Las sandalias del pescador Drama tic la aiitentieirlad cristiana Raimundo BARROS, S. J.

El último libro de Morris West1 ha sido un éxito extraordinario de librería. En la lista de "best-sellers" de la revista Time ocupó el primer lugar de junio a octubre, y desde entonces se mantiene en el segundo puesto de la misma lista. ¿A qué se debe este éxito extraordinario? A primera vista parecería inexplicable: un libro cuyo tema central son las profundas meditaciones de un Papa recién elegido, y cuyo tema secundario son las aún más profundas ideas de un sabio paleontólogo no parecería poder "llegar" sino a una reducida élite cristiana. Y sin embargo.,. ahí está el hecho. Alguno podría aducir como explicación fácil tlt The Shaes o! the Fisherman. Willism Morrow ti Co., New YnrSt. lfifK?. Lac Sandalias del Pescador. Traducción de Valentlnii Gómez de Muñcz. Editorial Pomaire. Santiago de Chile. 1963. fcln las citaciones que hacemos a lo lureo del articulo, Indicaremos siempre la página de esta traducción castellana, para facilitar la consulta n nuestros leetnres Perú nus restirvamus el derecho de corregir el texto cuando lo creamos necesario para hacerlo mas fiel al original inglés. Desgraciadamente, en eterto, 3a traducción que nos ofrece IR Editaril Pomaire. es bastaste mediocre en genefal, y plagada de errores, a veces graves, en particular. Es muy de desear que en futuras ediciones se has a una seria revisión de esta traducción, corrigiendo al menos los errares más flagrantes. Fi libro se lo merece, y el prestigio de la Editorial saldría ganando, haeténdo además un servicio a sus lectores.

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—y las explicaciones "fáciles" son casi siempre superficiales y erradas— no ya los "temas centrales" del libro, sino sus "condimentos": amores adulterinos, personajes homosexuales, "conventilleos" políticos y eclesiásticos, etc. Mas adelante nos referiremos a estos aspectos, considerándolos en efecto como "condimentos" agregados —dicsaforlunadamenle, en nuestra opinión— por el autor para hacer más digerible su "plato fuerte". Pero ya desde ahora digamos francamente que no nos parece posible atribuirles a ellos el éxito del libro: en primer lugar, porque son muy secundarios en la totalidad de una obra que es una honda meditación teológica sobre la Iglesia y sobre el mundo; en segundu lugar, porque están tratados "en sordina": el que se interesa ante lodo por estos temas "escabrosos" se sentiría grandemente decepcionado con esta novela, y preferiría ir a buscarlos en otras, donde se los desarrolle con fruición y malsano paladeo. Algunos críticos norteamericanos han reprochado el "oportunismo" del autor, al publicar esta obra en los días de la enfermedad y muerte del Papa Juan XXIII: sería, según ellos, el tipo de "reportaje barato y sentimental" que puede tener la seguridad de éxito entre los "devotos" y . . . "devotas". Así presenta?

mo: si en vez de decir peyorativamente "oportunismo", decimos sencillamente "oportunidad", hay que reconocer que Las Sandalias del Pe-, cador es una obra profundamente oportuna: el alma sinceramente religiosa de su autor ha sabido captar, con esas misteriosas "antenas" du todo buen literato, el momento en que vive la Iglesia de hoy, el "estado de Concilio" —aunque no se mencione esta palabra ni una vez en la obra—, el soplo poderoso del Espírit.j Santo que anima en forma tan impresionante al Pueblo de Dios, y —nos atrevemos a pensarlo— a la Humanidad entera en estas horas en que la Providencia nos ha colocado. Y esta opurlunidad, esta captación honda del "a^ua viva" que aflora a borbotones en la Iglesia y en la Humanidad de nuestros días, es independiente de la coincidencia con la muerte del Papa Juan: creemos sinceramente que el éxito del libro no se habría visto disminuido en forma notable si Dios huhiera querido dejar con nosotros un tiempo más al inolvidable Pontífice. Hemos querido dar como subtitulo a eite. artículo el de Drama de la autenticidad cristiana. Que en el mundo de hoy haya una fuerte exigencia de autenticidad es algo demasiado evidente para necesitar ulterior justificación: en el arle, en la arquitectura, en las formas de convivencia social, en el terreno internacional y la diplomacia, hay un manifiesto anhelo de dejar de un lado fachadas y caretas, disfraces y adornos, para expresar en forma descarnada y veraz, lo auténtico. Y la Iglesia, siendo e! misterio de Cristo encarnado en forma viviente a través de los siglos, vibra también con ese anhelo de autenticidad propio de nuestros tiempos: basta evocar la figura del ya tantas veces nombrado Papa Juan, basta evocar las frases y audaces

intervenciones de los Padres del Concilio Vaticano II —de cualquiera "tendencia" que. ellos sean— para convencerse vivencialmerile de este heeho. Es esta "pasión de la autenticidad" la que ha sabido captar con habilidad de escritor y con hondura de creyente Morris West. Es ella el pulso palpitante que anima a toda la obra, a todos sus personajes protagonísticos, tanto a los "viejos' como a los "jóvenes", tanto a los católicos como a los ateos. Como contraste se nos ofrecen —insuficientemente integrados, a nuestro parecer— algunos personajes "inaulénticos" de políticos, artistas, eclesiásticos, peto aún en ellos —en casi todos— se da algo como "nostalgia de autenticidad". Ya desde el comienzo se nos muestra esa "crisis de autenticidad" en aquellos viejos prelados romanos, representantes de toda una estructura que ellos sienten anquilosada, esclerol izada. Los Cardenales Rinaldi (Camarlengo) y Leonc (Secretario de! Santo Oficio), ambos octogenarios, se sienten "hasta la médula" (p. 16) miembros de esa "gerontocracia eclesiástica" que ha gobernado al Pueblo de Dios durante los últimos años, pero no están satisfechos de esa situación; ambos tienen "nostalgia de autenticidad"; y esa nostalgia se hace más aguda en esos momentos, cuando deben elegir un nuevo Papa: "Para él (Leone) Roma constituía el ceatro del mundo, y el centralismo era una doctrina casi tan inmutable como la de ta Trinidad ... Toda innovación era para 01 el primer paso hacía la herejía. —Tengo ochenía y dos años (dijo Leone a Rinaldi), y he sepultado a. tres Papas. Estoy comenzando a sentirme solo. —Si no buscamos ahora un hombre más joven, bien podrá enterrar a un cuarto, diju Rinaldi dulcemente, (...) Somos todos iktnasiado viejos. Entre nosotros no hay más de una media docena de cardenales que puedan dar a ¡a Iglesia lo que necesita en este momento: personalidad, una política decisiva, liempo y continuidad para que esta política pueda fructificar. (...) Leone echó atrás su melena y rio. —tío se preocupe. Ya sé que no la tengo (la chance du -ser elegido Papa él mis mu). Necesitan a alguien >nuv diferente; o alguien que . .. —vacilo, buscando la frase— a alguien que emane compasión hacia las multüudes, que las vea como las vio Cristo: como ovejas sin pasior. No soy esa elase de hombre. Me gustaría serlo .( ... ) ¿Sabe í«i que soy ahora? una enciclopedia ambulante de dogma y controversia teológica. Puedo oler un error con 29

Cónclave, que Rinaldi, rompiendo precedentes seculares y con el objeto de hacerlo conocer, le había solicitado pronunciar-: —Me llamo Cirilo Lakota, y h^ llenado úllimo y mínimo a este Sacru Colegio. Para la mayoría do vosotros soy un desconocido, porque mi pueblo está disperso y he pasado los últimos diecisiete años en prisión. Si Icriyu algún derecho entre vosotros, algún mérito, que sea éste su fundamento: hablo por los extraviados, por aquellos que caminan en la oscuridad y en el valle de las sombras de i muelle. Por ellos y no por nosotros nos reunimos en este cónclave. Por ellos y no por nosotros debemos elegir un Pontífice. ( . . . ) Debemos recordar que somos lo que somos: sacerdotes, obispos, pastores, mediante un acto Ue dedicación a los seres humanos cjuc son el rebaño tic Cristo. Lo que poseemos, incluso la» ropas qu-.llevamos, ¡lega a nosotros por su caridad. ( . . . ) Son ellos quienes nos han educado p:>rn que podamos enseñarlos a ellos y a sus hijos. ( > Si en nuestras deliberaciones servimos a otra causa que no sea ésta, somos traidoi-'s ( . . . ) " . (p. 27.28).

más rapidez que un dominico. ¿Y qué significa lodo eslu? Nada. ( . . . ) La Iglesia es Cristo . . . Cristo y los seres humanos. Y !o que los seres humanos quieren saber es si hay o no hay un Dios, cuál es su relación con ellos, y cónio pueden volver a El cuando se extravian. ( . . . ) —Esta vez —dijo Rinaldi con voz tersa— debemos elegirlo (al nuevo Papa) para el pueblo v no para nosotros." (pp, 16-20)

Y los dos viejos Cardenales se deciden a proponer al Cónclave el nombre del mas joven y más desconocido de los miembros del Sacro Colegio: Cirilo I.akota, un obispo ruso que acababa de salir de las torturas, cárceles y trabajos forzados, después de diecisiete años de ese marlirio, habiendo sido nombrado Cardenal in pello por el Papa recién fallecido, casi en vísperas de su muerte, y cuyo nombre se había proclamado ahora. Cirilo Lakota es el hombre devorado por la pasión de la autenticidad: desde su apariencia física —alto, delgado, con su rostro barbudo cruzado de cicatrices y sus manos deformadas por las torturas— hasta su más íntimo pensar, lodo en él expresaba eso pasión. Y lo va a manifestar desde su primera alocución a ios Cardenales, en el discurso de apcrlura del

Con esas palabras y en ese ambiente va a comenzar el Cónclave. Mientras Cirilo Lakota, encerrado en su celda —y sin sospechar nada de los planes de los dos viejos Cardenales romanos— sufre la agonía de las crisis de claustrofobia que lo afligen desde sus años de prisión solitaria y de tortura, Rinaldi y Leone se ponen en campaña para comunicar su idea a sus colegas. Algunos de éstos oponen obje* ciones, pero el Espíritu sopla poderosamente. Y así. en la primera sesión es elegido el Cardenal ruso, usando el procedimiento de "inspiración" previsto por Ja Constitución Apostólica, pero raramente usado. El nucvn P;ipn elige como nombre el de su bautit.mu, y será llamado Cirilo L Cirilo ¡, la autenticidad del pastor Desde el momento de su elección, Cirilo sentirá en carne propia ei drama de la autenticidad: la tensión entre el idea! teórico y abstracto por una parte, y la realidad compleja y concreta en que hay que vivir ese ideal, por otra. Así, por ejemplo, él quisiera suprimir la fastuosa coronación papal, ya que "el Muestro entró en Jerusalcn cabalgando en un asno, y a mí me llevarán sobre los hombros de algunos nobles, entre los abanicos de plumas (...). Por todo el mundo hay hombres descalzos v con el estómago vacío (...) Me avergüenzo de que

el sucesor del carpintero reciba el tralo ck- un rey", (p. 79], Pero por olra parte se cía cuenta de que "pertenece también a ios romanus, y éstos deben tener su fiesta" (ibid.l. Quisiera pedir la renuncia al viejo Leone, cuyo con servan tismo está en las antípodas de su pensamiento, pero reflexiona: "Me tienta la idea de designarlo para otro cargo y alejarlo de la posición que ocupa. Pero siento que sería un error, y el comiendo de errores mayores. Si me rodeo de homhres débiles y condescendientes, privaré a la Iglesia de nobles servidores... y finalmente no tendré consejeros", (p. 87). Cirilo I quiere vivir auténticamente, su papel de Vicario de Cristo, "en cuyos zapatos se encuentra". Esla frase idiomática, que equivaldría al dicho vulgar español de "estar en el pellejo de otro", aparece muchas veces en el original del libro, y es la que le ha dado su título. El traductor la ha vertido en varios circunloquios, que vienen a decir lo mismo: ser representante de Cristo, estar en el lugar de Cristo, etc. Sea lo que sea de lo afortunado de esas versiones, el hecho básico es el anhelo de Cirilo de calzar auténticamente los "zapatos del pescador", de marchar pur sus huellas, de hacer lo que El habría hecho en su lugar. Para esto romperá mil precedentes y tomará actitudes que recuerdan al Papa Juan: ya la noche misma de su coronación se "escapará" del Vaticano, vistiendo una sencilla sotana negra, para "tomar el pulso a su pueblo", para cotí-vivir unas horas con esa plebe romana tuvo Obispo era. Entra a una taberna ;i pedir una laza dt; café, y se encuentra que DO time tunero para pagarla; al ser reconocido, dice sencillamente: "Soy el Papa", y bendice a esos burdos hijos suyos, pero descubre que "el terror del amor es que el rostro del Amado está siempre oculto tras un velo, de manera que al alzar los ojos en busca de esperanza, sólo vemos el rostro oficial de un sacerdote o un Papa o un político" (p. 110). Prosigue su caminata nocturna, y es llamado a atender a un moribundo, en un conventillo miserable. Allí conoce a esa mujer verdaderamente notable que es Ruth Lewin, judía convertida a Ja fuerza (para escapar de la persecución nazi) y que ha abandonado toda práctica religiosa tras terribles tragedias personales, pero que pasa gran parte de su vida ayudando a los miserables. De labios de Ruin

uve Cirilo esa írase terrible, que le quedará quemando el corazón: "Vamonos ahora (después de muerto el hombre); ellos pueden arreglárselas con la muerte; es la vida lo que los derruía" (p. 114). El nuevo. Papa decide ser auténticamente pastor de su pueblo: instalará un confesonario en San Pedro, donde una vez por semana oye confesiones "en ruso y en polaco", como lo advierte el cartelito allí colgado, que no deja sospechar que el políglota confesor es el Papa mismo. Visitará asiduamente las cárceles, los hospitales, las iglesias romanas en las misas dominicales, donde descubre que la mayoría de los sermones no son sino "inflada retórica y vaga devoción" (p. 190). Sus reuniones con los Cardenales, y las cartas que va recibiendo de ios Obispos del rnundo le van haciendo ver lo infinitamente complejos que son los problemas que debe enfrentar y resolver el Vicario de Cristo, y lo absolutamente incapaz y pobre que se siente él mismo, sobre todo en los momentos de "noche oscura": "Toda esta semana —escrihc en sus Memorias, que van dando e! "ritmo interior" do! libro, al final de cada capítulo— me ha acosado lo que sólo puedo llamar una tentación de oscuridad. Jamás, desde mis tiempos de calabozo, mu hv sentido lan oprimido por la absurda insensatez del mundo, por ta esterilidad de la lucha del hombre por la supervivencia, por la estupidez aparente de cualquier intento de cambiar la naturaleza humana o lograr un meioramiento colectivo de la condición humana. ( . . . ) Durante un instante vislumbré también el significado de su último clamor desolado en la Cruz: . . . "Dios mío, Dios mío. ¿r^r qué me has abandonado?" (p. 2S0-25L1. Y es siempre el problema de la autenticidad el que lo atormenta. Así por ejemplo, respecto al equilibrio entre "reglas, hábitos, tradiciones" de los religiosos, y la santa y audaz libertad de los hijos de Dios: "Una vez más me veo encarando el problema fundamental de mi pontificado: cómo traducir la Palabra en acción cristiana: cómo raspar la capa Exterior de ta historia para que la veta de la Fe primitiva se revele en toda su riqueza. Cuando los hombres eslán verdaderamente un idus con Dios, poco importa qué vestidos llevan, qué ejercicios devotos practican, qué constitución Sos rige. La obediencia religiosa debería dejar libre al hombre, con la libertad de los hijos de Dios. La tradición debería ser una lámpara para sus pasos, que iluminara la senda hacia el futuro..." (p. 257). 31

Pero Cirilo nu es ningún utópico soñador. Su autenticidad es realista, concreta, condicionada a las circunstancias reales y tangibles en que lo ha colocado la Providencia divina. Así confiesa a su gran amigo Jean Tclémond:

ceré la Misa por Kamenev. y esla noche tendré que orar pidiendo luí para Cirilo el Pontífice. cuyo corazón está inquieto y cuya alma vagabunda tiene sed de su tierra natal . . . " (p. 90-92J.

Esa "solicitud de ayuda" a que alude Cirilo en sus Memorias, es en realidad una pri"Ni siquiera usted puede comprender hasla qué punto estoy limitado por la "maquinaria" mera carta que ha recibido —transmitida por misma cius he heredado, por las actitudes his- el Cardenal polaco— algunos días después del tóricas tju* me constriñen. Me es difícil actuar Cónclave que lo eligiera Papa, firmada por su directamente. Necesito instrumentos adecuados ex-carcelero, quien lo felicita en forma humoa mis manus. Aun me queda vida, sí, para prerística (Kamenev recuerda mucho al jovial senciar grandes cambios, pues todavía soy joven. Pero serán oíros ios que tendrán que efec- Khruschev) y le envía unas semillas de giratuarlos por m í . . . Usted, por ejemplo", (p. 321) sol con un puñado de tierra rusa para plantarlas. En esa carta el Premier soviético te Y en ese drama de. la autenticidad, limi- dice en forma todavía vaga que "tal vez potada y circunscrita en el tiempo y en el es- drían ellos dos necesitarse mutuamente". pacio tendrá que vivir y sufrir el Papa Cirilo. Una segunda carta de Kamenev va a aclaEs un mérito grande de Morris West el harar algo más sus designios, y a mostrarnos al bérnoslo mostrado tan verazmente, tan sincemismo tiempo lo que hemos llamado "la autenramente, tan profundamente. ticidad del político", que estaba en el fundo de ese dirigente marxista, y que se manifiesta, Kamenev: la autenticidad del político claramente discernible, bajo la capa ligeramente sarcástica con que el antiguo verdugo Kamenev es actualmente el Primer Ministro Soviético, Pero ;tnles de llegar a la cumbre gusta vertir su pensamiento y su inquietud de la Jerarquía comunista ha pasado por to- profunda: dos los escalones inferiores, y muy especial"Su mensaje me dice que usted confía en mi, mente por el de verdugo y torturador de Cipero debo ser honesto J decirle que no debe rilo LakuU, durante los largos años de la priconfiar en lo que yo haga ni en lo que le informen que digo. Usted sabe que vivimos c:i sión del Obispo. De esa relación entre verdugo ambientes muy diversos. Usted puede obtener y victima nació una mutua eslima entre esos una obediencia y una lealtad impóstales en mi dos hombres: de parte de Kamenev, una adesfera de acción. Sóío puedo sobrevivir comrrtiración sincera por esc "pope" al que no prendiendo lo que es posible, cediendo a una presión para evitar oirá mayor. pudú quebrar; admiración que lo llevará a "Dentro de doce muses, o tal vez antes, poorganizar él mismo la fuga de Cirilo, quien demos llegar al burde de la guerra. Quiero la irá a Roma y será Cardenal y Papa. De parte paz. Sé que no podemos tenerla con contrato de éste, una igualmente sincera fe en la "autenunilateral. Por otra parte, no puedo imponer ticidad" fundamental de su antiguo torturador: sus condiciones, ni siquiera a mi propio pueblo. Estoy atrapado cu medio de la corriente de la historia. Puedo vadearla, pero no puedo cambias"No veo en Kamenev al Anticrislo, ni sila dirección del rio", (p. 252-253). (Los subraquiera a un archihereje. Ha comprendido y yados son nuestros). aceptado el dogma mar.\isla como el instrumento más rápido v aguzado que se conoce para hacer estallar una revolución social. Creo Ahí tenemos al dictador, al político acosque lo abandonaría en cuanto viese que no cum- tumbrado a moverse en una atmósfera de "sloplía con este propósito. Me parece, aunque no puedn decirlo con certeza, que Kamenev está gans", de "consignas del partido", de prensa solicitando mi ayuda para conservaí1 lu que ya amordazada y dócil, o sea, Iras una serie úc ha logrado en favor de su pueblo, y para per- fachadas, de caretas, de convenciones, no meniilírle progresar pacíficamente hacia otras mutaciones. ( . . . ) No puedu desestimar la extraña nos sino mucho más que los viejos cardenales ohra de Dios en las almas de los hombres más de Curia. Y que siente como ellos la "nostalimprobables, y creo discernir esta ohra en el gia de autenticidad", el anhelo de poder decir alma de Kamenev . . , Veo, aunque muy tenue- claramente, convincentemente, su deseo de paz, mente, uue nuestros destines pueden estar ligados en el designio divino... Lo que no puedo pero que, amarrado por todas esas ataduras, ver es cómo debo conducirme en la situación tiene que recurrir para ello a su antigua vícque existe entre nosotros. ( . . . ) Mañana ofre- tima:

' n e o que usted comprende lo que ¡atento decir. Le pido, si puede, que !o interprete cun ia mayor claridad posible al Presidente de los Esiados Unidos. He esiado con é!. Lo respeto. En negociaciones privadas podría confiar en él, pero cu el dominio de la pulilica él está tan sujeto a presiones coma yo, y quizás má.\, ya nue su mandato es mis curio y la influencia de la opiniun pública más fuerte. Si usted puede comunicarse con él, le ruego hacerlo, pero en .io y con la mayor discreción. Sabe usied muy bien que yo me vería obligado a repudiar violentamente cualquiera sugerencia de que existe un cunduct» privado de conversaciones enlre él y yo", [p. 253) (Subrayado nuestro) Cirilo ora, consulla, y decido finalmente correr L | riesgo: contra el parecer del Cardenal Ciirlin, Arzobispo de Nueva York, logra poner en contacto a los jefes de las dos grandes potencias. Y eso lo hace, no sólo porque adivina en Kamenev una sinceridad de fondo, sino por su convencimiento general de que es posible poner de acuerdo a hombres de ideologías muy diversas, cada uno de los cuales vive parapetado tras conscientes o inconscientes fachadas y bambalinas que le impiden ser absolutamente auténticos, ya que si lo fueran —como Kamenev trata de serio—, entonces tendrían que reconocer que hay en todos ellos "simientes de verdad que yacen bajo los errores mas diversos": para el Islam será la unicidad de Dios; para el budismo, ¡a bondad y cooperación entre los hombres; aún para el comunismo, que ha suprimido el Dios personal, será la idea implícita de la fraternidad hum;iiia ... (p. 344). Jean Télémond, la autenticidad del sabio Una de las figuras más atrayentes de esta novela es sin duda la del sabio paleontólogo jesuíta Jean Télémond. El autor se ha inspirado evidentemente en la personalidad y en la obra de Teilhard de Chardin, muerlo en 1955:. West nos advierte en su breve nota introductoria, que "no pretende hacer referencia a persona viviente alguna, ya sea dentro de la Iglesia o fuera de ella" (p. 9). Pero como el discutido Padre Teilhard ha muerto hace ocho años, tenemos todo el derecho a pensar en la identidad Télémond-Teilhard. (21 Sobre Teilhard de Chardin nuestros lectores pueden consultar con fruto el articulo del P. Arturo Gsete: "Ttühard de Chardzn. ¿entuníanmo o reserva?. Mensaje, rhfrri

marzo-abrí! de 1963. pp. 82*1, y Teilhard de