AL VAN RIJEN

LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO En el presente artículo se constata la actitud actual de los cristianos ante el mundo, y mediante una reflexión escriturística se hace ver su profunda raíz evangélica. De christen in de wereld, Tijdschrift voor theologie, 6 (1966) 318-333 La actitud de los cristianos frente al mundo ha cambiado profundamente. Hoy se habla y se predica sobre este tema de una forma muy distinta a como se hacia antes. Y esta diferencia no se refiere sólo a una fase anterior de la historia de la Iglesia, sino que actualmente se habla de un modo distinto a como se hacía en el comienzo, de un modo distinto a como hablaba Cristo, según la imagen que nos han dejado de Él los evangelistas. Se pueden aducir muchos argumentos que justifiquen esta nueva actitud frente al mundo, tales como la progresiva liberación de la influencia maniquea que tendía a identificar la noción juanea de "mundo" con la realidad terrena y corporal, y que la mentalidad cristiana padeció durante muchos siglos; la superación de la mirada estrecha con que se solía leer la Escritura, de manera que la nueva mirada con que nos acercamos a ella hace que salga más por sus fueros el conjunto del testimonio que ella misma nos ofrece; etc. Sin embargo, todos estos argumentos no acaban de convencer mientras no se muestre que la nueva actitud de los cristianos frente al mundo se halla en profunda continuidad con la que Cristo tuvo y predicó. Y es que en el conjunto de la Escritura la venida de Cristo es un momento excepcional que rompe definitivamente los cuadros anteriores. Por tanto, es algo decisivo para los cristianos el saber si esta nueva actitud se puede llamar todavía evangélica. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes cuando habla del mundo que el Concilio tiene ante los ojos, se refiere "al mundo de los hombres, es decir, a toda la familia humana con todas las cosas entre las que vive" (GS 2). Ese mundo ha sido redimido por Cristo, y por eso el Concilio puede hablar de un mundo que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado por el pecado pero liberado por Cristo a fin de que llegue a su consumación (GS 2). De aquí se desprende la actitud positiva del cristiano ante el mundo. Pero la cuestión fundamental de saber si la nueva actitud de los cristianos es una continuación de la de Cristo se sitúa en otro terreno. En el Evangelio aparece claramente que Cristo ha hecho centro de su vida -y nos lo ha presentado como centro de la nuestra- algo que es distinto de la edificación del medio vital. Su vida y sus palabras están dominadas por el pensamiento del Reino de Dios que ya ha llegado: "Ninguna de sus palabras denota una especial importancia de la función mundana y cultural, como puede leerse en Gn 1, 28. La importancia de la hora escatológica parece privar de interés a todo plan de vida mundano" (Scbürmann). Jesús no tomó parte en la política, no fue científico y tampoco se propuso como meta solucionar los problemas sociales: "De Él únicamente se puede decir que fue religioso" (K. Rahner). Y ¿cómo? En una forma que Pablo puede resumir diciendo que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. El problema está crudamente planteado. Se trata de ver la unidad de la nueva valoración con lo vivido y predicado por Cristo. Intentaremos responder a ello en unas sencillas líneas, más de conjunto que de detalle, que nos aproximen a la visión escriturística y a

AL VAN RIJEN la nueva valoración. En los dos casos llegamos a un núcleo en el que ambas parecen encontrarse. LA REALIDAD TEMPORAL EN LA ESCRITURA El mundo como don de Dios y como tarea humana que conducen a la salvación Aunque la más profunda tradición cristiana vive de la convicción de que el mundo ha sido creado en virtud de la gracia y de la salvación, hoy día, después de tantas distinciones entre la naturaleza y la gracia, entre Dios como Creador y Dios como Salvador, se nos hace difícil comprender la unitaria visión de la Escritura que percibe el mundo como un don del Dios que salva. Por el contrario, nosotros aceptamos que Dios lo ha creado todo y lo ha entregado al ho mbre, pero al hacer esto, pensamos más bien en la Causa Primera. Por eso usamos del mundo y disfrutamos de él con un corazón tranquilo, pero en ello no creemos percibir todavía ninguna palabra acerca de nuestra salvación. Sin embargo, la exégesis actual nos ha mostrado que para Israel el mundo es la obra del Dios Salvador. Su fe en la Creación se ha desarrollado de un modo distinto a como nuestro propio pensamiento nos pone ante ella. No se presenta como el fruto de una especulación acerca del origen de las cosas. Israel ha experimentado la acción de Dios como la de Aquel que le ha formado, que le ha liberado de la esclavitud de Egipto, y que en su lucha por su Pueblo se ha mostrado como el dominador de los demás dioses y pueblos, como el que tiene poder sobre los hombres y sobre la Naturaleza. A partir de esta experiencia piensa Israel que así como Yahvé le ha formado a él, así también ha formado todos los demás pueblos y todo cuanto existe. Esta fe en la Creación se afianza en los momentos en los que Israel es puesto a prueba, Su fe en que Yahvé le salvará se mantiene al comprender que es poderoso para ello, ya que es el Creador y el dominador de todo cuanto existe. Así la fe en la Creación se convierte en el fundamento de la confianza de que Dios, a pesar de todo, hará verdadera su promesa de salvación. La fe de Israel en la salvación de Dios tiene la forma de un pacto, de una Alianza. Dios ha elegido a Israel. para salvarle, pero esta elección divina supone y espera de Israel una respuesta, una fidelidad al pacto que se concreta en el culto único a Yahvé y en el cumplimiento de su Ley. A la luz de este pacto, Israel comprende su historia como protección y dirección divinas. Pero como Israel puede ser infiel al pacto, su historia puede tomar la forma de castigo y de prueba. En este contexto los Profetas interpretarán por un lado la prosperidad, la paz y la victoria como bendición, cercanía y socorro de Yahvé; y por otro, la adversidad y la derrota como acontecimientos que señalan la ira y el enojo de Yahvé causados por la infidelidad del Pueblo. De esta forma, premio y castigo nunca consisten solamente en prosperidad y adversidad. Cuando se habla del premio como de una larga vida llena de salud, riqueza y fecundidad, ciertamente se refieren a la realidad terrena de nuestro mundo y al bienestar que ellas nos pueden ofrecer, pero con esto no está todo dicho: su núcleo lo forma precisamente la benevolencia y complacencia de Dios señaladas por esta prosperidad. Precisamente lo terreno toma parte como bendición y castigo en ese conjunto mayor cuyo núcleo consiste en la acogedora respuesta a la amistad de Dios y a su complacencia o en el rechazo a su invitación y su consiguiente ira. El bienestar terreno es por tanto la expresión de la amistad de Dios en el plano humano; la adversidad, por su parte, expresa la ira de Dios motivada por la infidelidad de Israel. Esto es algo obvio para

AL VAN RIJEN Israel: Yahvé es el Señor de la vida, y por eso la comunión con Él produce vida mientras que su abandono y lejanía no pueden producir más que la muerte. Detengámonos brevemente en el examen de la infidelidad de Israel, origen de la adversidad como signo de la ira de Dios. Esta infidelidad se concreta en dos aspectos fundamentales: por un lado, consiste en abandonar a Yahvé para seguir a otros dioses; y por otro, en descuidar su Ley en cuanto exige justicia y sentido social ante los bienes terrenos. Por tanto Israel es infiel a Dios cuando hace consistir su salvación en la prosperidad y bienestar terrenos olvidando el núcleo esencial al que remiten y que es la comunión con el Dios de la Vida; y es también infiel cuando el hombre se relaciona egoísticamente con el mundo olvidando a su prójimo. La razón de esto reside en que la buena relación con Dios incluye la buena relación con el hombre. Dios ha agraciado a la humanidad queriéndola en interdependencia, y esta voluntad de Dios encuentra su expresión en el mundo, que como don salvífico es naturalmente un mundo comunitario, en el que todos deben vivir juntos y del que todos deben disfrutar. La infidelidad de Israel pone continuamente en cuestión la realización de este mundo como don salvífico. Pero la fidelidad de Dios es más fuerte que la infidelidad de su Pueblo, y por eso junto al tema de la Alianza resuena la promesa de que Dios, en un gran gesto, dará a su Pueblo un corazón nuevo, un corazón fiel que permitirá la realización de la justicia de Dios de modo que Él sea todo en todos.

La vida y la predicación de Jesús Lo que la vida y predicación de Jesús hacen ver es una concentración en el núcleo de la salvación. Toda su tarea consiste en manifestar a Dios y en implantar su Reino: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura". Junto a esta concentración en el núcleo de la salvación corre pareja una advertencia sobre el atractivo de las cosas del mundo y sobre su relatividad. Esta advertencia no está en pugna con el mundo como don salvífico; por el contrario, depende estrechamente de él. En dicha advertencia resuena un tema del AT, aquel precisamente que considerando al mundo como don de Dios a la vez que como tarea del hombre, lo ve, sin embargo, minado en sus cimientos cuando se le desliga de la justicia y del beneplácito divino. Por ello, la advertencia de Jesús concierne al mundo del egoísmo que se aleja de Dios y que atenta contra el bien comunitario; a ese mundo "abusado", que se rebela contra la plenitud del don que debe hacerle llegar a ser instrumento de la mutua comunidad en unión con Dios. Tan importante como esta advertencia sobre la relatividad del mundo, existe otra, de carácter positivo, en la predicación de Jesús: la insistencia en el amor a los semejantes. Y un amor que además de misericordia parece exigir también un positivo servicio a nivel de la realidad terrena. Este tema del amor al hermano brota precisamente de ese centro escatológico al que se orienta toda la vida y predicación de Cristo. Schürmann ha estudiado la relación existente entre el amor fraterno y el tiempo que media entre la ascensión y la parusía, según los Sinópticos. Según este autor, las exigencias de misericordia y de mutua disponibilidad fraterna hallan su fundamento en el eschatón. De esta forma, el acontecimiento escatológico que absorbe toda la atención de Jesús y que parece desviar la mirada de la misión y de la función en el mundo, remite

AL VAN RIJEN simultáneamente a los hermanos dirigiendo de nuevo la mirada hacia la historia y el mundo.

El perdón y el servicio fraternos como exigencias escatológicas Así como el perdón de los hermanos aparece como un valor para la benevolencia de Dios en el último día, así también la recepción del Reino y de la misericordia de Dios en la segunda venida del Señor aparecen ligados a la misericordiosa disposición de ayuda ejercida durante el tiempo terreno. Estas exigencias escatológicas no tienen su base interna en el hecho de que el tiempo que resta sea tan corto, sino en que la realidad de Dios se manifiesta en el eschatón en pleno dominio. Lo peculiar del anuncio escatológico de Cristo no es tanto el que sea un anuncio de escatología futura, sino de escatología presente. Cristo no sólo promete un perdón agraciante en el juicio venidero de Dios, sino que anuncia que este perdón ya se ha hecho realidad anticipadamente. Pero este perdón de Dios ya real lleva en sí la llamada a perdonar. A su vez, la llamada al servicio y a la obra del amor parece radicar en la dicha del propio perdón: recordemos la respuesta de Zaqueo al conocer el amor de Jesús: "Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en, algo, le devuelvo el cuádruplo" (Lc 19, 8). Pero ¿por qué Jesús confía de tal modo en la disposición para perdonar y en el amor de Dios, en vistas precisamente a la hora final, a esa hora en la que Dios se manifestará como absoluto Señor? Porque Él, como Hijo en el que ha venido y se ha manifestado la realidad de Dios, hace ley de esa misma realidad. A partir de su autoconciencia, revela a Dios como Señor y Padre. Y también a partir de ella hay que entender su anuncio y su apremiante anhelo de la venida del Reino de Dios. Tras sus expresiones escatológicas está finalmente su conocimiento del "Padre" celestial. Donde el Padre implanta su absoluto dominio, sólo queda lugar para la aceptación y para el despliegue de la bondad de Dios. El pleno dominio de Dios ha encontrado en Cristo una cabeza de puente en el mundo de los hombres. En Él se ha abierto el espacio para el dominio de Dios. Sehürmann concluye: "Tras la exigencia del amor servicial está como fundamento la predicación del Reino y la revelación de Dios como Señor y Padre. Porque Jesús ha venido como el Hijo, la salvación escatológica. está presente; y porque es el Hijo, puede el Señor de cielos y tierra ser revelado como : adre. Porque la escatología de Jesús no es una pura expectación futura, sino que primaria y fundamentalmente es el anuncio del comienzo del tiempo de salvación, se llama al discípulo de Jesús para que consume en el amor la realización salvífica de Dios y haga avanzar su don salvífico en la servicialidad. Por eso el discípulo tiene todavía una gran responsabilidad en la historia del mundo. Pero lo que Jesús hace aparecer tan apremiantemente como exigencia del eschatón no es la obra de la cultura sino el anuncio del Reino de Dios en el servicio a los hermanos. Su exigencia está expresada de todos los modos posibles y es exclusivamente escatológica a la vez que teocéntrica y religiosa. Ciertamente que no se niega con ello la obligación y la tarea mundana. Pero sí queda muy relativizada y expuesta como elemento secundario frente a lo único necesario... Se debe pensar que Jesús ha recogido esa tarea humana y la ha hecho entrar nuevamente en el gran silencio del servicio al hermano, en el servicio callado al prójimo, en el que ella ha renacido a una fuerza creadora".

AL VAN RIJEN Uno se puede preguntar si Schürmann permanece fiel en esta conclusión a lo que antes ha afirmado. Tiene razón en el carácter escatológico y teocéntrico del anuncio así como en la relativización de la misión cultural. Pero hay que tener en cuenta que se trata de una relativización tal que el servicio terreno queda asumido en el dominio de Dios, cuyo centro es esa justicia que incluye el amor al hermano. Y lo que el amor al hermano pide se cumple únicamente profundizando en su situación actual. Lo que el semejante necesita debe ser buscado siempre de nuevo. Por ello el amor cristiano exige atender a las necesidades del tiempo y realizar sus posibilidades con la puesta en juego de todas las fuerzas. Pues el amor hace lo que puede.

LA NUEVA VALORACIÓN DE LA REALIDAD TEMPORAL La Constitución Gaudium et Spes afirma en varios lugares que "la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos para su cumplimiento" (GS 21; cfr. 39, 43). Pero, ¿cuáles son esos motivos y cuál es esa importancia de la tarea temporal a la luz de la predicación del Reino de Dios por Cristo? En primer lugar habrá que poner de manifiesto la importancia cristiana del resultado que se persigue y se obtiene por la toma de posición ante el mundo. El Concilio indica en la Constituc ión Dogmática sobre la Iglesia (LG 36) un sentido cristiano de ese resultado al hablar de la creación de unas condiciones favorables para la buena vida moral y para la aceptación de la fe. Pero si no queremos que la prosecución de este resultado despierte la sospecha de que con el servicio a lo moral-religioso y a la cristianización del mundo tenemos ante los ojos algo distinto de su humanización, habremos de mostrar que dicho resultado repercute en beneficio del mismo mundo.

La tarea del hombre ante el mundo La tarea que el hombre tiene ante el mundo es la de configurarlo al servicio de la existencia humana, la de hacer de él un lugar habitable para todos y cada uno. A fin de conseguir esto hay que crear unas condiciones aptas para que cada uno pueda edificar en libertad su propia existencia, para que pueda crecer y progresar. Cuando decimos que el valor del mundo humanizado está en su servicialidad a la existencia humana, no queremos significar que sólo se le atribuya el valor de un medio. En la existencia humana será un bien real. Pero lo que si queremos decir es que una consideración material de las condiciones no lleva todavía al mundo a su plenitud en cuanto realización de un bien humano. En sí mismas, las condiciones son ambiguas. Y no nos referimos sólo a esas condiciones exteriores al hombre, sino incluso a esas otras condiciones tales como la ciencia, la técnica y el progreso. Para que éstas sean auténticamente humanas han de servir a la realización comunitaria y personal del hombre. En pocas palabras, han de contribuir a la habitabilidad del mundo. Ahora bien, para esto es necesario que encierren algo más que un mero resultado material. Abordemos ahora esta última afirmación bajo el doble aspecto de la habitabilidad del mundo y de su unificación.

AL VAN RIJEN Habitabilidad del mundo y vida cristiana Veamos por qué se puede decir que la tarea de hacer un mundo más habitable es importante para la fidelidad moral del hombre y para su aceptación de la fe. Fijémonos en lo que ocurre cuando un hombre no puede vivir como le corresponde. Ese hombre padecerá mutilación y experimentará el mundo como el producto y la expresión de la injusticia. Semejante mundo le hablará de un modo desfavorable. Y aunque no necesariamente -pues el hombre puede dar formas libres a su vida-, se comprende, sin embargo, con facilidad que dicho mundo le desanime o le incite a la rebeldía. En ambos casos le hace volverse sobre si, le conduce a posiciones solipsistas y le aísla de los demás. Ese hombre será menos receptivo a la llamada que el mundo le hace desde fuera. No se puede esperar de él la disponibilidad para arrimar el hombro a su tarea con servicialidad. Tomemos por el contrario a alguien que puede vivir en un mundo en el que se encuentra con la bondad y de la que participa. Nada como esto es tan favorable para hablarle de apertura a los otros, de ánimo y de acogida a la llamada que la vida y su mundo le dirigen. Por la misma razón el mundo de ese hombre suscita apertura y resonancia ante la llamada del gran Otro que aparece en el Evangelio. La humanización del mundo pide un esfuerzo para configurarlo de modo que exprese nuestra justicia, nuestro sentido social, nuestra bondad. Esto exige una fuerte aplicación para conseguir un resultado material, pero también algo más.

Unidad creciente del género humano e Iglesia como sacramento de la unidad Uno de los signos más claros del mundo de hoy es la tendencia a configurar el mundo en la perspectiva de un crecimiento hacia la unidad fraterna del género humano. La configuración del mundo debe ponerse al servicio de ésta unidad. El mundo pertenece a todos, y todos deben vivir juntos en él. Por eso hacerlo habitable para todos quiere decir que en nuestra tarea con el mundo de tal modo tengamos en cuenta a los demás, que su configuración manifieste nuestra justicia y mutua benevolencia. El mundo realiza su sentido en la medida en que la humanidad crece conjuntamente hacia una verdadera unidad. Y en esa unidad el mundo se hace habitable para cada uno, se entrega a cada uno. Y no se le entrega como un medio que una vez prestado su servicio puede ser echado fuera; ese mismo mundo unificado se convierte en mediador, ya que se trata de una unidad de hombres que sólo son ellos mismos y sólo se dan unos a otros a través de la corporalidad y del mundo. Esta tendenc ia a la unidad, constatada profundamente por la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, ha sido interpretada por el Concilio como una llamada urgente a la misma Iglesia. Y no sin razón, ya que el mismo Concilio define a la Iglesia como "un sacramento, es decir, como un signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG l). Así, la unidad con Dios y con los hombres no son dos realidades separadas, sino que forman un todo. La comunión con Dios une recíprocamente a los hombres. Y hay que tener en cuenta que esta unidad en Cristo de todos los hombres entre sí -unidad a la que la Iglesia conduce- incluye esta creciente unidad en el plano de las realidades temporales. Por consiguiente, la creciente comunión

AL VAN RIJEN fraterna pertenece, junto a la habitabilidad del mundo, al ámbito de la salvación, de la que la Iglesia y Cristo son el sacramento.

Conclusión Con la mención de la Iglesia hemos llegado de nuevo a Cristo como manifestación y realización del obrar escatológico de Dios. La tarea de la Iglesia también se concentra sobre el núcleo de la salvación: la justicia del Reino de Dios. Y precisamente porque se incorpora a Cristo a fin de mostrar a los hombres por Él redimidos que Dios es Señor y Padre, la Iglesia siente la llamada al precepto del amor; y el amor la envía hacia la historia y hacia el mundo. Pero la Iglesia, en su intento de conducir a la humanidad a la plenitud de la unión fraterna, no debe sustituir lo que puede encontrar de esa unión en la comunidad de los hombres. La Iglesia no es una sociedad junto a las otras. Dentro de las sociedades existentes, con cristianos y no cristianos, los miembros de la Iglesia colaboran a crear las condiciones de un mayor desarrollo mientras su anuncio se dirige a que se reconozca y se viva la unidad de todos, como una tarea y como un don de Dios que en Cristo ha manifestado su profundo contenido y lo ha realizado ya en principio. Ahora bien, para que la nueva valoración de las realidades temporales sea verdaderamente cristiana, tiene que partir de la conversión exigida por Cristo en el anuncio de su próxima venida y del Reino de Dios ya realizado en él. De esa forma, el cristiano podrá ver el mundo como un don de la gracia de Dios y como expresión de la íntima comunión que Él ha instaurado en Cristo y que abarca todo lo temporal. En el mundo y en su prójimo encontrará a Dios, no anónimo, sino con el rostro de Cristo. Y cuanto más atareado esté en su entrega al mundo, tanto más habrá de reconocer la necesidad de un ritmo que deje lugar a la expresa atención a Cristo y al Padre en oración y culto. El cristiano no ve lo temporal en su puro aspecto material. En su valoración condena todo cuanto aísla de los otros, y sabe que sólo un trato con el mundo que lo coloque al servicio de la mutua unió n permite a Dios manifestarse como Señor y Padre. En su vida cristiana consumará la generosa voluntad divina de gracia y de perdón. Aquí encuentra la fuente de la fidelidad en su misión. Y como el Padre ha dado a su gracia una forma definitiva de bendición en Cristo, el cristiano debe estar marcado por la confianza: aun cuando no pueda borrar en este tiempo todo sufrimiento y mutilación, debe trabajar incansablemente por la habitabilidad del mundo sabiendo que la obra será consumada por Aquel "que transformará nuestro humilde cuerpo conforme a su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas" (Flp 3, 21). Tradujo: ANDRÉS BARCAZA Condensó: FRANCISCO CUERVO