

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cohecho, el crimen y l a traición. Intentaron primeramente desarmar a Vidales, ofreciéndole fuertes cantidades de dinero para que se fuese al extranjero. U n cheque por cien m i l pesos a nombre de Amadeo fué regresado con u n recordatorio familiar para l a madre del que lo suscribía. Fracasado el cohecho, se optó por el recurso infalible: l a traición. E l 27 de mayo de 1932 —unas semanas después de rechazar el dinero—, Vidales caía apuñalado en l a esquina de P a l m a y 5 de M a y o , en l a ciudad de México, por u n sobrino del asesino de los Escudero, Asunción ("Chon") R a d i l l a , alias El Potro, a q u i e n Amadeo había salvado l a v i d a en alguna ocasión. L a puñalada permitió a Vidales v i v i r algunas horas. P u d o sacar su pistola p a r a repeler l a agresión, pero no disparó porque el asesino se mezcló entre la m u l t i t u d . Amadeo no quiso exponerse a lesionar personas inocentes. Se dispuso que el cadáver fuese llevado a Acapulco, pero como se temía que su presencia provocase u n levantamiento del pueblo de ambas costas, el general Castrejón —entonces gobernador— persuadió a los familiares de l a conveniencia de sepultar el cuerpo en Chilpancingo. Las colonias agrícolas quedaron a cargo de Feliciano R a d i l l a (lugarteniente de Vidales), quien a su vez fué asesinado a traición por A n t o n i o Nogueda, su pariente, pagado por los mismos que costearon los otros crímenes. A l a muerte de " C h a n o " R a d i l l a , las colonias agrícolas se desorganizaron; a l a fecha los campesinos han sido despojados. E l general Juan Valdés, tío d e l ex presidente Alemán, se h a quedado con las tierras de la Cooperativa de Cacalutla, según se afirma en Acapulco. ¡Trágico destino el de Acapulco! P r i m e r o en poder de los gachupines. A h o r a en las manos de los políticos "revolucionarios" paracaidistas y de los turistas yanquis. ¿Se cumplirá algún día lo que dijo don A d o l f o R u i z Cortines en su visita a l puerto: que "hay que mexicanizar a Acapulco"?