(LIBRETO)

MANOLO CORREDERA

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En un lugar de este planeta, cuyo nombre es… el que tú quieras, vivía un niño. Era un niño igual a cualquier otro, un niño… que podías ser tú, que es como tú… o quizá como tú, que ya eres mayor pero tienes alma de niño. ¿Que cómo se llamaba? Se podía llamar igual que tú, o que cualquier otro niño o niña. Para nosotros será, simplemente, Niño. Vivía con sus padres y con su hermana, más pequeña que él, a la que cariñosamente llamaba “Mun”. Por su cabeza, con la ayuda de todos los libros que leía desde pequeñito, volaban miles de fantasías. Y era muy charlatán. Pero también le gustaba, y mucho, escuchar a los demás. Era muy soñador… y muy dormilón. Por encima de todas sus fantasías había una muy especial. Era distinta a todas las demás y Niño sentía que podía convertirse en realidad: la Luna… La Luna y todo lo relacionado con la Luna.

-1Los sueños y las fantasías de Niño eran muy peculiares: todo lo que soñaba – dormido o despierto- venía a su cabeza con música incorporada. Esa era otra de sus aficiones: ¡La Música! La Música, cualquier tipo de música, le ayudaba a abrir, todavía más, su imaginación. Le ayudaba a viajar por todos los mundos de los cuentos, de sus fantasías… En verano, le encantaba quedarse un rato por las noches en el balcón mirando a la Luna y releyendo un montón de coloridos cuentos de grueso cartón… Sí, esos libros de cuentos con los que casi todos hemos jugado, que hemos mordido y babeado antes de aprender a leer. Aquella noche, Niño, mientras miraba a la Luna y pensaba en todos los personajes de los cuentos con los que Mun acababa de jugar, se quedó dormido… y siguió soñando:

(EL PALACIO DE CRISTAL)

Un niño se perdió en un gran palacio de cristal, tras sus limpias paredes todo lo podía observar. Caperucita estaba con su cesta a rebosar, y Alicia en su país que no dejaba de bailar. Brujas pirujas tras ogros malvados. Enanito estaba Gulliver en la sala de al lado. Y en la habitación más limpia, Cenicienta sin zapato, que decía a la cigarra: "vete a ayudar a la hormiga, que está en el campo buscando las miguitas que dejaron esos pajaritos que a Pulgarcito fastidiaron". Y en la salita de en frente Blancanieves que cosía siete pares de manoplas para catorce manitas. También había un sapo que quería volver ya a ser el Principito o a su estado natural . Se oía a Garbancito en la barriga de un gran buey, El Patito Feo cantaba convertido en bello rey.

Cien mil ratones seguían a un flautista, la Lechera imaginaba que iba a ser gran accionista. Y en la habitación oscura estaba el hombre del saco, a quien nunca nadie vio y con el que a todos asustaron. En un gran jardín dormían unos gnomos pequeñitos, junto a una de las casitas de uno de los tres cerditos. El palacio de cristal resplandecía de repente y al oír los "buenos días" fue despertando lentamente. Pensó que era Pinocho y se rascaba su nariz y solamente dijo: "quiero volver a dormir".

Sí, había salido el Sol, pero era temprano. Su padre lo cogió en brazos y lo llevó a la cama. No se pudo volver a dormir –raro en él- pensando en el sueño que acababa de tener. Había algo extraño. Su admiración por la Luna había hecho que ésta siempre estuviera presente en todos sus musicales sueños, de una forma o de otra… Pero en éste no aparecía, ni escondida, por ningún lado. Era la primera vez que ocurría. ¿No sería un mensaje de la Luna? ¿Estaría enfadada por algo? ¿Qué le querría decir? Durante todo el día estuvo dándole vueltas y vueltas a la cabeza.

…Y llegó a una conclusión: la Luna le quería transmitir que, cuando los niños leen mucho, igual que se puede entrar en un cuento, puede ocurrir que algún personaje salga del cuento y se convierta en realidad. Curiosamente, ese día habían estudiado en el colegio el mimetismo, que, aunque es una palabra rara, significa algo así como cambiarse de color por imitación; lo que hace el camaleón. Y en clase de música habían hablado de algo que no había entendido muy bien: la vibración por simpatía. Ya por la noche, en la cama, con la ventana abierta, y -¡cómo no!- mirando a la Luna, mitad despierto, mitad dormido, a Niño se le empezaron a mezclar todos los recuerdos del día junto con el mensaje de la Luna. La mezcla (mimetismo, vibración por simpatía, Luna que no se ve…) fue la que hizo que Niño descifrara el mensaje: “Esto mismo se podía hacer con los planetas y los satélites: si en la Luna existiera algo verde, haría que la Tierra –por mimetismo o por simpatía- volviera a ser verde, y así el aire estaría limpio, y así… la Luna se vería siempre blanca, y así…”. Niño se quedó dormido. A la mañana siguiente le despertó la música que había puesto Papá. ¡No era una casualidad!, el estribillo repetía: “Quiero plantar un árbol en la Luna, madre”. Esta frase siguió revoloteando por su cabeza -un poco cabezota también era-. ¡Lo que le hacía falta en su obsesión por la Luna!

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Pero había algo que ponía orden a todo el revoltijo que tenía en su cabeza: las historias que le contaba su abuelo. El abuelo tenía una gran preocupación: a lo largo de todos sus años había ido observando cómo la Luna se volvía cada vez más gris. Contaba que cuando era niño la Luna era blanca, pero blanca, blanca, y según iba pasando el tiempo el blanco se había ido convirtiendo en menos blanco, blanco más oscuro, gris claro, gris oscuro…, cada vez más cerca del negro. Niño sabía que la Luna no tenía ninguna culpa de este cambio de color, pero la Tierra o, mejor dicho, sus habitantes, sí. A la noche siguiente, de nuevo sentado en el balcón con su abuelo y, una vez más, mirando a la Luna, volvieron a hablar de su tema favorito. Pero esa noche el abuelo estaba especialmente preocupado, veía el futuro de nuestro planeta muy, pero que muy negro:

(CANCIÓN DEL ABUELO)

Me contó mi abuelo que le contó su abuelo y yo te lo cuento a ti, que la Tierra era verde, que el mar estaba azul. Las nubes color nube, como nunca verás tú. Me contó mi abuelo que le contó su abuelo y yo te lo cuento a ti, que el agua era pura, el cielo siempre azul. El aire estaba limpio, como nunca verás tú. Quisiera contarte que todo es pasajero, quisiera decirte que no ha pasado nada. No quiero engañarte, la Tierra no está verde, el mar ya no es azul, las nubes no son nubes. La Luna, ni se ve; ni estrellas en el cielo, hemos cubierto todo con un tupido velo.

El Abuelo no pudo seguir hablando, Niño le miró y vio cómo una lágrima rodaba por las arrugas de su cara. Pensó que había que hacer algo, que, por muy negro que lo viera su abuelo, tenía que haber una solución o, al menos, habría que intentarlo. Sí. Estaba decidido: había que subir a la Luna, plantar algo verde, y así a la Tierra, por mimetismo, por simpatía… o… por vergüenza, no le quedaría más remedio que volver a ser verde. Por ahora, para llevar a cabo su misión, contaba con los consejos de su abuelo y con dos buenos amigos: los libros y la Música. Siempre había tenido muy claro que con ellos se podía viajar, aprender, volar… y no tenía por qué ser sólo dentro de su imaginación. Estaba seguro de que algún personaje de sus cuentos podía salir para ayudarle en su tarea.

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El Abuelo se fue un poco triste a la cama. Niño se quedó escuchando música (tal vez la canción de Rocinante) y leyendo con la ayuda de una pequeña bombilla. Aunque era noche de Luna Llena la claridad no era nada clara, era una claridad oscura, solo un reflejo de Luna gris. Leyó y leyó. Casi quedándose dormido se enfrascó en un cuento en el que el protagonista era un caballo. Llegó un momento en el que Niño se compenetró tanto con el personaje que, dentro de su lectura, los dos comenzaron a charlar. Contó al caballo su idea de plantar un árbol en la Luna. El caballo entendió perfectamente su preocupación y prometió que intentaría ayudarle. No sabía si estaba dormido o despierto. A Niño se le habían caído los párpados; cuando los abrió recibió la mayor sorpresa que podía esperar: ¡El caballo estaba delante de él y no era ni un sueño ni una de sus fantasías, era realidad! “Te he visto tan ilusionado que no me he resistido a ayudarte para que se cumplan tus deseos…” – dijo el caballo. (CANCIÓN DEL CABALLO)

El país de donde vengo veinticinco vidas tiene: veinticuatro mariposas, y caballos… sólo yo. Donde no hace falta nombre; si un caballo sólo soy, un caballo llamado Caballo, un caballo llamado Caballo. El país de donde vengo no es el de los buenos cuentos, es el de los cuentos malos que se han hecho realidad. El país de donde vengo, ya no sé si es un país. Se quemó con una bomba que tiraron sobre él. Dicen que estábamos en guerra. Dicen que estábamos en guerra. Cuando la bomba cayó, yo no estaba en mi país, estaba en el mar ayudando a una ballena herida por un barco. Cuando volvía nadando me encontré veintitrés mariposas que volaban asustadas, buscaban un sitio para descansar. Se acurrucaron en mis grandes orejas, me contaron que el país estaba ardiendo, que la veinticuatro se podía quemar. Escondida en el Monumento a la Guitarra de la Gran Plaza de la Música.

Me pidieron ayuda. No podían hacer nada, el calor derretiría sus irisadas alas. Pero era difícil acercarse hasta allí, las llamas de aquel fuego me abrasarían también a mí. No era capaz de negarme a salvar la única vida, esa solitaria vida que aún quedaba en el país. Quién podía abandonarla, ardería sola allí: Mariposa, iré a salvarte, mariposa voy a salvarte.

Con agua del mar salada empapé todo mi cuerpo, a galope fui a la Gran Plaza de la Música. Vi que misteriosamente el Monumento a la Guitarra aún no se había quemado, ¡la mariposa estaba allí! Quiero que vivas, mariposa. Quiero que vivas, mariposa. A la mariposa vi, ya a punto de morir. Tiritaba de calor, prisionera sin razón en la caja del gran instrumento. De palisandro era aquella guitarra, la monté sobre mi lomo. No pude evitarlo, el mástil se rompió y se perdió. Allí en la playa esperaban sus hermanas y contentas prometieron que por siempre me agradecerían haberla salvado: “A partir de hoy todas las mariposas guardaremos nuestras alas para ti. A partir de hoy todas las mariposas guardarán todas sus alas para ti”. Al recordar todo esto Caballo se puso un poco triste, pensando en su devastado país y en sus amigas las mariposas. -Y ¿cómo podéis vivir allí?- preguntó Niño. Caballo siguió contando su historia: “Las mariposas no quisieron mudarse a otro país. Pusieron muchos y muchos huevecillos dentro de la caja de aquella gran guitarra de madera de palisandro y se alimentaban –igual que yo- de las algas que el mar traía hasta la playa. Ya sabes que la vida de las mariposas es muy corta, pero mis amigas tienen una vida muy larga. Viven por lo menos cuatro meses.

Sí, según van acabando su vida las demás me guardan sus alas en un lugar escondido del país. Ya debe de haber muchísimas. Ellas dicen que `lo prometido es deuda´ y que están seguras de que algún día me serán útiles sus alas. ¡Ah! Se me olvidaba contarte que en mi país ya ha brotado un árbol… un pequeño palisandro con forma de clave de sol donde ahora seguramente estén revoloteando mis amigas las mariposas.” Cuando Caballo paró de hablar, Niño se explayó contando todo sobre su plan de plantar un árbol en la Luna. Caballo quedó impresionado por la idea y empezó a pensar la forma de ayudarle. - Ahora me tengo que ir –dijo Caballo-, pero antes escucha atentamente: Haré todo lo posible por volver, aunque tardaré y solo podré hacerlo a la cuarta noche después de una Luna llena –aunque ésta no se vea-. Tienes que esperarme leyendo el mismo libro y escuchando la misma canción que hoy. Hasta entonces, has de conseguir todas las semillas que puedas, pero sólo una de cada tipo de árbol y sólo una de cada país. Para eso necesitarás ayuda. Elige a quien quieras, pero tiene que ser alguien capaz, como tú, de meterse en el mundo de los cuentos. Y una sola cosa más: para que yo pueda volver es necesario que lo que ha pasado esta noche sea un secreto entre tú, la persona que elijas para ayudarte a recoger semillas y yo. Caballo volvió al cuento, casi sin que Niño se enterase. Luego, éste cerró el libro, se despidió de la Luna –que casi no veía- y se fue a la cama.

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No dejó de dar vueltas a toda la historia que le había contado su nuevo amigo Caballo. Le apetecía contárselo a todo el mundo al día siguiente, pero le había quedado claro que sólo se podía enterar una persona. ¿Y quién podía ser esa persona? Tenía que ser alguien que le creyera –y eso era muy difícil de creer-. Así que pensó que la única persona que no dudaría tenía que ser alguien que, como él, tuviera una gran afición por la lectura. Y, de pronto, sus labios sonrieron y su cara brilló de alegría. Sí, ya sabía quién podía ser: su hermana Mun. Aunque todavía no leía muy bien entendía perfectamente todos los cuentos que caían en sus manos y, además, para eso estaba él, para echarle una mano. Tardó en dormirse, habían sido muchas emociones fuertes y estaba excitado. Al final, el cansancio le venció y se quedó dormido. Soñó, soñó… y soñó. Soñó con Caballo, con su país, con las mariposas, con la guitarra gigante, con bombas, con llamas, con Mun, con sus papás, con su abuelo, con la Luna… con todo.

Hubo mezcla de pesadillas y de sueños fantásticos, aunque cada vez veía la fantasía más cerca de la realidad. A la mañana siguiente, en cuanto se pudo quedar a solas con Mun, le contó lo que había pasado la noche anterior. Los ojos de su hermana no podían estar más abiertos, ¡ni pestañeaba! Estaba completamente entusiasmada con todo lo que estaba oyendo y, por supuesto, no dudaba ni una sola palabra de lo que su hermano le contaba. Así que, después de asimilar toda la sorpresa, empezaron a idear el plan, ¡su plan! Se trataba, en principio, de conseguir una semilla del árbol más verde de cada país de los que todavía tenían árboles. Era una tarea difícil, bastante difícil. Después de darle muchas vueltas a cómo conseguir todas las semillas, pensaron que su abuelo podía ser de gran ayuda. No le podían contar toda la verdad. Caballo le había pedido que no hablara a nadie de él, más que a una persona (y ésta era Mun), y el abuelo ya sabía que Niño quería plantar un árbol en la luna. A Caballo, ni mencionarlo. En cuanto pudieron, buscaron al Abuelo y se lo contaron: -Abuelo -dijo Mun-, tenemos que conseguir la semilla de un árbol de cada país para que cuando Niño suba a la Luna las pueda plantar. Al Abuelo le hizo mucha gracia pero aceptó la idea, aunque para él no era más que una fantasía de niños, y lo tomó como un juego. Era muy complicado ir a todos los países para conseguir semillas. Pensaron escribir a todos, pero…¿a quién y a dónde? ¡Ajá! El Abuelo tuvo una gran idea: “A partir de mañana, cuando salgamos de paseo, iremos a la gran ciudad, allí hay embajadas de todos los países del mundo. Iremos una a una hasta que recorramos todas.” …Y así lo hicieron. A partir de ese día y durante muchos días más, a la hora del paseo, cogían el autobús y se dirigían a la gran ciudad. Antes de entrar en la primera embajada nombraron portavoz a Mun. Era la más pequeña y, con la carita tan dulce que tenía, los señores embajadores no podrían negarse a hacer este favor.

(MUN Y LAS SEMILLAS)

Señor Embajador, le pedimos la semilla del árbol más verde de su país. Señor Embajador, solo una semilla. Aunque sea la más pequeña que exista allí. Puede que algún día, muy lejos de aquí, germine la semilla, que consiga para mí. Puede que algún día, desde su país, logren ver su árbol cuando el verde gane al gris.

Señor Embajador, le pedimos la semilla del árbol más verde de su país. Con esa semilla mi hermano quiere plantar un árbol, que tal vez nazca muy lejos, muy lejos de aquí, en la Luna. Y por las noches, cuando germine, podremos ver su árbol en el cielo. Porque la Luna quiere tener un lunar, porque la luna quiere tener un lunar, porque la luna quiere tener un lunar, verde. Porque la luna quiere tener un lunar verde. Olivo, árbol coral, ahuehuete, cedro, aliso, caoba, secuoya, ciprés, nogal. El nombre igual da, del árbol que sea, baobab, almez, quejigo, acebo, tung. Puede que ese árbol sea un sauce llorón, que en la Luna se ría con un arce y un picón. Puede que sea un pino, abedul, argán, árbol de la lluvia que sin agua brotará. Señor Embajador, le pedimos la semilla del árbol más verde de su país. Y por las noches, cuando germine, podremos ver su árbol en el cielo. Porque la luna quiere tener un lunar verde. Sólo queremos poner un lunar verde a la Luna. Los embajadores de todos los países se sintieron obligados a ayudar. No podían negar una semilla, nada más que una semilla, para un fin tan bonito –aunque ellos pensaran que no era más que un juego de niños-. Pidieron a chicos de sus países que enviaran, por correo, un sobre con una semilla de un árbol, el más verde de su país. Así, fue pasando el tiempo… y lunas llenas. Empezaron a pensar que no recibirían ninguna semilla. Todas las mañanas Mun preguntaba al cartero si había alguna carta para ella… y nada. Y comenzaron a sentirse tristes. El Abuelo les dijo que tuvieran paciencia, que aunque las embajadas estaban cerca, los países estaban lejos, muchos de ellos muy lejos.

Una mañana, por fin, el cartero preguntó por Mun. Traía una carta de un niño sudafricano. Le explicó como pudo a su mamá que las semillas eran para plantar árboles en la Luna. “Cosas de niños” –pensó su madre mientras disimulaba una sonrisa. En cuanto llegó su hermano, leyeron la carta que venía acompañada de una pequeña semilla: “Te mando una semilla de baobab. A Aquí van quedando pocos, pero espero que cuando brote en la Luna aquí, en África, vuelvan a ser tan abundantes como antes. Y al día siguiente, el cartero trajo tres nuevas cartas. Una de un niño mejicano que mandaba una semilla de ahuehuete. Otra de un país de Asia, del árbol chaulmugra. Y la otra de Suecia, que curiosamente traía la semilla de un árbol que se llamaba picea solitaria de Noruega. Y… durante muchos días, todas las mañanas, el cartero traía nuevos sobres, con sellos muy raros, de otros países del mundo, con una semilla de árboles distintos. Desde Indonesia una niña le mandó una semilla de ramín y le rogaba que, por favor, hiciera lo posible para que la semilla brotara, porque este árbol se estaba extinguiendo en nuestro planeta. De países de Sudamérica llegaron semillas de caoba, guayabo. De Centroamérica, guanacaste. De Norteamérica, secuoya. De Australia y países cercanos, araucaria y malaleuca. Desde China llegó una semilla de tung. De Cabo Verde, jatropha. De Marruecos, argán. Y de los países cercanos, quercus, olmo, cedro, haya, madroño, nogal, ciprés, sauce, tilo, abedul, castaño, y muchos más, uno por cada país. Algunos niños mandaron sus sobres vacíos, con mensajes tan escuetos como este: “Lo siento, en mi país ya no queda ningún árbol”. ¡Por fin! Ya tenían una semilla de cada uno de los países en los que aún quedaban árboles. Ya estaba cumplida la primera parte de la misión. Ahora, sólo quedaba esperar a esa cuarta noche después de la Luna Llena en la que Caballo regresaría… o no.

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En cuanto volvió el buen tiempo Niño y Abuelo retomaron la costumbre de sentarse por las noches en el balcón y charlar mirando la Luna, o lo poco que de ella se podía ver. Pero ahora tenían una nueva compañía en sus noches de balcón. Mun se había unido a ellos.

Una noche en la que la Luna era para los tres no más que una mancha gris en el cielo, y con la nostalgia que da pensar que ese punto gris oscuro debería ser un gran círculo blanco, se pusieron a jugar con su amiga la Música. El juego era muy sencillo y divertido: se trataba de contar lo que se les fuera ocurriendo, mirando al punto gris, con una melodía que Papá les había enseñado. Primero empezaría Mun, después Niño y más tarde el Abuelo: (LUNA BLANCA, LUNA GRIS)

Luna, luna, que no te veo. Eras blanca, te vemos gris.

Gris, gris, gris. Nuestro humo te ha hecho gris. Todo lo verde se está quemando aquí. Claro y verde nos dieron el planeta. Verde era, ya no es así. Luna, yo quiero verte blanca; …Tierra, verde por fin. Estaba claro que el Abuelo seguía viendo todo muy negro, y no era para menos. Pero Niño y Mun, aunque sabían que él no estaba equivocado, veían un punto de esperanza. No dejaban de pensar que, ahora que tenían las semillas, Caballo, sin duda, volvería. Pasó el tiempo. Niño empezó a contar meses de 28 días. Para él no había semanas; ni lunes, ni martes, ni miércoles… Su orden del tiempo era el de la Luna: (CUATRO FASES)

Luna Llena, Cuarto Menguante, Luna Nueva, Cuarto Creciente, Luna Llena, Cuarto Menguante, Luna Nueva, Cuarto Creciente, Luna Llena, Cuarto Menguante, Luna Nueva, Cuarto Creciente… Luna Llena. Mun también estaba muy nerviosa. Ella ya había cumplido su parte de la misión y no podía hacer más. Le regaló a su hermano una pequeña mochila de su muñeca favorita para meter todas las semillas. Aunque hubiera casi tantas semillas como países, no ocupaban tanto. Ella no entendía de fases lunares; solo deseaba conocer, por fin, a Caballo y saber cómo iba a ayudar a su hermano a lograr su sueño, que ya era también el sueño de Mun.

Pasó una primavera… un verano… un otoño. Al empezar el invierno Niño estaba convencido de que, cuatro días después de la última luna llena, antes de llegar la primavera, volvería Caballo. Y estaba seguro también de que no vendría solo, que traería –seguro- algún plan para cumplir su sueño de plantar un árbol en la Luna. ¡Era una corazonada!, ¡vamos!, que se le había metido en su cabezota y… ¡no podía ser de otra manera! Tuvieron suerte. Sus papás les dijeron que, precisamente esa noche, muy de madrugada, tenían que salir de viaje, de “segunda luna de miel” –dijeron ellos-. Y que tenían que coger muy pronto un tren. Así que, sería el Abuelo quien se quedaría a dormir con ellos esa deseada noche. …Y llegó el día. Pasó la mañana, pasó la tarde... y llegó la noche. Papá y Mamá tenían que madrugar y, después de cenar, besaron a los niños, se despidieron de ellos y se fueron a la cama. Aunque la noche estaba un poco fresca, los tres -Niño, Mun y el Abuelosalieron al balcón. Mientras el Abuelo pensaba, los dos niños silbaban una canción… los ojos de uno se quedaron clavados en los ojos del otro, ¡habían tenido la misma idea a la vez: si estaban muy concentrados podían escucharse a través de la música, aun sin oírse. Sería la forma de comunicarse, aunque en esos pensamientos no existan palabras, como por telepatía! Abuelo se quedaba dormido, así que se fue a la cama; al fin y al cabo pensaba que sólo era un juego y el sueño podía más que las ganas de jugar. Mun empezó a leer, nerviosa, sus cuentos de cartón duro; Niño, no podía ser de otra forma, cogió el mismo libro que estaba leyendo la noche en la que apareció Caballo y puso la misma música que entonces. Los dos se enfrascaron en su lectura y se les pasó el tiempo. Estaban a punto de quedarse dormidos debido al sueño acumulado durante los últimos días, cuando el ruido de unas alas les devolvió a la realidad. ¡Se había cumplido su deseo!

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“Ya estoy aquí, he vuelto”. ¡Siiiií, era Caballo con dos grandes alas hechas con miles de alas de miles de mariposas! Mun, al principio, se asustó. Con la voz entrecortada, se presentó a Caballo e intentó hacerle cientos de preguntas. Pero Caballo dijo que no había tiempo para explicaciones porque tenían que viajar de noche, ya que, si no, sus alas se derretirían con el calor del Sol.

“Siento no poder contestarte, pero tenemos mucho camino por delante y tiempo suficiente para contarle a tu hermano cómo he conseguido las alas, cómo he llegado hasta aquí… y todo lo que quieras. A ti, Mun, ya te lo contará tu hermano” – dijo Caballo. A Niño, en ese momento, no le hacían falta explicaciones: estaba claro que Caballo había venido con sus grandes alas para ir inmediatamente a la Luna a plantar, por lo menos, un árbol. “Mun, no te olvides que si tenemos que ponernos en contacto lo podemos hacer con la telepatía de la Música” –dijo Niño mientras recogía la mochila con las semillas que le entregaba su hermana. “No hace falta que cojas nada más, en mis alforjas tengo todo lo necesario para el viaje” –dijo Caballo. Y sin más, se despidieron de Mun. Su hermano se montó a lomos de Caballo cuidando no dañarle sus frágiles alas. Aleteó durante unos segundos. Y… alzó el vuelo en dirección a ese punto gris que se veía en el cielo. Mun, admirada por todo lo ocurrido, se quedó observando cómo Niño y Caballo desaparecían en la inmensidad del cielo, cómo el brillo de las alas de alas de mariposas cada vez se iba haciendo más pequeño, hasta que dejó de verlo y… se fue a la cama. (Mun: “Luna, Luna, que no te veo”)

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La primera parte del viaje fue de silencio total: mezcla de admiración hacia lo que veía, un poquito de miedo, y –sobre todo- mucha alegría por estar realizando su sueño. Niño miraba hacia atrás, observaba cómo la Tierra cada vez se veía más pequeña. Tuvo la oportunidad de ver que no era verde ni azul, sino gris. Y la Luna cada vez más blanca. Estaba claro que el tono gris en el que se veía la Luna desde la Tierra no era debido a que ya no fuera blanca sino al manto gris que cubría la Tierra. ¡Nunca había visto la Luna ni tan blanca ni tan grande! Y se rompió el silencio. Caballo intentó que Niño olvidara el poco miedo que le quedaba y le contó qué había estado haciendo desde que se fue el día de su primera aparición hasta esa noche. -Cuando regresé a mi país, mis amigas las mariposas me esperaban revoloteando impacientes alrededor del árbol, del único que existe, del palisandro. Conté todo lo que me había pasado y todo lo que tú querías hacer. Ellas vieron que era una buena solución para que en nuestro país volviera a brotar el verde… y más árboles para hacerle compañía al palisandro.

Enseguida las mariposas pensaron que era el momento de recompensarme por haber salvado a aquella mariposa de la que ya te hablé. “Iremos al lugar donde están escondidas todas las alas que hemos ido guardando para ti” –me dijeron las mariposas. Y así lo hicimos. Fuimos, ellas volando y yo nadando, a una pequeña isla. En un tronco de árbol seco mis amigas habían ido guardando todas las alas. Había miles de ellas. En mis alforjas las llevamos a nuestro país, y allí mis amigas estuvieron días y días pegando unas con otras, utilizando como pegamento la resina del palisandro. “Este es nuestro regalo para ti”- dijeron las mariposas. Eran dos preciosas y grandes alas de alas de mariposas. La resina también sirvió para pegar las dos alas, una a cada lado de mi lomo. -Tardé en aprender a volar, pero al final lo logré. Como estás viendo, esto funciona. Pero hay que tener mucho cuidado para que el Sol no las seque demasiado, pues se estropearían. Ahora, con estas alas multicolores, soy el caballo más bello del mundo.

Niño iba cómodamente sentado sobre Caballo atento a dos cosas a la vez: a lo que le contaba su amigo y a las vistas que le ofrecía su posición privilegiada. La Tierra, que se seguía viendo cada vez más gris y más pequeña, y la Luna, que cada vez se veía más blanca y más grande. Ya no podía más, el sueño le vencía. Había sido un día muy ajetreado y con muchas emociones. Se recostó sobre el lomo de Caballo, le rodeó el cuello con los brazos y, aunque no quería, se quedó dormido. Y soñó, soñó, soñó… (SUEÑO SOBRE CABALLO)

Sobre el Caballo soñó que tuvo un sueño: tras una nube azul volaban mil mariposas, directas hacia la luz de la Luna tejiendo dos grandes alas. Soñó con un gran sol, y tuvo frío, soñó con Mun cantando esta canción. Con el mar, con un árbol, con carbón del tronco seco que vio morir su río. Y soñó con un mundo mejor, el de sus cuentos. Rocinante con alas, Milú sin dueño, con canciones que esconden mil secretos.

No sabía si estaba en un libro o sonaban canciones con un claro eco: notas cargadas de emociones. Sobre el Caballo soñó que tuvo un sueño: tras una nube azul volaban mil mariposas, directas hacia la luz de la Luna dos grandes alas tejiendo. Soñó con un gran sol, y tuvo frío, soñó con Mun cantando esta canción. Con el mar, con un árbol, con carbón del tronco seco que vio morir su río.

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Un brusco movimiento le despertó. Estaban ya muy cerca de la Luna, muy cerca. Y algo no iba bien. Se había levantado un viento terrible. Era una tormenta lunar y las alas de alas de mariposas no estaban preparadas para soportar aquella fuerza del viento. Caballo daba bandazos para todos los lados, no era capaz de hacerse con el vuelo. El fuerte viento empezó a romper las pequeñas alas de mariposa. Los dos pensaron que era el final de su aventura. Las alas cada vez se iban deteriorando más y el viento los llevaba hacia un lado y hacia otro sin que ninguno de los dos pudiera hacer nada por evitarlo. Las alas de Caballo acabaron completamente rotas. Luego, cayeron en picado sobre la Luna. Niño recordó entonces, que en la Luna casi no hay gravedad. Eso les había salvado. Alunizaron de forma brusca, sin sufrir grandes daños personales. ¡Estaban en la Luna!. Pero Caballo ya no tenía alas y no podrían regresar nunca a la Tierra. Además, con la tormenta, se había roto la pequeña mochila y las semillas se habían perdido. No pudo más y rompió a llorar: había logrado parte de su sueño, subir a la Luna, pero ya no podría completarlo. La canción decía: “quiero plantar un árbol en la Luna,

Madre”.

Caballo, al verle llorar, también se puso muy triste. Y, aunque no conocía la palabra, sintió algo que debía de ser eso que llaman miedo. Pero se repuso. Era el mayor de los dos, tenía que ayudar a Niño y controlar la situación.

Para animarle dijo que era posible que las semillas se hubieran desperdigado por la luna en su accidentado alunizaje. Así su viaje, por lo menos, no habría sido en balde. Niño se fue animando poco a poco y empezó a tararear unas melodías: (CANON DE LOS DOS ECOS)

En cuanto cantó las primeras notas se quedó asombrado por la sonoridad de aquel lugar. Caballo también. No eran capaces de explicarlo. Las notas que Niño entonaba, la Luna las armonizaba y de su voz creaba un coro. Habían oído hablar de algo que sonaba a canto celestial. No sabían qué era eso; ahora sí, lo que es sonar a canto lunar lo tenían delante de sus oídos. Era asombroso. Y ¡Todavía más! Al llegar al tercer compás oyó cómo un eco muy, muy claro le perseguía a la misma velocidad, ¡Y al quinto empezó otro! Era formidable, aunque estuviera solo en la luna podría hacer un canon como si, él solo, formara tres grandes coros. Era un eco muy especial. Solamente lo hacía dos veces, no más. Sí, dos ecos. Así que a ese lugar lo llamaron El Valle de los Dos Ecos. (FIN CANON DE LOS DOS ECOS: “… Luna, Luna, que sí te veo.”) Después de haber descansado, y ya más tranquilos, pensaron que lo único que podían hacer era dar una vuelta por la Luna a ver qué se les ocurría. Caminaban sin que les pesaran los pies. ¡Había que disfrutar el momento, era divertidísimo! Recorrieron kilómetros y kilómetros lunares sin hacer el más mínimo esfuerzo. Salieron del Valle de los Dos Ecos. Estaban en una gran meseta llena de pequeños cráteres. Era curioso. Aquí el sonido era distinto. Ya no había eco pero la sonoridad de la Luna seguía haciendo que la voz de Niño se oyera con una resonancia muy especial. -Aunque no estamos cansados, vamos a pararnos un poco -dijo Caballo- Hay que pensar qué podemos hacer para regresar a la Tierra. Se cobijaron en un pequeño cráter y comieron algo de lo que Caballo tenía en sus alforjas. Caballo se quedó dormido. También él tenía derecho a hacerlo. Mirando a la Tierra y recostado en Caballo, Niño no pudo evitar que se le escaparan unas lágrimas pensando cómo los hombres estábamos matándola. Y, a miles de kilómetros de la Tierra, sintió tanto amor y tanto dolor a la vez por Ella que la Luna sintió este dolor como suyo.

En el pequeño cráter, Niño se sentía unido en cuerpo, y sobre todo en alma, a la Luna, a esa misma Luna que siempre había aparecido en sus sueños, fantasías y canciones, a esa Luna que era tan real como que estaba en ella. La Luna miraba a la Tierra por los ojos de Niño y… le tomó prestada su voz, que, por la acústica que tenía aquel lugar, sonaba mucho más grave: (LAS LÁGRIMAS DE LA LUNA)

Sentí que el verde se te escapaba, sentí no verte ya nunca más, sentí tu aire que me quemaba, sentí... Te sentí. Te borran Tierra, me quedo sola, estás herida, y me duele a mí, me duele el antes, y aún veo un futuro, me dueles tú...

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AUDIO 9

Al escuchar esta canción, al ver cómo la Luna había sido capaz de susurrar por boca de Niño, Caballo quedó impresionado de lo que la Música podía lograr. Además, se emocionó muchísimo al ver cómo la Luna sufría por la Tierra. ¿Qué sentido podía tener la vida de un satélite sin su planeta? Entre lágrimas, Caballo trató de tararear lo que la Luna había cantado por boca de Niño y siguió pensando en qué sería la Música. No entendía mucho. -¿Qué es la Música? – preguntó Caballo. -¿Que quién es la Música? Es mi amiga y la echo muchísimo de menos. No sé cómo se puede vivir sin ella… (7 NOTAS, 12 LUNAS)

Música es la magia, música es sabor, música es la clave, música es el sol, música es la nota que le da color.

Música es la madre, música es su amor, música es un sol_mi, música es un do, música son trozos de tu corazón. Puedes ir muy lejos con ella, puede quitarte el dolor. Puede ser una emoción en tu vida, con ella puedes pedir perdón. Son notas que alegran un mal día, con ellas puedes soñar y llorar. Pueden traer hasta tu mente recuerdos, con ellas puedes decir que no.

Música es Beethoven, música es un rock, es un sostenido, puede ser bemol. es aquella nana que alguien te cantó. Música es el compás de tu día, da el ritmo a tu corazón, la banda sonora de tu vida, con ella puedes decir adiós. Siete notas, un arco iris son. Doce lunas bailan a tu alrededor. Pentagramas pueden dar color, con sus notas puedes viajar hasta llegar al Sol. Y no se las lleva el viento, no se las lleva el reloj, no se las lleva la ausencia, siempre estarán en tu corazón. Música es preludio y es la conclusión, es un instrumento, puede ser tu voz, es aquel susurro que se hizo canción. A Caballo le pareció perfecta aquella explicación de Niño que la Luna había armonizado. Le apetecía muchísimo ver a sus amigas las mariposas y contárselo. Ahora entendía por qué en su país había una plaza que se llamaba la Gran Plaza de la Música. Entendía por qué aquel árbol de palisandro había brotado de un trozo de mástil de una guitarra: aunque la Tierra estuviera muy grave, la Música se resistía a morir, la Música nunca muere.

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No eran capaces de saber cuánto tiempo había transcurrido desde que llegaron. Habían perdido la noción del tiempo y, encima, parecía que el reloj de Niño no funcionaba. ¿O, tal vez, sería que el tiempo Lunar se medía de una forma distinta al nuestro? Salieron de su cráter y siguieron caminando por la Luna. No importaban los kilómetros, no cansaban. Pasaron por más valles lunares, por más mesetas, más y más kilómetros… Caballo, que seguía alucinado por las resonancias distintas que ofrecía cada lugar de la Luna, siguió jugando con su ronca voz. Niño, como si no fuera bastante lo

que estaba viviendo, mientras caminaba con un ojo en la Luna y otro en la Tierra, seguía con sus fantasías… Aunque de vez en cuando se acordaba de sus papás, de Mun, del Abuelo, de sus amigos… de las mariposas que no conocía… Más cráteres, alguna montaña, más valles, más mesetas lunares, más y más kilómetros… …Hasta que Caballo, que seguía intentando hacer cosas bonitas con su voz, observó que su voz se repetía acompasada y claramente dos veces. ¡Habían vuelto, sin querer, al Valle de los Dos Ecos! O, tal vez, ¡habían dado la vuelta a la Luna! Decidieron que ese sería su valle, su país, su casa en la Luna. Era curioso. Cuando Niño vivía en la Tierra no dejaba de mirar a la Luna, y ahora que estaba allí, no era capaz de quitar sus ojos de nuestro planeta. De repente, se estremeció. Sintió que algo horrible estaba pasando. (11M CANON )

Niño vio cómo en un punto del centro de su país salía mucho humo. Al rato vio, y casi oyó, otra explosión. Al rato, otra… y así hasta diez. Cada explosión hacía que la Tierra se viera un poco más gris. Humo, humo, mucho humo. Algo grave tenía que haber pasado, lo sentía aunque estuviera a casi cuatrocientos mil kilómetros. Y lo sentía porque estaba empezando a hacer efecto la “telepatía” que había entre Mun y él. Los sentimientos de Mun en ese momento debían de ser muy fuertes, tan fuertes que Niño los captaba como si fueran suyos. No lo podía explicar, los pensamientos tienen palabras, los sentimientos, no. (Fin 11M Canon )

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AUDIO 11A

Caballo, que también había entendido todo, pensó que era el momento en el que había que dar una alegría a Niño. Desde la Luna no podían hacer nada por lo que abajo estaba pasando. ¡Era el momento de darle una agradable sorpresa! “Busca en mis alforjas” –dijo Caballo-. Y Niño buscó (imaginaba que podía ser una armónica, una flauta, unos simples crótalos… ¡Echaba tanto de menos la Música!) y buscó. Pero nada. Caballo le dio una pista: Es más pequeña que un grano de arroz. Niño buscaba y buscaba, metió la cabeza en las alforjas… y nada. Te daré otra pista… Me inventaré una adivinanza para ti:

(ADIVINANZA)

Muy chiquitita yo soy, si no me escondo así sigo, si tú me tapas y riegas crecerá el verde más vivo. No era capaz de resolver la adivinanza. Pero no quería rendirse. “¿Me la repites una vez más?” – Pidió Niño. “Vale, por última vez”. Y Caballo repitió esa adivinanza que se acababa de inventar.

Muy chiquitita yo soy, si no me escondo así sigo, si tú me tapas y riegas crecerá el verde más vivo.

Sólo hacía falta un poco de lógica. ¡Ya está! Con las pistas que Caballo le había dado no podía ser otra cosa más que una semilla. Y la encontró… ¡era tan pequeña! La semilla hizo que se olvidara de todo lo que estaba pasando: ya podía cumplir su misión de plantar un árbol en la Luna. Cuando Mun, tu abuelo y tú – dijo Caballo- recorristeis todas las embajadas, hubo un país que se quedó sin vuestra visita, porque no tiene ni embajada, ni embajador, ni niños. Os olvidasteis de un país que sólo tiene un árbol. …Por eso las mariposas me dieron una semilla de palisandro para ti, una semilla que es hija de aquella guitarra que se salvó de las llamas en la Gran Plaza de la Música. Solo faltó una cámara de fotos para inmortalizar aquel momento histórico: Niño plantó la semilla de palisandro en un pequeño cráter del Valle de los Dos Ecos. ¡Objetivo cumplido!

(EL ÁRBOL YA ESTÁ EN LA LUNA) Mi sueño ya se ha cumplido, he plantado un árbol en la Luna. Era lo que más quería, lo que imaginaba, lo que yo busqué. ¿Quién dijo que estaba loco, que no era más que mi juego? ¿Quién dijo que mi fantasía?

Pero no lo he logrado solo, otros fueron parte de mi sueño. Gracias a todos que me ayudasteis para convertirlo en realidad.

Doy las gracias a Caballo y sus alas, a esas mil mariposas, también a las demás. A los embajadores, a los niños que dieron su mejor semilla que estará enterrada con tierra lunar.

Gracias Mun, porque creíste en mi sueño. Palisandro, Palacio de Cristal. A Aguaviva, a mis padres, que con ellos tocaron diana, a los libros. Y a ti, abuelo, ya te digo que mi árbol plantado está. Mi sueño ya se ha cumplido, he plantado un árbol en la Luna.

Durante un buen rato no dejó de tararear la frase de la canción que le había dado la idea: “Quiero plantar un árbol en la Luna, Madre. Quiero plantar un árbol en la Luna, Madre…” Sí, su sueño de plantar un árbol en la Luna estaba cumplido. Pero en sus planes no estaba tenerse que quedar allí para siempre. Así que había que hacer algo. Pero, ¿qué podían hacer un niño y un caballo sin alas para volver a casa? Se montó sobre Caballo y cabalgaron sin rumbo por la Luna. En silencio, los dos iban pensando cómo resolver aquel problema. Imaginaba soluciones de lo más fantásticas, recordaba aventuras de los libros que había leído, imaginaba, imaginaba… pero cada vez que le iba a contar su ocurrencia a su amigo se detenía y pensaba: “no estamos para fantasías”. Ni siquiera tenía un libro para intentar que la fantasía se convirtiera en realidad, aunque fuera la última vez. En cambio, Caballo pensaba “con sus cuatro patas en el suelo” y no se le ocurría nada. Pensaba cómo se podría hacer unas alas si en la Luna… no hay nada.

Así fue pasando el tiempo, al trote, al galope… hasta que Caballo frenó bruscamente. El frenazo fue tan seco que Niño estuvo a punto de salir despedido por encima de las orejas. ¿¡Qué pasaría!? ¡A lo lejos, sobre una pequeña colina, se alzaba un árbol! A toda velocidad se acercaron hasta allí. Efectivamente, ¡era un árbol con dos grandes hojas verdes!

Cuando observaron de cerca aquellas dos grandes hojas vieron que ese árbol no había crecido de una sola semilla, sino de muchas a la vez. Era una mezcla entre arce, baobab, tung, quercus… Había que poner un nombre a esa nueva especie de árbol. En honor a las mariposas que habían regalado todas sus alas para que ellos pudieran llegar a la Luna lo llamaron Árbol Alado. Había nacido una nueva especie.

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No hizo falta mucho tiempo para que los dos pensaran que esas dos grandes hojas servirían para hacer las alas a Caballo. Y dicho y hecho. Se pusieron manos a la obra. Utilizarían las cinchas de las alforjas para ajustar las dos hojas al cuerpo de Caballo. Ya iban a cortar las dos hojas del árbol cuando… se pararon, se miraron a los ojos… no podían hacer eso. Ese árbol no era un árbol cualquiera, era el único que había nacido en la Luna, no podían dejarlo sin hojas. Lo pensaron y repensaron. Era la única manera de poder volver a casa. Pero… no. No podían hacer eso aunque les fuera la vida en ello. De repente se levantó un suave viento lunar. Estaba claro que la Luna les quería decir algo. Pero ellos no eran capaces de descifrar este mensaje. ¿Qué les querría decir? Por un momento el viento fue más fuerte, lo justo para hacer que las dos grandes hojas del árbol Alado se desprendieran de su tronco. ¡Habían captado la indirecta! La Luna les regalaba esas hojas, lo único verde que poseía, para que ellos pudieran regresar a la Tierra. Era el mejor y el único regalo que la Luna les podía hacer. Se desprendía del color con el que había soñado siempre, de ese verde que, por fin… Con las cinchas, Niño ató las hojas a los lomos de Caballo. En cuanto las tuvo puestas, Caballo comprobó que era fácil volar con ellas.

Luna.

Se despidieron del tronco del Árbol Alado y le pidieron que diera más hojas a la

Ya volando, regresaron al Valle de los Dos Ecos para despedirse de “su casa” y de la Luna. Sabían que nunca jamás iban a volver a estar tan cerca de Ella. Prometieron que al llegar a la Tierra harían todo lo posible para que la Luna se volviera a ver, por lo menos, blanca. La Luna había aprendido mucho de los inquilinos que, por no se sabe cuánto tiempo, habían vivido con ella y en ella. Supo cómo estaban las cosas por la Tierra –a la que ella consideraba su madre-, se encariñó más con ese color verde del que antes veía a la Tierra , vio la importancia que un árbol puede tener… y, ¡además!, había conocido la Música. Pero se quedaba más apenada por la Tierra de lo que estaba antes de conocer a Niño y a Caballo. Ella siempre había tenido un deseo: que la Tierra le dejara un poquito de agua, de agua limpia y cristalina. La Luna sabía que para que el color verde brotara hace falta, por lo menos, agua. Ahora veía que ese deseo nunca se iba a cumplir.

Tenía que despedirse de ellos de una forma especial. Y aprovechando todo lo que le habían enseñado quiso mandar una carta a la Tierra. Recordó cómo Niño y Mun utilizaban la Música como correo. Además, estaban en el Valle de los Dos Ecos. Así que, aprovechando las resonancias que allí se daban, se atrevió a cantar esta Carta para la Tierra: (VERDE Y AGUA)

Tierra, Tierra, siempre quise ser como tú. Me gustaba ver tus bosques, tu verde quería tener. Soñaba con tus azules, tu agua quería beber. Te admiraba por tu verde, te envidiaba por tu azul. A tu lado siempre estuve para que durmieras tú.

Pero sin agua no hay verde, si no hay verde, no hay azul. Agua, yo te quiero sentir, agua, agua, una gota yo quiero. Agua, agua. “Mamá dame agua, que mi árbol tiene sed”

De dos cráteres salieron lentamente dos grandes gotas de agua: ¡Dos lágrimas de la Luna que cayeron hasta el lugar donde estaba enterrada la semilla de palisandro!

A Niño le pareció tan bonita esta carta que le entró prisa por bajar a la Tierra y hablar con quien hubiera que hablar para poder quitar ese manto gris que estaba separando a la Hija Luna de la Madre Tierra.

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AUDIO 12

No había tiempo para más despedidas. Era el momento de montarse en Caballo y decir adiós a ese tiempo pasado en la Luna (no se sabe cuánto), al Valle de los dos Ecos y al pequeño cráter donde quedaba plantada la semilla de palisandro.

Allí se habían sentido como dos auténticos selenitas, todo había sido muy intenso. En la Luna habían paseado, galopado, volado; habían jugado con la música en ese fantástico valle y en otros lugares con unas resonancias especiales. Habían llorado, reído… pero, sobre todo, habían plantado un árbol, que era a lo que realmente fueron allí. Acabaron su estancia en la Luna pensando esperanzados que todo podía cambiar. No olvidaban que en su alunizaje forzoso se habían perdido cientos de semillas. ¿Quién sabe si algún día…? Así, Caballo se arrodilló con sus patas delanteras y Niño subió a su lomo. Volvió a faltar la cámara de fotos: si la imagen de Niño volando sobre un caballo con alas de alas de mariposa había sido todo un espectáculo, no digamos nada de ésta: Niño montado en el Caballo con dos alas verdes de hojas verdes; el Valle de los Dos Ecos de fondo, con el pequeño cráter donde quedaba plantada la semilla de palisandro. Apenas se distinguía la colina donde quedaba el tronco sin hojas. …Y así, iniciaron el viaje de regreso a casa.

(CANCIÓN DE REGRESO)

Luna, Luna, ya nos vamos, te quedas viva. Ilumina mi regreso, envía una señal, que allí vean que no alucino, y que sepan que alunicé cual selenita, fui selenita, fui selenita, soy selenita. Tierra, Tierra, te adivino, tras el gris de tu halo. Noto tu cara enferma, triste, y la Luna me ha dicho que está contigo, que te regala a ti toda su vida: dos hojas verdes, dos alas verdes, dos selenitas, son selenitas. Ya tenían muy cerca la Tierra, distinguían perfectamente el país de Niño, aunque en el centro todavía se veían diez grandes nubes de humo.

Niño miró su reloj. Ahora ya funcionaba. No entendía lo que había pasado. Para Niño y Caballo, según el horario lunar, había transcurrido muchísimo tiempo. Pero, según el reloj, solo habían pasado veinticuatro horas. Era la noche siguiente a la que salieron hacia la Luna con sus alas de alas de mariposa. Cada vez estaban más cerca de casa. Ya se veía su barrio… su casa… su balcón…

¡Allí estaba Mun! La niña dio un salto y abrazó a Niño sin que le diera tiempo a bajarse del Caballo. Aún había algo triste en su mirada, pero enseguida se puso muy contenta pues su hermano había vuelto con Caballo después de haber plantado un árbol en la Luna. - “Me tengo que ir” –dijo Caballo después de acariciar con el hocico la espalda de Mun. Era un beso de despedida. Los niños todavía no habían abierto la boca, pero entendían la prisa que tenía Caballo por ver a sus amigas las mariposas. Se abrazaron los tres, no hacían falta las palabras…

Caballo comenzó a agitar las alas y dando un impulso se elevó en el aire. Los dos hermanos observaron cómo Caballo se perdía en el horizonte. Con la poca luz que les prestaba la Luna Menguante vieron brillar las dos alas verdes, cada vez más pequeñas, cada vez más lejos, cada vez más pequeñas… Cogidos de la mano y sin decir ni una palabra –la emoción no les dejaba- entraron en casa donde sólo estaba el Abuelo.

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Pasó el tiempo. Pasaron los años. Niño y Mun se hicieron mayores. Niño y Mun se convirtieron en abuelos. En el Señor Niño y la Señora Mun. Y una noche, una noche después de muchos años, en que las nubes grises no dejaban ver más allá, el señor Niño salió al balcón con su hijo: -Hijo, mi abuelo me contó una historia que le había contado su abuelo, y a su abuelo, su abuelo. Esta historia ya se la conté a tu hijo, mi nieto. Una historia que a ti nadie te ha podido contar. Sólo deseo que cuando tú se la cantes a tus nietos ya no aparezca la palabra “gris”: (CANCIÓN DEL ABUELO NIÑO) Me contó mi abuelo que le contó su abuelo, que le contó su abuelo, hijo, yo te lo cuento a ti, que la Tierra era verde, que el mar estaba azul. Las nubes color nube, como nunca verás tú.

Quisiera contarte que todo es pasajero, quisiera decirte que no ha pasado nada. No quiero engañarte, la Tierra no está verde, el mar ya no es azul, las nubes no son nubes. La Luna, ni se ve; ni estrellas en el cielo, hemos cubierto todo con un tupido velo.

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Aquel tupido velo, aquella gran nube gris oscura, empezó a desaparecer. Era noche de Luna Llena. La nube se iba, pero el color blanco no aparecía por ningún lado. Era un colorido de noche realmente asombroso: La Luna Llena resplandecía de un “tierno” color VERDE, VERDE, VERDE.

(MIX FINAL)

Y nuestra Luna tiene ya su lunar, verde. Y nuestra Luna es toda ya un lunar verde. Pero no lo he logrado solo, otros fueron parte de mi sueño. Gracias a los que me ayudasteis para convertirlo en realidad. Mi sueño ya se ha cumplido, he plantado un árbol en la Luna. Soñé con un gran sol, y tuve frío, soñé con Mun cantando esta canción. Con mil notas, con ecos, con la música que descubrió y no caerá en olvido: Música es Beethoven, música es un rock, es un sostenido, puede ser bemol. es aquella nana que alguien te cantó. Siete notas, un arco iris son. Doce lunas bailan a tu alrededor. Pentagramas pueden dar color, con sus notas puedes viajar hasta llegar al Sol. (3 voces canon 11M) Es un lunar verde esperanza, la Luna es verde esperanza. (Coro 1)

(Coro 2)

Luna, Luna, verde te veo. Tierra, vuelve al verde por fin. Luna, Luna, mejor verde que gris. Tierra, ¡despierta!, vuelve al verde por fin.

Luna verde veo, tu verde quiero, y quiero Tierra tu verde así. Tierra yo quiero verte sana, vuelve al verde por fin.

(Coro 3)

Coda

MANOLO CORREDERA

Enlace a la narración –con fondo- de los capítulos.

Enlace individual a la canción

ADVERTENCIA: Las grabaciones son caseras, algunas en clase y con los mismos alumnos del Taller de Música del CEIP Miguel Hernández. Esperamos no dañar vuestros oídos (sobre todo la voz de Caballo, …que un poco sí es). Son para uso exclusivamente didáctico de nuestros alumnos, mejor que no salgan de casa. Nuestro agradecimiento a las voces de Rafael L. Cubino –narración- y Mónica Santos, así como a todos los alumnos del Taller de estos últimos años. También al Colectivo de Innovación Musical “La Carabocha” por su ayuda en todo. En breve intentaremos colgar en este Blog la presentación en formato concierto (narración resumida con canciones) que se realizó en el Auditorio Enrique de Sena de Santa Marta de Tormes y en León, ambos en el mes de Junio de 2011.