literatura uruguaya del medio siglo

emir rodríguez monegal literatura uruguaya del medio siglo editorial alfa montevideo prólogo Para Georgina, Joaquín y Héctor Alejandro, mis hijos....
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emir rodríguez monegal

literatura uruguaya del medio siglo

editorial alfa montevideo

prólogo Para Georgina, Joaquín y Héctor Alejandro, mis hijos.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

by Editorial Alfa 1966

Está de moda deni{!.rar a la literatura. También está de moda defenderla. Así, un famoso escritor francés hace tiempo que denuncia reiteradamente las imposturas de la literatura, ay, sin dejar de hacer literatura. Algunos marxistas la han reducido -sin escuchar a M arx- a mera propaganda y los defensores oficiales de la cultura occidental la aprovechan como pretexto para la caza de brujas, tema poco literario. En nuestro país hemos padecido y padecemos versiones criollas de estas mismas actitudes. Con tantos enemigos y tantos defensores es casi increíble que la literatura siga gozando de buena salud. Porque la verdad es que la literatura tiene una razón de ser y existir, y no depende ni del capricho de los hombres providenciales ni de las estrate ias olíticas -disfrazadas de ideologías- que h se re arten e mun o con a e na ocilúía. La iteratura nace, como el arte entero. de la necesiaa:;r-más íntima del hombre, cualquier hombre, todo hombre, de captar su realidad V expresarla, o de verla ex resada, en una dzmenszon imaginq"ria: La z eratura eXIste, aFmo germen, ya en la menor expresión oral del niño o del salvaje; existe, como producto final, en los más elaborados ejercicios de un Góngora o un Herrera y Reissig. Que la literatura además sirva para otras cosas, que sea magnífico vehículo de ideas y doctrinas y hasta disparates, que pueda ser eficaz como arma política o demagógica, que se use como envoltorio de propagandas más o menos sospechosas, que se convierta en uno de los -opios del pue7

blo y no el peor, todo eso es muy cierto. Pero no se refiere a la literatura misma sino a la utilización de la literatura. También el cuchillo que corta y reparte el pan sirve para matar. La literatura es -nada más, nada menos- un instrumento para explorar la realidad. Por eso, importa tanto; por eso, tiene tan poco éxito creador cuando es aplicado a otros fines. Las imposturas de la literatura son las imposturas de los que quieren hacerla cumplir funciones falaces. Afirmar esto -que es obvio- no es defender la anacrónica doctrina del Arte or Arte ni la también anacrónica Torre e arfil, que debió llamarse de Papel. Todo creaáór es, e"ñíanto individuo, un hombre de. su tijmpo. Lf} uste o no está sometzdo a las esiones de su (J.mbzente. Pero cuan o crea, sz es capaz de hacerlo, si n7i es un impostor, su obra trasciende milagrosamente esas éircunstancias. Sin dejar de ser un testimonio del hombre y de su época, la obra de arte es algo más; al revelar la realidad con toda la profundidad de la imaginación y la emoción, con toda la lucidez del arte, escapa a la servidumbre de los fines inmediatos para los que pudo haber sido creada. Esa servidumbre existe, ')1 conviene saberlo. Pero conviene saber también que en ella empieza y no termina la obra de arte. Incluso cuando la literatura tiene un explícito propósito didáctico o político, como puede ser el caso de Brecht y antes el de Dante, la literatura escapa 1 a ese destino inmediato. O no es literatura. En los últimos veinticinco años, el Uruguay ha producido alguna tífératura (te veraad.-No mucha ni demasiado buena, pero lo suficiente para que se justifique un análisis predominantemente literario de este período; un análisis que no excluya los supuestos o presupuestos sociales y económicos y hasta políticos pero que no confunda el examen de esos supuestos con el análisis literario. ELéste un período que corresponde en las letras de América a una gran expansión Lzterarza X ~. En el Uruguay esta expansÍón 8

también sus efectos y en la modesta escala que corresponde a un país pequeño y marginal, nuestra literatura ha aportado su cuota a la creación de todo un continente. Son los años en que ha creado -su mundo novelesco Juan Carlos Onetti: mundo tan real, tan esencialmente imaginario; que han quedado marcados por la poesía de Liber Falca, de Juan Cunha; que enriquecen los estudios históricos de Juan E. Pivel Devoto, de Arturo Ardao y Lauro Ayestarán; en que se han revelado, Idea Vilariño, Amanda Berenguer y Humberto Megget, Carlos Martínez .Moreno, Mario Arregui, José Pedro Díaz y Mario Benedetti, Antonio Larreta, J acabo Lartgsner y Carlos M aggi, Washington Lockhart, Aldo Solari, Roberto Ares Pons y Carlos Real de Azúa, y en que una cantidad de escritores de la misma generación o aún más jóvenes han empezado a hacer oír su voz. Es una cosecha importante aunque tenga sus claras limitaciones. La obra no es demasiado abundante y buena parte de estos autores sólo ahora están alcanzando su plena madurez. Pero la perspectiva de un cuarto de siglo permite, creo, empezar un balance necesario. Y hasta cierto punto urgente porque una de las características más lamentables de nuestra situaczán de cultura marginal a are es el robinsonismo de ue ya haJ a a ea de Azúa: ese eterno recomenzar que eva. a cada generación a z'gnorar que la precedente se planteó _las mismas cuestzones y las resolvió en arma areczda. Acti u no so o zgnorante smo, tam ten suicida porque obliga a cada escritor a hacer tabla rasa de lo que debió aprender y lo fuerza a empezar -él solito- a crearlo todo en la feria de vanidades. La literatura es obra de muchos, incluso de los que ya hicieron, incluso de los que se equivocaron. Conviene no olvidarlo. También conviene recordar, eso sí ue la lit tura es ene-mzga e cata o o o. Será tarea de hist 'a ore e uturo la determinación completa y exhaustiva de todas las personalidades, de todos los movimientos,