LOS ENEMIGOS DE LA CRUZ. Extracto del libro La cruz de Cristo por John Stott

LOS ENEMIGOS DE LA CRUZ Extracto del libro La cruz de Cristo por John Stott Podemos decir, sin vacilar, que los principales escritores del Nuevo Testa...
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LOS ENEMIGOS DE LA CRUZ Extracto del libro La cruz de Cristo por John Stott Podemos decir, sin vacilar, que los principales escritores del Nuevo Testamento creían en la centralidad de la cruz de Cristo. Su convicción estaba fundada en la perspectiva que el propio Señor tenía respecto a su muerte. La iglesia primitiva tenía una firme base doble –la enseñanza de Cristo y la de los apóstoles- para hacer de la cruz la señal y el símbolo del cristianismo. La tradición de la iglesia es, en esto, un fiel reflejo de las Escrituras. Tampoco podemos pasar por alto la notable tenacidad de los apóstoles. Sabían que aquellos que habían crucificado al Hijo de Dios, lo habían sometido al ‘vituperio’. Jesús se humilló y “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (Hebreos 12:2). Sin embargo, lo que resultaba vergonzoso e incluso detestable para los enemigos de Cristo, a los ojos de sus seguidores era lo más glorioso. Habían aprendido que el siervo no era más que su Señor, y que también para ellos el sufrimiento era el camino hacia la gloria. Más aun, el padecimiento mismo resultaba ser glorioso: cuando eran ‘vituperados por el nombre de Cristo’, Entonces ‘el glorioso Espíritu de Dios reposaba sobre ellos’. En cambio, los enemigos del evangelio no compartían este punto de vista. No hay división más radical entre los que creen y los incrédulos que la que se refiere a sus respectivas actitudes ante la cruz. Donde la fe ve gloria, la incredulidad sólo ve desgracia. Lo que era locura para los griegos (y sigue siéndolo para los intelectuales modernos que confían en su propia sabiduría) es, no obstante, la sabiduría de Dios. Y lo que es poder de Dios para salvación sigue siendo piedra de tropiezo para aquellos que confían en su propia justicia, como los judíos del siglo I (1 Corintios 1:18-25). EN ORIENTE Una de las características más lamentables del islamismo es que rechaza la cruz. Declara que es inapropiado que el máximo profeta de Dios pudiera terminar de una manera tan vergonzosa. El Corán no ve necesidad alguna de que un Salvador muera por los pecados. Al menos en cinco ocasiones declara categóricamente que “ningún alma llevará la carga de otra”. De hecho, “si un alma atribulada clama pidiendo auxilio, ni siquiera un pariente cercano debe compartir su carga”. ¿A qué se debe esto? A que “cada hombre cosechará el fruto de sus propias obras”, aun cuando Alá sea misericordioso y perdone a aquellos que se arrepientan y hagan el bien. El Corán no sólo niega la necesidad de la cruz sino el hecho mismo. En su opinión fue una monstruosa falsedad de parte de los judíos declarar que habían “entregado a la muerte a Jesús el Mesías, el hijo de María, el apóstol de Alá”. En realidad, “no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que creyeron que lo habían hecho”. Aunque los teólogos musulmanes han interpretado esta afirmación de diferentes maneras, la creencia que se sostiene generalmente es que Dios mandó un hechizo sobre los enemigos de Jesús para rescatarlo de sus manos, y que Judas Iscariote o Simón de Cirene ocuparon su lugar a último momento. En el siglo XIX la secta islámica Ahmadiya adoptó, de distintos autores cristianos liberales, el concepto de que Jesús sólo se desvaneció en la cruz. Agregan que se reanimó en la tumba, y después fue a enseñar en la India, donde más tarde murió; ellos se declaran guardianes de su tumba en Cachemira.

Los mensajeros cristianos de las buenas nuevas, en cambio, no pueden callar respecto a la cruz. He aquí el testimonio del misionero norteamericano Samuel M. Zwemer (1867-1952), que trabajó en Arabia, fue director durante cuarenta años de The Muslim world (El mundo musulmán), y recibe a veces el apelativo de ‘Apóstol enviado al Islam’: “El misionero que trabaja entre los musulmanes (para quienes la cruz de Cristo es piedra de tropiezo, y la expiación una necedad) se ve impulsado diariamente a meditar más profundamente sobre este misterio de la redención, y adoptar una convicción más fuerte de que en esto reside la esencia misma de nuestro mensaje y nuestra misión… Si la cruz de Cristo significa algo para el que piensa, seguramente lo es todo: la realidad más profunda y el misterio más sublime. Uno llega a reconocer que toda la riqueza y la gloria del evangelio residen allí. La cruz es el centro del pensamiento neotestamentario. Es la marca distintiva de la fe cristiana, el símbolo del cristianismo y su punto de mira. Cuanto más niegan los incrédulos el carácter central de la cruz, tanto más encuentran en ella los creyentes la clave de los misterios del pecado y del sufrimiento. Cuando leemos el evangelio con los musulmanes redescubrimos el énfasis apostólico en la cruz. Comprobamos que, aunque la ofensa de la cruz no ha desaparecido, su atracción magnética resulta irresistible.” ‘Irresistible’ es precisamente la palabra que usó un estudiante iraní cuando me relataba su conversión a Cristo. Se le había enseñado a leer el Corán, a repetir sus oraciones, y llevar una vida correcta. No obstante, sabía que estaba distanciado de Dios a causa de sus pecados. Cuando sus amigos cristianos lo llevaron a la iglesia y lo estimularon a leer la Biblia, aprendió que Cristo había muerto para darle perdón. “El ofrecimiento resultó irresistible y un regalo del cielo”, dijo. Relató cómo había clamado a Dios para obtener misericordia por medio de Cristo: “Casi inmediatamente la carga de mi vida pasada me fue quitada. Sentí como si me hubieran sacado de encima un enorme peso. Con el alivio y la sensación de liviandad vino también un gozo increíble. ¡Al fin estaba libre de mi pasado! Sabía que Dios me había perdonado, y me sentí limpio. Quería gritar, decírselo a todo el mundo.” Fue la cruz de Cristo la que mostró a este estudiante el carácter de Dios, y fue en ella que encontró las dimensiones que le faltaban al Islam: “la paternidad íntima de Dios, y la profunda seguridad del perdón de los pecados”. Los musulmanes no son los únicos que rechazan el evangelio de la cruz. También los hindúes, aunque aceptan su historicidad, rechazan su valor salvífico. Gandhi, por ejemplo, el fundador de la India moderna, se sintió atraído hacia el cristianismo cuando trabajaba como abogado en Sudáfrica en su juventud. Sin embargo, estando todavía allí, escribió sobre sí mismo lo siguiente en 1894: “Podía aceptar a Jesús como mártir, como expresión del sacrificio, y como maestro divino, pero no como el hombre más perfecto que jamás haya nacido. Su muerte en la cruz fue un tremendo ejemplo para el mundo, pero mi corazón se negaba a aceptar que haya habido allí algo que pueda considerarse una virtud misteriosa o milagrosa.” EN OCCIDENTE En el mundo occidental, quizás el rechazo más desdeñoso hacia la cruz haya salido de la pluma del filósofo y filólogo alemán, Friedrich Nietzsche (fallecido en 1990). Casi en el comienzo de El Anticristo(1888), definió el bien como ‘la voluntad del poder’, el mal como ‘todo lo que

procede de la debilidad’, y la felicidad como ‘el sentimiento de que el poder aumenta’. Dijo, además, que “más perjudicial que cualquier vicio… es la activa simpatía hacia los discapacitados y los débiles, o sea el cristianismo”. Admirador de la tesis de Darwin de la supervivencia de los más fuertes, Nietzsche despreciaba toda forma de debilidad y soñaba con el surgimiento de un superhombre y de una audaz raza superior. Para él, la depravación radicaba en la decadencia, y nada había más decadente que el cristianismo, que “se ha puesto del lado de todo lo débil, bajo, deforme”. Por ser “la religión de la compasión”, el cristianismo “preserva lo que está maduro para la destrucción”, y, por consiguiente, “obstaculiza la ley de la evolución”. Nietzsche reservó sus críticas más amargas para la concepción cristiana de Dios. Se refirió a él como “Dios de los enfermos, Dios como araña, Dios como espíritu”, y calificó despectivamente al Mesías cristiano como “Dios en la cruz”. Otros han rechazado el cristianismo por considerar que sus enseñanzas son “salvajes”. El profesor Alfred Ayer, por ejemplo, filósofo de Oxford muy conocido por su antipatía hacia el cristianismo, escribió en un artículo periodístico que, entre las religiones que tienen alguna importancia histórica, había suficientes razones para considerar al cristianismo la peor de todas. ¿Por qué? Porque, dice Ayer, descansa sobre “las doctrinas paralelas del pecado original y la expiación, que son intelectualmente despreciables y moralmente escandalosas.” PERSEVERANCIA A PESAR DE LA OPOSICIÓN ¿Cómo es que los cristianos pueden hacer frente a tanta ridiculización sin abandonar su posición? ¿Por qué nos aferramos a una ‘tosca cruz’, e insistimos en su centralidad, resistiéndonos a que sea empujada hacia la periferia del mensaje que predicamos? ¿Por qué proclamamos algo que provoca escándalo, y nos gloriamos en lo que resulta vergonzoso? La respuesta reside en la sola palabra integridad. La integridad cristiana consiste más que nada en la lealtad personal a Jesucristo, en cuya perspectiva la cruz salvadora ocupaba el lugar central. Es más, todos los que se han acercado desprejuiciadamente a las Escrituras parecen haber llegado a la misma conclusión. He aquí una muestra que corresponde a nuestro propio siglo: P. T. Forsyth, el congregacionalista inglés escribió en The cruciality of the cross (El carácter crucial de la cruz), en 1909: Cristo es para nosotros ni más ni menos que lo que es para nosotros la cruz. Todo lo que Cristo era en el cielo o en la tierra entra en lo que hizo en esa cruz… Cristo, repito, es para nosotros exactamente lo que es su cruz. No se puede entender a Cristo mientras no se entienda su cruz (pp. 44-45). Al año siguiente (1910), en The work of Christ (La obra de Cristo), escribió: La iglesia toda descansa sobre esta interpretación de la obra de Cristo (a saber, la doctrina paulina de la reconciliación). Si desplazamos la fe de dicho centro, hemos decretado la muerte de la iglesia (p. 53). Luego, el teólogo suizo Emil Brunner, cuyo libro El mediador fue publicado primero en alemán en 1927, con el subtítulo de ‘Un estudio sobre la doctrina central de la fe cristiana’, defendió sus convicciones en los siguientes términos:

En el cristianismo la fe en el Mediador no es algo opcional. No es algo sobre lo cual, en última instancia, pueden sostenerse diferentes opiniones, en tanto estemos de acuerdo en ‘lo fundamental’. Porque la fe en el Mediador, es decir, en el acontecimiento que tuvo lugar una vez para siempre: Es, justamente, ‘lo fundamental’: no es algo paralelo al eje central. Es la médula y la sustancia, no la cáscara. Esto es tan así que podemos afirmar que, a diferencia de todas las otras formas de religión, la religión cristiana consiste en la fe en un Mediador… Y no hay otra posibilidad de ser cristiano que a través de la fe en aquello que tuvo lugar una vez para siempre: la revelación y la expiación por medio del Mediador (p.40). Más adelante, Brunner aprueba la descripción que Lutero hace de la teología cristiana como una teología crucis, y añade: La cruz es la señal de la fe cristiana, de la iglesia cristiana, de la revelación de Dios en Jesucristo… Toda la lucha de la Reforma en defensa de la sola fide, la sol ideo gloria, fue simplemente la lucha por la correcta interpretación de la cruz. Quien entienda la cruz acertadamente – declaran los reformadores – entiende la Biblia, entiende a Jesucristo. (p. 435). Y luego: El reconocimiento y la aceptación de esta peculiaridad única, la fe en el Mediador, es la señal de la fe cristiana. Todo el que considere que esta afirmación es una muestra de exageración, intolerancia, rigidez, modo ahistórico de pensar, o algo semejante, no ha oído aún el mensaje del cristianismo (p. 507) Mi última cita pertenece al erudito anglicano, el obispo Stephen Neill: En la teología cristiana de la historia, la muerte de Cristo es el punto central de la historia. Allí convergen todas las rutas del pasado; por lo tanto, de allí nacen todas las rutas del futuro. Es natural que el pensamiento de los estudiosos se haya filtrado hasta llegar a la devoción cristiana popular. Es preciso perdonar a algunos cristianos, que han visto quebrarse su orgullo ante la cruz de Cristo, han sentido que se liberaban de la culpa, que su amor se encendía, que recuperaban su esperanza y que su personalidad se transformaba, si al referirse a la cruz han exagerado la nota en alguna medida. Al percibirla como el centro de la historia y de la teología, es natural que la perciban como el centro de la realidad toda. De modo que la ven en todas partes, y siempre ha sido así. Este material fue tomado del Boletín dominical de la Iglesia Bíblica Unidos en Cristo (IBUC) en Monterrey, NL, Méjico. Usado con permiso ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.