Francisco José Cantero Serena (1991): “¿Lengua oral o lengua?”, en Actas del II Simposio Internacional de Didáctica de la Lengua y la Literatura: didáctica de la lengua oral. Tarragona: Escola de Mestres de Tarragona. (pp. 89-96)

¿LENGUA ORAL O LENGUA? Francisco José Cantero Serena

Decimos que el lenguaje articulado o lenguaje verbal, es decir, la lengua, es el lenguaje por excelencia; el lenguaje natural, el lenguaje del cual se desprenden todos los demás lenguajes existentes, los lenguajes artificiales, que no serán, por tanto, otra cosa que una traducción o una regularización de una parte de ese ingente maremágnum que es la lengua. Así, el código de circulación es un ejemplo típico de lenguaje artificial creado a partir de una serie de significados que correspondían en la lengua a unidades heterogéneas -por ejemplo, 'peligro', 'deténgase', o 'prohibido girar a la izquierda', que en unos casos son palabras y en otros frases completas- y trocando los significantes del habla, las palabras o las frases, por otros más simples y de carácter visual -colores, luces y formas-. El lenguaje de las flores, la señalización mediante banderas, etc., pueden pertenecer a un tipo de lenguaje diríamos que ideológico, que consiste en rescatar únicamente algunos contenidos y asociarlos a nuevos significantes. Los lenguajes de programación y, en general, todos los lenguajes lógicos, aportan, además de una traducción de los significantes -en este caso, cambiándolos por valores a los que pueda ser sensible la máquina-, una regularización de los contenidos, de tal modo que no confunden, como los anteriores, contenidos de categorías distintas, sino que constituyen un constructo perfectamente organizado y categorizado, más aún que la lengua misma: así, de camino, resultan una valiosa herramienta cognoscitiva. El lenguaje matemático sería de este tipo, con la particularidad de que los significados también son, en buena medida, inventados. Otro tipo de lenguajes es el de los que están concebidos como una traducción no sólo de una serie de contenidos, sino como una traducción total, de toda la lengua, basados no en los significados sino en los significantes de esta: son los lenguajes alfabéticos, como el código morse, cuya única diferencia con la lengua natural es el carácter de los significantes: a cada fonema corresponde un conjunto determinado de puntos y de rayas. Estos tres tipos de lenguajes, cuyos ejemplos podrían ser, respectivamente, el código de circulación, un lenguaje de programación y el código morse, son lenguajes artificiales porque han sido creados por el hombre, conscientemente, a partir del lenguaje llamado natural, la lengua, que además de servir para comunicarnos, o precisamente por ello, es el mediador fundamental en la formación misma de la mente humana: todo un fenómeno. Pues bien, los profesores de lengua solemos distinguir entre dos aspectos del fenómeno: la lengua 1

oral y la lengua escrita, también llamados el lenguaje oral y el lenguaje escrito -como veremos, más apropiados-. Hasta tal punto y con tal aplicación distinguimos los dos aspectos del "mismo" fenómeno, que toda la enseñanza primaria está fundamentada en dicha distinción. Los profesores de lengua trabajamos, o deberíamos trabajar, tanto la expresión escrita como la expresión oral, porque todo eso es la lengua. Aunque lo cierto es que, en la realidad, esto no ocurre exactamente así, y el observador menos agudo puede verlo con toda claridad en, por ejemplo, cualquier libro de texto usado normalmente. Y no se trata de un problema de los libros de texto, tantas veces denostados, sino de un problema de fondo que afecta a todo el enfoque pedagógico tradicional, del que tan difícil resulta librarse. En efecto, pertenecemos a una cultura en la que priva absolutamente lo visual sobre lo auditivo; lo cual, en la enseñanza de la lengua, se manifiesta en una total sumisión de lo oral a lo escrito, de lo auditivo a lo visual. Así, si la lengua se compone de dos aspectos, el oral y el escrito, ya para empezar nos enfrentamos a una postración evidente del primero en favor del segundo. Actualmente, los profesores nos esforzamos en trabajar cada vez más la expresión oral, conscientes de su importancia, y así se recoge en la mayoría de programas oficiales y no oficiales. Sin embargo, si examinamos en qué consiste este trabajo nos daremos cuenta de que la sumisión permanece. En primer lugar, la actividad más frecuente cuando trabajamos la lengua oral es la lectura en voz alta. En efecto, la lectura, incluso la lectura interiorizada, es claramente un fenómeno auditivo, pues leer es oír y restituir el componente fónico y entonativo que representan las grafías: no hay comprensión lectora sin este proceso previo. Pero la objeción que proponemos no va en esa dirección. Lo que nos inquieta no es que se trabaje la lectura desde una perspectiva oral, sino justamente todo lo contrario. Y todo lo contrario se concreta en el trabajo sobre la pronunciación. Pronunciar no consiste en interpretar auditivamente los signos gráficos, sino en equiparar la fonética a la ortografía. Ya sabemos qué resultados deplorables ha traído la práctica de la llamada "ortografía natural"; y, sin embargo, no era más que una consecuencia lógica de dicha equiparación, en la que incurrimos constantemente. Empezamos por identificar fonema y sonido, por aquello de que los matices para los especialistas; luego decimos que nuestra escritura es alfabética, es decir, "fonológica" -y en mente de todos está la recursiva polémica de si hay que seguir simplificando la ortografía, para que "se lea como se escribe", polémica que, contra todo pronóstico, es sustentada por afamados intelectuales-; y 2

acabamos identificando fonética y ortografía. Ya se sabe: la letra "c" se pronuncia "k" delante de "a", de "o" y de "u", y la letra "q", delante de "e" y de "i", y la "u" de la "q" no suena. Así que si eliminamos la "q" podemos usar sólo la "c", que es la que mejor suena a "k", etc. ¿Les suena a ustedes todo esto? Y es que "pronunciar" implica partir de una base escrita: es decir, que primero es la escritura y luego su pronunciación. Todos recordaremos cómo nuestros inefables maestros distinguían la [be] y la [uve], sobre todo en los dictados, y desmentían al latino en aquello de que, para nosotros, los "beati hispani", [vivír] no es [bebér]. O fíjense en la [vída] de nuestro cantantes de moda, qué eruditos, que confunden la letra "v" con el símbolo fonético de la labiodental sonora [v]. No muy lejos de todo esto, encontramos la fonética correctiva, incluso para hablantes nativos. ¿Hemos pensado suficientemente en qué consiste la norma fonética, la ortología? Se supone que, a partir de la "pronunciación" estándar, elaboramos la norma. Lo que pasa es que la pronunciación estándar es una pequeña quimera, una abstracción creada a partir del dialecto estándar o lengua común o norma -más o menos académica-, establecida, fíjense por dónde, para regular la escritura. Y ocurre que la gran mayoría de los hablante nativos no "pronuncian" a lo estándar. La "h" no suena, pero la "h" sí que suena para millones de hablantes. También la norma fonética, por tanto, está sustentada en la escritura. Pero escritura sólo hay una y "pronunciaciones" tantas como variedades dialectales, que, así, o son desviaciones o, simplemente, incorrecciones. Incluso los especialistas, los fonólogos, se dejar atrapar en la celada normativa y elaboran sus sistemas fonológicos descriptivos a partir de ella, despreciando la enorme variedad de la lengua y dejándosela a los dialectólogos y a los fonetistas curiosos, lingüistas, ya se sabe, de segunda categoría. Pero leer en voz alta no es, afortunadamente, la única actividad que proponemos a nuestros alumnos para trabajar la expresión oral. También les hacemos hablar, más o menos espontáneamente, a base de debates -rara vez improvisados-, y a base de ponerlos en nuestro lugar para que expliquen un tema, para que nos den una conferencia. En tales lides, nosotros les exigimos fundamentalmente dos cosas: corrección y propiedad. Expresarse correctamente es el gran reto. Fijémonos en que, en la escritura, la corrección es paralela a los conocimientos, de modo que aprender a escribir es aprender a escribir correctamente. En la lengua hablada no es así, sino que se aprende a hablar y se maneja el habla con suficiente destreza, normalmente al margen del concepto de corrección. 3

Recordemos, como hemos apuntado hace un momento, que la norma se establece para regular la lengua escrita, que es sólo una y debe ser general para todos los hablantes, y una de cuyas características, como veremos, es la de la completitud gramatical necesaria. No puede haber, por tanto, lengua escrita sin norma, académica o no. En cambio, la lengua oral es una magnitud aparte de la norma, pues se concreta en las distintas variedades dialectales, cuya existencia es únicamente oral. Trabajar la expresión oral desde una perspectiva correctiva es, de nuevo, someterla a la lengua escrita y no tener en cuenta su propia dinámica. Incluso la descripción gramatical de la lengua se basa en la lengua escrita, no en la lengua oral, cuyas características se ven relegadas, generalmente, a los manuales de lengua coloquial o vulgar -confundiendo, de camino, todo el aspecto auditivo de la lengua, si es que es un "aspecto", con una sola variedad de registro-. La gramática no sólo resulta ser una regularización de la lengua escrita, sino que además se basa, muy a menudo, en la lengua literaria, una de cuyas características es la originalidad o la transgresión, lo cual profundiza aún más, si cabe, el abismo que media entra la lengua oral viva y la lengua enseñada. Por otra parte, expresarse "con propiedad" es la variación textual del mismo concepto de "correción", que, como tal, es usado sólo para la corrección oracional; todo lo supraoracional se incluye en el apartado de la "propiedad", desde la coherencia textual hasta la elección de registro -y pueden elegirse sólo dos: la lengua común o la lengua literaria-. Es decir, cuando los profesores de lengua nos dedicamos a trabajar la expresión oral de nuestros alumnos, muchas veces lo único que estamos tratando de hacer es convertirlos en auténticos conversores texto-voz, que sean capaces de hacer en voz alta lo mismo que hacen sobre el papel, pero en menos tiempo y sin la posibilidad de revisarlo. Trabajando la lengua oral, lo que hacemos es negarla. Ciertamente, la dicción clara y la exposición adecuada y persuasiva de un texto previamente preparado pueden ser herramientas muy útiles para los futuros profesionales que hoy son nuestros alumnos; pero es una lástima que el trabajo de interpretación teatral y de seducción de públicos no cuente con una asignatura propia. Todo lo contrario, trabajar la espontaneidad oral y el dominio de las variedades lingüísticas, que es una tarea fundamental en las clases de lengua, creemos que resulta una práctica todavía demasiado minoritaria. Esto por lo que hace a la lengua materna, porque aún más grave resulta la situación en la enseñanza de segundas lenguas, en la que el alumno desconoce por completo el componente fónico de la lengua meta. 4

El primer contacto que el alumno tiene con la lengua extranjera es visual, escrito, y a menudo es el único que va a tener ...hasta que se aburra y lo abandone. Como el soporte es escrito, se trabaja la pronunciación, es decir, la conversión oral de los textos, y a posteriori; pero como el alumno no ha trabajado previamente el componente fónico de la lengua -como sí ocurre con los nativos, en su infancia y antes de aprender a hablar-, lo que hace es usar el suyo propio. Y ni siquiera el inefable casete monoural consige hacer otra cosa que traducir al chino un texto que, bien mirado, sí que podría entenderse con ayuda de un diccionario. Porque para eso estamos, para crear lecto-escritores. ¿O no? Lo que hemos visto hasta aquí, sin embargo, se parecería bastante a una actuación razonable si la lengua oral y la lengua escrita constituyeran en realidad un mismo fenómeno doble, "la lengua" a secas. Pero nosotros creemos que no es exactamente así. En el Acto de Habla tenemos hablante y oyente, un contexto que los rodea y al que pueden referirse mediante deícticos, una continua interacción -que elimina las posibles confusiones-, un mundo posible establecido de mutuo acuerdo y compartido -aunque sólo sea temporalmente-, y un mensaje interactivo que se compone de dos niveles: el enunciado, en el que se cuenta la información lingüística, abstracta, es decir, los niveles fonológico, léxico-gramatical y semántico; y la enunciación, que se compone de los niveles fonético y pragmático, es decir, de la voz y de la intención, que son niveles concretos, irrepetibles, cuya información depende directamente de la situación comunicativa concreta, del contexto. Así, el enunciado "hace frío" se compone de siete fonemas: /á Θ e f r í o/, que son dos palabras, verbo y sustantivo, con una relación gramatical determinada y con un significado muy específico: 'la temperatura es menor de la habitual'. Este enunciado puede ocurrir en muy diversos Actos de Habla y en cada uno de ellos el oyente podrá entender cosas distintas porque el hablante podrá tener distintas intenciones. Por ejemplo, en un contexto en el que los interlocutores estén sudando a causa del calor inhumano de mediados de julio, la intención será posiblemente irónica; pero en un contexto en el que, en pleno invierno, de pronto se abre una ventana, será más bien ponderativa; incluso, en tal caso, si ocurre que el oyente se encuentra más cerca que el hablante de la ventana, puede entender aquel que la intención de este es que la cierre, a modo de ruego; etc. Igualmente, la voz atiplada del hablante puede remedar, por ejemplo, a un conocido de ambos que resulta que es muy friolero; o un énfasis característico puede convertir aquella ironía en sorna; etc. Todo ello, por tanto, sólo es posible en el Acto de Habla. El lenguaje escrito, en cambio, sucede en muy distintas circunstancias. 5

En el, digamos, Acto de Escritura, emisor y receptor rara vez comparten el contexto, no están en contacto, no es posible la interacción y, finalmente, el canal no es auditivo sino visual. Lo cual implica que el nivel fonético se sustituye por un nivel gráfico que, dada la imposibilidad de interactuar, está obligado a ser claro, pues el lector no puede pedir explicaciones sobre la letra, por ejemplo. Esto correspondería a la claridad en la dicción, con la diferencia de que en el Acto de Habla el oyente sí puede pedir aclaraciones. Asimismo, obliga a una exposición de las ideas diáfana, ordenada, con el menor números de redundancias o apartes; y, sobre todo, a la corrección gramatical más escrupulosa, elemento este verdaderamente definidor de la lengua escrita, pues un texto sin corrección gramatical es, simplemente, ininteligible. En el Acto de Habla, en cambio, la redundancia y la incompletitud e incorrección gramaticales no sólo son normales sino realmente necesarias para salvar la inteligibilidad en multitud de situaciones comunicativamente adversas, como pueden ser una conversación en el autobús, en el mercado, viendo la televisión o andando entre el tráfico de la ciudad. El hablante no acaba las frases sino que a menudo las insinúa y, al menor guiño por parte del oyente, se da por satisfecho e interrumpe el discurso. Además, una gran parte de hablantes de nuestra lengua, quizá hasta la mayoría, sería incapaz de producir un discurso correcto gramaticalmente y completo, entre otras razones porque no ha estado escolarizada y es funcionalmente analfabeta. Pero son perfectos hablantes. En lengua oral, se entiende. En el texto escrito no encontraremos ni podremos servirnos de multitud de recursos extralingüísticos, como los gestos o el timbre de la voz, que cuando hablamos resultan tan útiles y tan económicos: en el Acto de Escritura hay que explicarlo todo lingüísticamente. Finalmente, la otra gran característica de la lengua escrita, junto con la necesaria completitud gramatical, es el hecho de que emisor y receptor no comparten el contexto, no están en contacto y, por tanto, el enunciado -que, recordemos, es la parte abstracta, lingüística, del mensaje- debe incluir el contenido pragmático, la intención del emisor, que debe ponerse de manifiesto e imponerse, ya que no puede ser negociada con el lector. Resumiendo, el Acto de Habla y el Acto de Escritura son dos fenómenos distintos, tan distintos que no hay un solo elemento común entre ambos, pues ni siquiera el enunciado puede ser el mismo si es hablado o si es escrito. Es decir, la lengua oral y la lengua escrita no son dos aspectos de un mismo fenómeno, como podíamos creer, sino que la lengua escrita es, propiamente, otro lenguaje, un lenguaje artificial similar al código morse, del tipo que habíamos llamado, desafortunadamente -pues sólo algunas escrituras lo son-, "alfabético". El lenguaje de la escritura intenta reproducir, es cierto, la lengua en su totalidad; pero no sólo a 6

base de cambiar lo auditivo por lo visual, sino cambiando la naturaleza misma de la comunicación. La escritura es un lenguaje artificial y por eso sólo hay una escritura posible en cada lengua, y por eso la norma escrita no constriñe nuestra libertad lingüística sino que le da un medio más de expresión. Y por eso la enseñanza de la escritura es "otra cosa": su aprendizaje se dilata a lo largo de diez o quince años, porque escribir tiene muy poco que ver con hablar. La lengua oral, que hemos visto que en nuestra tradición pedagógica y cultural ha estado y sigue estando sometida a la lengua escrita, hasta el punto de ser una parte despreciada en la enseñanza de la lengua, no sólo no es un aspecto menor del fenómeno lingüístico sino que es el fenómeno lingüístico en sí. Por eso no hay una única variedad oral, ni es lícita la corrección fonética a los nativos, ni la lengua oral estándar es otra cosa que una variedad más, elaborada -paradojas de la vida- precisamente a partir de un lenguaje artificial, la escritura. La lengua oral es la lengua, simplemente: es el lenguaje natural, el lenguaje que nos sirve para concebir el mundo y para formar nuestra mente, el lenguaje por excelencia a partir del cual se crean los demás lenguajes, los llamados lenguajes artificiales, como la escritura, las señales de tráfico o los lenguajes de programación. Porque la lengua es, por naturaleza, hablada, oral.

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